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sábado, 1 de junio de 2024

Las sobredosis de opioides en USA Y Canadá.

 

Las sobredosis de opioides en USA Y Canadá.


¿Por qué USA y Canadá enfrentan la mayor tasa de muertos por sobredosis de toda su historia? Seguramente la mayoría de lectores conocían este hecho, a grandes rasgos, ya que en la prensa, radio y TV se trata este asunto. Pero para quien no haya oído nada al respecto, vamos a explicar -telegráficamente- cómo es que en un área del doble de tamaño que Europa, y con un nivel de vida económicamente superior a la media de nuestro continente, si tienes menos de 50 años de edad tienes más probabilidades de morir de sobredosis que de accidente de tráfico, arma de fuego, cáncer o SIDA.


Las distintas dosis letales de la heroína, el fentanilo, y su análogo más potente: el carfentanil.


¿Cómo y cuándo comenzó este problema? El inicio de lo que -ahora- ha devenido en la peor epidemia de sobredosis de la historia, lo podemos situar en torno a los años 90; hace casi 30 años. En aquella época, el tratamiento farmacológico del dolor (crónico, agudo o terminal) dejaba bastante que desear, para los pacientes que lo sufrían. Esto se debía a que la práctica médica, de aquellos años, entendía que sustancias como la morfina o la heroína, eran drogas que creaban “adicción” y que, por lo tanto, no se podían utilizar salvo en casos extremos y se reservaban para tratamiento hospitalario -de cirugía y post-operatorio- y cuidados paliativos en enfermos terminales. Esta forma de emplear los mejores analgésicos que la naturaleza puso en manos del hombre, surgía también de la mentalidad judeo-cristiana, por la que el dolor es parte de nuestro personal purgatorio, y buscar alivio para el mismo era de débiles de espíritu. La frase “el dolor le es grato a Dios” y el hecho de no dar opiáceos u opioides, salvo a moribundos, resume bien la mentalidad de una gran mayoría de la población – tanto médica como paciente- de esa época.


Esas breves líneas escritas como carta al editor, fueron la excusa usada por los nuevos vendedores salvajes de opioides como justificación de que la adicción era un mito, omitiendo cuestiones esenciales.


Unos años antes, en la década de los 80, un par de doctores hicieron una revisión -basada en datos objetivos- sobre si era cierto que los “narcóticos” (que era como se denominaba genéricamente a los opiáceos y opioides) causaban adicción con la facilidad y rapidez con que se había hecho creer a la gente que eso ocurría, dentro de las campañas de desinformación farmacológica que acompañan siempre a la pedagogía social de la “guerra contra las drogas”. Lo que estos doctores encontraron fue curioso y sorprendente: era falso que el hecho de tomar narcóticos crease adicción como se había contado. De hecho, los datos mostraban cómo los pacientes tratados con “narcóticos” por dolor -bajo control del hospital siempre- no tenían apenas tasas de adicción, si no existían problemas de adicción previos. Escribieron una carta a una prestigiosa revista médica, “New England Journal of Medicine”, contando cómo entre más de 11.000 pacientes a quienes se les habían administrado narcóticos -en contexto hospitalario o de cuidados dirigidos por un hospital- sólo 4 de ellos habían desarrollado un trastorno adictivo, que pudiera ser documentado claramente en su inicio. Sólo 1 de cada 2750 personas se convertía en “adicta”, con todo lo que eso implicaba: ¿era justo estar negándole una correcta medicación contra el dolor al 99'9% de los pacientes por algo que ocurría a menos de un 0'1% de casos?


Sin embargo, su bienintencionada carta fue usada -10 años más tarde- de forma distorsionada para lanzar la más grande campaña de ventas de fármacos opioides de la historia de la humanidad. Uno de sus dos autores, ha dicho que “sabiendo lo que sabe hoy, y la forma en que su texto fue intencionalmente mal usado, no escribiría esa carta”. Y no es para menos, ya que fue citada 608 veces en otras tantas publicaciones, el 72% de las ocasiones para apoyar la afirmación de que “los opioides raramente provocaban el inicio de una adicción” y en el 80% de los casos, escondiendo la variable clave: dicho estudio se refería sólo a pacientes en entorno de control hospitalario. Se omitió ese dato en 4 de cada 5 menciones, y se indujo a creer a los médicos que la prescripción de opioides, para cualquier tratamiento de dolor, no derivaba casi nunca en problemas adictivos.


Oxycontin, el producto estrella que desató la peor crisis de sobredosis de la historia: de Purdue Pharma.

La empresa farmacéutica -su exponente más visible fue Purdue Pharma- entraba en acción con una brutal campaña de ventas, donde miles de “visitadores farmacéuticos” fueron entrenados para hacer creer a los médicos que la tasa de problemas de adicción con los opioides era inferior al 1%, sin más contexto ni variables. Muchos médicos -animados a recetar un fármaco que funcionaba bien y, además, te aseguraba la dependencia del paciente/cliente- no se hicieron de rogar y aceptaron encantados el flujo de dinero que la prescripción de narcóticos opioides les proporcionaban; se desdibujaba el límite entre lo que es un médico prescribiendo, y lo que es un vendedor de droga con capacidad de surtirse en el mercado legal.


Purdue Pharma, gracias a su producto estrella “OxyContin” pasó de recibir “unos pocos miles de millones de dólares” a facturar 31.000 millones de dólares en el año 2016, y a aumentar aún la facturación en el año 2017 con 35.000 millones de dólares: sus beneficios han crecido al ritmo que los muertos de sobredosis. Su “OxyContin” presumía de ser eficaz con el dolor, a lo largo de 12 horas por su liberación prolongada y patentable, y de contar con una formulación que prevenía el abuso del fármaco: esto también era falso, ya que para “hackear” su sistema anti-abuso, bastaba con machacar o romper el comprimido.


Purdue Pharma supo -desde el principio- que estaba convirtiendo en yonquis a un gran porcentaje de la población. Ya en el año 2001 fue demandada por el fiscal general de Connecticut, debido a las altísimas tasas de adicción que estaba generando el “OxyContin”. Y esa fue sólo la primera de un montón de demandas, que la compañía siempre se encargaba de solucionar pagando dinero y firmando un acuerdo de confidencialidad. Hasta que en 2007 la compañía se declaró culpable, en un acuerdo que incluía el pago de 600 millones de dólares. Por desgracia, el total de las cantidades pagadas -entre todas las demandas de varios años- no alcanza los mil millones de dólares, mientras que la compañía factura 35 veces más cada ejercicio: tan inútil como intentar parar una bala de cañón soplando en su contra.


Primera reacción, primer error.

Cuando en la década del 2000 se empezó a ver claramente que la dispensación “casi descontrolada” de opioides -en una sociedad donde no puedes beber alcohol hasta los 21 años- causaba serios daños a algunas personas, la primera reacción fue reducir fuertemente las prescripciones de estas sustancias, en muchas de las patologías más leves y en los casos menos necesarios. Pero esto se hizo sin tener un plan para todas esas personas que ya estaban enganchadas a consumir una sustancia farmacéuticamente controlada, y a quienes iban a cortar -de golpe- el suministro de esa sustancia a la que ya eran dependientes (fueran adictos o no). Esa acción provocó que un gran número de los pacientes a quienes se los retiraban, no viéndose capaces de enfrentar una desintoxicación “a pelo” o muy dura, saltaron al mercado negro.


El entorno en que esto sucede, tiene leyes y realidades distintas a las de España, y resultan clave para entender todo lo que ocurrió después. A diferencia de nuestro país, donde puedes conseguir metadona legalmente y sin coste -además de tratamiento- en menos de 1 semana, allí no existe un sistema público de atención sanitaria que trate a todo el que lo necesite. Para más INRI, el hecho de consumir una droga en nuestro país es un derecho del individuo, mientras que en USA y Canadá el simple hecho de consumir -aunque sea en tu propia casa- es un delito que te puede dejar preso. Incluso si estabas tomando drogas con otra persona y llamas para evitar que muera de una sobredosis: puedes verte penalmente perseguido.


Todos esos pacientes que se empezaron a abastecer, a precios muy superiores, en el mercado negro (una pastilla de “OxyContin” de 80 mg. se pagaba a 80 dólares: 1 dólar por miligramo, 1000 dólares un gramo) eran personas que, en su mayoría, venían de un mundo respetuoso con la ley. Hasta finales de los 90, el estereotipo del consumidor -en el mercado negro- no correspondía con gente que en su mayoría eran blancos, de clase media socio-económicamente hablando, y sin apenas experiencia como “yonquis”. La mayoría habían comenzado gracias a su médico, que se los recetó a ellos -o a un familiar a quien le quitaban pastillas- pero no tenían experiencia con el lado ilegal de ese mundo y, por eso, eran el actor más débil dentro de dicha cadena. Ya no se trataba de jóvenes de color enganchados al crack en barrios marginales, sino que era todo un nicho nuevo de mercado con padres, madres e hijos blancos y de clase acomodada. A diferencia del antiguo estereotipo del “yonqui”, el factor común de este nuevo grupo era haber contado con seguro médico, y ese era el vector de enganche a estas sustancias.


Pastillas reales y falsificadas de Oxyconting en el mercado negro, prácticamente indistinguibles.


