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viernes, 20 de agosto de 2010

PIHKAL EN CASTELLANO (FRAGMENTO)

Como os habíamos dicho, la traducción de PIHKAL está en un proceso de "afinación" e interpretación a la hora de escoger los términos usados para describir ciertas experiencias, emociones, estados y sensaciones. Pues para ir abriendo boca, los traductores amablemente nos han hecho llegar un fragmento del borrador (bueno, lo envían completo pero sólo con permiso para publicar este fragmento de la introducción).

En este fragmento, Sasha -el Dr.Shulgin- da una pormenorizada argumentación de sus ideas y postulados en lo referente a las drogas, las psiquedélicas y las que no lo son, y hace una breve revisión de lo que subyace tras la semilla de la guerra contra las drogas, y lo que al fin y al cabo no es más que una guerra contra la propia libertad del individuo.




Y por lo demás, sólo queda disfrutar de las palabras, esta vez en castellano, de una de las más sobresalientes mentes de la historia contemporánea.

Esperamos que os guste.

PS: Por cierto, que no se nos olvide deciros a todos que el libro "Cocaína", editado por Amargord y coordinado por el Dr.Jose Carlos Bouso ha salido ya a la venta!! Incluye una interesante parte sobre la extracción de cocaína partiendo de hoja de coca fácilmente adquirible a manos de un viejo cocinero conocido de esta web... Lady Lovelace.
Mis felicitaciones a todos aquellos que lo han hecho posible.

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La filosofía tras la escritura de PIHKAL.

Soy farmacólogo y químico. He pasado la mayor parte de mi vida adulta investigando la acción de las drogas; cómo son descubiertas, qué son, qué hacen, de qué forma pueden ser útiles – o dañinas. Pero mis intereses se encuentran algo alejados de lo que es el grupo de conocimientos mas habituales de la farmacología, en un área que he encontrado mucho más fascinante y agradecida, y es el área de las drogas psiquedélicas.
Los psiquedélicos podrían ser bien definidos como compuestos que no son físicamente adictivos y que temporalmente alteran el estado de nuestra propia consciencia.

La opinión prevaleciente en este país (USA) es que hay drogas que tienen un status legal y que además son relativamente seguras o que tienen riesgos que son aceptables, y que hay otras drogas que son ilegales y que no tienen ningún lugar legitimo en absoluto dentro de nuestra sociedad. Aunque esta opinión es ampliamente sostenida y vigorosamente promocionada, yo creo sinceramente que está equivocada. Es un esfuerzo por pintar las cosas de blanco o de negro, cuando, en este área, como en la mayor parte de las de la vida real, la verdad es de color gris.

Dejenme explicar las razones que sustentan mi creencia.

Toda droga, legal o ilegal, nos otorga algún tipo de recompensa. Todas las drogas presentan algún riesgo. Y todas las drogas pueden ser objeto de abuso.
Finalmente, en mi opinión, corresponde a cada uno de nosotros evaluar los beneficios y los riesgos y decidir cuales son los que pesan más en cada caso.
Los beneficios incluyen un amplio espectro. Incluyen cosas como la curación de una enfermedad, suavizar el dolor físico y emocional, provocar embriaguez, y la relajación. Algunas drogas -esas que son conocidas como psiquedélicos- nos permiten una visión interior mejorada y la expansión de los propios horizontes mentales y emocionales.

Los riesgos son igualmente variados, oscilando entre el daño fisiológico y el colapso psicológico, la dependencia, y la violación de la ley. Tal y como existen diferentes tipos de recompensa para los diferentes individuos, existen también diferentes riesgos. Una persona adulta debe tomar su propia decisión sobre hasta que punto decide exponerse o no al efecto de cada droga en concreto, sea una droga adquirible por prescripción medica o sea una que esta prohibida por la ley, sopesando los potenciales beneficios y problemas con relación a su personal escala de valores. Y es en este punto donde estar bien informado juega un rol indispensable. Mi filosofía al respecto puede ser destilada en cuatro palabras: permanece informado, luego decide.

Personalmente he escogido ciertas drogas que son de suficiente valía para compensar los riesgos que conllevan; otras, considero que no resultan de suficiente valía. Por ejemplo, bebo una moderada cantidad de alcohol, generalmente en forma de vino, y -hasta el momento presente- los análisis de mi función hepática son completamente normales. No fumo tabaco. Era un fumador, de los de alto consumo, y luego lo dejé. No fueron los riesgos para la salud los que me hicieron dejarlo, sino el hecho de que me había convertido en un completo dependiente del tabaco. Eso era, según mi punto de vista, el caso de un precio inaceptablemente alto a pagar.

Cada decisión de ese tipo es asunto mio, basándome en lo que sé sobre dicha droga y lo que sé sobre mi mismo.

Entre las drogas que son a día de hoy ilegales, he decido no usar marihuana, ya que la ligera embriaguez mental y esa benigna alteración de la consciencia, no me compensan lo suficiente frente a una sensación incómoda de estar perdiendo el tiempo.

