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viernes, 3 de agosto de 2018

Diane Goldstein, de policía antidrogas a activista contra la prohibición.

La primera vez que vi a alguien plantarle cara a un policía que estaba abusando de su placa, fue a mi madre. Éllos eran dos policías municipales y mi madre, una profesora de ciencias, que acababa de recibir un comentario despectivo por su género de boca de aquel policía: "Pero qué coño sabrás tú... si eres mujer!!".

Mi madre tiró de freno de mano -en aquel viejo Renault 6- y paró el coche, se bajó y se fue a por el policía en plena calle. Como si no sufriera de vergüenza por la gente que miraba sorprendida la escena, se fue a por él gritándole que si tenía algo que opinar sobre que ella fuera mujer, que lo pusiera en el atestado que le iba a tocar hacer... y así fue. Al pitufo le tocó levantar un atestado (en el que por supuesto, no puso nada que le pudiera dar problemas), con el que mi madre pidió cita -por canales oficiales- con el comisario de ese policía para (al menos) denunciar y pedir explicaciones por semejante comportamiento, por parte de un empleado del ciudadano de Salamanca y que recibe su sueldo de nuestros impuestos: también del de las mujeres...

El comisario, lógicamente, la recibió y se comió sin rechistar todo lo que mi madre le dijo: ambos sabían que no iban a cambiar nada.... ese día. No recuerdo el año exacto, pero recuerdo que venía del colegio donde hice pre-escolar, así que como mucho podía ser el año 1979.

Jamás he escuchado a mi madre definirse como feminista, ni tampoco usar "excesivamente" el término "machista". Le gustaba en sus años de Universidad -aprovechando que era excepcionalmente buena en Matemáticas, aunque tuvo que cursar Química por falta de dinero- putear a los catedráticos y "popes" de su facultad de Química, resolviendo los problemas mediante herramientas (matemáticas) que ellos desconocían o no esperaban, y picaban suspendiéndole el ejercicio.

Luego, mi madre con ese ejercicio suspenso se iba al despacho -del profesor de turno- y le hacía sudar tinta (siempre haciéndose la tonta, porque a los catedráticos de aquella época se les hablaba como a eminencias sacrosantas), para que finalmente tuvieran que modificar la nota del ejercicio, ante una serie de demostraciones matemáticas que excedían muchas veces sus recursos. Eran corregidos, por una mujer siendo todos hombres en aquella época, pero al menos había sido en privado. O fue en privado salvo en un par de ocasiones, en que el profesor la quiso ningunear viendo a una chica joven y débil, para comprobar como esa chica convocaba tribunal universitario para revisar el examen y -en público- les sacaba los colores, ante sus propios colegas. Es lo bueno de la Matemática: lo que es, es, y además se puede demostrar.

Claro que para hacer todas esas cosas no basta con querer hacerlas, sino que necesitas poder hacerlas, con elegancia y seguridad en lo que haces. Y ella lo había hecho, no fijándose en su género sino fijándose en sus méritos y capacidades: compitiendo de tú a tú con el resto, fueran hombres o mujeres. Educó a todos sus hijos y a su hija en la absoluta igualdad de derechos y obligaciones; esa era la "carta magna" en mi casa, desde que tenías raciocinio. Si todos vamos en el barco, todos trabajamos en la medida en que estamos capacitados, y en ese criterio el género sexual o la edad, no eran excusas para nada.

Jamás aceptó ningún tipo de discriminación positiva (si es que eso puede existir) por el hecho de ser mujer. Ni negativa: más te valía no apuntar a una cuestión de género como base discriminatoria porque no sabías lo que hacías. La única vez -aparte de aquella ocasión siendo niño con ese policía- fue ya como adulto en un hospital, en el que el cirujano dijo que "sólo hombres" en su despacho, para ser informados del estado del paciente. No tuvo cojones ni a intentar repetirlo cuando las dos primeras personas que entraron fueron mi madre y mi tía, flanqueadas por el resto, que eran varones.

Nunca quiso regalos por ser mujer, ni aceptó un trato distinto que el de todos sus compañeros, fueran hombres o fueran mujeres. Se hubiera sentido menospreciada si necesitaba de su género para cubrir un cupo o una cuota y ser contratada o favorecida en una decisión, por el mero y aleatorio hecho de haber nacido con genitales femeninos.

Su primer contrato lo consiguió embarazada, y estuvo dando clases hasta unas semanas antes de parir. Luego, regresó a su trabajo y en más de 40 años nunca lo dejó -a pesar de tener varios hijos más- hasta que se jubiló. Una profesora de ciencia, orgullosa de ser lo que era y que nunca permitió a nadie -hombre o mujer- que intentase hacer de ella una víctima o hacerle de menos.


¿A qué viene esto?

Cuando me pidieron, hace tiempo, que eligiera una mujer para hacerle una entrevista, me pareció un enfoque indigno. ¿Tengo que entrevistar a una mujer por ser mujer? Sí, más o menos era así, porque estábamos cerca del día 8 de marzo. Daba igual quién fuera o qué hiciera, siempre y cuando entrase dentro de nuestro área temática.

A mí, eso, me dio pena; recordé a mi madre y cómo se sentiría si supiera que alguien contaba con ella por algo que ella no eligió -ser mujer- y que era usada (en el sentido más real del término) para construir una imagen o un relato artificial para "el día de la mujer" (toma sarcasmo editorial).

Buscaban el típico discurso feminista, en boca de alguna mujer relacionada con las drogas, pero yo no estaba por la labor. Dije que estaba iniciando una entrevista con una mujer -para ganar tiempo- hasta que conseguí encontrar una mujer -en el campo de las drogas- que no sólo no encajase con ese discurso del victimismo por género, sino que sus hechos (y no sólo sus palabras) mostrasen una realidad incuestionable. Supongo que buscaba entrevistar a una mujer (como me habían encargado) pero que viviera libre, con la misma coherencia que vivió mi madre, sin pedir cupos ni privilegios y no teniendo que envidiar nada por no ser hombre.

La tenía más cerca de lo que pensaba, y es una vieja conocida con una vida más que interesante en mitad de cuerpos policiales (petados de hombres tipo macho-man), de incógnito como agente de campo anti-drogas, y posteriormente como jefa de la unidad (la primera mujer que alcanzó dicho puesto en su área). Tras una dura vivencia con la muerte de un familiar y con su experiencia directa en la guerra contra las drogas y sus usuarios en pleno USA, su camino cambió para terminar siendo una de las mayores defensoras del cambio de paradigma en cuanto a nuestro trato con las drogas, y una activista que lucha por el fin de la guerra contra las drogas, entre otras cosas.


Aquí os dejo la entrevista con la que pude cumplir el encargo, y dar voz a un tipo de mujer poco común, por desgracia. Con orgullo puedo decir que es mi amiga -tras estos años- y que su nombre es Diane Goldstein.

Drogoteca.
:)

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Entrevista a Diane Goldstein.



Cuando mi editora me preguntó sobre qué mujeres consideraba un claro ejemplo de lucha en “mis áreas de interés”, mi cabeza se llenó de opciones femeninas a considerar como grandes luchadoras en el campo de las ciencias. Pero cuando pensé en el ámbito de la lucha antiprohibicionista en política de drogas me di cuenta de que -salvo en el caso del cannabis- la presencia femenina era algo reducida.

Sin embargo, las 3 mujeres que me vinieron a la mente, llevan años de lucha -iniciada por distintas razones- y son todas ellas motivo de mi más profunda admiración. Una de ellas es Carrie Tyler, la hermana de Tim Tyler (recientemente perdonado por Obama, pero aún no liberado) que fue condenado a 2 cadenas perpetuas por posesión de LSD -no era un traficante- y quien ha estado luchando por él, desafiando al mundo para conseguir un absoluto milagro, la inimaginable cifra de 25 años hasta recibir el perdón presidencial. La otra es Lyn Ulbricht, la madre de Ross Ulbricht, también condenado a pasarse toda su vida en prisión con varias cadenas perpetuas, por la creación del mercado anónimo de drogas “Silk Road” en la red Tor (The Onion Router, originalmente). Es ella la que ha liderado y lidera la lucha por Ross, en uno de los casos que pueden sentar algunos de los precedentes más peligrosos en la historia de Internet.

Y la tercera, se llama Diane Goldstein.

Es una mujer de armas tomar, nunca mejor dicho, con la que comparto el amor por los perros y que sería mi enemiga “de forma natural”: era policía de narcóticos -entre otras cosas- así que si yo viviera en USA es posible que ya nos hubiéramos conocido, y no por Internet.

No recuerdo bien -pasó hace muchos años ya- cómo comenzamos a hablar ella y yo ni cómo labramos esta peculiar amistad, entre un usuario de drogas un poco cabreado y una policía retirada, que se ha convirtió en la voz femenina más interesante de la política de drogas a nivel mundial siendo la voz de LEAP o “Policías Contra la Prohibición de las Drogas”.

