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viernes, 3 de agosto de 2018

Diane Goldstein, de policía antidrogas a activista contra la prohibición.

La primera vez que vi a alguien plantarle cara a un policía que estaba abusando de su placa, fue a mi madre. Éllos eran dos policías municipales y mi madre, una profesora de ciencias, que acababa de recibir un comentario despectivo por su género de boca de aquel policía: "Pero qué coño sabrás tú... si eres mujer!!".

Mi madre tiró de freno de mano -en aquel viejo Renault 6- y paró el coche, se bajó y se fue a por el policía en plena calle. Como si no sufriera de vergüenza por la gente que miraba sorprendida la escena, se fue a por él gritándole que si tenía algo que opinar sobre que ella fuera mujer, que lo pusiera en el atestado que le iba a tocar hacer... y así fue. Al pitufo le tocó levantar un atestado (en el que por supuesto, no puso nada que le pudiera dar problemas), con el que mi madre pidió cita -por canales oficiales- con el comisario de ese policía para (al menos) denunciar y pedir explicaciones por semejante comportamiento, por parte de un empleado del ciudadano de Salamanca y que recibe su sueldo de nuestros impuestos: también del de las mujeres...

El comisario, lógicamente, la recibió y se comió sin rechistar todo lo que mi madre le dijo: ambos sabían que no iban a cambiar nada.... ese día. No recuerdo el año exacto, pero recuerdo que venía del colegio donde hice pre-escolar, así que como mucho podía ser el año 1979.

Jamás he escuchado a mi madre definirse como feminista, ni tampoco usar "excesivamente" el término "machista". Le gustaba en sus años de Universidad -aprovechando que era excepcionalmente buena en Matemáticas, aunque tuvo que cursar Química por falta de dinero- putear a los catedráticos y "popes" de su facultad de Química, resolviendo los problemas mediante herramientas (matemáticas) que ellos desconocían o no esperaban, y picaban suspendiéndole el ejercicio.

Luego, mi madre con ese ejercicio suspenso se iba al despacho -del profesor de turno- y le hacía sudar tinta (siempre haciéndose la tonta, porque a los catedráticos de aquella época se les hablaba como a eminencias sacrosantas), para que finalmente tuvieran que modificar la nota del ejercicio, ante una serie de demostraciones matemáticas que excedían muchas veces sus recursos. Eran corregidos, por una mujer siendo todos hombres en aquella época, pero al menos había sido en privado. O fue en privado salvo en un par de ocasiones, en que el profesor la quiso ningunear viendo a una chica joven y débil, para comprobar como esa chica convocaba tribunal universitario para revisar el examen y -en público- les sacaba los colores, ante sus propios colegas. Es lo bueno de la Matemática: lo que es, es, y además se puede demostrar.

Claro que para hacer todas esas cosas no basta con querer hacerlas, sino que necesitas poder hacerlas, con elegancia y seguridad en lo que haces. Y ella lo había hecho, no fijándose en su género sino fijándose en sus méritos y capacidades: compitiendo de tú a tú con el resto, fueran hombres o mujeres. Educó a todos sus hijos y a su hija en la absoluta igualdad de derechos y obligaciones; esa era la "carta magna" en mi casa, desde que tenías raciocinio. Si todos vamos en el barco, todos trabajamos en la medida en que estamos capacitados, y en ese criterio el género sexual o la edad, no eran excusas para nada.

Jamás aceptó ningún tipo de discriminación positiva (si es que eso puede existir) por el hecho de ser mujer. Ni negativa: más te valía no apuntar a una cuestión de género como base discriminatoria porque no sabías lo que hacías. La única vez -aparte de aquella ocasión siendo niño con ese policía- fue ya como adulto en un hospital, en el que el cirujano dijo que "sólo hombres" en su despacho, para ser informados del estado del paciente. No tuvo cojones ni a intentar repetirlo cuando las dos primeras personas que entraron fueron mi madre y mi tía, flanqueadas por el resto, que eran varones.

Nunca quiso regalos por ser mujer, ni aceptó un trato distinto que el de todos sus compañeros, fueran hombres o fueran mujeres. Se hubiera sentido menospreciada si necesitaba de su género para cubrir un cupo o una cuota y ser contratada o favorecida en una decisión, por el mero y aleatorio hecho de haber nacido con genitales femeninos.

Su primer contrato lo consiguió embarazada, y estuvo dando clases hasta unas semanas antes de parir. Luego, regresó a su trabajo y en más de 40 años nunca lo dejó -a pesar de tener varios hijos más- hasta que se jubiló. Una profesora de ciencia, orgullosa de ser lo que era y que nunca permitió a nadie -hombre o mujer- que intentase hacer de ella una víctima o hacerle de menos.


¿A qué viene esto?

Cuando me pidieron, hace tiempo, que eligiera una mujer para hacerle una entrevista, me pareció un enfoque indigno. ¿Tengo que entrevistar a una mujer por ser mujer? Sí, más o menos era así, porque estábamos cerca del día 8 de marzo. Daba igual quién fuera o qué hiciera, siempre y cuando entrase dentro de nuestro área temática.

A mí, eso, me dio pena; recordé a mi madre y cómo se sentiría si supiera que alguien contaba con ella por algo que ella no eligió -ser mujer- y que era usada (en el sentido más real del término) para construir una imagen o un relato artificial para "el día de la mujer" (toma sarcasmo editorial).

Buscaban el típico discurso feminista, en boca de alguna mujer relacionada con las drogas, pero yo no estaba por la labor. Dije que estaba iniciando una entrevista con una mujer -para ganar tiempo- hasta que conseguí encontrar una mujer -en el campo de las drogas- que no sólo no encajase con ese discurso del victimismo por género, sino que sus hechos (y no sólo sus palabras) mostrasen una realidad incuestionable. Supongo que buscaba entrevistar a una mujer (como me habían encargado) pero que viviera libre, con la misma coherencia que vivió mi madre, sin pedir cupos ni privilegios y no teniendo que envidiar nada por no ser hombre.

La tenía más cerca de lo que pensaba, y es una vieja conocida con una vida más que interesante en mitad de cuerpos policiales (petados de hombres tipo macho-man), de incógnito como agente de campo anti-drogas, y posteriormente como jefa de la unidad (la primera mujer que alcanzó dicho puesto en su área). Tras una dura vivencia con la muerte de un familiar y con su experiencia directa en la guerra contra las drogas y sus usuarios en pleno USA, su camino cambió para terminar siendo una de las mayores defensoras del cambio de paradigma en cuanto a nuestro trato con las drogas, y una activista que lucha por el fin de la guerra contra las drogas, entre otras cosas.


Aquí os dejo la entrevista con la que pude cumplir el encargo, y dar voz a un tipo de mujer poco común, por desgracia. Con orgullo puedo decir que es mi amiga -tras estos años- y que su nombre es Diane Goldstein.

Drogoteca.
:)

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Entrevista a Diane Goldstein.