He probado la heroína. Esta droga, por supuesto, es una de las mayores preocupaciones de nuestra sociedad, a día de hoy. A mi me produce una soñadora tranquilidad, sin matices asperos de molestias, estrés o preocupaciones. Pero al mismo tiempo hay perdida de motivación, de capacidad de respuesta, y de las ganas de hacer cosas. No es ningún miedo a la adicción lo que provoca mi desinterés por la heroína; lo provoca el hecho de que bajo su influencia, nada parece ser suficientemente importante para mi.

También he probado la cocaína. Esta droga, especialmente en su famosa presentación como “crack”, es un asunto popular actualmente. A mi, la cocaína me resulta un agresivo activador, un estimulante que me da una sensación de poder y de estar completo con ello, en la cima del mundo. Pero hay al mismo tiempo la inevitable certeza, subyaciendo, de que eso no es poder realmente y de que realmente no estoy en la cima del mundo, y que, cuando los efectos de la droga hayan pasado, no habré ganado nada con ello. Hay una extraña sensación de estar viviendo un estado que es una mentira. No hay reflexión. No hay aprendizaje alguno. A su propia y distintiva manera, . la cocaína me resulta una droga de escape tanto como la heroína. Con cualquiera de ellas, escapas de lo que eres, o -siendo mas preciso- de lo que no eres. En ambos casos, recibes alivio durante un breve periodo de tiempo del tener que estar  enfrentándote a tus carencias. Francamente yo prefiero encarar mis insatisfacciones en lugar de huir de ellas; de esa forma yo encuentro, finalmente, una satisfacción muchísimo más grande.

Con las drogas psiquedélicas, yo creo que, para mi, los pequeños riesgos (alguna experiencia ocasionalmente difícil, o quizás algo de malestar físico) son más que aceptables dado el potencial que ofrecen para el aprendizaje. Y ese es el motivo por el que yo he elegido explorar este área concreta de la farmacología.

¿Qué quiero decir cuando hablo del potencial para el aprendizaje? Es una posibilidad, no una certeza. Puedo aprender, pero no estoy obligado a hacerlo; puedo obtener nuevos enfoques sobre posibles maneras de mejorar mi calidad de vida, pero sólo con mi propio trabajo y esfuerzo conseguiré los cambios deseados.

Dejenme intentar hacer más obvias algunas de las razones por las que encuentro la experiencia psiquedélica como un tesoro personal.

Estoy totalmente convencido de que existe una enorme cantidad de información incrustada dentro de nosotros, con kilómetros de conocimiento intuitivo que se encuentra cuidadosamente colocado en el material genético de cada una de nuestra células. Algo similar a una biblioteca que contiene una incontable cantidad de tomos de referencia, pero para la que no tenemos una ruta clara de entrada. Y, sin algunas formas para acceder a ella, no hay forma de empezar siquiera a indagar sobre hasta que punto llega y de que clase es la información que se encuentra allí dentro. Las drogas psiquedélicas permiten la exploración de ese mundo interior y las intuiciones sobre su naturaleza.


Nuestra generación es la primera en la historia que ha hecho de la búsqueda del autoconocimiento un delito, si esa búsqueda se realiza con la ayuda de plantas o compuestos químicos para abrir las puertas de la psique. Pero la necesidad de alcanzar el conocimiento está siempre presente, y aumenta su intensidad a medida que uno se va haciendo mayor.

Un día, mirando el rostro de una nieta recién nacida, te descubres a ti mismo pensando que su nacimiento ha creado un tapiz sin costuras en el tiempo ya que fluye desde el ayer hasta el mañana. Te das cuenta de que la vida aparece en diferentes formas y con diferentes identidades, pero que sea lo que sea aquello que le da forma a cada nueva manifestación, no cambia en absoluto.

“¿De dónde viene su exclusiva alma?” te preguntas, “Y, ¿a dónde irá mi única alma? ¿Hay realmente algo más ahí fuera, tras la muerte? ¿Hay algún propósito en todo ello? ¿Hay algún tipo de orden y estructura que haga que todo cobre sentido, o que debería hacerlo, si pudiera llegar a verlos?” Sientes la necesidad de preguntar, de investigar, de usar el poco tiempo que te pueda quedar en la vida para encontrar formas de atar todos esos cabos que quedan sueltos, la necesidad de comprender aquello que exige ser comprendido.

Esta es la búsqueda que ha sido parte del ser humano desde la misma aparición de la conciencia. El conocimiento de su propia mortalidad -conocimiento que le sitúa en un lugar distinto al resto de sus colegas animales- es lo que dota al Ser Humano del derecho, el permiso para explorar su propia alma y espíritu, para descubrir lo que pueda encontrar sobre los componentes de la psique humana.

Cada uno de nosotros, en algún momento de su vida, se sentirá como un desconocido en la tierra extraña de su propia existencia, necesitando respuestas a preguntas que han surgido de la profundidad de su alma y que no se desvanecerán una vez aparecidas.

Tanto las preguntas como las respuesta proceden de la misma fuente: uno mismo.