Hace unos días, le pedí que me dedicase un rato a contestar algunas preguntas sobre ella y su trabajo, y tuvo la deferencia de decirme que sí (con una vida totalmente ocupada). De esa conversación, salió la entrevista que os presentamos aquí.

:))



Hola Diane. ¿Qué edad tenías cuando decidiste hacerte policía y por qué? ¿Qué cruzó por la mente de esa joven mujer para tomar dicha decisión en un país como USA?

Pues yo tenía 20 años, y me encontraba estudiando y al mismo tiempo trabajando en un entorno en el que tenía mucho contacto con la policía. En una ocasión, salí con una agencia de policía a dar un largo paseo y terminé intrigada por el trabajo que vi desarrollar, por como yo crecí. Entonces entendí que yo quería devolver algo positivo a mi comunidad.

¿Cuál era el ratio de mujeres y hombres en la policía cuando comenzaste a servir en ella?

En el momento en que fui contratada, las mujeres éramos un 5% y esa cifra era la misma cuando me retiré, en el año 2004. En cualquier punto de mi carrera, esa cifra fue casi siempre la misma, por lo que tenía una clara conciencia de que mi trabajo era una muestra de lo que era la mujer en la policía y que mi desempeño tendría una influencia sobre la presencia femenina dentro de mi agencia en el futuro.

¿Cómo ha sido tu experiencia como mujer en un trabajo dominado numéricamente por hombres? Eres una mujer fuerte que ha llegado a posiciones de liderazgo. ¿Cómo fue el camino hasta tu yo actual?

Aunque las mujeres han servido en posiciones de liderazgo en el pasado, yo creo que nuestras capacidades están todavía sin “destaparse” totalmente, y no ahora sólo en cuestiones referentes a la política de drogas, sino en otro muchos campos.

Las mayores trabas que creo que existen -en el camino de las mujeres- hacia el liderazgo, no sólo están puestos por la sociedad que vivimos, sino por nosotras mismas a través de la aceptación de dichos roles. 

Por eso aunque nunca me auto-identificado como feminista, reconozco claramente que de no haber sido por dicho movimiento, por ejemplo, yo no hubiera tenido la oportunidad de tener una exitosa carrera dentro del cuerpo de policía y -a la vez- criar a mi hijo.

Aunque fue difícil, creo que fue algo que conseguí. Mi carrera me permitió tener un marco adecuado para mucha cosas: mi camino al activismo, mis habilidades como madre criando un niño, y mi capacidad de liderazgo. 

Como segunda generación de vanguardia de la mujer, dentro de las fuerzas de orden en los años 80, mi trabajo y entrenamiento se puede decir que se fue algo así como ser desbrozadora [la persona que quita la maleza y abre caminos] sobre una hoja de ruta indefinida. Mi camino al liderazgo estuvo cargado de lecciones que equilibré siendo una mujer fuerte en una cultura dominada por el varón.

Pasé mi años de entrenamiento en una constante sensación de que era necesario demostrar mi capacidad. Así pues, mi nivel estándar de trabajo no era el de alguien eficaz, sino el de alguien que busca la excelencia en lo que hace. Esos primeros años en la policía me expusieron a muchas cosas, tanto buenas como malas. He visto lo mejor y lo peor de la gente entre la población general, así como también he visto ambos extremos en compañeros míos de trabajo, lo que me enseñó a no tomarme las cosas de forma personal, a no enredarme en luchas o discusiones improductivas y -de forma más importante- me dio la fuerza y la determinación para redefinirme a mí misma y evolucionar en la vida.

¿Qué hacías exactamente en la policía?

Mi trabajo diario variaba según cada momento, ya que he hecho desde patrulla [trabajo en coche en la calle] a trabajo en anti-narcóticos o en bandas urbanas. Me retiré como la primera mujer que alcanzaba el rango de teniente en el departamento.

¿Cuándo y por qué te convertiste en una agente de policía que estaba contra la prohibición de las drogas?

Mi hermano sufría enfermedad mental y también abuso crónico de sustancias. Murió de una sobredosis, hace 10 años, este mes de marzo. Entre mis experiencias personales y profesionales, he comprobado que la prohibición de las drogas no evita ni que se compren y vendan ni que se usen.


¿Qué drogas tomas tú y qué drogas has tomado?
Yo bebo café y ocasionalmente alcohol. Reconozco que hay un amplio espectro de drogas aunque no se vea así. Cuando era adolescente, también fumé cannabis y eso modeló mis puntos de vista sobre la legislación referente a ello.



¿Cuando te convertiste en la portavoz de LEAP?

Me convertí en portavoz de LEAP en 2010 durante la Campaña de la Propuesta 19 en California. Soy tanto portavoz como miembro de la junta directiva. LEAP se ha relanzado ahora con nueva imagen y ha pasado a ser conocido como “Law Enforcement Action Partnership”. Nuestra misión no ha cambiado sino que hemos adoptado otras causas sobre reforma del sistema de justicia, como por ejemplo la encarcelación masiva en USA, o el asesoramiento en las relaciones entre la comunidad y las fuerzas de policía, a nivel local y otros asuntos a nivel mundial.

¿Qué dirías a los policías que están a favor de la prohibición de las drogas? ¿Cuál crees que debería ser el papel de la policía en USA y Canadá en esta crisis de sobredosis que estáis viviendo?

Ambas cuestiones se pueden responder con buenos ejemplos reales. Las fuerzas de la ley han visto el enorme aumento de sobredosis por opioides en los últimos años, como resultado directo de los mercados de drogas que carecen de regulación. Esas muertes claramente señalan fallos en el sistema actual. Algo positivo sacado de esta actual tragedia ha sido que a lo largo del país, muchos cuerpos de policía se han sumado a una aproximación -al enfoque de las drogas y sus usuarios- basada en la reducción de riesgos aunque sigan trabajando “dentro de los límites de la ley”.

La implementación de LEAD (Law Enforcement Assisted Diversion) en King County (Washington) o en Santa Fe (Nuevo México), permite a los agentes adquirir capacidades para conectar tanto con usuarios como con vendedores de bajo nivel que no sean violentos, a través de tratamiento y servicios como la búsqueda de opciones distintas a la cárcel. ¿Vemos a LEAD como el perfecto antídoto contra la prohibición? No, pero es una gran paso hacia “cualquier cambio a mejor”, que es la política subyacente en la reducción de riesgos.

LEAD se enfoca tanto en la comunidad como en el individuo con un enfoque holístico del problema complejo que es el uso de drogas, reconociendo que tanto la abstinencia como la recaída son parte de procesos más complicado que lo que se puede medir con un control regular de drogas en orina a una persona. Estas políticas coherente entre lo que es salud pública y las políticas policiales, han aumentado la seguridad pública, reduciendo tanto criminalidad como daños derivados del uso de drogas.

Y no podemos dejar de mencionar, en el momento actual, al programa con naloxona [antídoto para sobredosis de opioides] que consideró novedoso y arriesgado incluso, pero ya ha salvado más de 300 vidas. La naloxona en manos de la policía, quienes son los primeros en llegar a la escena en la mayoría de los caos. Cosas como eso, pueden ser el inicio de un cambio de paradigma -sobre la guerra contra las drogas- en la rutina de la policía.

¿Cómo cambiaría la policía en tu país si finalmente las drogas llegasen a regularse? ¿Cómo sería una “policía sin guerra contra las drogas y sus usuarios”?
Simple, nos concentraríamos -interés y recursos- en los delitos con violencia contra las personas, y delitos contra la propiedad.

¿Como es la reacción de la gente cuando les cuentas quién eres, qué hacías y que estás a favor del fin de la prohibición de las drogas?

Tenemos unos 150.000 simpatizantes que nos apoyan, así como más de 5.000 profesionales de la justicia en sus distintos ámbitos. La reacción es mayoritariamente positiva.

¿Y la de tus colegas policía?

Depende, en ese ámbito he tenido experiencias negativas y positivas.

Tengo una amiga que está planteándose ser policía en mi país y tengo curiosidad por saber qué le diría una mujer con tu historial y experiencia como consejo.

Que es un gran trabajo, pero que no es para corazones débiles. Aún así la animaría a que se hiciera policía, porque realmente nos hacen falta mujeres en la policía.

Diane, ha sido un honor y un placer haber contado contigo y tus respuestas, muchas gracias.

Muchas gracias a vosotros, y hasta pronto.

:))


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Publicado originalmente en Cannabis.es 

lunes, 23 de abril de 2018

Alba II - Gente tóxica + Historia real no contada antes...


