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domingo, 18 de noviembre de 2007

Asegúrame el éxito: prohíbeme.

Esta va a ser una entrada cortita (o eso creo, luego veremos como acaba).
Sólo tengo ganas de comentar una breve idea e ilustrarla con una divertida anécdota que una amiga me ha contado, y luego he corroborado.

La reflexión que la empuja, en relación con la farmacofilia, y en especial con la ilegal, es ese tantas veces aludido gusto por lo prohibido.
A estas alturas deberíamos saber ya (y hablo como humanidad), que excepto lo que se prohíbe para defender a otros, como puede ser la trata de blancas, la agresión o el abuso sexual, lo demás y que no causa daño a nadie -o como mucho a quien lo consume o realiza- tiene garantizado un importante marketing continuo sobre un amplio margen de población que parece estar esperando que les señales cual es el último pecado de moda, o la transgresión más chachi.

En ese grupo se encuentra una amplia parte de la juventud y de la adolescencia, que aunque muchos de ellos no sean, caracteriológicamente, buscadores de nuevas sensaciones y exploradores de lo desconocido, de alguna manera se prueban a sí mismos que son capaces de la autodeterminación y la autogestión, a modo de ritos de paso de una etapa infantil a otras superiores.
Pero hay una cierta trampa en eso, y es que ese acto, que no es otro que el de hacer aquello que nos dicen que no hagamos, en ocasiones es de lo menos distintivo (a pesar del afán del adolescente por distinguirse y saberse diferente) ya que es casi algo común estadísticamente a un gran número de ellos.

Y es cierto, que en este caso las drogas, cualquiera que tenga el estigma de la prohibición, cuentan con futuros rebeldes que responderán con su consumo a cualquier advertencia por parte de "los adultos" de que no lo hagan so pena de graves males y aflicciones.

Pero lo gracioso, introduciendo la anécdota, es que no es este comportamiento patrimonio único de los "no-adultos". Parece que esa reafirmación de autogobierno es necesaria en más ocasiones y en las menos esperadas situaciones.

Y he aquí la anécdota:
El escritor y político español José María Pemán, al que muchos sólo conocerán por la estupenda canción "Adivina adivinanza" de Joaquín Sabina que está incluida en "La Mandrágora" (la que cuenta la muerte del último dictador español, y las reacciones que se produjeron), fue en una ocasión a dar una conferencia a Calatayud.
Una vez allí, alguno de sus anfitriones le pidió que no hiciera uso del chascarrillo de la popular letra del pasodoble que menciona a Calatayud y a una vecina de ligeras costumbres, "la Dolores", ya que el pueblo estaba muy sensibilizado con el tema y les tocaba bastante las narices.

Pues Pemán dio su conferencia, pero al terminar, se dirigió al público y les comentó que conocía su molestia por dicha tonadilla, y que él se había permitido arreglarla de manera que no les fuera tan molesta, y se la recitó de esta forma:
"Si vas a Calatayud,
pregunta por la Manuela,
que es nieta de la Dolores,
y tan puta como su abuela."


Tuvo que salir del recinto y del pueblo, escoltado hasta el tren por la guardia civil, por la reacción de los habitantes.

Es gracioso, sí. ¿Pero qué necesidad tenía una persona de renombre en el régimen en hacer semejante cosa? Posiblemente el puro placer de la transgresión a una norma... y nada más.

He encontrado la versión atribuida a Valle Inclán (que murió en el 36) en lugar de a Pemán, en un solo sitio, los demás me han confirmado que fue Pemán.
Aunque no hay que dejar de tener en cuenta, que quien lo hizo era un protegido del dictador y que ocupó varios cargos, entre ellos fue nombrado presidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza de la Junta Técnica del Estado, encargada de la implacable y atroz depuración del personal docente de la república, que se saldó con un mas de un 70% de "depurados" y dedicados a otras tareas, que tuvieron que dejar de ser maestros o profesores universitarios, o los más afortunados exiliarse en Canarias, en la Universidad tinerfeña de La Laguna, donde parece que se les dejaba pensar y vivir en un poco más de paz, aunque desplazados de su hogar por no coincidir con las ideas de gente que mataba según semejantes criterios.

Hubiera sido de más valor desde luego, que el que se daba el gusto de romper la norma, arriesgase algo en su acto, cosa que Pemán no hacía y lo sabía.

Aun así la anécdota tiene su gracia, y acompaña la reflexión sobre la motivación añadida que supone el prohibir, como vemos con resultados bastante pobres.


P.S: He incluido una posible corrección sobre la copla exacta que recitó Pemán en su intervención estrella (o una de ellas).
Véase la otra opción, aquí la otra versión, más plausible en base a la métrica de la "poesía", y con más grado de puterio en la familia de la "Dolores".