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lunes, 16 de febrero de 2015

Holanda y el cannabis: la rebelión de Heerlen

Este texto fue publicado en la Revista Yerba.
Esperamos que os guste.

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Amsterdam se rebela.



Amsterdam... ¿qué te dice la palabra cuando la escuchas?

A la mayoría de nosotros, la alusión a Amsterdam es la alusión a un reino mágico donde las leyes de un mundo que no era capaz de entender algo tan inofensivo como el cannabis se veían hechas papel mojado. Es la ciudad de los sueños para muchos, donde incontables (cada vez menos) coffee-shops ponían a tu disposición las más exquisitas variedades de marihuana y de hashís, a precios también bastante exquisitos. De hecho esto era algo que pasaba en todo Holanda, prácticamente hasta hace pocos años. 

Otras ciudades, fronterizas con países donde la adquisición y tenencia de cannabis no está tolerada, tenían el mismo sistema implantado y servían de mercado de abastos para todos los fumadores de las zonas cercanas. Fue así hasta que la presión política internacional hizo que empezasen a cambiar las cosas a peor, y las exigencias al gobierno holandés hicieron de lo que había sido una buena política de drogas, una extraña situación con grandes diferencias en las distintas ciudades del país.





¿Cómo se gestó todo esto? ¿Por qué Amsterdam es distinto?
En los finales de los años 60 en Amsterdam y otras ciudades se desarrolló el movimiento Provo, que era una respuesta contracultural no violenta a un sistema opresor. Las influencias de los Provo venían desde el anarquismo al dadaismo pasando por el Marqués de Sade o Marcuse.

El panorama entonces no tenía mucho que ver con el actual, porque aún no se había establecido una guerra abierta (como fundó Nixon) contra las drogas, y aunque existían leyes, buscaban más evitar el gran tráfico y la delincuencia asociada que criminalizar al individuo, pero la tendencia estaba en cambio. Una de las grandes acciones que los Provos hicieron fue la de provocar a la policía y conseguir que les arrestasen por fumar té, manzanilla, heno, o cualquier hierba legal para demostrar la absoluta falta de conocimiento de los legisladores sobre el tema del cannabis. Y lo consiguieron: consiguieron arrestos que tenían que ser desechados por no haber cometido ningún delito con la consiguiente vergüenza para las fuerzas de la policía, que realmente no tenían ni puñetera idea del tema. También fueron los primeros en abrir un lugar que vendía marihuana, conocido como “Afrikaanse Druk Stoor”.

En los años 70, algunos responsables de grandes salas de conciertos y discotecas, empezaron a encargar de la venta de drogas a personas de confianza, para evitar problemas con material adulterado, de baja calidad y mejorar la experiencia del cliente que acudía, siempre, a disfrutar de la libertad reinante.

Los ciudadanos de Amsterdam, así como sus autoridades, se dieron cuenta de que el modelo era menos malo que el de tener “camellos callejeros” aunque resultaba obvio que no era algo legal, pero que resultaba preferible. Así fue calando la idea de que un cierto control y permisividad con drogas que no eran especialmente peligrosas o dañinas resultaba beneficiosa para toda la comunidad. Amsterdam ha sido un puerto de importancia mundial, y a lo largo de su historia han conocido las prohibiciones y gravámenes que han estado ligados a las drogas (café, té, tabaco, cannabis, opio) pero al mismo tiempo, su privilegiada situación en el comercio naval del planeta, les abastecía con una gran variedad de bienes extranjeros.

Esa historia de contacto con personas de otras culturas a través del comercio naval, tiene buena parte de la responsabilidad de que Amsterdam sea distinta, una ciudad con espíritu propio y del que se sienten orgullosos sus habitantes, con toda razón.


Tiempos modernos.

Hemos vivido décadas con el modelo holandés para el cannabis funcionando sin dar problemas, y con claras muestras de que su política de drogas era la mejor del continente europeo y, en algunos momentos, del mundo entero. Todos los que hemos viajado a Amsterdam sabemos que comprar marihuana o hashís, o incluso fumarlo tranquilamente en la calle, no genera ningún problema con la policía. De hecho, el cambio tuvo que ser intenso para el cuerpo, porque ahora mismo su reacción ante las drogas mientras sean en cantidades de consumo y no de tráfico, es nula. 

Cuando paseas por los canales de Amsterdam, no ves venir muchas veces a la policía porque se desplazan el bicicleta. Hace años pude comprobar, con unos amigos ingleses, cómo esto era así: paseando iban a tomarse un par de pastillas de MDMA y en el momento en que el que las llevaba sacó la bolsa con ellas, un policía en bicicleta torció la esquina y les pilló en el acto.

Ellos se asustaron, porque en cualquier país eso sería un problema. Pero el policía sólo quería comprobar que esas pastillas no eran para la venta y que lo que había podido ver no era un intento de venta. Comprobó los pasaportes, nos preguntó qué hacíamos y para qué eran las pastillas, y cuando se vio satisfecho comprobando que no éramos más que turistas disfrutando, nos devolvió las drogas y se marchó dándonos los buenos días, y aconsejándonos dejar en el hotel lo que no fuéramos a consumir en el momento, para evitar problemas. ¿Un policía devolviéndonos las drogas que nos ha pillado y deseándonos un buen día? Sí, eso es Amsterdam.

Cuando volví al hotel, yo solo porque mis amigos se habían ido de fiesta en pleno subidón del MDMA, tuve la oportunidad de hablar con la encargada del mismo. En realidad el hotel era un cubículo, bien acondicionado pero sin ningún lujo, donde la gente pagaba por estar en pleno Red Light District o Barrio Rojo e iban a fumar cannabis con la libertad que no tenían en sus países de origen

Le conté mi reciente experiencia con la policía, y cómo me había sorprendido que, tratándose de drogas distintas a las vendidas “legalmente” en los lugares permitidos, nos las devolvieran y no supusiera un problema para nadie, hecho que en mi país hubiera acabado con una mala tarde para los intervenidos.

La mujer, una señora de cerca de 60 años, cansada de ver fumetas y más fumetas todos los días en su trabajo (dudo que viera alguien que no fuera un fumeta empedernido, como poco) tuvo la amabilidad de explicarme que los ciudadanos de Amsterdam se sienten tremendamente orgullosos de una palabra que consideran que les define: TOLERANCIA.





