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sábado, 1 de junio de 2024

Las sobredosis de opioides en USA Y Canadá.

 

Las sobredosis de opioides en USA Y Canadá.


¿Por qué USA y Canadá enfrentan la mayor tasa de muertos por sobredosis de toda su historia? Seguramente la mayoría de lectores conocían este hecho, a grandes rasgos, ya que en la prensa, radio y TV se trata este asunto. Pero para quien no haya oído nada al respecto, vamos a explicar -telegráficamente- cómo es que en un área del doble de tamaño que Europa, y con un nivel de vida económicamente superior a la media de nuestro continente, si tienes menos de 50 años de edad tienes más probabilidades de morir de sobredosis que de accidente de tráfico, arma de fuego, cáncer o SIDA.


Las distintas dosis letales de la heroína, el fentanilo, y su análogo más potente: el carfentanil.


¿Cómo y cuándo comenzó este problema? El inicio de lo que -ahora- ha devenido en la peor epidemia de sobredosis de la historia, lo podemos situar en torno a los años 90; hace casi 30 años. En aquella época, el tratamiento farmacológico del dolor (crónico, agudo o terminal) dejaba bastante que desear, para los pacientes que lo sufrían. Esto se debía a que la práctica médica, de aquellos años, entendía que sustancias como la morfina o la heroína, eran drogas que creaban “adicción” y que, por lo tanto, no se podían utilizar salvo en casos extremos y se reservaban para tratamiento hospitalario -de cirugía y post-operatorio- y cuidados paliativos en enfermos terminales. Esta forma de emplear los mejores analgésicos que la naturaleza puso en manos del hombre, surgía también de la mentalidad judeo-cristiana, por la que el dolor es parte de nuestro personal purgatorio, y buscar alivio para el mismo era de débiles de espíritu. La frase “el dolor le es grato a Dios” y el hecho de no dar opiáceos u opioides, salvo a moribundos, resume bien la mentalidad de una gran mayoría de la población – tanto médica como paciente- de esa época.


Esas breves líneas escritas como carta al editor, fueron la excusa usada por los nuevos vendedores salvajes de opioides como justificación de que la adicción era un mito, omitiendo cuestiones esenciales.


Unos años antes, en la década de los 80, un par de doctores hicieron una revisión -basada en datos objetivos- sobre si era cierto que los “narcóticos” (que era como se denominaba genéricamente a los opiáceos y opioides) causaban adicción con la facilidad y rapidez con que se había hecho creer a la gente que eso ocurría, dentro de las campañas de desinformación farmacológica que acompañan siempre a la pedagogía social de la “guerra contra las drogas”. Lo que estos doctores encontraron fue curioso y sorprendente: era falso que el hecho de tomar narcóticos crease adicción como se había contado. De hecho, los datos mostraban cómo los pacientes tratados con “narcóticos” por dolor -bajo control del hospital siempre- no tenían apenas tasas de adicción, si no existían problemas de adicción previos. Escribieron una carta a una prestigiosa revista médica, “New England Journal of Medicine”, contando cómo entre más de 11.000 pacientes a quienes se les habían administrado narcóticos -en contexto hospitalario o de cuidados dirigidos por un hospital- sólo 4 de ellos habían desarrollado un trastorno adictivo, que pudiera ser documentado claramente en su inicio. Sólo 1 de cada 2750 personas se convertía en “adicta”, con todo lo que eso implicaba: ¿era justo estar negándole una correcta medicación contra el dolor al 99'9% de los pacientes por algo que ocurría a menos de un 0'1% de casos?


Sin embargo, su bienintencionada carta fue usada -10 años más tarde- de forma distorsionada para lanzar la más grande campaña de ventas de fármacos opioides de la historia de la humanidad. Uno de sus dos autores, ha dicho que “sabiendo lo que sabe hoy, y la forma en que su texto fue intencionalmente mal usado, no escribiría esa carta”. Y no es para menos, ya que fue citada 608 veces en otras tantas publicaciones, el 72% de las ocasiones para apoyar la afirmación de que “los opioides raramente provocaban el inicio de una adicción” y en el 80% de los casos, escondiendo la variable clave: dicho estudio se refería sólo a pacientes en entorno de control hospitalario. Se omitió ese dato en 4 de cada 5 menciones, y se indujo a creer a los médicos que la prescripción de opioides, para cualquier tratamiento de dolor, no derivaba casi nunca en problemas adictivos.


Oxycontin, el producto estrella que desató la peor crisis de sobredosis de la historia: de Purdue Pharma.

La empresa farmacéutica -su exponente más visible fue Purdue Pharma- entraba en acción con una brutal campaña de ventas, donde miles de “visitadores farmacéuticos” fueron entrenados para hacer creer a los médicos que la tasa de problemas de adicción con los opioides era inferior al 1%, sin más contexto ni variables. Muchos médicos -animados a recetar un fármaco que funcionaba bien y, además, te aseguraba la dependencia del paciente/cliente- no se hicieron de rogar y aceptaron encantados el flujo de dinero que la prescripción de narcóticos opioides les proporcionaban; se desdibujaba el límite entre lo que es un médico prescribiendo, y lo que es un vendedor de droga con capacidad de surtirse en el mercado legal.


Purdue Pharma, gracias a su producto estrella “OxyContin” pasó de recibir “unos pocos miles de millones de dólares” a facturar 31.000 millones de dólares en el año 2016, y a aumentar aún la facturación en el año 2017 con 35.000 millones de dólares: sus beneficios han crecido al ritmo que los muertos de sobredosis. Su “OxyContin” presumía de ser eficaz con el dolor, a lo largo de 12 horas por su liberación prolongada y patentable, y de contar con una formulación que prevenía el abuso del fármaco: esto también era falso, ya que para “hackear” su sistema anti-abuso, bastaba con machacar o romper el comprimido.


Purdue Pharma supo -desde el principio- que estaba convirtiendo en yonquis a un gran porcentaje de la población. Ya en el año 2001 fue demandada por el fiscal general de Connecticut, debido a las altísimas tasas de adicción que estaba generando el “OxyContin”. Y esa fue sólo la primera de un montón de demandas, que la compañía siempre se encargaba de solucionar pagando dinero y firmando un acuerdo de confidencialidad. Hasta que en 2007 la compañía se declaró culpable, en un acuerdo que incluía el pago de 600 millones de dólares. Por desgracia, el total de las cantidades pagadas -entre todas las demandas de varios años- no alcanza los mil millones de dólares, mientras que la compañía factura 35 veces más cada ejercicio: tan inútil como intentar parar una bala de cañón soplando en su contra.


Primera reacción, primer error.

Cuando en la década del 2000 se empezó a ver claramente que la dispensación “casi descontrolada” de opioides -en una sociedad donde no puedes beber alcohol hasta los 21 años- causaba serios daños a algunas personas, la primera reacción fue reducir fuertemente las prescripciones de estas sustancias, en muchas de las patologías más leves y en los casos menos necesarios. Pero esto se hizo sin tener un plan para todas esas personas que ya estaban enganchadas a consumir una sustancia farmacéuticamente controlada, y a quienes iban a cortar -de golpe- el suministro de esa sustancia a la que ya eran dependientes (fueran adictos o no). Esa acción provocó que un gran número de los pacientes a quienes se los retiraban, no viéndose capaces de enfrentar una desintoxicación “a pelo” o muy dura, saltaron al mercado negro.


