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sábado, 16 de abril de 2016

Marihuana sintética: muerte con 1 calada.

Este texto, que viene a colación por los sucesos ocurridos en Mallorca hace unos días, en que "3 menores de edad se DESPLOMARON en el suelo tras fumar 'marihuana-sintética' a la puerta de un instituto", fue publicado hace un año en la Revista Yerba. Es un buen momento para recordar que estás sustancias son demasiado peligrosas como para usarlas de droga recreativa, a pesar de su legalidad y de que se vendan en diversos lugares.

Al parecer, mucha gente que hace años que no sabe nada de estas drogas, me dicen que las conocieron en Ibiza o en Mallorca, y que se vendían legalmente siempre, en especial a los extranjeros que eran quienes la buscaban.

Pues ya está aquí, y para todos. :P
Esperemos que el texto os guste y os sea útil.

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Marihuana sintética:
muerte con 1 calada

Un día como hoy, hace aproximadamente un año, un chico joven se disponía a pasar un buen rato con sus amigos en su tiempo libre. Era un chico guapete, surfero, con sus tattoos y sus colegas. Un proto-adulto de 19 años de edad, todavía sin suficiente capacidad legal para poder comprar unas cervezas con sus amigos.

Era un chico de origen difícil pero que había tenido la suerte de encontrar una familia que le quisiera, ya que era adoptado como sus hermanos, y que por sus fotos, imágenes y recuerdos, parecía ser alguien feliz disfrutando de la vida. ¿Qué es lo que tiene que hacer -si no- un chico de 19 años? Quedó con sus amigos, mientras estaba en tratamiento en un centro para personas con problemas de alcohol y otras drogas, y buscó como pasarlo bien sin cruzar la barrera de la ley para no tener problemas. Eso mismo fue lo que le mató horas después.




Connor Eckhardt, el desafortunado protagonista de esta historia, decidió comprar uno de esos “legal highs” que se venden, de forma legal, en multitud de lugares de los USA. Gasolineras, kioskos o “convenience stores” que tienen un poco de todo son los principales puntos de venta en ese país. En este caso, la compra se realizó en una tienda “especializada” en esos productos y en parafernalia para el consumo: una “smoke shop” local. El producto comprado se llamaba “Mr.Marley” en alusión al conocido cantante de Reggae, Bob Marley, y sus efectos ya que su imagen está vinculada indefectiblemente al cannabis y al consumo de marihuana.

Sabemos qué buscaba Connor.
Buscaba algo legal que le hiciera sentir lo mismo que unos porros de cannabis.
Algo que en Amsterdam se resuelve con una planta esencialmente no tóxica, en USA se resuelve con una droga sintética y mortal, pero legal. Sí, ya sé que insisto mucho en lo de legal, pero es que a este chico le mató querer ser “demasiado legal” a la hora de divertirse.

La cosa es que un chavalote de 19 años, que a pesar de todo parecía ser esencialmente feliz, acabó encontrando la muerte mientras buscaba relajarse y disfrutar con un porro, o algo parecido (y legal). Connor cogió un poco del producto que había comprado, que en apariencia es una hierba seca a la que se le pueden dar aromas y sabores, y lo puso en su pipa o en el bong. Agarró el mechero, lo acercó dándole fuego a la muestra mientras aspiraba el humor hacia sus pulmones...


Connor murió de una calada.

Muerto por una sola calada de un producto legal que había comprado horas antes en una tienda legal, que en esencia prometía ser como el ilegal cannabis o marihuana (ilegal en algunas zonas pero legal en otras a día de hoy). Muerto por consumir un producto que también se vende legalmente en España y que se ofrece a los grow-shops de forma casi regular. Algunos grow-shops de nuestro país los venden también, pero por suerte son una minoría en extinción que creo que hay que denunciar públicamente.

¿Una sola calada es suficiente para matarte? Sí, puede serlo. No sólo de estos productos “legales” que dicen imitar al cannabis, sino de muchas sustancias y drogas, una calada es suficiente para matarte en ocasiones. Aunque este detalle es anecdótico en este momento, porque no creo que nadie haga mucha diferencia entre una sustancia que te puede matar de una calada, y una que te puede matar con 10 caladas; eso es sólo una cuestión de dosis y concentración.



La cuestión es que el chico no era químico, no había decidido experimentar con drogas sin explorar en humanos, ni sabía nada de concentraciones y purezas. El joven sólo fue a comprar un producto legal para divertirse, que de forma objetiva estaba vendido para ser consumidor como si fuera cannabis burlando un par de cuestiones de ley, como indicar que no se vende para consumo humano. Una mentira, como creer que la pornografía se vende por la libertad de expresión estética y no para masturbarse, pero que debe ser suficiente como “disclaimer” para evitarse ciertos problemas derivados de vender esas cosas como los muertos que provocan, al menos en USA.

Una sola calada dijeron sus amigos, que le vieron sufrir un daño irreversible que le dejó muerto, cerebralmente, mientras en el hospital sus padres adoptivos y sus hermanas le cuidaban durante 4 días en espera de aprovechar algunos órganos para trasplantes, como finalmente sucedió. Lo cierto es que los médicos del hospital no pudieron identificar la sustancia que había matado a Connor, pero el hecho de que hubiera testigos, que el cuerpo no tuviera restos de otras drogas y que aún conservaba en el bolsillo en paquete del producto, en esta ocasión fueron buena prueba de que el monstruo era peor de lo esperado: ni siquiera podía ser detectado por los análisis toxicológicos del hospital californiano.


¿Quién mató a Connor Eckhardt?

Partiendo de que la última responsabilidad frente a cualquier acto -de consumo de drogas u otro tipo de decisión con riesgos- es de quien lo ejecuta, Connor se mató a sí mismo. 

Pero Connor no estaba en mitad de un comportamiento autodestructivo -al estilo del que puede tener un alcohólico o un adicto a ciertas drogas- que implicase ese riesgo. Connor no estaba participando en carreras de coches ilegales a 200 kms/h, ni asaltando gasolineras con un pasamontañas, no era un practicante de deportes extremos ni quería buscar los límites de su existencia mediante el uso de drogas.




Connor se quería fumar un porrito con los amigos, seguramente echarse una risas mientras escuchaban música y charlaban de sus cosas o de las chicas que les gustaban. Connor no quería morir. Ni merecía morir.