Cuando mi editora me preguntó sobre qué mujeres consideraba un claro ejemplo de lucha en “mis áreas de interés”, mi cabeza se llenó de opciones femeninas a considerar como grandes luchadoras en el campo de las ciencias. Pero cuando pensé en el ámbito de la lucha antiprohibicionista en política de drogas me di cuenta de que -salvo en el caso del cannabis- la presencia femenina era algo reducida.

Sin embargo, las 3 mujeres que me vinieron a la mente, llevan años de lucha -iniciada por distintas razones- y son todas ellas motivo de mi más profunda admiración. Una de ellas es Carrie Tyler, la hermana de Tim Tyler (recientemente perdonado por Obama, pero aún no liberado) que fue condenado a 2 cadenas perpetuas por posesión de LSD -no era un traficante- y quien ha estado luchando por él, desafiando al mundo para conseguir un absoluto milagro, la inimaginable cifra de 25 años hasta recibir el perdón presidencial. La otra es Lyn Ulbricht, la madre de Ross Ulbricht, también condenado a pasarse toda su vida en prisión con varias cadenas perpetuas, por la creación del mercado anónimo de drogas “Silk Road” en la red Tor (The Onion Router, originalmente). Es ella la que ha liderado y lidera la lucha por Ross, en uno de los casos que pueden sentar algunos de los precedentes más peligrosos en la historia de Internet.

Y la tercera, se llama Diane Goldstein.

Es una mujer de armas tomar, nunca mejor dicho, con la que comparto el amor por los perros y que sería mi enemiga “de forma natural”: era policía de narcóticos -entre otras cosas- así que si yo viviera en USA es posible que ya nos hubiéramos conocido, y no por Internet.

No recuerdo bien -pasó hace muchos años ya- cómo comenzamos a hablar ella y yo ni cómo labramos esta peculiar amistad, entre un usuario de drogas un poco cabreado y una policía retirada, que se ha convirtió en la voz femenina más interesante de la política de drogas a nivel mundial siendo la voz de LEAP o “Policías Contra la Prohibición de las Drogas”.

Hace unos días, le pedí que me dedicase un rato a contestar algunas preguntas sobre ella y su trabajo, y tuvo la deferencia de decirme que sí (con una vida totalmente ocupada). De esa conversación, salió la entrevista que os presentamos aquí.

:))



Hola Diane. ¿Qué edad tenías cuando decidiste hacerte policía y por qué? ¿Qué cruzó por la mente de esa joven mujer para tomar dicha decisión en un país como USA?

Pues yo tenía 20 años, y me encontraba estudiando y al mismo tiempo trabajando en un entorno en el que tenía mucho contacto con la policía. En una ocasión, salí con una agencia de policía a dar un largo paseo y terminé intrigada por el trabajo que vi desarrollar, por como yo crecí. Entonces entendí que yo quería devolver algo positivo a mi comunidad.

¿Cuál era el ratio de mujeres y hombres en la policía cuando comenzaste a servir en ella?

En el momento en que fui contratada, las mujeres éramos un 5% y esa cifra era la misma cuando me retiré, en el año 2004. En cualquier punto de mi carrera, esa cifra fue casi siempre la misma, por lo que tenía una clara conciencia de que mi trabajo era una muestra de lo que era la mujer en la policía y que mi desempeño tendría una influencia sobre la presencia femenina dentro de mi agencia en el futuro.

¿Cómo ha sido tu experiencia como mujer en un trabajo dominado numéricamente por hombres? Eres una mujer fuerte que ha llegado a posiciones de liderazgo. ¿Cómo fue el camino hasta tu yo actual?

Aunque las mujeres han servido en posiciones de liderazgo en el pasado, yo creo que nuestras capacidades están todavía sin “destaparse” totalmente, y no ahora sólo en cuestiones referentes a la política de drogas, sino en otro muchos campos.

Las mayores trabas que creo que existen -en el camino de las mujeres- hacia el liderazgo, no sólo están puestos por la sociedad que vivimos, sino por nosotras mismas a través de la aceptación de dichos roles. 

Por eso aunque nunca me auto-identificado como feminista, reconozco claramente que de no haber sido por dicho movimiento, por ejemplo, yo no hubiera tenido la oportunidad de tener una exitosa carrera dentro del cuerpo de policía y -a la vez- criar a mi hijo.

Aunque fue difícil, creo que fue algo que conseguí. Mi carrera me permitió tener un marco adecuado para mucha cosas: mi camino al activismo, mis habilidades como madre criando un niño, y mi capacidad de liderazgo. 

Como segunda generación de vanguardia de la mujer, dentro de las fuerzas de orden en los años 80, mi trabajo y entrenamiento se puede decir que se fue algo así como ser desbrozadora [la persona que quita la maleza y abre caminos] sobre una hoja de ruta indefinida. Mi camino al liderazgo estuvo cargado de lecciones que equilibré siendo una mujer fuerte en una cultura dominada por el varón.

Pasé mi años de entrenamiento en una constante sensación de que era necesario demostrar mi capacidad. Así pues, mi nivel estándar de trabajo no era el de alguien eficaz, sino el de alguien que busca la excelencia en lo que hace. Esos primeros años en la policía me expusieron a muchas cosas, tanto buenas como malas. He visto lo mejor y lo peor de la gente entre la población general, así como también he visto ambos extremos en compañeros míos de trabajo, lo que me enseñó a no tomarme las cosas de forma personal, a no enredarme en luchas o discusiones improductivas y -de forma más importante- me dio la fuerza y la determinación para redefinirme a mí misma y evolucionar en la vida.

¿Qué hacías exactamente en la policía?

Mi trabajo diario variaba según cada momento, ya que he hecho desde patrulla [trabajo en coche en la calle] a trabajo en anti-narcóticos o en bandas urbanas. Me retiré como la primera mujer que alcanzaba el rango de teniente en el departamento.

¿Cuándo y por qué te convertiste en una agente de policía que estaba contra la prohibición de las drogas?

Mi hermano sufría enfermedad mental y también abuso crónico de sustancias. Murió de una sobredosis, hace 10 años, este mes de marzo. Entre mis experiencias personales y profesionales, he comprobado que la prohibición de las drogas no evita ni que se compren y vendan ni que se usen.


¿Qué drogas tomas tú y qué drogas has tomado?
Yo bebo café y ocasionalmente alcohol. Reconozco que hay un amplio espectro de drogas aunque no se vea así. Cuando era adolescente, también fumé cannabis y eso modeló mis puntos de vista sobre la legislación referente a ello.



¿Cuando te convertiste en la portavoz de LEAP?

Me convertí en portavoz de LEAP en 2010 durante la Campaña de la Propuesta 19 en California. Soy tanto portavoz como miembro de la junta directiva. LEAP se ha relanzado ahora con nueva imagen y ha pasado a ser conocido como “Law Enforcement Action Partnership”. Nuestra misión no ha cambiado sino que hemos adoptado otras causas sobre reforma del sistema de justicia, como por ejemplo la encarcelación masiva en USA, o el asesoramiento en las relaciones entre la comunidad y las fuerzas de policía, a nivel local y otros asuntos a nivel mundial.

¿Qué dirías a los policías que están a favor de la prohibición de las drogas? ¿Cuál crees que debería ser el papel de la policía en USA y Canadá en esta crisis de sobredosis que estáis viviendo?