Este texto que hoy traigo, tiene una historia más interesante asociada en la vida real que la que cuenta. En principio, este texto lo escribí yo tras la petición de un director de un conocido medio cannábico gratuito más el permiso de la directora del medio publicante (la web de Cannabis.es), para exponer a un nefasto personaje que hemos sufrido en España (ahora creo que fuera de ella, también) en el ámbito del cannabis.

El tipejo que recrea la historia se llama Paco M. en la vida real, pero en el texto decidimos ponerle de nombre (ligeramente ofuscado) de Jaco Marchante. Como digo, el objetivo del texto iba con esta persona, y con nadie más.

Lógicamente, cuando se escriben relatos de ficción, se nombran personas que no existen aunque el modelo -lógicamente- lo tomemos de la vida real. Y así fue con otros de los personajes, totalmente accesorio y sin interés (lo uso para que me dé la replica en una llamada telefónica y poder contar cómo trataba el tal Paco a las mujeres que -por desgracia- se acercaban a su órbita “pseudoactivista”). El personaje se llamaba “Marta WeedDiva” y no estaba inspirado en nadie en concreto, salvo el nombre que lo había tomado prestado de una cuenta que vi en Instagram y describía perfectamente a ese tipo de carácter: niñas monas sin mucho cerebro, que iban pasando de mano en mano y de asunto en asunto por el mundillo del cannabis, a cambio de salir con poca ropa haciendo de azafatas de “congresos”.

Sin embargo, ese personaje secundario y que no representaba a nadie se convirtió en motivo de disputa. Una tipa llamada Raquel, que fue trabajadora de la empresa que publicaba el texto, dijo que ella se sentía identificada con el personaje inventado y que, además, lo estábamos usando para acusarla a consumir cocaína (ya que el personaje, también de forma accesoria para hablar con la protagonista, se mete una raya de cocaína en un WC con ella).

El razonamiento que usaba esta tipa es perverso: ese personaje me recuerda a mí misma... ¿por qué será? Ah!! Encima se mete cocaína, aunque yo no consumo cocaína... ¿Soy yo entonces? Claro, soy yo y además me llaman cocainómana!! :P

Nivel mental: hueco con eco.

Así de duro. En lugar de pensar “si usa cocaína, está claro que no soy yo” convierte el elemento que la descarta en una acusación contra ella. Demencial, pero nada sorprendente dentro de la pobreza intelectual de esta tipeja. Y con eso inició una batalla.... xD

Primero escribió a la editora que publicaba el texto, que CASUALMENTE ERA SU ANTIGUA JEFA que la tuvo que echar de la empresa porque abusó lo indecible de “supuestos problemas médicos y dolores de espalda” para no trabajar;  a tanto morro llegó, que otro trabajador de la empresa le advirtió, pero ella prefirió ignorarlo y seguir de baja. Es decir,  ella tenía "algo pendiente” con la editora (mi jefa por entonces en ese medio) que no resolvió en su día, aprovechó el texto para intentar vengarse, haciéndole quitar un texto mediante coacciones organizadas y amenazas de publicidad negativa organizada de su mano.

La editora le contestó la verdad: el texto ni tenía que ver con ella, sino con un hombre, y el personaje de ficción no era ella. Y que lejos de acusarla de nada, si el personaje tomaba cocaína y ella no, era un motivo para que se descartase en sus extrañas ideas.

Pero la verdad, cuando hay mala fe, no suele bastar. Como la tal Raquel se dedica a pastorear juláis en Youtube e Instagram con cuentas pseudocannábicas en las que igual enseña muslamen que enseña trompetas, organizó una campaña con 4 mongolos de su clase: resultado cero. No les hicieron ni puto caso y el texto no se retiró, como ellos exigían... xD

Viendo que tenía nulas fuerzas para exigir nada, y menos a su antigua jefa, decidió cambiar el objetivo y vino a por mí con una acusación distinta y que no podía lanzar contra la editora por ser mujer: yo era machista.

Ese episodio, el de la acusación machista organizada por 3 retrasadas para ganar visibilidad y seguir chupando del cuento (ninguna es capaz de tener un trabajo digno), es largo y va a ser contado en otro lugar, así que no entro en ello ahora. Me reservo. :))

Pero sí voy a dejar aclarada cuál fue mi relación con esta tipa, de una vez para siempre.

La conocí en Twitter, parecía que le gustaba hacer cosas y que era joven (no estaba quemada), y empezó a colaborar en aquellos días, en una campaña en Alicante que dirigía precisamente el mismo Paco M. que es el protagonista de la historia. Era la “chica para todo” en la empresa que editaba la Revista Yerba -antes de que volviera a manos de Miguel Pedregal (su dueño original)- y de ahí la tuvieron que echar por su nefasto trabajo... :P

Le ayudé a conseguir algo de trabajo posteriormente, primero escribiendo para la nueva Yerba con Miguel Pedregal unos artículos de ropitas y de cosas así, que corregía yo antes de que los enviase porque su capacidad es realmente limitada. Tan limitada tiene la capacidad de que a pesar de que le conseguí trabajo escribiendo para 2 medios distintos, tuvieron que acabar echándola también por bajo rendimiento y los problemas que creaba... a pesar de que en dos ocasiones el director me llamase antes de echarla y le convenciera para que le diera otra oportunidad (hasta que fue insostenible y ya me llamó para decirme que la había echado, cosa que me pareció lo lógico viendo cómo degeneró -por más oportunidades que le dieron- en vez de intentar progresar dignamente).

No me sorprendió: varias veces me pidió que escribiera yo sus textos, que ella me daba el dinero y los firmaba.... :P

Ese es el nivel de la dignidad profesional de la tal Raquel, la choni del cannabis que salió -sin cobrar un solo euro, que ya cobras con “la fama” que eso te da... xD- en pelotas en Interviú... y se le subió a la cabeza: escribe tú, firmo yo, y cobras tú.

Vamos, que la moza quería ponerme de negro escritor para ella.
No es de extrañar en una niña que -como la mayoría de su edad- es mona y en su caso se acostumbró, demasiado joven, a que hombres -demasiado mayores- fueran sus acompañantes y la exhibieran paseándola en lujosos coches: es la típica mujer que está acostumbrada a conseguir que otros, normalmente hombres a los que encandila o contacta sexualmente, le hagan el trabajo.

Mi relación con ella terminó unos meses antes de este incidente, cuando un par de directores de medios cannábicos, me avisaron de que andaba pidiéndole dinero con todo tipo de excusas a la gente

Hablé con ella y me pidió 200 euros, según ella para ir a trabajar a una feria a Asturias: yo se los dejé, pero me fui a Asturias a esa feria sin que ella lo supiera. ¿Y qué pasó?
Habéis acertado: el dinero lo había recibido peeeeeeeeero no había ido a dicha feria a trabajar.

Era una gran cuentacuentos, pero es una pena que no supiera escribir además para ganarse la vida sin pegar sablazos a la gente del trabajo. Es decir, la pillé mintiéndome por dinero, y en ese instante CORTÉ RADICALMENTE cualquier contacto con esa tipeja.

Cuando ocurrió esto, estaba trabajando para el banco Sweet Seeds, tras haber “engañado” a otro hombre que le había hecho el favor de recomendarla a esa empresa (sin contarles su historial en otras empresas del ramo), jugándose su prestigio y, como es de esperar, habíendose dejado los huevos en ese favor por el movidón que montó nada más entrar en esa empresa y mintiendo a su jefa... 

De hecho esta tipa, inició toda una serie de agresiones y acusaciones contra mí, sin decirle a quienes implicaba en esa batalla que ella había sido -como decía la gente- mi protegida durante muchos años y que yo había cerrado mis puertas, tras pillarla mintiéndome para conseguir dinero....

Así comenzó la historia de Drogoteca el machista, pero no termina ahí.

Es mejor acusarte de machista que decir que fue cazada contando historias falsas para sacarle dinero al personal y que Drogoteca te mando a chuparla en el acto, a pesar de tus amenazas de destrozar todos los asuntos de activismo cannábico en los que, por desgracia, la habíamos metido un director de un medio cannábico y un servidor o el intento de chantaje que ejecutó, cuando le dijo claramente a ese mismo director que "le podía contar a mi pareja a quién me follaba yo". Todo muy limpio, cuando mi único delito era haber cortado TODA RELACIÓN y vías de comunicación con esta trepa.

Un dibujo que hizo la susodicha,
 y me envió como regalo. 
Acompaña -oportunamente- esta ocasión.


