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martes, 5 de septiembre de 2017

Profesionales de la salud y drogas.

Este texto sobre profesiones sanitarias y drogas fue publicado en la revista VICE. Esperamos que os guste y que os deje claro que los que más drogas toman son esos profesionales de la salud... "ajena".

Aquí el que no corre vuela, nadie vuela recto, y pájaro que no vuela... a la cazuela!!

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Profesionales de la salud y drogas.

No olvido -ni creo que nunca lo haga- la cara, el cuerpo y la voz del primer “practicante” (como se les llamaba en los 80) que conocí. Se llamaba Carmelo. Su nombre en mi casa era la representación del terror hecho chuta. 

Todavía no se debía estilar mucho lo de las jeringuillas desechables de un solo uso, porque no sólo llegaba a tu casa una especie de ogro enorme y calvo, con una voz gutural como el eco del infierno, sino que tenías que pasar el trance de ver cómo se preparaban los instrumentos para tu tortura. Ahora suena raro eso, pero antes veías como esterilizaban la jeringuilla de cristal y las agujas ya clavadas en otros con alcohol ardiendo en un recipiente....




Ese ritual, el ogro Carmelo, el olor a alcohol caliente, la visión de la aguja, tus padres sujetándote y tú gritando como un poseso para que al final te trincasen bien (era un mierdas de 5 años, uy si no....) y te metiera una banderilla -con mucha malaostia- un tipo que era el que pinchaba a los militares y a los pobres seres humanos que eran forzados a hacer el servicio militar obligatorio o "mili" (a la que yo fui insumiso).

Creo que si no me gusta mucho pincharme drogas, cuando no tengo reparo alguno en tomarlas por otras vías, responde a criterios de “esterilidad y pureza” de las drogas pero también a un cierto miedo incrustado en el desarrollo y la infancia. No me gustan las agujas, me recuerdan a Carmelo, y me asusto. Así de triste infancia, sí. 

Como Carmelo se convirtió en un recurso usado en mi casa de forma rutinaria (desde un aceptable “si no te tomas la medicina, vendrá Carmelo” hasta un chantajista “si no te tomas la sopa te pondrás malo y vendrá Carmelo”) pues es un personaje que en cierta forma seguí. En el barrio no somos muchos y nos conocemos todos, así que años después, en plena “new wave prohibicionista de la heroína como droga lúdica” en la que palmaron tantas personas en España, supe que era un tipo muy cotizado. 

Cuando hablaba con los colegas, consumidores de heroína con 13 años y mencionaba a Carmelo (que era conocedor de casi todos los culos y brazos de mis colegas) había un curioso silencio en el aire y alguna que otra bala perdida en forma de risotada. 

El tipo era un crack en esto de ponerte unas flautas de coca y caballo acojonantes, con la “seguridad añadida” de un profesional de la salud, y asegurándote higiene y nada de marcas jodidas de explicar.

Contactar con él para esos servicios, requería de un nivel que yo por aquel entonces ni tenía ni aspiraba a tener, pero era el enfermero que ayudaba a drogarse, con cuidados propios de un profesional, a muchos yonquis de los que puedes imaginar con esa palabra, y a otros que no imaginas. A la vez que se hacía sus extras con la peña, llevaba el “mantenimiento” de algunos “eliteyonquis”, profesores de la Universidad y médicos del Hospital Clínico. 

Era un tipo discreto, que había visto mucho y conocido mucho. Era esencialmente pragmático: él ganaba un dinero por sus servicios y prestaba una atención de calidad sanitaria. Posiblemente la primera persona de mi vida que estaba implicada en Reducción de Riesgos en drogas, aunque el término no debía ni existir en aquella época.

Si él consumía o no drogas de alguna clase, es algo que creo que nadie sabe a ciencia cierta, pero que las conocía todas mejor que los propios médicos -bastante torpes a la hora de gestionar sus hábitos- era algo aceptado por todos los que le conocían. Pocos doctos doctores contradecían una opinión de este enfermero.

Dentro del área de consumidores de drogas en las profesiones sanitaria, tenemos algunos curiosos grupos, que en cierta forma tienen que ver con el contacto (accesibilidad) a las drogas usadas. Los menos yonquis -por decirlo de alguna forma- son el grupo de podólogos, terapeutas ocupacionales, fisioterapeutas y psicólogos clínicos. 

En principio, ninguno de ellos tiene acceso a las drogas que usen sus pacientes o a un almacén, por la actual ley al respecto. Los terapeutas ocupacionales y los psicólogos pueden tener un mayor contacto con población consumidora de droga, e incluso supervisar sus consumos en un lugar concreto, como una “Sala de Venopunción Asistida” o en una casa de acogida dentro de un modelo de “contexto de baja exigencia” en el que se tolera el uso de drogas dentro de ciertos parámetros, como forma de poder actuar -en otros campos- sobre la persona y su salud biopsicosocial. No son de los más yonquis, pero sí de los más tolerantes.

Ascendiendo un poco, encontramos a los enfermeros. En este grupo se nota mucho la especialidad de cada uno, y es probable que uno de enfermería pediátrica no recuerde ni qué es la codeína ni para qué se usa, mientras que los de oncología e intensivos, saben administrar microdosis de las drogas más pintorescas por las vías más raras, con gran maña para revertir depresiones respiratorias a tiempo. 

El roce hace el cariño, y en este grupo tengo grandes amigos que también prestan servicios (no tan profesionalmente como Carmelo en los 80) con sus artes en poblados y casas, porque además de enfermeros son consumidores. Muchos no consumían en inicio drogas sacadas de su trabajo, sino que el hecho de saber inyectarse y de tomar drogas por otras vías, les llevó a ello. Y son enfermeros en activo, que hacen correctamente su trabajo en el hospital o clínica. Como otros muchos, si les cae algo interesante que tomar en sus manos, se lo cogen para “investigación personal”. 

En este punto quiero citar a un gran amigo que, conocedor del propofol y de su capacidad para inducir sueños de tipo erótico y muy placenteros, estuvo a punto de matarse y hubiera sido el primero en España imitando a Michael Jackson. Le pude detener justo antes de que diera el paso, razonando con él por internet, haciéndole ver que si se clavaba la chuta sin alguien consciente controlando, lo más probable era que muriese. ¡¡Le podían las ganas al muy cabrón!! Ciertamente, yo también tengo ganas de meterme propofol, pero con un anestesista al lado (los mejores gestionando drogas, con la vergonzosa excepción del yonqui Maeso), mucho mejor.