Ambas cuestiones se pueden responder con buenos ejemplos reales. Las fuerzas de la ley han visto el enorme aumento de sobredosis por opioides en los últimos años, como resultado directo de los mercados de drogas que carecen de regulación. Esas muertes claramente señalan fallos en el sistema actual. Algo positivo sacado de esta actual tragedia ha sido que a lo largo del país, muchos cuerpos de policía se han sumado a una aproximación -al enfoque de las drogas y sus usuarios- basada en la reducción de riesgos aunque sigan trabajando “dentro de los límites de la ley”.

La implementación de LEAD (Law Enforcement Assisted Diversion) en King County (Washington) o en Santa Fe (Nuevo México), permite a los agentes adquirir capacidades para conectar tanto con usuarios como con vendedores de bajo nivel que no sean violentos, a través de tratamiento y servicios como la búsqueda de opciones distintas a la cárcel. ¿Vemos a LEAD como el perfecto antídoto contra la prohibición? No, pero es una gran paso hacia “cualquier cambio a mejor”, que es la política subyacente en la reducción de riesgos.

LEAD se enfoca tanto en la comunidad como en el individuo con un enfoque holístico del problema complejo que es el uso de drogas, reconociendo que tanto la abstinencia como la recaída son parte de procesos más complicado que lo que se puede medir con un control regular de drogas en orina a una persona. Estas políticas coherente entre lo que es salud pública y las políticas policiales, han aumentado la seguridad pública, reduciendo tanto criminalidad como daños derivados del uso de drogas.

Y no podemos dejar de mencionar, en el momento actual, al programa con naloxona [antídoto para sobredosis de opioides] que consideró novedoso y arriesgado incluso, pero ya ha salvado más de 300 vidas. La naloxona en manos de la policía, quienes son los primeros en llegar a la escena en la mayoría de los caos. Cosas como eso, pueden ser el inicio de un cambio de paradigma -sobre la guerra contra las drogas- en la rutina de la policía.

¿Cómo cambiaría la policía en tu país si finalmente las drogas llegasen a regularse? ¿Cómo sería una “policía sin guerra contra las drogas y sus usuarios”?
Simple, nos concentraríamos -interés y recursos- en los delitos con violencia contra las personas, y delitos contra la propiedad.

¿Como es la reacción de la gente cuando les cuentas quién eres, qué hacías y que estás a favor del fin de la prohibición de las drogas?

Tenemos unos 150.000 simpatizantes que nos apoyan, así como más de 5.000 profesionales de la justicia en sus distintos ámbitos. La reacción es mayoritariamente positiva.

¿Y la de tus colegas policía?

Depende, en ese ámbito he tenido experiencias negativas y positivas.

Tengo una amiga que está planteándose ser policía en mi país y tengo curiosidad por saber qué le diría una mujer con tu historial y experiencia como consejo.

Que es un gran trabajo, pero que no es para corazones débiles. Aún así la animaría a que se hiciera policía, porque realmente nos hacen falta mujeres en la policía.

Diane, ha sido un honor y un placer haber contado contigo y tus respuestas, muchas gracias.

Muchas gracias a vosotros, y hasta pronto.

:))


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Publicado originalmente en Cannabis.es 

lunes, 28 de mayo de 2018

Una pelea interesada: THC vs. CBD

Este texto fue publicado en Cannabis.es al respecto de la falsa pelea que se pretende establecer entre los terapéutico de un compuesto del cannabis frente al otro, una situación que no deberíamos aceptar ya que ambos compuestos pueden tener un uso terapéutico o uno lúdico. La droga que para uno es un placer, para otro es un infierno. El sentido de lo terapéutico es tan subjetivo como la propia percepción.

Esperamos que os guste y os aclare las dudas al respecto.
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THC vs. CBD: falsa dicotomía.

Hace unos días mi editora me preguntó mi opinión sobre el “muro” que parece estar levantándose para separar al THC del CBD, y básicamente coincidía en dicha apreciación: es cierto que algo pasa con esos dos compuestos que no era demasiado comprensible ya que ambos compuestos son cannabinoides naturales que la planta de cannabis produce, y que para más INRI, tienen exactamente los mismos átomos -C21H30O2- prácticamente con igual colocación salvo en un pequeño detalle (que es suficiente para que el THC sea una cosa y el CDB sea otra distinta, como una mano izquierda no es igual a una mano derecha... aunque se le parece muchísimo!).

Me puse a echar un largo vistazo sobre lo que hay escrito, en concreto de unos tres años a esta parte, y he podido ver que desde que se ha dado la explosión comercial del CBD (que se encontraba sin una regulación que le afectase negativamente) se ha creado -en muchos casos de forma intencionada y tendenciosa- un artificial muro que sitúa a un compuesto “en el lado bueno” y al otro “en el lado malo”. Me explico; los vendedores de CBD en buena parte del mundo, se han apoyado en una serie de hechos para potenciar sus ventas según lo que el mercado demandase y si al mercado (por ejemplo al de USA o UK) le viene bien la idea de que el CBD está alejado de lo que es “la droga marihuana”, pues se lanza esa idea y se apoya con medias verdades.



Y estas “medias verdades” en algunos casos llegan a “mentira completa”, pero si atendemos a lo que ocurre con la publicidad de otros productos (incluidos los alimenticios, que son los más controlados tras los fármacos) no parece que lo que los vendedores de CBD estén haciendo sea peor que lo que hace cualquier otra empresa en el campo de la publicidad.

Vamos a ver algunas de esas “perlas” cuestionables sobre el CBD y el THC, y las ventajas de uno y otro, que han sido manipuladas hasta decir algo que sencillamente, no es verdad.

La primera y más notoria es que “el CBD es medicinal” y el “THC es lúdico o recreativo”, lo cual es totalmente falso. Tanto CBD como THC son compuestos activos en el cuerpo humano, independientemente de si el efecto de uno de ellos es más agradable o notorio psíquicamente para unas personas que para otras. Seguramente habrá quien piense que no quiero decir que el THC es el lúdico y el CBD el medicinal, pero no es eso: ¿qué es lo lúdico en una persona que sufre de ataques de ansiedad y le das una buena dosis de THC? ¿Ver cómo tiene un ataque más?

Seguramente, si consultas a una persona que sufre de ansiedad, huirá del THC y abrazará el CBD como vehículo para sus momentos de relax y recreativos, ya que le facilitará la relación con otros gracias a su efecto y no le inducirá paranoia ni esos pensamientos molestos sobre si te están mirando o hablando de ti, casi siempre injustificados en realidad. Lo que es lúdico para unos, puede ser un infierno para otros y viceversa.

La siguiente “mentirijilla” es una que seguramente has escuchado muchas veces ya si te has interesado por estos temas: el THC coloca pero el CBD no te coloca. Dicho así, y ya que “colocar” es un verbo que habría que definir, podría colar. Pero cuando se usan términos científicos para el asunto, la cosa cambia: el THC es psicoactivo y el CBD no es psicoactivo. ¡¡MEEC!! FALSO!!