Personalmente no tenía el menor interés en ella (de tipo afectivo o sexual) y en unos 4 años de relación diaria basada en el cannabis y el activismo en redes sociales, sólo nos vimos 2 veces: la primera en el montaje del set donde Interviú le hizo las fotos, ya que a mí me entrevistaban ese mismo día y me habían invitado (ella por un lado y al mismo tiempo, otra persona) a ir a ver cómo se hacían las fotos. La segunda vez, fue en el piso alquilado que tenía en Madrid, que pasamos a tomar algo mi pareja y yo

Y nunca más acepte una cita con ella... nunca. Y menos a solas, ya que conocía bien sus maneras cuando intenta conseguir algo de alguien especialmente hombres... De hecho, al poco de escribir yo en la revista Yerba donde ella estaba, la invité a ir a un concierto de Extremoduro en Valencia.... CON SU NOVIO DE ENTONCES (una buena persona)... aunque les pagase yo las entradas. Quería dejar claro que mi trato e interés hacia ella no tenía nada que ver con su vida afectivo-sexual y que no quedase duda por parte de nadie. Era un detalle, que incluía a su pareja, no un regalo de flirteo.

En fin, que no me importa ayudar a nadie a trabajar, pero paso de alimentar o de darle cancha a ladillas...

Pero eso, es material para otro día.
Hoy os dejo con el texto de Paco M. -uy- Jaco Marchante, que es el real protagonista del mismo y no una choni aburrida y sin capacidad para ganarse la vida dignamente.

Esperamos que os guste.
:))

Drogoteca.

.+.+.+.

GENTE TÓXICA.

No me había sentado nada bien aquella violación frustrada, y el hecho de haber terminado implicada en el asesinato y enterramiento ilegal de un Guardia Civil -aunque fuera toda una epifanía la experiencia final- tampoco me ayudaba a pintar mi espacio con un tono de tranquilidad. Viajaba en un bus desvencijado de la empresa “Avanzando” conducido por un cincuentón medio ebrio, a quien si le pusieran una gorra de color metal en la cabeza, ganaría el concurso al "Mejor Disfraz de Botella de Anís".

Graznaba machadas mientras conducía, intentando ganarse la atención de dos opositoras a inspectoras de hacienda -que tenían edad ya como para llevar pañales para pérdidas de orina- sentadas en primera fila y que insistían en comportarse como dos niñatas de 13 años, hablando de tampones y compresas entre risitas y eufemismos vergonzosos. 
Criticaba -el machote conductor- a esos cultivadores de cannabis que se negaban a comprar su droga en “los clubs legales, ya que para eso se los hemos permitido, para que estén controlados todos esos drogadictos”
Lo sostenía entre gruñidos que reafirmaban su escasez de cópulas anuales -o exceso de anales- mientras intentaba enganchar en la conversación a aquellas dos momias con perlitas en las orejas. “¿Nadie se pone a cultivar tomates si los tiene en el supermercado, verdad? Y si lo hace, es que algo sucio está haciendo.” Esa era la piedra central de su agudo razonamiento, pero me daba igual: yo sólo quería morirme en una cama -de un cansancio que no acababa de sanar- aunque lejos de ese tipo, o de cualquiera como él y sus menopáusicas amigas opositoras...
Miraba en Internet dónde quedarme en Madrid para buscar trabajo y sobrevivir. De momento lo haría con lo que me había dado el Padre Heredia -me jode la caridad católica, pero en este caso entiendo que lo que hicimos, no fue nada católico- sabiendo que había quedado en profunda y agradecida deuda con él. No sólo por salvar mi coño y mi vida, sino por los porros que metió en el hatillo que me hizo, junto con unas semillas que me dijo que eran “mano de santo”
Agradecía seguir viva pero tampoco tenía muy claro el porqué, cuando sonó mi móvil: “¿Hola, Alba?” se escuchó cuando solté un escueto “¿Sí?”.
“Soy Marta WeedDiva. Nos conocimos en un sarao privado de una copa cannábica en una feria de Barcelona... ¿me recuerdas?”
Mi cerebro intentaba moverse entre datos y caras de fiestas, pero era como una carrera de 200 metros vallas en arenas movedizas y no salía nada claro de mi coco. 
Ella insistió: “Estabas en el WC metiéndote una raya sobre tu móvil, yo me reí y me invitaste a una: esnifé la mejor cocaína de mi vida sobre un tuit en el que mandabas a tomar por culo a tu pareja, o eso me dijiste entonces...”
Ahí sí que caí. Lo de esnifar es más fácil recordarlo porque no esnifas con todo el mundo, pero a la vez tiene su aquel porque cuando esnifas no sueles fijarte en la cara de nadie, así que la clave para recordarla fue la historia que le conté y que no era más que una excusa para ligar con ella en una fiesta aburridísima llena de puretas fumando y charlando entre ellos, mientras miraban el culo a las chicas que habían puesto de adorno con la excusa de alguna promoción. Marta AKA WeedDiva era una de ellas; chica mona que había salido del 'ghetto' fumando porros como forma de vida -o eso decía ella- y que se sacaba para sobrevivir poniendo su imagen en distintos “cubiletes”, pero siempre cerca del mundillo cannábico. 
Le dije, muy sinceramente debido a mi lamentable estado: “Ah Marta, sí, recuerdo quien eres... ¿Qué querías? Si es muy largo de contar, tal vez no sea el mejor momento...”
Me interrumpió de golpe, con miedo en la voz a que resolviera y cortase la conversación y dijo: “no, no, llamo para pedirte que me cuentes tú algo... es que tengo una oferta de trabajo pero viene de alguien que no me da buena espina para nada: un tal 'Jaco Marchante' y una persona me dijo que tú me podrías dar información, porque le conoces bien. ¿Es de fiar?”
Cuando alguien te pregunta si otra persona es de fiar, te pide una evaluación que tal vez no te apetezca dar, pero la química de mi politoxicómano cerebro se había activado como si me hubiera subido medio gramo de anfeta por la nariz al escuchar hablar del viejo Jaco. ¿Ahora se hacía llamar Jaco Marchante? Me hizo gracia porque ese era el apellido de la segunda mujer que desposó, y que en realidad odiaba porque le recordaba -cada día- lo que en realidad era a pesar de sus anhelos.
“¿Marchante?” pregunte con evidente sorna.
“Sí, ahora firma así en Internet. Dice que es un apellido profesional, para los medios y que respeten su vida privada...”
Eso era mentira, había cambiado de apellido intentando cambiar de víctimas, pero no de vida que seguía agonizando a ráfagas: hace unos años me llamó pidiendo ayuda diciéndome que “le quedaban unos dos meses de vida porque 'el bicho' le había comido por dentro e iba a palmar ya mismo”. 
Como lo que me pidió no era pasta -algo que nunca debías poner cerca de Jaco si querías volver a verla- no me importó echarle una mano en Twitter, donde aterrizó por desgracia, y aprendió a hacer de un grano de arena, una montaña con la que acosar a cualquiera. 
Al principio pensé que era la desesperación del aspirante a patíbulo cercano, pero luego vi que era simplemente la única forma en que sabía existir: acosando a otros, y especialmente a las mujeres a las que gustaba de tratar como si fueran sus empleadas con derecho de humillación. “La becaria” era lo más suave que decía que cualquier trabajadora cerca de él, pero se vendía como un activista por los derechos de todos.
A lo largo de su historial, le habían colgado epítetos como Jaco 3000 en alusión a una de las cantidades robadas en un fraude donde prometía dar defensa legal a usuarios de cannabis que pagasen su “tarjeta de porrero asociado”, Jaquito Chocolatero en alusión a la mierda que fumaba y que trapicheaba en las fiestas “de rojos de izquierdas comunistas de verdad” en las que pululaba buscándose la vida y haciendo favores para pedirlos después, Jaco Más-Cara-Que-Espalda como le llamaban quienes tuvieron la desgracia de trabajar en el mismo lugar que él ya que se ganaba el lugar como los cucos: quitando el trabajo de otros a ojos de jefes atontados y atribuyéndoselo a sus huevos para llevarse la tajada. 
También Jaco el Banquero, por un inefable “Banco de Cannabis” que era gratuito para enfermos, y donde los inocentes cultivadores donaron yerba que se fumó “el banquero” y jamás se pudo ver un sólo enfermo beneficiado que pudiera mostrarse públicamente. 

