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martes, 16 de febrero de 2016

Lemmy y Motörhead: speed hecho música.


Este texto fue publicado en el portal Cannabis.es tras la muerte del ícono del rock, y aquí lo traemos a modo de homenaje personal. Nos caía bien Lemmy. Un tipo claro.

Esperamos que os guste.

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Lemmy: la anfetamina se hizo música.


Hace unos pocos días, el 28 de diciembre como si fuera una inocentada, el mundo recibía la noticia: Lemmy ha muerto. 

¿Y quién es Lemmy? Lemmy es Dios.

¿Cómo contar esta historia a quien, por razones de edad, no ha conocido al padrino del rock más sucio que surgió de nuestro planeta? Para alguien como yo, ya en los cuarenta-y-tantos, es difícil imaginar a alguien que le guste la música moderna y no sepa quien era Lemmy.




Lemmy Kilmister era el cantante, bajista y alma de Motörhead, pero eso no es decir mucho para quien no ha puesto sus orejas a planchar bajo la apisonadora musical que creó. Lemmy, Ian Fraser Kilmister de nombre oficial, nace en el Reino Unido el día de Nochebuena de 1945 aunque su vida no estuvo precisamente iluminada por felices estrellas. 

A los 3 meses de nacer, su padre que era un piloto de la fuerza aérea se pira y les abandona a él y a su madre. Ella se casa con un jugador de fútbol 10 años después, y entran en la familia dos nuevos hijos de un anterior matrimonio del padrastro, con los que Lemmy no consigue llevarse bien. Se mudan a vivir a Gales, época de la que Lemmy comentó -con su sarcasmo habitual- que “aunque no era nada agradable ser el único chico inglés entre 700 chicos galeses, aquello tuvo su gracia desde el punto de vista antropológico”.

Hechos así fueron conformando el carácter del chico, que antes de los 16 había abandonado la escuela y despuntaba mostrando sus propias aficiones: el juego, las mujeres y el rock'n'roll incipiente de la época. A los 17 años ya había causado su primer embarazo: un hijo que fue dado en adopción por la madre y que, cuando se re-encontraron años después, “le faltó coraje para decirle qué mal tipo era su padre” según contaba Lemmy. 


Hasta qué punto le iba el vicio, que su apodo como Lemmy es una contracción de las palabras “lend me” o “préstame” en castellano, de tanto que las usaba para pedir pasta. Entonces Lemmy ya tocaba la guitarra y procuraba asistir a tantos conciertos como podía, viendo a los primeros Beatles entre otros y tocando además en varios grupos. El germen de la leyenda estaba ya sobre tierra fértil.



A los 21 se muda a Londres para poder seguir avanzando en la música, y aterriza en el piso de su amigo Neville que era el mánager de Jimi Hendrix y que vivía con el bajista del grupo, así que acabó de roadie con Hendrix, embarcado en años de consumo salvaje de LSD. De esa época contaba que no podía hacer dos noches seguidas de trabajo sin dos dosis dobles -de la época- de ácido. 




Por entonces recibió un gran botín de LSD de las manos del propio Hendrix: lo habían llevado a USA mientras era todavía legal y resultó ilegalizado mientras ellos se encontraban allí, así que Jimi se lo dio todo para que se deshiciera de él y no acabar en el talego. Jimi Hendrix, al lado de Lemmy, era un tipo sensato. Lemmy, como era de esperar, no le hizo caso y se quedó todo el ácido para meterse en la más salvaje psiquedelia hasta el año 1975 desde ese momento.

En 1971, ya nadando en ácido, alcohol y sexo, es reclutado por la banda de rock psiquedélico Hawkwind, con quien graba y toca hasta el año 1975. Lemmy no tenía ni idea de tocar el bajo -él tocaba la guitarra hasta ese momento- cuando le llaman para tocar justo antes de una actuación benéfica. Eso tuvo que ver en su distintiva forma de enfrentar el instrumento: en lugar de lineas melódicas simples él usaba el bajo como una guitarra, dando acordes a modo casi de guitarra rítmica. Y todo estaba ya preparado para que se produjera el nacimiento de la más sucia, macarra y germinal banda de rock de todos los tiempos.




En plena gira con Hawkwind, Lemmy es arrestado en la frontera entre USA y Canadá, acusado de tenencia de cocaína. Los del grupo -eran bastante snobs y sólo miraban bien a quienes tomaban “drogas orgánicas”- pasaron de él y no le esperaron. Le liberaron días después sin cargos, porque no era cocaína aquellos polvos blancos, sino anfetamina: la nueva gran amante de Lemmy. 

Por suerte para él las leyes sobre la anfetamina, en aquellos años, eran mucho menos beligerantes que sobre otras drogas: el producto se anunciaba en revistas y se vendía legalmente como churros. Puesto de patitas en la calle tras esa detención, sin grupo en el que tocar, y con una bolsa de anfetamina como compañera tras haberse tomado todo el ácido que Jimi Hendrix no se tomó... ¿qué mejor que montar una banda de rock de verdad y dejarse de mariconadas? Ahí nacía Motörhead.

Para entonces, Lemmy era un tipo feo -muy feo- con unas largas patillas que nunca se quitó, con un par de grandes verrugas en un lado de su cara más una voz gutural y rota cuyo expediente no dejaba lugar a dudas: era lo que entonces se consideraba un peligro público. Si a eso le añades una desmesurada pasión por la parafernalia nazi que llevaba en sus ropas y actuaciones -no se cambiaba de ropa para subir a tocar, era como vestía- y estar siempre entre mujeres “de mala vida y buenas manos” pues la verdad es que el hombre lo tenía todo. Era el año de 1975 y teníamos ya la encarnación del “chico malo del rock”: había nacido un ícono estético para muchas generaciones venideras.

Su actitud irrespetuosa con las normas y autoridades le hizo querer llamar al grupo “Bastards” pero los consejos de un mánager le hicieron ver que con ese nombre, las emisoras de radio inglesas no podrían seguramente emitirles. Era el año 75 y llamarse “los hijos de puta” no sonaba bien. Así que Lemmy aceptó y cambió a Motörhead, que era el nombre de la última canción que compuso para el anterior grupo.

¿Qué era Motörhead? Motörhead era anfetamina en esencia. Era un termino en slang que usaban para referirse a los consumidores de esta droga y, cómo no, esa era la droga que servía de vínculo de unión psicoactivo del grupo. Cuando a Lemmy se le preguntó sobre por qué consumía anfetamina y no otra droga como elección principal, él contestó que era por pura necesidad ya que era la única que podía hacerte subir a un escenario a tocar tras 9 horas de viaje en una furgoneta.