Tanto THC como CBD son ambos psicoactivos, pero siendo dos sustancias distintas presentan efectos y farmacología distintas. El THC es el responsable de la mayor parte de los efectos psíquicos -de los que somos conscientes- cuando fumamos cannabis, y el CBD suele ser retratado como un “modulador a la baja” para el THC. Eso es en parte cierto, ya que el CBD modula el efecto del THC y lo hace “a la baja” pero para los efectos psíquicos, ya que para otros (como su capacidad anti-inflamatoria, por ejemplo) se produce una sinergia que aumenta dichos efectos únicamente medicinales, entendiéndose estos como “no psicoactivos”.

Pero mientras el efecto del THC es claro en la psique de una persona, el del CBD es más difuso y sutil. A mí me resulta fácil de explicárselo a quien me pregunta usando la “analogía del Valium”: ¿si tomas una pequeña dosis de Valium u otra benzodiacepina, te colocas?
A esa pregunta la mayor parte de la gente -que ha experimentado alguna vez dicho efecto- contesta que no, que no te colocas con una benzodiacepina y que más bien te hace lo contrario: quitarte el colocón y relajarte, a veces hasta darte sueño. Pero “colocar”, no coloca (salvo extraños casos que pueden darse en un pequeño porcentaje de la población) y sin embargo todos saben que está haciendo un efecto, y precisamente un efecto sobre su psique induciendo “calma” al acoplarse como agonistas a los receptores GABA, los mismo a los que se une el alcohol (ese que en una dosis pequeña, no nos “coloca” pero en una dosis mucho mayor puede matarnos). Si un compuesto está induciendo calma, o provocando relajación al liberar tensiones o, como ocurre con los niños afectados por epilepsias complejas como el Síndrome de Dravet, haciendo que pasen de sufrir 30 ataques epilépticos al día a estar “estables y con muchos menos ataques”... ¿podemos decir que no es psicoactivo?

Si un compuesto tiene actividad psíquica, aunque no se pueda identificar puntualmente su efecto (como ocurre con un antidepresivo, por ejemplo, que has de tomar durante muchos días para que desarrolle todo su potencial) es psicoactivo. Incluso los temibles neurolépticos -lo que le dan a quien sufre un brote esquizoforme o tiene una psicosis tóxica, por ejemplo- que son llamados “camisas de fuerza químicas” o “lobotomizadores químicos”, son psicoactivos aunque la actividad sobre la psique no resulte demasiado agradable (especialmente si buscas diversión, o colocarte).

Ya que lo de que “el CBD no es psicoactivo” es algo repetido como un mantra, quise preguntar a Hugo Madera, conocido activista hispano, director de un medio cannábico de máxima difusión desde hace lustros y un defensor de las virtudes del CBD en sus aspectos medicinales, pero también en los lúdicos y que actualmente mantiene la web CBDCANNABIS.ORG, dedicada especialmente a tratar todos los aspectos de la planta del cannabis desde el prisma del CBD.

Me confirmó que si bien “se dice que no es psicoactivo” eso no es cierto, sino que más bien parece que para que tenga una psicoactividad perceptible, tiene que tomarse en cantidades muy altas para llegar a notarse, y que se experimenta como una intensa relajación y no como un estimulante mental de tipo enteógeno como es el efecto habitual del cannabis fumado. Eso mismo me confirmaron otras personas que habían hecho pruebas con cantidades medidas (a partir de 400 mgs) de CBD, aunque una de ellas (que tiene un negocio legal de venta de comestibles con CBD en USA) en el momento en que vio que la conversación le hacía reflexionar sobre lo que había dicho de su efecto -que si bien no te ponía “high” si te daba un “efecto calmante”- y que le señalaba que si tenía efecto perceptible entonces el CBD era claramente psicoactivo, prefirió no contestar más (lo de colocarse, aunque sea relajado, en USA, está muy mal visto y los vendedores temen que les vinculen con esas ideas, así que prefieren decir que el CBD no coloca nada).

Después de esa “media verdad” de que el CBD no tiene efectos, vino la consecuencia inmediata: “el CBD es bueno y el THC es malo”. Esa idea ha sido muy apoyada por los sectores que entienden que cualquier efecto psíquico perceptible es algo con lo que hay que acabar, y aceptan que el CBD tiene un claro valor medicinal mientras se lo niegan al THC. De entrada, hablar de buenos y malos cuando nos referimos a “estructuras atómicas en el espacio” como son las moléculas, suena a chiste de locos. Ni uno es bueno y el otro malo, ni el que una sustancia tenga un efecto psíquico es intrínsecamente bueno o malo, y son divisiones artificiales que tratan de mantener el mercado del CBD lejos de la batalla “aún no del todo ganada” por la marihuana. No es de extrañar: desde hace más de un siglo llevan mintiendo sobre el cannabis, y no pueden reconocer ahora que todo era mentira sin perder todo un sector “limpio” de potenciales clientes que no quieren nada que tenga que ver con “marihuana” y sí con algo totalmente permitido.

Y esto era así hasta hace poco, cuando la DEA irrumpió en el mercado del CBD con una divertidísima ocurrencia: meter los extractos de cannabis (aparte de los realizados con su resina, que esos tienen “pena propia”) dentro de la lista I, la más restrictiva posible, y dejar a una sustancia como el CBD como “sin aplicaciones medicas con humanos” y con un “alto potencial de abuso”. Lo nunca visto. Esto lo hizo tras la recomendación preceptiva de la FDA que no quiso hacerla pública, y que VICE Magazine les forzó a entregar mediante una FOIA (Freedom of Information Act, un mecanismo que no tenemos en España por el que las agencias del gobierno están obligadas a dar la información de lo que han hecho con el dinero de todos los ciudadanos, respondiendo con los documentos de forma obligatoria, aunque cara económicamente).

El motivo de estos extraños movimientos, ya que una agencia como la DEA está hecha para “reforzar la ley” sin potestad para crearla y su acción ha generado una encendida respuesta, lejos de responder a cuestiones morales entiendo que responde a cuestiones meramente económicas. Tanto la DEA como otras instituciones de la obsoleta guerra contra las drogas, están buscando cómo mantener su trabajo y agarrándose a un clavo ardiendo -como es el hecho de incluir en la lista I una serie de compuestos y extractos de la planta- aunque según ellos, esto es sólo para poder tener un mejor control y prever las necesidades ya que no tenían un código para los extractos de marihuana, aunque sí para la marihuana y para los cannabinoides, pero de paso dejan los extractos de la planta en la más restrictiva lista.

Parece que los lobbys que se oponen a la legalización absoluta del cannabis, y en especial el farmacéutico que mientras fabricaba fentanilo, financiaba campañas contra la legalización de la marihuana, están moviendo sus hilos para que estas agencias que están quedando huérfanas y vacías de función, terminen sus días siendo colonizadas por intereses ajenos a su función, como es el caso. Poniendo el acceso a los extractos de cannabis sin THC más difícil tanto para pacientes como para productores, no están sino retrasando un poco más lo que ya parece inevitable: que a medida que el cannabis se haga más y más prevalente en la sociedad, muchos de los males para los que la BIG PHARMA ha estado vendiendo remedios (a veces mortales) pasarán a ser tratados directamente por las personas con cannabis, y eso es algo que cualquiera puede producir en su casa.