Jaco “la chota” era como le conocían en su barrio, donde desde crío era objetivo de la policía porque cantaba nada más verles. La lista de motes del tipo en cuestión era tan larga como los fraudes cometidos, los robos acometidos y vendidos en el mercado “oculto”, los trapis por los que le tenían “una cuneta metida en barbecho esperándole” en varios lados, por si los pisaba de nuevo, etc. 
Así que llegado el momento, saltó al mundo digital y se proclamo “experto en comunicación y redes sociales”: los tipos que sabían por experiencia qué clase de sabandija era Jaco, no habían llegado aún a “lo masivo” de la comunicación en redes sociales y él supo aprovechar esa ausencia de actores que le señalasen y recordasen su pasado. En este nuevo mundo digital podía engañar a muchos más pardillos, aunque alguno se enterase de quién era en realidad...
Se autodenominó experto en comunicación, pero le tenían que escribir las preguntas y las respuestas de las “entrevistas que daba” porque no era capaz de expresarse con corrección y lo que decía haber escrito no eran sino textos robados a otros y abandonados en oscuras webs. Era todo un animal carroñero buscando desechos, basura y huecos por donde colarse. Pero si se iba a morir en dos meses... ¿qué había de malo en ayudarle? 
Años después, recordé eso mismo cuando alguien me contó que estaba en un hospital “reventado por el cáncer”, y sonreí asegurándole que le vería superarlo, aunque enviase fotos de sí mismo intubado. 
Jaco era “el pequeño Nicolas” del mundo del cannabis: la gente creía que era alguien porque les mostraba fotos con otra gente conocida, y porque otros pardillos y gente sin vergüenza -cantamañanas que seguían vendiendo “la movida madrileña” en pleno año 2017 y doctorcetes buscando fama patológicamente, gente que también vivían del cuento- se dejaban fotografiar con él, cosa que este aprovechaba para presentarse ante desconocidos como un personaje “relevante”
Lo hacía incluso espiando las redes sociales y asaltando a los fumetas en los clubs de la ciudad de Alicante para conseguir que le dieran “Like" en Facebook o que le hicieran "Follow" en Twitter: una auténtica cucaracha digital de las redes sociales e Internet.


Tras haber perpetrado un último fraude -en el que la policía nacional tuvo que ir a buscarle y a intervenir el falso “club activista” que decía haber fundado (pero que nunca tuvo socios reales) y donde decía “haber invertido” el dinero que le había tangado a una chica de Barcelona, como unos 12.000 euros) fue la última vez que supe de él, por medio de un abogado que “le asistió en declaración” (sólo puede estar presente sin hablar, pero eso calma a los cobardes) por 180 euros, que pagó sin dudarlo -asustado y acorralado- con tal de no ir sólo a declarar sobre el timo con el que sacó el dinero para montar el falso club activista: sabía que si entraba en el calabozo no le dejarían salir ya si aparecían todos sus fraudes. 
Creí que le daría igual porque entre cánceres y sidas, algo le mataría al final y no tendría tiempo de pagar por sus delitos. De hecho, de esta misma forma quemó sus cartuchos al trabajar para un pobre despistado que tenía una gacetilla cannábica que otros rechazaban ya ni tocar, y a que en su desconocimiento del mundo del cannabis en España se presentó como el especialista en redes sociales que le haría volar su negocio: y voló, porque la revista “Yerbajos” ya ni existe.
“¿Alba? ¿Me oyes? ¿Alba? ¿Sigues ahí?” fue lo que movió los huesecillos de mi oído e hicieron reaccionar a mi cerebro, palabras de la personas que esperaba una respuesta: “Sí, perdona, te comentaba que estaba muy cansada para una larga charla, aunque el asunto lo merece. ¿Estás segura de que es el mismo Jaco Marchante que decía estar muriéndose ya terminal hace unos años, el que ahora medra por Alicante?” le contesté para resituarme mientras me respondía.
“Sí sí, totalmente segura, me ha mandado una foto que no sé cuando pudo hacérsela o cuánto photoshop tiene, porque es como si no fuera él mismo pintas con cara de yonki destrozado que es en realidad, y me ha mostrado una web llamada 'Yo te cuento la película' donde firma él y otra gente de esa que sale hablando del cannabis, y que dice que tiene la información de verdad importante. 
Quiere que escriba para él, y que me paga cada artículo antes de que escriba el siguiente...”
La corté en seco: “Uy Martita... ¿ya empezamos con las movidas raras de pagos en diferido con Jaco Marchante cerca? ¿Es Jaco Cospedal o está postulándose para el Partido Popular? Habría que cambiar el nombre y llamarle Jaco “el PoPular”y que sea el jefe de prensa de los de Bárcenas...
¡¡Alerta, estafa al trabajador a la vista!! ¡¡Mec, mec!!
Normal que os diga que paga antes del siguiente trabajo, pero porque nadie cobra el primero así que nadie escribe el segundo artículo: ese es el modelo de estafa con el que se intenta presentar ahora como si pudiera borrar su pasado. Fíjate si ha colado entre desinformados y periodistas de titulito pero sin madera, que los paletos de “ElMundoReal” le citaban como presidente de los activistas en el país y tuvimos que avisarles de que estaban dando publicidad a “L.I.N.C.E”, la asociación tapadera que montó, involucrada en un fraude económico de profundidad aún desconocida y con víctimas estafadas que habían perdido su dinero, entre otras cosas.
Nos comentaron que es que como les había enviado un vídeo en el que Alberto Galán -el “dipucuqui” de Izquierda Fundida- le atendía en una noticia sobre cannabis, pues pensaron que era realmente un activista importante y que era verdad todo su currículum. Les tuvimos que hacerles notar que -a pesar de que en su currículum ponía muchas cosas y todas falsas o falseadas- algunas de las afirmaciones que allí se podían leer, como 'HABER ESTUDIADO BITCOIN EN ALEMANIA EN LOS AÑOS 90' no eran posibles. Cuando vieron eso se dieron cuenta de que estaban ante un fraude clásico, y se les cayó la cara de vergüenza por haber sido los que mejor picaron: periolistos deseosos de dar como primicia cualquier basurilla”
“Ah... vaya, entonces... ¿no es de fiar el tal Jaco, no?
Jolín, con la ilu que me hacía a mí que alguien leyera lo que escribo, porque yo sé que tengo una vida interior que si la viera algún guionista de TV, fijo que me hacía una serie tipo Ally McBeal sólo para mí!! Y es que escribir me motiva tanto...”
Tuve que interrumpirla cuando su voz sonaba como Judy Garland en “El Mago de Oz” y amenazaba con ponerse a cantar. “¿Oye Marta, cuando nos conocimos tú me dijiste que habías dejado el instituto hacía años... 
¿Por qué te llama a ti para escribir, acaso te has formado como periodista o escribes de forma profesional? ¿Eso no te lo has preguntado? ¿Por qué tú?”

Un silencio se hizo al otro lado. “¿Marta? Eh! ¿Estás ahí?”
“Sí, estoy aquí.” me espetó fríamente. “Pues supongo que si Jaco piensa en mí para escribir y no en otra será porque valora mi trabajo y sabe que mi historia es pura y real... ¿tan raro te parece que además de estar buena sepa escribir y que a otros les guste? Es un hombre con mucha experiencia y sabe reconocer lo bueno. Ya me advirtió contra gente como tú, que vuestra envidia sería la primera piedra contra la que tendría que luchar...”
Oye mona, que yo no te he llamado para pedirte nada ni para darte mi opinión: has llamado tú para preguntarme si Jaco Marchante, el tipo más dañino para el mundo del cannabis en España y farsante profesional, era de fiar. 
Y si te he seguido la charla, es porque me sorprendía que siguiera vivo: ya sabes lo que dicen de las cucarachas y el invierno nuclear... ellas serán las últimas en desaparecer, porque siempre habrá cadáveres de los que alimentarse” le contesté sin levantar demasiado la voz, porque la jaqueca que producía recordar la cara de Jaco, o visualizar mentalmente la repugnante imagen de sus testículos -con los que adornó vía tuit su cuenta como maestro de la comunicación- me empezaba a saturar, más aún que cavar una tumba para enterrar un guardia civil.
“Envidia” replicó ella. “Tú también me tienes envidia.”
“Es cierto, te envidio porque seguramente tienes una cama cerca en la que tumbarte a descansar. ¿Has mirado si ya está Jaco dentro de tu pijama o debajo de tu almohada? 
A una feria cannábica en Andalucía, tras trabajar para ellos como supuesto “Comunity Manager Cannábico” les pirateó las cuentas y les robaba la información, y el encargado prefirió callar y no decírselo al jefe: tenías que haber visto su cara cuando se lo soltaron otras personas en una reunión de negocios. 
A otro antiguo jefe, le hacía lo mismo -espiando todas sus comunicaciones- y le ofrecía mejores tratos a sus clientes para quitárselos. Cuando le pillaron con las manos en la masa y le confrontaron, culpó a su propio hijo del fraude. A ti, que le interesas porque ha visto tu talento como escritora, no te hará algo así... ¿verdad?”
Mi silencio se tornaba en risilla, audible por momentos, cuando llegó su descarga final.
“Todo lo que dices es mentira y está envenenado. Es normal que nadie quiera saber nada de ti porque -como dice Jaco- eres una politoxicómana con problemas mentales. Busca ayuda que te hace falta mucha, querida Alba la culta...”
Ya con una carcajada que no pude contener le dije: “Tienes razón. Te cuelgo cariño, que tengo que buscar loquero, ya mismo...” 
Y sin esperar, pulsé la tecla de colgar. Bastante tenía con tirar de mis huesos en ese instante, como para tener que preocuparme del ego malherido de una víctima con vocación de tontita explotada. Pensé antes de abandonar la consciencia, que era injusto reírse de una víctima pero también lo era considerar víctima a quien vivía para serlo
Un sentimiento de paz -en forma de cálido alivio- me envolvió depositándome, con cuidado, en un profundo sueño.