¿Cómo sonaban? Pues supongo que cada uno tendrá una descripción, pero para mí era como un bloque enorme de hormigón entrándote por la oreja, compacto, áspero, sin concesiones. Podían ser más punkies que los Sex Pistols -aprendices del lado salvaje- y más macarras que nadie sobre el escenario, aunque Lemmy siempre dijo que ellos eran “una banda de rock'n'roll, la más guarra, pero rock'n'roll”. No dejaba de ser cierto, hacían rock'n'roll con un bajo saturando amplificadores y distorsión hasta dar miedo. Y realmente lo daban, tanto que mucha gente no quería contratarlos en el circuito de música en directo por su fama, que hacía honor a la realidad: música escrita con alcohol y anfetaminas para ser disfrutada de una forma similar.


Como es de esperar, este uso inmoderado de drogas reflejaba personalidades con menos moderación aún. Esas cosas, en un grupo de música, suelen acabar saltando por los aires y eso provocó infinitos cambios de formación en que sólo Lemmy sobrevivía y, además, se follaba a las novias de los que echaba o le dejaban. No se andaba nunca con tonterías y desconocía el significado de la palabra “cortesía” -excepto con las damas- diciendo siempre lo que pensaba y eso no todo el mundo lo llevaba bien. 

El grupo sobrevivía entre sus propias tensiones, broncas y peleas que acababan saldándose con músicos heridos, huesos rotos y gente tocando sobre el escenario con una escayola en una silla. Pero Motörhead eran unos albañiles de la música y si no tocaban no tenían pasta, llegando a pasarlas putas muchas veces, así que había que seguir: siempre.




De esta guisa llegaron a la explosión de su popularidad con el soberbio “Ace of Spades” -una canción dedicada al vicio de los juegos de azar- que sonaba como una jodida ametralladora pasada de speed disparándote al oído uno de los riffs más reconocibles de la historia del rock, y que ha sido versionada como tributo por una lista interminable de músicos. 

De hecho, para muchos, es el tema germinal de lo que es el thrash y el speed metal para toda una generación. Gente como Metallica o Anthrax han reconocido que ellos no existirían -al menos como los hemos conocido- sin la existencia de Lemmy y su Motörhead. Poco después -Motörhead era capaz de sacar dos discos por año cuando se lo proponía- publicaron “Killed by Death” siendo otro de los grandes himnos del grupo. El vídeo de esta canción se convirtió en una recopilación de clichés sobre el heavy (donde eran encasillados por la mayoría) en el que Lemmy encarnaba el prototipo: rockero de gafas de sol, con moto y pintas de macarra, atraviesa con la moto la pared de la casa de unos padres moñas viendo la tele para llevarse a su hija rubia, heavy y con buenas tetas, mientras les hace una peineta para poco después morir a balazos asesinado por la policía y resucitar de su propia tumba, cabalgando su moto.




La imagen icónica de Lemmy ha tenido cabida en numerosos cameos en cine y televisión, incluido un divertido programa infantil inglés -con niños que no pasaban de los 10 años- al que acudió toda la banda y se puede ver a una manada de niños meneando las cabezas al ritmo de la música del grupo. También apareció como personaje principal en un videojuego llamado Motörhead, para las plataformas Amiga y Commodore, y en otros posteriormente. Ya era una leyenda viva cuando hizo un cameo en la película “Airheads” en la que, además, se produce el mítico diálogo que los incombustibles fans de Lemmy conocen a la perfección:

  • ¿Quién ganaría en un combate de lucha libre, Lemmy o Dios?
  • ¡Lemmy!
  • ¡¡MEEEEEEEC!!
  • ¿Dios...?
  • Error. Pregunta trampa, soplapollas: ¡¡Lemmy es Dios!!



Lemmy usó a placer todas las drogas que tuvo a su alcance menos la heroína, droga con la que siempre mantuvo una mala relación personal: el gran amor de su vida fue una bailarina que encontró muerta en la bañera de casa con una sobredosis de caballo (valga la redundancia). Nunca entendió el consumo de heroína porque asumía (nunca la probó) que era “algo tan tan tan bueno que no permitía tener control sobre ello, llevando a la gente a perder sus propias vidas”. Pero nunca moralizó con el asunto, ya que él nadaba entre otras drogas duras como el alcohol, que quitaba y quita muchas más vidas.




A lo largo de su carrera acabó cristalizando en una leyenda viva, que conseguía sorprender a gente tan capeada como Ozzy Osbourne, que acababan reconociendo que nunca habían tenido delante a nadie igual y que era tal y como se veía, y que los peores “rebeldes” del rock a su lado era unos jodidos aprendices. O Dave Grohl de Nirvana y Foo Fighters, quien decía que “ni siquiera Keith Richards se acerca a lo que Lemmy es”

Ya mudado a vivir a Los Ángeles, por cuestiones de interés musical, Lemmy vivió en un apartamento pequeño y lleno de desorden (su desorden) entre parafernalia nazi y libros (pocos conocieron el lado culto que tenía con una profunda visión de los problemas sociales y de carácter histórico). Se le criticó algunas veces por esa estética que algunos acusaban de apologética del nazismo, pero Lemmy no se escondía -por supuesto no era de ideología nazi- y lo tenía muy claro: “¿si mi novia negra no tiene problema por ello, qué tienes tú que decir? Es cierto que me gustan los uniformes y tengo que reconocer que 'los malos' siempre los han tenido mejores”. Punto pelota.

Nunca llegó a casarse y a formar una familia, ni lo pretendió. Sabía que aquello no era para él y que una mujer esperaba que su marido no anduviera por ahí zorreando con otras, y que justamente era eso lo que él sabía hacer mejor: zorrear día y noche. Desde luego Lemmy derrochaba carisma, y siendo el tipo más feo en la escena musical, estaba siempre en una excelente compañía femenina que es motivo de leyenda por el gran número de mujeres con las que había tenido relaciones. Era inexplicable cómo modelos de portadas de primeras revistas pasaban por sus brazos. Y lo mejor es que no era una pose de estrella del rock: las strippers de Los Ángeles se jactaban de que dormía en sus camas como si se hubieran acostado con el mismísimo Jesucristo.

Y de esta forma llegó a una “madurez” que le exigió ir echando un poco el freno. Pero como decía Ozzy Osbourne, “eso de no fumar, ni beber, ni tener mala vida no se escribió para Lemmy”. En forma de diabetes la vida le dijo a los 60 años que tenía que moderarse, a lo que Lemmy respondió abandonando el Jack Daniels con Coca-Cola para cambiarlo por el vodka con zumo de naranja: no se puede frenar a una locomotora como ésa. 

Redujo su consumo de anfetamina, aunque no lo eliminó del todo, ya que estaba íntimamente ligado a lo que era y a su trabajo: subir a un escenario a descargar el infierno hecho música. Nunca pensó en retirarse, y nadie de su entorno pensó que eso ocurriría jamás. ¿Lemmy jubilarse? Eso simplemente no es posible, como decía el batería de Metallica. Fumador, bebedor, mujeriego de mala vida y vividor de noche, nunca se quiso cambiar de su apartamento, insuficiente para todo lo allí había, y cuando sus amigos le preguntaban siempre contestaba: “no sé conducir, así que si me mudo a otro lado... ¿cómo voy a ir hasta el bar?”