El entorno en que esto sucede, tiene leyes y realidades distintas a las de España, y resultan clave para entender todo lo que ocurrió después. A diferencia de nuestro país, donde puedes conseguir metadona legalmente y sin coste -además de tratamiento- en menos de 1 semana, allí no existe un sistema público de atención sanitaria que trate a todo el que lo necesite. Para más INRI, el hecho de consumir una droga en nuestro país es un derecho del individuo, mientras que en USA y Canadá el simple hecho de consumir -aunque sea en tu propia casa- es un delito que te puede dejar preso. Incluso si estabas tomando drogas con otra persona y llamas para evitar que muera de una sobredosis: puedes verte penalmente perseguido.


Todos esos pacientes que se empezaron a abastecer, a precios muy superiores, en el mercado negro (una pastilla de “OxyContin” de 80 mg. se pagaba a 80 dólares: 1 dólar por miligramo, 1000 dólares un gramo) eran personas que, en su mayoría, venían de un mundo respetuoso con la ley. Hasta finales de los 90, el estereotipo del consumidor -en el mercado negro- no correspondía con gente que en su mayoría eran blancos, de clase media socio-económicamente hablando, y sin apenas experiencia como “yonquis”. La mayoría habían comenzado gracias a su médico, que se los recetó a ellos -o a un familiar a quien le quitaban pastillas- pero no tenían experiencia con el lado ilegal de ese mundo y, por eso, eran el actor más débil dentro de dicha cadena. Ya no se trataba de jóvenes de color enganchados al crack en barrios marginales, sino que era todo un nicho nuevo de mercado con padres, madres e hijos blancos y de clase acomodada. A diferencia del antiguo estereotipo del “yonqui”, el factor común de este nuevo grupo era haber contado con seguro médico, y ese era el vector de enganche a estas sustancias.


Pastillas reales y falsificadas de Oxyconting en el mercado negro, prácticamente indistinguibles.


Cuando fueron arrojados al mercado negro, quienes pudieran permitirse pagar los elevadísimos precios para conseguir las mismas pastillas que te daban antes en una farmacia, seguirían tomando el fármaco de su elección, pero sin seguridad alguna al respecto (las pastillas más populares se “clonan” para vender en el mercado negro pero con otros compuestos desconocidos). Otros vieron desde el principio que, puestos a mantener una dependencia de opioides, les resultaba más barato utilizar heroína que cualquier otro compuesto existente, y saltaron a la heroína del mercado negro. Primero esnifada y finalmente inyectada, ya que la heroína que mayoritariamente había en USA es “clorhidrato de heroína”, que se descompone al intentar fumarse y por ello dicha forma de consumo (a pesar de ser la más segura) es la menos usada allí.


Los actores no esperados.

La heroína en USA procede mayormente del denominado “triángulo asiático”, pero desde hacía ya años en México -cuyo clima sólo permite cultivar cannabis y opio, pero no coca- se estaba produciendo una heroína rudimentaria con la amapola cultivada allí. Esta heroína llegaba en dos formas al mercado de USA, como una tosca goma negra (“black tar”) o como un polvo marrón (“brown sugar”, o heroína en base libre). Sin embargo la cantidad producida no es grande, y el producto no es de alta calidad, por lo que para competir empezaron a añadir fentanilo a la heroína, aumentando su potencia pero multiplicando enormemente el riesgo al consumirla, especialmente esnifada o inyectada.


El fentanilo es un opioide sintético -creado en los años 50 por el grupo del químico Paul Janssen- de fácil producción y coste mínimo, cuya potencia es 100 veces mayor que la de la morfina: 10 gramos de fentanilo equivalen a 1 kilo de morfina. Es el compuesto que hay en los mal-llamados “parches de morfina”, y su dosis letal para un humano es de tan solo 2 ó 3 miligramos. Mezclando un compuesto de esa potencia con heroína, de forma artesanal y no controlada farmacéuticamente, las imprecisiones son mortales y eso es lo ocurrió: el número de sobredosis, que llevaba años aumentando ya, se disparó hacia arriba como nunca antes se había visto.


Solo la dosis hace al veneno: dosis letal de heroína vs. fentanilo.


¿Y los que no saltaron a la heroína, se libraron? Pues tampoco. El fentanilo no era el peor de los monstruos que iban a aparecer. Otros derivados de la misma molécula, como era el carfentanilo, tenían 100 veces más potencia: era 10.000 veces más potente que la morfina. Un solo gramo de ese compuesto, equivalía a 10 kilos de morfina y 5 de heroína, y se vendía legalmente por menos de 4000 euros cada kilo. Se sintetizaba -bajo demanda y de forma legal- en China, y te lo enviaban por paquetería postal. En un paquete de 1 kilo de carfentanilo tienes la potencia narcótica de 5 toneladas de heroína; lo pagas con tu tarjeta y lo recibes en tu casa discretamente. Si a eso se añade que una maquina de troquelar pastillas vale menos de 1000 dólares, cualquier desaprensivo podía elaborar -en su propia casa- decenas de miles de pastillas falsificadas. Al precio que se estaban pagando en la calle y con un número de clientes -en el mercado negro- cada día mayor, porque sus médicos ya no les atendían, el escenario para la catástrofe estaba montado.


El ejemplo más icónico de esa colisión, entre un montón de pacientes entregados al mercado negro y una serie de nuevas drogas tan increíblemente potentes como peligrosas y baratas, fue Prince. El músico era dependiente de opioides, y cuando no los pudo comprar en la farmacia porque su médico dejó de recetárselos, los compró en la calle. Murió en un ascensor tirado y solo; allí mismo certificaron el “exitus”. La autopsia y el registro de su vivienda revelaron que su muerte se debió a una sobredosis provocada por el fentanilo y/o otros compuestos análogos, que el cantante ingirió al tomar una pastilla falsa de “Percocet”, comprada en el mercado negro. Posteriormente se supo que Prince era dependiente de opioides desde el año 2010, cuando se sometió a una dolorosa cirugía de la cadera. Si su médico le hubiera seguido recetando, Prince hoy estaría vivo.


Contad los muertos.


Las muertes por sobredosis en USA han escalado desde poco más de 6.100 muerte anuales -año 1980- a ser 3 veces más -18.000- en el año 2000, hasta lograr superar cada año el récord anterior de muertos, acabando con 64.000 personas en 2016 y con 73.000 más en 2017, último año del que hay datos. No se prevé que la tendencia vaya a modificarse, ya que las medidas que se están tomando (como recortar aún más las prescripciones legales de opioides) están provocando que el flujo de pacientes, regalados al mercado negro más peligroso jamás imaginado, no sólo no cese sino que aumente.


Las últimas víctimas de estas atroces políticas de drogas en USA, son los enfermos de dolor crónico no-oncológico. Estos enfermos -incluyen a la mayoría de veteranos del ejército de USA con heridas graves o mutilaciones- han visto cómo sus médicos se niegan repentinamente a recetarles la medicación que les quitaba el dolor, y que les había estado recetando durante años y años sin problema. Pasan de eso a lanzarles -por la fuerza- a una deshabituación no deseada (pasando por un síndrome de abstinencia) que destroza su calidad de vida, además de devolverles a un mundo de tremendos dolores por su estado físico. Muchos de estos enfermos, que además son el tipo de pacientes que no ofrecen duda sobre el uso que darán al medicamento (deformidades degenerativas, mutilaciones, tetraplejias por trauma, etc.), se han visto incapaces de enfrentar la nueva situación y la retirada forzosa -sin criterio médico que lo justifique- de los fármacos que estaban siendo efectivos, pero no han acudido al mercado negro a por heroína: muchos se están suicidando por no poder hacer frente al dolor.