Ellos no aspiran a que todo el mundo viva de acuerdo a sus normas, sino a que todo el mundo pueda convivir sin tener que regularse constantemente por legislación impuesta, cuando es algo innecesario. Me explicó que ellos conocían el cannabis muy bien, y que como yo mismo podía observar en el Barrio Rojo, los problemas que se veían no eran por consumo de drogas ilegales sino por consumo de alcohol. Era cierto: los únicos gritos, movimientos bruscos, algaradas y jaleos que se escuchaban en aquellas calles, eran hordas de guiris (de todos los países) que se movían en manadas y que bebían más que hablaban. El triste espectáculo de ver a una piara de 10 borrachos de un mismo grupito haciendo cola para poder entrar unos minutos con la prostituta más llamativa de la zona, mientras lanzaban gritos jaleando a quién ya había accedido a la copula -previo pago- con la meretriz deseada. No eran los porros, era el alcohol. Muy cierto.

Me explicó lo que ya sabíamos por lo que leíamos del allí: que la tasa de consumo de drogas y alcohol en la juventud de su ciudad era mucho más baja que la de cualquier país, y que eso mostraba como una “política de tolerancia” en la que se obviaban algunas leyes para hacer más fácil la vida de las personas cuando no había daños a terceros, era la opción más inteligente. Pero no sólo en el cannabis, sino en otros muchos aspectos también. Así, en aquel momento, se podía comprar 2C-B en el mercadillo de flores (por ejemplo) y otras drogas hoy prohibidas en la Smart-Shops que había por toda la ciudad. Y lo hacían con publicidad, no se escondían, y te informaban adecuadamente sobre la sustancia, dosis, usos y efectuaban una labor de reducción de riesgos en el consumo de drogas que, realmente, es impensable en los camellos instalados en el mercado negro. Y eso repercutía positivamente a la hora de tratar con los problemas que se pudieran derivar del uso de drogas, abordados lejos de un enfoque criminal.

Eso resultaba fácil de comprender cuando se trataba de drogas que aún no habían sido prohibidas internacionalmente, como ocurrió con la MDMA hasta que se prohibió, o con la 2C-B y otras sustancias de nuevo cuño. ¿Pero cómo podía Holanda saltarse los tratados firmados sobre drogas a nivel mundial? No lo hacían.

Las mismas leyes que regulan el cannabis en España están vigentes a nivel nacional en Holanda. Existe una prohibición sobre la sustancia y su producción no destinada a usos médicos o científicos, pero sin denunciar esa ley, los habitantes de la tolerante Amsterdam prefirieron, dentro del marco de las competencias locales que la estructura legal en el país les otorga, enfocar el asunto de otra forma. Respetarían la prohibición internacional y no serían productores de cannabis, pero no castigarían la tenencia de pequeñas cantidades destinadas al consumo personal. Al mismo tiempo decidieron no perseguir la venta de esas pequeñas cantidades, y fijaron unos límites en los que no les interesaba actuar, porque los costes eran mayores que los beneficios.

De esos límites se extrapolaron las “leyes no escritas” que regían los puntos de venta o Coffee-Shop, por los que si no querían ser acusados de tráfico, no podían superar la posesión de cierta cantidad (en aquel momento eran 500 gramos) y las ventas no podían superar los 5 gramos por persona y día, pero sin que existiera una fiscalización real del asunto. Dejaron rodar la pelota y se terminó consolidando el sistema, que prácticamente sacaba a los usuarios de cannabis de todo contacto criminal, y siendo la droga ilegal más consumida resultó ser un acierto. Pero las leyes nacionales, de aplicación sólo donde otras locales no las suavizaban, siguieron vigentes con la prohibición en los mismos términos que otros países firmaron en su día.

Como yo le comenté a mi interlocutora, existía una cierta doble moral en esa forma de proceder ya que si resultaba mejor no prohibirlo, mantener una prohibición a otros niveles superiores era algo obviamente errado. Me dio la razón, pero me volvió a recordar la importancia de las decisiones locales en su país, donde la democracia se vive de otra forma y se respeta con tolerancia al diferente y al discrepante.


La situación a día de hoy.

La realidad del comercio de cannabis en Amsterdam tiene un fallo principal: las leyes no permiten el cultivo y producción, por lo que la sustancia debe llegar a los puntos de venta sin un camino legal, ya que no existe. De esa forma llegan variedades de hashís de distintas partes del mundo (a través del narcotráfico) y existe una demanda de marihuana que se abastece desde distintos puntos de Europa, siendo España uno de los más relevantes con grandes cultivos que están destinados a abastecer aquel mercado, sin que se desvíe ni un gramo en el lugar de producción, por razones de seguridad y por razones de precio: esa legalidad mixta hace que los precios allí sean más altos que en otras partes de Europa.

Tuve la ocasión de preguntar a un par de encargados de Coffee-Shop cómo hacían, ya que resultaba obvio que en una mañana, en muchos de ellos, se vendía más de medio kilo de yerba. Muchas personas van a desayunar y a la vez a coger su cannabis como quien compra tabaco en España y las cuentas no salían. Así me explicaron y pude observar, como el abastecimiento de esos locales está asegurado y a un ritmo constante: pude observar como en uno de los locales mejor situados del Barrio Rojo se recibía cada 3 horas la visita de un coche de alta gama, del que bajaba un hombre con un paquete (sin el menor intento de esconderlo) y entraba al establecimiento, lo entregaba al camarero o dependiente, y se iba como si fuera lo más normal. Varias veces al día. Obviamente ese cannabis viene de un cultivo ilegal y escondido en Holanda o del tráfico internacional de drogas, lo cual es una incongruencia a varios niveles, desde el criminal al económico.







El avance de la presión prohibicionista hizo a Holanda tener que plantear medidas más duras, para igualarse con sus vecinos, de manera que se empezaron a cerrar establecimientos y a restringir más la apertura de los mismos. Aunque en Amsterdam es todavía posible a los turistas comprar cannabis en los Coffee-Shop, esto es algo que podría cambiar, ya que el modelo que se les plantea de cara al futuro es el de los Clubs Sociales de Cannabis o CSC, con condición de membresía limitada a 2000 miembros residentes y reglada por ley. 