El bar no era otra cosa que su segunda casa: el Whiskey A Go Go, un mítico bar de Hollywood en el que Lemmy estaba cuando no estaba tocando, follando, durmiendo o jugando al poker. Y allí, en un local donde no caben más de 250 personas, le dieron una fiesta -once días anticipada a su cumpleaños- en la que por primera vez, Lemmy no subió al escenario a tocar con aquellos que se reunían -algunas estrellas del rock volando desde fuera del continente expresamente para acudir- a rendirle tributo y pudo disfrutar de la música que tocaron para él, sin tener que soportar cámaras o miradas de nadie y siendo uno más en el bar con sus colegas. ¿Y quién se acercó a su última fiesta de cumpleaños a cantarle unas canciones?

Gente como Slash de Guns'n'roses o Scott Ian de Anthrax, Steve Jones de los propios Sex Pistols o el que es considerado el mejor guitarrista del mundo, Steve Vai, estaban allí para darlo todo en la fiesta de cumpleaños de su amigo Lemmy: el padrino del rock. Una increíble fiesta para solamente 250 personas como forma de festejar -entre amigos- el que sería su 70 cumpleaños. No puedo evitar pensar que si hay una fiesta en la que hubiera vendido a mis hijos como carne picada para poder estar en ella, sería esa fiesta y no ninguna otra. 

Unos días después, mientras jugaba a su videojuego favorito, moría en su sillón tras haberle sido diagnosticada -dos días antes- una forma extremadamente agresiva de cáncer.

Entonces... ¿Dios ha muerto?

Esta mañana, cuando me he levantado, no he podido evitar sentir un escalofrío cuando he leído que, desde hacía unas horas, el mítico “Ace of Spades” había entrado de golpe en el “top ten” británico, superando lo que fue su mayor puesto conseguido en los años 80.




Y es que Lemmy no ha muerto, 
Lemmy vive ya para siempre.





domingo, 13 de diciembre de 2015

Tim Leary: animador sociocultural a base de LSD

Este texto fue publicado en el Portal Cannabis.es y esperamos que os guste.

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Timothy Leary

Uno de los personajes por excelencia de la cultura farmacófila del pasado siglo, que casi todo el mundo conoce de oídas, es Tim Leary. Su nombre evoca casi de forma inevitable la presencia de la LSD y sitúa rápidamente el contexto en los años de la explosión hippie en los USA, y una aproximación lúdica -con la amplitud del concepto de "ludus"- al asunto de los enteógenos.

Albert Hofmann fue el paradigma del científico respetable, responsable. Stanislav Grof, declarado padrino de la sustancia por el creador de la misma, es el modelo de aproximación terapéutica a la LSD y uno de los grandes cartógrafos de la conciencia humana. En el aspecto químico, gente como Shulgin o Nichols son los que siguieron y acompañaron el desarrollo de la enteogenia.





¿Pero qué sería la figura de Leary? 
¿Un chalado bromista? ¿Un payaso divertido como le calificó Hofmann? ¿Un héroe de la conciencia como dijo Allen Ginsberg?

¿El hombre más peligroso de América -y enemigo público número uno- como sentenció el corrupto Nixon?

Su vida asemeja la de una neurona situada en algún punto estratégico del cerebro, sirviendo de interconexión entre miles de eventos y personas, percepciones y sentidos, que en un buen momento se activó y no dejó hasta el momento de su muerte de explorar las fronteras de lo que iba siendo el nuevo paradigma de las posibilidades de un hombre plenamente desarrollado, y conectado a las oportunidades que el mundo le ofrece. 

La definición más apropiada que encuentro para él, es la de animador sociocultural. El animador es la persona que utiliza el conjunto de prácticas sociales que tienen como finalidad estimular la iniciativa y la participación de las comunidades en el proceso de su propio desarrollo y en la dinámica global de la vida socio-política en que están integrados.

Leary, nació en el ámbito de una familia bien situada, con un padre con tradición militar y que ejercía de dentista ocasionalmente mientras dilapidaba los recursos familiares. Su madre era una maestra que tras el abandono de su marido, cuando Leary tenía 13 años, quedó viviendo una apocada vida con su hermana, ambas de estricta formación religiosa y moralista. Expulsado de varios centros y pasando la academia militar, acabó siendo un psicólogo con ideas brillantes y con buenas perspectivas, con cabida en varias universidades del país.

No fue ningún hippie inconsciente y entregado al hedonismo asocial. De hecho, si no hubiera sido por la irrupción en su vida del misterio de los enteógenos, a manos de un colega suyo más joven que él -el psicólogo Frank Barron- que siguiendo los pasos del conocimiento desenterrado por Gordon Wasson y los hongos psilocibios mexicanos había tenido su particular 'Eleusis', Leary no parecía tener el menor interés en las drogas.

Tenía 40 años, 2 hijos pequeños y estaba sólo tras el suicidio de su primera mujer, cuando en México tuvo su primer contacto con un enteógeno. Ese encuentro de la persona con la sustancia despertó en Leary el mecanismo de búsqueda de la aplicación positiva de las drogas a los humanos. Desde ahí, todo lo que ocurrió fue muy rápido. Esa sesión ocurrió en 1960, y menos de 3 años después Leary ya estaba fuera del circuito académico de Harvard, expulsado con Richard Alpert, aunque según su propio testimonio había abandonado ya el entorno asfixiante y desolador de continuo enfrentamiento hacía sus propuestas, y estaba embarcado en la creación de centros de enseñanza del manejo de psiquedélicos.




En Harvard, se había ido polarizando el ambiente en torno al tema de las drogas activadoras del cerebro, hasta el punto de que viejas amistades se separaban por culpa de esas posiciones, hasta quedar dividido el profesorado y los estudiantes entre aquellos que se sentían hermanados por la acción de la psilocibina y drogas similares, y los que estaban fuera de ese grupo. Los intentos de Leary de introducir al resto de colegas que le cuestionaban, nunca dieron excesivo fruto, y seguía siendo la gran vergüenza de muchos reputados profesores, que los alumnos prefirieran las clases y estudios que impartía Leary y su grupo, a los que impartían ellos y nada tenían que ver con el uso de drogas como herramienta en la exploración de la psique. Eso no se lo perdonaban.

Un año antes de su despedida de Harvard, y cuando se estaban llevando a cabo los experimentos de la Prisión de Concord, en los que se estudiaban las posibilidades de cambio de conducta en criminales con altas tasas de reincidencia, y el de Viernes Santo (Good Friday) en el que se indujeron experiencias místicas a personas de diferentes cultos religiosos, un hombre que había conseguido de forma poco clara 1 gramo de LSD (10.000 dosis estándar o 5.000 de aquella época) a través de Sandoz, había experimentado los efectos de la misma y había decidido "enchufar" al mundo a la revelación lisérgica. 

Aldous Huxley, a quien acudió a visitar tras su experiencia, le puso en contacto con Leary. Y fue así la forma en que el gran contacto entre la persona y su destino se produjo.