El CBD no dará dinero a la industria farmacéutica y sí que se lo quitará; de hecho ya lo estaba haciendo gracias a sus condición de sustancia legal -hasta la broma de la DEA- a diferencia del THC.

Pero todo esto es, volviendo al inicio de este texto, una falsa dicotomía en la que parece que haya que tomar partido por uno de los dos compuestos, CBD o THC, y declararse en coherencia con el compuesto. Esa es la trampa, hacernos bajar a elegir en una disyuntiva artificiosa, modulada por una historia de aberraciones morales y legales llamadas “Guerra contra las drogas y sus usuarios” y que a día de hoy seguimos sufriendo.

No piques: si tienes que elegir algo, que sea la variedad de cannabis que te sienta mejor a ti para el uso que le quieras dar.

Elige vida: elige cannabis y que no te engañen.

lunes, 14 de mayo de 2018

Karkubi, otra droga-fake inventada por la prensa.

Este texto fue publicado en Cannabis.es hace ya como un año.

Lo escribí en respuesta a otro de esos textos inventados escritos por el mayor cuentacuentos que escribe en ElMundo, Lucas de la Cal. No sé si el nombre viene de lo que esnifa porque el cerebro no lo conserva en buen estado, pero bueno, tan pronto se inventa una droga llamada "karkubi" hecha con hash y colorante rojo con pastillas machacadas, que NADIE HA VISTO JAMÁS, como te que escribe el relato más emotivo de lo de la pelea en el bar de Alsasua, por supuesto poniendo como héroes a los guardias civiles y sus señoras. Un mercenario todo-terreno de la pluma, este Lucas.




Hace unos días he visto que volvía a salir en la tele (incluso en RTVE) informaciones de una banda que falsificaba recetas de benzodiacepinas para venderlas en Marruecos, pero no existe ninguna drogas que cause ningún efecto distinto al del Valium que se toma tu madre para relajarse y dormir.

Todo falso, pero eso cuando se trata de drogas o de expandir la drogofobia, a la prensa nunca le ha importado. Y la dignidad de quien escribe, se compra con dinero en este caso.

No creáis nada de lo que leáis sobre el "karkubi" (pastilla en dialecto dariya en Marruecos), porque sólo podréis encontrar periodistas mintiendo o periodistas dando por buenos -como fuentes- a otros periodistas. Todos colegas apoyando la misma versión, porque vende mucho.

Lo dicho, han dejado su dignidad en el mismo lugar en el que abandonaron la verdad.

Esperamos que os guste y os sirva en este montón de mierda informativa.

Drogoteca.

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Karkubi.

Acabo de llegar de Marruecos (menos de una semana) y según estoy aún aposentando mi culo, me envían el enlace del nuevo despropósito informativo -conjunto de hechos ficticios mezclados con algunos reales y aderezado con las invenciones del autor- del inefable y desgraciadamente ya conocido por los mismos motivos, Lucas de la Cal.

El autor -por llamarle algo- es un cuentacuentos que trabaja para el grupo ElMundo, y que ha escrito páginas tan memorables (para el humor y/o la vergüenza periodística) como aquellas en las que decía haber contactado con “los camellos de la Burgundanga” a pesar de que jamás han existido semejantes entes, ni existe dicho mercado. Luego continuó con el falso relato de “su noche tomando burundanga con una amiga (¿médico?) que le controlaba” y que es un canto al despropósito absoluto, empezando por la imagen con la que quiere dar cierto cuerpo de veracidad a la sarta de mentiras inventadas que vomita: una foto en la que dice mostrar en su mano una “dosis de menos de 5 miligramos de escopolamina”, pero donde cualquier ojo entrenado (en cantidades y pesos a ese nivel) puede observar que hay casi un cuarto de gramo, 250 miligramos.


Esto son "menos de 5 miligramos" 
para dicho cuenta-cuentos de ElMundo, 
Lucas "el de la Cal".


Y la nueva entrega, de los cuentos fantásticos sobre drogas y terrores nocturnos varios de Lucas de la Cal, es “Karkubi, la pastilla roja española que excita a los marroquíes”. Nótese el intencional uso de las nacionalidades en el título, que tanto excita a la gente de ElMundo.

El cuento.

En esta ocasión, volvemos a tener la mayoría de los elementos típicos en las narraciones sobre drogas de la prensa generalista, donde se incluyen actos inventados y sin prueba alguna que hablan de horribles automutilaciones (un clásico) o agresiones brutales sin motivo alguno. Recuerden aquí el caso en que un enfermo mental arrancó el rostro de un mendigo, y que sirvió para la demonización mediática de las “bath salts” (penoso término que no define nada) en USA: cuando fueron a buscar en la sangre del atacante esa droga que le había convertido en caníbal y en un zombi resistente a las balas, se comprobó que no había droga alguna. Pero la contra-narrativa no suele tener la fuerza de la narrativa inicial, y ese hecho queda relegado al olvido (especialmente de los periodistas que escriben sobre drogas).

Tenemos también un nombre exótico como “karkubi” (que no es creación del cuentacuentos, sino anterior, pero que como no hablamos “Dariya” -el dialecto del árabe marroquí- pues la mayoría no podrá cuestionarlo) que tampoco representa nada en concreto, ya que sería como decir en nuestro idioma “una pastilla” o “una raya”, lo que para nada define la sustancia de la que se pretende hablar. 

En este caso, se nos presenta el asunto con un sugerente recordatorio: la pastilla roja, lo que resulta muy “Matrix” y es una invención pura y dura. No existe ninguna “pastilla roja” en circulación en el mercado de drogas de Marruecos (luego explico lo que hay), pero la idea de una pastilla roja resulta mucho más sencilla de retener que el exótico nombre en Dariya.

Y por último, un hecho con cierta base real que pueda ser desfigurado lo suficiente como para que encaje y hacer de dicho “totum revolutum” un cuento que sea pedagógico y educativo CONTRA las drogas: que dé miedo y aporte confusión en lugar de información. 

En este caso, el hecho usado para rescatar el viejo nombre de “karkubi”, pintarlo con colorante rojo e inventarse un falso laboratorio en Fnidek -nombre marroquí de “la ciudad” que cita, a 2 kms de la frontera de Ceuta- dirigido por un niño, es tan sólo que parecen haberse dado cuenta de que hay personas que falsifican recetas, sacan medicamentos financiados por el sistema nacional de salud, y los venden en el mercado negro. No parece nada nuevo, ni un gran descubrimiento, pero con la publicidad e invenciones adecuadas... ¡lo tiene todo!

La realidad.

En Marruecos existe un fuerte mercado de benzodiacepinas, abastecido por su propia farmacia, por la francesa, la argelina, la italiana, la española y todas las que le caigan cerca. Es muy común que haya “mulas” que bajan a por hashís a Marruecos y que, como parte de los bienes con los que realizar el intercambio por el producto deseado, llevan unas cajas de Valium o de Trankimazin. 