Eso redundará en una pérdida de ingresos al vetar la venta a los extranjeros y de la afluencia de turistas que sufre la ciudad. Para muchos, esos turistas acuden por los museos. Para otros, por el sexo legal con prostitutas, pero para muchos más la razón de ir a visitar Amsterdam pasa invariablemente por los Coffee-Shop, y ese ese caudal de dinero -no sólo en drogas sino en servicios, hoteles, hostelería y todo lo asociado al turismo- lo perderían para entregarlo a las mafias.


La rebelión de Heerlen.

Heerlen es una ciudad a menos de 200 kms de Amsterdam, que se ha posicionado también -junto con otros 55 ayuntamientos holandeses- a favor de permitir el cultivo de cannabis para uso interno. Amsterdam ha aceptado experimentar nuevas regulaciones que afecten al cultivo para la venta a Coffee-Shops. Esto ha ocurrido por el fuerte conflicto entre las políticas centrales y las locales y ha sido espoleado por la sentencia de un tribunal de Groningen, que absolvía a dos cultivadores de un delito contra la salud pública por producción de estupefacientes, argumentando que la realidad de la venta legalmente no sancionada en establecimientos conocidos que no tienen una fuente de abastecimiento regulada, es surrealista y sólo favorece a quienes se encuentran fuera de ley.

La sentencia abre la puerta a una serie de nueva posibilidades que los ciudadanos deben plantearse, al decir textualmente que: “El que se tolere la venta de droga blanda en los 'coffeeshops' implica que éstos necesitan ser suministrados y que se practique el cultivo, siempre y cuando se haga en favor de ese suministro. La política no aclara cómo debe ser ese suministro”





De esta forma se pretende cerrar el círculo de la producción y venta de cannabis dentro del país, evitando la interacción con grupos criminales y la pérdida de ingresos, y al mismo tiempo implicar de una forma más directa a los futuros CSC o Coffee-Shop en todo lo que es la reducción de riesgos en el uso de cannabis, haciéndoles formar parte de un sistema que tolera, pero educa sobre los riesgos y sus consecuencias de mano del propio vendedor. Al fin y al cabo son los primeros interesados en que sus clientes estén satisfechos y no tengan problemas, y dentro de esta idea ya había varios lugares que ofrecían desde análisis realizados a sus variedades de cannabis a microscopios y lupas especiales para poder observar la perfecta maduración -o no- de los tricomas cargados de deliciosa resina. 

Asimismo en muchos de estos lugares se pueden encontrar avisos para novatos y turistas, advirtiendo de que el cannabis no es un juguete por ser “legal” y de cómo capear un mal rato, de su duración y de las mejores formas de disfrutar del producto sin malos rollos.

El rostro más visible de esta nuevo movilización es Paul Depla, alcalde de Heerlen y quien ha echado en cara al gobierno el fracaso absoluto de sus políticas represivas en materia de drogas y se ha propuesto acabar con lo que se ha dado en llamar “la puerta trasera de los coffee-shop” aunque sea bien visible para cualquiera. Armado con la razón, la sentencia del tribunal reconociendo la necesidad de abastecimiento legal y con los otros 54 ayuntamientos firmantes a su lado, está plantando batalla en el reino del cannabis “casi-legal” para poder sacar del circuito a aquellos fuera de la ley.

Con la idea muy clara Depla afirma sin rubor que “cuando se regula la producción de cannabis, se puede crear un sistema cerrado. Un sistema desde la producción hacia la venta y finalmente, de compra de cannabis. Ya no necesitas de un mercado ilegal” con lo que las preocupaciones y quejas de los países vecinos por la distinta disponibilidad del cannabis se verían atenuadas ya que sólo productores con permiso oficial podrían cultivar y vender cannabis a los Coffee-Shop, y estos sólo podrían comprar los productos generados por estas empresas de nuevo cuño, permitiendo un control absoluto de la producción y distribución que evite que el 80% del cannabis producido en Holanda se venda a terceros países.





Los movimientos en la política de drogas han sido siempre pasos de tortuga dados con dificultad, pero tal vez con los nuevos aires que corren en torno al cannabis, pronto podamos ver en Europa un modelo sostenible y legal, de producción y venta de cannabis y derivados, que pueda ser exportado a otros lugares dentro del cambio previsible en las políticas represivas que hasta ahora han sido la norma en todo el planeta. Parece que la evidencia acaba siendo tan pesada y tan obvia, que no queda más remedio que asumirla: al narcotráfico y al crimen no se le quita el negocio con nuevas leyes que violar, sino tomando su mercado de forma que no pueda competir en él. 

Esa parece ser la apuesta de Heerlen y de otros 54 ayuntamientos en Holanda, a los que deseamos la mejor de las suertes implantando esta medida que mejorará la economía local y apartará a mafias, bien sea dentro del modelo de CSC o del anterior esquema basado en Coffee-Shop: el tiempo nos lo dirá.


lunes, 3 de noviembre de 2014

Las edades de María

Este texto fue publicado en la Revista Yerba.
Esperamos que os guste.

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Las edades de María.



No sé tu edad, pero seguro que mucho de lo que te voy a contar te resulta familiar.
Me llamo María y soy una chica nacida en una ciudad española hace 18 años.



No recuerdo demasiado de mis primeros meses o años de vida, pero me han dicho que tras nacer tuve mi primer acto social: me inscribieron en un registro para certificar que había nacido y me pusieron nombre. Me asignaron, sin preguntarme, los apellidos de quienes decían ser mi padre y mi madre.

Unos días después, según he visto en fotos sobre papel -viejas costumbres que desaparecen- que han guardado en mi casa, se juntó toda mi familia -que realmente eran las dos familias de mis padres- a comer, tras hacer un ritual conmigo y echarme agua fría por la cabeza, con ayuda de un señor con sotana, encima de una pila. Lo llamaban bautizo, pero realmente el nombre debía ser festejo taurino porque se lo pasaron todos bien excepto yo, la toreada. ¡Menos mal que se reunían por mí! Con ese rito, y con menos de 1 año de edad, pasé a formar parte del grupo estadístico de los católicos, también sin preguntarme, aunque me aseguran que mis padres y padrinos respondían por mí.



A los 4 años empecé a ir a la guardería, y no me lo pasaba mal. Fueron los primeros momentos en que me pude zafar de la constante mirada de mis padres y tuve el placer de conocer a un grupo de chicas -como de la edad de nuestras madres o algo más jóvenes- a las que llamábamos “seño” (de señorita) y eran “la autoridad” que decidían cuándo podíamos ir al servicio y cuándo teníamos que sacarle el lápiz de la oreja a nuestro compañero de mesa.