Para alegría de quienes han implementado estas nuevas directrices, estas muertes -desesperadas consecuencias derivadas de la nueva situación- no harán que aumenten las cifras oficiales por sobredosis de drogas; podrán sentirse satisfechos de que -estos cadáveres- los vayan a apuntar en otra lista.

domingo, 31 de marzo de 2019

Cambio de paradigma: del yonqui negrata a la abuelita yonqui blanquita.



Del joven yonqui-negrata 
a la abuelita yonqui-blanquita. 



En la prohibición de las drogas durante el siglo XX, los estereotipos sobre sus consumidores fueron vehículos esenciales a la hora de propagar desinformación y de esconder, bajo una cruzada farmacológica, el hecho de darle forma legal a prejuicios raciales. 

En la cruzada de la prohibición de la cocaína, se argumentó que esta droga provocaba que los negros se pusieran a violar blancas. En el caso del cannabis, introducido mayormente por trabajadores mexicanos, se dijo que esta planta incitaba a los mexicanos a matar, y se hizo una ley que se utilizó directamente para controlar al grupo citado (más que al compuesto a fiscalizar). Y el opio, prohibido primero en San Francisco a finales del siglo XIX y luego en 1909 a nivel estatal en USA, pero no prohibieron “la droga en sí misma” sino la forma de consumirla: el opio fumado era propio de los inmigrantes chinos. Sólo prohibieron el fumar opio, pero no el opio en tinturas tipo láudano y otras especialidades, que causaban furor entre los hombres blancos pudientes.

Estos tres casos primigenios de la prohibición de las drogas, provienen del mismo lugar: USA.
Sin embargo, mientras los primeros movimientos prohibicionistas surgían en dicho país (primero contra el alcohol y luego contra otras drogas y/o formas de consumo) y se prohibía el consumo de opio fumado, gente como los grandes médicos y cirujanos (blancos, por supuesto) eran consumidores crónicos de morfina y cocaína puras (de la destinada para uso médico).

Un caso muy conocido de un gran cirujano que estuviera enganchado a todo lo que cayó en las manos, fue William Stewart Halsted, que tras conocer la capacidad anestésica de la cocaína en el ojo a través de los estudios de otro médico (Karl Koller), se dedicó a experimentar con ella de forma tópica y también inyectada, hasta desarrollarla como método fiable de anestesia local para intervenciones. 

De ahí que Halsted acabase enganchado a inyectarse cocaína (la forma más agresiva de consumo conocida), y que un amigo suyo le planease “una cura de desintoxicación” al estilo de 1884, cuando tenía 32 años: le montó en un barco que cruzaba el océano, y se tuvo que comer “el mono” a pelo. De nada sirvió; nada más tocar tierra se volvió a enganchar a la cocaína inyectada.

Tuvieron que mandarle a un “hospital psiquiátrico” (un sanatorio de la época) donde le intentaron quitar el vicio de la cocaína inyectada, a base de morfina inyectada. Y bueno, la cosa funcionó, así que -tras haber sido lo que ahora coloquialmente llamaríamos “un yonqui de cocaína en vena”- acabó entregándose a la morfina en vena, que no provoca el desajuste y los daños que causa la cocaína -u otros estimulantes- en su consumo crónico. En ese momento, en que le dieron de alta en el “sanatorio”, tenía 34 años, su carrera médica -en Nueva York- había terminado para siempre.

Sin embargo, la historia de este joven cirujano yonqui (que era más común en ese grupo laboral de lo que se querría admitir) no terminó ahí, no. Fue uno de los más grandes cirujanos de la historia y siguió usando “enormes” cantidades de morfina inyectada hasta el día de su muerte, aunque no por ello dejar de ser el mejor en su campo. 

Entre otros avances, a Halsted se le reconocen cosas como haber sido el primero en diseñar y usar guantes de plástico en el quirófano, haberse dado cuenta de que el cáncer se podía extender por la sangre, haber practica la primera mastectomía radical (ahora llamada “Cirugía de Halsted” en su honor) en una mujer con cáncer de mama, y haber contribuido de manera decisiva a la asepsia de entorno y útiles, a la cirugía del tiroides y paratiroides, a la cirugía vascular, cirugía del tracto biliar, de hernias y de aneurismas. Entre otras muchas cosas: casi nada para un tipo que se pasaba el día (cada 4-6 horas) chutándose morfina en vena.




En 1890 fue nombrado jefe del servicio de cirugía del recién inaugurado hospital de la Universidad Johns Hopkins, y en 1892 pasó a ocupar el cargo de Primer Profesor de Cirugía de la Escuela de Medicina. Murió de una complicación pulmonar 30 años después, en 1922, sin haber interrumpido nunca su consumo de morfina ni haber bajado -jamás- de 200 miligramos intravenosos al día (equivalente a más de 5 gramos de opio oral, al día).

Es decir, tenemos en la propia literatura oficial un montón de consumidores de drogas que -en contra de lo que la creencia indica- eran personas plenamente integradas socialmente e incluso algunas de las mejores mentes en sus campos. Consumir drogas hasta el momento, no tenía el estigma asociado que, con raciales intenciones, se les creó a partir de las primeras campañas contra cocaína (como producto de uso libre), opio fumado, y cannabis fumado ya que en la farmacia seguía estando presente en tinturas y otras presentaciones.

Desde su inicio en el siglo XIX, estas fueron campañas de acoso racial y persecución de ciertos grupos y minorías, escondidas como cruzadas farmacológicas para el bien público a través de una moral anti-embriaguez. Cuando llegó la hora de oficializar la guerra contra las drogas como paradigma, de la mano de Nixon en los años 70, el motivo de plantear semejante absurdo que ha costado millones de vidas fue el control de “negros y hippies” o en sus propios términos, “dos enemigos: la izquierda pacifista y la comunidad negra”.




¿Qué pasó desde los 70 hasta ahora?

Durante el inicio de la fase más dura y militarizada de la guerra contra las drogas lanzada por el gobierno Nixon, las drogas (bien fuera la heroína del sudeste asiático o la cocaína sudamericana) pasaron a ser un elemento clave, con el peso de un actor geopolítico de primer orden. Su producción y tráfico pasaron a ser motivo de injerencia en la soberanía de terceros países, con la falsa argumentación de que era la oferta la que impulsaba la demanda, culpando de esta forma a los países productores de los apetitos de sus propios ciudadanos.

Se impusieron colaboraciones militares y policiales (con la DEA principalmente) a casi todos los países al sur de USA. Por supuesto estas colaboraciones eran “voluntarias”, pero sin ellas no había pruebas de buena voluntad en la cooperación contra el narcotráfico, con lo que quien no aceptase quedaba expuesto a dos castigos; el primero el de la opinión pública, donde se le retrataba al gobernante como un narcotraficante o alguien integrado en estos grupos, y el segundo el castigo de verte fuera de los acuerdos de cooperación y desarrollo, de los tratados de comercio y del acoso en los organismos internacionales hasta que el país y sus gobernantes, doblaran el cuello y aceptaran lo que USA les exigía. 

