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lunes, 3 de septiembre de 2018

No sufras más: yo te receto heroína.



No sufras más: 
yo te receto heroína.



Tenía algo más de 22 años cuando tuve mi primera -y única- sobredosis "potencialmente letal" con opioides. En aquella época tenía un bar; un reducto antiprohibicionista (donde se consumían todo tipo de drogas sin restricción) y con la única norma de no molestar a otros clientes, consumieran drogas o no.

Uno de mis clientes -el dueño de otro bar, preso ahora por tráfico de drogas- un viernes se presentó y me dijo: “toma, este bote de metadona es para ti, que sé que te gustan mucho estas cosas de las drogas”. Yo le pregunté por qué me lo daba, y cómo es que no lo necesitaba él si estaba en un tratamiento de mantenimiento con metadona, y me dijo que ese finde iba “a ponerse” y pasaba de la metadona teniendo heroína a mano.

Aunque alocado por la edad, yo era bastante responsable en mis tomas de drogas sobre todo cuando eran “nuevas”, le interrogué sobre la dosis de metadona que había en dicho bote con un líquido transparente, y él no me supo contestar salvo con un dato: “es para una persona que tome mil duros (5.000 pesetas, 30 euros) de caballo [heroína] al día”


¿Qué sabía de la metadona yo? Pues mucho, había leído de ella, conocía la opinión de gente como Escohotado y en esencia, entendía su mecanismo de actuación (el mismo que el de heroína, morfina o codeína). Aún así cometí la terrible imprudencia de tomarme el botecito de un trago -con una persona haciendo de “niñera”, siempre parte de mi protocolo de seguridad a la hora de experimentar- pensando que, con mi experiencia en opiáceos (conocía opio, morfina, codeína y heroína) no me metería en una situación peligrosa; me equivoqué.

En menos de 30 minutos estaba vomitando hasta el alma -cosa que probablemente me salvó- y entrando en un estado de sobredosis de opioides intenso, en el que me costaba mantenerme despierto y en condiciones adecuadas. Avisé a mi cuidadora y le pedí salir a la calle (no existían los teléfonos móviles como ahora) para acercarnos a una cabina a llamar por teléfono a Cruz Roja y dar el aviso. 

Así lo hicimos y al cabo de 10 minutos, una ambulancia -sin médico- operada por voluntarios me estaba atendiendo. Yo, que era consciente de que lo que tenía era una sobredosis, estaba obsesionado por saber qué dosis era la que había en el bote, pero esas personas no podían acceder a dicha información tampoco y resolvieron con lo que su formación -o la falta de ella- les dictaba: “no creemos que estés en peligro porque la metadona la dan para curar heroinómanos, lo único que puedes tener un síndrome de abstinencia dentro de 3 días”.

Cuando escuché eso, de boca de alguien que venía en una ambulancia de Cruz Roja, me di cuenta de que carecían de formación para comprender que la metadona era un opioide mucho más potente y por ende más peligroso que la heroína, y que ni siquiera entendían el funcionamiento de los programas de mantenimiento con metadona ni la farmacología de esta sustancia. Viendo esto en quienes tenían que atender una urgencia por sobredosis de opioides, es fácil comprender esa sensación de “cura para la heroinomanía” con la que se percibía a la metadona, sin entender el mecanismo de esa “supuesta cura”


Posteriormente pasé de los “voluntarios de la Cruz Roja” y me fui en un taxi al hospital, en el que un médico me estuvo viendo y aunque determinó lo obvio (una intoxicación por opioides, metadona en ese caso) estimó, que gracias al vómito, no había absorbido una cantidad mortal de necesidad, y si bien no parecía tener necesidad de ser tratado con un antagonista (sobre todo por lo poco útil del corto efecto de la naloxona, el antídoto, que no llega a la media hora de duración en su efecto frente a las 72 horas de efectos de la metadona) necesitaba vigilancia por si evolucionase de forma imprevista. 

Me tiré 3 días -vigilado casi las 24 horas- que cada vez que me fumaba un porro (por sinergia entre los cannabinoides y los opioides), caía dormido encima de la cama sin poder hacer nada para evitarlo. Fue el colocón más largo de mi vida y el que más cerca estuvo de matarme: metadona, la “cura” para la heroína.