A los 6 años la cosa se puso peor. Empecé a ir a la escuela, que era como una guardería donde las “seño” eran más mayores y mucho más desagradables. Encima me separaron de los chicos y me pusieron en una clase llena de chicas, a mí sola. Ya no tenía a mi compañero para meterle el lápiz por la oreja. Pero nos enseñaron a escribir con caligrafía exquisita y a sumar sin calculadora y a hacer manualidades y divisiones con decimales y a tocar la flauta y la lista de los ríos de España y la física elemental y la reproducción asexual... entre otras muchas cosas que no he vuelto a usar.



Cuando tenía 8 años, en mi clase se empezó a hablar de “la primera comunión”. Yo no tenía muy claro de qué iba aquello, excepto que era como un bautizo -festejo taurino familiar- pero que en esta ocasión te compraban ropa rara y te hacían regalos. Había una segunda parte que decía algo de que un cura te metía una cosa en la boca y tenías que tragártela, pero parecía cosa menor. Así que me apunté en la lista de las que queríamos hacer “la primera comunión”. Me alegré de tener 8 años, porque entonces me pude enterar de que la Santa Madre Iglesia entiende que por debajo de los 7 años de edad, no sabemos razonar, y no nos deja ir a esa fiesta. Llevaba años engañando a esos mamones y no lo sabía ni yo: estaba hecha una campeona. Al final me dieron una hostia, pero al menos yo también estaba en la fiesta.



Según iba creciendo, iba ganando en derechos. La cosa no pintaba tan mal al fin y al cabo ¿no?
Y en el recreo, cuando teníamos 10 años eramos, las que mejor nos lo pasábamos. Hasta que llegó lo de la pubertad: se nos despertaron las hormonas. Eso significó mucho para mí cuando un día a mis 11 años me vi sangrando en las bragas al levantarme por la mañana. Mi madre, al ver lo que había pasado, me dijo que ya era una mujer.
Ni que hubiera sido un cienpies hasta ese puto día.



No se me olvida porque -además del numerito que montaron en mi casa- desde ese maldito día me duelen los ovarios todos los jodidos meses. Pues claro que era una mujer, coño!! Y ya tenía la regla, ya usaba compresas y años después tampones. No veas qué precios, artículos de lujo para no desangrarte por la pata abajo. ¡Ah! Y me llevaron al médico para que lo certificase -y por si era otra cosa, supongo- y les dio un papel que decía: MENARQUÍA. Lo sé porque he visto el papel por casa alguna vez y creo que mi madre lo guardaba porque “le sonaba bonito como monarquía”.

A los 12 años acabamos la escuela y nos tocó irnos al instituto, en este caso, ya nos volvieron a juntar a las chicas con los chicos, pero siendo sincera les encontré muy cambiados desde la última vez que me había fijado. Estaban como más grandes, distintos... no te daban ganas de meterles un lápiz por la oreja. Era una sensación extraña que durante un tiempo no supe identificar. Ellos tampoco es que se comportasen igual: parecían ignorarnos abiertamente pero prestarnos atención a escondidas. Y a casi todos les estaban saliendo unas espinillas enormes.

Entonces a los 13 años mi vida cambió: conocí al capullo de mi primer novio. ¿Dónde? En el instituto. Era de la clase del siguiente curso. Al principio ni me gustaba. Era uno más del grupo con el que nos juntábamos en los parques a las afueras del centro la chicas del grupo, también conocidas entonces como “mis mejores amigas”. Y ya que algunas de mis amigas comenzaron a salir con algunos chicos de ese grupo, pues tuvimos que echar un vistazo a lo que había libre y emparejarnos, como en un baile desesperado por no quedarte mirando y sin pillar cacho.




Se llamaba Antonio. Toño para los amigos y Toñito para su madre. Yo le llamaba de muchas formas: a veces bien y a veces mal. Pero con el tiempo -en un par de meses- me había hecho con su control absoluto. Se le manejaba bastante bien y ciertamente, cuando quería era adorable. Para las fiesta del instituto ya me había pedido salir y eramos novios, oficialmente. Eso abría muchas cuestiones que había que ir explorando, como lo de besarse sin babearse demasiado o como lo de recordar que aunque las gafas son transparentes, existen físicamente.

En esa época comenzábamos a salir “en parejitas”. Era una forma como cualquier otra de poder irse a un parque, tirarse en la hierba, y pasarte la tarde retozando con tu novio... sin tener al resto de solteros del grupo mirándote con una erección o a las amigas desemparejadas insistiéndote para que os fuerais juntas a algún otro lado, siempre sin tu novio, porque no les salía de las narices dejarte disfrutar si ellas no podían hacerlo con otro chico. Al final era la solución, a primera hora salíamos las parejitas, y luego nos juntábamos con el resto del grupo y salíamos en manada.

Ahora que lo recuerdo, eramos como máquinas de producir cambios de ánimo a base de hormonas. Las teníamos todas alteradas, tanto como los chicos. Lo suyo ya no se podía disimular: los cambios de voz, la aparición de la nuez, el estirón, y pelos por todos los lados. Por no mencionar lo salidos que estaban. No es que a nosotras no nos importase el sexo o que no nos afectasen las hormonas, pero todo eso ocurría de forma “ligeramente” distinta a la de los chicos.

Tenía 14 años, y Toño 15, cuando en unos días festivos, que no teníamos clase, ocurrió “el incidente”. En el barrio habían organizado una salida para padres y gente más mayor aprovechando los dos días extra que había como festivos. Unas cuantas de nosotras nos quedábamos solas en nuestras casas. Yo era una de ellas. Y quería aprovecharlo. Había organizado una fiesta en la noche para nuestro grupo habitual, con todas las botellas que no debía haber en una casa llena de menores. Pero Toño y yo teníamos planes extra.

Él llevaba casi un par de meses dejando caer alusiones a “hacer el amor”. Parecía otro. Antes decía follar, echar un polvo y cosas así. Pero no, ahora decía “hacer el amor”. Y hasta sonaba creíble cuando lo decía. En fin, la cosa es que a mí me picaba el gusanillo más que a él sobre lo del coito, porque sexo -aunque fuera sin penetración- habíamos tenido ya, y a mí lo único que me molestaba del asunto es que no me sentía cómoda en sitios donde podía ser observada, y hasta ese momento, no habíamos tenido una casa para nosotros solos. Seguro que recuerdas la primera vez que te paso a ti... ¿a que sí? A mí no se me olvidará jamás.