El yonqui Maeso que contagió la hepatitis C 
a cientos de personas, 
por pincharse primero él con los opioides 
y luego a sus pacientes, en un hospital público... 


Luego están los farmacéuticos, que tienes de los dos tipos: los que no se drogan o los que se lo comen todo. Intercambio “regalos” con “farmas” de todo el continente, y son buenos profesionales con formación para elegir con cabeza. No he conocido a ningún farma que acabase por el mal camino y “con la incapacidad” por consumo de drogas o de alcohol (otro clásico de la medicina). Son grandes educadores, al mismo tiempo, que deberían ser más escuchados por la clase médica.

Y llegamos al top de los grandes: los que tienen el poder:  los médicos. También se podrían repartir en especialidades, pero sin embargo en estos el vicio es bastante transversal. El hecho de poder disponer de recetas que no levantan sospecha alguna para los fármacos no estupefacientes (de receta normal) y de poder usar también, como médicos, los estupefacientes disponibles, les da acceso a morfina y opioides a tutiplén, a estimulantes como el metilfenidato o la dextroanfetamina con lisina que ahora han introducido de nuevo en el mercado (Elvanse) y a todo lo que puedan coger de la farmacopea legal. No me extraña mucho que tengan tanto vicio los cabrones, tras haber leído a Escohotado contar como la mayoría de grandes médicos anteriores a la prohibición de las drogas, eran generosos consumidores de las mismas (de los de 5 gramos de morfina por vena al día) sin que esto les supusiera ningún problema para el ejercicio ni un estigma que les apartase de su trabajo.


Aquí un honrado anestesista, 
no un yonqui de esos que pueden hacerte algo 
y pegarte el SIDA si te escupen... :P


Un conocido psiquiatra de mi ciudad consume una caja diaria de metilfenidato, que compra en mi misma farmacia. ¿Consume? 

Teniendo en cuenta que se cotizan bien esas pastillas por los estudiantes de la ciudad, no creo que se coma 30 pastillas cada día, pero compra una caja diaria. 

Lo que no es sencillo es ver psiquiatras en ambientes más marginales como las casas o los poblados. Tampoco médicos en activo, que suelen ser atendidos en los puntos de venta de droga más selectos de la ciudad (especialmente cocaína pero también heroína) de la misma forma que cuando “algunos del ayuntamiento” se quedan sin farlopa: la casa se cierra poco antes de su llegada y se le atiende sin que nadie le vea. Normalmente de madrugada. Si alguien viera o dijera algo, por ver entrar a un médico de noche en una casa, siempre puede quedar cubierto como una urgencia que tuvo que atender. Pero la realidad es que finalmente se sabe quienes son, porque cuando la urgencia te empuja a tener que pillar a las 4 de la mañana y no esperar que algún “tele-droga” te lleve el tema a tu casita para no dar el cante, es que empiezas a estar algo pilladete... amigo médico.

Son estos últimos los más reticentes a aceptar su contacto con drogas, legales o no. El estatus social se lo pone más difícil. Recuerdo a mi psiquiatra, fundador de Alcohólicos Anónimos en mi zona, al que le gustaba el whisky cosa mala y me quería enseñar a beberlo, para que no tomase opiáceos. Cada maestrillo con su librillo, ¿no?

Además pude conocer por él -sin nombres- el historial de muchos profesores y médicos que él supervisaba por razones legales

No olvidaré el día que me dijo, charlando de cultivo de cannabis, que cierto médico tenía una habitación de casa llena de focos y marihuana. Le contesté que no era un mal hobby. Me dijo que en la habitación de al lado, coleccionaba bragas usadas, juguetes sexuales usados por prostitutas y armas blancas usadas en crímenes

Le pregunté cuál era su especialidad: 
bioética, contestó con una sonrisa giocondesca...



miércoles, 22 de marzo de 2017

Chucherías con drogas para los niños.

Este texto fue publicado en el portal Cannabis.es y esperamos que os gusten las chucherías con drogas para los niños que nos prepara la farmacia.

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La cosa tiene su gracia.
Media vida viendo a los que iban ciegos de MDMA, o de anfetamina en cualquiera de sus variantes estimulantes, que no podían parar con la mandíbula quieta por el subidón, mascando chicle para “suavizar” el bruxismo generado por la ansiedad que produce, y ahora algún genio del marketing ha tenido la gran idea: “coño, vamos a ponerlos juntos y así podremos cobrar una nueva patente...”.
Exacto. De eso va este texto, de patentes y dinero. De población usada como objetivo contable, de políticas de salud y criterios médicos que se han prostituido para servir -sin esconderse demasiado al hacerlo- para servir al interés del que, al final, hace caja: la industria farmacéutica (que no es más que una de las muchas caras de la industria química).


Es importante hablar las cosas en orden, y lo primero es recordar por qué estamos aquí: por dinero.
Y que lo que en realidad importa bastante menos -no me atrevo a decir que no importa del todo- es lo que tenga que ver con la salud. Por supuesto, que nadie crea que la industria farmacéutica (entiéndase en este artículo como “los jerarcas de la BIG PHARMA internacional”) quiere personas enfermas, porque eso no es así.
Una persona enferma compra fármacos que -aquí en España- subvenciona el estado con impuestos de todos, pero una persona enferma es un cliente que “no es productivo”. Lo ideal, es conseguir una población de gente sana y feliz, y ser tú quien les des los productos necesarios. Ya, farmacia y enfermedad, hace tiempo que quedaron desvinculadas, y no pensamos que alguien esté enfermo cuando va a la farmacia a por condones o a por el anillo anticonceptivo. El modelo del cliente, sano y productivo, renta mucho más a la larga.

Y el otro gran target u objetivo, son los niños. 
¿Por qué? ¿Y por qué no? 

Todos los padres de buen corazón a quienes el médico les recomiende una medicación para un hijo o hija, se quitarán de comer si hace falta para comprarla. Si el que se lo recomienda, es un médico convencido de que está haciendo lo correcto, todo irá mucho mejor (nuestros cerebros reconocen cuando alguien dice lo que cree o miente, aunque no nos demos cuenta conscientemente). Y si rematas con un dependiente de farmacia, que ha estudiado como un animal para tener ese trabajo, y él simplemente tiene como función la dispensación del fármaco y la información referente a su uso, que también es labor del médico, complementada con el farmacéutico como apoyo.

