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lunes, 3 de noviembre de 2014

Las edades de María

Este texto fue publicado en la Revista Yerba.
Esperamos que os guste.

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Las edades de María.



No sé tu edad, pero seguro que mucho de lo que te voy a contar te resulta familiar.
Me llamo María y soy una chica nacida en una ciudad española hace 18 años.



No recuerdo demasiado de mis primeros meses o años de vida, pero me han dicho que tras nacer tuve mi primer acto social: me inscribieron en un registro para certificar que había nacido y me pusieron nombre. Me asignaron, sin preguntarme, los apellidos de quienes decían ser mi padre y mi madre.

Unos días después, según he visto en fotos sobre papel -viejas costumbres que desaparecen- que han guardado en mi casa, se juntó toda mi familia -que realmente eran las dos familias de mis padres- a comer, tras hacer un ritual conmigo y echarme agua fría por la cabeza, con ayuda de un señor con sotana, encima de una pila. Lo llamaban bautizo, pero realmente el nombre debía ser festejo taurino porque se lo pasaron todos bien excepto yo, la toreada. ¡Menos mal que se reunían por mí! Con ese rito, y con menos de 1 año de edad, pasé a formar parte del grupo estadístico de los católicos, también sin preguntarme, aunque me aseguran que mis padres y padrinos respondían por mí.



A los 4 años empecé a ir a la guardería, y no me lo pasaba mal. Fueron los primeros momentos en que me pude zafar de la constante mirada de mis padres y tuve el placer de conocer a un grupo de chicas -como de la edad de nuestras madres o algo más jóvenes- a las que llamábamos “seño” (de señorita) y eran “la autoridad” que decidían cuándo podíamos ir al servicio y cuándo teníamos que sacarle el lápiz de la oreja a nuestro compañero de mesa.

A los 6 años la cosa se puso peor. Empecé a ir a la escuela, que era como una guardería donde las “seño” eran más mayores y mucho más desagradables. Encima me separaron de los chicos y me pusieron en una clase llena de chicas, a mí sola. Ya no tenía a mi compañero para meterle el lápiz por la oreja. Pero nos enseñaron a escribir con caligrafía exquisita y a sumar sin calculadora y a hacer manualidades y divisiones con decimales y a tocar la flauta y la lista de los ríos de España y la física elemental y la reproducción asexual... entre otras muchas cosas que no he vuelto a usar.



Cuando tenía 8 años, en mi clase se empezó a hablar de “la primera comunión”. Yo no tenía muy claro de qué iba aquello, excepto que era como un bautizo -festejo taurino familiar- pero que en esta ocasión te compraban ropa rara y te hacían regalos. Había una segunda parte que decía algo de que un cura te metía una cosa en la boca y tenías que tragártela, pero parecía cosa menor. Así que me apunté en la lista de las que queríamos hacer “la primera comunión”. Me alegré de tener 8 años, porque entonces me pude enterar de que la Santa Madre Iglesia entiende que por debajo de los 7 años de edad, no sabemos razonar, y no nos deja ir a esa fiesta. Llevaba años engañando a esos mamones y no lo sabía ni yo: estaba hecha una campeona. Al final me dieron una hostia, pero al menos yo también estaba en la fiesta.



Según iba creciendo, iba ganando en derechos. La cosa no pintaba tan mal al fin y al cabo ¿no?
Y en el recreo, cuando teníamos 10 años eramos, las que mejor nos lo pasábamos. Hasta que llegó lo de la pubertad: se nos despertaron las hormonas. Eso significó mucho para mí cuando un día a mis 11 años me vi sangrando en las bragas al levantarme por la mañana. Mi madre, al ver lo que había pasado, me dijo que ya era una mujer.
Ni que hubiera sido un cienpies hasta ese puto día.



No se me olvida porque -además del numerito que montaron en mi casa- desde ese maldito día me duelen los ovarios todos los jodidos meses. Pues claro que era una mujer, coño!! Y ya tenía la regla, ya usaba compresas y años después tampones. No veas qué precios, artículos de lujo para no desangrarte por la pata abajo. ¡Ah! Y me llevaron al médico para que lo certificase -y por si era otra cosa, supongo- y les dio un papel que decía: MENARQUÍA. Lo sé porque he visto el papel por casa alguna vez y creo que mi madre lo guardaba porque “le sonaba bonito como monarquía”.