Cuando fueron arrojados al mercado negro, quienes pudieran permitirse pagar los elevadísimos precios para conseguir las mismas pastillas que te daban antes en una farmacia, seguirían tomando el fármaco de su elección, pero sin seguridad alguna al respecto (las pastillas más populares se “clonan” para vender en el mercado negro pero con otros compuestos desconocidos). Otros vieron desde el principio que, puestos a mantener una dependencia de opioides, les resultaba más barato utilizar heroína que cualquier otro compuesto existente, y saltaron a la heroína del mercado negro. Primero esnifada y finalmente inyectada, ya que la heroína que mayoritariamente había en USA es “clorhidrato de heroína”, que se descompone al intentar fumarse y por ello dicha forma de consumo (a pesar de ser la más segura) es la menos usada allí.


Los actores no esperados.

La heroína en USA procede mayormente del denominado “triángulo asiático”, pero desde hacía ya años en México -cuyo clima sólo permite cultivar cannabis y opio, pero no coca- se estaba produciendo una heroína rudimentaria con la amapola cultivada allí. Esta heroína llegaba en dos formas al mercado de USA, como una tosca goma negra (“black tar”) o como un polvo marrón (“brown sugar”, o heroína en base libre). Sin embargo la cantidad producida no es grande, y el producto no es de alta calidad, por lo que para competir empezaron a añadir fentanilo a la heroína, aumentando su potencia pero multiplicando enormemente el riesgo al consumirla, especialmente esnifada o inyectada.


El fentanilo es un opioide sintético -creado en los años 50 por el grupo del químico Paul Janssen- de fácil producción y coste mínimo, cuya potencia es 100 veces mayor que la de la morfina: 10 gramos de fentanilo equivalen a 1 kilo de morfina. Es el compuesto que hay en los mal-llamados “parches de morfina”, y su dosis letal para un humano es de tan solo 2 ó 3 miligramos. Mezclando un compuesto de esa potencia con heroína, de forma artesanal y no controlada farmacéuticamente, las imprecisiones son mortales y eso es lo ocurrió: el número de sobredosis, que llevaba años aumentando ya, se disparó hacia arriba como nunca antes se había visto.


Solo la dosis hace al veneno: dosis letal de heroína vs. fentanilo.


¿Y los que no saltaron a la heroína, se libraron? Pues tampoco. El fentanilo no era el peor de los monstruos que iban a aparecer. Otros derivados de la misma molécula, como era el carfentanilo, tenían 100 veces más potencia: era 10.000 veces más potente que la morfina. Un solo gramo de ese compuesto, equivalía a 10 kilos de morfina y 5 de heroína, y se vendía legalmente por menos de 4000 euros cada kilo. Se sintetizaba -bajo demanda y de forma legal- en China, y te lo enviaban por paquetería postal. En un paquete de 1 kilo de carfentanilo tienes la potencia narcótica de 5 toneladas de heroína; lo pagas con tu tarjeta y lo recibes en tu casa discretamente. Si a eso se añade que una maquina de troquelar pastillas vale menos de 1000 dólares, cualquier desaprensivo podía elaborar -en su propia casa- decenas de miles de pastillas falsificadas. Al precio que se estaban pagando en la calle y con un número de clientes -en el mercado negro- cada día mayor, porque sus médicos ya no les atendían, el escenario para la catástrofe estaba montado.


El ejemplo más icónico de esa colisión, entre un montón de pacientes entregados al mercado negro y una serie de nuevas drogas tan increíblemente potentes como peligrosas y baratas, fue Prince. El músico era dependiente de opioides, y cuando no los pudo comprar en la farmacia porque su médico dejó de recetárselos, los compró en la calle. Murió en un ascensor tirado y solo; allí mismo certificaron el “exitus”. La autopsia y el registro de su vivienda revelaron que su muerte se debió a una sobredosis provocada por el fentanilo y/o otros compuestos análogos, que el cantante ingirió al tomar una pastilla falsa de “Percocet”, comprada en el mercado negro. Posteriormente se supo que Prince era dependiente de opioides desde el año 2010, cuando se sometió a una dolorosa cirugía de la cadera. Si su médico le hubiera seguido recetando, Prince hoy estaría vivo.


Contad los muertos.


Las muertes por sobredosis en USA han escalado desde poco más de 6.100 muerte anuales -año 1980- a ser 3 veces más -18.000- en el año 2000, hasta lograr superar cada año el récord anterior de muertos, acabando con 64.000 personas en 2016 y con 73.000 más en 2017, último año del que hay datos. No se prevé que la tendencia vaya a modificarse, ya que las medidas que se están tomando (como recortar aún más las prescripciones legales de opioides) están provocando que el flujo de pacientes, regalados al mercado negro más peligroso jamás imaginado, no sólo no cese sino que aumente.


Las últimas víctimas de estas atroces políticas de drogas en USA, son los enfermos de dolor crónico no-oncológico. Estos enfermos -incluyen a la mayoría de veteranos del ejército de USA con heridas graves o mutilaciones- han visto cómo sus médicos se niegan repentinamente a recetarles la medicación que les quitaba el dolor, y que les había estado recetando durante años y años sin problema. Pasan de eso a lanzarles -por la fuerza- a una deshabituación no deseada (pasando por un síndrome de abstinencia) que destroza su calidad de vida, además de devolverles a un mundo de tremendos dolores por su estado físico. Muchos de estos enfermos, que además son el tipo de pacientes que no ofrecen duda sobre el uso que darán al medicamento (deformidades degenerativas, mutilaciones, tetraplejias por trauma, etc.), se han visto incapaces de enfrentar la nueva situación y la retirada forzosa -sin criterio médico que lo justifique- de los fármacos que estaban siendo efectivos, pero no han acudido al mercado negro a por heroína: muchos se están suicidando por no poder hacer frente al dolor.


Para alegría de quienes han implementado estas nuevas directrices, estas muertes -desesperadas consecuencias derivadas de la nueva situación- no harán que aumenten las cifras oficiales por sobredosis de drogas; podrán sentirse satisfechos de que -estos cadáveres- los vayan a apuntar en otra lista.

viernes, 17 de mayo de 2024

Entrevista a "El Coleta", RAP KINKI!!

 Entrevista a "El Coleta", pope del RAP KINKI!!


Alrededor del año 2011, un amigo me pasó un vídeo de un artista llamado “El Coleta”. El tema era la canción “Olé” y tras escucharla -hipnotizado- durante todo el día, quedé enganchado a la propuesta artística de este creador. Aunque usaba los esquemas del rap (estilo musical que nunca había explorado), sus temas iban cargados de menciones a los años finales del siglo XX y a los personajes que poblaron la recién nacida España de la democracia: los kinkis. 





Esos referentes comunes, me sirvieron para explorar su obra más a fondo, y posteriormente probar con otros autores; jamás habría buscado nada en el rap de no haber sido por ese providencial encuentro con su música. Junto con unas bases llenas de sintetizadores -sonando en busca de la distorsión más macarra- desfilaba el curioso universo de este chico, cantándole a los “alegres bandoleros” de su infancia, allá por los años 80.





P: “Soy el mordisco de Mike a Evander, soy el humo del polen virgen, soy un tirón desde una Scooter y moviendo ficha soy Bobby Fischer”. ¿Quién es "El Coleta"?


R: El Coleta soy yo, y es tanto el nombre por el que me empezaron a conocer en mi barrio -cuando me dejé coleta- como mi nombre artístico. Artísticamente, prefiero que me definan otros.


El único tipo del mundo que no tiene un smartphone y aún usa cabinas....


P: ¿A qué edad comenzaste en esto?

R: Pues relativamente tarde, con algo más de 20 años.


P: Entonces no había un político de pelo largo haciendo de “okupa” con tu apodo... ¿Te molesta esta sobre-explotación de tu nombre artístico?

R: Siempre da para el chiste fácil. A veces me molesta y a veces me hace gracia; preferiría que le hubieran puesto otro apodo, pero no me quita el sueño tampoco.





P: ¿Qué te movió a dedicarte a la música? ¿Qué necesidad cubría?

R: Cuando empecé a hacer música, lo hice medio de coña. La persona con la que empece, el Junior AKA Dr.Tube, era un amigo de la adolescencia que siempre estaba diciendo de montar un grupo. A mí me hacia gracia, porque no teníamos ni puta idea de música ninguno y eramos unos perlas más que nada.

Tiempo después cuando descubrimos programas para hacer música por ordenador yo empece a escribir y le metí a él el gusanillo de hacer ritmos, también con el ordenador. Y así empece de coña; luego poco a poco me fue entrando el veneno hasta ahora. Supongo que en su momento, hacer música me servía para descargar violencia y mala ostia, de una manera menos peligrosa para mí y para el resto de la gente





P:¿Qué es el Quinqui-Rap o Kinki-Rap? ¿Ambos términos definen lo mismo?

R: Yo siempre he definido mi rap como “Rap Makarra”. Dentro de “lo makarra”, entre otras cosas, está lo “Quinqui” y lo “Kinki” (separo estos dos términos para remarcar que lo “Quinqui” seria lo quinqui ochentero, y lo “Kinki” seria lo quinqui contemporáneo). La peña hacía en un principio rap "delictivo" con mucha influencia de lo yanqui , pero algunos empezamos a llevarlo al rollo kinki de aquí. Habrá gente que me deje por ahí, pero los primeros que podían hacer un rap que se pudiera denominar quinqui, fueron “HinchuBoys”, un grupo de la vieja escuela. Luego -mucho después- gente de Madrid como Toscano, Javier Petaka o yo mismo.