Los niños molan.
Lo saben los de la BIG PHARMA, tanto como lo sabía Michael Jackson aunque sean lo mismo. En este caso, lo niños les molan por eso: sus padres SIEMPRE PAGAN el rescate. Así que, como empresas que son, cuando se les fueron acabando los beneficios de las patentes de los “realmente nuevos” fármacos que desarrollaban, buscaron otros nichos y dieron con el de los niños y el TDAH.
Hace 30 años, el número de niños en todo el planeta, diagnosticados de TDAH (o Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad) eran un chistecito. Yo, en toda mi vida (en entorno educativo), no creo que haya visto más de 5 casos de personas que sí necesitaban realmente una ayuda química, porque realmente tenían un problema que era INTOLERABLE y denigraba sus vidas a puntos insoportables.
Conviví -durante años- con uno de los primeros casos diagnosticados de España, en el aula y también fuera de ella. La diferencia en su caso, era como la de tener un gorila nervioso frente a ti (no era grande, era su actitud) a tener una persona amable, calmada, educada... y feliz porque no sufría.
Al resto, a los que no sufríamos de una forma desmedida y sintomática del problema que sí tenían quienes -realmente- sufren ese trastorno, nos llamaban otras cosas mas comunes: revoltosos, traviesos, superdotados, cabrones, insoportables, malditos-críos-de-mierda-quién-me-mandaría-hacerme-maestro.... etc, pero en ningún caso nos consideraban enfermos. Eso era por los años 80 en España.
Con el desembarco y abordaje de la TDAH, en USA se ha llegado a hablar de un 15% de la población que sufría ese trastorno. ¿Cómo es eso? ¿Cómo se pasa de que algo sea un trastorno (idiopático, propio e innato) muy poco frecuente, a que sea tan frecuente como es el porcentaje de personas con alguna clase de problema relacionado con ansiedad (de fobia social a insomnio)?
El porcentaje de personas que sufren un trastorno, severo y crónico, de tipo psicótico como la esquizofrenia -si no me equivoco, ya que cito de memoria- viene ser constante e igual a través de las distintas culturas, y está entre el 2 y el 3% de la población. ¿Cómo hemos pasado de que hubiera muchos menos casos de TDAH (en niños y en adultos, que fue la siguiente jugada) que de esquizofrenia y, en apenas 20 años, ahora sea el diagnóstico rey en las consultas pediátricas?
No existe una explicación cómoda y dentro del marco de la salud para este asunto, y la explicación es económica. Las enfermedades también se crean y fabrican. En este caso, se usó el TDAH para el target de los niños de la misma forma que se usa otro trastorno - que es, cuanto menos, muy dudoso para vender “la viagra rosa” o “Trastorno de deseo sexual hipoactivo premenopáusico” (flipa con el nombre e imagínalo en la boca de un médico) o, abreviando también, TDSHP para las amigas que se lo crean.
De hecho, aunque los padres no dudan en dar lo que el médico diga a sus hijos, algunos de ellos empezaron a preguntarse sobre el sentido de dar “anfetaminas” (el metilfenidato, compuesto principalmente usado en el TDAH, no es una anfetamina ni en su estructura química ni en su mecanismo de actuación, que es más parecido al de la cocaína) a niños en desarrollo, cuando la teoría siempre dice que como norma general, hasta que no se es adulto, no se deben usar drogas psicoactivas potentes, y el metilfenidato lo es. RubifenConcertaRitalin, son los nombres de esa droga que, actualmente, decenas de miles de padres dan -por orden médica- a sus hijos todos los días. Todos. Y existe un gran mercado negro de él, estimulado por la facilidad de acceso
¿Eso es peligroso para un adulto y no para un niño? ¿El uso continuado de un fármaco en edad de crecimiento, no pasa una factura que se tendrá que pagar? ¿Cuál es ese precio? ¿Qué estamos haciendo realmente al dar metilfenidato a los niños? ¿Qué hacemos? ¿Estoy haciendo bien o soy un mal padre? ¿Hago caso a la maestra y le digo al médico lo que me indicó para que drogue a mi hijo y ella se encuentre más cómoda en el aula? ¿Estamos locos o qué?
Esas preguntas, y otros cientos similares, son las que pasan por la cabeza de los padres que se informan antes de aceptar dar a su hijo -sin necesidad, porque sí hay casos necesarios- el metilfenidato. Lo de los maestros que les indican a los padres cosas, como que le pidan al médico esa medicación para el niño porque lo ha recomendado el maestro, es algo más frecuente de lo que se puede imaginar. Gente sin formación alguna para evaluar un trastorno semejante, sin tiempo para su trabajo, con un aula con demasiados niños, y que se da cuenta de que aquellos que toman “la droga de la infancia” están más tranquilos y atentos, dan menos guerra...... uy, esa droga es buena!! E inducen -a veces hasta el chantaje emocional y la amenaza- a que se les dé la droga a los niños, la necesiten o no. Esto no es broma, ni una exageración sino que pone los pelos de punta a cualquier padre que sepa leer y ver un vídeo.
Llevo años escuchando casos semejantes, que ponen los pelos de punta, pero el sistema está tan bien engrasado que -en pocos años- dar “cocaína” o anfetamina a los niños de forma crónica, se ha convertido en algo ya no normal, en algo necesario para la salud.... de los niños y de la BIG PHARMA.
Desde hace unos años, también anfetamina, sí. Aunque la anfetamina desapareció de las farmacias hace unos 20 y pico años en España, ha vuelto. Escondida, sí, pero ha vuelto. Y ha vuelto, precisamente, para los niños.... para su TDAH. Ahora se llama “lisdexanfetamina” porque es una PRODROGA que se activa ya dentro del cuerpo, evitando que se pueda esnifar. Pero una vez dentro se separa en dos cosas: lisina y dextro-anfetamina. La lisina no hace nada, y la dextro-anfetamina, es el isómero más potente y agradable de la anfetamina original. Y ya está aquí, sí.
Pero ni metilfenidato ni anfetamina son fármacos nuevos, ambos son fármacos fuera de patente ya hace tiempo, así que serían poco rentables a la industria: no cobran derechos extra. Y los de marketing y sus ideas, argumentaron que si la droga no es patentable, el método de administración sí. De esa forma, consiguieron que drogas como el metilfenidato o la anfetamina (pero también como los analgésicos, opioides, etc) fueran de nuevo muy rentables. Unos porque su producto lo liberaba durante 12 horas, otros porque el suyo se activa dentro, otros porque es con un trozo de parche que se pone en la piel, etc...
No sólo el “qué” (la sustancia) es patentable, sino el “cómo. Y es ese “cómo” el que le está dando el dinero a la BIG PHARMA en todo el mundo -occidental en su mayor parte- con sustancia que ya no eran muy rentables para ellos. El que el margen de beneficios aumente escandalosamente, las hace de nuevo rentables para ellos, a lo que como empresa reaccionan estimulando sus ventas.
¿Cómo? Más publicidad, más charlas y “congresos pagados o viajes” para médicos relevantes, más presión política y, también, presión en el ámbito científico, para hacer comulgar a base de dinero a todo el mundo “con ruedas de molino”. Y así, cambiando unas cosas en un libro llamado DSM y que usan -en exceso- los trabajadores en “salud mental” y otros criterios en otras áreas, modificando protocolos para que tu producto llegue más lejos, convenciendo a quien haga falta para que sanidad apruebe algunas indicaciones nuevas para tu droga (nuevos motivos para recetarlo a la gente), o lo que es igual, haciendo de “PHARMA-lobby” y consiguiendo el control de quien sea necesario, porque el dinero con muchos ceros todo lo puede.
Y así es como llegamos al titulo y final de esta historia.
En un último giro de tuerca, por encontrar nuevas formas de obligar a la población a usar sus productos aunque sea drogando a los menores de edad, han llegado al “chicle* con anfeta para niños”. No es coña, se llama Adzenys y viene en muchas dosis distintas y, seguramente, también en colores distintos. Especialmente diseñado para niños.... desde 6 años de edad.
Y su compuesto es anfetamina pura. Exactamente la misma por la que si te cogen con 1 pastilla, te multan y la misma que si has tomado, das positivo en los controles de drogas actuales que se encuentra en carretera. La misma que esos locos fiesteros se comían en los 80 mientras bebían ríos de cerveza, sin emborracharse apenas, y la misma que después esnifaban en los 90 mientras descubrían la empatía con el MDMA en la pista de baile. Es la misma droga, que no te mientan.
Anfetamina, sí.
Pero en chicle (patentada) y para niños desde los 6 años de edad, para que estudien bien y no den guerra en casa o a la maestra. El presidente de “Neo Therapeutics” que en este caso es la farmacéutica que lo lanza, ha dicho que “estamos lanzándola (la anfeta en chicle) a toda leche, porque va a empezar la temporada de escuela”.
Se les puede acusar de ser avariciosos, lo cual parece que en la BIG PHARMA es una norma o virtud, pero nadie puede decir que no habla claro: para vender mis chicles con anfeta, necesito que se me llene el local y que pueda hacer nuevos clientes, y eso es lo que es la escuela, una fuente de ingresos. Igual que un camello con una bolsa de pastillas de éxtasis esperando a que la discoteca se llene para hacer la noche. Pero legales, y con ayuda de todo el sistema.
Recordad, lo hacen por el bien los niños.
(*): Quien dice chicle, dice gominolas, grageas masticables, chucherías para los niños...