A Connor le mató una ratonera hecha con leyes absurdas que, mediante paredes oportunamente colocadas en esta inhumana guerra contra las drogas, le condujeron hasta ese producto legal. Un auténtico producto-consecuencia, de esta guerra que perdió el referente científico nada más empezar. Le mató una nefasta política de salud pública que, mediante incentivos perversos derivados de la intervención prohibicionista, ha colocado esos productos en las estanterías de muchas tiendas. Productos que sólo tienen justificada su existencia desde el punto de vista mercantil en que son un “imitador ", y nadie compra una imitación peligrosa cuando tiene acceso libre al original.

Si Connor hubiera tenido acceso a la planta de cannabis, es bastante razonable pensar que no hubiera recurrido a estos productos. Algo similar a lo que, por suerte, ocurre en España: la abundancia de cannabis y marihuana entre la población ha servido de freno a la entrada de esos productos en el mercado. Son accesibles por internet como en todo el mundo, pero aquí no parece motivar mucho el que sean “legales” como ventaja sobre el cannabis. Nadie busca una imitación cuando tiene acceso a un rico hashís o a una buena marihuana, y eso en este punto es una cuestión de salud pública.


A más cannabis, menos muertos.


Pues sí, menos muertos cuantos más porros (de cannabis). ¿Por qué esta afirmación?

Sin entrar en lo positivo o negativo de la conducta, es algo innegable que el ser humano busca periódicamente embriagantes con los que alterar su estado de consciencia. Desde la Biblia, con el árbol prohibido del Génesis o la borrachera de Noé y las uvas -en la que acabó en pelotas, algo muy humano- o el primer milagro de Cristo por orden de su madre la virgen, abasteciendo de más droga la fiesta de boda que se había quedado sin vino. Realmente desde mucho antes, pero sirve para coger la idea.

Si aceptamos que es un hecho -la búsqueda de un psicoactivo- y queremos operar sobre el conjunto de la sociedad encauzando ese impulso, deberíamos hacerlo hacia la sustancia menos dañina posible para obtener el efecto buscado. Un criterio puramente farmacológico y científico. No entro a debatir los males de alcohol y tabaco, legales, pero parece claro que esas dos opciones no bastan a nuestra sociedad y la tercera droga más consumida es el cannabis. Y ojala fuera la primera en lugar de una de esas dos, si atendemos a criterios de salud pública.

El cannabis es una planta, ilegal hic et nunc, esencialmente no tóxica y con miles de años de uso humano común ya que no es una planta que pueda matar -o causar daño- con facilidad como las solanáceas psicoactivas, legales. Desde una perspectiva científica nadie puede negar que es virtualmente imposible achacar una sola muerte al cannabis, mientras que los muertos de las drogas hoy legales los contamos por millones. Esto no quiere decir que sea una planta totalmente inofensiva: es un droga, es una planta psicoactiva, y tiene efectos sobre la percepción que pueden ser agradables o no para el sujeto. No todas las drogas están hechas para todos.

La otra opción en este punto del asunto -la gente que busca los efectos del cannabis- es prohibirles el acceso y sancionar duramente su comercio y producción. Nadie se extrañará de que dichas medidas entorpezcan la adquisición de la planta, y que además ponen ya en peligro legal a quien osa hacerlo. Es el modelo que se ha manejado hasta ahora, en todo el mundo prácticamente, y que se está desmoronando a pesar de seguir plenamente vigente en España. Podemos también cerrar más el cerco mediante controles de orina a los trabajadores, de manera que recurrir al cannabis sea mucho más complejo y costoso. Y lo hemos logrado.

A la vez que un mercado de productos -poco o nada útiles- para enmascarar el consumo de drogas ilegales, que van desde limpiadores bucales para los test de saliva a bebidas especiales para los test de orina, ha surgido la otra opción: ¿para qué enmascarar una sustancia ilegal en vez de tomar una legal que no detectan? Según me han comentado varios grow-shops, los principales compradores de estos productos son personas del ejército, las fuerzas y cuerpos de seguridad, vigilantes jurados y otros similares que por su trabajo se ven en la necesidad de pasar estas pruebas. 

Si me guardan el secreto, el único producto que realmente sirve ante un buen análisis de orina, es una orina limpia de drogas detectables. Y por esa vía -aparte de un cierto tráfico de orina limpia- se origina el consumo de las opciones legales, especialmente por aquellos a los que las normas actuales les inciden más.


Los cannabinoides sintéticos.

Dentro de la cada vez más variada oferta de drogas legales -que incluye cosas tan poco aconsejables como la NEUROTOXINA PCA (para-cloro-anfetamina)- adquiribles mediante internet o por petición a un distribuidor legal, tenemos productos de todo tipo: psiquedélicos, opioides, benzodiacepinas, anfetaminas substituidas, disociativos y también cannabinoides sintéticos.

Estos compuestos legales en su mayor parte (se prohíben cíclicamente algunos y se lanzan otros) son el resultado de la investigación médico-farmacéutica, lo que no quiere decir que hayan sido probados en humanos siquiera. Son compuestos que, en la complicada búsqueda del ligando endógeno -anandamida- que tenía que existir en un sistema cannabinoide humano, se usaron para comprobar -mediante reacciones sobre muestras concretas y animales- cuáles eran y para qué servían los receptores naturales del cannabis en el cuerpo humano y en otros mamíferos por lo común de algunos sistemas bioquímicos.

Pero confundir los términos en este caso es riesgo de muerte; que algo venga de la industria de la investigación médico-química no quiere decir que sea para uso en humanos. Menos aún para uso como droga recreativa. De hecho el nombre con que originalmente se denominaba a estos compuestos para experimentación era el de “research chemicals” o “sustancias químicas en investigación” y resultaba el más ajustado a la realidad, ya que quien se arriesga a tratar con estas sustancias, está actuando como conejillo de indias voluntario con sustancias de efectos virtualmente desconocidos.

El que estas drogas para experimentación científica llegasen a manos de un consumidor que no sabe lo que hace, sólo puede explicarse como consecuencias directas de la prohibición. 