A los 12 años acabamos la escuela y nos tocó irnos al instituto, en este caso, ya nos volvieron a juntar a las chicas con los chicos, pero siendo sincera les encontré muy cambiados desde la última vez que me había fijado. Estaban como más grandes, distintos... no te daban ganas de meterles un lápiz por la oreja. Era una sensación extraña que durante un tiempo no supe identificar. Ellos tampoco es que se comportasen igual: parecían ignorarnos abiertamente pero prestarnos atención a escondidas. Y a casi todos les estaban saliendo unas espinillas enormes.

Entonces a los 13 años mi vida cambió: conocí al capullo de mi primer novio. ¿Dónde? En el instituto. Era de la clase del siguiente curso. Al principio ni me gustaba. Era uno más del grupo con el que nos juntábamos en los parques a las afueras del centro la chicas del grupo, también conocidas entonces como “mis mejores amigas”. Y ya que algunas de mis amigas comenzaron a salir con algunos chicos de ese grupo, pues tuvimos que echar un vistazo a lo que había libre y emparejarnos, como en un baile desesperado por no quedarte mirando y sin pillar cacho.




Se llamaba Antonio. Toño para los amigos y Toñito para su madre. Yo le llamaba de muchas formas: a veces bien y a veces mal. Pero con el tiempo -en un par de meses- me había hecho con su control absoluto. Se le manejaba bastante bien y ciertamente, cuando quería era adorable. Para las fiesta del instituto ya me había pedido salir y eramos novios, oficialmente. Eso abría muchas cuestiones que había que ir explorando, como lo de besarse sin babearse demasiado o como lo de recordar que aunque las gafas son transparentes, existen físicamente.

En esa época comenzábamos a salir “en parejitas”. Era una forma como cualquier otra de poder irse a un parque, tirarse en la hierba, y pasarte la tarde retozando con tu novio... sin tener al resto de solteros del grupo mirándote con una erección o a las amigas desemparejadas insistiéndote para que os fuerais juntas a algún otro lado, siempre sin tu novio, porque no les salía de las narices dejarte disfrutar si ellas no podían hacerlo con otro chico. Al final era la solución, a primera hora salíamos las parejitas, y luego nos juntábamos con el resto del grupo y salíamos en manada.

Ahora que lo recuerdo, eramos como máquinas de producir cambios de ánimo a base de hormonas. Las teníamos todas alteradas, tanto como los chicos. Lo suyo ya no se podía disimular: los cambios de voz, la aparición de la nuez, el estirón, y pelos por todos los lados. Por no mencionar lo salidos que estaban. No es que a nosotras no nos importase el sexo o que no nos afectasen las hormonas, pero todo eso ocurría de forma “ligeramente” distinta a la de los chicos.

Tenía 14 años, y Toño 15, cuando en unos días festivos, que no teníamos clase, ocurrió “el incidente”. En el barrio habían organizado una salida para padres y gente más mayor aprovechando los dos días extra que había como festivos. Unas cuantas de nosotras nos quedábamos solas en nuestras casas. Yo era una de ellas. Y quería aprovecharlo. Había organizado una fiesta en la noche para nuestro grupo habitual, con todas las botellas que no debía haber en una casa llena de menores. Pero Toño y yo teníamos planes extra.

Él llevaba casi un par de meses dejando caer alusiones a “hacer el amor”. Parecía otro. Antes decía follar, echar un polvo y cosas así. Pero no, ahora decía “hacer el amor”. Y hasta sonaba creíble cuando lo decía. En fin, la cosa es que a mí me picaba el gusanillo más que a él sobre lo del coito, porque sexo -aunque fuera sin penetración- habíamos tenido ya, y a mí lo único que me molestaba del asunto es que no me sentía cómoda en sitios donde podía ser observada, y hasta ese momento, no habíamos tenido una casa para nosotros solos. Seguro que recuerdas la primera vez que te paso a ti... ¿a que sí? A mí no se me olvidará jamás.



Como ya habíamos recibido nociones de educación sexual, al menos sabíamos lo que era un preservativo. No nos habíamos enterado de mucho más en las clases de educación sexual que nos dieron en una semana en el instituto. Vino un cura a hablar de los aspectos morales del sexo y dijo que masturbarse era pecado porque el hombre esparcía la semilla de la vida con su esperma y que esa semilla era sagrada. Yo levanté la mano y pregunté si entonces las mujeres podían masturbarse porque no expulsaba óvulos al hacerlo. El cura se puso de muchos colores y me echaron de clase, no recuerdo con qué excusa. Me quedé sin saber. Pero al menos nos habían hecho colocar, a todas y todos, un preservativo en un pene de plástico para tal uso, para que supiéramos hacerlo cuando tuviéramos uno en las manos: teníamos experiencia.