miércoles, 23 de julio de 2014

La cara oculta de la farmacia: el negocio de la salud

Este texto fue publicado por la Revista Yerba en Junio de 2014.


La cara oculta de la farmacia: el negocio de la salud.


Desde el principio de la existencia -del hombre como especie- hemos contado con remedios que utilizábamos para tratar nuestras dolencias y ayudarnos en el quehacer diario, en principio siempre atendiendo a lo que teníamos en nuestro entorno en flora y fauna. Al igual que otras especies, hemos usado las plantas que recolectábamos y los animales que cazábamos -e incluso los minerales de nuestra tierra- no sólo para alimentarse sino también para hacer frente a la enfermedad y a sus síntomas físicos y psíquicos.




Tal vez resulta difícil para el ser humano actual entender de la misma forma lo que era la enfermedad para el hombre de hace unos miles o cientos de años, pero ese concepto ha sido distinto en las distintas culturas y en los distintos momentos de la historia. Muchas de las patologías que hoy reconocemos y tenemos descritas se entendían como parte del proceso normal de envejecimiento y decadencia de la persona, que hace un par de miles de año tenía como expectativa de vida algo cercano a los 40 años de edad (la mitad de nuestra actual expectativa).

A pesar de las diferencias entre las distintas culturas, tenemos cuestiones que nos son comunes como especie y en todos los lugares el ser humano ha buscado por ejemplo no sufrir dolor o tener herramientas para poder tratarlo, siendo por esa razón plantas como la adormidera valoradas en todo el planeta. Hacia el tercer milenio antes de Cristo se empiezan a sistematizar grupalmente los conocimientos referentes a la medicina y a los remedios usados, y al mismo tiempo en Mesopotamia empezamos a encontrar los primeros casos documentados en que se emplea a humanos para experimentar con los remedios y las dosis antes de usarlos en pacientes. Está claro que los humanos con los que se experimentaba, no se consideraban ni humanos en ciertos aspectos porque eran esclavos, por lo que sus vidas pertenecían a sus dueños.

Es el principio del desarrollo de una farmacia incipiente en que el que se tratan las dolencias de acuerdo con unos síntomas y unos remedios considerados oportunos por quienes ejercían esas labores, que son distintos personajes en las distintas culturas que tenían acceso a los conocimientos escasos que existían -comparados con hoy día- de medicina y de farmacia, junto con un carácter sagrado o chamánico en algunas zonas, en parte dado el origen mágico que tenía en muchas ocasiones la enfermedad. A nosotros hoy día nos puede resultar motivo de chanza, pero a quien sufría una dolencia en aquella época, esas creencias manejadas apropiadamente por el brujo, curandero, chamán o médico (elija el lector la etiqueta) eran las herramientas con las que se contaba para luchar contra la enfermedad, en muchas ocasiones por falta de otras opciones a usar.




En esa farmacia incipiente se entremezclan remedios de todo tipo, desde los que provienen de la botánica como rama que va experimentando con las plantas, a los que usan animales por razones de supuesta utilidad de ciertos órganos (como la medicina tradicional china) pero también a otros remedios -ya sean vegetales o animales- en los que la base de su función como remedios sobre las dolencias que aquejaban al hombre no se basaban en algún tipo de evidencia (como el hecho de que al tomar una planta el dolor desaparezca) sino en el pensamiento mágico.