Haber prohibido el 95% de las drogas clásicas conduce a que se exploren recurrentemente las opciones legales que brinda la química, con consecuencias tan imprevistas como letales. En este caso, la prohibición sobre una sustancia virtualmente benigna, abre un gran mercado para drogas que de otra forma nadie hubiera querido ni probar. Exactamente igual ocurre con sustancias como la PMA frente a la MDMA, los derivados legales del fentanilo frente a los opiáceos naturales, o con la familia de la NBOMe frente a los psiquedélicos tradicionales como la LSD o la mescalina. Con una política torpe y obtusa, basada en creencias en lugar de en ciencia, hemos despejado el solar para que estas neodrogas se instalen en nuestro mercado.

A nivel orgánico los cannabinoides sintéticos son moléculas que actúan sobre los mismos receptores que lo hace el cannabis, pero no lo hacen de la misma forma. Mientras que el cannabis y los cannabinoides naturales son agonistas parciales de esos receptores, los cannabinoides sintéticos son agonistas totales de ellos, lo que provoca una diferencia de efectos notable. En concreto sería muy similar a comparar las benzodiacepinas -tipo valium- usadas para ansiedad y sueño, con los barbitúricos que también se usaban para dichos trastornos. Ambas familias de compuestos actúan sobre receptores GABA, pero lo hacen de distinta forma, intensidad y en distintos lugares, haciendo que matarse con valium sea algo realmente difícil de lograr -incluso intentándolo voluntariamente- pero que los barbitúricos sean el fármaco de elección para suicidas como Marilyn Monroe o para aplicar la inyección letal. Y ambos actúan sobre el mismo receptor, siendo ambos fármacos gabaérgicos aunque no tengan que ver en sus peligros. De la misma forma, casi punto por punto, ocurre con los cannabinoides sintéticos, haciendo que el conocimiento general de que el cannabis es inofensivo, se traslade por nomenclatura a sus primos asesinos.


¿Qué hacer llegados a este punto?

Personalmente no soy nada amigo de prohibiciones, incluso de estas letales sustancias. Me explico. No creo que deban ser prohibidas por peligrosas, ya que no representan un peligro más que para quienes se acercan a ellas. Creo que la prohibición sólo ayuda a crear mitos sobre drogas superpotentes y maravillosas, simplemente porque no son accesibles.

Dentro de los experimentos relativos a estas sustancias, está el abordaje mixtoultralegalizador-panprohibicionista de Nueva Zelanda que acabó en catástrofe. La verdad es que me he pasado con el nombre, pero es que mientras se sacaba una ley que decía que todo era droga -cualquier sustancia o dispositivo que no estuviera permitido, estaba literalmente prohibido- a efectos de criminalización, el estado abría una regulación legal para estas sustancias que acabaron siendo vendidas en tiendas con control estatal. 

Así pues mientras se mantenían draconianas sanciones para lo relativo al benigno cannabis, era el estado y sus comisiones reguladoras las que -tras un presunto protocolo científico- daban cabida y mercado a estas mortales drogas. 

Seguramente no haya usted oído hablar de esto, pero ocurrió hace menos de 2 años, aunque el experimento terminó pronto, dados los efectos de las drogas que el estado permitía vender.

El modelo neozelandés fracasó porque, aunque pretendía configurarse con premisas científicas, dio por sentado que todas las drogas ya prohibidas anteriormente eran malas y que no merecía la pena echarles un vistazo para cambiar su situación legal. 

De hecho era muy mala idea hacer algo así, ya que Nueva Zelanda actúa a modo “avanzadilla experimental australiana” empujada por las políticas de otros. Y nadie inicia un experimento para que le vengan a cuestionar sus cimientos argumentales. Así que se asumía que las drogas ya prohibidas lo eran por motivos científicos y lo único que les quedaba era experimentar alguna salida “creativa” a la encajonada situación de desgaste en la guerra contra las drogas. 

Realmente ha sido el experimento sobre salud pública más grave ocurrido en la última década, pero se vendió a la gente como una política vanguardista en la que el estado iba a tomar el control de la situación de las drogas para bien de sus ciudadanos.

El método prohibicionista no parece ser el mejor a aplicar, a pesar de todo, ya que no debemos olvidar que tratamos con un problema que hemos creado con nuestro abordaje poco sensato del asunto. Y la química ha demostrado estar a años luz de la ley, con una capacidad funcional de prohibir bastante limitada, porque en el trámite se han creado otros análogos peores. 

En un terco empecinamiento, la reina de Inglaterra en su discurso oficial ha anunciado un nuevo plan para acabar con todas las neodrogas que asolan, legalmente, su país. No es para menos, porque el paraíso de los “legal high” es precisamente el lugar donde tener un “ilegal high” sale más caro: de nuevo otra consecuencia de la prohibición insensata.

Los propios científicos ingleses y entre ellos David Nutt, el antiguo asesor oficial sobre drogas del gobierno, han levantado la voz para decir que una prohibición “sobre todas las sustancias psicoactivas” o “blanket ban” acabaría por hundir toda investigación en el cerebro humano en dicho país, sin contar con los nuevos problemas para determinar lo que es o no psicoactivo a efectos legales y los agujeros derivados de un intento tan complejo de prohibición absoluta (y tan costoso si pretenden realmente intentarlo en un mundo donde,si quieres, compras las drogas desde tu ordenador).

¿Tiene entonces solución este problema? Sí, claro que la tiene. Sólo hay que recordar por qué hemos llegado hasta aquí, por qué los jóvenes ingleses son llevados en manadas a los hospitales, por qué algunos mueren y otros quedan permanentemente dañados, por qué esas sustancias de nombres exóticos como JWH-018 o APICA o ADB-FUMINACA están al alcance de gente que no sabe qué son: porque hemos prohibido el cannabis.

Salir de esta situación exige razonar sin prejuicios y entender que, llegados a este punto, el cannabis es una barrera natural frente a estas drogas. 




La propia existencia de abundante cannabis fácilmente accesible es la mejor prevención frente a estas nuevas sustancias, que buscan imitar los efectos de la planta. Ya lejos de ser una exigencia justa y razonable de un colectivo que no daña a nadie con su uso, es además una cuestión de salud pública. En estos momentos ya no vale decir “es que de eso yo no sé” y seguir sosteniendo la prohibición. Ya no vale si hablamos de decisiones que afectan a la salud del conjunto, porque los años transcurridos bajo “el paraguas protector del prohibicionismo” se han mostrado como el mejor acicate para la proliferación de opciones legales y letales al mismo tiempo.