¿Por qué cito esas dos marcas en lugar de sus principios activos? Porque en una población que tiene más de un 75% de analfabetismo, la cosa no da para más que para guiarse por el nombre de las marcas y, para no ser engañado en la compra, procurar comprar siempre con el blíster que demuestre que es el compuesto deseado.

Dicho de otra forma: por una caja de Valium puedes fumar hashís una semana entera, pero no les des una caja de “diacepam”. Igualmente ocurre con el “Trankimazin”: mientras que la pastilla de 2 miligramos -el típico “ladrillo blanco”- se paga en el mercado negro a 5 euros o 50 Dirhams (puedes encontrar una pensión cutre donde pasar la noche por ese precio) no les des una caja de “alprazolam”, porque aunque sea lo mismo, no tiene el mismo valor en el mercado ya que la gente no lo reconoce como tal. El precio puede resultar bajo a nuestros ojos, pero no lo es a los ojos de quienes consumen dichas drogas.

Karkubi es el nombre genérico para referirse a los somníferos y ansiolíticos de tipo benzodiacepínico, y no el nombre de ninguna droga nueva, moda, ni pastilla roja existente, y confirmo hace horas la información con 2 marroquíes: el presunto periodista toma el nombre genérico para decir “pastilla para dormir” como si fuera “una preparación en concreto”, e inventa toda una trama alrededor.

Lo más curioso del asunto -a mi juicio- es el apetito que parecen tener los marroquíes por las benzodiacepinas, que si bien son drogas adictivas como otras muchas, su deseo por ellas supera a su deseo por otras drogas clásicas como los opiáceos (disponen de opio y paja de adormidera barata en todas las ciudades) o la baratísima cocaína que está entrando por toneladas en África y que, para llegar a Europa, ha de cruzar desiertos y países provocando hechos como que en Tánger se pueda comprar cocaína -de alta calidad- por menos precio que en España, lo que hace tan solo 5 años era algo impensable. 

Mi hipótesis al respecto de estas farmacófilas preferencias, y atendiendo a las peticiones sobre drogas que me hacen mis conocidos y amigos, es que la restricción que han sufrido sobre el alcohol (de forma cultural y religiosa) hace que los agonistas GABA -como son el etanol y la benzodiacepinas- les resulten especialmente interesantes

Si pregunto a un usuario de drogas marroquí qué querría que le trajera de España, me diría -de hecho, me dicen- que quieren botellas de alcohol, o benzodiacepinas. Ni MDMA, ni anfetamina, ni LSD, ni ninguna otra cosa: alcohol y pastillas.

El fenómeno relacionado con ese consumo, que sí existe pero no es nuevo, es similar al que se pudo ver en los 80 en España, cuando se mezclaban esas mismas drogas (benzodiacepinas) con alcohol en entornos de marginalidad y en asociación con delitos. Y sin embargo, ese mismo “Trankimazin 2 mg Ladrillo Blanco” que se paga a 5 euros en Tánger o Rabat, vale 1 euro en el mercado negro de cualquier ciudad española

De hecho, se suelen vender a ese precio en los puntos de venta de heroína y cocaína, para los fumadores de base de cocaína que no quieren tomar heroína, pero necesitan bajar la atroz ansiedad que produce el consumo de esa droga con algún fármaco que no sea alcohol. Pero en nuestra cultura, parece que no hay interés especial por estas drogas, precisamente porque ya tenemos incorporadas otras drogas que hacen lo mismo: en nuestro caso, el alcohol, que como las benzodiacepinas es un ansiolítico y agonista GABA.

Como digo, no existe ninguna “pastilla roja” en el mercado de drogas de Marruecos y aunque la hubiera, nadie compraría semejante invento: los yonquis de la calle suelen tener bastante más cultura farmacófila que los cuentacuentos de ElMundo. No existe ningún laboratorio en Fnidek, no hay ningún menor mezclando benzos y hashís con colorante rojo, y lo que resulta más evidente: en el pueblo (no llega a ciudad eso, y tengo decenas de amigos allí) más señero del tráfico interfronterizo entre Marruecos y España, donde se encuentran posicionados la mayoría de traficantes de grandes cantidades de hashís (sección transporte a península) nadie tendría una maquina de hacer pastillas, porque eso en Marruecos te supone una problema legal mayor y peor que el que te cogieran en una casa durmiendo sobre una tonelada de hashís (tengo un amigo que cumplió prisión, por ese mismo hecho).

Vamos, que el presunto negocio no renta ni en broma, y solo resulta creíble en el caso de que el lector no tenga conocimientos para cuestionarlo en su veracidad. Por cierto, que no sé si han reparado en ese detalle: nos cuentan como hacen todo el proceso de “la pastilla roja” pero se les ha pasado por alto la parte en que necesitas una maquinaria especial para la elaboración de comprimidos. Lo de tener a un menor de edad al cargo, ya resulta de chiste cuando pretenden pintar el simple “pitufeo” de pastillas hacia Marruecos como una mega operación empresarial.

En Marruecos -como he visto en las más de 20 veces que he ido- lo que sí puedes encontrar son esos mismos fármacos (vendidos en farmacias españolas entre otras, europeas o africanas) con recetas verdaderas o falsas. Pero ni los muelen, ni los mezclan con harina, ni con hashís, ni con colorante rojo (eso es parte de la “”leyenda de prensa de las primeras veces que se tocaba este tema), porque directamente destruirían el valor de los fármacos: nadie compraría una pastilla desconocida y fabricada en una casa, teniendo un mercado negro tan bien abastecido de especialidades farmacéuticas. 

Es todo una patraña enorme, como las que nos tiene acostumbrados la prensa de ese grupo editorial, y con un claro enfoque alarmista, amarillento (a pesar del color rojo de la inventada pastilla) y que vuelve a situar a su autor como la mayor cloaca de desinformación en prensa generalista sobre drogas.

Pero en este caso, ha ocurrido algo extra que nos permite ofrecer una reflexión más. Buscando por Twitter quienes estaban dando difusión a semejante sarta de mentiras, me encuentro una cuenta de un presunto neurobiólogo, que lo está difundiendo con su comentario extra: “drogas para destruir el cerebro y las sociedades”. 

Le interpelo y le digo que, si tiene formación en ciencia, no debería difundir desinformación y tonterías, y su respuesta es acusarme de estar defendiendo “mis máximos intereses” y que si quiero que “juegue con mi vida pero que no engañe a otros”. 

Aclaro al tipo que mis intereses están en que se informe científicamente y no se desinforme sobre drogas, y me responde que “conoce casos de recetas falsificadas para eso”. El “eso” no sé que cree que es, pero recetas falsificadas, conocemos todos y no es por una mega-red que fabrica una droga inventada por una cuentacuentos. Que se falsifican recetas, no da veracidad a nada salvo a eso mismo y punto.

Poco después su discurso empieza a cantar a “caldofrán del viejo”, a eminencia que reposa cómodo en sus certezas axiomáticas (y prominente posición) y me suelta que: “desprecia a las drogas” y que “sólo le interesan como problema social y de esclavitud”. 

Bueno, para muestra un botón y ahí está. Lo de despreciar cosas que son inertes, es una actitud curiosamente esquizofrénica en una mente científica (tampoco quiero inferir que este tipo la tenga). 