Ahora mismo, en la escena del rap, ya es normal usar este recurso pero al principio no lo era. Luego, la particularidad que tiene mi rap es que yo -aparte de lo Kinki- empece a usar muy a saco lo Quinqui, con todos lo referentes estéticos y de contenido del “cine Quinqui”. La peña estaba flipando con Tony Montana y yo empece a fliparlo con el Torete y el Pirri. Ahí fui el primero y prácticamente el único. Tan solo Jarfaiter -que yo sepa- con su propio estilo y particularidades, va por lo mismos caminos en cuanto a referentes.




P: ¿Qué te hizo flipar de esos “alegres bandoleros” como El Jaro, El Pirri, El Pera, El Torete, El Nani o El Vaquilla?

R: Cumplieron la máxima de “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver” (algunos más que otros). No es lo que quiero para mí o para lo míos, pero tiene cierto romanticismo. También tiene la parte atractiva de que algunos saltaron al cine, directamente desde el barrio. El fliparlo temáticamente -en mi música- también es por darle el toque “iberiko” al asunto.


P: ¿Es preferible acabar como El Jaro o El Nani, o terminar pasándote al enemigo como El Pera?

R: Ni una cosa ni otra, la verdad.


P: ¿Qué es ser macarra?

R: Hay una parte estética y también una de actitud que, evidentemente, están ligadas. Si eres un macarra, aunque te pongas un traje caro, te quedará “macarrilmente”.

También puede estar en la forma de hablar, en el propio contenido de lo que dices, o en la manera de actuar ante la vida. En cualquier caso es un concepto muy abierto, del que cada cual puede tener su significado en la cabeza.






P: ¿Macarra se nace o se hace?

R: Pues un poco de las dos, la chulería muchas veces es genética, jaja.


P: ¿Cómo casan RAP y delito?

R: El rap empezó como una música más festiva, pero fue tornando a un música que contaba lo que pasaba en los barrios bajos. Entre otras cosas hablaba de la delincuencia, y posteriormente surgió un genero temático en sí, el “GanstaRap”. Delito y rap están relacionados, aunque no es obligatorio que hable de ello.



P: ¿Te han detenido? ¿Has “tocado el piano” para las FFCCSE?

R: No. He estado alguna vez a punto y he tenido juicios pero, por suerte, no.


P: ¿Qué opinión te merece la policía como institución? ¿Es factible una sociedad sin dichos cuerpos?

R: Las fuerzas de represión del estado están al servicio de los gobiernos, no de los ciudadanos. Partiendo de eso, son en cierta manera, enemigos del pueblo. A ti te esposan por nada, y a Rodrigo Rato le detienen con mucha delicadeza. Para llegar a una sociedad sin esos cuerpos habría que hacer muchos cambios, muchísimos, pero creo que sí que se podría.




P: Quiero perros que muerdan al amo, y no perro-flautas levantando las manos...¿Cómo ves la realidad de la relación entre la policía y el ciudadano hoy en España?

R: Pues creo que entre la gente que está en la calle, y no me refiero a que esté delinquiendo, sino que sepa de qué va la vaina (gente normal trabajadora), hay división de opiniones. Una gran parte de ella desconfía totalmente de la madera, sin tener nada que ocultar ni ser delincuentes potenciales. Y eso se palpa.



P: Cuando grababas el vídeo de M.O.torsport... ¿se presentó la policía nacional en medio del rodaje?

R: Sí pero, sin que sirva de precedente, confieso que esa vez no nos tocaron mucho la polla.




P: Si tienes que elegir pasar por un control con nacionales, civiles, o municipales... ¿cuál consideras que es la mejor opción?

R: Las Guardias Civiles de mi vídeo de “Siempre”.


P: ¿La música acerca o aleja del delito?

R: Yo creo que cualquier cosa que te mantenga ocupado -y te dé motivaciones- te aleja de caer en adicciones, que te pueden llevar al delito al tener que cubrirlas económicamente. En el caso de la música, poder decir lo que quieras te sirve de válvula de escape: te puede ayudar a soltar lo malo y ser menos agresivo. Y si además lo escucha gente y les mola pues te vas a sentir bueno en algo, te va dar confianza en ti mismo y te va alejar de la frustración. Ya si puedes ganar pasta con ello, pues te debería alejar del delito porque no te vas a tener que buscar la vida de mala manera.


P: ¿Son las drogas algo intrínseco al RAP?

R: Puede parecerlo, pero no tiene por qué; las drogas son consustanciales a todos los ámbitos de la vida. Se ve droga por todos los lados: en la política, en el deporte, en todo. De estilos musicales no hace falta que ponga ejemplos, desde el punk, al flamenco pasando por cantautores...

No quiere decir que todo el mundo se drogue, evidentemente, pero muchos sí lo hacen. Y si incluimos el alcohol que -evidentemente- es una droga legal, ni te digo ya.




P: ¿Y cuál es tu opinión sobre el cannabis y su actual situación legal?

R: Mi opinión sobre el hachís y la hierba, es que como con toda sustancia su uso moderado puede ser positivo, pero su abuso y estar enganchado, no es bueno; depender o necesitar cualquier sustancia te hace débil.

Evidentemente estoy en contra de su prohibición y marginación, estando el consumo de alcohol normalizado, cuando su abuso es infinitamente mas dañino y peligroso que el abuso de la hierba. El alcohol causa mayores daños derivados para sus usuarios, y no digamos ya para la sociedad; sólo tienes que tratar con personas que sean unos auténticos fumetas y otra que sean unos borrachos para comprobarlo .

Y no sólo alcohol o las sustancias ilegales: hay montones de anuncios en la tele -a cualquier hora- anunciando casas de apuestas. Salen famosos anunciándolas, te meten cuñas en la radio y los propios comentaristas deportivos promocionándolas, diciendo que las cuotas ofrecidas son la ostia. Los barrios obreros se llenan de casas de apuestas mientras tú no puedes bajarte a un parque a fumarte un canelo, o ni siquiera llevarlo encima.

No sé si estoy a favor de un modelo legal para el cannabis, porque eso llevaría a la regulación y seguramente el estado lo monopolizaría. Lo que sí estoy a favor -sin duda- es de la despenalización del autocultivo para el propio consumo. En todo momento estoy hablando de fumarla, porque sus otras vías de consumo y propiedades medicinales me parecen de puta madre pero realmente no tengo grandes conocimientos sobre ello como para opinar con propiedad.

Igualmente que me parece bien controlar que la gente no conduzca fumadísima, me parece una vergüenza y un ataque a la libertad personal los “drogotest” con los que le están encalomando multones a la peña, por haber fumado días o semanas antes. Eso ni es justicia ni es seguridad vial.



P: Desde tu tema con Jarfaiter -“El Pico 3”- grabado casi como un homenaje a la serie de “El Pico” de Eloy de la Iglesia, si hay una droga que se distingue en tus temas, es la heroína. Y siempre con un mensaje negativo al respecto como “el caballo sólo te lleva al hoyo”. ¿Por qué?

R: Porque de pequeños vimos a los yonkis y los estragos que causaba en la peña. A mí se me grabó a fuego que sería la droga que nunca probaría, aunque la cocaína es igual de peligrosa y encima, al estar mejor vista, es mas peligrosa aún.





P: Hace poco has colaborado en un tema de los Narco -”Dame Argo”- en el que sales parafraseando el tema “Caballo Galopando” de Queco. También has sacado un tema con Vinnie Dollar con el título de “Yonki”, que dice: “Yonki no naces, yonki te haces. Y si te haces pues yonki te mueres”. ¿Un mensaje preventivo?

R: En ese tema estoy hablando principalmente de los yonkis de heroína y cocaína. Y viene a decir eso: que nadie es yonki de nacimiento -aunque pueda tener tendencia a consumir drogas- y que una vez que uno se engancha, aunque se quite, siempre sera yonki.



P: Sé que apoyas la tesis de que la heroína fue usada -de forma intencional y directa- para “controlar” el País Vasco en la época de ETA. ¿Por qué?

R: Aun no he leído el libro de JC Usó sobre ese tema -cuando caiga en mis manos lo leeré- pero sí he leído el de "A los pies del Caballo" de Justo Arriola. Mi opinión ya era esa misma, antes de leerlo, y su argumentación la refuerza. Mi padre siempre ha sido bastante "conspiranoico" en todos los temas políticos, le gusta mucho la historia -como a mi- y sabiendo de historia (que obviamente nos llega ya manipulada) se puede aprender cómo funcionan los estados y los mecanismos del poder.



P: ¿Qué paso en “Cuéntame” con la señora del tercero?

R: Solo se la metí pa' dentro (la bombona).




P: ¿Cómo se gestó tu aparición (como butanero) en dicha serie?

R: Tras publicar con Cecilio G. el tema de “Antonio Alcántara”, desde la cuenta oficial de la serie nos lo agradecieron. Yo les contesté diciendo que a ver si me sacaban en algún episodio. Tras eso, se pusieron en contacto, lo hablamos y se pudo hacer al final, aunque hubo suspense, jajaja.





P: Hace unos días ha salido un tema de Tangana en cuyo vídeo participas y, podemos añadir que das cojonudamente en cámara. ¿Cómo surgió? ¿Difería mucho de lo que suele rodear a un vídeo tuyo?