¿Y qué hacer como individuos?

Pues dentro de nuestras posibilidades, para quien quiera “fumarse unos porros”, favorecer el autocultivo como opción -alegal pero no ilegal- porque la existencia de la propia planta evitará que estas drogas letales tengan fácil entrada en la esfera de quien cultiva su propia droga para uso propio. No se confunda, unas matas de cannabis no convierten a nadie en heroinómano o alcohólico, y en este caso pueden salvar vidas.

Yo no sé usted, pero creo que en este caso es preferible que cuando su hijo, hermano, pareja o madre se fume un porro, sea de algo ilegal -aún- llamado marihuana, y no de la imitación legal.

La vida y salud de su ser querido se lo agradecerá, aunque no lo sepa.

Drogoteca.


martes, 1 de diciembre de 2015

¿Qué es Bitcoin y cómo funciona?

Este texto fue publicado en la Revista Yerba.
Esperamos que os guste.

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¿Qué es el Bitcoin y cómo funciona?


Esta sección que ahora os presentamos va a tratar de todas esas grandes ideas y pequeñas cosas que tienen en su esencia -en su génesis y sus posibilidades- la semilla para cambiar el mundo tal y como lo hoy conocemos. 

En esta primera ocasión os vamos a presentar la que muchos piensan que es la idea más revolucionaria -hasta el momento- de la era de Internet: el Bitcoin.

Seguro que es un término que no te resulta extraño del todo, ni al oído ni a la vista. Bit... del mundo digital y coin... de moneda. Ah sí! La moneda digital que sirve para comprar drogas!! Acabamos.....




No, empezamos de nuevo.
El Bitcoin... ¿sirve para comprar drogas? Sí. Es posible que hayas escuchado eso sobre esta moneda, y es cierto; sirve igual que cualquier otra. Igual que el dólar, el euro, la extinta peseta o el dirham marroquí. Es una moneda y sirve para todo lo que sirven las monedas: para comprar, para acumular valor, para realizar transacciones instantáneas sin apenas coste y sin intermediarios entre tú y el emisor... y también sirve para adquirir drogas, o medicinas, armas u ositos de peluche, ordenadores o chocolate belga, libros o metales preciosos, joyas o para hacer microdonaciones a otros (o no tan micro, como quiera el usuario).

Quita de tu cabeza la idea de que el Bitcoin sólo sirve para comprar drogas, si la tenías, porque no es correcta. El Bitcoin es un moneda. Eso lo primero. Comparte características con las distintas monedas del mundo, como son la fungibilidad (sus unidades son plenamente intercambiables), la fraccionabilidad de la moneda (que en el Bitcoin llega hasta una cienmillonésima de unidad), su condición de reserva de valor (aunque la volatilidad asociada a su juventud la hace errática aún para este fin) e incluso puede ser una gran inversión; de hecho si conocemos Bitcoin seguro que también tiene que ver con que su precio pasó -en algo más de dos años- de costar menos de 1 dólar por Bitcoin a costar unos 1.200 dólares. La ganancia es impresionante. Pero también lo es el riesgo: los que compraron a 1.200 dólares, ahora tienen una pérdida de un 80% de su inversión. Eso es la volatilidad: el precio cambiante.




¿Cómo es eso de que la moneda sube y baja de valor? Pues vaya mierda de moneda, ¿no? No.
Todas las monedas suben y bajan de valor. No de valor nominal -el número que ves en el billete- sino de valor real. Cuando los precios suben y no tu salario, cuando el Banco Central que crea el euro imprime más billetes sin que tengamos más riqueza real, o cuando te dan menos moneda extranjera al cambiar en tus vacaciones por el mismo dinero que el año anterior, es que el valor ha cambiado (en esos casos a la baja y desfavorablemente para sus poseedores, pero puede ocurrir al revés). No te asustes. 

Es a veces complejo distinguir entre valor real y nominal. Pensad que no comprabais lo mismo hace 10 años con 5 euros que ahora. El valor nominal se mantiene y mientras el poder adquisitivo del dinero de esos 5 euros -el valor real- se ha hundido. Lo mismo, para bien o para mal, para subir o para bajar, le ocurre al Bitcoin; pero no por las mismas razones.

El euro o el dólar, como las demás monedas, fluctúan y sobre todo desde que se abandonó el patrón oro. Su valor real es algo cambiante y susceptible de ser afectado por las decisiones de unas cuantas personas. Esas fluctuaciones dependen de quien emite el dinero en cada zona, y lo que hagan con sus políticas sobre el mismo y sobre la creación de más moneda (basada en deuda). Si toda la riqueza dentro de la “moneda euro” se pudiera representar con 10 billetes de 1 millón de euros que los tuvieran 10 personas... ¿qué pasaría si “el fabricante de billetes” decide imprimir otros 10 billetes de 1 millón? ¿Ha doblado la riqueza, no? No. No ha hecho nada mas que hundir el valor de su moneda, en concreto depreciarlo a la mitad, porque ahora hay el doble de billetes. Con el mismo billete ya no tienes el mismo porcentaje de la riqueza que había en la “moneda euro” sino la mitad porque hay el doble de billetes.



Cuando un banco central imprime más dinero, discrecionalmente, está robando a todos los que ya tienen billetes. Ellos creían que con esos billetes podrían comprar X cosas. Y no, no van a poder: tendrán que comprar menos, en función de cómo cambie el precio de la moneda por la decisión del banco central de turno. Así te meten la mano en el bolsillo sin que lo notes en la cabeza. Inflación, que lo llaman.

Con Bitcoin sufres de lo mismo que con otras monedas en algunos aspectos, como su valor cambiante, pero no es porque una autoridad central o un inexistente Banco Central del Bitcoin decida producir más o menos moneda: en Bitcoin no existe autoridad central y su producción se fijó matemáticamente en el momento de su creación. 

Bitcoin fue expuesto como idea al mundo el 31 de octubre del 2008, en un texto que su autor publicó en una lista de correo sobre criptografía, explicando lo que sería la nueva moneda. Su creador es Satoshi Nakamoto, un pseudónimo que esconde a la gran mente -o mentes- que desarrolló tan titánica idea y labor.