Muchas veces, estos acuerdos con los países productores, incluían la fumigación de extensas áreas con potentes herbicidas, muchos cuyo uso estaba prohibido en USA por ser demasiado tóxicos para personas y medio ambiente. Estas fumigaciones causaron, además de desplazamientos en busca de otras áreas de cultivo y daños a las comunidades que allí vivían, la aparición de variedades de planta de coca que eran resistentes a estos compuestos (y rápidamente los narcos les dieron uso, volviéndose inmunes a las fumigaciones).

Y de esa forma, los servicios de inteligencia de USA -junto a otros organismos afines poco conocidos- se vieron dirigiendo las rutas de transporte de cocaína y heroína en medio planeta, con el único propósito de generar fondos no controlados, para operaciones no legales en cualquier país

De aquellos días aún nos queda el recuerdo del hombre fuerte de USA en Panamá, el militar Manuel Antonio Noriega que, tras ser durante unos años la marioneta de USA en dicho país, se creció demasiado y empezó a creerse intocable, volviéndose contrario a los intereses de USA a finales de los años 80. Esto desembocó en la invasión de Panamá y en su captura, siendo trasladado a los USA y juzgado en el año 1992, pasando prácticamente 25 años encarcelado y liberado poco antes de su muerte por motivos de salud. Sirva como ejemplo de lo que el “nuevo actor geopolítico” era capaz de justificar.


A nivel doméstico, en USA, esa época post-Nixon y con los Reagan al mando, fue la de la profecía autocumplida con ayuda de medios, policía y el sistema de justicia. Consiguieron grabar en la cabeza de la población toda una serie de estereotipos raciales sobre consumo de drogas que han estado bien vigentes hasta hace relativamente poco. Si Nixon quería la “guerra contra las drogas” -en su versión de consumo interno- como un juguete que le permitiera violar los derechos elementales de ciertas minorías y grupos, el colectivo afroamericano se llevó lo peor. Los hippies pacifistas habían desaparecido ya y sólo quedaban ellos, encarnando el mito del yonqui.

La imagen predominante en esos años, en el cine y los medios, era la del joven de raza negra que traficaba y además consumía drogas. Cuando eran blancos quienes aparecían en el juego, eran meros traficantes al estilo de Fernando Rey en “French Conection” que no tocaban la droga, salvo como mercancía de interés económico. Pocos eran los modelos negros de “calidad” semejante, como pudo ser el narcotraficante de heroína en USA, Frank Lucas, que fue llevado al cine por Denzel Washington en “American Gangster”, años después.




A la llegada masiva de la heroína en el final de los años 70, le siguió la entrada a sangre y fuego de la cocaína y el crack. La cocaína, en su forma de sal clorhídrica (HCl) se puede esnifar, tomar oralmente, analmente o inyectada, pero no se puede fumar. Para poderse fumar, la cocaína en sal debe pasar un breve proceso químico (calentándola con un álcali -como el amoniaco- que desplace la molécula de ácido) que la deja en la forma de “base libre de cocaína” (freebase) y que sí es susceptible de fumarse, ya que el calor no la destruye -como ocurre con la forma en sal- lo que permite fumarla en una pipa o sobre un papel de plata con el calor de un mechero.




Las distinción no es ociosa, ya que mientras el consumidor de cocaína en sal era el prototipo del encorbatado yuppie (para algunos, la evolución del hippie), en la forma fumable la consumían principalmente las personas con menor poder adquisitivo, ya que su efecto era mucho más intenso y adictivo pero al mismo tiempo, el precio por dosis era mucho menor. 

El crack, como mezcla de base libre de cocaína y bicarbonato sódico (como residuo de elaborarla y al mismo tiempo como vehículo portador, ya que al darle fuego en una pipa permite evaporar la cocaína hecha roca con esa sal sódica). Hay quien afirma incluso que el nombre de “crack” surgió del crepitar que hace la cocaína en esa presentación, al darle fuego en la pipa.

¿Cómo y por qué surgió el crack 
como epidemia 
entre la comunidad negra?

El crack fue la respuesta química a las restricciones sobre ciertos compuestos, necesarios para transformar la base libre de cocaína -extraída de la planta- en clorhidrato de cocaína. Ante la escasez en los países productores de productos para refinar la cocaína hasta ese punto, se modificaron las formas de envío (no sólo a USA, también a Europa) y la cantidad de clorhidrato que se enviaba disminuyó brutalmente, para aumentar la de “base libre de cocaína” sin refinar.

La teoría era que, como ocurría en España, esa base libre sin refinar se refinase haciéndola sal (una forma de purificar un compuesto, cristalizarlo como sal) y se vendiera como tal, ya que conseguir esos compuestos en países no-productores de drogas, no supone ningún problema. Pero la picaresca del mercado se activó y, al poderse fumar en un producto muy potente, en pequeña cantidad y con un intenso efecto inmediato (la vía pulmonar es más rápida que la intravenosa) estaba preparado el cebo de una nueva epidemia entre los grupos de menos poder adquisitivo y cuyo denominador común (además del color de piel) era la pobreza. Mientras que un gramo de cocaína podía costarte 100 dólares y no ser gran cosa, el crack apenas costaba 5 dólares y te asegurabas el efecto (lo contrario arruinaría el plan de ventas en el acto).

Con ese planteamiento, no había que enfrentar el proceso de conseguir compuestos y convertirla químicamente, sino que directamente -con un poco de bicarbonato sódico- estaba lista (en forma de rocas) para ser vendida. Eso eliminaba muchos de los riesgos asociados a tener que hacer esa labor química de purificación, y abría la puerta del mercado tan pronto se recibía la mercancía: todo ventajas. 

El precio barato y el entorno de paro y pobreza, fueron dos de sus principales variables de expansión. Pero hubo otra que era tan importante como estas dos: creer que la cocaína no era adictiva. Hasta el momento, los mayores marcadores de adicción se podían observar en el uso intravenoso de opiáceos, heroína principalmente, y en el alcohol que -al estar socialmente integrado- no despertaba estigma en esos años al tenerse como normal la figura del alcohólico funcional a nivel social.

En parte era cierto; la cocaína no es adictiva de la misma forma que lo es la heroína. La abstinencia de cocaína no precipita un síndrome de abstinencia físico como en el caso de la heroína o morfina, no presenta un cuadro físico demasiado complejo al suspender su uso bruscamente. Pero no por eso era menos adictiva que la heroína; su abstinencia provoca un cuadro psicológico que puede ser tanto o más difícil de superar que el de la abstinencia de la heroína. Y esto es especialmente cierto en las formas de consumo de cocaína más agresivas, como es la inyectada (sólo propia de usuarios de heroína IV en forma de “speedball”) y como es la pulmonar o fumada en el caso del crack o base libre. Es decir, el conocimiento popular de esos años sobre drogas ya había integrado los peligros de la adicción a la heroína, pero estaba aún muy perdido en la forma en que los estragos de la cocaína se iban a presentar.