¿Que busco señalar al contar esto? El común error de pensamiento de que dicha “cura” es inocua o algo distinto a lo que “pretende curar”. La metadona y la heroína son -en esencia- la misma cosa y producen -en esencia- los mismos efectos, pero mientras que los de la heroína duran unas horas, los de la metadona duran varios días.

La metadona es mucho más potente, peligrosa y de difícil manejo que la heroína como fármaco (en Reino Unido, la heroína se emplea como la morfina, pero la llaman diamorfina) por su alta impregnación y duración en el cuerpo humano. Su ventaja es precisamente esa misma: la larga duración, de días, que evita que la persona tenga que “drogarse” cada pocas horas, dándole una droga que dura muchas más horas y hace esencialmente lo mismo en tu cuerpo. 

Pero recuerde esto el lector: aparte de su duración -y de que se administra en un centro y tratamiento (es pura)- no tiene ventajas frente a la heroína -mucho más segura a nivel orgánico como fármaco- sino desventajas (empezando por su duración).

Dicho de otra forma, cuando damos metadona a un adicto a la heroína, es equivalente a suministrar vodka a un adicto a beber vino, o de mantener lejos de la cerveza a una persona a base de tenerla saturada de ginebra. ¿Tiene ventajas? Sí, para algunas personas muchas porque cada caso es único y, en algunos casos, un tratamiento de mantenimiento con metadona puede ser la clave para encauzar la vida de una persona (permitirle tener horarios y vida normales, sin tener que buscarse la vida para pagarse la droga y no entrar en un doloroso "mono"), pero en otros casos no es así y no basta con ese opioide y esa pauta de administración.





Para esos casos que parecían no tener salida con los tratamientos más habituales (metadona y buprenorfina mayormente) se crearon los programas de mantenimiento con heroína, en los que la sustancia usada como fármaco es la propia heroína de manera que ir a comprar la sustancia al mercado negro, carece de sentido. De esa forma, el paciente recibe una serie de dosis controladas de diacetilmorfina (nombre farmacéutico de la heroína actualmente) de la misma forma que a otros les dan su metadona o su buprenorfina

Esos programas han sido llevados a cabo en diversos puntos del planeta, España incluida como una de las pioneras gracias al trabajo de Joan Carles March en Granada. Los resultados de los ensayos clínicos llevados a cabo con heroína como fármaco, han sido muy positivos en todos los casos donde se han permitido, y eso llevó a algunos médicos que trabajaban con adictos a opioides/opiáceos en Canadá que, igual que su vecino USA está sufriendo tasas altísimas de sobredosis y problemas con este tipo de drogas, a pedir heroína para un grupo determinado de pacientes.

Esto no pasó de la noche a la mañana. Se pidió el acceso a la heroína para 21 participantes que resultaban “adecuados” de un estudio de 202 adictos (de nombre SALOME) a los que se había estado manteniendo -en condiciones de doble ciego- bien con heroína o bien con hidromorfona inyectable, cuyo efecto es muy similar al de la heroína, que se les administraba 3 veces al día bajo estricto control médico

Aún así, desde el estudio ya concluido se pedía que se abriera el abanico de opciones terapéuticas para que los médicos tuvieran herramientas útiles, como la hidromorfona inyectable, para quienes no resultaban beneficiados por otros tratamientos. Como prueba del buen funcionamiento del tratamiento, el equipo activó una línea de rápida de teléfono para cualquier tipo de problema (médico, criminal, legal) relacionado con el estudio SALOME o cualquiera de sus participantes: nunca recibieron ni una sola llamada.

Tras el estudio, se cursaron una serie de peticiones bajo la cláusula SAP o Programa de Acceso Especial por el que los médicos de Canadá, cursando unas solicitudes que deben ser aprobadas con mucho trámite pueden solicitar fármacos que no tienen en su farmacia, cuando una condición o enfermedad ponga en peligro la vida del paciente

Los expertos médicos consideraron que el riesgo de recaída en el uso de heroína callejera, especialmente en estos momentos que la heroína les llega adulterada con fentanilo, era una condición que ponía en peligro la vida del paciente, y dieron el paso de cursar esas 21 peticiones para que sus pacientes fueran tratados con heroína farmacéutica o diacetilmorfina.