El primer Bitcoin fue minado el 3 de enero de 2009. La cronología no es casual tratándose de una moneda: el 3 de enero de 1975 fue cuando se abolió de forma efectiva la prohibición -Gold Reserve Act de 1934- para los ciudadanos de tener oro, y la obligación de vender aquel que tuvieras a la reserva controlada por el gobierno -esa que se almacena en Fort Knox- quisieras o no. Con el gran hermano no se juega: el gran y libre gobierno USA volviendo a “permitir” a sus ciudadanos que tuvieran oro en 1975.

¿Has dicho minado? ¿Minar? ¿Minería? Pero no de oro, sino de una moneda digital como Bitcoin... ¿eso cómo va a ser posible si es digital? Minar es el término que se usa para referirse a la actividad que realizan aquellos que ponen a trabajar equipos especializados en asegurar la moneda y sus transacciones. Actualmente dicha actividad requiere de una inversión y un material muy costoso, pero cuando se creó el primer Bitcoin lo podía hacer cualquier ordenador: apenas había competencia ni resultaba tan difícil matemáticamente. Así que no te asustes si escuchas lo de “irse a la mina a trabajar” en el universo Bitcoin: son ordenadores trabajando.

La moneda la crea un desconocido, y la mantienen otros desconocidos. Pues serán ellos los que manden en la moneda, que para algo es suya... ¿no? No. Satoshi Nakamoto -sea quién sea- crea la moneda con su idea y su espíritu sabio le hace compartirla y desarrollarla para todos. Especialmente para que nadie jamás, excepto el consenso de sus usuarios, tenga su control. Ningún gobierno puede hacer nada -a largo plazo- contra Bitcoin. Se podría prohibir Internet en todo el planeta, y aún así no acabarían del todo con esta moneda: resucitaría el mismo día que volviera a funcionar mínimamente sin que se hubiera perdido un sólo céntimo.

¿Cómo es eso? La idea es extremadamente simple y en ello reside su absoluta belleza.
Su creador diseña una moneda que es a la vez un sistema de pagos inmediato y sin necesidad de terceras partes de confianza. No necesitas confiar en quien usa Bitcoin, te paga con él o lo gestiona con su minería, porque sus acciones están “vigiladas” por cientos de miles de puntos en red global de forma automática: todos comprueban lo que se hace en la red y nadie puede “falsificar moneda” o “gastar el mismo billete dos veces” porque todo -absolutamente todo- está anotado y a la vista.



Todo queda reflejado en lo que se denomina Blockchain -o cadena de bloques- que no es más que un libro de cuentas público y visible para todo el mundo. Hasta la más minúscula transferencia, así como la creación de nuevos Bitcoin -de la forma que el protocolo definió- está registrada y a la vista de todos. De gobiernos, de ciudadanos, de empresas, visible para todos: libre acceso a la información 100%.

De Bitcoin se ha dicho que es anónimo, pero no es del todo cierto. Es anónimo en tanto que las cuentas y las transacciones no van asociadas a una identidad nominal como las cuentas bancarias: puedes tener una dirección-cuenta Bitcoin y jamás dar tu nombre. Nadie podrá saber que el dinero que contiene es tuyo... mientras no te pillen tu cartera digital con las claves porque, de ser así, sabrán todo lo que has hecho con ese dinero y con el que haya pasado por tu cartera anteriormente. 

Bitcoin no miente ni oculta: en eso reside su fuerza y belleza. No es manipulable por gobiernos. No es incautable por decisión judicial ni de ningún otro tipo. No se puede producir más del que está predeterminado en el protocolo; es imposible o no sería Bitcoin sino otra cosa. No responde a los criterios de economistas o de multinacionales; Bitcoin sólo responde ante sus usuarios.



Su valor, como el de cualquier bien en un mercado libre, se fija por la oferta y la demanda de dicho bien. Como se trata de un mercado global e instantáneo el que se produce gracias a Internet, su valor es un reflejo constante del uso de la moneda. Y dado que Bitcoin todavía es un niño de 6 años de edad, aún no le conocen y le aprecian como deberían: los primeros que se dieron cuenta del potencial, compraron para multiplicar miles de veces su inversión. La primera compra hecha con Bitcoin en la historia fue pizza. Pizza por valor de 10.000 Bitcoin. Esa pizza hoy día costaría millones de dólares, si se pagase al mismo precio en Bitcoin.

El Bitcoin es al dinero actual -dinero “fiat”, emitido por una entidad o banco central- lo que es hoy un ordenador frente a una calculadora de hace 50 años. Es lo que la televisión en B/N al Internet que vivimos en el 2015 y nos anticipa el futuro. Es el salto de la revolución industrial a la era espacial en 1 sólo paso aplicado al dinero. Porque aunque la palabra sea familiar, el dinero sigue siendo un gran desconocido que todos tenemos en nuestros bolsillos, bien cerca y muy poco conocido.

Bitcoin es una semilla que cambiará el mundo, tal y como lo conocemos. Y en este caso, el protagonista de la historia no es otro más que tú y tus decisiones con respecto a dicha moneda: ya no hay un estado para darte falsa tranquilidad con tus billetes de colores.



Ahora somos conscientes de que estamos solos frente a la terrible situación del perpetuo engaño económico en el que hemos sobrevivido.

Solos pero con Bitcoin: la bala de plata frente a la coacción económica del poder.



viernes, 9 de octubre de 2015

Cáncer y cannabis: Rick Simpson y su aceite

Este texto fue publicado en Revista Yerba y esperamos que os sea útil y os guste.

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Cáncer y cannabis.


La planta del cannabis es una fuente farmacológica natural con miles de años de uso, que ha ido adaptando su relación con los humanos (como han hecho otras plantas) a través de la selección y la cría de variedades escogidas para distintos fines con razones farmacológicas (de distintos efectos sobre fisiología de la persona) principalmente en ciertas variedades de cannabis -el psicoactivo- y buscando la producción de fibra en otros casos -como el cáñamo no psicoactivo.

En la selección que el cannabis psicoactivo -el farmacológicamente más activo- ha ido teniendo en su cría por el hombre, se seleccionaron ejemplares resistentes y productivos aclimatados a las zonas de cultivo pero al mismo tiempo con necesidad de una buena calidad, que le otorga un valor especial a nivel económico. Variedades más aptas para producir hashís, otras para la yerba. Unas más “cerebrales” y otras más “físicas”. Unas más estimulantes y otras más narcóticas.

