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domingo, 4 de marzo de 2007

Cuerdos entre locos

Ese es el título de un libro apasionante que estoy leyendo, escrito por Lauren Slater, una doctora en psicología que a su vez, en la infancia, fue una enferma mental. La traducción la ha hecho Concha Cardeñoso y la supervisión técnica, el psicólogo e investigador José Carlos Bouso, que ha sido de momento el único que ha podido trabajar con MDMA en psicoterapia de forma legal en nuestro país.

Es un libro que está resultando apasionante, y que narra los experimentos psicológicos del S.XX que más repercusión tuvieron. Desde los famosos experimentos de Stanley Milgram en que personas normales "electrocutaban" a otras por petición de un supuesto investigador, y de los que muchos habrán oído hablar, a otros menos conocidos para el gran público.

Quiero comentar el capítulo que da título al libro, y que narra la prueba a la que sometió David Rosenhan a la psiquiatría institucional a principios de los años 70. Eran los años en que en la psiquiatría reinaba el psicoanálisis como instrumento para etiquetar todo tipo de trastornos, y al mismo tiempo cuando algunas importantes voces, como el gran Thomas Szasz se levantaban con la bandera de la anti-psiquiatría, con un clásico ya como es "El mito de la enfermedad mental", en el que se cuestionaba toda esa corriente de enfermedades de nuevo cuño, de las que no tenían (ni tenemos aún hoy) una base fisiológica que permitiera calificarlas como enfermedad. Al igual que el bacilo de Koch produce la tuberculosis, no tenemos aún más que leves indicios, que son desechados una y otra vez, para justificar la esquizofrenia o el trastorno bipolar.

Pero hay una gran diferencia hoy en día: tenemos fármacos que actúan sobre los síntomas. Y eso será el final de este comentario.

Voy a resumir rápidamente lo que hizo David Rosenhan.
Convenció a 8 amigos suyos, sanos física y mentalmente, para que perdieran un mes de sus vidas intentando ver que pasaba si acudían a una institución psiquiátrica y decían que desde hacía unas semanas, escuchaban una voz que decía "zas".
Nada más. No tenían que fingir ningún otro síntoma, y tenían que indicar al cabo de unos días, que el problema había desaparecido.
Rosenhan eligió esa palabra, "zas", porque no había ninguna referencia a ella en la literatura médica.

El resultado da miedo.
Todos sus amigos, y él mismo, que también participó, fueron internados.
A todos ellos se les diagnóstico como esquizofrénicos, excepto a uno, que le diagnosticaron un trastorno maníaco-depresivo.
La estancia media en las instituciones fue de 19 días. La más corta de 7 días y la más larga de 52.

El alta médica se les dio a todos por remisión temporal de los síntomas.
Actualmente y en parte gracias al revuelo que provocaron los estudios de Rosenhan, en USA no se puede internar a nadie contra su voluntad, si no tiene tendencias suicidas u homicidas.

El estudio publicado en Science, provocó mucho malestar en los ámbitos psiquiátricos. Hubo feroces respuestas contra él.
Y un famoso hospital psiquiátrico se ofreció para que durante unos meses, Rosenhan enviara tantos pacientes "falsos" como quisiera, convencidos de que ellos sí podrían detectarlos. Ese fue el acuerdo.
Al cabo de 3 meses, el hospital escribió a Rosenhan contándole que había detectado a 41 pacientes "falsos" con un alto grado de probabilidad.
Rosenhan acababa de ganar en su hipótesis por goleada: en los 3 meses de prueba, no había enviado a ningún paciente.

Pero hay una segunda parte en este capítulo. La autora del libro, pone a prueba el sistema, ya que Robert Spitzer, que es un psiquiatra formado en el psicoanálisis y que fue quien se enfrentó con más dureza contra el estudio de Rosenhan, le aseguraba que eso hoy día no ocurriría.

Y la autora repite la prueba, pero en lugar de ser internada, consigue que en 8 ocasiones que realiza el proceso, con el mismo e único síntoma que los del experimento original - escuchar la palabra "zas"- le recetan 25 fármacos antipsicóticos y 60 antidepresivos.

El enfoque de la psiquiatría institucional hace 40 años era el del etiquetamiento de la enfermedad (supuesta) e ingreso.
El cambio de paradigma y los nuevos fármacos, que permiten que pacientes que antes tenían que estar atados, puedan llevar una vida aceptablemente mejorada, parece que es lo que cambia el resultado del experimento.

Ahora los psiquiatras recetan para controlar, síntomas y estados, pero si atendemos a lo que le recetaron a la escritora (y psicóloga), era un diagnostico implícito de "psicosis depresiva", un cuadro que es realmente grave y peligroso para quien lo sufre.

La trampa volvió a funcionar.

¿Hasta dónde el enfoque (o moda) dentro de la medicina determina la enfermedad del paciente?
¿Cuál es la actual vigencia de la enfermedad mental, cuando sólo tenemos síntomas pero seguimos sin conocer su base fisiológica?

Esa apertura de puertas de las instituciones que "contenían" a los locos, a los diferentes, a los enfermos, vino dada por un cambio de paradigma, por un mayor interés por la calidad de vida de los pacientes y un humanismo aplicado, pero sobre todo por la aparición de drogas como los neurolépticos que permitieron cambiar la camisa de fuerza física por un corsé mental.
Mejor alguien adormilado o incapaz de pensar con fluidez que, esa persona, con cadenas y atado a una pared en una sala llena de pacientes como él en un entorno insano y desnaturalizado de por sí. Lo admito como cierto y mal menor.

Pero seguimos sin tener un tratamiento curativo para algo que llamamos enfermedad, y de la que sólo tenemos síntomas... indicios.


P.S: Aunque mi intención era originalmente actualizar el blog cada pocos días, veo que es más difícil de lo inicialmente previsto. Pero seguiré de momento intentando que haya como poco una entrada nueva cada semana, y si las musas y las circunstancias lo permiten, que sean dos o tres, tal vez más cortas a cambio.
La proxima entrada hablará de como alguien recibe una vocación, una curiosidad que guiará su vida, a través un poco de azucar en un zumo.