Como ya habíamos recibido nociones de educación sexual, al menos sabíamos lo que era un preservativo. No nos habíamos enterado de mucho más en las clases de educación sexual que nos dieron en una semana en el instituto. Vino un cura a hablar de los aspectos morales del sexo y dijo que masturbarse era pecado porque el hombre esparcía la semilla de la vida con su esperma y que esa semilla era sagrada. Yo levanté la mano y pregunté si entonces las mujeres podían masturbarse porque no expulsaba óvulos al hacerlo. El cura se puso de muchos colores y me echaron de clase, no recuerdo con qué excusa. Me quedé sin saber. Pero al menos nos habían hecho colocar, a todas y todos, un preservativo en un pene de plástico para tal uso, para que supiéramos hacerlo cuando tuviéramos uno en las manos: teníamos experiencia.

La cosa es que la ocasión la pintan calva. Así que decidimos que ese día, que no habría nadie en mi casa, era un buen momento para “la primera vez”. También estaba libre su casa, pero por eso de jugar en un terreno conocido, preferí quedarme en la mía. Mal hecho.



Toño se encargaba de comprar los preservativos -o de robarlos en un supermercado, a mí me daba igual- y yo pedí consejo a mis mejores amigas. Siempre con nuestros secretos más ocultos, comentamos la jugada y lo que sabíamos de la famosa “primera vez”. Dos del grupo ya lo hacían con sus novios y otras estaban planteándoselo. No parecía algo tan descabellado ni tan grave si no había embarazos. Esa era la gran preocupación de todas: los embarazos no deseados, mucho más que las enfermedades de transmisión sexual.

Todo preparado para el gran momento, la casa vacía, la nevera llena, la cama enorme, tu chico, tú, y una caja de 24 preservativos y tus padres a 500 kms. 

Y llegó la primera vez. Y la segunda. Y la tercera. Íbamos por la cuarta vez y estaba yo subida encima de él cuando nos percatamos de que había un montón de policías en la habitación... ¿qué pasaba? Una preocupada “amiga” había contado a su madre mis planes y su madre había llamado a la policía diciendo que una menor de edad estaba siendo violada aprovechándose de que sus padres no estaban en casa. 



La policía reaccionó y al llegar al domicilio, no escucharon más que la música a todo volumen -eso quise creer siempre- y tiraron la puerta. La verdad es que yo ni me enteré hasta que vi a un tío mirándome con una pistola en la mano y empecé a gritar, pero viendo la cara de susto que puso con mi grito vi que no era peligroso.

La cosa es que a Toño se lo llevaron detenido hasta comprobar que tenía 15 años y que yo tenía 14, por lo que si la relación sexual era consentida, no existía violación ni delito de ninguna clase, excepto por la cantidad de botellas de alcohol que había en la casa. 

Y era obvio que había sido consentida, al menos por mí, porque él estaba debajo cuando entraron a salvarme a la habitación de mis padres. A mis viejos les sentó un poco mal, me pusieron una lista de castigos tan larga que a día de hoy no he acabado de leerme. Pero me enteré gracias a eso que la edad legal para tener sexo en España es de 13 años: ¿llevaba un año de retraso y encima se enfadaban?

Mis padres intentaron separarnos y la situación se volvió muy tensa. Ninguno de los dos queríamos separarnos del otro en aquella época -cómo cambian las cosas- y hasta consulté a un abogado qué trámites teníamos que seguir para poder casarnos -la locura de la edad, amigas- y así poder mandar sobre nuestras vidas sin que nuestros padres tuvieran nada que decir, porque creía -esta vez acertadamente- que el matrimonio rompía los vínculos legales con los padres.

El abogado me explicó amablemente -no me cobró, tampoco tenía para pagarle- que la ley permite a los mayores de 14 años de edad, como yo en ese momento, casarse con el permiso especial de un juez de primera instancia, pero que al ser menor de edad no emancipada, en la consideración del juez entrarían también -además de mis argumentos- las consideraciones de mis padres y de los de Toño. Me vi sumergida hasta el fondo en un mundo de adultos, que entre adultos decidían lo que podíamos o no sentir y hacer: mal asunto. Aunque hoy día me alegro de no haberme casado a esa edad, pero es posible que de haber sido más sencillo, lo hubiera hecho como forma de huir del control parental.



Pregunté al abogado qué más derechos tenía a los 14 años, y me dijo que a hacer testamento, pero ante notario, porque hasta que no cumpliera los 18 años, el testamento ológrafo no tenía validez.
¿Pero esto qué es? ¿Qué tenían los 18 años que no tuvieran los 14 años para poder escribir mis últimas voluntades de mi puño y letra? No entendía nada. Pero me quedó claro que iba a estar sometida al dominio de mis padres unos años más.

También me indicó que mi mejor opción era esperar a los 16 años de edad y solicitar la emancipación ante un juez, trámite mucho más fácil de lograr que una boda de menores de edad contra la voluntad de los padres. Esperar, esperar, esperar.... siempre esperar.

Ese verano, con 15 años, mis padres me llevaron lejos para que me olvidase de Toño y me compraron una motocicleta. Funcionó. Me olvidé de Toño y comencé a salir con Germán, que estaba mucho mejor y tenía 17 años. Por supuesto que cuando tienes vehículo resulta más fácil tener relaciones... en el campo, porque encima de una motocicleta no lo hace ni el cantante de Obús. Ya tenía edad legal para ir a 60 km/hora por la carretera comarcal: era casi libre!!

Lo de los condones era un tema que teníamos controlado, pero había ocasiones en que no había uno a mano, y recurríamos a métodos nada fiables, como “la marcha atrás”, en ocasiones aderezados con el uso de la “píldora del día después” que podía obtener con una receta médica -sin ella también- y sin conocimiento de tus padres. Hasta que ocurrió lo inevitable: una amiga de 16 años se quedó embarazada. Realmente no sabía con exactitud quién podía ser el padre porque había tenido varias relaciones en esas fechas y no quería ser madre. Era un embarazo no deseado en toda regla.