A pesar de que Leary había desarrollado una amplia experiencia en esos dos años con el uso de la psilocibina, y de la mescalina -fácilmente adquirible mediante empresas químicas- la experiencia con LSD le supo como la más arrebatadora de su vida, y a ella quedó consagrado en ese momento.

No creo que la experiencia con LSD sea más "demoledora" o reveladora que la que se tiene con psilocibina o con mescalina: o bien se debía a las fuertes dosis que se empleaban en aquella época, o a unas expectativas muy determinadas. Tal vez las dosis que tanteaban Leary y los suyos en mescalina y psilocibina eran dosis más sencillas de manejar, lo cual parece bastante posible ya que fue con esta última con la que Leary tuvo su primer encuentro sexual bajo los efectos de un psiquedélico, descubriendo un universo de ricas posibilidades en materia de sexo y drogas combinadas.

Deslumbrados por todas esas drogas en general, toda la clase contracultural de pensadores, científicos y artistas, se entregaban a la experiencia mística, con una posterior incorporación en sus vidas de filosofías en busca del yo y la perfección. Pocos eran los que hacían de su uso algo puramente lúdico. Todos, según él, buscaban la luz. Desde la tímida Marilyn Monroe que le abordaba para conseguir LSD en una habitación, a la ya posterior amante de Kennedy y sus planes para iluminar a toda la clase dirigente.

El constante pasear entre celebridades de Hollywood, músicos como John Lennon -con quien grabó "Give Peace a Chance", y quien compuso "Come together/Join the party" para ser el slogan del partido con el que Leary intentó hacerse gobernador de California- o Hendrix, y con todos los poetas y escritores malditos de la generación Beat como Burroughs, Ginsberg o Kerouac, acabaron por situarle en el papel de icono de la rebelión propia de esa época y por borrar cualquier opción a que se estableciera de forma seria dentro de la comunidad científica.





La famosa residencia de Millbrook, era el epicentro de una raza de nuevos seres experimentadores de las multi-realidades humanas, que era una afrenta para el propio país y su conservadurismo.La gran duda era qué volaba más rápido allí, si las bragas de las jóvenes o el ácido.

Leary era cada día un personaje más molesto para el establishment que buscó, a ser posible, conseguir que se retractase públicamente de sus afirmaciones sobre el uso de drogas como algo positivo. Y decidieron animarle a ello.

Así le llego la hora en que por un par de chustas de porro y algunos gramos de yerba, tuvo que elegir entre pasar una vida en la cárcel, o dejar que su hija y su mujer cargaran con ello. 

Ya en prisión, engañando al psicólogo que le hizo unos test de personalidad -que había validado/estandarizado para la población él mismo siendo profesor en Harvard- Leary, fue enviado a una cárcel de mínima seguridad. Con la ayuda de la Hermandad del Amor Eterno (un grupo minoritario y selecto que tenía acceso a las drogas y su distribución en el país) y de los Weathermen, que eran una especie de grupo revolucionario de estudiantes con una estructura e infraestructura similar a la de un grupo terrorista, consiguió fugarse de esa prisión.

De allí paso a ser huésped de los Panteras Negras en Argel, de los que tuvo que acabar huyendo, de un traficante de armas europeo en Suiza, de un psiquiatra en Francia, para acabar siendo "extraditado extraoficialmente" cuando puso pie en Afganistán.

En ese periodo, al principio de los años 70, fue cuando se produjo el encuentro entre el agitador Leary y el sobrio Hofmann. Parece que el poco aprecio fue algo mutuo, aunque ambos supieron mantenerse en un clima cordial (como muestran las fotos que existen de ambos riendo).
Leary sólo le dedica 2 párrafos en su autobiografía -entre más de 600 páginas- a ese hecho, tal vez como respuesta a lo que Hofmann había escrito sobre él en "LSD - Mi hijo problemático”.




Cuando volvió a la cárcel acabó siendo utilizado por el FBI para intentar conseguir información que vinculase a unos y otros con rusos o comunistas, y en vista del poco éxito, se dedicaron a crearle fama de delator. Finalmente, cuando cayó Nixon fue cuando le acabaron dejando en paz.

Desde entonces siguió abriendo camino en el mundo del ciberespacio, que absorbió buena parte de su creatividad y de sus nuevas ideas sobre globalidad y comunicación, sexo, relaciones humanas, lenguaje y evolución cerebral. Posiblemente con mucha menos ingenuidad de la que le había caracterizado desde que se entregó a las drogas psiquedélicas, pero con una riqueza y percepción mucho más afilada.

Siguió tomando drogas, y algunas le parecieron interesantes para abrir nuevas regiones de la mente. Según él, avanzó con el estudio del "Adam, XTC, Ketamina, e Intellex". El Intellex no es otra cosa que el 4-metil-Aminorex -también conocido como "Euforia"- y que es un estimulante simpaticomimético con efectos de mejora en las actividades cognitivas.

Idealista y utópico hasta su final. Leary muere un 31 de Mayo de 1996, de un cáncer de próstata inoperable (el que sufrirán 1 de cada 3 varones occidentales de nuestra época).

Sus últimas palabras fueron: 

"¿Por qué? 
¿Por qué no? 
¿Por qué no? ¿POR QUÉ NO? 
¿Por qué no? 

Hermoso..."

Parte de sus cenizas, fueron enviadas al espacio en un vuelo espacial, un año después. Es -con certeza- el usuario de enteógenos que más lejos ha llegado.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Drogas y pena de muerte: la paradoja del activismo dañino.


Este texto fue publicado por la Revista Yerba.
Espero que os guste. :)

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El gallo de Sócrates.


“Critón, debemos un gallo a Asclepio, no olvides pagar dicha deuda” dijo y después no hablo más.

Así han pasado a la historia las últimas palabras de uno de los condenados a pena de muerte más famoso de todos los tiempos. La interpretación clásica que hace la filosofía de dicho momento es que Sócrates expresaba de esa forma un cierre con su existencia en la que dejaba todos los asuntos zanjados, a la usanza de los testamentos clásicos.

¿Fue así? Hagamos un rápido repaso al asunto. Un “más que chulo” Sócrates se enfrenta con el poder y el poder le somete a juicio, pero cuando quienes le juzgan -por temor a una revuelta popular- le están intentando librar de la condena, el caballero se arranca y les espeta en la cara que “no sabe de qué cominos le tienen que perdonar a él, cuando lo que deberían hacer es darle un premio por sus actos” y listo: condenado a pena de muerte por abrir la boca. 




Aún así, esperando el momento de su ejecución, Sócrates cuenta con una posibilidad de huida que rechaza, y acaba llegando voluntariamente al momento del gallo tras tomar la cicuta que le mataría momentos después.

Una vez ya tapado en sus últimos instantes esperando la agonía, decide descubrirse, mostrarse a los discípulos que le acompañaban en ese último momento y dejar ese recadito para Asclepio

¿Os suena el simbolito? 
¿Os recuerda a algo, aparte de al Tío la vara?