De aquellos días de la “epidemia de crack” nos quedaron películas como “New Jack City” (traducido en español a “La Fortaleza del Vicio”) en las que podemos ver cómo los propios traficantes que mueven el crack, acaban mezclándose con él hasta su destrucción. En una épica escena de esta película, podemos ver como un personaje del grupo de narcos (un joven negro), se sitúa frente a una pipa de crack cargada y -antes de darle la primera calada- hace profesión de matrimonio con dicha droga, para entregarse a fumarla por primera vez. No sólo eso llamaba la atención, ya que la película termina con el asesinato del narcotraficante fuera del tribunal donde se le juzgaba y -sin pudor alguno- la película cierra con un epílogo en que se dice a los espectadores que “se tienen que tomar acciones decisivas para acabar con los camellos en la vida real”, sentando de nuevo la repetida idea de que “contra las drogas, todo vale, incluso violar la ley y matar”.

No distaba mucho del tipo de mensajes FUD (Fear, Uncertainty, Doubt) que se venían esparciendo sobre la heroína, por los cuales esta sustancia tenía poderes mágicos y bastaba probarla una vez para caer en una espiral descendente sin remisión. No era así, ni en la heroína ni en la cocaína ni en el crack, y culpar a la sustancia de la degradación moral de algunos sujetos no hizo ningún bien en los enfoques que se tomaron para enfrentar la situación, ya que eliminaba el concepto de responsabilidad en el usuario de drogas. Esta misma ausencia de responsabilidad (social, laboral, legal, afectiva) asociada al consumo de drogas más hardcore, sigue siendo una de las motivaciones subyacentes en muchos consumidores de drogas, y perpetuar dicho mito no ayuda a estas personas ni al resto de la sociedad. 

Esa clase de mensajes sobre sustancias con el poder de arrebatarte la voluntad, condujeron a paradojas tan estúpidas como que la cocaína -en forma de sal- tuviera una sanción (por posesión o posesión para tráfico) mucho menor que la del crack o la base libre de cocaína, siendo la misma molécula activa: hasta para drogarse hay clases y no es lo mismo una blanco triunfador esnifando cocaína, que un negro perdedor fumando crack, tampoco para la ley.

Y en esa corriente se llegó a la cristalización de un mito que durante décadas se trato como cierto, los “crack babies” o niños del crack. Estos eran los hijos de mujeres consumidoras de crack, que nacían con bajo peso y trastornos diversos, dando mayores puntuaciones en todo tipo de mediciones de problemas en su desarrollo. 




Por supuesto, la inmensa mayoría de esos “bebés del crack” eran de raza negra o latina y desde su nacimiento se dijo de ellos que “iban a suponer una dura carga a la sociedad” por sus taras y desviaciones, llegándose a financiar campañas de esterilización de usuarias de drogas en edad fértil -vendidas como voluntarias- en las que se les pagaba una pequeña cantidad simbólica a las madres (en su mayoría negras) que no superaba los 500 dólares, a cambio de aceptar la esterilización quirúrgica. Esta idea de esterilizar a usuarios de drogas, no es algo que haya desaparecido: sigue periódicamente saliendo a flote en las peores manos.




La realidad, como muchos imaginábamos y el tiempo se encargó de demostrar, es que los males achacados a la cocaína consumida por las madres de aquellos bebés del crack, eran males que seguían apareciendo prácticamente en la misma proporción si quitábamos el crack de la ecuación. Los problemas achacados al crack, no eran sino correlaciones mal establecidas en que se apuntaban al consumo de una droga, los males de todo un entorno desfavorable de pobreza, falta de formación, higiene defectuosa, falta de expectativas laborales y problemas de salud mental. Los “crack babies” eran otra mentira más, pero que se consideró verdad -mediática y médica- sin que existieran estudios reales que permitieran afirmar que fuera el crack el responsable de lo señalado. Pero la guerra contra las drogas y sus usuarios, siempre se valió de que la narrativa tenía más fuerza que la contra-narrativa, y así quedó el poso en el ciudadano.

El personaje de Dr. House 
como prototipo del nuevo yonqui.

No fue el único pero sí el primero que claramente hacía alarde de usar drogas, especialmente opioides de farmacia, pero no dudaba en usar otras consigo mismo o con otros para los más variados propósitos (desde “research chemicals” a heroína, de hongos psilocibe a ketamina). 




Esta versión médica de Sherlock Holmes -que había sustituido la cocaína inyectada del novelesco detective por las pastillas de farmacia- nos presentaba a un hombre con dolores físicos derivados de un trauma muscular, que había hecho del ser borde y desagradable una forma de vida. Por supuesto, ser un gilipollas no da de comer, así que esa mala actitud se encajaba en un perfil de personaje único con capacidades únicas razonando, que salvaba vidas mientras la suya la calmaba a base de pastillas narcóticas y rompecabezas. Un adicto de alta funcionalidad que, a pesar de su discapacidad motora, era capaz de seducir a las mujeres más bellas que paseaban por su campo visual. ¿Acaso no es un personaje que lo tiene todo como anti-héroe romántico?

Si nos fijamos un poco en las características del personaje, bien podría ser el Doctor Halsted en su siglo XIX, cuya relación con las drogas no fue un impedimento para su alta funcionalidad y para que se le deban creaciones y protocolos que han salvado millones de vidas, en el campo de la medicina. Pero si bien Halsted supo reconducir sus apetitos -una vez que se topó con la horma de su zapato como cocaína en vena- y ser un médico que sólo destacaba por su trabajo, en el caso del Doctor House esto no era así; su sello identificativo -tanto como su bastón- era también la transgresión verbal y la provocación por encima de las normas convencionales de relación social. A ese personaje usuario de drogas le unían ese “estar por encima de las leyes” y una notable falta de “responsabilidad”: estaban dibujando al neo-yonqui de los años 2000 en USA.

Pero no podemos echar la culpa de todo un constructo social (como el del modelo dominante de yonqui) a una sola película o serie. En cierta manera, la serie de House MD que comenzó en el año 2004, mostró durante varias temporadas -que duraron hasta el año 2012- el cambio en la percepción social de las drogas y el nuevo patrón de usuarios: personajes blancos de clase media o media-alta, adictos de opioides de farmacia, eran los principales consumidores de drogas en la serie.




También en “Breaking Bad” (2008-2012) pudimos ver un nuevo paradigma del usuario de drogas, que correspondía al de la zona más rural de los USA, donde la fabricación casera de metanfetamina es el principal vector de uso de drogas ilegales y donde la adopción de los opioides resultó superior a otras partes del país. En esta serie -si bien existe una fuerte presencia “latina” que tiene lógica temática- se vuelve a desdibujar ese retrato del joven negro como principal usuario de drogas, y se apunta a usuarios de raza blanca como impulsores de la demanda (y del comercio) de la metanfetamina en USA.

Debemos recordar en este punto que en USA el consumo de alcohol es algo vetado hasta los 21 años de edad y que no existían otras drogas legales que pudieran ser adquiridas con normalidad. Esto tiene cierta importancia al evaluar cómo muchos grupos de jóvenes -de buena familia- se juntaban para colocarse con las pastillas que les habían robado a sus padres del botiquín o la mesita de noche. 