La cosa es que la ocasión la pintan calva. Así que decidimos que ese día, que no habría nadie en mi casa, era un buen momento para “la primera vez”. También estaba libre su casa, pero por eso de jugar en un terreno conocido, preferí quedarme en la mía. Mal hecho.



Toño se encargaba de comprar los preservativos -o de robarlos en un supermercado, a mí me daba igual- y yo pedí consejo a mis mejores amigas. Siempre con nuestros secretos más ocultos, comentamos la jugada y lo que sabíamos de la famosa “primera vez”. Dos del grupo ya lo hacían con sus novios y otras estaban planteándoselo. No parecía algo tan descabellado ni tan grave si no había embarazos. Esa era la gran preocupación de todas: los embarazos no deseados, mucho más que las enfermedades de transmisión sexual.

Todo preparado para el gran momento, la casa vacía, la nevera llena, la cama enorme, tu chico, tú, y una caja de 24 preservativos y tus padres a 500 kms. 

Y llegó la primera vez. Y la segunda. Y la tercera. Íbamos por la cuarta vez y estaba yo subida encima de él cuando nos percatamos de que había un montón de policías en la habitación... ¿qué pasaba? Una preocupada “amiga” había contado a su madre mis planes y su madre había llamado a la policía diciendo que una menor de edad estaba siendo violada aprovechándose de que sus padres no estaban en casa. 



La policía reaccionó y al llegar al domicilio, no escucharon más que la música a todo volumen -eso quise creer siempre- y tiraron la puerta. La verdad es que yo ni me enteré hasta que vi a un tío mirándome con una pistola en la mano y empecé a gritar, pero viendo la cara de susto que puso con mi grito vi que no era peligroso.

La cosa es que a Toño se lo llevaron detenido hasta comprobar que tenía 15 años y que yo tenía 14, por lo que si la relación sexual era consentida, no existía violación ni delito de ninguna clase, excepto por la cantidad de botellas de alcohol que había en la casa. 

Y era obvio que había sido consentida, al menos por mí, porque él estaba debajo cuando entraron a salvarme a la habitación de mis padres. A mis viejos les sentó un poco mal, me pusieron una lista de castigos tan larga que a día de hoy no he acabado de leerme. Pero me enteré gracias a eso que la edad legal para tener sexo en España es de 13 años: ¿llevaba un año de retraso y encima se enfadaban?

Mis padres intentaron separarnos y la situación se volvió muy tensa. Ninguno de los dos queríamos separarnos del otro en aquella época -cómo cambian las cosas- y hasta consulté a un abogado qué trámites teníamos que seguir para poder casarnos -la locura de la edad, amigas- y así poder mandar sobre nuestras vidas sin que nuestros padres tuvieran nada que decir, porque creía -esta vez acertadamente- que el matrimonio rompía los vínculos legales con los padres.

El abogado me explicó amablemente -no me cobró, tampoco tenía para pagarle- que la ley permite a los mayores de 14 años de edad, como yo en ese momento, casarse con el permiso especial de un juez de primera instancia, pero que al ser menor de edad no emancipada, en la consideración del juez entrarían también -además de mis argumentos- las consideraciones de mis padres y de los de Toño. Me vi sumergida hasta el fondo en un mundo de adultos, que entre adultos decidían lo que podíamos o no sentir y hacer: mal asunto. Aunque hoy día me alegro de no haberme casado a esa edad, pero es posible que de haber sido más sencillo, lo hubiera hecho como forma de huir del control parental.



Pregunté al abogado qué más derechos tenía a los 14 años, y me dijo que a hacer testamento, pero ante notario, porque hasta que no cumpliera los 18 años, el testamento ológrafo no tenía validez.
¿Pero esto qué es? ¿Qué tenían los 18 años que no tuvieran los 14 años para poder escribir mis últimas voluntades de mi puño y letra? No entendía nada. Pero me quedó claro que iba a estar sometida al dominio de mis padres unos años más.

También me indicó que mi mejor opción era esperar a los 16 años de edad y solicitar la emancipación ante un juez, trámite mucho más fácil de lograr que una boda de menores de edad contra la voluntad de los padres. Esperar, esperar, esperar.... siempre esperar.