Y aquí llegó el problema. Esas peticiones, de largo trámite, repentinamente fueron aprobadas por la maquinaria burocrática de Canadá: se iba a dar heroína -como tratamiento de mantenimiento no experimental (eso es importante)- a 21 pacientes

Los departamentos del ministerio sanitario del país dieron curso a la petición, tras comprobar los requisitos, y entonces ocurrió lo que no es sencillo de entender sin una aproximación “moralista e ignorante” por parte de sus principales actores: la entonces ministra y actual jefa de la oposición -Rona Ambrose- bloqueó el acceso a la heroína farmacéutica como tratamiento, haciendo una modificación en la ley de manera que esa sustancia no pudiera utilizarse.

¿Quién es una político para tomar una decisión médica, contra sus propios expertos? La dama en cuestión es la bulldog del partido conservador por aquellos lares -ahora en la oposición- que antes de irse del convento, como dice el dicho, se cagó dentro. Le quedaban unas semanas para tener que dejar paso al nuevo gobierno de Justin Trudeau, y con un par de ovarios emitió una declaración que textualmente decía: “El primer ministro [Harper] y yo no creemos que sea actuar en beneficio de quienes sufren adicción a las drogas, darles las propias drogas a las que son adictos.”





¿Y qué culpa tienen los adictos, los participantes en los ensayos médicos, los doctores y los expertos en este área de que tú -y el primer ministro conservador de turno- creáis algo que sólo demuestra que sois completos ignorantes? Ninguna, pero aquí es donde colisiona la política con la ciencia: aceptar que dar heroína a una persona es un tratamiento adecuado para salvarle la vida, contradice todos los postulados conservadores contra las drogas, a través de la sustancia más mitificada y demonizada de todas: la heroína. 

Con intención de sacar rédito político, esa meapilas ignorante y su jefe, quisieron dejar una piedra prohibicionista que alargase la interminable agonía de la guerra contra las drogas, incluidas para su uso médico; les dio igual que por medio se llevasen las esperanzas de 21 enfermos de recibir un tratamiento correcto y que les evitase entrar en situaciones que pusieran en peligro sus vidas.

De esas 21 personas privadas de lo que sus médicos creen que es su mejor opción, 5 de ellos se decidieron a demandar al estado por bloquearles el acceso a la heroína farmacéutica como medicación necesaria en un trastorno que les pone en peligro real de muerte. Y este es el punto en que se encuentra el intento canadiense de iniciar el tratamiento de mantenimiento con diacetilmorfina, a pesar de que es un fármaco sobradamente conocido y con menores riesgos a nivel farmacológico y claras ventajas en el proceso de adicción a opiáceos frente a la metadona. 

Son cinco adictos crónicos, refractarios a otros tratamientos, que no quieren morir un día de un mal chute. Y esto es lo que les exige el sistema, tener que demandar al estado para que -un día, que deseamos cercano- su médico les pueda decir: 


"No sufra más,
yo te receto heroína."


Este texto fue publicado en Cannabis.es originalmente.


lunes, 22 de septiembre de 2014

Drogas y pena de muerte: la paradoja del activismo dañino.


Este texto fue publicado por la Revista Yerba.
Espero que os guste. :)

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El gallo de Sócrates.


“Critón, debemos un gallo a Asclepio, no olvides pagar dicha deuda” dijo y después no hablo más.

Así han pasado a la historia las últimas palabras de uno de los condenados a pena de muerte más famoso de todos los tiempos. La interpretación clásica que hace la filosofía de dicho momento es que Sócrates expresaba de esa forma un cierre con su existencia en la que dejaba todos los asuntos zanjados, a la usanza de los testamentos clásicos.

¿Fue así? Hagamos un rápido repaso al asunto. Un “más que chulo” Sócrates se enfrenta con el poder y el poder le somete a juicio, pero cuando quienes le juzgan -por temor a una revuelta popular- le están intentando librar de la condena, el caballero se arranca y les espeta en la cara que “no sabe de qué cominos le tienen que perdonar a él, cuando lo que deberían hacer es darle un premio por sus actos” y listo: condenado a pena de muerte por abrir la boca. 




Aún así, esperando el momento de su ejecución, Sócrates cuenta con una posibilidad de huida que rechaza, y acaba llegando voluntariamente al momento del gallo tras tomar la cicuta que le mataría momentos después.