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El primer texto de esta serie lo puedes encontrar aquí: http://drogoteca.blogspot.com.es/2017/08/alba-bautismo.html 

martes, 27 de marzo de 2018

Cómo matar al violador de tu pareja.

Este texto fue publicado en la web www.disidencias.net en fomato partido, en dos publicaciones. Queda ya publicado en una sola web, a modo de texto "largo". Es una historia real de la que merece la pena sacar una moraleja...

Esperamos que os guste.

-.-.-


Por aquel entonces, estaba saliendo de una relación que había sido buena, pero que tenía que terminar: ella se iba a otra ciudad y creía que todo seguiría igual. Yo sabía que no podía ser, que ella necesitaría -especialmente en esa ciudad- a alguien que le diera un abrazo, la apoyara cuando no pudiera más o la deseara y la hiciera sentir viva. La que iba a ser mi “ex”, creía que yo quería desembarazarme de ella pero no era cierto. Yo sólo actuaba con cierto criterio de responsabilidad, tras haber hecho cosas por ella que no habría hecho por nadie (era una gran persona y lo merecía). Como era de prever, ella se fue a la gran ciudad y al cabo de 3 meses tenía ya un “amigo especial” (además de mi “amistad especial”): era la hora de irse y le sacaba los años suficientes para saberlo y poder hacerlo sonriendo.
En ese momento, otra de las mujeres que andaban “por ahí” en mis ratos de Internet pululando, de donde salían casi todos mis líos en esos años, cobró cierta importancia. Era el momento, y yo lo sabía. Pero ella insistía en poder seguirme “el juego”. Y a mí -para qué negarlo- me encanta jugar con la misma seriedad con la que juegan los niños: sin medias tintas. Se llamaba Lucía y tenía muchas ganas de sexo, de mucho sexo. Más que yo, desde luego. Era un nivel de sexo -de bastante buena calidad y variedad- que hubiera aguantado mejor con 18 años, pero eso había quedado atrás hacía tiempo.
Aun así, Lucía y yo nos metimos en una relación que se basaba en lo “provocadores” que podíamos llegar a jugar el juego de seducir al otro. Sexualmente no soy capaz de recordar una mujer a su nivel -que tuviera orgasmos con la simple estimulación de los pezones, por ejemplo- y es que como ruta de escape, para dejar una relación, era una gran salida.
Nos embarcamos en meses del sexo más salvaje, pero sólo entre nosotros (nada de terceros/as), y realmente exploramos juntos rincones de la mente y el cuerpo, que pocas veces más he tenido ocasión de disfrutar. No puedo negar que sexualmente fuera alguien capaz de dejar una marca al tío más pintado. A veces tenía la impresión de que la cosa iba de ver quien era capaz de proponer algo a lo que el otro dijera que “NO”, pero nunca conseguíamos pasar del “¡NO! Bueno…. Espera, ¿por qué no?” y lo peor es que nos gustaba.
El tiempo pasó y eso, que era una piedra en un riachuelo a la que saltar antes de ahogarse en otro lado, se convirtió en una relación. Aun así, el fuego sexualmente seguía estando presente. La relación, supongo, era eso: sexo y más sexo, experimentando los límites que nunca habíamos tocado. Ni Lucía ni yo nos propusimos llegar a eso, a la normalidad, pero llegamos. Y podíamos decir otra cosa, pero éramos una pareja y encima monógamos. Increíble pero cierto: monógamos y encima sin vocación de ello.
Yo me sentía muy cómodo en la relación, y de natural soy alguien confiado. Incluso cuando hay “señales” de que tu pareja podría estar poniéndote los cuernos (que a muchos pondrían “en alerta o celosos”) a mí nunca me habían importado: si mi pareja quiere estar conmigo, estará. Si no, se irá. No tengo por qué andar sospechando de nadie, y no tengo ningunas ganas de ello. A día de hoy sigo sin hacerlo. No sufro de celos, nunca los he sufrido.
Tanto, que ella era invitada por su “ex” a comer con cierta frecuencia, y a mí ni me parecía mal: me parecía estupendo. En serio. ¿Por qué me iba a parecer mal, porque él seguía encoñado con ella? Me parecía normal, y no me asustaba tampoco que en un momento pudieran echar un polvo “por los viejos tiempos”. Soy bastante tolerante en ciertas cosas, aunque no lo vaya anunciando, claro. Así que mientras las comidas en los restaurantes no salieran de “nuestra pasta”, a mí me daba igual e incluso me parecía bien que tuviera relación con su pasado. No tengo miedo a esas cosas.
Llevábamos ya más de 2 años de buena relación cuando ocurrió.
Ese día no estábamos juntos, yo estaba en otra ciudad trabajando, y no nos íbamos a ver en un par de días. Y recibí una llamada suya que me heló la sangre: no paraba de llorar, no paraba de sollozar sin ser capaz de respirar, y apenas era capaz de hablar y no gritar. No entendía nada y yo estaba a 800 kms. El corazón se me salía por la boca y debía parecer un toro enjaluado esperando para salir a la carrera.
Tras más de media hora de una situación complicada, sin más adjetivos que cubran todo lo que en ese momento viví al teléfono, y procurando no perder la cabeza -entendía poco, pero estaba viendo a mi pareja atacada y asustada- alcancé a comprender que acababa de llamarla por teléfono su violador.
Lucía, como un indecente número de mujeres en nuestro país, había sido violada años atrás. Podía achacarse a su promiscuidad a primera vista, pero era una apreciación errónea: la violación había creado una mujer que sólo sabía relacionarse sexualmente de una forma muy activa y dura. Yo lo sabía, sabía que había sido violada. Muchas de mis parejas, por desgracia, lo han sido. Hermanos, primos, tíos, padres y novios en adolescencia, son los que encabezan el ranking de las historias que ya he escuchado de boca de muchas mujeres. Demasiadas.
En el caso de Lucía, su violador había sido su propia pareja. Sí, su propio novio en la adolescencia -algo mayor que ella pero nada raro- la había violado. ¿Cómo? La ató a un radiador de la casa, se “divirtió” golpeándola con un cinturón durante un largo rato hasta hacerle sangrar la piel, cosa que le puso muy cachondo al tipo. En ese estado, la violó primero vaginalmente y luego lo intentó analmente pero no pudo, así que -a cambio- le dejó un regalo: hincó sus dientes -mandíbulas superior e inferior- en una de las nalgas de Lucía. Clavó totalmente sus dientes, en las carnes de una menor de edad, dejándola marcada de por vida. 
Luego la soltó, la hizo lavarse a fondo, aprenderse una historia falsa por si alguien preguntaba o veía alguna marca, y la mandó a su casa de vuelta. Su pareja con 17 años. Sí.
Yo conocía la cicatriz -como era lógico- y aunque había tardado un tiempo, conocía la historia. Por supuesto, cuando la escuché por primera vez, sentí la misma indignación que cualquier persona normal y deseé saber algo más del tipo, con la idea de ir a por él en mi cabeza. Pero ella dejó claro que era un capítulo cerrado de su vida, que por nada deseaba abrir, y yo -por supuesto- respeté su voluntad y “olvidé” todo el asunto.
Hasta ese momento.
De buenas a primeras, 11 años después de una brutal violación y agresión física, tu violador te llama por teléfono… “porque le apetece escuchar tu voz”. No alcanzo a imaginar la rabia, el pánico o lo que algo así puede provocar a una víctima de violación, pero sí sé cómo es que te caiga algo así en mitad de tu vida, de pareja, y tengas que actuar.
Tras dos días terribles, en que me volví tan rápido como pude a su lado, creo que hablé con ella al teléfono durante unas 30 horas hasta que estuvimos cara a cara. Manos libres, llamadas constantes, incluso para poder dormir y “notar que estaba al lado”. Y lo entendía, no tenía nada que reprocharle a ella. Pero tenía algo de lo que ocuparme irremediablemente. E iba a hacerlo.
Las llamadas habían continuado, hasta que estrelló el teléfono -por trabajo tenía varios- contra la pared haciéndolo reventar en cachitos y pisoteó hasta gastarse las suelas todo lo que podía ser mayor que una lenteja. Daba igual, en una denuncia de ese tipo un juez solicita pronto la orden para comprobar las comunicaciones y haber roto la tarjeta -o el móvil- no estropeaba nada.
Lo primero que hice al encarar el asunto finalmente, fue preguntarle a ella: "¿qué quieres que haga?"
La pregunta era clara: dime que lo mate. Era lo que le pedían mis ojos…
Pero ella quería que no hiciera nada. ¿Nada? No era posible eso. Si yo no hacía nada entonces que lo hiciera la policía, pero esto no podía quedar en “nada” (el tipo le había dicho que la veía por la calle, y que quería volver a estar con ella entre otras cosas). Hablé con policía -a distintos niveles- y aunque todos coincidían en la necesidad de acabar “de alguna forma” con ese tipo de criminales, me explicaban los problemas a enfrentar en la caza judicial de estos depredadores. Y yo no estaba seguro de que Lucía fuera a aceptar pasar por algo así, o a ser capaz de soportarlo. No tenía nada claro y, mientras, me limitaba a protegerla.
En un principio, yo mismo hablé con varias asociaciones de víctimas que me pudieran -la pudieran- orientar, ayudar, acompañar, algo. Yo era un hombre en una situación complicada, que no me iba a ir de su lado, pero seguramente yo no era suficiente en una crisis así. Era quien la acompañaba a cada paso que daba en la calle, a su lado, y quien la acompañaba hasta la asociación de mujeres que comenzó a tratarla, donde me quedaba delante de la ventana donde ella estaba 45 minutos, paseando en 3 metros sin moverme hasta que saliera por la puerta. Entendía cualquier reacción que ella pudiera tener -y soporté muchas que no soportaría en otro caso- porque la situación era de película de terror. Y yo era un rehén en ella, hasta que decidí actuar.
Cansado de la inacción de unos, de la ineficacia del sistema, de la prescripción de ciertos delitos y de muchas cosas, decidí encargarme yo del asunto. Y tenía claro que esto no iba a ser una simple charla: iba a ejecutar a sangre fría a un “ser humano”. Y a rematarle. Varias veces. 