Prácticamente en todas las casas de las personas que -por su status- podían permitirse tener una correcta atención médica, encontrábamos las mismas cosas que podíamos encontrar en España, recetadas sin especial problema, y alguna más. En lugar de Trankimazin se llama Xanax, en lugar de Stilnox se llama Ambien, y otras como el Valium se llaman igual. A la vez, a los jóvenes en USA se les medica en el contexto escolar -doping cognitivo, doping escolar- con los fármacos "anfetamínicos" del TDAH o Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad, casi por rutina.




Para muchos padres, la pregunta no era si a su hijo le hacía falta una droga para funcionar con normalidad, sino si darle una droga le iba a hacer rendir mejor en el competitivo entorno de los estudiantes. De esa forma, y con muchos profesores apoyándolo ciegamente porque les hace más cómodas las clases, los chicos tenían en su medio -entre iguales- acceso al Ritalin (metilfenidato) y al Adderall (anfetamina y dextro-anfetamina); ambos compuestos son estimulantes dopaminérgicos como lo es la cocaína, pero más potentes y duraderos. Y en ese contexto de “botiquines escolares” llenos de anfetaminas y “botiquines caseros” llenos de calmantes, cayeron los opioides (el equivalente en pastillas a la heroína). Todo esto en manos de personas cuyo contacto con cualquier embriagante está legalmente prohibido hasta los 21 años de edad, era un canto a la catástrofe.

Muchos de los ahora consumidores problemáticos de opioides en USA eran chicos y chicas, de familias sin otras problemáticas notables, que comenzaron hace 10 o 15 años, cuando los opioides eran extremadamente ubicuos y estaban -prácticamente- en todas las casas del país donde hubiera un adulto mayor de 35 o 40 años que tuviera una buena atención médica en su seguro. 

Y cuesta un poco culparles por ayudarse en su día a día con el consumo de una droga como los opioides cuando, en su etapa escolar, les trufaron a fármacos para mejorar su rendimiento y les sometieron a una presión impropia para jóvenes en desarrollo. Desde niños, aprendieron a solucionar con pastillas (desde la normalidad y la legalidad del acto) y ese aprendizaje no es nada fácil de revertir.


La abuelita yonqui y blanquita.

La imagen que dejó patente que el paradigma del yonqui -en USA- había cambiado, hasta abarcar grupos y edades que nunca antes habían tenido comportamientos de búsqueda de drogas, fue esta: una pareja de raza blanca por encima de los 50 años de edad, aparecían en un coche casi inconscientes. En el coche (además de las dos personas que necesitaban atención médica urgente) había un niño de menos de 10 años de edad, en el asiento trasero, observando todo.

¿Qué hicieron los dos policías que atendieron ese aviso? Pues en lugar de prestar los cuidados de primeros auxilios necesarios mientras llegaban los servicios médicos, se divirtieron cogiendo a la mujer por los pelos desde atrás, y levantando su cabeza para poder hacerle fotografías que no tardaron en subir a las redes sociales, buscando el escarnio público. Y por desgracia, funcionó...




La gente olvidó de golpe los derechos de ese menor de edad, cuya imagen sin ningún tipo de protección se divulgó y es accesible ya para siempre. La gente olvidó -también- que esas personas que estaban inconscientes, podían estarlo por muchos motivos distintos y no todos ilegales (como otros casos conocidos). Y la gente ni siquiera pensó que, aunque fuera cierto lo que se presumía de aquella escena, todas esas personas tenían derecho a que su intimidad se viera respetada y a no sufrir un castigo (que no estuviera dictado judicialmente) por decisión de una pareja de policías.

No sólo en USA se olvidaron de todas esas cosas. En España, el periódico que dio la noticia con más bombo fue “El Confidencial”. El título que le pusieron fue “La historia tras la foto de los padres yonquis que escandaliza USA”, y se quedaron tan a gusto. Llamar en un titular yonquis a unos supuestos consumidores de drogas, parecía estar justificado como ensañamiento por el hecho de que tenían a un niño con ellos (que en realidad era el nieto de la mujer, su abuela que lo cuidaba mientras la madre trabajaba, pero nunca se molestaron en conocer realmente la historia).

Me pareció un abordaje ofensivo -además de totalmente falto de respeto para el menor- y así se lo hice ver, mediante un tuit, a los responsables de dicho medio. Sólo entonces, tras mi recriminación a su titular, decidieron cambiarlo; pasaron en un golpe de click de ser “padres yonquis” a ser “padres con sobredosis de opiáceos”.




A nadie más pareció molestarle y la noticia nunca llegó a ser lo vergonzoso que aquella pareja de policías habían hecho, con aquellos seres humanos que necesitaban ayuda urgente.

El cambio de paradigma, con toda su drogofobia y estigma, estaba ya servido.

viernes, 3 de agosto de 2018

Diane Goldstein, de policía antidrogas a activista contra la prohibición.

La primera vez que vi a alguien plantarle cara a un policía que estaba abusando de su placa, fue a mi madre. Éllos eran dos policías municipales y mi madre, una profesora de ciencias, que acababa de recibir un comentario despectivo por su género de boca de aquel policía: "Pero qué coño sabrás tú... si eres mujer!!".

Mi madre tiró de freno de mano -en aquel viejo Renault 6- y paró el coche, se bajó y se fue a por el policía en plena calle. Como si no sufriera de vergüenza por la gente que miraba sorprendida la escena, se fue a por él gritándole que si tenía algo que opinar sobre que ella fuera mujer, que lo pusiera en el atestado que le iba a tocar hacer... y así fue. Al pitufo le tocó levantar un atestado (en el que por supuesto, no puso nada que le pudiera dar problemas), con el que mi madre pidió cita -por canales oficiales- con el comisario de ese policía para (al menos) denunciar y pedir explicaciones por semejante comportamiento, por parte de un empleado del ciudadano de Salamanca y que recibe su sueldo de nuestros impuestos: también del de las mujeres...

El comisario, lógicamente, la recibió y se comió sin rechistar todo lo que mi madre le dijo: ambos sabían que no iban a cambiar nada.... ese día. No recuerdo el año exacto, pero recuerdo que venía del colegio donde hice pre-escolar, así que como mucho podía ser el año 1979.

Jamás he escuchado a mi madre definirse como feminista, ni tampoco usar "excesivamente" el término "machista". Le gustaba en sus años de Universidad -aprovechando que era excepcionalmente buena en Matemáticas, aunque tuvo que cursar Química por falta de dinero- putear a los catedráticos y "popes" de su facultad de Química, resolviendo los problemas mediante herramientas (matemáticas) que ellos desconocían o no esperaban, y picaban suspendiéndole el ejercicio.

Luego, mi madre con ese ejercicio suspenso se iba al despacho -del profesor de turno- y le hacía sudar tinta (siempre haciéndose la tonta, porque a los catedráticos de aquella época se les hablaba como a eminencias sacrosantas), para que finalmente tuvieran que modificar la nota del ejercicio, ante una serie de demostraciones matemáticas que excedían muchas veces sus recursos. Eran corregidos, por una mujer siendo todos hombres en aquella época, pero al menos había sido en privado. O fue en privado salvo en un par de ocasiones, en que el profesor la quiso ningunear viendo a una chica joven y débil, para comprobar como esa chica convocaba tribunal universitario para revisar el examen y -en público- les sacaba los colores, ante sus propios colegas. Es lo bueno de la Matemática: lo que es, es, y además se puede demostrar.