Una vez ya tapado en sus últimos instantes esperando la agonía, decide descubrirse, mostrarse a los discípulos que le acompañaban en ese último momento y dejar ese recadito para Asclepio

¿Os suena el simbolito? 
¿Os recuerda a algo, aparte de al Tío la vara?


¿Y quién era Asclepio? Pues Asclepio era el dios griego de la medicina, ni más ni menos. Vale que Sócrates quisiera dejar sus cuentas zanjadas. ¿Nadie ve ahí un cierto sarcasmo en un tipo que podía haberse librado de la pena de muerte -varias veces- pero fue tan chulo que prefirió morir delante de todos? Yo sí. 

Te estás muriendo en aplicación de la pena de muerte y tus últimas palabras son que le ofrezcan un gallo al dios de la medicina. ¿Estaba agradeciendo una buena muerte de forma sincera? Tal vez. Lo cierto es que no tenemos una certeza ni del momento ni de sus exactas intenciones y todo queda a la interpretación de cada cual.





¿Cómo era la muerte 
a la que 
se enfrentó Sócrates?


La muerte por cicuta no es una muerte agradable: fuertes mareos, vómitos y dolores mientras una parálisis va comenzando por extremidades hasta ahogar a la persona -que se va poniendo de color azul-  paralizando todas sus funciones básicas. Por eso a Sócrates se le administró a la vez un paliativo a base de plantas que, casi con toda probabilidad, incluiría opio y puede que solanáceas para ayudar a la persona en el tránsito hacia la muerte, aunque se desconoce el contenido exacto.

Como se pudo notar -más que de sobra- que no era la intención de Sócrates librarse del castigo, se le dejó salir a morir caminando, con sus discípulos más queridos, hasta que tuvo que echarse a un lado del camino porque su organismo colapsaba en un estado de vértigos y ahogo.



Y en ese momento le recuerda a Critón, su querido discípulo, el gallo debido como ofrenda a Asclepio, dios de la medicina o de lo que era lo mismo en aquella época: del uso de plantas para ayudar a vivir y a morir. ¿Ironía? ¿Sarcasmo? ¿Agradecimiento real? 



De la Grecia clásica 
al Texas de 1977 
en los USA.


En este salto de muchos siglos, la pena de muerte es algo que nunca se ha dejado de aplicar, prácticamente en todos los países del mundo. Los métodos que el ser humano ha usado para dar muerte a sus semejantes condenados han variado desde el desmembramiento por 4 caballos, a ser colgado de un árbol o una grúa, a ser apedreado/a hasta la muerte por traumatismo, al pelotón de fusilamiento o a nuestro hispánico 'Garrote Vil'.


España exportando lo mejor de la tierra.


En ese año de 1977, un examinador médico del estado de Oklahoma, de nombre Jay Chapman, propuso lo que desde entonces es conocido como el 'Protocolo Chapman': una forma menos dolorosa para aplicar una sentencia de muerte basada en los conocimientos médicos y recursos farmacológicos que teníamos. 

Jay Chapman

El protocolo eran las directrices para poner un suero intravenoso en el brazo del reo y, en el momento dispuesto, inyectar una dosis anestésica de un barbitúrico de acción ultra-rápida, seguida de un paralizante muscular que detiene la respiración y de una dosis de cloruro potásico que detiene el corazón.

Las razones que motivaron este cambio eran de tipo humanitario: vamos a matar al reo, pero no hay necesidad de hacerlo de una forma que cause un daño innecesario. Así que el protocolo fue ajustado por un médico anestesista -los que tienen la llave de la vida y la muerte- e impulsado hasta convertirse en ley por un “hombre de Dios” llamado Reverendo Bill Wiseman. 

El Reverendo Bill Wiseman.


Es decir, entre dos médicos y un cura habían creado la inyección letal como “la menos mala de las formas de matar” y fue Texas el primer estado en adoptar la nueva forma ejecutoria en sus disposiciones legales y el primero en aplicarla sobre un ser humano: el 7 de diciembre de 1982 moría el primer reo con la muerte -como castigo- menos cruel que se podía aplicar sobre un ser humano.

Obviamente no era el primer humano que moría tras administrarle una inyección mortal: los nazis hicieron todo tipo de pruebas con prisioneros, entre las que se incluían inyecciones de gasolina como experimentos médicos. ¿Repugnante? Sin duda. Pero a USA no le vinieron mal todos los datos extraídos de la experimentación nazi sobre humanos y los usó para propio interés. Sin embargo esa ola de caridad a la hora de matar a un ser humano se extendió pronto por todo el país, hasta el punto de que en el año 2005 todas las ejecuciones realizadas en USA fueron con dicho método.