R: Conocía al Tangana de hace tiempo (de antes de que fuera Tangana) y en lo que habíamos coincido me llevaba bien con él. A través de un colega común me contactó, me contó el proyecto, lo pensé y lo hice. Estuvo bien el rodaje, yo ya tenia algo de experiencia en otro rodaje serio. No tiene nada que ver con un rodaje mio, eso es un vídeo hecho con medios y a través de una productora; sólo tienes que ver los títulos de crédito para ver cuánta peña esta detrás e imaginarte el presupuesto. Mis rodajes son muchos mas familiares, más vertiginosos (siempre nos falta tiempo) y sacarlos adelante es toda una experiencia. Desde aquí aprovecho para agradecer a toda la peña que lío para mis vídeos y que siempre lo dan todo.





P: Al mismo tiempo que salía el tema de “Bien Duro” de C.Tangana, sacaste tú un tema llamado “Yo quiero ser Tangana” que es una versión del “Yo quiero ser Alaska” de Siniestro Total. ¿Cómo se conjugan estas dos cosas al mismo tiempo?

R: Ese tema lo tenia pensado de hace tiempo. Alguna vez he cantado en directo la versión original de Siniestro Total con "Novedades Carminha" y de ahí se me ocurrió . Entonces, al salir este vídeo, se daba el momento perfecto para sacarlo. El tema es un vacile, no dice ninguna mentira y no es un ataque personal a Tangana. Como te he dicho, a Tangana como persona le conozco, y me cae bien. El tema puede criticar su figura artística, pero también denuncia la hipocresía de criticarle cuando muchos harían lo mismo que él para estar en su lugar. C Tangana no me ha dicho nada del mismo, pero lo ha retuiteado desde su cuenta, jajaja. Todo bien con él. ¡Desde aquí le mando un saludo!




P: ¿Te has planteado abrir nuevos horizontes fuera de lo musical y dentro de la pantalla? Eres un tipo que tiene una imagen realmente peculiar y eso tiene un mercado.

P: Claro que me lo he planteado, estoy en ello . He rodado una película como protagonista "Quinqui Stars", que es una peli medio documental pero actuó bastante. Hay alguna otra cosa abierta por ahí, y espero que después del estreno de la peli me salga algún papel más, aunque lo que me fliparía en el futuro es dirigir.


P: ¿Practicas la autocensura al escribir tus letras?

R: Al final no somos ajenos a la sociedad, y alguna vez te puedes plegar a ser políticamente correcto. Aunque la autocensura que me pueda aplicar, siempre va ser de palabras y no de ideas, lo cual es bueno porque te lleva a decir lo quieres decir con metáforas o dobles sentidos y eso enriquece las letras.


P: En tu serie X, en temas “bakalaeros” como el de “Bakaluti Durruti” o con Muéveloreina en “Camaradas Cañeros”, hay una clara tendencia a la denuncia social. ¿El bacalao se presta mejor a ello musicalmente? ¿Pedirá el pueblo, en su hartazgo, que salven a Barrabás?

R: Hice “Vota al Partido de la Ruta - PDR” con “Niño de Elche” y, de ahí, se me ocurrió hacer una serie de temas, con música bakalaera pero con contenido político; entre otras cosas porque me parecía curiosa la mezcla. La labor de los poderosos es que se salve siempre Barrabas y, de momento, hacen bien su trabajo.




R: Me encanta la canción de “Las kinkis son guerreras” -un canto a la mujer activa- pero... ¿el rap hecho por varones es irremediablemente machista, salvo puntuales excepciones?

P: Eso está bastante en la idiosincrasia del propio género musical, como también ese machismo ha estado en la sociedad. Y al igual que la sociedad avanza -o eso nos hacen creer- el propio género evoluciona e imagino que, cada vez más, se irá despojando de ello.


P: ¿Y homófobo? No es difícil encontrar lenguaje que lo parece en el rap y es tan difícil encontrar un rapero varón que sea abiertamente homosexual, como un futbolista o un torero que lo haga público.

R: Bueno, van saliendo raperos que se declaran homosexuales y que hacen gala de ello en las letras explícitamente, bastante más que futbolistas y toreros, creo que yo .



P: De los últimos temas que has sacado en vídeo está “Siempre”, una rumba canalla de tu próximo disco. ¿Es una advertencia sobre lo que vamos a encontrar? ¿Se puede pisar con soltura en el Rap, el neo-bakalao hispano y la Rumba Quinqui al mismo tiempo?

R: Bueno, es una confirmación más que una advertencia. Mi próximo trabajo se llama Neokinki, y lleva tres EP's de distintos géneros: el ya publicado "La Ruta de los X's", "RumbaPop" y un tercer EP de otros 4 temas titulado "Flamenko & Knife Fight"





P: Otra de las características más relevantes de tu trabajo es el uso de términos que no encontramos con facilidad en el lenguaje actual. ¿Que es un kelebra? ¿Bima equivale a coche? ¿Qué son “Etruscos y Questras”? ¿Aros y riñones?

R: Kelebra viene del hebreo y significa “perro malo” (o eso dicen en la peli del "Caso Slevin", de donde lo he sacado, jajaja). Bima es un BMW , viene de Bimmer -pronunciado “bima”- y sería un anglicismo “acastizao”. Etrusco's y Questra's son los balones oficiales de los mundiales de fútbol de Italia 90 y U.S.A. 94 . Los aros son el símbolo de Audi, mientras que los riñones son los cromados con forma de riñón en la rejilla de la delantera de los BMW.



P: ¿Por qué ese gusto por los coches antiguos y por el oro? ¿Qué coche antiguo escogerías?

R: El oro brilla, es hipoalergénico y se lo puedes dejar a tus descendientes o empeñarlo si lo necesita para comer. Los coches antiguos son preciosos, es imposible escoger uno sólo, pero un Bmw 850CSi no estaría mal.





P: ¿Eres de los afortunados que puedes decir que vives de la música o eso queda aún lejos?

R: Se puede decir que sobrevivo, pero al menos hago lo que me gusta y puedo llevar mis niños al cole e ir a recogerlos, casi todos los días.




sábado, 25 de septiembre de 2021

Javier Marín. In memoriam.

 

Javier Marín. In memoriam.


Este es un texto complejo de escribir, y posiblemente también difícil de entender en sus aristas para quienes lo aborden. Puede parecer que es una cosa cuando pretende ser otra, y eso puede ocurrir en todos los sentidos. No pretende ser una hagiografía de Javier Marín, ni tampoco una afrenta a su memoria. Busca ser honesto en lo que puedo contar de la relación que se dio entre Javier y mi persona, revelando cosas que para la mayoría seguramente serán desconocidas y, es en ese punto, donde se puede malinterpretar las motivaciones de este último rato dedicado a un personaje que (con sus cosas buenas y malas) nunca dejo de ser una pieza extraña, moldeada a golpes por una vida intensa y que albergaba dolores complejos y difíciles de gestionar.


Javier nació en Madrid en pleno franquismo, en el año 1958. Venía de una familia con “posibles” de manera que pudo dedicarse a estudiar Derecho, y no le fue mal a juzgar por sus calificaciones. Pero no se veía trabajando en ese mundo, porque lo suyo era haber nacido para no parar quieto y -menos aún- uniformado con traje y corbata, así que tras terminar la carrera, con un Franco ya muerto y España mudando su piel a “la democracia vía la transición”, se largó del país a vivir como ciudadano el mundo. Con su cámara a cuestas, porque Marín se consideraba sobre todo un fotógrafo, recorrió decenas y decenas de países, nutriéndose de vivencias y experimentando situaciones que la mayoría de nosotros sólo podemos leer en los libros de aventuras y ficción.


Uno de los primeros lugares en los que recayó, fue en Afganistán en plena eclosión del conflicto afgano con la extinta URSS. Llegó hasta allí como la mayoría de occidentales que se decidían a arriesgarse para poder contar lo que allí sucedía: entrando en el país desde el vecino Pakistán. No dejaba de ser un jovencito occidental, lo que le hacía ya una pieza codiciada para un secuestro por el que pedir dinero a cambio de la vida del sujeto, y tuvo que enfrentar una situación de ese calado en su “estancia”. Convivió con los muyahidines, los “luchadores por la libertad” afganos (luego reconvertidos en talibán o “estudiantes de religión” etimológicamente) que se opusieron con sus vidas -y la financiación, armas y asesoramiento estadounidense- a la invasión de su tierra de montañas y valles por parte de los soviéticos, empeñados en convertir Afganistán en otro de sus patios traseros. Eso ocurrió a final de los 70, cuando la monarquía afgana fue expulsada del país (o huyeron, bajo el riesgo de morir) tras la victoria del comunismo en amplias zonas del país. Ver las imágenes de Afganistán, en concreto de Kabul, de aquellos tiempos se antoja como una película de historia-ficción: las mujeres no iban tapadas con un burka, la reína del país aparecía en televisión sin ni siquiera usar un pañuelo para cubrir su pelo, la ciudad estaba surtida de cines y salas de baile y clubs de donde salía el sonido liberador del Jazz. Comparándolo con el momento actual, donde Kabul parece una ciudad propia de la edad media y con las mujeres enterradas en normas religiosas que las hacen esclavas invisibles, es inconcebible que esa libertad reinase en aquel lugar hace 40 años.





