La cara oculta de la farmacia: el
negocio de la salud.
Desde el principio de la existencia
-del hombre como especie- hemos contado con remedios que utilizábamos
para tratar nuestras dolencias y ayudarnos en el quehacer diario, en
principio siempre atendiendo a lo que teníamos en nuestro entorno en
flora y fauna. Al igual que otras especies, hemos usado las plantas
que recolectábamos y los animales que cazábamos -e incluso los
minerales de nuestra tierra- no sólo para alimentarse sino también
para hacer frente a la enfermedad y a sus síntomas físicos y
psíquicos.
Tal vez resulta difícil para el ser
humano actual entender de la misma forma lo que era la enfermedad
para el hombre de hace unos miles o cientos de años, pero ese
concepto ha sido distinto en las distintas culturas y en los
distintos momentos de la historia. Muchas de las patologías que hoy
reconocemos y tenemos descritas se entendían como parte del proceso
normal de envejecimiento y decadencia de la persona, que hace un par
de miles de año tenía como expectativa de vida algo cercano a los
40 años de edad (la mitad de nuestra actual expectativa).
A pesar de las diferencias entre las
distintas culturas, tenemos cuestiones que nos son comunes como
especie y en todos los lugares el ser humano ha buscado por ejemplo
no sufrir dolor o tener herramientas para poder tratarlo, siendo por
esa razón plantas como la adormidera valoradas en todo el planeta.
Hacia el tercer milenio antes de Cristo se empiezan a sistematizar
grupalmente los conocimientos referentes a la medicina y a los
remedios usados, y al mismo tiempo en Mesopotamia empezamos a
encontrar los primeros casos documentados en que se emplea a humanos
para experimentar con los remedios y las dosis antes de usarlos en
pacientes. Está claro que los humanos con los que se experimentaba,
no se consideraban ni humanos en ciertos aspectos porque eran
esclavos, por lo que sus vidas pertenecían a sus dueños.
Es el principio del desarrollo de una
farmacia incipiente en que el que se tratan las dolencias de acuerdo
con unos síntomas y unos remedios considerados oportunos por quienes
ejercían esas labores, que son distintos personajes en las distintas
culturas que tenían acceso a los conocimientos escasos que existían
-comparados con hoy día- de medicina y de farmacia, junto con un
carácter sagrado o chamánico en algunas zonas, en parte dado el
origen mágico que tenía en muchas ocasiones la enfermedad. A
nosotros hoy día nos puede resultar motivo de chanza, pero a quien
sufría una dolencia en aquella época, esas creencias manejadas
apropiadamente por el brujo, curandero, chamán o médico (elija el
lector la etiqueta) eran las herramientas con las que se contaba para
luchar contra la enfermedad, en muchas ocasiones por falta de otras
opciones a usar.
En esa farmacia incipiente se
entremezclan remedios de todo tipo, desde los que provienen de la
botánica como rama que va experimentando con las plantas, a los que
usan animales por razones de supuesta utilidad de ciertos órganos
(como la medicina tradicional china) pero también a otros remedios
-ya sean vegetales o animales- en los que la base de su función como
remedios sobre las dolencias que aquejaban al hombre no se basaban en
algún tipo de evidencia (como el hecho de que al tomar una planta el
dolor desaparezca) sino en el pensamiento mágico.
¿Qué es exactamente el pensamiento
mágico y qué tiene que ver con la farmacia actual?
El pensamiento mágico es un
pensamiento que difiere del lógico -con el que razonamos de forma consensuada- y basado en hechos no verificables. El pensamiento mágico es, por ejemplo la
superstición, la creencia en dios, o pensar que por comerte los testículos de un tigre vas a follar como si fueras un actor de película porno.