Esas diferencias genéticas se expresan en su fenotipo y también en la fitoquímica de la planta. Cambia su coloración y sus pigmentos de una variedad a otra, pero también su principal producto de interés, que son los cannabinoides naturales. Son los responsables de que los efectos psíquicos y fisiológicos cambien de una planta a otra. Los más conocidos son el THC o tetrahidrocannabinol, el CBN o cannabinol y el CBD o cannabidiol.




Los usos terapéuticos que el hombre ha ido dando al cannabis a lo largo de su historia son de lo más variado y nos han llegado -muchos de ellos- a través de las investigaciones de antropología y etnomedicina relacionadas con esta planta, así como de cierta tradición oral que quedó bastante soterrada tras el inicio de la cruzada prohibicionista.

El cannabis se ha usado contra el dolor -con especial mención al de origen neuropático- de todo tipo, para frenar las náuseas y los vómitos, contra la espasticidad, haciendo frente a la anorexia por sus propiedades estimulantes del apetito, para el glaucoma que va dejando ciego aumentando la presión dentro del globo ocular, como ayuda frente a adicciones, ante el insomnio, para la epilepsia -campo en el que está cosechando grandes éxitos en tratamientos con niños resistentes a otros fármacos- o para el prurito o picor derivado de una función deteriorada por daño hepático, por poner algunos ejemplos que son ampliamente conocidos aunque no todos ellos estén soportados por pruebas científicas consistentes. Esta falta de datos realmente fiables, en buena medida, se debe a la prohibición sobre la planta que ha lastrado décadas de investigación y aplicación médica.


Y se ha usado para el cáncer.

Todos sabemos que el cannabis se usa “para el cáncer”; es uno de los “conocimientos asumidos” por el común de la sociedad. Algunas personas, enfermos a los que he facilitado el acceso a una correcta administración, tenían frente al cannabis un miedo similar al que la gente tiene a la morfina. Lo tenían asociado -injustamente- con la imagen de una sustancia tan adictiva y potente que sólo se “autorizaba” a los que iban a morir. Prácticamente el mismo mito que con la morfina, salvo que ésta sí es adictiva y que suele acompañar procesos terminales, recetándose con escasez para problemas de otra índole.

Otras personas piensan -más acertadamente- que se da para mejorar el apetito y reducir las náuseas en personas que, si bien tienen un proceso que es oncológico, necesitan de la ayuda del cannabis para soportar los efectos secundarios -muy groseros en ocasiones- que provocan los fármacos usados en quimioterapia a algunos pacientes (no a todos).



Y existe un grupo, dentro del colectivo global de usuarios de cannabis, que afirman propiedades curativas sobre el cáncer. Dentro de este grupo, hay personas que han mezclado muchas informaciones distintas y se han hecho una idea equivocada de las actuales posibilidades del cannabis en ese campo. Estudios y trabajos que, hace casi 10 años ya, afirmaban la capacidad de los cannabinoides para inducir la apoptosis celular -suicidio celular programado- en células cancerosas del tipo de los tumores pancreáticos, o en los agresivos glioblastomas cerebrales humanos o gliomas en animales como los que estudió el español Manuel Guzmán en un trabajo -conectado originalmente con un estudio de 1974 sobre células cancerosas y cannabis. Dicho estudio se llevó a cabo en un hospital de Canarias donde varios pacientes que habían sido operadores de tumores, fueron preparados para llevar un catéter a la zona operada que posibilitase la administración de los compuestos experimentales, algunos naturales y otros sintéticos y creados por farmacéuticas. Aunque parecía existir más interés por los métodos de administración de compuestos que son lipófilos (se disuelven en grasas pero no en agua) a las distintas zonas de acción de los tumores, sin provocar efectos secundarios graves, pero dentro de un dispositivo totalmente hospitalario y experimental. Fases de lo estudios que, con suerte, consiguen ofrecer algo nuevo y su forma de aplicación con grandes esfuerzos y años de trabajo.

Estos estudios saltaron a los medios hace años cuando se supo que ciertos cannabinoides -administrados en ensayos experimentales- parecían acabar con algunos tipos de células de cánceres que, en muchos casos, una vez diagnosticados su pronóstico suele rápidamente fatal. El que muchos enfermos tuvieran acceso a esa noticia científica les hizo adoptar la esperanza que eso suponía para su enfermedad, pero no para su tiempo: eran estudios experimentales aún y no fármacos aplicables a humanos, por los riesgos y problemas éticos que hacer eso conlleva. Pero muchos enfermos quisieron ver su esperanza en ello, llegándose a ver casos de personas que se ofrecían como cobayas, sin esperanza de sobrevivir pero con la voluntad de servir -al menos- como ayuda a la cura de otras personas con su mismo mal. No es raro si pensamos que muchas de estas personas medían ya el resto de sus vidas en meses o semanas, y sentían que no tenían nada que perder. No eran pacientes siquiera aceptables como cobayas sabiendo que iban a morir, ya que la ética médica y legal del momento ni lo llegaba a considerar. Una paradoja: condenados a una muerte segura pero con el impedimento legal de donar su cuerpo -y su vida- a un estudio médico que salve a futuros pacientes.



Es cierto que los cannabinoides -los que se sacan del cannabis, son unos 85 distintos, pero no sólo ellos- pueden resultar útiles para tratar experimentalmente ciertos tumores con grandes resultados, pero el salto de lo experimental, in vitro o in vivo, a lo clínico es un salto de muchos años y grandes costes. Sobre todo -en este caso- porque los cánceres suelen ser de tipo interno y eso hace complicada la administración efectiva de estos fármacos, sin causar mayores daños que los que se pretenden subsanar.

El cannabis no cura el cáncer. Los compuestos que actúan sobre los receptores cannabinoides -naturales o sintéticos- tienen propiedades útiles sobre algunos tipos de esas formaciones tumorales que llamamos genéricamente cáncer. Pero, como regla general y válida por el momento, el cannabis no cura el cáncer en humanos hasta donde sabemos -científicamente- a día de hoy.


El caso de Rick Simpson y su aceite.