Pero el ambiente de libertad y carrera por la modernización que se respiraba en el Kabul de los años 70, no tenía mucho que ver con el resto del país, donde las condiciones de vida eran durísimas y la religión, uno de los grandes pilares sociales. A pesar de esa importante base religiosa, la ola de comunismo de aquellos años tuvo forma de calar en aquella población, con los mismos cuentos que lo ha hecho en otros muchos lugares del mundo aprovechándose de las malas condiciones de vida de sus partidarios, con la promesa del sueño de un mundo “justo” y de hermandad que siempre termina convertida en la pesadilla de un colectivismo forzoso en el que se aplasta la libertad del individuo. Esa diferencia de realidades entre la capital y las grandes ciudades y el 80% de la población afgana que vivía en el campo, fue la pólvora que impulsó el comunismo en el país y desembocó finalmente en la invasión de Afganistán por parte de la URSS.


Y allí estaba Javier Marín, con su cámara de fotos y enviando crónicas a los medios, en la época en que Internet estaba aún por imaginarse, y cuando todavía se pagaba bien el trabajo de aquellos que arriesgaban sus vidas para estar en esos lugares de conflicto. También estuvo en el Líbano, pocos años después, y dejó un estupendo legado de su paso por aquel país y de su producción de cannabis y del mítico hashís “rojo libanés”, que se puede encontrar en el libro “El Barril De Diógenes” (Ediciones Amargord) en el que narra sus aventuras de aquellos años con extremo lujo de detalles.



Javier Marín, Kalashnikov en mano, entre dos muyahidines 

en la guerra de Afganistán y la URSS en los años 80.


En esa línea de peripecias por distintos países, acabó recalando en el sudeste asiático, donde conoció a una de sus compañeras de vida de la que nunca se separó del todo: la heroína. Su relación con esta sustancia en aquellos años, en que no éramos plenamente conscientes de los riesgos que entrañaba su uso y abuso, le granjeó problemas de todo tipo hasta verse convertido en un esclavo por mafias de la droga y que le llegaron a pedir favores sexuales a cambio del estupefaciente, cosa que parece que fue un último revulsivo para pedir ayuda y conseguir salir de esa situación y aquellos países. Para ello, para escapar de aquello, tuvo que contar con la que fue una de las mujeres de su vida, que trabajaba para los servicios de inteligencia españoles, pero con los servicios secretos de ese tipo nunca sale nada gratis y siempre le pedían información a cambio de la ayuda prestada, aunque Javier siempre dijo que no facilitó nada relevante y que no colaboró con ellos.


Tuvo también una relación especial con Vicente Ferrer y su misión humanitaria en la India, quien le acogió y le cuidó aceptándole con sus peculiaridades, lo que produjo una importante marca psicológica en Javier. Vicente había llegado a la India en 1958 como Jesuita, aunque abandonó la orden en 1970 pero siguió con su trabajo humanitario de la misma forma. Se casó con una cooperante británica, Anna, y tuvieron 3 hijos, un niño y dos niñas. De esta relación especial entre Vicente Ferrer y Javier Marín, nació un libro escrito por Javier que se llama “Adiós al monzón”, también publicado por Ediciones Amargord, y un artículo a página completa escrito por Javier y publicado por el diario “El País”, del que Javier se sentía especialmente orgulloso.


Finalmente, con el peso de la edad encima y una salud bastante debilitada, Javier acabó asentándose en España. Vivió lo que fue el fin de la “época de oro” del papel (referida a lo que se pagaba a los autores que publicaban textos o fotos en aquellos años) y la llegaba arrasadora de Internet como un elemento que cambiaría todo. Y eso fue algo a lo que Javier no supo ya adaptarse: Internet le confundía y le perdía, no se relacionaba bien con ello. Sin embargo su extenso y nutrido currículum le permitió seguir ganándose la vida con colaboraciones con distintas revistas del medio cannábico. Y no ganaba poco en un principio!! Un amigo común me contó que había un autor que les sacaba a las revistas cannábicas más de 3000 euros al mes con sus textos y fotos, pero no me reveló quién era. Tiempo después, Javier pasó brevemente por la dirección de la revista Yerba cuando esta -tras un periodo en que había sido “arrendada” al grupo HempTrading- volvió a manos de Miguel Pedregal (el creador original de la franquicia). Y es ahí donde Javier y yo coincidimos por primera vez: él como director y yo como colaborador.





La verdad es que yo tenía a Javier en un altar, tras haber leído su libro “El Barril de Diógenes”, por su curtida experiencia vital y su íntima relación con las drogas, especialmente cannabis y también la heroína, aunque de esta última renegaba siempre en público y se presentaba como alguien limpio de cualquier rastro de dicha sustancia. Como director fue de los peores que conocí, ya que su capacidad de organizar y coordinar a los diferentes colaboradores era muy mala. Su gran obsesión -que nunca entendí viviendo en el mundo en que los ordenadores hacen casi todo con tocar un par de teclas- era que le entregásemos los textos en determinado formato de letra y tamaño, algo que se podía cambiar en segundos sin problema por parte de cualquiera. Y en los primeros números que él dirigió de la revista Yerba, muchos vimos cómo desaparecían las colaboraciones que habíamos enviado para el mes, y cómo otros textos (de su manufactura, firmados o no por él) ocupaban el espacio que debía ser de otros. ¡Ahí fue cuando entendí que era él quien le sacaba a las revistas cannábicas más de 3000 euros al mes! Y finalmente, nuestro amigo común, me lo confirmó.


Duró poco como director por su falta de capacidad para dicho trabajo, pero siguió como un colaborador principal de Yerba amén de otras publicaciones. Se especializó en dar una imagen de hombre totalmente “naturalista” y alejado de lo químico, en esa extraña concepción de que lo químico no es natural que se mueve en muchos ambientes, cannábico incluido. A veces tenía ideas de “bombero torero” y recomendaba cosas que, aunque a oídos de quien no tuviera formación podían “colar”, eran auténticos despropósitos. Por ejemplo, en una ocasión le llamé para preguntarle “cómo coño recomendaba a la gente disolver arena en agua y aplicarla a la planta de cannabis con un nebulizador, si el sílice (la arena) es totalmente insoluble en agua”, y él me reconocía el sinsentido pero argumentaba cosas como que era “sabiduría ancestral” o que tal o cual práctica surrealista venía de alguna civilización antigua.


En esos momentos, Javier había perdido contacto con gran parte de las personas y familiares que conformaron su vida y, aunque seguía vendiendo una imagen de hombre con una apuesta radical por “lo natural”, era un consumidor (ocasional, cuando el dinero se lo permitía) de droga como heroína y cocaína, regados por litros de alcohol barato.


Y unos meses después de que Javier dejase la dirección de Yerba, yo volvía de un viaje a Marruecos (en el año 2016) y había dejado el coche en el puerto de Algeciras. Eso me permitió volver dándome un largo paseo por la península, visitando lugares y personas que me apetecía ver y conocer. No sé cómo, Javier se enteró de ello (creo que fue a través del sobrino de Miguel Pedregal, que también trabajaba en “la empresa” que era Yerba en ese momento) y se puso en contacto conmigo para que al pasar por Málaga, donde residía en aquel momento, pudiéramos vernos. Y yo accedí.





Al fin nos teníamos cara a cara, tras haber escuchado todo tipo de peripecias el uno del otro por parte de terceros comunes, y teníamos mucho de lo que conversar. Yo apasionado por su historia y él deseoso de actualizarse e intentar adaptarse mejor a la realidad que el huracán de Internet había dejado al barrer el papel y convertir casi todo en publicaciones on-line, por no hablar de las redes sociales en las que Javier se veía incapaz de moverse.


Sin embargo, al cabo de estar unos minutos en mi coche, y preguntar dónde íbamos, Javier me “invitó” sibilinamente a ir a un punto de venta de drogas. Yo accedí, sin problema ya que soy un consumidor que nunca ha escondido dicha condición, y en unos minutos nos vimos en un piso de una barriada periférica de Málaga, comprando base de cocaína y heroína. Me contó que allí tenías que comprar esas cosas antes de la noche, porque después “no servían”. Eso es algo casi imposible, ya que la noche es esencial para esos negocios y es el momento de mayor funcionamiento, pero seguramente ese punto era uno de los pocos a los que a Javier le quedaría acceso, acuciado por deudas de todo tipo contraídas por su difícil gestión de su relación con esas drogas. De hecho, Javier me llevó allí a pillar, pero él no tenía dinero para pagar... así que asumí yo el coste como parte de una invitación algo engañosa, pero que entre yonquis no iba a tenerle en cuenta, dada su situación.


Minutos después estábamos en una escombrera a las afueras de Málaga, por unos caminos de tierra donde nos podíamos sentir más o menos a salvo de la aparición de una patrulla de policía que nos estropease el momento. En el coche, mientras hablábamos y escuchábamos música, consumíamos fumando sobre plata las drogas compradas. Y fue en ese momento cuando Javier empezó a hablar sobre ciertas ideas suicidas y su malestar y dolor en relación a la vida, a verse como se veía en ese punto especialmente si lo comparaba con lo que había sido su vida en otros momentos. Y no le faltaba razón.