¿Qué es exactamente el pensamiento mágico y qué tiene que ver con la farmacia actual?

El pensamiento mágico es un pensamiento que difiere del lógico -con el que razonamos de forma consensuada- y basado en hechos no verificables. El pensamiento mágico es, por ejemplo la superstición, la creencia en dios, o pensar que por comerte los testículos de un tigre vas a follar como si fueras un actor de película porno.

El pensamiento mágico está en el origen del ser humano como grupo y en su desarrollo y muchos postulan que sin él, no hubiéramos podido evolucionar a otros modelos más funcionales de pensamiento y que fue imprescindible para nuestra supervivencia como especie. Es cierto que tras muchas supersticiones existen causas lógicas pero simplemente desconocidas, aunque tras otras no existe más que la invención o la explicación humana de un hecho que le supera, y es por eso que parte de dichas supersticiones pudieron tener un papel esencial para la supervivencia humana cuando no existían medios que explicasen de forma satisfactoria nuestro mundo.




En la farmacia el pensamiento mágico estuvo presente desde los inicios y discurrieron juntos durante muchos siglos. Algunas de las ideas de aquel pensamiento, aún sobreviven entre nosotros. 

Por ejemplo había frutos que se recetaban para un órgano por la similitud con el mismo (como la nuez con el corazón) y cuya creencia se mantiene. 

A día de hoy es posible encontrar en varias zonas del planeta animales disecados como los puerco-espines que son usados para combatir el 'mal de ojo' y que son vendidos en las “farmacias” que usa la población. Y si existe un mercado de los mismos es porque hay una demanda y consumo de dicho bien: se usan y la gente paga por ellos como remedio ante un mal que les aqueja, funcionen o no según nuestra ciencia y creencias.





Seguramente con nuestra mentalidad occidental nos resultará cuanto menos pintoresco pensar que se usan puerco-espines disecados para combatir algo que ni siquiera creamos que existe, aunque es esta misma mentalidad la que -con el mismo patrón del pensamiento mágico antes referido- sostiene, estimula y usa los mal llamados remedios homeopáticos: ni remedian ni curan nada. 


El salto al método científico de la farmacia: el paso a la era moderna e industrialización.

Con el desarrollo de la química y el despegue en el conocimiento más exhaustivo del medio natural y de la materia se llega a la extracción del principio activo por primera vez en la historia con el aislamiento y venta de la morfina del opio -a principio del Siglo XIX- por Friedrich W.A. Sertüner, que era un ayudante de farmacia o botica. Dicho descubrimiento y el carácter alcalino del compuesto permitieron formular años después, por primera vez en la historia, el concepto de alcaloide, y este hecho está intrínsecamente vinculado al desarrollo de ciertas prácticas, buenas y malas, por parte de la farmacia en su nacimiento como industria.

No fue casualidad que el primer alcaloide aislado fuera la morfina, ya que el opio en todas sus formas había sido usado por todos los grupos humanos que lo habían conocido, y ya existían preparados como el láudano que eran disoluciones de opio en alcohol que debían ser administradas con cuidado por la potencia de las mismas. Pero el extraer y purificar el principio activo era un salto cualitativo de consecuencias imprevisibles.




Aunque las propiedades adictivas del opio eran de sobra conocidas, no resultaban por lo general un problema de salud más que en esporádicos casos de abuso que se resolvían en un mayor consumo de opio en la botica o en el cultivador y proveedor correspondiente, ya que no estaba sujeto a ningún tipo de control o fiscalización en aquel momento en Europa. Pero el uso del alcaloide puro inauguró un tipo de abuso distinto, mucho más intenso y de problemas que no se conocían.

Los mecanismos de la adicción eran desconocidos en aquel momento y coincidió históricamente con el lanzamiento de la jeringuilla para la administración de sustancias, que era percibida como “un adelanto científico” y por lo tanto más seguro y selecto dentro de la medicina y farmacia. Y esta convergencia de factores nos lleva al primer gran fiasco de la farmacia como industria sobre la población consumidora de sus productos.



El primer escándalo de la era moderna: el caso de la morfina y la heroína de Bayer.


La morfina había convertido en lugares de paz los hospitales de guerra, pero con el coste de una adicción al fármaco que se conocía como “el mal del soldado” y que era lo que conocemos por adicción yatrogénica o “médicamente causada por el tratamiento”.

La adicción a la morfina tenía sus propias características distintivas a otras adicciones ya existentes (como el alcohol) o posteriores (como los barbitúricos o las benzodiacepinas) pero entonces una empresa de tintes llamada Bayer saltó al mercado farmacéutico con una creación que aseguraban que tenía grandes propiedades como “hacer desaparecer todo rastro de interés de los morfinómanos por dicha sustancia” y sobre todo, carecer de propiedades adictivas.
La nueva sustancia que Bayer lanzaba al mercado prometía no causar adicción y ser un remedio para la adicción de otras sustancias.


Puede parecer de broma esta publicidad, pero no lo es.
Es la original de la casa Bayer vendiendo heroína.
Los textos en los bocadillos de los personajes 
si son una broma... o no.


Esa fue la promoción que la nueva industria farmacéutica hizo de su nueva droga: la heroína.
Bayer se hizo un gigante farmacéutico desde ese momento y gracias a dicha sustancia. Hoy no hace falta ya explicar que la heroína es una droga tan adictiva como la morfina y que si era capaz de hacerles perder el interés a los morfinómanos, es porque resultaba mucho más placentera al uso y porque ocupaba los mismos receptores dentro del cuerpo humano.

Tras el escándalo y la vergüenza de ver que habían creado una sustancia adictiva que vendían incluso en jarabes para la tos de niños, la Bayer fue variando la promoción y empezó a centrarse en el otro fármaco sintetizado a la vez que la heroína, y el que no causaba adicción aunque no poseía las propiedades heroicas de su primo: era el ácido acetilsalicílico, de nombre comercial “Aspirina”.



A día de hoy las muertes al año en USA por Aspirina superan en más de 10 veces a las producidas por la heroína.



La homeopatía o la venta -como remedio- de agua con azúcar.


A finales del siglo XVIII y principios del XIX una especie de químico, farmacéutico y médico (lo que se pudiera entender por ello) crea una nueva rama dentro de la farmacopea basada en un principio que carece de validez -y es un ejemplo del pensamiento mágico- cuyo nombre en latín es “similia similibus curantur” y que quiere decir en castellano que “lo semejante cura a lo semejante”.
Dicho de otra forma: si tomar un producto causa un síntoma, ese mismo producto servirá para tratar las enfermedades que también provoquen dicho síntoma. ¿En qué se basó? En nada real: se lo inventó.