Nos temimos lo peor, que sus padres la echasen de casa, que no la volvieran a hablar, que no la volvieran a mirar de la misma forma. Pasamos por nuestras cabezas todos los miedos posibles en la forma del rechazo de tus seres queridos. La verdad es que sus padres no animaban a la confidencia, a contarles el problema, y ella quería solucionarlo sin hacer demasiado ruido y rápido.

Yo pensaba que una menor de edad no podría acceder a una clínica y practicarse un aborto sin que los padres o un juez autorizase ese procedimiento, pero no es así. Cualquier mujer de más de 16 años de edad en España -todavía a día de hoy- recibe la aplicación del régimen general para mayores de edad a la hora de autorizar un aborto, sin necesidad de informar a sus padres.

Me costaba un poco creerlo pues semanas antes yo había querido hacerme un piercing en el ombligo y en la tienda me exigieron un permiso firmado por mis padres o ser mayor de edad, y por muy peligroso que sea hacerse un piercing en el ombligo, no creo que se acerque al hecho de enfrentar un aborto, a nivel físico y psíquico. 




Así que yo no podía hacerme un piercing pero mi amiga sí podía abortar con 16 años, sin que se enterasen sus padres, y era sólo cuestión de dinero. Entre varias amigas ayudamos a recaudar el dinero necesario y la acompañamos a la clínica, donde tuvo lugar el procedimiento. Sigo diciendo que me dan menos miedo los piercings que los abortos.

A trancas y barrancas he llegado hasta aquí, a mis 18 años.
Ya tengo mayoría de edad legal. Ahora ya tengo todos los derechos y todas las obligaciones de cualquier otra ciudadana.

Puedo trabajar -si encontrase trabajo- porque la ley me lo permite, aunque hubiera podido antes con ciertos permisos especiales. Puedo conducir un camión -si me saco el carnet correspondiente- por la carretera, de varias toneladas tal vez. Puedo ejercer la prostitución de forma legal, o dicho de otra forma, puedo disponer libremente de mi cuerpo e incluso alquilarlo por dinero de forma legal. Puedo donar órganos y tejidos estando viva, como un riñón, un óvulo o médula espinal.



También puedo votar en las elecciones -aunque mi voto valga tan poco como el tuyo- y referéndum que se organicen en mi zona. Y al mismo tiempo adquiero el derecho legal a usar drogas: tabaco y alcohol me las vende el estado. Puedo comprar tantas botellas de alcohol quiera y necesite para matarme y/o matar a otros a base de beber. Puedo fumar hasta perder los pulmones. 




Puedo ser una actriz porno o una monja de clausura para el resto de mi vida. Incluso puedo comprarme una escopeta de dos cañones, munición suficiente como para una boda y hacer una matanza. 

Todas esas cosas permite la ley al haber cumplido 18 años.

Pero hablamos de regular el acceso al cannabis -de forma legal- y contestáis que tengo que esperar hasta los 21 años de edad.



Contadme otro cuento... porque no pienso esperar más.

María Guerrilla.


miércoles, 2 de julio de 2014

El circo de las drogas en la ONU

Este texto fue publicado hace un mes o así en la Revista Yerba.
No hace falta decir nada más.
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El circo de las drogas en la ONU.

En el mes de marzo del 2014 se celebró en la ciudad de Viena un encuentro internacional de los responsables de drogas de cada país ante las Naciones Unidas, bajo el auspicio de la 'Comisión sobre Drogas Narcóticas', conocida como CND2014. Dicha comisión está enmarcada dentro del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas y existe formalmente desde el año 1946, encargándose de los asuntos relacionados con la prohibición de las drogas narcóticas


El jefe de la ONU tras una mala pastilla que se comió.


¿Sólo de las narcóticas? ¿Y qué pasa con las estimulantes y las psiquedélicas, por nombrar otras? No se deje el lector engañar por el nombre: controlan todas las drogas desde hace décadas pero como no sabían como referirse a ellas, optaron por bautizarlas así aunque en realidad narcóticas sólo sean una parte de esas sustancias.

A esa reunión, de varios días y larga agenda, España mandó un nutrido grupo de representantes oficiales que -por la longitud del listado de asistentes- estaba a la altura de países como USA, México o Rusia y muy por encima de lo enviado por países como Holanda, India o Israel

¡Y no es para menos! En reuniones “así de importantes” se deciden cuestiones que nos afectan gravemente a todos los ciudadanos en materia de drogas. ¿Y quiénes son los que fueron a hablar por nosotros? Pues gente seria y responsable, no seáis desconfiados. Para empezar, el primero de la lista es Francisco de Asís Babín, un conocido de todos por su inestimable trabajo al frente de nuestro tan hispano 'Plan Nacional Sobre Drogas' o PNSD. Antiguo licenciado en medicina que ahora trabaja defendiendo -en rango de Delegado del Gobierno- lo que el Gobierno hace y deja de hacer en materia de drogas, como por otra parte es su función ya que es nombrado desde el mismo con el método de la clásica democracia digital: a dedo.


Paco Babín a punto de iniciar el vuelo.

¿No teníamos nada mejor que enviar? No vayan a preocuparse todavía, que aún hay más. La segunda persona mencionada en el listado oficial de asistentes (no es por orden alfabético) es Carmen Buján Freire, una diplomática “de carrera” que está especializada... en terrorismo


¿Pero esto no iba de drogas? Lo más curioso es que esta señora es la representante permanente en Viena ante Naciones Unidas de nuestro país. ¿Qué tendrá de raro? Pues lo extraño de su presencia es que ella fue situada en dicho cargo -de alta importancia estratégica- en un nombramiento del gobierno del presidente Zapatero en el año 2010. Han pasado unas elecciones y hay un gobierno de otro signo desde hace varios años en el poder en España, pero eso no es relevante porque no se ha cambiado a esa persona. La realidad no esconde mucho truco: la política de drogas del PSOE y del PP es igual y no reviste diferencias reales, mucho menos a nivel internacional. Si el actual presidente Rajoy no ha cambiado a esa persona es porque cumple la función que de ella esperan y parece ser que es capaz de cumplirla igualmente para ambos partidos gobernantes

No hay tampoco noticia alguna de que su puesto vaya a sufrir el menor cambio, exactamente igual que la política de drogas en el país: todo acorde y en sincronía. El resto de asistentes a dicha cumbre son los políticos y sus asesores técnicos, en inteligencia, exteriores y algún representante del área sanitaria y social, en un vano intento de dar algo de vida y color a la infumable lista de “la selección roja” en este asunto.