Causa causatis causa causae 
o “lo que causa la causa 
es la causa de lo causado”.


A la vez que USA desarrollaba un método para matar de forma menos cruenta, sus colegas ingleses rechazaban la idea de matar personas con una inyección, más que nada porque no les parecía ético y que dicha acción violaba los principios médicos que se suponen están enraizados en la propia medicina, como el precepto de “primum non nocere” o “lo primero es no causar daño”.
Ellos preferían seguir haciéndolo de la forma tradicional: con la horca o a tiros.


Método civilizado 
donde la medicina no tiene lugar 
para ayudar a la muerte.


Es cuestionable que dentro de la raíz de la medicina no se encuentre el facilitar la mejor muerte posible a una persona que enfrenta dicho trance, por la razón que sea: la muerte de Sócrates es un buen ejemplo de ello. Pero esa fue la postura inglesa en una Europa que empezaba a asentarse en cauces menos violentos y que progresivamente iba tumbando las leyes sobre pena de muerte. En España se retiró el 'Garrote Vil' y dejamos de matar con la llegada de la democracia aunque la pena de muerte en nuestro país siguió vigente algunos lustros dentro del código penal militar.

En el empeño que tiene el ser humano de hacer que los demás vivan a la manera que a cada uno le es propia, Europa y su activismo enfrentó la pena de muerte en el mundo. Con toda razón: las cifras son terribles y las razones para matar, aún peores. Tenencia de drogas, disidencia ideológica, homosexualidad... un bochorno para todo el ser humano escribir en nuestra historia que matamos por esas razones, entre otras. Y es cierto que Europa lidera muchas de las causas más nobles de derechos humanos que hay en el planeta, pero a veces no lo hace de la mejor manera y esta vez han patinado.

El activismo europeo contra la pena de muerte, hace algunos años eligió como uno de sus objetivos a presionar y atacar a los laboratorios farmacéuticos que fabricaban “las medicinas de la muerte”. Flaco favor le hicieron a muchos seres humanos condenados a morir en USA con dicha acción.



A los laboratorios farmacéuticos pronto les llegó la noticia de que intencionadamente se pretendía asociar sus nombres con la muerte, de manera que se les perjudicase económicamente. Dicha acción pronto contó con una reacción: los laboratorios se empezaron a distanciar del asunto.

¿Por qué si las farmacéuticas no tienen escrúpulos decidieron retirarse? Porque no son tontas y matar no da dinero. El principal objetivo de los grupos activistas fueron los productores de barbitúricos, que a día de hoy son fármacos con muy poco uso fuera del entorno hospitalario porque fueron superados por las benzodiacepinas en el manejo de la ansiedad y los trastornos de corte neurótico, incluidos los trastornos del sueño. 



Hace falta más cantidad de droga para una operación quirúrgica larga que para matar a una persona, y se hacen muchas más operaciones de todo tipo en los quirófanos del mundo que en las salas de ejecución. Los barbitúricos, que son drogas que tienen la “virtud” de matar con facilidad, eran la principal vía de suicidio para muchas personas que no encuentran el apoyo legal para poder morir de una forma digna en tiempo y modo. 

Países como Bélgica que son punteros en la aplicación de la eutanasia (buena muerte) tienen al barbitúrico y al resto de drogas usadas prácticamente igual que las de una sala de ejecución, pero la realizan en un entorno más adecuado.



Acción y reacción.


Cuando los laboratorios farmacéuticos -que son los mismos en USA que en Europa- vieron que la mala prensa les podía causar pérdidas, poco les importó la calidad de la atención al reo: se volvieron muy reticentes a darle al gobierno drogas que fuera a usar para matar aunque las mismas se las seguían dando a hospitales porque tienen idéntica necesidad en su uso. 

El gobierno USA se vio en un momento corto de suministros y decidió probar con otras formas de matar, siguiendo la linea de la inyección letal. Existen cientos de fármacos que pueden causar la muerte, y se puede hacer durmiendo a la persona primero, lo que en esencia era la idea humanitaria del 'Protocolo Chapman'.