Si no era capaz de asumir esto con total calma, mejor que no hiciera nada. Pero podía, y lo hice: seguí adelante. Lo primero fue conseguir un arma. La verdad es que no esperaba que el mercado estuviera tan bien surtido cuando buscas ayuda para algo así. Caro, muy caro, pero muy efectivo. Casi trabajar como de catálogo. Elegí una Beretta 92. Los dos tipos que me la vendieron vieron que era algo puntual, que no era un “profesional” y la broma me costó unos 4000 euros, sin contar munición. Pero la trajeron limpia, sin usar, y en su caja nueva: lo acordado. Si iba a pringarme en algo así, al menos que si me trincaban no me fueran a cargar los asesinatos de “El Lute” también. Así que bien valía lo pagado. Otros 800 euros casi en munición y un cargador extra para el arma, también nuevo, que había pedido para asegurarme varias pruebas y soltura con el asunto, completaron la venta.
El arma era preciosa. Odio a la gente con armas encima y la caza, aunque el tiro olímpico me gusta mucho desde joven (de tirar con la escopeta de perdigones en el pueblo) y algo sé del asunto. Era una pistola segura, fiable, de calibre grande, estable y muy usada a nivel planetario: un clásico. La primera parte había sido “relativamente fácil”. Ahora quedaba la segunda: usarla contra la cabeza del violador.
Debo decir -aunque no me deje en un buen lugar- que llegué a soñar con el momento de matarle y, que lejos de despertarme asustado, me levantaba con una extrema sensación de paz y con los ojos húmedos. Y que aprovechaba cuando eso pasaba para irme en coche, de madrugada, a una zona segura donde podía disparar unas cuantas veces, y hacerme con el arma en corto y en largo (nunca sabes lo que otro puede hacer).
Así que puse una fecha en mi mente, y empecé a prepararlo todo para que nada quedase al azar. Del tipo tenía hasta fotos, nombre y direcciones pasadas. Conocía su historia y la zona de su ciudad donde vivía (no era la mía). Era cuestión de no cagarla. Y llegado el día, me mudé a esa ciudad, a un hostal de mala muerte, pagado por una puta que puso su DNI. Esa misma noche estaba dando una vuelta y cenando por varios de los bares de la zona donde vivía, observando el lugar.
Eso y mi contacto en una conocida marca de telefonía móvil, hicieron que en menos de 36 horas estuviéramos sentados al lado en el mismo garito. Ahí estaba. Al lado. Y yo rígido como un palo, sin saber muy bien qué hacer en ese momento. Sólo pensaba en ir a por el arma (no la llevaba, por supuesto) y acabar cuanto antes: matarle esa misma noche si era posible, mejor que la siguiente. No era mi ciudad, pero cuanto menos me vieran, más sencillo todo.
Decidí volver al hostal y pensar tranquilo. Estaba a punto de salir del bar, cuando detrás de mí una voz me dijo: “Oye perdona, se te ha caído el tabaco”. 
Me di la vuelta y era él. Mirándome a los ojos con el paquete de “Lucky” en la mano, ofreciéndomelo para que lo tomará, y yo me quedé clavado sin reaccionar. El tipo se extrañó y me lo pasó por delante de la cara mientras me decía: “eh, ¿te encuentras bien?”. Tenía repentinamente ganas de vomitar, de pegarle y de correr al mismo tiempo. Tenía ganas de que todo fuera una pesadilla y yo despertase en mi cama. Pero no. Era real.

Estaba delante del hombre al que había ido a matar. ¿Cómo iba a estar bien?
Mi corazón pegó una patada en forma de extrasístole que me hizo doblarme hacia adelante, echándome la mano hacia el pecho. Ya por entonces me había empezado a medicar con Sumial (Propanolol) para esas molestas manifestaciones pero aunque había llevado unas benzodiacepinas para mantener la calma en los momentos más complejos, no había pensado que fuera mi corazón quien decidiera ponerme en un aprieto.
¿Y si me llegaba a ocurrir con la pistola en la mano? Una extrasístole fuerte se siente como la coz de un caballo en el pecho, y te hace doblarte de la sensación. En una ejecución a pistola, un momento así puede costar tu vida, ya que cualquier animal entre la espada y la pared se convierte en un mal bicho…
El violador me cogió por un brazo mientras yo me vi totalmente sobrepasado por la situación y mi respuesta orgánica. Creo que me habló al tiempo que me agarraba pero yo sólo escuchaba en mi cabeza un trozo del “Bohemian Rhapsody” de Queen:
“Mama, I’ve just killed the man…

Put a gun against his head, pulled my trigger: now he’s dead.”



Lógicamente el contacto físico con el tipo me provocó una reacción peor en mi sistema adrenérgico, haciendo que el corazón se acelerase bruscamente, mientras mi cabeza buscaba “soluciones a esa situación” a toda velocidad. En un momento estaba sentado en una silla, mientras no me atrevía a emprender ninguna acción, y era atendido por el violador y el resto de gente en el bar: estaba jodido, ya no podía encargarme del asunto como pretendía hacerlo.

Al pensar que estaba sufriendo un ataque al corazón, quisieron llamar a una ambulancia. Les dije que no, que ya me encontraba bien y que no era nada. El tipo era de los que no soltaban con facilidad, y se empeñó en acompañarme a casa. Le dije que no era necesario, que tenía el coche fuera, pero él contestó que no se quedaba tranquilo con lo que había visto y que no le costaba nada asegurarse de que llegaba a mi destino. Así que 5 minutos después estaba conduciendo hacía mi hostal, escoltado por el tipo al que había ido a matar.

Aunque había pasado ya el peor momento, no se me iba de la cabeza la letra de la canción de Queen y, en cierta forma, deseaba ser yo quien la pudiera entonar: ya le maté. Pero la realidad es que era él quien estaba detrás mío. Pensar eso me puso nervioso y cogí el arma. Hice una señal con las luces de emergencia y paramos el coche en un arcén. Bajé del coche con el arma amartillada, pensando en dispararle y largarme cuanto antes: cada minuto que pasaba allí estaba aumentando las probabilidades de enfrentar una condena legal. Cuando llegaba a la altura de su ventanilla, con un dedo en el gatillo y la mano en el bolso de mi abrigo, el corazón estaba cabalgándome como si me hubiera caído en una marmita llena de anfetaminas.

Para rizar el rizo, un coche de la Guardia Civil apareció por detrás. Preguntaban si necesitábamos ayuda, ya que estábamos parados en el arcén con las luces de emergencia y sin señalizar con triángulos aún. Les dije amablemente que no, que me había encontrado indispuesto y que se habían ofrecido a acompañarme, pero que como me encontraba ya bien había parado para decírselo al buen samaritano. Diciéndole eso a la Guardia Civil mientras no era capaz de sacar el dedo del gatillo -ni la mano del bolsillo- por miedo a que se notase que llevaba un arma.