Yo no tenía claro si me iba a quedar mucho más en Málaga o si cogería un hostal y saldría a la mañana siguiente hacía otro lugar en mi vuelta lenta a Salamanca. Pero Javier se empeñó en que me quedase “en su casa”, y yo acepté por pasar algo más de tiempo con él y no dejar a medias el asunto que se había abierto en la conversación entre vapores de coca y caballo.


Llegamos a su morada, y la imagen fue dolorosamente impactante. El lugar, con un salón, una habitación, cocina y baño, estaba inhabitable por la basura y la suciedad acumulada. Cubierto de restos de basura, comida en mal estado y, sobre todo, cartones de vino y botellas de cerveza y otros licores. Las ventanas cerradas o prácticamente cerradas, terminaban de hacer la estampa durísima, sin luz, sin esperanza. Era como vivir en un sepulcro, muerto en vida en una leonera similar a las usadas como refugio de yonquis y borrachos sin casa.


No quise incidir en ese aspecto en aquel momento, y me limité a -mientras íbamos charlando de distintas cosas- ir limpiando poco a poco el lugar, al menos para hacerlo habitable para el invitado que era yo esa noche. Cociné algo, no recuerdo qué, con comida comprada para subsistir en un supermercado que estaba abierto tras nuestro rato de intoxicación compartida en aquel vertedero. Y ya en la casa, terminamos de fumar lo que nos quedaba de la droga comprada, aderezado con hashís que yo había traído de Marruecos y que hizo que Javier decidiera retirarse a su habitación y caer dormido. Yo, insomne como soy, me quedé mucho más tiempo despierto, reflexionando sobre el shock que había supuesto ver la realidad en que vivía ese hombre y su estado mental.


La casa en la que vivía era en realidad propiedad de una señora que tenía una buena casa al lado de esta construcción, en la misma parcela. El lugar era idílico, y podías observar el mar y unos atardeceres impresionantes. Y la construcción donde vivía Javier era bonita y estaba en buen estado, en lo que al inmueble se refería. Era Javier el que había convertido aquel lugar, que habría sido el sueño de muchos, en una pesadilla para cualquier ser vivo.


La señora, que caritativamente le permitía vivir gratis en ese lugar, era una mujer de más de 80 años, de religión evangelista y a la que Javier -como parte del trato o relación que mantenían- la acompañaba “al culto” y la llevaba y traía con el coche (que mantenía económicamente la señora) para las cosas que podía necesitar, ya que la casa se encontraba fuera de un núcleo urbano. Era una relación hasta cierto punto simbiótica, pero en la que Javier era un beneficiado en mayor proporción sin lugar a dudas.


La construcción que aquella buena mujer le había cedido a Javier para vivir, era un pequeño lujo. Era pequeña, y de haber estado algo cuidada, se podría decir que era hasta coqueta. Según salías por la puerta, ante tus ojos -desde un alto- tenías la bahía de Málaga desde donde se observaban unos atardeceres magníficos. Si el lugar resultaba inhóspito y poco digno para vivir era por lo que se había acumulado en su interior, que en cierta forma era el reflejo del interior de Javier: dejándose morir, rematándose poco a poco.


Ya con más tiempo y calma, me contó con más detalle su obsesiva idea de quitarse la vida. Y remató aquel discurso con que “lo único que le preocupaba era dejarle el lugar hecho un asco a la señora” (hecho un asco y con un cadáver con muerte violenta). Mi reacción fue algo dura. Mi gesto cambió y le dije que me parecía estupendo que quisiera quitarse la vida, que era parte de los derechos de cualquiera elegir cuándo y cómo quiere marcharse de este mundo, pero que no tenía ningún derecho a provocarle a la señora que le daba cobijo el daño que le supondría tener que lidiar con un cadáver (que seguramente tendría que descubrir la pobre mujer) y con toda la basura acumulada allí. Le dije que aquello era inmoral e injusto y que -apelando a la dignidad que tenía que quedarle en su interior- eso era algo que convertía un último acto de libertad en un acto de injusticia y falta de gratitud.


Supongo que a Javier le impactó que yo no tuviera nada en contra del suicidio, ni del suyo ni del de nadie (cuando es algo meditado, consciente y elegido en libertad), pero que sí lo tuviera en contra de las formas que planteaba y las consecuencias para terceros. Y desde ahí poco a poco fuimos entrando en materia, explorando las razones que le hacían barajar la idea de matarse de forma tan insistente. Entre aquellas razones estaba su situación económica, que estaba deteriorada seriamente (tenía que cobrar los trabajos que hacía en una cuenta bancaria de una de sus hijas para que Hacienda no le pudiera quitar dinero, de multas o de deudas que hubiera acumulado en su devenir vital).


También le dolía tener que representar la imagen de algo que no era. Me explico. Javier era un hombre que amaba la naturaleza y que tenía una relación especial con la planta del cannabis que se había forjado a lo largo de toda su vida. Eso no tenía nada de falso y era así. Pero al mismo tiempo Javier tenía una relación especialmente íntima con la heroína (y derivada de ella, con la cocaína, que suelen consumirse fumadas juntas ahora que el uso de la vía intravenosa es totalmente residual y marginal) y ello era algo que tenía de ocultar.


¿Por qué?

Javier vivía esencialmente de su relación con el mundo del cannabis español, sus medios escritos y las empresas que dominan el cotarro. Y en ese mundo del cannabis -que al ojo inexperto le puede parecer tolerante y lleno de buen rollito- existe una caterva mayoritaria de ignorantes y talibán cannábicos que afirman estupideces como que el cannabis no es un droga (sino que es una planta “sagrada”, como si fueran asuntos excluyentes), que fumar o consumir cannabis es buenísimo para infinitos males y que carece de daño alguno (cosa falsa en el cannabis e incluso en el agua de manantial: todo tiene efectos secundarios, lados positivos y negativos) y, derivado de esos postulados del ultra-naturalismo más obtuso, que ellos no tienen nada que ver con los “yonquis” que consumen drogas (entendiendo por “drogas” todo lo que no consumen ellos en tu mundo naturaloide cannábico).


Es decir, dentro de ese mundo del cannabis existen centenares de “guardianes de las esencias y la verdad” que se dedican a señalar y a hablar por la espalda de aquellos que, oh pecadores, violan los preceptos de esa religión que han montado en base a una más de las plantas psicoactivas que la vida nos ha regalado. Y en ese contexto, Javier y su antigua pulsión por el consumo de opiáceos, eran algo que no encajaban. Así que, valorando pros y contras, llegó un momento en que Javier ocultó a todo el mundo esa parte de su vida: él era un cannábico de pro, y bajo ningún concepto tomaba otras drogas (estas sí, dañinas para la salud).


Los pocos que sabíamos de su uso de heroína y cocaína, éramos (un pequeñísimo puñadito de personas) aquellos que somos consumidores “públicos”, no por hacer exhibición de nuestro consumo sino por tratarlo como un hecho más y sin mostrar miedo alguno a revelarlo. Yo consumo heroína (y cocaína y una ristra interminable de drogas diversas) cuando me da la gana, y me la trae absolutamente floja lo que de ello piensen los demás. Me importa una mierda como un castillo que me califiquen de yonqui o de santo místico, y vivo estupendamente así: fuera del armario de lo “drogófilamente correcto”.


Como yo hay algunas otras personas conocidas en España, que aceptan sus distintos consumos sin problema alguno y sin plantearlos como algo “excepcional” o como algo “que ocurrió en el pasado por falta de información”, pero vivir una vida acorde a esa elección (la de no meterse en ningún armario por lo que decidamos consumir) a veces trae inconvenientes cuando topas con los talibán del cannabis. Resulta especialmente doloroso que sean los cannábico (o una buena parte de ellos) los que presentan esas actitudes menos comprensivas y más intransigentes con los consumos de los demás. ¿Por qué? Porque duramente muchas décadas el consumo de cannabis era tan incomprendido y vilipendiado como el consumo de otras sustancias, y ese hecho solía provocar en quienes eran integrantes de la “cofradía del papelillo y el mechero” una empática solidaridad con otros que también sufrían por el hecho de ejercer su libertad y elegir consumir tal o cual sustancia. La única norma implícita en aquellas relaciones de tolerancia absoluta (que se vivió durante décadas en España) era la de que lo que tú hicieras no revirtiera en daño para otras personas.


Pero como digo, aquello mutó bajo el neo-paradigma del ultra-naturalismo y acabó siendo una especie de religión excluyente en la que quienes comulgan con tu mismo sacramento son aceptados, y los que se salen de la ortodoxia del nuevo pensamiento, son herejes que “no deberían estar entre los puros”.


Y Javier sufrió, durante muchos años, la disonancia cognitiva y vital de tener apetitos farmacológicos que su entorno difícilmente iba a aceptar. Además en su libro “El Barril De Diógenes”, daba por zanjada su relación con las drogas de ese tipo, en algo que era más el querer dar una imagen útil que el hecho de contar honestamente una realidad.


Así que quienes sabíamos de los gustos de Javier, siempre recibíamos el aviso insistente de que “por favor, bajo ningún concepto, dejásemos que esa información se escapase de nuestro fuero”, porque él se veía seriamente amenazado por ello.