El pensamiento mágico está en el
origen del ser humano como grupo y en su desarrollo y muchos postulan
que sin él, no hubiéramos podido evolucionar a otros modelos más
funcionales de pensamiento y que fue imprescindible para nuestra
supervivencia como especie. Es cierto que tras muchas supersticiones
existen causas lógicas pero simplemente desconocidas, aunque tras
otras no existe más que la invención o la explicación humana de un
hecho que le supera, y es por eso que parte de dichas supersticiones
pudieron tener un papel esencial para la supervivencia humana cuando
no existían medios que explicasen de forma satisfactoria nuestro
mundo.
En la farmacia el pensamiento mágico
estuvo presente desde los inicios y discurrieron juntos durante
muchos siglos. Algunas de las ideas de aquel pensamiento, aún
sobreviven entre nosotros.
Por ejemplo había frutos que se recetaban
para un órgano por la similitud con el mismo (como la nuez con el
corazón) y cuya creencia se mantiene.
A día de hoy es posible
encontrar en varias zonas del planeta animales disecados como los
puerco-espines que son usados para combatir el 'mal de ojo' y que son
vendidos en las “farmacias” que usa la población. Y si existe un
mercado de los mismos es porque hay una demanda y consumo de dicho
bien: se usan y la gente paga por ellos como remedio ante un mal que
les aqueja, funcionen o no según nuestra ciencia y creencias.
Seguramente con nuestra mentalidad
occidental nos resultará cuanto menos pintoresco pensar que se usan
puerco-espines disecados para combatir algo que ni siquiera creamos
que existe, aunque es esta misma mentalidad la que
-con el mismo patrón del pensamiento mágico antes referido-
sostiene, estimula y usa los mal llamados remedios homeopáticos: ni
remedian ni curan nada.
El salto al método científico de la
farmacia: el paso a la era moderna e industrialización.
Con el desarrollo de la química y el
despegue en el conocimiento más exhaustivo del medio natural y de la
materia se llega a la extracción del principio activo por primera
vez en la historia con el aislamiento y venta de la morfina del opio
-a principio del Siglo XIX- por Friedrich W.A. Sertüner, que era un
ayudante de farmacia o botica. Dicho descubrimiento y el carácter
alcalino del compuesto permitieron formular años después, por
primera vez en la historia, el concepto de alcaloide, y este hecho
está intrínsecamente vinculado al desarrollo de ciertas prácticas,
buenas y malas, por parte de la farmacia en su nacimiento como
industria.
No fue casualidad que el primer
alcaloide aislado fuera la morfina, ya que el opio en todas sus
formas había sido usado por todos los grupos humanos que lo habían
conocido, y ya existían preparados como el láudano que eran
disoluciones de opio en alcohol que debían ser administradas con
cuidado por la potencia de las mismas. Pero el extraer y purificar el
principio activo era un salto cualitativo de consecuencias
imprevisibles.
Aunque las propiedades adictivas del
opio eran de sobra conocidas, no resultaban por lo general un
problema de salud más que en esporádicos casos de abuso que se
resolvían en un mayor consumo de opio en la botica o en el
cultivador y proveedor correspondiente, ya que no estaba sujeto a
ningún tipo de control o fiscalización en aquel momento en Europa.
Pero el uso del alcaloide puro inauguró un tipo de abuso distinto,
mucho más intenso y de problemas que no se conocían.
Los mecanismos de la adicción eran
desconocidos en aquel momento y coincidió históricamente con el
lanzamiento de la jeringuilla para la administración de sustancias,
que era percibida como “un adelanto científico” y por lo tanto
más seguro y selecto dentro de la medicina y farmacia. Y esta
convergencia de factores nos lleva al primer gran fiasco de la
farmacia como industria sobre la población consumidora de sus
productos.
El primer escándalo de la era moderna:
el caso de la morfina y la heroína de Bayer.
La morfina había convertido en lugares
de paz los hospitales de guerra, pero con el coste de una adicción
al fármaco que se conocía como “el mal del soldado” y que era
lo que conocemos por adicción yatrogénica o “médicamente causada
por el tratamiento”.