Esta fuente, parte de nosotros mismos, ha sido llamada de diversas formas a lo largo de la historia, y su nombre más reciente es “lo inconsciente”.
Los Freudianos desconfían de él, mientras que los Jungianos están maravillados con él. Es la parte que hay dentro de ti y que mantiene el control cuando tu mente consciente navega a la deriva, que te da el sentido de lo que debes hacer en una situación de crisis, cuando no hay tiempo disponible para el razonamiento lógico y la toma de decisiones conscientes. Es el lugar donde se encuentran nuestros ángeles y demonios, y todo lo que entre esos dos extremos puede existir.

Esta es una de las razones por las que sostengo que las drogas psiquedélicas son tesoros. Ellas nos pueden facilitar el acceso a las partes de nosotros mismos que contienen respuestas.
Pueden hacerlo, pero como dije antes, no tienen porque hacerlo y no lo harán, a no ser que esa sea la razón por la que estén siendo usadas.

Depende de ti el usar estas herramientas bien y de la forma correcta. Una droga psiquedélica puede ser comparada con la televisión. Puede ser muy reveladora, muy instructiva, y -con una cuidadosa selección de los canales- el medio por el que extraordinarias intuiciones pueden alcanzarse. Pero para mucha gente, las drogas psiquedélicas son una manera más de entretenimiento; nada profundo se esta buscando, por lo que -normalmente- nada profunda será la experiencia obtenida.

El potencial de las drogas psiquedélicas para facilitarnos acceso al universo interior, es, según yo creo, su más valiosa virtud.

Desde los primeros días de su tiempo en la Tierra, el ser humano ha buscado y usado ciertas plantas que han tenido el efecto de alterar la forma en que se interactúa con su mundo y se comunica con sus dioses y consigo mismo. Durante varios miles de años, en toda cultura conocida, ha existido un cierto porcentaje de la población -normalmente un chamán, un curandero o un hombre medicina- que ha usado esta o aquella planta para alcanzar una transformación de su estado de consciencia. Estas personas han usado dicho estado alterado de consciencia para ampliar sus habilidades diagnósticas y para hacer uso de las energías curativas que se encuentran en el mundo de los espíritus. Los lideres tribales (en civilizaciones posteriores, las familias reales) presumiblemente usaron las plantas psicoactivas para aumentar sus intuiciones y sabiduría como gobernantes, o tal vez simplemente para invocar las fuerzas de poderes destructivos y tenerlas como aliados en batallas venideras.

Muchas plantas han sido descubiertas para encajar en ciertas necesidades humanas. El dolor indeseado ha estado con la humanidad desde siempre. Tal y como nosotros hoy tenemos nuestros usuarios de Heroína (o de Fentanilo o de Demerol), durante los siglos pasados el rol de la analgesia ha estado en la planta del opio en el Viejo Mundo y de la datura en el Nuevo Mundo, solanáceas en Europa y el norte de África, como el beleño negro, la belladona, o la mandrágora, por nombrar unas cuantas. Incontables personas han usado esta forma de amortiguar el dolor (tanto físico como psíquico), lo cual implica deslizarse dentro de un mundo de ensueños. Y, aunque estas herramientas han tenido muchísimos usuarios, son una minoría los que aparentemente han abusado de ellas. Históricamente todas las culturas han incorporado estas plantas a su vida diaria, y han obtenido más beneficios que daños provenientes de ellas. Nosotros, en nuestra propia sociedad, hemos aprendido a amortiguar el dolor físico y a rebajar nuestro nivel de ansiedad con el uso médico de drogas que han sido desarrolladas imitando los alcaloides presentes en estas plantas.

La necesidad de encontrar fuentes de energía adicional ha estado con nosotros desde siempre. Y, al igual que nosotros tenemos nuestros usuarios de cafeína y de cocaína, durante siglos las fuentes naturales han sido el mate, el té, y la planta de coca del Nuevo Mundo, la planta de khat de Asia Menor, la nuez del árbol de cola en el norte de África, el kava kava y la nuez de betel del este de Asia, y la efedra en todas las partes del mundo. De nuevo, muchos tipos de personas -el campesino, encorvado bajo un montón de leña, cargando con ella durante horas a través de un sendero montañoso; el médico en tareas de emergencia que lleva dos días sin poder dormir; el soldado bajo fuego enemigo, incapaz de descansar- han buscado el empuje y acicate de la estimulación. Y, como siempre, ha habido unos pocos usuarios que han elegido abusar de este proceso.

Entonces, existe la necesidad de explorar el mundo que se encuentra más allá de los inmediatos límites de nuestros sentidos y nuestra comprensión; esto, también, ha acompañado a la humanidad desde su inicio. Pero en este caso, nuestra sociedad norteamericana no-nativa, no ha aceptado el uso de dichas plantas o compuestos químicos, que abren camino en nuestra capacidad para ver y sentir. Otras civilizaciones, durante cientos de años, han usado el peyote, los hongos que contienen psilocibina, la ayahuasca, cohoba y yagé del Nuevo Mundo, la alharma, el cannabis y el Soma del Viejo Mundo, y la iboga de África, para esta exploración dentro del inconsciente humano. Pero nuestra moderna clase médica, en conjunto, nunca ha aceptado estas herramientas para la auto-observación o para ser usadas en terapia, y por lo general permanecen como inaceptables. A la hora de establecer un equilibrio de poder entre aquellos que nos curan y aquellos que nos gobiernan, se ha llegado al acuerdo de que la posesión y el uso de estas extraordinarias plantas ha de ser un delito. Y que el uso de cualquier compuesto desarrollado en imitación a los que estas plantas poseen, aunque hayan mostrado mayor seguridad y eficacia en su acción, han de ser también constitutivos de delito.