Como último punto que recuerdo, en lo relativo a las razones que hacían que Javier no se sintiera en plenitud y sobrada capacidad (como había tenido gran parte de su vida en situaciones que, al resto de mortales, nos habrían superado) era el choque con las nuevas tecnologías. Javier no era tan mayor, pero su mente estaba hecha de letras escritas sobre papel, y no de relaciones establecidas con una conexión de Internet con decenas o centenares de diversos actores. Por supuesto que era capaz de manejarse con asuntos como el correo electrónico, pero todo lo que fuera más allá de ello, eran terrenos en los que Javier se sentía totalmente perdido.


Yo soy de la última generación que nació sin ordenadores. En cierta forma, la última generación “libre” que tiene conceptos arraigados de intimidad y privacidad, en toda su amplitud. Y desde muy pequeño empecé a acercarme a esas máquinas que eran antaño los computadores (cuando valían millonadas al cambio de hoy día) y aprendí a “hablar su idioma”, aprendí a programar en distintos lenguajes y fueron un juguete más de mi infancia-adolescencia, pero uno más: no eran relevantes hasta el punto que lo son hoy día. En ese sentido, podía comprender a Javier. Plantar a un hombre como Javier delante de Facebook o de Twitter, era someterle a una cascada de nuevas ideas, conceptos que necesitan un tiempo de asimilación, y toda una nueva cosmogonía en la que los “nativos digitales” se mueven sin fricción, pero los que somos de generaciones anteriores, no lo tenemos incorporado de forma casi innata.


Aún así, yo era consciente de que Javier necesitaba abrirse al mundo y que la única forma que tenía de hacerlo (que pudiera resultarle pragmáticamente provechosa) pasaba por el acercamiento y manejo -aunque fuera bajo mínimos- de ciertas redes sociales, como podían ser los foros especializados o Twitter en aquel momento.


Así que, procurando aportarle algo a Javier en ese par de días que íbamos a pasar juntos, le enfrenté al asunto. Lo hice con mi ordenador, porque -si la memoria no me falla- él tenía un viejo ordenador que estaba totalmente desactualizado y que no funcionaba en algunas partes esenciales. Le dediqué toda una tarde, delante del mi ordenador yo mientras le iba mostrando aquello que desconocía y le producía inseguridad, y Javier con un cuaderno donde iba apuntando datos, cosas como nombres de usuario y sus correspondientes claves, cómo seguir a otras personas en Twitter, cómo buscar información relevante para él....etc.


Aún con eso, yo era consciente de que nadie puede asimilar tanta información en tan poco tiempo, así que me comprometí a seguir llevándole de la mano en sus primeros pasos en ese otro mundo de lo virtual, desde nuestra conexión telefónica (y por email, cuando tenía acceso). Le dejé como encargo sine qua non poner su ordenador en condiciones de correcto funcionamiento y, a ser posible, conseguir un teléfono que le permitiera manejarse en esas redes también: tenía que hacer que Internet se integrase en su bolsillo, en su quehacer diario, para volver a estar conectado al pulso de los tiempos que nos tocaba vivir.


Aparte, como curiosidad, le expliqué algunas de las ideas de negocio que yo estaba barajando enfrentar (mezclando mi relación con el mundo cannábico y mi conocimiento extenso de Marruecos por las décadas que llevaba viajando al país), y cómo una persona como él -con un bagaje que tumbaría a cualquier aspirante a principiante que se quiere mover entre dos continentes y dos culturas distinta- sería alguien de gran ayuda y que podría aportar mucho a lo que yo por aquel entonces estaba desarrollando. Eso le ilusionó sobremanera: imaginarse útil de nuevo, recorrer otra vez aquellos lugares que recorrió casi 4 décadas atrás (le impresionaban las fotos que yo traía de lugares que él había conocido como pueblitos de pescadores y que ahora parecían Benidorm), y relacionarse de forma directa y activa con nuevas personas dándoles un servicio útil y cobrando dignamente por un buen trabajo.


Todo aquello fue como un soplo de aire vital en unos pulmones asfixiándose, que le hizo -al menos por una época- imaginar un futuro mejor y en una actividad que le resultase satisfactoria, lo cual -para alguien que lidiaba a diario con el pensamiento de quitarse la vida- era algo de un valor superior a cualquiera de las cosas que quedaban ante su visión de la vida en esos momentos.


Llegaba el momento de mi partida, de seguir viajando hacía arriba en la península y, poco antes de despedirnos, Javier buscó entre sus cosas y sacó un ejemplar nuevo de “El Barril de Diógenes”. En ese momento le recordé que ya tenía un ejemplar, pero me dijo que ese iba a ser especial. Cogió un bolígrafo y, de espaldas a mí, escribió una dedicatoria en el libro, firmó y me lo entregó.


Yo lo abrí inmediatamente y leí la dedicatoria: “Para Al. Gracias por todo lo que tú y yo sabemos. Hasta siempre.”





Y ya que no compartíamos ningún secreto especial -salvo lo hablado en esos días- comprendí, con el acento grave que su rostro daba a la situación, que me agradecía haberle llevado una nueva perspectiva a su posición vital agotada y de rendición, que estimaba el tiempo que dispuse para escucharle -en esos temas relativos a la muerte elegida- y a analizar con él las razones que le llevaban a ese punto, y a haber dedicado un tiempo a enseñarle que había nuevos caminos y formas de hacer las cosas a las que tenía que acostumbrarse si quería seguir en “el juego”.


Eso sería el “todo lo que tú y yo sabemos”, aunque según me fui alejando en mi coche me invadió una cierta sensación de que había “rescatado” a alguien de una decisión sin retorno en el último momento. Posiblemente sus cavilaciones sobre el suicidio estaban ya maduras y tal vez sólo le hubiera hecho falta el momento puntual de esa mezcla de fuerza y desesperación que sirve para poder afrontar el hecho de renunciar a seguir respirando.


De todas formas, al mismo tiempo, era consciente de que por un lado las cuestiones que expresó Javier en nuestros días de charlas, iban más allá de lo circunstancial y puntual, y que en cierta forma eran un sumatorio de miles de pequeños (y no tan pequeños) dolores en forma de decepciones y de justificada misantropía. Era consciente de que lo que Javier planteaba, al expresar con iluminada lucidez que ya había tenido suficiente dosis de una vida que no le llenaba, era algo que había calado hasta el hueso de su existencia. Cambiar y mejorar su entorno, su rutina y sus perspectivas, podrían darle un mayor peso al lado de la balanza que sopesaba lo positivo de seguir viviendo, pero no iban a eliminar el posicionamiento filosófico al que había llegado y que le empujaba a dejar de vivir como forma de huir del sufrimiento íntimo que arrastraba.


Recuerdo que antes de irme de Málaga, comenté la situación con un amigo íntimo (que también era un fan de Javier Marín tras haber leído el libro con sus increíbles peripecias) y le expresé tanto mi preocupación por lo que había visto como el hecho de que -si se agarraba a un cambio positivo como el que parecía haber vislumbrado con lo que yo compartí con él- también existía la posibilidad de “salir de ese agujero mental” y volver a tener una vida que disfrutar en lugar de sólo sufrir. Mi amigo me preguntó, en un ofrecimiento claro de ayuda para Javier, si el problema en general se podía mejorar o solventar con dinero (que él estaba dispuesto a donar desinteresadamente). Y no tuve otra opción que decirle la verdad: no era algo que el dinero pudiera arreglar, y que incluso en la situación en la que estaba, el dinero podía tener el efecto de regar con gasolina un incendio hasta llevarlo a la catástrofe. El dinero hubiera sido útil más adelante, cuando se hubieran dado pasos propios que denotasen una intención sólida de cambiar los aspectos más dañinos de una vida que buscaba claudicar.


Ya de regreso en Salamanca, incrustrado en la rutina habitual, empecé a hacerle un cierto seguimiento a Javier en el que hablábamos ocasionalmente por teléfono y yo le seguía pidiendo que diera pasos claros en el tema de Internet y las redes sociales, ya que necesitaba -a mi juicio- volver a ser visible en un mundo que se movía ya en esas otras coordenadas.


Consiguió poner a funcionar su ordenador, con tiempo (esto no era algo que en los ritmos de Javier fuera de un día a otro) y llegó a abrirse una primera cuenta en Twitter. Sin embargo, no era capaz de entender el concepto y el funcionamiento de las redes sociales, que chocaba con la mente de un hombre que era de otra época. Hubo un día en el que recibí una llamada de Javier, preguntándome por qué no le contestaba los mensajes que me había enviado por Twitter. Yo le dije que no tenía ningún mensaje suyo, y él me insistía en que los había enviado. Finalmente, tirando del hilo, llegué a ver qué era lo que había hecho. Simplemente había abierto una cuenta en dicha red social, y nada más abrirla había escrito un tuit que decía “Mu buenas Al!”. Y poco después, otro en que decía “Hola Al. Me recibes?”. Pero claro, esos tuits los había lanzado al aire, con la esperanza de que por algún mecanismo mágico que él no alcanzaba a comprender -pero que creía funcional por la idea que había destilado del tiempo que dediqué a mostrarle un poco el mecanismo de Twitter- llegasen a mi persona, yo los leyera y lógicamente se los contestase. Aquello era la confirmación de que ayudarle, aunque sólo fuera en los aspectos técnicos más básicos del asunto, iba a requerir mucha paciencia y mucho tiempo.