Claro que para hacer todas esas cosas no basta con querer hacerlas, sino que necesitas poder hacerlas, con elegancia y seguridad en lo que haces. Y ella lo había hecho, no fijándose en su género sino fijándose en sus méritos y capacidades: compitiendo de tú a tú con el resto, fueran hombres o mujeres. Educó a todos sus hijos y a su hija en la absoluta igualdad de derechos y obligaciones; esa era la "carta magna" en mi casa, desde que tenías raciocinio. Si todos vamos en el barco, todos trabajamos en la medida en que estamos capacitados, y en ese criterio el género sexual o la edad, no eran excusas para nada.

Jamás aceptó ningún tipo de discriminación positiva (si es que eso puede existir) por el hecho de ser mujer. Ni negativa: más te valía no apuntar a una cuestión de género como base discriminatoria porque no sabías lo que hacías. La única vez -aparte de aquella ocasión siendo niño con ese policía- fue ya como adulto en un hospital, en el que el cirujano dijo que "sólo hombres" en su despacho, para ser informados del estado del paciente. No tuvo cojones ni a intentar repetirlo cuando las dos primeras personas que entraron fueron mi madre y mi tía, flanqueadas por el resto, que eran varones.

Nunca quiso regalos por ser mujer, ni aceptó un trato distinto que el de todos sus compañeros, fueran hombres o fueran mujeres. Se hubiera sentido menospreciada si necesitaba de su género para cubrir un cupo o una cuota y ser contratada o favorecida en una decisión, por el mero y aleatorio hecho de haber nacido con genitales femeninos.

Su primer contrato lo consiguió embarazada, y estuvo dando clases hasta unas semanas antes de parir. Luego, regresó a su trabajo y en más de 40 años nunca lo dejó -a pesar de tener varios hijos más- hasta que se jubiló. Una profesora de ciencia, orgullosa de ser lo que era y que nunca permitió a nadie -hombre o mujer- que intentase hacer de ella una víctima o hacerle de menos.


¿A qué viene esto?

Cuando me pidieron, hace tiempo, que eligiera una mujer para hacerle una entrevista, me pareció un enfoque indigno. ¿Tengo que entrevistar a una mujer por ser mujer? Sí, más o menos era así, porque estábamos cerca del día 8 de marzo. Daba igual quién fuera o qué hiciera, siempre y cuando entrase dentro de nuestro área temática.

A mí, eso, me dio pena; recordé a mi madre y cómo se sentiría si supiera que alguien contaba con ella por algo que ella no eligió -ser mujer- y que era usada (en el sentido más real del término) para construir una imagen o un relato artificial para "el día de la mujer" (toma sarcasmo editorial).

Buscaban el típico discurso feminista, en boca de alguna mujer relacionada con las drogas, pero yo no estaba por la labor. Dije que estaba iniciando una entrevista con una mujer -para ganar tiempo- hasta que conseguí encontrar una mujer -en el campo de las drogas- que no sólo no encajase con ese discurso del victimismo por género, sino que sus hechos (y no sólo sus palabras) mostrasen una realidad incuestionable. Supongo que buscaba entrevistar a una mujer (como me habían encargado) pero que viviera libre, con la misma coherencia que vivió mi madre, sin pedir cupos ni privilegios y no teniendo que envidiar nada por no ser hombre.

La tenía más cerca de lo que pensaba, y es una vieja conocida con una vida más que interesante en mitad de cuerpos policiales (petados de hombres tipo macho-man), de incógnito como agente de campo anti-drogas, y posteriormente como jefa de la unidad (la primera mujer que alcanzó dicho puesto en su área). Tras una dura vivencia con la muerte de un familiar y con su experiencia directa en la guerra contra las drogas y sus usuarios en pleno USA, su camino cambió para terminar siendo una de las mayores defensoras del cambio de paradigma en cuanto a nuestro trato con las drogas, y una activista que lucha por el fin de la guerra contra las drogas, entre otras cosas.


Aquí os dejo la entrevista con la que pude cumplir el encargo, y dar voz a un tipo de mujer poco común, por desgracia. Con orgullo puedo decir que es mi amiga -tras estos años- y que su nombre es Diane Goldstein.

Drogoteca.
:)

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Entrevista a Diane Goldstein.



Cuando mi editora me preguntó sobre qué mujeres consideraba un claro ejemplo de lucha en “mis áreas de interés”, mi cabeza se llenó de opciones femeninas a considerar como grandes luchadoras en el campo de las ciencias. Pero cuando pensé en el ámbito de la lucha antiprohibicionista en política de drogas me di cuenta de que -salvo en el caso del cannabis- la presencia femenina era algo reducida.

Sin embargo, las 3 mujeres que me vinieron a la mente, llevan años de lucha -iniciada por distintas razones- y son todas ellas motivo de mi más profunda admiración. Una de ellas es Carrie Tyler, la hermana de Tim Tyler (recientemente perdonado por Obama, pero aún no liberado) que fue condenado a 2 cadenas perpetuas por posesión de LSD -no era un traficante- y quien ha estado luchando por él, desafiando al mundo para conseguir un absoluto milagro, la inimaginable cifra de 25 años hasta recibir el perdón presidencial. La otra es Lyn Ulbricht, la madre de Ross Ulbricht, también condenado a pasarse toda su vida en prisión con varias cadenas perpetuas, por la creación del mercado anónimo de drogas “Silk Road” en la red Tor (The Onion Router, originalmente). Es ella la que ha liderado y lidera la lucha por Ross, en uno de los casos que pueden sentar algunos de los precedentes más peligrosos en la historia de Internet.

Y la tercera, se llama Diane Goldstein.

Es una mujer de armas tomar, nunca mejor dicho, con la que comparto el amor por los perros y que sería mi enemiga “de forma natural”: era policía de narcóticos -entre otras cosas- así que si yo viviera en USA es posible que ya nos hubiéramos conocido, y no por Internet.

No recuerdo bien -pasó hace muchos años ya- cómo comenzamos a hablar ella y yo ni cómo labramos esta peculiar amistad, entre un usuario de drogas un poco cabreado y una policía retirada, que se ha convirtió en la voz femenina más interesante de la política de drogas a nivel mundial siendo la voz de LEAP o “Policías Contra la Prohibición de las Drogas”.

Hace unos días, le pedí que me dedicase un rato a contestar algunas preguntas sobre ella y su trabajo, y tuvo la deferencia de decirme que sí (con una vida totalmente ocupada). De esa conversación, salió la entrevista que os presentamos aquí.

:))



Hola Diane. ¿Qué edad tenías cuando decidiste hacerte policía y por qué? ¿Qué cruzó por la mente de esa joven mujer para tomar dicha decisión en un país como USA?

Pues yo tenía 20 años, y me encontraba estudiando y al mismo tiempo trabajando en un entorno en el que tenía mucho contacto con la policía. En una ocasión, salí con una agencia de policía a dar un largo paseo y terminé intrigada por el trabajo que vi desarrollar, por como yo crecí. Entonces entendí que yo quería devolver algo positivo a mi comunidad.

¿Cuál era el ratio de mujeres y hombres en la policía cuando comenzaste a servir en ella?

En el momento en que fui contratada, las mujeres éramos un 5% y esa cifra era la misma cuando me retiré, en el año 2004. En cualquier punto de mi carrera, esa cifra fue casi siempre la misma, por lo que tenía una clara conciencia de que mi trabajo era una muestra de lo que era la mujer en la policía y que mi desempeño tendría una influencia sobre la presencia femenina dentro de mi agencia en el futuro.