Somos una gran nación con uno de los estándares de vida más alto jamás conocido. Estamos orgullosos de contar con una extraordinaria Constitución que nos protege contra la tiranía que ha hecho trizas a otras naciones más pequeñas. Somos ricos con la herencia de la Ley Inglesa que nos presupone inocentes y nos asegura nuestra intimidad personal. Una de las mayores virtudes de nuestro país ha sido el tradicional respeto al individuo. Todos y cada uno de nosotros somos libres -o al menos así lo habíamos creído desde siempre- de seguir cualquier camino religioso o espiritual que hayamos elegido; libres para investigar, explorar, buscar información y perseguir la verdad donde quiera y como quiera que se haya elegido, siempre que se acepte plena responsabilidad por nuestros actos y sus efectos sobre otros.

¿Cómo es que, entonces, los líderes de nuestra sociedad han tenido a bien intentar eliminar estos más que importantes medios de aprendizaje y de auto-descubrimiento, estos medios que han sido usados, respetados y honrados durante miles de años, en todas y cada una de las culturas de las que tenemos conocimiento? ¿Por qué el peyote, por ejemplo, que ha servido durante siglos como un medio para que una persona pueda abrir su alma a la experiencia de Dios, ha sido clasificado por nuestro gobierno como una sustancia de la Lista I, junto con la cocaína, la heroína y el PCP? ¿Es esta clase de condena legal el resultado de la ignorancia, de la presión ejercida por religiones organizadas, o  del interés creciente de que se fuerce la conformidad en toda la población? Parte de la respuesta puede residir en la creciente tendencia en nuestra cultura  hacia tanto el paternalismo como el provincialismo.

Paternalismo es el nombre que recibe un sistema por el que las autoridades proveen nuestras necesidades, y -a cambio- tienen permitido dictar nuestra conducta, tanto la pública como la privada. El provincialismo es la estrechez de miras, la unificación social mediante un único código ético, la limitación de los intereses y las formas de experiencia a aquellos que se encuentran establecidos como tradicionales.

En cualquier caso, los prejuicios contra el uso de plantas y drogas que producen una apertura en nuestra consciencia tienen su origen en la intolerancia racial y la acumulación de poder político. En el final del siglo XIX, una vez que el ferrocarril intercontinental había sido construido y los trabajadores chinos no eran ya necesarios, fueron progresivamente tratados como infrahumanos e incivilizados; eran amarillos de ojos rasgados, peligrosos alienígenas que frecuentaban fumaderos de opio.

El peyote fue descrito, en varias publicaciones de final del siglo XIX, como causa de asesinato, mutilaciones y locura entre los desfavorecidos Indios Americanos. La Brigada de Asuntos Indianos decidió sancionar el uso del peyote, (la cual confundía, repetidamente dicha planta con el mezcal -Nota del traductor: Género Agave-, o con la judía de mescal -Nota del traductor: Mescal Bean, Género Sophora-, en sus publicaciones), y una de las mayores presiones tras los esfuerzos por sancionar su uso se ve de forma más clara en esta cita parcial de una carta escrita por el Reverendo B.V. Gassaway en 1903 a la Brigada de Asuntos Indianos, “...el Sabbath es el principal día de nuestros servicios religiosos, y si los indios ya vienen borrachos de mescal (peyote) no pueden recibir los beneficios del Evangelio.”

Sólo tras un tremendo esfuerzo y con la valentía por parte de muchas personas se llegó a la decisión de que el uso del peyote como sacramento en la Iglesia Nativa Americana debía continuar siendo permitido. Hay ahora de forma encubierta, como ustedes sabrán, un renovado esfuerzo por parte de nuestro gobierno para conseguir eliminar el uso religioso del peyote de nuestros Nativos Americanos.

En la década de 1930, hubo un esfuerzo por deportar a los obreros mexicanos de los estados sureños con una economía basada en la agricultura, y los prejuicios raciales fueron otra vez deliberadamente promovidos, describiendo a los mexicanos como vagos, sucios, y usuarios de esa cosa peligrosa llamada marihuana. La intolerancia contra las personas afroamericanas en los Estados Unidos fue promovida e instigada mediante cuentos de uso de marihuana y heroína entre los músicos de color. Debería hacerse notar en este punto que dicho uso de drogas nunca fue motivo de atención pública hasta que su nueva música, que llamaban Jazz, comenzó a atraer la atención de los blancos -al principio solamente de los encargados blancos de los clubes nocturnos- y allí comenzó el despertar de la conciencia a la discriminación e injusticias que estaban sufriendo los afroamericanos.