Es como despreciar la aspirina porque puede matar, el motor de vapor porque se usó en maquinaria de guerra, o Internet porque es una herramienta susceptible de ser usada para delinquir. Es falta de luces y de reflexión sobre lo que se pontifica, normalmente desde el desconocimiento más absoluto. 

Cuando hago notar al personaje que hablar de “las drogas” -como clasificación de ciertas sustancias- es ya algo totalmente acientífico, el tipo salta a una posición peor y más ridícula: dice que se refiere a las “drogas de abuso”. Como eso tampoco es una clasificación válida, le he propuesto que encuentre un término que le valga para señalar todas esas sustancias que odia, a ver si es capaz, ya que tiene todo tan claro al respecto.

La última perla que me ha dejado, es que entre “las drogas” él no incluye al alcohol (hombre, mira tú) y que "el volumen necesario para considerarlo “roga es enorme". Las dos afirmaciones ya desacreditan al interlocutor por completo para hablar de este tema, mostrando una parcialidad basada en criterios que nada tienen que ver con la ciencia y sí con la moral e intereses (del lobby del alcohol, en nuestro país nada despreciable) de un sector económicamente muy potentes, tanto que reciben -los fabricantes de alcohol, que no es droga- medallas por parte del Plan Nacional Sobre Drogas en nuestro país.




Pero no dejaba de preocuparme que un presunto científico fuera dándole pábulo a las mentiras de un medio de prensa, y más cuando son tan evidentes. Así que hice una búsqueda sobre el sujeto, de nombre Fernando de Castro Soubiret, y encontré que tiene un impresionante currículum en algunas áreas de alta especialización, con becas de esas de alto nivel (cobrando pastaza) que se gestan en los departamentos universitarios de los amigos y familiares, ya que de casta le viene al galgo. 

Muy especializado en cuestiones que nada tienen que ver con drogas (en el sentido común del término) pero que a pesar de esa especialización en un área que es ajena, es una de esas personas cuya formación sí le permitiría poner en duda la penosa información sobre drogas que se ofrece en ese texto y en otros del mismo autor.

¿Qué hace una persona que podría cuestionar todas esas tonterías dándoles pábulo en lugar de -públicamente- denunciarlas? Pues dar rienda suelta a sus convicciones morales, a sus creencias y alejarse (al abrir la boca) de todo aquello que huela a ciencia. 

Lo más triste, es que este caballero es un investigador que trabaja sobre enfermedades que se podrían beneficiar de muchas de esas sustancias que él califica de “drogas de abuso” excluyendo al alcohol (que de eso no se abusa según él), y que con semejante sesgo mental (casi “punto ciego”) a la hora de abordar temas que desconoce profundamente, deja claro que aunque tuviera la solución al mayor problema médico de la era delante de sus ojos, si dicha solución implicase tener que abrirse al conocimiento y abandonar las posiciones de su religiosa creencia contra las drogas, podría morirse la humanidad entera antes de que él lo viera: el fruto de sus trabajos, contendrá el sesgo que su mente imprime a lo que ve. Y eso es una limitación, triste y vergonzante para un presunto científico.

La desinformación sobre drogas y la drogofobia en los medios fueron institucionalizadas con el Pacto FAD hace ya lustros y, como podemos observar, han afectado a toda la sociedad llegando incluso a crear monstruitos dogmáticos -como el ya mentado- capaces de bloquear sus conocimientos de ciencia, con tal de no crearse disonancias cognitivas que les sitúen en la incómoda duda.

Después, un poco más de búsqueda sobre el sujeto me terminó de aclarar por qué no conseguiría hacerle razonar, y mucho menos retractarse de su comentario alabando semejante basura de artículo inventado. Y es que -el caballero- también escribe artículos en medios generalistas y, entre bomberos, es mejor no pisarse la manguera, que comen de la misma mano... ;)

Si quieres seguir publicando y cobrando, no te salgas del discurso editorial ni critiques lo publicado, ya sabes: no quieren periodistas sino mercenarios.



martes, 5 de septiembre de 2017

Profesionales de la salud y drogas.

Este texto sobre profesiones sanitarias y drogas fue publicado en la revista VICE. Esperamos que os guste y que os deje claro que los que más drogas toman son esos profesionales de la salud... "ajena".

Aquí el que no corre vuela, nadie vuela recto, y pájaro que no vuela... a la cazuela!!

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Profesionales de la salud y drogas.

No olvido -ni creo que nunca lo haga- la cara, el cuerpo y la voz del primer “practicante” (como se les llamaba en los 80) que conocí. Se llamaba Carmelo. Su nombre en mi casa era la representación del terror hecho chuta. 

Todavía no se debía estilar mucho lo de las jeringuillas desechables de un solo uso, porque no sólo llegaba a tu casa una especie de ogro enorme y calvo, con una voz gutural como el eco del infierno, sino que tenías que pasar el trance de ver cómo se preparaban los instrumentos para tu tortura. Ahora suena raro eso, pero antes veías como esterilizaban la jeringuilla de cristal y las agujas ya clavadas en otros con alcohol ardiendo en un recipiente....




Ese ritual, el ogro Carmelo, el olor a alcohol caliente, la visión de la aguja, tus padres sujetándote y tú gritando como un poseso para que al final te trincasen bien (era un mierdas de 5 años, uy si no....) y te metiera una banderilla -con mucha malaostia- un tipo que era el que pinchaba a los militares y a los pobres seres humanos que eran forzados a hacer el servicio militar obligatorio o "mili" (a la que yo fui insumiso).

Creo que si no me gusta mucho pincharme drogas, cuando no tengo reparo alguno en tomarlas por otras vías, responde a criterios de “esterilidad y pureza” de las drogas pero también a un cierto miedo incrustado en el desarrollo y la infancia. No me gustan las agujas, me recuerdan a Carmelo, y me asusto. Así de triste infancia, sí. 

Como Carmelo se convirtió en un recurso usado en mi casa de forma rutinaria (desde un aceptable “si no te tomas la medicina, vendrá Carmelo” hasta un chantajista “si no te tomas la sopa te pondrás malo y vendrá Carmelo”) pues es un personaje que en cierta forma seguí. En el barrio no somos muchos y nos conocemos todos, así que años después, en plena “new wave prohibicionista de la heroína como droga lúdica” en la que palmaron tantas personas en España, supe que era un tipo muy cotizado. 

Cuando hablaba con los colegas, consumidores de heroína con 13 años y mencionaba a Carmelo (que era conocedor de casi todos los culos y brazos de mis colegas) había un curioso silencio en el aire y alguna que otra bala perdida en forma de risotada. 

El tipo era un crack en esto de ponerte unas flautas de coca y caballo acojonantes, con la “seguridad añadida” de un profesional de la salud, y asegurándote higiene y nada de marcas jodidas de explicar.

Contactar con él para esos servicios, requería de un nivel que yo por aquel entonces ni tenía ni aspiraba a tener, pero era el enfermero que ayudaba a drogarse, con cuidados propios de un profesional, a muchos yonquis de los que puedes imaginar con esa palabra, y a otros que no imaginas. A la vez que se hacía sus extras con la peña, llevaba el “mantenimiento” de algunos “eliteyonquis”, profesores de la Universidad y médicos del Hospital Clínico. 