¿Y quién era Asclepio? Pues Asclepio era el dios griego de la medicina, ni más ni menos. Vale que Sócrates quisiera dejar sus cuentas zanjadas. ¿Nadie ve ahí un cierto sarcasmo en un tipo que podía haberse librado de la pena de muerte -varias veces- pero fue tan chulo que prefirió morir delante de todos? Yo sí. 

Te estás muriendo en aplicación de la pena de muerte y tus últimas palabras son que le ofrezcan un gallo al dios de la medicina. ¿Estaba agradeciendo una buena muerte de forma sincera? Tal vez. Lo cierto es que no tenemos una certeza ni del momento ni de sus exactas intenciones y todo queda a la interpretación de cada cual.





¿Cómo era la muerte 
a la que 
se enfrentó Sócrates?


La muerte por cicuta no es una muerte agradable: fuertes mareos, vómitos y dolores mientras una parálisis va comenzando por extremidades hasta ahogar a la persona -que se va poniendo de color azul-  paralizando todas sus funciones básicas. Por eso a Sócrates se le administró a la vez un paliativo a base de plantas que, casi con toda probabilidad, incluiría opio y puede que solanáceas para ayudar a la persona en el tránsito hacia la muerte, aunque se desconoce el contenido exacto.

Como se pudo notar -más que de sobra- que no era la intención de Sócrates librarse del castigo, se le dejó salir a morir caminando, con sus discípulos más queridos, hasta que tuvo que echarse a un lado del camino porque su organismo colapsaba en un estado de vértigos y ahogo.



Y en ese momento le recuerda a Critón, su querido discípulo, el gallo debido como ofrenda a Asclepio, dios de la medicina o de lo que era lo mismo en aquella época: del uso de plantas para ayudar a vivir y a morir. ¿Ironía? ¿Sarcasmo? ¿Agradecimiento real? 



De la Grecia clásica 
al Texas de 1977 
en los USA.


En este salto de muchos siglos, la pena de muerte es algo que nunca se ha dejado de aplicar, prácticamente en todos los países del mundo. Los métodos que el ser humano ha usado para dar muerte a sus semejantes condenados han variado desde el desmembramiento por 4 caballos, a ser colgado de un árbol o una grúa, a ser apedreado/a hasta la muerte por traumatismo, al pelotón de fusilamiento o a nuestro hispánico 'Garrote Vil'.


España exportando lo mejor de la tierra.


En ese año de 1977, un examinador médico del estado de Oklahoma, de nombre Jay Chapman, propuso lo que desde entonces es conocido como el 'Protocolo Chapman': una forma menos dolorosa para aplicar una sentencia de muerte basada en los conocimientos médicos y recursos farmacológicos que teníamos. 

Jay Chapman

El protocolo eran las directrices para poner un suero intravenoso en el brazo del reo y, en el momento dispuesto, inyectar una dosis anestésica de un barbitúrico de acción ultra-rápida, seguida de un paralizante muscular que detiene la respiración y de una dosis de cloruro potásico que detiene el corazón.

Las razones que motivaron este cambio eran de tipo humanitario: vamos a matar al reo, pero no hay necesidad de hacerlo de una forma que cause un daño innecesario. Así que el protocolo fue ajustado por un médico anestesista -los que tienen la llave de la vida y la muerte- e impulsado hasta convertirse en ley por un “hombre de Dios” llamado Reverendo Bill Wiseman. 

El Reverendo Bill Wiseman.


Es decir, entre dos médicos y un cura habían creado la inyección letal como “la menos mala de las formas de matar” y fue Texas el primer estado en adoptar la nueva forma ejecutoria en sus disposiciones legales y el primero en aplicarla sobre un ser humano: el 7 de diciembre de 1982 moría el primer reo con la muerte -como castigo- menos cruel que se podía aplicar sobre un ser humano.

Obviamente no era el primer humano que moría tras administrarle una inyección mortal: los nazis hicieron todo tipo de pruebas con prisioneros, entre las que se incluían inyecciones de gasolina como experimentos médicos. ¿Repugnante? Sin duda. Pero a USA no le vinieron mal todos los datos extraídos de la experimentación nazi sobre humanos y los usó para propio interés. Sin embargo esa ola de caridad a la hora de matar a un ser humano se extendió pronto por todo el país, hasta el punto de que en el año 2005 todas las ejecuciones realizadas en USA fueron con dicho método.



Causa causatis causa causae 
o “lo que causa la causa 
es la causa de lo causado”.


A la vez que USA desarrollaba un método para matar de forma menos cruenta, sus colegas ingleses rechazaban la idea de matar personas con una inyección, más que nada porque no les parecía ético y que dicha acción violaba los principios médicos que se suponen están enraizados en la propia medicina, como el precepto de “primum non nocere” o “lo primero es no causar daño”.
Ellos preferían seguir haciéndolo de la forma tradicional: con la horca o a tiros.


Método civilizado 
donde la medicina no tiene lugar 
para ayudar a la muerte.


Es cuestionable que dentro de la raíz de la medicina no se encuentre el facilitar la mejor muerte posible a una persona que enfrenta dicho trance, por la razón que sea: la muerte de Sócrates es un buen ejemplo de ello. Pero esa fue la postura inglesa en una Europa que empezaba a asentarse en cauces menos violentos y que progresivamente iba tumbando las leyes sobre pena de muerte. En España se retiró el 'Garrote Vil' y dejamos de matar con la llegada de la democracia aunque la pena de muerte en nuestro país siguió vigente algunos lustros dentro del código penal militar.

En el empeño que tiene el ser humano de hacer que los demás vivan a la manera que a cada uno le es propia, Europa y su activismo enfrentó la pena de muerte en el mundo. Con toda razón: las cifras son terribles y las razones para matar, aún peores. Tenencia de drogas, disidencia ideológica, homosexualidad... un bochorno para todo el ser humano escribir en nuestra historia que matamos por esas razones, entre otras. Y es cierto que Europa lidera muchas de las causas más nobles de derechos humanos que hay en el planeta, pero a veces no lo hace de la mejor manera y esta vez han patinado.

El activismo europeo contra la pena de muerte, hace algunos años eligió como uno de sus objetivos a presionar y atacar a los laboratorios farmacéuticos que fabricaban “las medicinas de la muerte”. Flaco favor le hicieron a muchos seres humanos condenados a morir en USA con dicha acción.



A los laboratorios farmacéuticos pronto les llegó la noticia de que intencionadamente se pretendía asociar sus nombres con la muerte, de manera que se les perjudicase económicamente. Dicha acción pronto contó con una reacción: los laboratorios se empezaron a distanciar del asunto.