Nosotros, en este país, somos todos dolorosamente conscientes de nuestros pecados pasados en lo concerniente a los derechos de varias minorías, pero somos mucho menos conscientes de la forma en que la opinión pública ha sido manipulada en lo referente a su actitud ante ciertas drogas. Nuevas posiciones de poder político y, eventualmente, miles de nuevos puestos de trabajo, fueron creados partiendo de la base del peligro que suponían para la salud pública y la seguridad ciertas plantas y drogas cuya única función era alterar la percepción, para así abrir el camino de la exploración del inconsciente, y -para muchos- permitir la experiencia directa de lo numinoso.

Los años 60, por supuesto, dieron un poderoso empujón a los psiquedélicos. Estas drogas estaban siendo usadas como parte de una masiva rebelión contra la autoridad del gobierno y lo que se creía que era una guerra inmoral e innecesaria en Vietnam. Al mismo tiempo había demasiadas voces que contaban con autoridad y que clamaban alto y claro sobre la necesidad de una nueva clase de espiritualidad, y que apoyaban el uso de los psiquedélicos para establecer contacto directo con el Dios de cada uno, sin la intervención de un sacerdote, cura o rabino.

Las voces de los psiquiatras, escritores y filósofos, y de muchos pensativos miembros del clero, pidieron que se estudiasen e investigasen los efectos de los psiquedélicos y de todo aquello que pudieran revelar sobre la naturaleza y función de la mente y psique humana. Sus peticiones fueron ignoradas en mitad del clamor contra el flagrante abuso y mal uso de dichas drogas, de lo cual existía en ese momento una más que amplia evidencia. El gobierno y la Iglesia decidieron que los psiquedélicos eran drogas peligrosas para la sociedad, y con la ayuda de la prensa, se dejó claro que ese era el camino para el caos social y el desastre espiritual.

Lo que no se mencionó entonces, por supuesto, era la mas antigua de las normas: “El individuo no se opondrá ni molestará a aquellos que ostentan el poder sin ser castigado por ello.”

He explicado algunas de mis razones para sostener el punto de vista de que las drogas psiquedélicas son tesoros. Hay otras, y muchas de ellas están hiladas dentro de la textura de este cuento. Está, por ejemplo, el efecto que tienen sobre mi percepción de los colores, que es completamente maravilloso. También está la profundización en mi compenetración emocional con otra persona, la cual se puede convertir en una exquisitamente bella experiencia, con un erotismo de intensidad sublime. Disfruto el realce de los sentidos del tacto, olfato y gusto, y los fascinantes cambios en mi percepción del fluir del tiempo.

Considero que he sido bendecido, ya que he experimentado, en cualquier caso de forma breve, la existencia de Dios. He sentido una sagrada unidad con la creación y con el Creador, y -lo que mas valoro de todo ello- he tocado el núcleo de mi propia alma.

Es por estas razones que he dedicado mi vida a este área de investigación. Algún día tal vez pueda comprender como estos simples catalizadores hacen lo que hacen. Mientras tanto, me siento en eterna deuda con ellos.
Y seré para siempre su adalid.
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FIN PRIMER FRAGMENTO

miércoles, 18 de junio de 2008

Ayahuasca. La poción patrimonio cultural de Brasil.

Antes de tirarme a la piscina, voy a frenar un poco y a recordarme a mi mismo que este lugar sigue teniendo la intención de servir de divulgación de conocimientos veraces sobre diversos temas, en especial aquellos que tienen que ver con manifestaciones de la conciencia humana y sus herramientas.

A veces olvido que mucha de la gente que llega aquí, llega buscando información bastante básica, y que si quiero que la utilidad de este lugar llegue a todos los que vienen, la información a veces debe de partir de lo más básico (cosa que se nos olvida cuando nos ponemos a comentar entre amigos más o menos conocedores de estos temas).

Así que esta vez, empezaré despacito, y haciéndome a la idea de que quien puede leer esto, no tiene porque saber nada de lo que yo pueda dar por supuesto. A ver que tal.

Ya el título de la entrada puede resultar algo extraño, desde el nombre de la ayahuasca a que una bebida sea "cultural". Espero que a nadie le queden dudas tras un poco de lectura.

¿Qué es la ayahuasca?

Pues la ayahuasca es una poción. Un cocimiento, una especie de infusión, una bebida preparada con plantas.
Esta poción es una bebida que produce importantes efectos en la psique humana, y también su consumo prolongado parece tener repercusiones físicas positivas en muchos casos.

La bebida o preparado, es originario de la cuenca del Amazonas, donde hace milenios se comenzó a utilizar por los habitantes de aquellos parajes, y donde hoy se sigue utilizando.

Sus efectos son los de un enteógeno (alucinógeno, coloquial pero incorrecto), que algunas personas toman, bien dentro de un marco ritual o de forma individual, con diversos fines que pueden abarcar desde la curación de una enfermedad a la generación de experiencias espirituales de alta intensidad.

Si bien durante siglos este preparado estuvo restringido a los pueblos amazónicos y a otros que podían conocer y disponer de las plantas necesarias (pues son al menos dos).

El nombre, ayahuasca, se traduce como soga o liana de los muertos o los espiritus, aludiendo tanto a la forma de una de las dos plantas -la liana trepadora Banisteriopsis Caapi- y al efecto psíquico de la experiencia (tal y como la entendían sus primeros usuarios).