Estas personas han de decidir en la reunión mundial de mayor nivel sobre drogas cómo va la política y qué cosas habría que modificar. A la vista del fracaso estrepitoso de la guerra contra las drogas que han cosechado en un siglo de prohibición sería de esperar que hubiera rápidos cambios. Pero rápido y política son dos términos antagónicos. Aun así había muchos temas que tratar así que se organizó como un circo de muchas pistas con distintos temas, en el que los actores no eran “personas” sino países.



La pista del domador legal y la temible fiera de la 'decriminalización'.


El enfoque punitivo sobre la gestión de la producción y la distribución de drogas es un error ya certificado globalmente, pero más terrible es el enfoque punitivo sobre consumidores de drogas. En este aspecto, las lineas generales de recomendación surgidas del CND2014 para el mundo son que “no debemos tratar a los consumidores de drogas como desviados sino como enfermos” y por lo tanto no debemos criminalizarles por ello -ya que esto dispara las tasas de infección de SIDA y hepatitis- aunque ven lógico que la represión se produzca en otras áreas como la económica vía multas. 

¿Esto qué quiere decir? Pues que la ONU nos recomienda “avanzar” hasta la Ley Corcuera o de Seguridad Ciudadana 1/1992, esa por la que nos multan cuando nos cachean indiscriminadamente y tenemos droga encima para nuestro propio consumo. 

Mandril sin estudios que hizo la Ley de Seguridad Ciudadana.
Sólo puede pasar en España y en el PSOE.


A nivel real para España las directrices surgidas de esa pista no tienen valor alguno, ya que aquí el consumo de drogas es un derecho del individuo y lo que se sanciona -en una esquizofrénica pirueta legal- es la tenencia en lugar público, como la calle. Por otra parte es interesante saber que España tiene más de 22 años de adelanto con respecto a dichos consejos y que ¿para qué va a cambiar nada, no?
Del autocultivo de cannabis y esas otras opciones... ya tal.


Verde que te quiero verde.


Esa pista tiene sentido para muchos países en que el consumo de drogas o la tenencia de las mismas puede suponer cargos de tipo criminal y eso les ha hecho saturar sus cárceles sobremanera. Los primeros pasos los dio Portugal en 2001 con una decriminalización que pasaba a multas las sanciones criminales por drogas para consumo propio y en el año 2009 la República Checa con el mismo paso, sin haber contado con ningún organismo internacional para hacerlo: soberanía nacional se entendió y no hubo ningún problema.

Con ese acercamiento -bastante antiguo en realidad- al problema pues uno se evita tener que introducir a simples consumidores en el sistema judicial y penal del país, evitándose una carga que se ha demostrado que satura el sistema hasta hacerlo inviable, aparte de ser una agresión contra las personas usuarias de drogas que no hace sino agravar los posibles problemas o crearlos si no existían (un proceso penal no es ninguna broma, chicos, y os puede joder la vida) al hacer a la persona tener que enfrentarse a requerimientos intromisorios que violan libertades fundamentales. 

Dicho de otra forma: tenemos las cárceles llenas!! Estamos que lo tiramos!! ¿Qué hacemos con tanto preso porrero y el gasto que nos suponen al estado? Pues soltarles y mandarles a la puta calle.

Ese es el espíritu que impulsa -nada de caridad ni piedades varias- lo que ahora se están llamando “Política de Clemencia” para los delitos de drogas que no implicasen violencia y daño a terceros. De mano de los increíbles USA llega esta bofetada refrescante: tras haber creado hasta cárceles privadas ahora deciden ser “clementes” y no joderle la vida a esos fumetas y pastilleros que tienen presos sin haber dañado a nadie (más que a ellos mismos en el peor de los casos).

Debemos recordar que en USA hay personas cumpliendo cadenas perpetuas sin haber causado daño a terceros por delitos de drogas. Así que en esta pista del circo podremos ver como se torna el concepto de “usuario de drogas vicioso” a “usuario de drogas enfermo que hay que tratar” y realmente no sé cuál da más miedo, tras ver a Grecia en Europa y a otros países por el mundo usando campos de internamiento con usuarios de drogas, inmigrantes y seropositivos.

Nos llegará de oídas esta ola de “clemencia por esos pobres diablos que han perdido su alma por consumir drogas” y que saturan sus cárceles hasta hacerlas campos de concentración y hacinamiento de humanos, pero en España no tendrá ninguna repercusión ya que aquí hace décadas que el simple consumo de drogas se paga con multas y no con la cárcel, aunque siga siendo igualmente una descarada penalización sobre un derecho individual. Aunque no debemos de perder la vista a países como Ecuador que están implementando una valiente política que implica reconocer a las “mulas” que transportan drogas con estatus de víctimas en lugar de tratarles como criminales, en un decidido paso a no repercutir los daños de la prohibición internacional de drogas sobre su propia población sometida a la necesidad de sobrevivir en mitad de un país de tránsito de las rutas de la cocaína.


La pista del funambulista sin red sobre la pena de muerte.

Mientras unos países discutían lo de no meter en la cárcel a la gente por consumir drogas y tratarlos como enfermos -englobando hasta tratamientos forzosos en países de nuestra esfera cultural como los USA- otros países se divertían hablando de sus números en la guerra contra las drogas con sus estadísticas de sentencias de muerte por tráfico e incluso simple posesión de drogas

Estos ya no usarán más drogas.


Eso deja claro que esta gente se lo toma en serio: ni una broma con las drogas que son malas. Mejor ejecutados como hace China y otros cuantos países de su influencia cultural en Asia. Pero no son los únicos porque la furia de las aplicaciones integristas de los asuntos morales convertidos en legislación, deja decenas de cadáveres colgando de grúas, ahorcados en las plazas públicas de las ciudades de Irán y otros países islámicos que no tienen problemas en aplicar la pena de muerte con el añadido de la exhibición pública, como en los mejores tiempos de la inquisición española con la quema de brujas y herejes. Como penas menores, muchos tienen la amputación de miembros -manos, orejas, nariz- del criminal para ayudarle a reconvertir su vida en algo más provechoso para toda la sociedad.