¿Por qué si las farmacéuticas no tienen escrúpulos decidieron retirarse? Porque no son tontas y matar no da dinero. El principal objetivo de los grupos activistas fueron los productores de barbitúricos, que a día de hoy son fármacos con muy poco uso fuera del entorno hospitalario porque fueron superados por las benzodiacepinas en el manejo de la ansiedad y los trastornos de corte neurótico, incluidos los trastornos del sueño. 



Hace falta más cantidad de droga para una operación quirúrgica larga que para matar a una persona, y se hacen muchas más operaciones de todo tipo en los quirófanos del mundo que en las salas de ejecución. Los barbitúricos, que son drogas que tienen la “virtud” de matar con facilidad, eran la principal vía de suicidio para muchas personas que no encuentran el apoyo legal para poder morir de una forma digna en tiempo y modo. 

Países como Bélgica que son punteros en la aplicación de la eutanasia (buena muerte) tienen al barbitúrico y al resto de drogas usadas prácticamente igual que las de una sala de ejecución, pero la realizan en un entorno más adecuado.



Acción y reacción.


Cuando los laboratorios farmacéuticos -que son los mismos en USA que en Europa- vieron que la mala prensa les podía causar pérdidas, poco les importó la calidad de la atención al reo: se volvieron muy reticentes a darle al gobierno drogas que fuera a usar para matar aunque las mismas se las seguían dando a hospitales porque tienen idéntica necesidad en su uso. 

El gobierno USA se vio en un momento corto de suministros y decidió probar con otras formas de matar, siguiendo la linea de la inyección letal. Existen cientos de fármacos que pueden causar la muerte, y se puede hacer durmiendo a la persona primero, lo que en esencia era la idea humanitaria del 'Protocolo Chapman'.

A nivel médico, no es necesario contar con barbitúricos para provocar una muerte, sino que existen otros protocolos que sirven. La fórmula de la 'sedación paliativa' (con cierta carga como eufemismo) se basa en usar una benzodiacepina, de acción hipnótica como el midazolam, seguido de una dosis de opioides que va sumiendo a la persona en un sueño cada vez más profundo hasta que muere. 



Es un gran método para dar una eutanasia asistida en un hospital, pero muy poco acertado para una sala de ejecución por la razón de los tiempos de acción de esas drogas en las distintas personas con distintas tolerancias. Eso no ocurre con los barbitúricos, ya que la dosis letal no aumenta al tener tolerancia y es uno de sus principales peligros en el uso médico, además de la razón de la muerte de Jimi Hendrix.

El concepto de eutanasia choca con el de la ejecución rápida, en la que el estado representado por las autoridades, parte del jurado, testigos, familia y hasta prensa se encuentran reunidos para matar, en un acto que cuanto más rápido sea mejor, y eso es lo que importa. 




Así que aunque el gobierno USA abrió la vía legal para matar a los reos con lo que sería similar a una sobredosis de heroína (legal) con benzodiacepinas para ayudar se topó con que pocas cosas son tan rápidas para matar como su antigua fórmula y que la nueva fórmula de inyección letal funcionaba muy bien en algunos casos, como el primero en el que fue aplicada en el año 2009 en el que terminó con la vida de la persona en 10 minutos, y tremendamente mal en otros. 


Del gallo socrático 
al último sarcasmo letal.

Clayton Derrell Lockett no parecía un buen tipo. Condenado a morir en el año 2000 por violación, sodomía, secuestro, asesinato con ensañamiento y enterramiento ilegal, fue alargando su vida a base de apelaciones y recursos como el resto de condenados que esperan en un ala de una cárcel para ser ejecutados. Le llegó su día el 29 de abril de este año. 

El reo ejecutado en la paradigmática carnicería.


Los activistas europeos contra la pena de muerte habían conseguido la retirada total del barbitúrico de las salas de ejecución, con apoyo de la presión en USA contra la pena de muerte. Pero lo que no habían conseguido eliminar, era la propia pena de muerte: a Clayton no le hicieron un favor con su lucha.

En lo que ha pasado a ser el paradigma de una ejecución totalmente chapucera este fue el relato de lo acontecido. Llevan al reo a la sala y se le pone en la camilla, se le ata con correas de cuero de manera que no pueda moverse, o lo haga lo menos posible.



Se atraviesa su piel con una aguja directa a su vena. Se le inyecta una dosis mortal de midazolam e hidromorfona. Un problema en la elección de la vía (vena) acaba con una situación en la que las drogas inyectadas se ven incapaces de alcanzar un nivel adecuado en sangre por un bloqueo. El reo es declarado inconsciente. A pesar de ello, el reo se retuerce, gruñe e incluso habla durante todo el proceso intentando librarse de las correas de cuero en su enfrentamiento con la muerte.

Tras más de media hora, el proceso de ejecución se detiene por orden del médico responsable. Una vez detenida la ejecución del reo, las drogas y el esfuerzo vivido provocan al reo un paro cardíaco que lo mata. El reo no era buena persona pero, como sociedad, no parece que sus asesinos fueran mucho mejores.

El escándalo que provocó la carnicería que montaron para matar a Clayton ha tenido consecuencias importantes para la pena de muerte en USA. No se alegre todavía, no es lo que lo que piensa: a final de mayo de este año el estado de Tennessee adopta una ley que permite volver a ejecutar a los reos mediante la silla eléctrica y otros estados dan pasos para volver a introducir los pelotones de fusilamiento. 



La silla eléctrica se presenta como la mejor solución en USA solución a la falta de drogas, artificialmente creada por el activismo desde Europa, para matar adecuadamente. 




Sí: las drogas sirven para matar tanto como para curar. El activismo mal planteado en Europa ha conseguido que los reos no puedan morir de forma rápida y bajo anestesia, regalándoles la doble condena de saber que morirán con miles de voltios atravesando su cráneo, cerebro y con todos los músculos de su cuerpo en agónicos espasmos hasta quemarles por dentro. 

¿Era esta respuesta la que buscaban? 

Hay más humanidad en 
el 'Protocolo Chapman'. 



miércoles, 29 de agosto de 2007

Suicidio y drogas: derechos elementales del ser humano

Hace tiempo comenté que me sorprendía la cantidad de gente que llegaba a esta página usando los buscadores intentando encontrar información sobre el suicidio con distintas drogas -todas legales- y dije que haría una entrada sobre el tema.

No ha resultado fácil decidir como abordarla, ya que no quiero que sea un manual sobre como acabar con una vida, ni tampoco considero que mi opinión o mis argumentos sobre el tema tengan una relevancia especial como para que simplemente sea una exposición de mis ideas.






La mayor parte de las peticiones de información que recoge esta web al respecto, preguntan sobre como llevar a cabo el acto con diversos fármacos, siempre hasta el momento benzodiacepinas o vulgarmente pastillas para dormir. Supongo que eso responde a varias razones. La primera la disponibilidad de las mismas, que se recetan con facilidad y generosidad para todo tipo de trastornos. La segunda, el deseo de que la muerte sea algo indoloro, algo como simplemente quedarse dormido. Y la tercera razón la confusión que persiste hoy día de que es posible suicidarse con benzodiacepinas, como si estas fueran los mucho más potentes barbitúricos que se recetaban con fines parecidos hasta que se descubrieron estas otras alternativas mucho más seguras para los pacientes.