El nombre es una metonimia en la que hay una relación todo-parte, ya que es la liana la que da el nombre final a la poción, pero no es la que tiene los efectos psíquicos propiamente dichos.
La liana, contiene alcaloides como la harmina o la harmalina, que son inhibidores de la enzima Mono-Amino-Oxidasa (IMAO's), encargada de desactivar ciertos compuestos químicos en nuestro cuerpo y regular el nivel de otros, como algunos de los neurotransmisores más comunes, con un grupo amino en su estructura química.
La liana aporta la llave que permite a otro compuesto, que no es activo por vía oral, desplegar sus efectos en la mente humana.

Este otro compuesto es la DMT o dimetiltriptamina, una sustancia que fue sintetizada allá por los años 30 y se creyó que no existía en el mundo vegetal hasta que se fue encontrando en cientos de especies de plantas y en algunos animales, incluido el ser humano.
Este compuesto se añade a la poción a través de alguna planta que lo contenga, como podría ser la chacruna -Psychotria Viridis- u otras según la disponibilidad de las mismas.

Si bien estos son los dos componentes básicos de la ayahuasca, no son excluyentes, y existen muchos otros vegetales con actividad psíquica que son agregados a la poción, aportando sus efectos a la experiencia.

El químico Jonathan Ott, considera que la ayahuasca, por su mecanismo de acción tan avanzado es uno de los mayores descubrimientos de los pueblos indígenas: encontrar una planta que logre, por inhibición de una enzima, hacer activa a otras que no lo son. Es desde luego impresionante un logro así en sociedades que aún hoy viven de forma similar a como vivían sus antepasados hace miles de años, y que acumula un saber farmacológico sorprendente, más teniendo en cuenta que el entorno es selvático y que existen miles y miles de especies vegetales.

Aclarado qué es la ayahuasca y cómo funciona -la complementación de dos plantas distintas- vamos a ver que pinta la cultura y Brasil en todo esto.
Al estar situada la fuente original de esta bebida en la cuenca amazónica, mayoritariamente perteneciente a Brasil, es este el país donde existe un mayor consumo de esta bebida enteógena.

En Brasil se han ido desarrollando grupos de tipo religioso, que han adoptado como sacramento la ayahuasca. Eso no ha planteado ningún problema, incluso al contrario, ya que tras 18 años de estudios el gobierno brasileño decidió levantar cualquier tipo de prohibición sobre el consumo de ayahuasca, en vista de los efectos beneficiosos para los miembros y usuarios de estas agrupaciones, como son el Santo Daimé, la Unión do Vegetal, Barquinha y algunas otras.

Algunas de ellas, son sociedades religiosas con una integración total en el espectro cotidiano del país, en las que sus ceremonias están abiertas a todos los miembros en los que se encuentran personas de todos los estratos y condición social. Otras, como la Unión do Vegetal, parecen tener un carácter algo más elitista y en ella se puede encontrar a practicantes que forman parte del gobierno del país.

La sustentación teológica de cada una de ellas es diferente, pero todas comparten ciertos valores de referencia, en especial aquellos a la cercanía, respeto y contacto con la naturaleza, y al crecimiento y mejora personal.

¿Y la cultura? Sin pensar que todo lo anterior no es ya una expresión y un rasgo cultural, el título hace alusión a la propuesta del Ministro de Cultura de Brasil, Gilberto Gil, de proponer al Instituto de Patrimonio Histórico y Artístico Nacional de Brasil la inclusión de la ayahuasca como patrimonio cultural del país, con las consecuencias que ello tendría.

Como cualquier otro bien cultural (que Brasil ha definido unos cuantos en los últimos años, que van desde ritmos musicales a expresiones de fiestas histórico-religiosas como el Cirio de Nazaré) es de imaginar que serán potenciadas las medidas de protección de ese patrimonio, estimulación de su conocimiento y arraigo como parte de la identidad común de un pueblo.

¿Qué relevancia tiene esto?
Mucha. Por primera vez en la historia, un país y su gobierno quiere reconocer un enteógeno y su consumo como señas de identidad cultural.
En un contexto mundial de guerra contra las drogas, aceptar a ese nivel que una droga que está en las listas de prohibición internacional (la DMT lo está), y que no es diferente a otras del mismo tipo, como podrían ser la LSD o los cactus con mescalina, es una patada en la barriga de una prohibición que hace tiempo dejó de buscar justificaciones racionales o científicas, para pasar a ser un "modus operandi" bajo el que se esconden los mas variopintos intereses.

Hay un gobierno que está enviando un mensaje con su acto: este enteógeno, no nos da problemas, nos ayuda, y es parte de nuestra cultura. Nos hace bien.

Fuera de Brasil, algunas de esas iglesias como el Santo Daimé han salido y tienen cierta presencia en otros países, entre ellos España, Reino Unido o USA.
De hecho el gobierno usano -el esquizoide creador de una guerra contra la libertad del individuo- tuvo que reconocer hace un par de año el derecho a los miembros de estas agrupaciones religiosas en su país, el derecho a acceder y consumir ayahuasca como sacramento de su manifestación religiosa, del mismo modo que lo hizo con el peyote y la mescalina para los miembros de las iglesias peyoteras de nativos americanos.