Rick Simpson es un canadiense que en el año 1997 llevaba 25 años trabajando en un hospital como personal de mantenimiento. Su trabajo era cubrir amianto -un material muy tóxico para el ser humano- con una cinta mediante la ayuda de un aerosol que permitía la unión de ambos materiales. La pega es que dicho aerosol era muy tóxico si se producía una inhalación lo suficientemente profunda, y aquello acabó ocurriendo. Rick aspiró una cantidad alta del aerosol y eso le dejó inconsciente en segundos y colgando de unas tuberías que, de haber estado encendida la caldera que las alimentaba, le hubieran causado la muerte por abrasión al estar inconsciente. Cuando despertó, se arrastró como pudo y pidió ayuda, siendo llevado al hospital inmediatamente y tratado con oxígeno por los daños en el sistema respiratorio.

Aunque no era lo único dañado. Rick fue dado de alta en horas y enviado a casa, cuando a los pocos días empezó a sentir un ruido en el oído. El ruido fue in crescendo hasta alcanzar los 93 decibelios de sensación y fue la primera señal de que el gas del aerosol había dañado el sistema nervioso causando daños de tipo neuropático, en los que se envían señales sensitivas o motoras a distintas partes del cuerpo y sentidos que no corresponden con lo que se vive en el entorno, como un ruido insoportable sin origen en el exterior. En pocas horas estaba en el hospital de nuevo y lo trataron con carbamacepina (Tegretol), un fármaco común para dolor y problemas neuropáticos.




Tratado pero no solucionado el problema, Rick en el año 2001 era un zombi por los efectos de la medicación que le daban. Acudió a su médico, el cuál le había denegado, años atrás, el acceso al cannabis terapéutico bajo la premisa de que dañaba el tejido y la función pulmonar al fumarse. Rick le planteó la posibilidad de usar cannabis como aceite para no dañar al pulmón, cosa que el médico aceptó como menos nociva que fumar pero siguió negándose a recetarle cannabis terapéutico. La situación de Rick no parecía tener más abordajes posibles, así que una vez que había explorado lo que la medicina clásica le ofrecía, decidió por su cuenta y riesgo abandonar toda medicación y empezar a tomar únicamente un aceite de cannabis.

El resultado fue notable: el ruido que escuchaba no desapareció pero se hizo tolerable, bajó peso que le sobraba, mejoró su sueño -que estaba muy deteriorado- y bajó su presión sanguínea. El aceite de cannabis se hizo parte de su dieta inmediatamente por la calidad de vida que le aportaba.

Poco después, en el 2003, Rick se enfrentaba a su cáncer. Un melanoma, un cáncer de piel, que en principio se enfrentó con cirugía. Rick tenía 3 puntos peligrosos en su piel, 2 en la cara y 1 en el pecho. Se retiró uno de la cara, que tras la operación no cicatrizaba bien y supuraba pus, y los otros dos se retirarían más adelante. Pero Rick recordó el estudio de 1974 sobre cáncer y cannabis, y ya que lo tenía a mano pensó en darle a sus dos puntos afectados de melanoma una aplicación tópica. Así lo hizo, y las cubrió con venda. A los 4 días cuando retiró los vendajes, las dos zonas afectadas habían hecho desparecer el daño. Tan impresionado quedó que, al cabo de unas semanas, cuando el melanoma que había sido retirado quirúrgicamente se reprodujo, volvió a probar el mismo método y en pocos días estaba curado. Un cáncer de piel.

Lo primero que quiso hacer Rick fue compartir su descubrimiento y acudió a su médico y siendo atendido por su esposa, quien al escuchar hablar de “aceite de cannabis” rápido despachó a Rick diciendo que el doctor ni le daría eso, ni hablaría con él sobre ello, muy alterada. Rick comprendió que estaba solo con su descubrimiento. De ahí trató con el aceite a su madre para problemas de piel crónicos que sanaron rápidamente y pronto estaba compartiendo su conocimiento y su aceite con más de 50 personas para distintas dolencias, siempre de piel y uso tópico. Era sólo cuestión de tiempo que probase con cánceres internos, y así lo hizo, consiguiendo grandes mejorías y aumentos en la calidad de vida de las personas que lo recibían. Hasta que trató con éxito a una mujer con un cáncer de cuello de útero que quiso contarlo a los médicos. La agradecida paciente quiso contarlo y lo hizo ante la “Royal Canada Legion” que es una organización que cuida de los veteranos militares en el país. Pero lo que en principio fue bien, terminó mal con los dirigentes de dicha organización y la cosa empeoró mucho cuando, empeñado en compartir su conocimiento, envió un vídeo a las autoridades sanitarias que provocó una redada en su casa de donde le quitaron más de 1500 plantas de su jardín y fue acusado formalmente de cargos penales por cultivo y tráfico de cannabis, por primera vez.

El juicio en 2007 estaba sentenciado. A pesar de las declaraciones de 48 pacientes que Rick aportaba y no fueron admitidas, a pesar de que no se les dejó testificar, a pesar de que los expertos en cannabis enviados por el gobierno fueron desacreditados suficientemente por él ante la sala, fue condenado. El juez a la hora de imponer la sentencia dijo: “En mis 34 años de experiencia en el sistema legal no he visto jamás un caso como este. No hay intención criminal.” y aceptó que existía una evidencia médica que respaldaba lo que Rick estaba llevando a cabo. Pasó de enfrentar 12 años de prisión a pagar una multa de 2000 dólares, gracias a que el juez había ganado algo de conciencia durante el juicio. Rick, ante la situación que se le planteaba al magistrado le preguntó: “Si su hijo mañana recibiera un diagnóstico de cáncer... ¿le gustaría tener esta opción disponible?” y el juez no pudo sino agachar la cabeza y dar la sentencia menos dañina posible. Aún así Rick afirmó, tras ser condenado, que si alguna vez ser ciudadano de Canadá había significado orgullo para él, esto ya no sería así nunca más. Pero su método se hizo tan popular que, incluso en los mercados de bienes prohibidos que hay en la darknet -como el extinto Silk Road- invisible al Internet normal, es sencillo encontrar en venta preparaciones de este aceite con el nombre comercial de aceite de Rick Simpson.


¿Entonces el cannabis puede curar el cáncer o no? 
¿Qué dice la ciencia?