La adicción a la morfina tenía sus
propias características distintivas a otras adicciones ya existentes
(como el alcohol) o posteriores (como los barbitúricos o las
benzodiacepinas) pero entonces una empresa de tintes llamada Bayer
saltó al mercado farmacéutico con una creación que aseguraban que
tenía grandes propiedades como “hacer desaparecer todo rastro de
interés de los morfinómanos por dicha sustancia” y sobre todo,
carecer de propiedades adictivas.
La nueva sustancia que Bayer lanzaba al
mercado prometía no causar adicción y ser un remedio para la
adicción de otras sustancias.
Puede parecer de broma esta publicidad, pero no lo es.
Es la original de la casa Bayer vendiendo heroína.
Los textos en los bocadillos de los personajes
si son una broma... o no.
Esa fue la promoción que la nueva
industria farmacéutica hizo de su nueva droga: la heroína.
Bayer se hizo un gigante farmacéutico
desde ese momento y gracias a dicha sustancia. Hoy no hace falta ya
explicar que la heroína es una droga tan adictiva como la morfina y
que si era capaz de hacerles perder el interés a los morfinómanos,
es porque resultaba mucho más placentera al uso y porque ocupaba los
mismos receptores dentro del cuerpo humano.
Tras el escándalo y la vergüenza de
ver que habían creado una sustancia adictiva que vendían incluso en
jarabes para la tos de niños, la Bayer fue variando la promoción y
empezó a centrarse en el otro fármaco sintetizado a la vez que la
heroína, y el que no causaba adicción aunque no poseía las
propiedades heroicas de su primo: era el ácido acetilsalicílico, de
nombre comercial “Aspirina”.
A día de hoy las muertes al año en
USA por Aspirina superan en más de 10 veces a las producidas por la
heroína.
La homeopatía o la venta -como remedio- de agua con azúcar.
A finales del siglo XVIII y principios
del XIX una especie de químico, farmacéutico y médico (lo que se
pudiera entender por ello) crea una nueva rama dentro de la
farmacopea basada en un principio que carece de validez -y es un
ejemplo del pensamiento mágico- cuyo nombre en latín es “similia
similibus curantur” y que quiere decir en castellano que “lo
semejante cura a lo semejante”.
Dicho de otra forma: si tomar un
producto causa un síntoma, ese mismo producto servirá para tratar
las enfermedades que también provoquen dicho síntoma. ¿En qué se
basó? En nada real: se lo inventó.
Este personaje creó el negocio
perfecto y lo perfeccionó al afirmar que no sólo la homeopatía era
una técnica correcta, sino que sus productos ejercían más y mejor
efecto cuanto más diluidos estuvieran en agua. Eso contradice todo
principio lógico a la hora de aplicar un fármaco, y llega a hacerlo
en tal grado que muchas de los preparados homeopáticos que se venden
en las farmacias muchas veces es imposible (dado el número y dosis
usadas en las diluciones) que contenga ni un solo átomo de la
sustancia que dice representar.
No sólo falla en su fundamentación
metodológica (el principio de similaridad) sino también en lo que
la ciencia nos ha ido mostrando, por eso sus partidarios -principalmente los laboratorios- impulsaron la “teoría de la
memoria del agua”.
Con dicha teoría los homeópatas
explican (inventan) el mecanismo de actuación de sus remedios,
argumentando que el agua, el agua común que hay en el grifo y en la
lluvia, tiene memoria.
Una verdad impepinable.
Para ellos el agua tiene memoria y se
activa al diluir los productos sucesivamente hasta que no hace falta
que exista el producto, sólo el agua con su “inventada memoria”.
Y una vez que han hecho tantas diluciones del producto como para que
fuera el que fuera no tenga ningún tipo de efecto sobre el cuerpo
humano, añaden una gota de dicha agua con memoria a una perlita de
azúcar, que al final es el producto que te venden en la farmacia:
azúcar en perlitas con una gota de una disolución que no tiene
ningún principio activo ni son distinguibles unos remedios de otros
mediante la ciencia conocida.