En otro contexto, el uso de la ayahuasca como enteógeno se ha expandido.
No sé si ese hecho responde a cuestiones de disponibilidad o a propiedades específicas, pero ha entrado en los círculos de investigación psicológica, como una herramienta de autoconocimiento, o como herramienta para tratar otras problemáticas que curiosamente incluyen el uso de drogas adictivas y destructivas en el mal uso que muchos les dan.

Hay en marcha interesantes investigaciones sobre la ayahuasca a varios niveles, desde el puramente farmacológico, al trabajo de campo con adictos. El primer estudio sobre sus propiedades farmacológicas y el consumo en contexto occidental lo llevo a cabo el farmacólogo Jordi Riba, y puede ser consultado en MAPS.
Otro de esos estudios relacionados con su consumo en contextos urbanos (como es el que se da en esas agrupaciones religiosas basadas en el uso de ayahuasca) lo publicó Manuel Villaescusa, psicólogo especializado en el uso de dicha poción, en el año 2006. Puede descargarse y leerse aquí.

Cabe recordar que si bien la ayahuasca, como otros enteógenos y drogas, pueden resultar de utilidad para ciertas personas en ciertos contextos, no quiere decir que sean una panacea.
Las experiencias que afectan de forma intensa al "yo" no son bien toleradas por todos y pueden ser peligrosas para algunas personas con ciertos desordenes mentales, para las que de momento no resulta aconsejable acceder a estas experiencias que les pueden causar más mal que bien.

Los grupos responsables que usan esta "medicina, sacramento, o simplemente enteógeno" suelen contar con filtros que evitan que accedan las personas a quien les puede dañar la experiencia. En nuestro contexto occidental, la figura que debe dirigir estas experiencias y guiarlas, así como prevenir que en ellas participen potenciales afectados, es la del psicólogo, psicoterapéuta o psiquiatra. Y no cualquiera, sino sólo aquel que haya tenido formación al respecto, lo que implica haber pasado la experiencia en muchas ocasiones.

Como todo lo que a veces rodea a lo exótico, lo que viene de lejos, las medicinas mágicas y los remedios secretos, hay quien hace un uso incorrecto de ellos y particularmente centrado en obtener dinero de esas sesiones.
Como con cualquier instrumento de gran potencia, lo que se puede esperar de su uso en manos de un imprudente, es un desastre peligroso.

A este panorama no ayuda la situación de prohibición que se mantiene sobre las sustancias psicoactivas, y que favorece el secretismo y el acceso de cualquiera siempre y cuando pueda pagar a algún autoproclamado chamán. Por mucho que impresione la palabra (chamán) a ciertas personas, los conocimientos de estos tienen su ámbito de aplicación en la cultura que los ha generado. La "magía", las fuerzas de la naturaleza que explican los fenómenos que perciben los integrantes de una tribu amazónica, y esos enfoques con una cierta carga romántica, no tienen demasiado lugar en la mente y construcción de la realidad de un occidental -y son totalmente válidos para el indígena-.

Seguro que la imagen de un psicólogo de corte analista clásico, con su diván, tumbando en él a un indio con la cara pintada, la carcasa con flechas y los adornos propios de su grupo, preguntándole sobre como se desarrolló su infancia, la relación con su padre y su madre o sus pulsiones sexuales, nos parecería a todos ridícula y risible. Con toda razón, eso le es ajeno.

De la misma forma deberíamos contemplar, la exportación de contextos que no son significativos para nuestras vivencias como occidentales, por muy bonitos que nos puedan parecer.

Haber dado el paso de aceptar un enteógeno como parte de la cultura de un país (no sólo de la cultura indígena) es un paso valiente, que de ser bien llevado e imitado con las correspondencias adecuadas, puede y ayudará a situar el acceso a las experiencias útiles con enteógenos en el marco del ser humano occidental en la búsqueda de su propia espiritualidad o autoconocimiento.

P.S: Esperemos que esta vez, Gilberto Gil tenga más éxito que cuando ha pedido la legalización del consumo de cannabis. Es de esperar que así sea.

sábado, 10 de marzo de 2007

Una vocación gracias al azúcar

Para contar esta historia nos remontamos al año 1944.
Ese año aun daba sus últimos coletazos la segunda guerra mundial, y los USA habían entrado en la contienda contra alemanes, italianos y japoneses, en ayuda de una Europa ocupada inicialmente y más duramente tras la agresión japonesa sobre Pearl Harbour.




Un chico de 19 años, nacido en Berkeley (California), se encontraba sirviendo en el ejército usano, concretamente en las fuerzas navales. Se encontraba en una fragata que servía de protección para los barcos mercantes que atravesaban el Atlántico, cerca de la Azores que era el lugar donde reponían combustible los barcos y submarinos de ambos bandos, turnándose por días.