Pues la ciencia lleva muchos años demostrando que los cannabinoides pueden curar o mejorar varios tipos de cáncer, al menos actuar inhibiendo su crecimiento o incluso provocar su muerte celular o apoptosis. Los cánceres son patologías muy distintas que tienen orígenes y desarrollos totalmente distintos unos de otros, y lo que puede ser bueno para un tipo de células cancerosas puede ser malo para otras. Esto lleva ocurriendo muchos años ya, pero el clima prohibicionista y la íntima relación entre financiación de estudios y autoridades estatales han hecho que los resultados positivos fueran siempre minimizados y desincentivados, buscando siempre justificaciones para mantener la guerra contra las drogas y su hipercostosa maquinaria.

Hasta que este abril, el NIDA o “National Institute on Drug Abuse” de los USA dejó pasar, como correcto, un estudio que reconocía la capacidad de dos compuestos del cannabis, el THC y el CBD, para combatir algunos de los tipos más agresivos de cáncer cerebral. En experimentos con ratones tratados a la vez con radioterapia, no en humanos aún. Pero abre la puerta al aceptar las posibilidades médicas de dichos avances. Parece poca cosa, pero decir NIDA en materia de drogas, es como mentar a la Santa Inquisición en casa de un hereje, o así ha sido hasta ahora: el enemigo más fiel y mejor financiado de todo el prohibicionismo científico. Es un logro, signo de los tiempos, ese paso o descuido por parte del temible NIDA.

Y para rematar la expectación se publicaba a final de mes un estudio realizado en el 2014, llevado a cabo por el Laboratorio de Dermatología experimental del Departamento de Dermatología y Alergia de la Universidad de Bonn en Alemania, que revelaba datos importantes sobre la patogénesis de los cánceres y el rol de los cannabinoides en algunas de ella. Lo primero que comprobaron es que el THC no influía ni tenía que ver en el desarrollo y formación del cáncer del piel químicamente inducido in vitro. Pero al mismo tiempo que el THC resultaba útil para inhibir el crecimiento y desarrollo in vivo de melanomas trasplantados a ratones, actuando de forma antagonista sobre el microentorno protumoral inflamatorio, aplicado de forma tópica (sobre la piel de la zona).




Eso viene a dar la razón -o al menos a sentar las bases para la explicación- sobre los casos de cáncer de piel, u otros problemas de la dermis, y a abrir a los científicos a una vía de administración que para estos compuestos es muy interesante porque se evitan los efectos psicoactivos que tienen sobre el SNC. Es muy posible que de estudios como estos salgan las primeras aplicaciones “científicamente justificadas” para tratar el cáncer de piel con un fármaco que hasta ahora se ha mostrado esencialmente inocuo en su administración transdérmica. Y, tal vez, que abran paso a la evidencia de curación de estos problemas usando una elaboración casera, de una planta que es accesible a cualquiera.

¿Que es lo que no quiere decir esto? No quiere decir que a partir de ahora ya podamos decir que el cannabis cura el cáncer, porque es mentir. Algunos cannabinoides tienen efectos terapéuticos sobre ciertos tumores, pero de la misma forma que en este caso mejoran el diagnóstico del cáncer de piel, en otras lineas celulares de cáncer -como pueden ser el de pulmón y el de mama- los agonistas de los receptores CB1 y CB2 -los cannabinoides- estimulan el crecimiento del tumor, empeorando el pronóstico.

No es lo mismo la planta del café que la cafeína pura, ni sus efectos son iguales en el cuerpo.
Tampoco la planta de cannabis y el cannabinoide THC puro, no son iguales en sus efectos una cosa y la otra aunque compartan un porcentaje de su química.
Si bien parece claro que el cannabis es un remedio para innumerables dolencias, con unos problemas derivados de su uso que son casi nulos frente a los efectos secundarios de otros fármacos, no parece que podamos afirmar que la planta cura el cáncer (con todo lo que eso significa).

La historia también nos enseña que, en ocasiones, los médicos son los últimos en enterarse de algo importante. No hace falta más que recordar cómo los anuncios de tabaco en USA hace 50 años venían con un médico representado que te decía que el tabaco “de tal marca” era sano y seguro. O la vergonzosa historia de la talidomida del laboratorio Grünenthal , recetada para “las molestias del embarazo” como fármaco seguro, que provocó el nacimiento de miles de niños con deformidades físicas y un número incontable de abortos. Y si tengo que contestar con honestidad a la pregunta que Rick Simpson hizo a quienes juzgaban sus acciones por ayudar a otros con sus enfermedades, si yo -o un hijo mío o cualquier amigo o familiar- tuviera un cáncer de piel “accesible” desde el exterior estaría aplicándome aceite de cannabis tan pronto saliera de la consulta del oncólogo que me confirmase el diagnóstico.

Tan serio es el asunto, que en Oregon (USA) a pesar de tener una ley que prohíbe a los estudiantes usar ningún fármaco comprado sin receta (over the counter, OTC) salvo los autorizados -ni un paracetamol sin receta- en una lista hecha por las autoridades, han aceptado cambiar dicha ley en la cámara del estado. ¿Para qué? Pues para permitir que los escolares puedan usar, en horas de colegio, crema protectora contra el sol. ¿Suena de locos, no? Lo es. Sólo es otra consecuencia más de la guerra contra las drogas, el temor a que las escondan incluso estudiantes y hasta en los envases de crema solar. Pero a pesar de su paranoia han votado de forma unánime para permitir que los niños no se quemen con el sol al salir al exterior, y todo debido al cáncer de piel con tasas en creciente aumento.

El cáncer de piel es una forma de cáncer que suele ser tratable y tener un buen pronóstico, aunque en ocasiones es muy agresivo y se extiende por todo el cuerpo haciéndolo intratable. De esta forma, el cáncer de piel llega a matar a 10.000 personas al año sólo en USA; varias veces más que todas las drogas ilegales juntas. Y estamos muy poco concienciados sobre este tipo de cáncer, que aumenta las posibilidades de aparecer con cada insolación no buscada que nuestro cuerpo sufre o con cada exceso de dosis que le metemos a la piel buscando un color más moreno.

El cannabis al fin ocupa el rol destacado que debía haber tenido desde hace décadas dentro de la investigación médica de nuevas terapias, esta vez contra el cáncer de piel y en fases todavía tempranas pero prometedoras, por derecho propio.


DROGOTECA.