Ese verano, con 15 años, mis padres me llevaron lejos para que me olvidase de Toño y me compraron una motocicleta. Funcionó. Me olvidé de Toño y comencé a salir con Germán, que estaba mucho mejor y tenía 17 años. Por supuesto que cuando tienes vehículo resulta más fácil tener relaciones... en el campo, porque encima de una motocicleta no lo hace ni el cantante de Obús. Ya tenía edad legal para ir a 60 km/hora por la carretera comarcal: era casi libre!!

Lo de los condones era un tema que teníamos controlado, pero había ocasiones en que no había uno a mano, y recurríamos a métodos nada fiables, como “la marcha atrás”, en ocasiones aderezados con el uso de la “píldora del día después” que podía obtener con una receta médica -sin ella también- y sin conocimiento de tus padres. Hasta que ocurrió lo inevitable: una amiga de 16 años se quedó embarazada. Realmente no sabía con exactitud quién podía ser el padre porque había tenido varias relaciones en esas fechas y no quería ser madre. Era un embarazo no deseado en toda regla.



Nos temimos lo peor, que sus padres la echasen de casa, que no la volvieran a hablar, que no la volvieran a mirar de la misma forma. Pasamos por nuestras cabezas todos los miedos posibles en la forma del rechazo de tus seres queridos. La verdad es que sus padres no animaban a la confidencia, a contarles el problema, y ella quería solucionarlo sin hacer demasiado ruido y rápido.

Yo pensaba que una menor de edad no podría acceder a una clínica y practicarse un aborto sin que los padres o un juez autorizase ese procedimiento, pero no es así. Cualquier mujer de más de 16 años de edad en España -todavía a día de hoy- recibe la aplicación del régimen general para mayores de edad a la hora de autorizar un aborto, sin necesidad de informar a sus padres.

Me costaba un poco creerlo pues semanas antes yo había querido hacerme un piercing en el ombligo y en la tienda me exigieron un permiso firmado por mis padres o ser mayor de edad, y por muy peligroso que sea hacerse un piercing en el ombligo, no creo que se acerque al hecho de enfrentar un aborto, a nivel físico y psíquico. 




Así que yo no podía hacerme un piercing pero mi amiga sí podía abortar con 16 años, sin que se enterasen sus padres, y era sólo cuestión de dinero. Entre varias amigas ayudamos a recaudar el dinero necesario y la acompañamos a la clínica, donde tuvo lugar el procedimiento. Sigo diciendo que me dan menos miedo los piercings que los abortos.

A trancas y barrancas he llegado hasta aquí, a mis 18 años.
Ya tengo mayoría de edad legal. Ahora ya tengo todos los derechos y todas las obligaciones de cualquier otra ciudadana.

Puedo trabajar -si encontrase trabajo- porque la ley me lo permite, aunque hubiera podido antes con ciertos permisos especiales. Puedo conducir un camión -si me saco el carnet correspondiente- por la carretera, de varias toneladas tal vez. Puedo ejercer la prostitución de forma legal, o dicho de otra forma, puedo disponer libremente de mi cuerpo e incluso alquilarlo por dinero de forma legal. Puedo donar órganos y tejidos estando viva, como un riñón, un óvulo o médula espinal.



También puedo votar en las elecciones -aunque mi voto valga tan poco como el tuyo- y referéndum que se organicen en mi zona. Y al mismo tiempo adquiero el derecho legal a usar drogas: tabaco y alcohol me las vende el estado. Puedo comprar tantas botellas de alcohol quiera y necesite para matarme y/o matar a otros a base de beber. Puedo fumar hasta perder los pulmones. 




Puedo ser una actriz porno o una monja de clausura para el resto de mi vida. Incluso puedo comprarme una escopeta de dos cañones, munición suficiente como para una boda y hacer una matanza. 

Todas esas cosas permite la ley al haber cumplido 18 años.

Pero hablamos de regular el acceso al cannabis -de forma legal- y contestáis que tengo que esperar hasta los 21 años de edad.



Contadme otro cuento... porque no pienso esperar más.

María Guerrilla.


jueves, 20 de noviembre de 2008

Refinado de sustancias: método de solubles o "al agua fría".

"Es totalmente aceptable, para los católicos,
evitar embarazos recurriendo
a las matemáticas,
pero tienen prohibido recurrir
a la física o la química."


Henry-Louis Mencken



De un tiempo a esta parte, en buena medida gracias a las nuevas tecnologías e internet, uno de los perfiles prototipo del consumidor de sustancias psicoactivas y drogas ilegales ha ido evolucionando en algunos casos.