Este personaje creó el negocio perfecto y lo perfeccionó al afirmar que no sólo la homeopatía era una técnica correcta, sino que sus productos ejercían más y mejor efecto cuanto más diluidos estuvieran en agua. Eso contradice todo principio lógico a la hora de aplicar un fármaco, y llega a hacerlo en tal grado que muchas de los preparados homeopáticos que se venden en las farmacias muchas veces es imposible (dado el número y dosis usadas en las diluciones) que contenga ni un solo átomo de la sustancia que dice representar.
No sólo falla en su fundamentación metodológica (el principio de similaridad) sino también en lo que la ciencia nos ha ido mostrando, por eso sus partidarios -principalmente los laboratorios- impulsaron la “teoría de la memoria del agua”.

Con dicha teoría los homeópatas explican (inventan) el mecanismo de actuación de sus remedios, argumentando que el agua, el agua común que hay en el grifo y en la lluvia, tiene memoria.

Una verdad impepinable.


Para ellos el agua tiene memoria y se activa al diluir los productos sucesivamente hasta que no hace falta que exista el producto, sólo el agua con su “inventada memoria”. Y una vez que han hecho tantas diluciones del producto como para que fuera el que fuera no tenga ningún tipo de efecto sobre el cuerpo humano, añaden una gota de dicha agua con memoria a una perlita de azúcar, que al final es el producto que te venden en la farmacia: azúcar en perlitas con una gota de una disolución que no tiene ningún principio activo ni son distinguibles unos remedios de otros mediante la ciencia conocida.

Los remedios homeopáticos no funcionan, ni tienen efecto alguno, positivo o negativo, más allá de los que se produzcan en la mente de quien cree que al tomar una píldora de azúcar consigue un efecto terapéutico contra una enfermedad. Pero ese hecho de que no hacen nada, y de que no pueden causar daño, son lo que ha hecho que puedan ser vendidos a precio de medicina sin ningún tipo de receta médica porque no entrañan ningún riesgo ni ningún beneficio.

El mercado de los productos homeopáticos es uno de los de mayor expansión para la farma-industria, con una estimación global anual de unos 50.000 millones de Euros en ventas, de momento muy superiores a lo que la industria puede obtener del cannabis medicinal (en cuanto a beneficios económicos).

Esos dos, casos opuestos en cierta forma -el de la “sustancia sin peligro” llamada heroína y el de las “sustancias sin efecto” de la homeopatía- esbozan una industria farmacéutica que parece guiada por lo que el resto de las industrias: las cuentas de beneficios económicos. No parece haber lugar para valorar dentro de su comportamiento los resultados que sus acciones provocan sobre la población ni el aspecto ético y moral de las mismas como puede ser el hecho de vender algo que se sabe que no contiene nada ni tiene utilidad.

No queda ahí la cosa. La industria farmacéutica en alianza con otros grupos ha estimulado en los últimos años la recolocación de medicamentos que habían perdido su función y habían quedado sin patologías a los que ser aplicados. 

También ha modificado los valores que se consideraban “normales o sanos” para ciertas variables que aparecen en los análisis (como el colesterol) consiguiendo que amplias capas de población que no consumían por no estar “enfermos” tengan que consumir porque un valor de laboratorio se ha bajado unos puntos para aumentar las ventas de un producto concreto en un país. 




Asimismo ha tomado como nuevo rehén a la población más infantil con enfermedades de diseño (sobre-diagnosticadas) como el TDAH y ha creado un nuevo nicho de mercado: niños que tienen que tomar varias pastillas al día por el trastorno de “ser revoltoso” y que pueden ser desde variantes de las anfetaminas o por el contrario fármacos adictivos para mantenerlos sedados.


¿Hasta dónde llega la farma-industria para hacer dinero?

Pues el último “logro” del sector es la creación de nuevas enfermedades. No se trata de crear nuevos patógenos (virus o bacterias) que curar, sino de definir comportamientos o estados normales del ser humano como patológicos.

El luto por un ser querido ha pasado de ser un estadio normal que todo ser ha de pasar a ser objetivo de la intervención farmacológica y médica, juntos en alianza. También el bajo deseo sexual en la mujer -se considera cuando hay menos de una cópula al mes- ha pasado a ser un “trastorno” que se puede tratar con un fármaco (testosterona) que tiene riesgos en especial para el sexo femenino, pero que dicho tratamiento no conseguía un aumento estadístico ni siquiera de 1 sola cópula más cada mes.

Testosterona para mujeres con pocas ganas de fiesta en la cama.
No servía para nada, pero seguro que hay un mercado para ella.


Debemos empezar a cambiar nuestra percepción de “la farmacia” como industria.
Como ciencia es nuestra aliada, pero como industria deja mucho que desear: con la salud no se negocia y ellos nos han tomado por rehenes.


jueves, 20 de noviembre de 2008

Refinado de sustancias: método de solubles o "al agua fría".

"Es totalmente aceptable, para los católicos,
evitar embarazos recurriendo
a las matemáticas,
pero tienen prohibido recurrir
a la física o la química."


Henry-Louis Mencken



De un tiempo a esta parte, en buena medida gracias a las nuevas tecnologías e internet, uno de los perfiles prototipo del consumidor de sustancias psicoactivas y drogas ilegales ha ido evolucionando en algunos casos.


Sigue habiendo un sector de personas que consumen al "viejo estilo", que viene a ser más o menos poniéndose -nunca mejor dicho- en manos de su proveedor, y esperando que lo que les suministre no sea demasiado malo, y que él sepa tratar el producto adecuadamente, y si es necesario, proporcionar información sobre el mismo a sus clientes.

A medida que se crece en el rango de edad, se aumenta en conocimientos sobre el tema, pero también en viejos tópicos ("hay pastillas de MDMA con heroína", o "la cocaína la adulteran con cristales") que nunca han sido ciertos.

Y hay un nuevo perfil, que abarca a gente de diferentes estratos y edades, que buscan información en fuentes científicas, foros especializados, y experimentan con nuevas formas de acceder a sustancias o de asegurarse la pureza de las que consumen. Un consumidor ilustrado, el drogófilo.