Y poco a poco con otra cuenta -porque al cabo de un par de días perdió la clave de esa primera que abrió y no supo recuperarla- se fue instalando en el mundillo de las redes sociales. Aprendió a contestar correctamente (a nivel técnico) a los usuarios, a tener una “bio” gráficamente interesante (que al menos tuviera una foto suya), y a subir contenidos con cierta regularidad, para lo que eran sus tiempos y ritmos.


En aquel momento yo ya escribía para la web de la empresa que había tenido arrendada la Revista Yerba, y que habían pasado a tener sólo presencia en el mundo digital. No recuerdo qué había sucedido entre Javier y ellos pero “algo no positivo” había ocurrido en su relación, y Marín no estaba entre quienes les suministrábamos contenidos. Pero recuerdo que en un intento de echarle una mano, hablé con la directora de la web (la mujer del jefe de la empresa, a la que él “se quitaba de encima” ocupándola en “dirigir” la página, aunque era incapaz de escribir correctamente en castellano) y conseguí que le dieran una nueva oportunidad, ya que aunque fuera simplemente contando las peripecias de su vida resultaba una fuente inagotable de textos que tenían la capacidad de enganchar al lector.


Y escribió al menos uno, no sé si dos. Pero por alguna razón la cosa no terminó de cuajar y no sacó más provecho del asunto. Sin embargo él siguió en redes sociales, hasta que tuvo la “mala idea” de expresar una opinión en un conflicto que se había generado a raíz de un texto que yo escribí (a petición del director de un conocido medio cannábico gratuito que se repartía en los Grow-shops, y con el permiso expreso de la directora de la web donde se publicaban los contenidos). El texto en sí era una forma de contarle al público cannábico las estafas y timos que un falso activista, de nombre Paco, había ido realizando durante años. Por supuesto, para evitar problemas legales, su apellido se había modificado aunque todo el mundo sabía de quién se estaba hablando. Y en ese texto, de forma accesoria aparecía un personaje que era pura ficción y que sólo servía para mantener una conversación telefónica con la protagonista, que era la excusa para hacer un repaso de los engaños acometidos por este estafador del mundo del cannabis.


Pues resultó que una ex-trabajadora de la empresa, que buscaba notoriedad y montar jaleo (ya que la habían despedido por su falta de capacidad) dijo que se sentía representada en ese personaje, y decidió montar el pollo en Twitter. No tenía sentido alguno, pero la tipa en cuestión no tenía nada que perder y quería vengarse de alguna forma de la empresa que no quiso seguir manteniendo a una ladilla, por muy mona que fuera.


Javier tuvo la honestidad de escribir un tuit opinando sobre el asunto y calificando de “niñata” a esta mala bicha, lo que provocó que ella aprovechase para lanzarse también a por Javier, consiguiendo su teléfono y haciéndole varias llamadas que grabó y con las que posteriormente se dedicó a chantajearle (haciendo incluso que tuviera que eliminar su cuenta de Twitter). Y es que Javier, cuando soltaba la lengua o cuando quería salir de un jardín en el que se había metido, no tenía reparos en “recolocar, modificar o inventar” los hechos necesarios para conseguir el objetivo. Y unas grabaciones telefónicas del pobre Javier, en las que debió de decir todo tipo de invenciones para justificarse, guiadas por una tipeja acostumbrada a manipular su entorno para obtener beneficios, seguramente contenían todo tipo de afirmaciones que, en un cara a cara con quien hubiera mencionado, le hubieran dejado en un lugar terrible y vergonzante.


De hecho, desde ese momento, Javier no se atrevió a volver a contactar conmigo (aunque yo no había escuchado las grabaciones). Finalmente supuse que prefería evitar tener que dar la cara ante mí, y explicar lo que hubiera podido inventar en esa trampa telefónica que le hicieron, aunque eso le supusiera perder lo que de positivo tenía para él todo el tiempo que le dedicaba -desinteresadamente- a ayudarle con las nuevas tecnologías, y de forma colateral en otros aspectos.


Y yo no quise insistir. Somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios, y ahí quedó nuestro último contacto directo. Al poco tiempo, meses después, supe que Javier había conseguido contactar y hacer algunas pequeñas cosas para una marca de semillas hispana. Por terceras personas supe que pululaba por algunos eventos cannábicos, buscándose las castañas. Incluso hubo quien le dio trabajo de nuevo en el ámbito de los textos y las fotos, aún a sabiendas de que en muchas ocasiones reutilizaba las mismas fotografías que ya había vendido o que los textos no pasaban de ser refritos de otros escritos anteriormente.


Lo último que supe de él, es que una empresa de semillas catalana le había contratado de forma digna y le había dado un trabajo que, en teoría, tenía que haber sido un placer para él. No sólo tenía un contrato a jornada completa, sino que vivía en el campo (sin pagar alojamiento) y que la empresa cubría todos los gastos (incluido el seguro de su coche o las reparaciones que iba necesitando) además del sueldo que le pagaba religiosamente. Se suponía que era un punto en el que Javier había salido del hoyo vital en el que se encontraba, viviendo a salto de mata y sin poder cobrar él mismo los trabajos que realizaba (y que tenía que cobrar a través de una cuenta de una hija suya en la que él figuraba como autorizado, para evitar que las deudas y multas que arrastraba pudieran ejecutarse mediante embargo de sus activos). Escuchando lo que Javier decía querer, era razón suficiente para pensar que había llegado a un punto en el que debería sentirse feliz, al menos en lo laboral y en lo referente al entorno en el que vivía: en plena naturaleza y al cuidado de unas plantaciones de cannabis.


Pero a pesar de todo esto, Javier debía seguir enfrentándose a una vida que no apreciaba. El día 21 de abril desperté con la noticia de que Javier Marín había muerto el día antes. En principio las noticias llegaban con cuentagotas y ninguna de las fuentes abordaba la pregunta más natural: ¿cómo había muerto?


Al ver que un dato así se estaba “ocultando”, no tardé mucho en suponer que finalmente Javier se había quitado la vida. Sin embargo, pasaron bastantes semanas hasta que tuve la confirmación del hecho. Al parecer, y por los datos que me dieron sobre las circunstancias que rodearon a su muerte, Javier debía llevar tiempo preparando el suicidio. Para empezar, los sucesos ocurrieron el día 20 de abril, 4/20 en el formato inglés, y que resulta ser el “Día Internacional de la Marihuana”. No se puede estar 100% seguro de que hubiera elegido este día para provocarse la muerte, pero teniendo en cuenta su íntima relación con el cannabis a lo largo de toda su vida, es harto improbable que esto no fuera algo que tuvo en cuenta.


El método utilizado para terminar con su vida, fue una sobredosis de pastillas, posiblemente de buprenorfina. El compuesto exacto no me lo han podido confirmar, pero sí me confirmaron que usó que las pastillas que le daban como tratamiento de mantenimiento en el contexto de su conflictiva relación con los opiáceos y la heroína. Sólo se utilizan en España dos fármacos en la terapia de mantenimiento por consumo de opiáceos u opioides, y son la metadona y la buprenorfina. La metadona normalmente se administra y entrega a los usuarios disuelta en agua, en dosis preparadas de antemano, en un botecito de plástico con un número identificativo. Y la buprenorfina se entrega en pastillas. Dependiendo del usuario, de su historial y de qué fármaco se adapte mejor a sus circunstancias, se utiliza uno u otro.


Javier había estado guardando, durante un largo periodo, las pastillas que debía haber consumido a diario. Necesitó suficientes para asegurarse que funcionarían a la hora de provocarle la muerte, a pesar de la tolerancia que pudiera tener a estos fármacos. Cuando consideró que tenía suficientes y que había llegado el momento, ejecutó la última parte de su plan.


Tuvo la decencia de no llevarlo a cabo donde estaba viviendo, ya que eso habría sido un problema para la persona (el dueño de la empresa que le tenía contratado) que mejor se había portado con él en los últimos años. Encontrar un cadáver con sobredosis de esos fármacos, en un lugar donde existían plantaciones de cannabis (aunque fueran destinadas a producir semilla o a seleccionar y probar variedades), habría sido un marrón extra para esa persona.


Así que en sus últimos momentos cogió el coche, y se fue a un lugar alejado, en el campo, donde no le pudieran vincular con nadie y que lo su suicidio no dañase de forma extraordinaria a nadie. Y una vez allí, tomó una cantidad suficiente de esas pastillas como para provocarse la muerte por sobredosis. En el caso de estos fármacos, la muerte llega cuando vas quedando dormido, inconsciente y progresivamente tu respiración se hace más y más débil, hasta que dejas de respirar. Y ahí acabó todo, en la soledad de la madrugada...


Siempre tuve la sensación de que la inclinación de Javier hacia el suicidio no era debida a las circunstancias que puntualmente le afectaban, sino que era algo que llevaba muy dentro. Pero no era más que una sensación y siempre la equilibré con la esperanza de equivocarme. Aunque en todo caso, siempre respeté su opción en ese aspecto y -aunque sea doloroso- creo que es un derecho que es inherente a la vida. Uno no puede estar obligado a vivir, y menos aún cuando por la razón que sea uno esta sufriendo y no desea seguir experimentando la vida como una condena.


Y hasta aquí la historia que puedo contar de un tipo que, a pesar de la distancia que nos separó en los últimos años, era alguien digno de conocer y de escuchar por el increíble recorrido que fue su vida en los 63 años que pasó entre nosotros.


Estés donde estés, Javier, que el tiempo te sea leve.


Drogoteca.