Insistentemente rechacé toda ayuda y me fui sólo a mi hura. Había estado a punto de matar al tipo para ser cazado por la Guardia Civil en el mismo instante: era el momento de parar. Al menos ya tenía una idea clara de a qué me enfrentaba, pero había perdido todo “factor sorpresa”. Encima había sido atendido por el tipo y más gente en el bar; hacerlo hubiera sido suicida, pero no se llega a pensar con claridad en un momento así. Mi sistema cardíaco estaba a punto de pedir la baja temporal -bajo riesgo de petar en cualquier instante- porque había subestimado mi respuesta orgánica ante algo así.
Tener claro que vas a matar a alguien es un requisito para hacer las cosas bien, si es lo que vas a hacer, pero si bien eso ayuda a matizar las intenciones no reduce la respuesta fisiológica. Supongo que ante algo así, sólo quien mate con cierta frecuencia -o el psicópata disociado de las emociones puede verse inmunizado.
Decidí, tras dormir malamente, que tenía que buscar ayuda. En todo el proceso no lo había hecho antes porque siempre tuve claro que si levantaba la liebre, quedaba marcado para encargarme yo del asunto. Pero yo solo no podía ya o se complicaba mucho la cosa. ¿A quién podía recurrir? Pensé en las personas que me dirían que sí a echarme una mano, pero no quise implicar a nadie: era mayorcito para encargarme de lo mío. Pensé en el hermano de Lucía, sin saber si conocía la historia de su violación, y deseché la idea porque siempre me había parecido un flojo de pantalón.
Finalmente llegué a él: su exnovio. Habiendo sido pareja suya, habiendo mantenido relaciones con ella, debía conocer las marcas y debía conocer la historia. Haber tenido que relacionarte cada noche con el recuerdo de una violación y una violencia atroz contra una cría, no es un plato de buen gusto ni sencillo de tragar. Estar manteniendo relaciones y notar como tu polla pega en la cicatriz donde casi puedes notar los dientes con el glande, duele. Acariciar su culo y no saber si acercar la mano o alejarla de la zona, duele. Besar su cuerpo y “saltar” esa zona porque no quieres mezclar el odio que puedes sentir con un momento de intimidad con tu pareja, duele. Tener presente a un miserable violador cada vez que tocas a tu pareja, duele, cansa y marca en tu psique como marcó la nalga de su víctima con su mandíbula…
Vivíamos por entonces por la época del Messenger, y no recuerdo bien cómo es que yo tenía la dirección del chico, pero la tenía. No tuve que entrar en el correo de Lucía para tomarla, y no recuerdo ahora si habíamos cruzado palabra antes pero tiendo a pensar que sí, por la calma con la que discurrió aquella conversación clave. Le abordé -digitalmente- y le pedí que me dedicase unos minutos de tiempo, cuando pudiera dedicármelos. Al cabo de una hora estaba hablando con él. Le conté por encima el asunto, tras comprobar que él era conocedor de la violación y sus actores, y tras unas cuantas comprobaciones -por parte de ambos- él se puso a mi disposición. Tenía alguien delante que no parecía echarse atrás, ni sabiendo que esto terminaría con un cadáver en nuestras manos: eso me sorprendió gratamente. 
Entendía al igual que yo, que había quedado marcado por mi reacción cardíaca y, después, con la Guardia Civil parándose al ver los coches en el arcén. Y que -de seguir adelante- necesitaría apoyo. Esa clase de apoyo que no puedes contar a nadie y que te implica en un asunto muy grave. El tipo los tenía puestos en su sitio, desde luego. Y en un contexto así, de cierta confianza entre dos varones que como único nexo tenían su relación con la misma mujer en tiempos distintos, fue como solté la frase que partió el huevo.
En un momento en que el tema de la conversación era Lucía, le dije:
“Anda, que ya te vale a ti -después de tanto tiempo- seguir encoñado con ella…”
“¿A qué viene eso?” me replicó.
“Me ha contado lo que le dijiste tras la comida que tuvisteis el otro día, en Toledo.” le espeté, confiado.
Y así llegó la bomba: “¿De qué comida hablas? Yo hace más de 2 años que no veo a Lucía…”
¿Cómo? ¿Perdón? ¿Quién me estaba mintiendo? No tenía sentido que él me mintiera en algo así, pero la otra opción era que mi pareja me había estado engañando durante un largo tiempo, haciéndome creer que tenía una relación que no tenía, y que mantenía encuentros que eran inexistentes.
Al leerle no tuve duda de que me estaba diciendo la verdad, pero que tenía que dejar de fiarme de mis impresiones y verificar cada dato y paso; era algo que no había hecho -en varios aspectos- debido al vértigo de la situación y a la fuente de la que provenía la información, que era mi propia pareja. Le pregunté si estaba dispuesto a confrontar a Lucía con eso que me estaba diciendo, y aceptó.
Dos horas después, con toda la calma del mundo para no alertarla previamente, Lucía se conectaba en la noche para hablar por el Messenger. Tras un par de frases vacías como saludo y lubricante, no me pude contener más. Le pregunté algo -no recuerdo qué- sobre lo que me había contado de esa última vez que – según ella- se había visto para comer con su exnovio, y ella me contestó con toda normalidad. Al momento entró él en la conversación y repetí la pregunta, añadiendo al final la coletilla (innecesaria) que decía: “…porque tú el otro día has ido a comer con tu exnovio a Toledo, verdad?”
Ella al verse descubierta en esa mentira, se vino abajo. Empezó a llorar y a llamarme compulsivamente por teléfono para intentar frenar lo que pudiera ser mi reacción. Pero yo estaba golpeado por la contundencia de la información a procesar, y sólo quería saber una cosa: ¿era cierto lo del violador?
Yo no había puesto en tela de juicio la historia de Lucía -y era normal cuando había tenido que convivir con las cicatrices de su violación- y lo que viví esas semanas fue totalmente de psicosis. Supongo que al descartarse la opción de la policía para enfrentar el asunto, di por buena la información de partida sin entrar a cerciorarme por mí mismo de lo que estaba pasando. 
Sólo había creído a mi pareja, que ya era una víctima de violación…
Finalmente confesó: lo del violador era mentira. Si bien la historia de su violación a los 17 años permanecía como cierta -y en eso todos los relatos eran comunes- el hecho de que hubiera aparecido de nuevo en su vida y con la pretensión de causarle daño o abusar de ella, era falso. Simplemente, había hecho toda esa interpretación teatral -que incluyó días y días en una asociación de mujeres acompañada hasta la puerta por mí- para crearme un falso miedo que lograse volverme hiperprotector y obsesivamente dependiente de su situación. Había intentado darme celos hablándome de su exnovio y contándome que iba a cenar o a comer con él, pero al no causar efecto alguno había decidido ir más lejos: crear una amenaza jodidamente real sin que existiera.
Esa era la razón de que lo que ella quería que yo hiciera era “nada”. No quería cargar con un muerto en su conciencia y quería poder seguir exprimiendo lo que aquella situación le daba.Yo había contemplado horas y horas de charla con una psicóloga a través de los cristales de una asociación en una gran ciudad.
¿Qué había estado sucediendo allí, si el asunto del violador no era real? Pues que me puso de maltratador ante la psicóloga que creía estar tratándola. Al parecer -tampoco quise profundizar mucho en esta información, ya que era redundantemente doloroso- explicó que yo la acompañase a tratamiento, cada día y la esperase sin moverme de la puerta, diciendo que era un controlador obsesivo y celoso que no la dejaba sola ni a tiros. ¡Toma! Viviendo una mentira por dos lados para conseguir la atención -que ya tenía, pero no en modo suficiente parece ser- de un hombre, que ya era su pareja y no estaba viéndose con ninguna otra. ¿Tenía sentido aquello? 
Mentir en algo como que volvías a ser la víctima de un depredador humano para provocar un miedo lógico en tu pareja y así poderle tenerle en un estado de tensión constante y siempre dispuesto a atenderte. Era suficientemente duro como para minar la confianza del tío más pintado y, en mi caso, para plantearme si Lucía no necesitaba tratamiento psiquiátrico por lo que me había hecho.
No volví a verla. Aun así, antes de irme totalmente de su lado, conseguí hablar con su madre y exponerle todo lo que había pasado, ya que entendía que era algo patológico y muy grave lo que a Lucía le podía estar ocurriendo pero que yo había quedado totalmente fuera de juego: había quedado inhabilitado para estar a su lado, con un mínimo grado de confianza. Lo que no le dije a su madre es que podía haber matado a un hombre, que a día de hoy no puedo saber si realmente era el violador original y que – realmente- fue mi culpa haber llegado a ese extremo por no haber comprobado cada uno de los puntos de la historia: me hubiera bastado con comprobar que esa llamada no se había producido y que era inexistente el rastro telefónico de aquella supuesta nueva agresión.

¿Pero dudarías de tu pareja si te hubieras visto en mis zapatos?