Este refinamiento de sustancias, llega en parte de mano de las ONG de reducción de riesgos y de la información sobre composición y adulterantes que ofrecen a todo el que quiera conocer con cierta exactitud aquello que consume (véase la web de la ONG Energy Control o de AiLaket!), y de la comunicación masiva de datos que se produce a través de la red.

Hoy día, con pocos conocimientos especializados o ninguno como en este caso, es posible refinar ciertas sustancias que por norma siempre suelen llevar adulterantes o excipientes (diluyentes), bien provengan del mercado ilegal o del legal, como es el caso de ciertos fármacos que contienen opiáceos como la codeína o estimulantes como el metilfenidato.

También resulta posible purificar sustancias como la anfetamina del speed, la cocaína que en los últimos meses parece llegar adulterada desde su origen con fenacetina (un compuesto hepatotóxico, que se bio-transformaba en el paracetamol), e incluso el "cristal" o MDMA en polvo o roca.
Todo ello con relativa sencillez, sin necesitar de ningún aparato ni material de laboratorio, y usando datos muy elementales que están al alcance de cualquiera en internet.

El método que voy a explicar -fotografías incluidas- es conocido como el de "solubilidad en agua fría". Si bien en nuestro entorno es poco conocido por el general público, en otros como los USA, es más usado por su sencillez y por la dificultad que sufren para adquirir sustancias relativamente sencillas de obtener aquí.

La base teórica de este método, es que una mezcla de dos o más sustancias, puede ser separada por medios físicos (sin reacciones químicas) si una de ellas es soluble en agua y la otra no (u otras), o si una de ellas es muy soluble en agua fría y la otra es malamente soluble en agua fría.

Aplicando este método y por la razón mencionada, se puede separar cocaína en forma de clorhidrato -muy soluble en agua- de la fenacetina que es casi insoluble, MDMA en roca de los otros compuestos que pueda llevar también debido a la excelente solubilidad que presenta la MDMA en agua, y el metilfenidato que contienen fármacos como el Rubifen, Ritalin o Concerta de sus excipientes.

En este caso concreto, se muestra paso a paso una extracción de metilfenidato de sus pastillas de Rubifen, en la presentación de 20 miligramos por pastilla, y con excipientes muy clásicos como el fosfato cálcico dibásico, celulosa microcristalina, almidón y estereato magnésico.

El metilfenidato es un estimulante de acción similar a la cocaína que presenta una solubilidad mayor de 100 miligramos de su sal por cada mililitro de agua presente.
Eso permite que otros compuestos casi insolubles o mucho menos, como el fosfato cálcico -que es la mayoría de su carga- puedan ser retirados y obtener un producto de una pureza cercana a las 15 veces más alta y casi total.

Este es el proceso, que puede ser aplicado con pocas modificaciones a otras sustancias ya mencionadas.


1º Presentación del producto:


El Rubifen de fabricación española, en su presentación de 20 miligramos de principio activo por pastilla, y un peso de 300 mgs por pastilla, dejando la pureza de la sustancia en un escaso 6'7%.
El resto es casi un yeso que tupe los conductos nasales si se esnifa, ya que no es soluble, creando problemas de respiración y moqueos interminables en sus consumidores por vía nasal.


2º Materiales necesarios:


Como se ve, no es mucho y cuesta menos de un par de euros todo lo necesario.
Agua destilada para hacer la disolución, un bote estéril de análisis de venta en farmacias, y una jeringuilla regulada para medir la cantidad de solvente que utilizamos.



3º Preparación:

En una superficie que sea rígida y no deformable, lo mas limpia posible, colocamos el producto para proceder a su pulverización, con el fin de facilitar su disolución. En este caso se usa un trozo de cristal, el plástico que cubría el bote de análisis, y un mechero para ayudarse a machacar las pastillas, preferiblemente rotas con la mano antes.



Aquí cubiertas con el plástico y ya listas para empezar a ser machacadas con el mechero.




4º Producto listo para trabajar con él:

Polvo. Este es el objetivo, hacerlas polvo para trabajar mejor con ellas.





5º Paso al recipiente de solución:

Se vuelca el polvo triturado de las pastillas al lugar donde serán disueltas.




6º Añadir solvente:

Agua. Siempre midiendo la cantidad, se va añadiendo agua o el solvente que corresponda, en la medida que veamos necesaria para cada cantidad de sustancia en bruto.

En este caso, para 2400 miligramos de sustancia en bruto, y 160 miligramos de la sustancia que nos interesa, se usaron 30 mililitros de agua a temperatura ambiente (unos 15 grados).





7º Disolución:

Una vez añadida el agua, se cierra el bote y se agita enérgicamente varias veces hasta conseguir una mezcla totalmente homogénea. El resultado es algo similar a la leche en polvo disuelta en un agua.

Tras agitarlo unos minutos, se deja reposar.
Los solubles quedarán en el agua, y los excipientes insolubles precipitarán al fondo del bote.
De las dos capas formadas, nos interesa aquella que tenga que la sustancia que intentamos refinar, y en este caso es la fase acuosa.



8º Separación de las fases:

Con la jeringuilla, con o sin aguja -eso depende de la habilidad de cada uno- se extrae del bote abierto y reposado, la fase líquida, y se pasa a depositar sobre una superficie lo más amplia posible y al mismo tiempo con una mínima profundidad, de manera que no rebose.


En este paso es aconsejable, sobre todo si no se tiene cuidado al separar las dos fases, filtrar el liquido que llevará partículas en suspensión no-solubles con un pañuelo de tela limpio, o papeles de filtrar adecuados.
Y por supuesto, eso se hace sin aguja siempre.

En este caso se ha usado un tipo de tejido industrial de limpieza que por su porosidad y consistencia resultaba idóneo.



9º Primer resultado:

Ahí está el líquido con la substancia, la disolución buscada.

Esto es lo que obtenemos tras la parte más complicada -es un decir lo de complicado- del procedimiento. Un líquido que ha de evaporarse y dejar de esa forma solidificados los restos de la sal que queremos obtener.

La razón de usar un plato es que cuanto mayor sea la superficie de contacto de la disolución con el aire, más rápido se evaporará. El otro factor que ayuda a acelerar este proceso es la temperatura.

En este caso, y en contra de lo algunos podían imaginar por comparación con la ketamina y la forma en que se cocina, no he querido evaporar el agua en una sartén con fondo anti-adherente, porque el calor es demasiado intenso, y corría el riesgo de descomponer la sal de metilfenidato (está como clorhidrato de metilfenidato), y porque además, el metilfenidato parece ser un compuesto que tiene tendencia a arder (desconozco si lo hace de forma explosiva o sólo se consume como la cafeína pura cuando se le aplica una llama con suficiente calor).