Las pastillas con las que murieron, voluntariamente o no, personajes míticos como Marilyn Monroe o una buena parte de los "mártires" del rock como Hendrix, Scott o Morrison, no fueron las que hoy día los médicos ponen en manos de la gente.
Y es el increíblemente grande margen de seguridad que tienen las benzos frente a los barbitúricos lo que permite que sean recetados con esa generosidad excesiva. Creo que no me confundo en absoluto si dijera que las dosis para provocar la muerte con las actuales pastillas para dormir, están muy por encima de una caja de cualquiera de las que actualmente recetan, aunque eso también dependa en parte de la reacción individual de cada persona al fármaco.
En el caso de los barbitúricos, esto no es así. En muchos casos valdrían unas pocas pastillas, que en muchos casos se tomaban sin querer, al no recordar la persona si había tomado la dosis, como consecuencia de los efectos secundarios de estas drogas.

Hoy día es muy infrecuente que un médico recete barbitúricos, y sus indicaciones están mucho más reducidas, estando en la mayoría de los casos en manos de los especialistas de la anestesia y dentro del marco hospitalario.

Hasta aquí la parte "técnica", concerniente a las aspiraciones de algunos a encontrar la muerte a manos de las actuales pastillas para dormir. Espero que esta parte satisfaga el deseo de conocer de los interesados, sin cuestionar la legitimidad de su deseo.
Pero vamos con la parte más importante del asunto: nuestro derecho al suicidio, nuestro derecho al uso de drogas, y nuestro derecho a una muerte digna y elegida en tiempo y modo.

El gran psiquiatra Thomas Szasz ha postulado desde siempre, que una de las más poderosas razones por las que el estado, arrogándose funciones que se extralimitan de sus competencias, sitúa fuera de nuestro alcance -mediante la prohibición- aquellas sustancias que no sólo pueden alterar nuestros estados de animo a voluntad propia, sino especialmente aquellas que podrían devolverle al individuo el derecho a suicidarse, de una forma digna, sin la intervención ni el permiso de terceras partes.
Todas o casi todas esas sustancias siguen estando en el arsenal terapéutico, pero bajo la llave de los actuales sumos sacerdotes de nuestra sociedad: médicos y psiquiatras.

Es de sobra conocido y aceptado entre los médicos que a ciertos pacientes que están en fase terminal, se les aplica la eutanasia de forma que acortan sus sufrimientos y aceleran el momento de la muerte, muchas veces en complicidad con el enfermo y su familia. Pero por desgracia, ni siquiera en esos casos la decisión recae totalmente en el sujeto, sino que depende de la suerte de médico que le haya tocado.
Al no ser un procedimiento regulado y totalmente legal, es un acto que puede causarle problemas al profesional que decida llevarlo a cabo, o simplemente por razones éticas o morales un médico se niega a dar esa ayuda al sujeto que lo pide.
Cuando lo quieren hacer, el procedimiento es tremendamente simple.
Una dosis de tranxilium hará que el paciente viva esos últimos momentos sin una ansiedad añadida. Luego otra benzodiacepina, una de alta potencia como hipnótica y rápida velocidad de actuación, que suele ser midazolam, junto con una dosis suficientemente alta de morfina, harán el resto. La sinergia entre los 3 medicamentos, lograrán que el paciente entre en un sueño que se hará más y más profundo hasta que la muerte se produzca sin dolor por parada respiratoria.

Se podría conseguir lo mismo usando únicamente morfina, que en este caso sería preferible a la heroína dada su mayor capacidad de actuar como depresor respiratorio, pero las dosis que se tendrían que usar serían mucho más altas y llamarían la atención, y aunque sea una práctica cada vez más extendida, sigue siendo un tabú sujeto a castigo.

Si fuera el individuo quien decidiera qué drogas quiere tomar y como hacerlo, estaríamos capacitando de facto el suicidio, o mejor dicho, la eutanasia en toda su amplitud de significado de "buena muerte", ya que realmente la muerte está al alcance de cualquiera (excepto casos de incapacidad y dependencia total), pero al precio de que esa muerte ha de ser traumática, dolorosa y agresiva. Cualquiera puede beberse un litro de lejía y destrozarse por dentro, arrojarse contra un tren o herirse de forma mortal con distintas herramientas.

Nuestra sociedad ha ido solventando algún que otro problema con las cuestiones más elementales del ciclo humano, pero trasladando otros.
Mientras que actualmente los niños ya no vienen de París ni los trae una cigüeña, el abuelito "se ha ido a un largo viaje". Del sexo a la muerte.La muerte no es tema de conversación, es molesta, huimos de ella hasta en nuestros pensamientos, hasta el punto de no querer nombrarla. Es la gran asignatura pendiente de la conciencia occidental, que algunas religiones trasladan a un "después metafísico".

Históricamente somos involutivos en ese aspecto. Nuestras culturas "madre", griega y romana, aceptaban la muerte y consideraban un derecho del individuo elegir cuando ponía fin a su vida.
Cuando el cristianismo conquistó occidente, la vida pasó a ser un regalo de Dios, una cesión temporal, de la que nosotros no estábamos autorizados a disponer y que de hacerlo, se nos negaba el acceso a esa vida posterior prometida y nos condenaba a una eternidad de sufrimiento.
Paradójicamente, en lugares como los USA actualmente, y en el resto de Europa durante cientos de años, el estado que nos niega el derecho a disponer de nuestra vida, sí puede sin embargo disponer de ella si cree que hemos cometido un delito que merece tal castigo.

Hasta hace unas décadas el suicidio era un delito en nuestro país (y en otros). Y con perversa lógica, el intento de suicidio también lo era.

Sin embargo, consideramos un gesto de "humanidad" cuando matamos a un animal que sufre, pero nuestros derechos, aunque sea como animales humanos, aún están por evolucionar en ese aspecto.

El gobierno Zapatero tenía como una de sus promesas electorales abordar el tema de la eutanasia, pero ya finalizando la legislatura vemos que no va a ser así, incluso el nuevo ministro de sanidad lo confirmó hace poco, diciendo que será algo que "mejor se tratará en legislaturas posteriores", aunque su rama juvenil ha pedido públicamente su despenalización.

Y eso que no creo que fueran a institucionalizar una serie de mecanismos para que cualquiera que quisiera tener acceso a una muerte digna pudiera ser satisfecho, sino que seguramente estaría reservado a los enfermos con sufrimientos físicos y sin posibilidad de curación.
No creo que estas personas tengan más derecho a disponer de su vida que otras para las cuales la cuestión existencial se haya convertido en un sufrimiento con el que quieran terminar.
Evidentemente no abogo porque cualquiera que tenga un mal momento en su vida pueda terminar con ella de forma inmediata, sobre todo porque es una acción sin retorno.
Pero sí creo que cualquiera, independientemente de su estado de salud, tome la decisión de terminar con su vida y esa decisión sea fruto de un convencimiento profundo y prolongado en el tiempo, debería tener acceso a los fármacos que le permitan hacerlo de forma privada, sin dolor y ajena a dramatismos que hagan más difícil un acto de ese calibre.