Sin un motivo aparente, este chico de nombre Alexander, comenzó a sufrir una infección en el dedo gordo de su mano izquierda. Como cuestión médica no era algo de especial importancia, pero una fragata no era el lugar adecuado para tratarlo, más allá de con antibióticos y algunos analgésicos. Con el paso del tiempo, la infección no remitía y se hizo patente que era necesaria una cirugía en su dedo, ya que la infección había afectado al hueso.

Cuando fue posible, Alexander fue trasladado a zona aliada en tierra firme, concretamente a Liverpool para que pudiera ser tratado. Pero por razones logísticas el hospital que podría tratarle se encontraba ya localizado en otra parte, más lejos de la costa. En poco tiempo fue llevado en ambulancia de Liverpool a Watertown, a un hospital del ejército.

Al llegar allí, una enfermera le dio un zumo de naranja para aliviar su sed. Pero Alexander detectó que había una fina capa de un solido cristalino sin disolver en el fondo del vaso.
Inmediatamente pensó, tal vez porque California es productora de buenas y dulces naranjas, que aquella sustancia en su vaso era algún tipo de medicación pre-anestésica o sedante, ya que iba a ser intervenido quirúrgicamente. Una maniobra propia del ejército, se le ocurrió, eso de dar un fármaco escondido en un inofensivo zumo para preparar al paciente ante la intervención.

Decidió probar su masculinidad y ejercer control sobre la situación y sobre la sustancia que le estaban administrando, luchando con su mente contra el efecto de la misma, y no dejándose afectar por ella. Quería ver si era más fuerte que ese fármaco, que evidentemente estaba ahí para dejarle inconsciente y facilitar la labor de los médicos que tendrían que intervenirle.
Él no se dormiría, aguantaría despierto pese a la droga que le habían echado en su zumo.

Y no fue capaz. Aquella sustancia fue claramente mas poderosa que su decidido control sobre la situación. Cayó en un profundo sueño, en un letargo semi-comatoso en el que cualquiera podría haber hecho lo que quisiera con él.
De hecho cuando despertó, ya había sido operado de su dedo infectado, y no recordaba ni las inyecciones anestésicas que le pusieron antes de iniciar la operación.

Después de aquello, hizo dos descubrimientos. El primero es que había poca comunicación entre la logística de los ejércitos aliados, y que eso le supondría tener que estar una temporada esperando su regreso a casa, mientras los habitantes de aquel lugar, al verle en el bar con su brazo vendado, le invitaban a unas rondas. ¿Qué menos podían hacer por alguien que había ido a luchar por ellos y había sido herido en su brazo?

El segundo descubrimiento marcó su vida.
Aquel fármaco anestésico que le habían dado camuflado en el zumo de naranja, era sólo azúcar.
¡Azúcar! Había sido enviado sin ser capaz de evitarlo al mundo de los sueños por un poco menos de un gramo de azúcar sin disolver.

El hecho de creer que un placebo como el azúcar era una potente droga narcótica, había sido suficiente para dejar fuera de combate a todo un chavalote que se había propuesto conseguir vencer el efecto anestésico del... azúcar.

Eso le hizo darse cuenta de que el principal factor en el efecto de una droga psicoactiva es la propia mente del sujeto que la recibe. Y lo que derivó de este suceso terminó por decidir cual sería su rumbo en la vida. En los años anteriores a su entrada en el ejército, en sus estudios pre-universitarios ya había elegido materias como química, matemáticas, física y psicología, con la secreta intención de poder hacer algún día sus estudios de química orgánica. También es probable que eligiera estas asignaturas porque eran las que se le daban bien: todas aquellas que seguían procesos lógicos y no se guiaban por normas arbitrarias, eran las que le hacían brillante.

Ese chico, que ahora tiene un pulgar izquierdo media pulgada más pequeño que el derecho, se llama Alexander Shulgin, y es el psicofarmacólogo y químico más influyente de los últimos 50 años en la escena de las drogas y del estudio de los estados alterados de conciencia.
Aquel shock del descubrimiento de que no había sino azúcar en aquello que le había provocado semejante reacción mediante la sugestión auto-inducida de que era una potente droga, le hizo decidir en aquel mismo momento y con total convicción, que las drogas serían las herramientas más interesantes para poder estudiar esos fenómenos en la mente, y que ya que esos procesos dependían de lo que ocurría en el cerebro, lo ideal sería convertirse en una mezcla de farmacólogo y psicólogo. Y así lo hizo.

Al volver del ejército, entró en la universidad y en 1954, con 29 años, se había doctorado en bioquímica, y completo sus estudios con post-doctorados en farmacología y psiquiatría.
Años después, a finales de los 50, tuvo su primera experiencia con un enteógeno: 400 miligramos de sulfato de mescalina.
Ese fue el gran último golpe de timón para un barco que ha marcado, a su manera, la vida y la conciencia de muchas personas con sus aportaciones y sus creaciones, algunas únicas y inexistentes en el universo hasta que sus manos y su mente las hicieron realidad.

Próximamente seguiré contando como este padrino de la MDMA y creador de la 2C-B ha vivido creando y luchando desde su lugar contra la ignorancia y el daño que crean al tejido social la perdida guerra contra las drogas, exportada desde su país el resto del mundo.