Los remedios homeopáticos no
funcionan, ni tienen efecto alguno, positivo o negativo, más allá
de los que se produzcan en la mente de quien cree que al tomar una
píldora de azúcar consigue un efecto terapéutico contra una
enfermedad. Pero ese hecho de que no hacen nada, y de que no pueden
causar daño, son lo que ha hecho que puedan ser vendidos a precio de
medicina sin ningún tipo de receta médica porque no entrañan
ningún riesgo ni ningún beneficio.
El mercado de los productos
homeopáticos es uno de los de mayor expansión para la
farma-industria, con una estimación global anual de unos 50.000
millones de Euros en ventas, de momento muy superiores a lo que la
industria puede obtener del cannabis medicinal (en cuanto a
beneficios económicos).
Esos dos, casos opuestos en cierta
forma -el de la “sustancia sin peligro” llamada heroína y el de
las “sustancias sin efecto” de la homeopatía- esbozan una
industria farmacéutica que parece guiada por lo que el resto de las
industrias: las cuentas de beneficios económicos. No parece haber
lugar para valorar dentro de su comportamiento los resultados que sus
acciones provocan sobre la población ni el aspecto ético y moral de
las mismas como puede ser el hecho de vender algo que se sabe que no
contiene nada ni tiene utilidad.
No queda ahí la cosa. La industria
farmacéutica en alianza con otros grupos ha estimulado en los
últimos años la recolocación de medicamentos que habían perdido
su función y habían quedado sin patologías a los que ser
aplicados.
También ha modificado los valores que se consideraban
“normales o sanos” para ciertas variables que aparecen en los
análisis (como el colesterol) consiguiendo que amplias capas de
población que no consumían por no estar “enfermos” tengan que
consumir porque un valor de laboratorio se ha bajado unos puntos para
aumentar las ventas de un producto concreto en un país.
Asimismo ha
tomado como nuevo rehén a la población más infantil con
enfermedades de diseño (sobre-diagnosticadas) como el TDAH y ha
creado un nuevo nicho de mercado: niños que tienen que tomar varias
pastillas al día por el trastorno de “ser revoltoso” y que
pueden ser desde variantes de las anfetaminas o por el contrario
fármacos adictivos para mantenerlos sedados.
¿Hasta dónde llega la farma-industria
para hacer dinero?
Pues el último “logro” del sector
es la creación de nuevas enfermedades. No se trata de crear nuevos
patógenos (virus o bacterias) que curar, sino de definir
comportamientos o estados normales del ser humano como patológicos.
El luto por un ser querido ha pasado de
ser un estadio normal que todo ser ha de pasar a ser objetivo de la
intervención farmacológica y médica, juntos en alianza. También
el bajo deseo sexual en la mujer -se considera cuando hay menos de
una cópula al mes- ha pasado a ser un “trastorno” que se puede
tratar con un fármaco (testosterona) que tiene riesgos en especial
para el sexo femenino, pero que dicho tratamiento no conseguía un
aumento estadístico ni siquiera de 1 sola cópula más cada mes.
Testosterona para mujeres con pocas ganas de fiesta en la cama.
No servía para nada, pero seguro que hay un mercado para ella.
Debemos empezar a cambiar nuestra
percepción de “la farmacia” como industria.
Como ciencia es nuestra aliada, pero
como industria deja mucho que desear: con la salud no se negocia y ellos nos
han tomado por rehenes.
Coño, debe ser el primer artículo que encuentro con una crítica a la homeopatía y que no se plaga de "creyentes" llamándote de todo menos guapo
ResponderEliminarPorque no tienen cojones... ni argumentos.
ResponderEliminar:)
Que onda con este sitio, me dio risa esto:
ResponderEliminar"si tomar un producto causa un síntoma"
"argumentando que el agua, el agua común que hay en el grifo y en la lluvia, tiene memoria"