En esta pista del circo fue Suiza la que -con el apoyo de otros países- tuvo un valiente intento de que se reconociera por parte de los asistentes que la pena de muerte era una política totalmente desproporcionada en asuntos por drogas y que eso se incluyera en una declaración conjunta. Parece algo razonable a los ojos de un Europeo, pero no parece ser igual en países que aplican la pena de muerte por las más variadas razones. ¿Por qué no a los que andan con drogas y sí a otros? La respuesta seguramente sería que es atroz utilizar la pena de muerte como herramienta de control, pero eso no suena bien a los oídos de China, Irán y otros cuantos países de instintos similares que cómodamente bloquearon con su derecho a veto que tal declaración conjunta saliera adelante.

¿Y qué dijo España ante algo así? ¿Lo sabe usted? Nosotros tampoco. España como otros cuantos países no querían líos con la pena de muerte y menos con China, a quien hace poco hemos molestado con la causa penal que se seguía en base a la jurisdicción universal, así que optamos por mirar a otro lado. 


Pena de muerte Marca España.



Total, otros muchos países “civilizados como USA” tienen la pena de muerte entre sus herramientas y no somos tan críticos ¿verdad?




La pista del neolenguaje y la reducción de riesgos.

En estos años de dura travesía del desierto de la prohibición, en el que las únicas medidas realmente eficaces se han dado a través de los programas de 'reducción de riesgos' -en su versión inglesa 'Harm Reduction' o reducción de daños- no son pocos los países que de una forma sincera se han acercado a esa aproximación al asunto de las drogas y sus usuarios. Para quien no conozca estos programas su principal característica es el trato con el usuario de drogas sin juzgarle ni criminalizarle por sus consumos y, en lugar de ello, ayudarle a reducir los daños y riesgos derivados de ellos

Abarcan el trato en lugares como las 'narcosalas' donde las personas consumen drogas con una cierta supervisión de profesionales, los programas de análisis de drogas que desarrollan algunas ONG y que son el primer punto de alarma ante partidas adulteradas de forma peligrosa para la salud de sus usuarios, llegando hasta la educación del usuario de drogas -y del no usuario- para que puedan tomar decisiones informadas sobre el consumo o abstinencia. 

Entre otras muchas áreas enfocadas en prevenir problemas -como la difusión del SIDA mediante el reparto de jeringuillas nuevas a usuarios- algunas resultan especialmente rentables: evitar un contagio de SIDA cuesta entre 100 y 1000 dólares. Si a alguien le parece caro que piense el coste de un año de atención, pruebas y tratamientos en un seropositivo.

Sí señores, el SIDA / VIH sigue existiendo y matando gente.


Desde hace años los países más avanzados saben de sobra que la reducción de riesgos es el enfoque más efectivo, humano e inteligente del asunto de las drogas bajo la prohibición, pero eso no ha impedido que varios de ellos consiguieran bloquear que se mencionase en la declaración final a la reducción de riesgos bajo ese nombre. Se puede hablar de ella pero se ha de usar un eufemismo que es algo así como “medidas para paliar el daño provocado por el consumo de drogas en la población” según se expresa en las guías técnicas que la ONU tiene publicadas. 

Sí, queridos lectores, en eso se gastan la pasta; en decirnos cómo debemos llamar a las cosas, como siempre por nuestro bien. ¡Gracias ONU!



Todo circo tiene un payaso y una próxima vez: UNGASS2016.


Al mando de todo este montaje está un ruso, apéndice directo de Putin, llamado Yuri Fedotov. El personaje es irrelevante en sí de no ser porque es quién refrenda la política internacional de drogas. Y entre otras la rusa, que le niega tratamiento a los adictos (no aceptan metadona ni buprenorfina legal) en su país hasta forzarles a recurrir a venenos como el 'krokodil' o que ha cerrado el paso a toda la metadona que recibían los adictos en tratamiento en Crimea, tras la anexión rusa de hace semanas.

Aquí el payaso Yuri 
explicando cómo manejar
 las drogas en el caribe.


Yuri es el payaso triste que una vez fue el payaso alegre. Si algo ha quedado claro en la reunión es que el consenso sobre drogas a nivel internacional está hecho añicos si es que alguna vez llegó a existir. Para enfrentar -de nuevo- la situación con las drogas, tras probar a crear un mundo sin drogas y ver que eso es imposible, varios presidentes en activo de países miembro de la ONU han solicitado, hasta conseguirla, una Asamblea General sobre Drogas en Sesión Extraordinaria que ya se conoce como UNGASS2016 donde se revisará la política global de drogas, pero no con simples enviados diplomáticos sino con los presidentes de cada nación.

Esa será la reunión de jefes de tribu -presidentes y mandatarios, perdón- más importante sobre drogas y que se adelanta varios años con respecto a lo esperado debido a la situación internacional. Lo mejor que ha salido del CND2014 han sido los grupos que se han formado para preparar la agenda de UNGASS2016, aunque haya habido episodios tan lamentables como el que vivió el Representante de Uruguay en la Organización de Estados Americanos cuando le dijeron que Uruguay y Paraguay eran lo mismo. No contenta la persona con su inteligente comentario insistió en él hasta que los representantes de Uruguay se levantaron y se fueron de la reunión.

México -con 60.000 muertos en 6 años- y otros países de América se desangran por el tráfico de drogas que USA -y Europa- consume y paga en plomo y armas. Los países de tránsito ponen los muertos a base de población civil en un desequilibrado mercado que nadie es capaz de frenar y que necesita de una sincera y honesta regulación que permita a los adultos decidir libremente sobre el consumo o no de sustancias y hacerlo de forma segura para ellos y para los demás. 
El mercado existe y no desaparecerá: dejar que lo controlen las mafias sería un nuevo error fatal que todos pagaríamos de nuevo.

No será hasta el año 2016 cuando podamos ver si el mundo está ya listo para dar el volantazo a la criminal política de drogas seguida por la ONU al dictado de USA o si, por el contrario, necesitaremos de otros cinco o diez años más para acabar con una política que ha hecho a todos los seres humanos las víctimas de las opciones morales de unos pocos. Lo que sí sabemos es que no ocurrirá sin mucho trabajo por parte de los activistas.

Canutos para la paz.


¿O alguien se cree que con este circo montado se puede cambiar el espectáculo tan pronto?
Esperemos lo mejor y preparémonos para lo peor; mientras tanto a seguir remando hasta UNGASS2016.