¿Cómo ha sido tu experiencia como mujer en un trabajo dominado numéricamente por hombres? Eres una mujer fuerte que ha llegado a posiciones de liderazgo. ¿Cómo fue el camino hasta tu yo actual?

Aunque las mujeres han servido en posiciones de liderazgo en el pasado, yo creo que nuestras capacidades están todavía sin “destaparse” totalmente, y no ahora sólo en cuestiones referentes a la política de drogas, sino en otro muchos campos.

Las mayores trabas que creo que existen -en el camino de las mujeres- hacia el liderazgo, no sólo están puestos por la sociedad que vivimos, sino por nosotras mismas a través de la aceptación de dichos roles. 

Por eso aunque nunca me auto-identificado como feminista, reconozco claramente que de no haber sido por dicho movimiento, por ejemplo, yo no hubiera tenido la oportunidad de tener una exitosa carrera dentro del cuerpo de policía y -a la vez- criar a mi hijo.

Aunque fue difícil, creo que fue algo que conseguí. Mi carrera me permitió tener un marco adecuado para mucha cosas: mi camino al activismo, mis habilidades como madre criando un niño, y mi capacidad de liderazgo. 

Como segunda generación de vanguardia de la mujer, dentro de las fuerzas de orden en los años 80, mi trabajo y entrenamiento se puede decir que se fue algo así como ser desbrozadora [la persona que quita la maleza y abre caminos] sobre una hoja de ruta indefinida. Mi camino al liderazgo estuvo cargado de lecciones que equilibré siendo una mujer fuerte en una cultura dominada por el varón.

Pasé mi años de entrenamiento en una constante sensación de que era necesario demostrar mi capacidad. Así pues, mi nivel estándar de trabajo no era el de alguien eficaz, sino el de alguien que busca la excelencia en lo que hace. Esos primeros años en la policía me expusieron a muchas cosas, tanto buenas como malas. He visto lo mejor y lo peor de la gente entre la población general, así como también he visto ambos extremos en compañeros míos de trabajo, lo que me enseñó a no tomarme las cosas de forma personal, a no enredarme en luchas o discusiones improductivas y -de forma más importante- me dio la fuerza y la determinación para redefinirme a mí misma y evolucionar en la vida.

¿Qué hacías exactamente en la policía?

Mi trabajo diario variaba según cada momento, ya que he hecho desde patrulla [trabajo en coche en la calle] a trabajo en anti-narcóticos o en bandas urbanas. Me retiré como la primera mujer que alcanzaba el rango de teniente en el departamento.

¿Cuándo y por qué te convertiste en una agente de policía que estaba contra la prohibición de las drogas?

Mi hermano sufría enfermedad mental y también abuso crónico de sustancias. Murió de una sobredosis, hace 10 años, este mes de marzo. Entre mis experiencias personales y profesionales, he comprobado que la prohibición de las drogas no evita ni que se compren y vendan ni que se usen.


¿Qué drogas tomas tú y qué drogas has tomado?
Yo bebo café y ocasionalmente alcohol. Reconozco que hay un amplio espectro de drogas aunque no se vea así. Cuando era adolescente, también fumé cannabis y eso modeló mis puntos de vista sobre la legislación referente a ello.



¿Cuando te convertiste en la portavoz de LEAP?

Me convertí en portavoz de LEAP en 2010 durante la Campaña de la Propuesta 19 en California. Soy tanto portavoz como miembro de la junta directiva. LEAP se ha relanzado ahora con nueva imagen y ha pasado a ser conocido como “Law Enforcement Action Partnership”. Nuestra misión no ha cambiado sino que hemos adoptado otras causas sobre reforma del sistema de justicia, como por ejemplo la encarcelación masiva en USA, o el asesoramiento en las relaciones entre la comunidad y las fuerzas de policía, a nivel local y otros asuntos a nivel mundial.

¿Qué dirías a los policías que están a favor de la prohibición de las drogas? ¿Cuál crees que debería ser el papel de la policía en USA y Canadá en esta crisis de sobredosis que estáis viviendo?

Ambas cuestiones se pueden responder con buenos ejemplos reales. Las fuerzas de la ley han visto el enorme aumento de sobredosis por opioides en los últimos años, como resultado directo de los mercados de drogas que carecen de regulación. Esas muertes claramente señalan fallos en el sistema actual. Algo positivo sacado de esta actual tragedia ha sido que a lo largo del país, muchos cuerpos de policía se han sumado a una aproximación -al enfoque de las drogas y sus usuarios- basada en la reducción de riesgos aunque sigan trabajando “dentro de los límites de la ley”.

La implementación de LEAD (Law Enforcement Assisted Diversion) en King County (Washington) o en Santa Fe (Nuevo México), permite a los agentes adquirir capacidades para conectar tanto con usuarios como con vendedores de bajo nivel que no sean violentos, a través de tratamiento y servicios como la búsqueda de opciones distintas a la cárcel. ¿Vemos a LEAD como el perfecto antídoto contra la prohibición? No, pero es una gran paso hacia “cualquier cambio a mejor”, que es la política subyacente en la reducción de riesgos.

LEAD se enfoca tanto en la comunidad como en el individuo con un enfoque holístico del problema complejo que es el uso de drogas, reconociendo que tanto la abstinencia como la recaída son parte de procesos más complicado que lo que se puede medir con un control regular de drogas en orina a una persona. Estas políticas coherente entre lo que es salud pública y las políticas policiales, han aumentado la seguridad pública, reduciendo tanto criminalidad como daños derivados del uso de drogas.

Y no podemos dejar de mencionar, en el momento actual, al programa con naloxona [antídoto para sobredosis de opioides] que consideró novedoso y arriesgado incluso, pero ya ha salvado más de 300 vidas. La naloxona en manos de la policía, quienes son los primeros en llegar a la escena en la mayoría de los caos. Cosas como eso, pueden ser el inicio de un cambio de paradigma -sobre la guerra contra las drogas- en la rutina de la policía.

¿Cómo cambiaría la policía en tu país si finalmente las drogas llegasen a regularse? ¿Cómo sería una “policía sin guerra contra las drogas y sus usuarios”?
Simple, nos concentraríamos -interés y recursos- en los delitos con violencia contra las personas, y delitos contra la propiedad.

¿Como es la reacción de la gente cuando les cuentas quién eres, qué hacías y que estás a favor del fin de la prohibición de las drogas?

Tenemos unos 150.000 simpatizantes que nos apoyan, así como más de 5.000 profesionales de la justicia en sus distintos ámbitos. La reacción es mayoritariamente positiva.

¿Y la de tus colegas policía?

Depende, en ese ámbito he tenido experiencias negativas y positivas.

Tengo una amiga que está planteándose ser policía en mi país y tengo curiosidad por saber qué le diría una mujer con tu historial y experiencia como consejo.

Que es un gran trabajo, pero que no es para corazones débiles. Aún así la animaría a que se hiciera policía, porque realmente nos hacen falta mujeres en la policía.

Diane, ha sido un honor y un placer haber contado contigo y tus respuestas, muchas gracias.

Muchas gracias a vosotros, y hasta pronto.

:))


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Publicado originalmente en Cannabis.es