A nivel médico, no es necesario contar con barbitúricos para provocar una muerte, sino que existen otros protocolos que sirven. La fórmula de la 'sedación paliativa' (con cierta carga como eufemismo) se basa en usar una benzodiacepina, de acción hipnótica como el midazolam, seguido de una dosis de opioides que va sumiendo a la persona en un sueño cada vez más profundo hasta que muere. 



Es un gran método para dar una eutanasia asistida en un hospital, pero muy poco acertado para una sala de ejecución por la razón de los tiempos de acción de esas drogas en las distintas personas con distintas tolerancias. Eso no ocurre con los barbitúricos, ya que la dosis letal no aumenta al tener tolerancia y es uno de sus principales peligros en el uso médico, además de la razón de la muerte de Jimi Hendrix.

El concepto de eutanasia choca con el de la ejecución rápida, en la que el estado representado por las autoridades, parte del jurado, testigos, familia y hasta prensa se encuentran reunidos para matar, en un acto que cuanto más rápido sea mejor, y eso es lo que importa. 




Así que aunque el gobierno USA abrió la vía legal para matar a los reos con lo que sería similar a una sobredosis de heroína (legal) con benzodiacepinas para ayudar se topó con que pocas cosas son tan rápidas para matar como su antigua fórmula y que la nueva fórmula de inyección letal funcionaba muy bien en algunos casos, como el primero en el que fue aplicada en el año 2009 en el que terminó con la vida de la persona en 10 minutos, y tremendamente mal en otros. 


Del gallo socrático 
al último sarcasmo letal.

Clayton Derrell Lockett no parecía un buen tipo. Condenado a morir en el año 2000 por violación, sodomía, secuestro, asesinato con ensañamiento y enterramiento ilegal, fue alargando su vida a base de apelaciones y recursos como el resto de condenados que esperan en un ala de una cárcel para ser ejecutados. Le llegó su día el 29 de abril de este año. 

El reo ejecutado en la paradigmática carnicería.


Los activistas europeos contra la pena de muerte habían conseguido la retirada total del barbitúrico de las salas de ejecución, con apoyo de la presión en USA contra la pena de muerte. Pero lo que no habían conseguido eliminar, era la propia pena de muerte: a Clayton no le hicieron un favor con su lucha.

En lo que ha pasado a ser el paradigma de una ejecución totalmente chapucera este fue el relato de lo acontecido. Llevan al reo a la sala y se le pone en la camilla, se le ata con correas de cuero de manera que no pueda moverse, o lo haga lo menos posible.



Se atraviesa su piel con una aguja directa a su vena. Se le inyecta una dosis mortal de midazolam e hidromorfona. Un problema en la elección de la vía (vena) acaba con una situación en la que las drogas inyectadas se ven incapaces de alcanzar un nivel adecuado en sangre por un bloqueo. El reo es declarado inconsciente. A pesar de ello, el reo se retuerce, gruñe e incluso habla durante todo el proceso intentando librarse de las correas de cuero en su enfrentamiento con la muerte.

Tras más de media hora, el proceso de ejecución se detiene por orden del médico responsable. Una vez detenida la ejecución del reo, las drogas y el esfuerzo vivido provocan al reo un paro cardíaco que lo mata. El reo no era buena persona pero, como sociedad, no parece que sus asesinos fueran mucho mejores.

El escándalo que provocó la carnicería que montaron para matar a Clayton ha tenido consecuencias importantes para la pena de muerte en USA. No se alegre todavía, no es lo que lo que piensa: a final de mayo de este año el estado de Tennessee adopta una ley que permite volver a ejecutar a los reos mediante la silla eléctrica y otros estados dan pasos para volver a introducir los pelotones de fusilamiento. 



La silla eléctrica se presenta como la mejor solución en USA solución a la falta de drogas, artificialmente creada por el activismo desde Europa, para matar adecuadamente. 




Sí: las drogas sirven para matar tanto como para curar. El activismo mal planteado en Europa ha conseguido que los reos no puedan morir de forma rápida y bajo anestesia, regalándoles la doble condena de saber que morirán con miles de voltios atravesando su cráneo, cerebro y con todos los músculos de su cuerpo en agónicos espasmos hasta quemarles por dentro. 

¿Era esta respuesta la que buscaban? 

Hay más humanidad en 
el 'Protocolo Chapman'.