Hace no mucho, tuve la ocasión de escuchar a una persona de gran corazón y cuyas convicciones religiosas teóricamente le prohíben disponer de la propia vida, contarme como había sido el final de un ser querido. Y lo hizo con una expresión de felicidad que algunos no entenderían.
Esta persona, que sufría de un mal terminal, tuvo la suerte de contar con ayuda de algún médico que le proporcionó lo necesario. Y cuando decidió que había llegado el momento, se reunió con sus seres queridos y se despidió de ellos. Luego con su pareja pasó sus últimos momentos amándose, tras lo cual se administró lo necesario, y encaró su final abrazado a quien amaba. Sin dolor, sin humillación, y envuelto en el amor de los suyos hasta el final.

Como contraste a esa forma de morir, está la muerte de Giovanni Nuvoli, un enfermo de esclerosis lateral amiotrófica. Con 53 años, su enfermedad degenerativa terminal, y conectado a un respirador que le mantenía con vida, había conseguido que un anestesista accediera a darle un sedante y desconectar el respirador. Cuando iba a ocurrir, la policía italiana actuó impidiéndolo.
Giovanni hizo lo único que le quedaba por hacer y fue negarse a comer y a beber.
De nada sirvió.
Murió, pero como consecuencia de la deshidratación y la falta de alimentos. Hablando claramente, su lengua se hinchó y se abrió por la falta de liquido, su orina se hizo tan concentrada que le abrasó la vejiga y la uretra, las paredes de su estomago se secaron y eso originó terribles vómitos de pura bilis, para que finalmente las células de su cerebro se acabasen deshidratando y secando, provocando convulsiones y ataques hasta que su corazón reventó.

Esa es la renovada "humanidad" de nuestras leyes.

Desde luego las personas que soportan un mayor sufrimiento tendrían que tener unos mecanismos preferentes para poder acceder a un final digno, aunque paradójicamente y en contra de las creencia popular, los enfermos de cáncer -ejemplo de sufrimiento físico y psíquico- no tienen una tasa de suicidios más alta que el resto de la población.

Otro dato a tener en cuenta, que se vio en un estudio conjunto entre las autoridades médicas y policiales, es que cuanto más aumenta el consumo de morfina en un país para paliar dolores, menor es el número de muertos provocado por consumo de drogas ilegales.

Y eso lo debemos encuadrar en un contexto en el que la propia OMS reconoce que el uso de opiáceos para manejar el dolor está hasta 8 veces por debajo de lo que sería recomendable, y en eso influyen desde las trabas que algunos países ponen a sus médicos para acceder a esos fármacos, a la imagen de droga terrorífica que tiene la morfina incluso entre los supuestos profesionales que presentan reparos totalmente irracionales e injustificables para prescribirla adecuadamente, como por ejemplo que el enfermo si recibe morfina pronto luego no será efectiva -cuando carece de "techo terapéutico"-, que la morfina provoca euforia (que terrible efecto secundario...) o la más aberrante preocupación de que el paciente se hará adicto, siendo alguien terminal.

Un indicador de la calidad de vida de un país, es la cantidad de morfina prescrita a sus enfermos. Datos de hace unos años sitúan a Dinamarca a la cabeza, con 37'5 kilos de morfina por cada millón de habitantes, Gran Bretaña con 21'6 kilos (pero no se contabilizó la heroína usada de la misma forma), y España con un ridículo 2'4 kilos por millón de habitantes, sólo por delante de Italia con un 1'4 kilos y Grecia con 0'7 kilos.

Actualmente Las Palmas es la provincia española con mayor consumo de morfina, y aún así, en 1986, en la mitad norte de la isla (distrito sanitario norte), su consumo total fue de... 37 gramos de morfina!!!
Tan sólo 5 años después su consumo había pasado a ser de 4 kilos en total.

No sólo no hay una institución de la eutanasia que permita a las personas disponer de su vida según sus deseos, sino que además el tratamiento que se le da a aquellos que son obligados a vivir a pesar de sus dolores o sufrimiento, dista enormemente de ser el adecuado, y no por falta de recursos sino por una injustificable ignorancia y unos vergonzosos prejuicios.

Dado este panorama para aquellas personas, que por razones médicas o de otra índole, quieren poner fin a su vida, los defensores de esta postura ética han tenido que agruparse y comenzar a autogestionar sus necesidades.
La asociación "Derecho a Morir Dignamente", presidida por el escritor y filósofo Salvador Pániker, es la que esta prestando ayuda a todos los niveles a estas personas. Además facilita a sus socios, tras un tiempo como asociados (para evitar decisiones precipitadas), un manual llamado "Guía de Autoliberación", en el que se da cuenta de diversos fármacos que se pueden conseguir y como usarlos para que la persona tenga acceso a la posibilidad de ejercer su derecho, de la forma menos traumática para sí mismo y los suyos.
Y siguen luchando para que se reconozca ese derecho perdido, inherente a la vida humana.

Creo que mi opinión está clara al respecto, y que al escribir esta entrada se ve claramente que estoy a favor de la libertad de elección sobre cuando y como dejar este mundo.
Sólo hay un aspecto que me preocupa de una posible institucionalización de la eutanasia: los ancianos.
En un país en el que hasta hace poco teníamos que ver en las noticias como había gentuza que abandonaba a sus ancianos en una gasolinera para irse tranquilamente de vacaciones, y en el que todavía no hemos aprendido a darles el valor y el reconocimiento que merecen, a integrarles como parte útil de esta sociedad, creo que sería preocupante que de existir la institución del suicidio asistido muchos de ellos recurrieran a esta opción "para no ser un carga familiar" o por presión del propio núcleo familiar o social. Cuando las pensiones que mantienen a muchos de estos ancianos son claramente insuficientes para vivir, y no existen apenas plazas públicas en residencias asistidas para ellos, temo que muchos se vieran "obligados" a tomar esa opción como la única valida para dejar de ser una carga, o que el hecho de no hacerlo les supusiera una sensación de egoísmo para con las personas que les ayudan a seguir viviendo.
¿Egoísmo por querer vivir? Es un riesgo gravísimo ante el que no veo una solución sencilla.

Ciertamente la decisión sobre la propia muerte es un derecho que se le ha arrebatado al individuo, y creo que en ningún caso el estado debería decidir quien puede o no acceder a ese derecho.
Pero tal vez, al igual que en otras áreas, se deba ir reconquistando el terreno en pequeñas porciones, a medida que conseguimos tener una sociedad que haya asumido valores, y que reaccione de frente y sin miedo contra el maltrato a los ancianos.

El derecho a la propia muerte en ningún caso puede convertirse en una obligación para comodidad de otros.