Si se desea acelerar, lo recomendable es usar el "baño maría", de manera que la temperatura ayude al agua a evaporarse, sin llegar nunca a puntos peligrosos, y siempre con vigilancia durante el proceso.

La otra forma, recomendable cuando no se tiene prisa, es la de dejarlo evaporando en un lugar protegido de las corrientes y de la suciedad, durante el tiempo necesario.

El resto que se ve en el fondo del bote de análisis, donde estaba antes la disolución, es el "yeso" que formaban los excipientes, y responsable de que el metilfenidato no siente tan bien como sería de esperar al tomarlo por la vía nasal.



10º Cosecha:

Tras la evaporación, los cristales adheridos a la superficie.

Aquí se observa la mancha blanquecina que ha quedado en el plato usado para la evaporación del agua. Esta formada por pequeños cristales de clorhidrato de metilfenidato.
Llega la mejor parte... del proceso.



12º Raspado:

Con una cuchilla -recomiendo las de los aparatos de rascar la vitrocerámica, de venta en los bazares, y que cuestan sobre 1 euro con varias cuchillas- se raspa cuidadosamente la superficie, de forma sistemática, hasta que se deja limpia de adherencias toda la superficie manchada del plato.


Se junta en el centro todo lo que va saliendo del proceso et voilá.... preciosos cristales blancos y brillantes.



13º Estimación y cálculo de dosis:

En este momento hay que recordar que trabajamos ya con una sustancia purificada, y por lo tanto mucho más potente en relación a la cantidad.

En este ejemplo se usaron 8 pastillas de 20 miligramos de metilfenidato, con lo que "como mucho" habremos obtenido 160 miligramos (aunque el rendimiento de los procesos casi nunca es del 100%).

Así que como regla de ojo, si no disponemos de báscula, lo mejor es calcular su potencia como si fuera la sustancia totalmente pura en la cantidad marcada por el calculo matemático de los miligramos iniciales.

Tras juntarla toda, se procede a picarla con la propia cuchilla, de manera que los cristales que se hayan formado, queden reducidos al mínimo, y no puedan provocar cortes cuando se usen por la vía nasal (por via oral todo este trabajo sería innecesario).

Estimación y tanteo.
Una vez agrupada toda, se procede a hacer dos mitades lo más iguales posibles, y se repite sucesivamente para llegar a calcular (siempre de más) una cantidad segura para una primera prueba.


En este caso, al partir de 160 miligramos de principio activo, se dividió en dos mitades de 80 miligramos, y se volvió a dividir en dos mitades de 40 miligramos (una de ellas), y finalmente se dividió en 3 partes iguales, de manera que cada una tendría cerca de 13 miligramos.

Cada una de esas partes de 13 miligramos se dividieron en 2 partes, que se picaron de nuevo y se dibujaron como líneas.

De esta forma, el máximo que podría haber en una de esas lineas de metilfenidato, serían unos 7 miligramos -y probablemente, debido a la perdida de parte en el proceso, no llegarían a 5- y esa dosis, para esta sustancia es activa pero no peligrosa (o no especialmente peligrosa).

¿Qué queda por hacer? ;)





La linea que se encuentra entre la moneda de 1 euro y la "mina de grafito" sacada de un lápiz, nos permite hacernos una idea estimativa de su tamaño y grosor.
Eso serían sus 7 miligramos de metilfenidato.

Y la prueba del pudding, fue un éxito. La sustancia había pasado todo el proceso sin problema, y al ser usada, no presentaba los problemas que presentaba la preparación farmacéutica y podía ser consumida sin miedo a esos tapones que no hay forma de quitar con un material tan poco agradable como el yeso de las escayolas.

El efecto en este caso, cambió considerablemente.
Limpio, rápido, inmediato. La duración e intensidad aumentó en un 30% al menos, y su sensación en la nariz, al no contener productos abrasivos y ser una sustancia de fácil solubilidad, fue la de algo que te dejaba notar su sabor sin picor (y como baja por la garganta).

Tras esa pequeña dosis de prueba, que sería equivalente a unos 5 miligramos de producto, se repitió a los 15 minutos con otra dosis ligeramente más pequeña, quedando en total consumido algo por debajo de los 10 miligramos nasales.

Tras 3 horas y media de estimulación sostenida (a pesar de la falta de descanso que a día de hoy sufre quien escribe esto), no hay aún sensación de bajada y tampoco ganas de repetir con otra dosis.
Algún momento de cómoda y tranquila euforia sin exaltaciones y mucha capacidad para trabajos que requieran concentración y aislamiento.

Muy similar en todo a la cocaína, sobre todo en su manera de producir la estimulación, aunque ligeramente menos eufórico, es fácil entender porqué en los USA han puesto al metilfenidato en la lista II, al lado de otros narcóticos de larga tradición.

Y de la misma forma, resulta bastante difícil entender como el 75% de los usuarios de esta droga son niños, mientras se prohibe y se condena que un adulto pueda usar ocasionalmente cocaína o anfetamina para estimularse, mantenerse despierto, centrarse en tareas que exijan un esfuerzo o por puro placer.

¿Sabemos a que nos estamos enfrentando mientras cebamos a una y otra generación de niños -los varones 4 veces más que las féminas... ¿es algo cultural esta "enfermedad"?- con un inhibidor de la recaptación de la dopamina?

¿Podemos creer que realmente estos niños y jóvenes, terminaran sus vidas y sus tratamientos sin haber sufrido cambios de caracter, personalidad y estilo de vida debido a una medicación, cuya mejor virtud es la de poder tener alumnos atentos en clase y niños menos revoltosos y más estables en el hogar?

Me cuesta mucho tragarlo.


Espero que el método, simple y sencillo al máximo, sin necesidad de ningún material que sea peligroso en forma alguna, sea aplicado no sólo para esta sustancia, sino que también se comience a usar para otras con mayor toxicidad (el mencionado combo de cocaína y fenacetina) y se asuma por parte de los consumidores más aventajados -y de los que les rodeen- como un paso más en las estrategias de reducción de riesgos y gestión de placeres en el consumo de drogas, que todo usuario que tenga interés por su salud, debería aplicar siempre.
Symposion.