Era un tipo discreto, que había visto mucho y conocido mucho. Era esencialmente pragmático: él ganaba un dinero por sus servicios y prestaba una atención de calidad sanitaria. Posiblemente la primera persona de mi vida que estaba implicada en Reducción de Riesgos en drogas, aunque el término no debía ni existir en aquella época.

Si él consumía o no drogas de alguna clase, es algo que creo que nadie sabe a ciencia cierta, pero que las conocía todas mejor que los propios médicos -bastante torpes a la hora de gestionar sus hábitos- era algo aceptado por todos los que le conocían. Pocos doctos doctores contradecían una opinión de este enfermero.

Dentro del área de consumidores de drogas en las profesiones sanitaria, tenemos algunos curiosos grupos, que en cierta forma tienen que ver con el contacto (accesibilidad) a las drogas usadas. Los menos yonquis -por decirlo de alguna forma- son el grupo de podólogos, terapeutas ocupacionales, fisioterapeutas y psicólogos clínicos. 

En principio, ninguno de ellos tiene acceso a las drogas que usen sus pacientes o a un almacén, por la actual ley al respecto. Los terapeutas ocupacionales y los psicólogos pueden tener un mayor contacto con población consumidora de droga, e incluso supervisar sus consumos en un lugar concreto, como una “Sala de Venopunción Asistida” o en una casa de acogida dentro de un modelo de “contexto de baja exigencia” en el que se tolera el uso de drogas dentro de ciertos parámetros, como forma de poder actuar -en otros campos- sobre la persona y su salud biopsicosocial. No son de los más yonquis, pero sí de los más tolerantes.

Ascendiendo un poco, encontramos a los enfermeros. En este grupo se nota mucho la especialidad de cada uno, y es probable que uno de enfermería pediátrica no recuerde ni qué es la codeína ni para qué se usa, mientras que los de oncología e intensivos, saben administrar microdosis de las drogas más pintorescas por las vías más raras, con gran maña para revertir depresiones respiratorias a tiempo. 

El roce hace el cariño, y en este grupo tengo grandes amigos que también prestan servicios (no tan profesionalmente como Carmelo en los 80) con sus artes en poblados y casas, porque además de enfermeros son consumidores. Muchos no consumían en inicio drogas sacadas de su trabajo, sino que el hecho de saber inyectarse y de tomar drogas por otras vías, les llevó a ello. Y son enfermeros en activo, que hacen correctamente su trabajo en el hospital o clínica. Como otros muchos, si les cae algo interesante que tomar en sus manos, se lo cogen para “investigación personal”. 

En este punto quiero citar a un gran amigo que, conocedor del propofol y de su capacidad para inducir sueños de tipo erótico y muy placenteros, estuvo a punto de matarse y hubiera sido el primero en España imitando a Michael Jackson. Le pude detener justo antes de que diera el paso, razonando con él por internet, haciéndole ver que si se clavaba la chuta sin alguien consciente controlando, lo más probable era que muriese. ¡¡Le podían las ganas al muy cabrón!! Ciertamente, yo también tengo ganas de meterme propofol, pero con un anestesista al lado (los mejores gestionando drogas, con la vergonzosa excepción del yonqui Maeso), mucho mejor.


El yonqui Maeso que contagió la hepatitis C 
a cientos de personas, 
por pincharse primero él con los opioides 
y luego a sus pacientes, en un hospital público... 


Luego están los farmacéuticos, que tienes de los dos tipos: los que no se drogan o los que se lo comen todo. Intercambio “regalos” con “farmas” de todo el continente, y son buenos profesionales con formación para elegir con cabeza. No he conocido a ningún farma que acabase por el mal camino y “con la incapacidad” por consumo de drogas o de alcohol (otro clásico de la medicina). Son grandes educadores, al mismo tiempo, que deberían ser más escuchados por la clase médica.

Y llegamos al top de los grandes: los que tienen el poder:  los médicos. También se podrían repartir en especialidades, pero sin embargo en estos el vicio es bastante transversal. El hecho de poder disponer de recetas que no levantan sospecha alguna para los fármacos no estupefacientes (de receta normal) y de poder usar también, como médicos, los estupefacientes disponibles, les da acceso a morfina y opioides a tutiplén, a estimulantes como el metilfenidato o la dextroanfetamina con lisina que ahora han introducido de nuevo en el mercado (Elvanse) y a todo lo que puedan coger de la farmacopea legal. No me extraña mucho que tengan tanto vicio los cabrones, tras haber leído a Escohotado contar como la mayoría de grandes médicos anteriores a la prohibición de las drogas, eran generosos consumidores de las mismas (de los de 5 gramos de morfina por vena al día) sin que esto les supusiera ningún problema para el ejercicio ni un estigma que les apartase de su trabajo.


Aquí un honrado anestesista, 
no un yonqui de esos que pueden hacerte algo 
y pegarte el SIDA si te escupen... :P


Un conocido psiquiatra de mi ciudad consume una caja diaria de metilfenidato, que compra en mi misma farmacia. ¿Consume? 

Teniendo en cuenta que se cotizan bien esas pastillas por los estudiantes de la ciudad, no creo que se coma 30 pastillas cada día, pero compra una caja diaria. 

Lo que no es sencillo es ver psiquiatras en ambientes más marginales como las casas o los poblados. Tampoco médicos en activo, que suelen ser atendidos en los puntos de venta de droga más selectos de la ciudad (especialmente cocaína pero también heroína) de la misma forma que cuando “algunos del ayuntamiento” se quedan sin farlopa: la casa se cierra poco antes de su llegada y se le atiende sin que nadie le vea. Normalmente de madrugada. Si alguien viera o dijera algo, por ver entrar a un médico de noche en una casa, siempre puede quedar cubierto como una urgencia que tuvo que atender. Pero la realidad es que finalmente se sabe quienes son, porque cuando la urgencia te empuja a tener que pillar a las 4 de la mañana y no esperar que algún “tele-droga” te lleve el tema a tu casita para no dar el cante, es que empiezas a estar algo pilladete... amigo médico.

Son estos últimos los más reticentes a aceptar su contacto con drogas, legales o no. El estatus social se lo pone más difícil. Recuerdo a mi psiquiatra, fundador de Alcohólicos Anónimos en mi zona, al que le gustaba el whisky cosa mala y me quería enseñar a beberlo, para que no tomase opiáceos. Cada maestrillo con su librillo, ¿no?

Además pude conocer por él -sin nombres- el historial de muchos profesores y médicos que él supervisaba por razones legales

No olvidaré el día que me dijo, charlando de cultivo de cannabis, que cierto médico tenía una habitación de casa llena de focos y marihuana. Le contesté que no era un mal hobby. Me dijo que en la habitación de al lado, coleccionaba bragas usadas, juguetes sexuales usados por prostitutas y armas blancas usadas en crímenes

Le pregunté cuál era su especialidad: 
bioética, contestó con una sonrisa giocondesca...