Sigue habiendo un sector de personas que consumen al "viejo estilo", que viene a ser más o menos poniéndose -nunca mejor dicho- en manos de su proveedor, y esperando que lo que les suministre no sea demasiado malo, y que él sepa tratar el producto adecuadamente, y si es necesario, proporcionar información sobre el mismo a sus clientes.

A medida que se crece en el rango de edad, se aumenta en conocimientos sobre el tema, pero también en viejos tópicos ("hay pastillas de MDMA con heroína", o "la cocaína la adulteran con cristales") que nunca han sido ciertos.

Y hay un nuevo perfil, que abarca a gente de diferentes estratos y edades, que buscan información en fuentes científicas, foros especializados, y experimentan con nuevas formas de acceder a sustancias o de asegurarse la pureza de las que consumen. Un consumidor ilustrado, el drogófilo.

Este refinamiento de sustancias, llega en parte de mano de las ONG de reducción de riesgos y de la información sobre composición y adulterantes que ofrecen a todo el que quiera conocer con cierta exactitud aquello que consume (véase la web de la ONG Energy Control o de AiLaket!), y de la comunicación masiva de datos que se produce a través de la red.

Hoy día, con pocos conocimientos especializados o ninguno como en este caso, es posible refinar ciertas sustancias que por norma siempre suelen llevar adulterantes o excipientes (diluyentes), bien provengan del mercado ilegal o del legal, como es el caso de ciertos fármacos que contienen opiáceos como la codeína o estimulantes como el metilfenidato.

También resulta posible purificar sustancias como la anfetamina del speed, la cocaína que en los últimos meses parece llegar adulterada desde su origen con fenacetina (un compuesto hepatotóxico, que se bio-transformaba en el paracetamol), e incluso el "cristal" o MDMA en polvo o roca.
Todo ello con relativa sencillez, sin necesitar de ningún aparato ni material de laboratorio, y usando datos muy elementales que están al alcance de cualquiera en internet.

El método que voy a explicar -fotografías incluidas- es conocido como el de "solubilidad en agua fría". Si bien en nuestro entorno es poco conocido por el general público, en otros como los USA, es más usado por su sencillez y por la dificultad que sufren para adquirir sustancias relativamente sencillas de obtener aquí.

La base teórica de este método, es que una mezcla de dos o más sustancias, puede ser separada por medios físicos (sin reacciones químicas) si una de ellas es soluble en agua y la otra no (u otras), o si una de ellas es muy soluble en agua fría y la otra es malamente soluble en agua fría.

Aplicando este método y por la razón mencionada, se puede separar cocaína en forma de clorhidrato -muy soluble en agua- de la fenacetina que es casi insoluble, MDMA en roca de los otros compuestos que pueda llevar también debido a la excelente solubilidad que presenta la MDMA en agua, y el metilfenidato que contienen fármacos como el Rubifen, Ritalin o Concerta de sus excipientes.

En este caso concreto, se muestra paso a paso una extracción de metilfenidato de sus pastillas de Rubifen, en la presentación de 20 miligramos por pastilla, y con excipientes muy clásicos como el fosfato cálcico dibásico, celulosa microcristalina, almidón y estereato magnésico.

El metilfenidato es un estimulante de acción similar a la cocaína que presenta una solubilidad mayor de 100 miligramos de su sal por cada mililitro de agua presente.
Eso permite que otros compuestos casi insolubles o mucho menos, como el fosfato cálcico -que es la mayoría de su carga- puedan ser retirados y obtener un producto de una pureza cercana a las 15 veces más alta y casi total.

Este es el proceso, que puede ser aplicado con pocas modificaciones a otras sustancias ya mencionadas.


1º Presentación del producto:


El Rubifen de fabricación española, en su presentación de 20 miligramos de principio activo por pastilla, y un peso de 300 mgs por pastilla, dejando la pureza de la sustancia en un escaso 6'7%.
El resto es casi un yeso que tupe los conductos nasales si se esnifa, ya que no es soluble, creando problemas de respiración y moqueos interminables en sus consumidores por vía nasal.


2º Materiales necesarios:


Como se ve, no es mucho y cuesta menos de un par de euros todo lo necesario.
Agua destilada para hacer la disolución, un bote estéril de análisis de venta en farmacias, y una jeringuilla regulada para medir la cantidad de solvente que utilizamos.



3º Preparación:

En una superficie que sea rígida y no deformable, lo mas limpia posible, colocamos el producto para proceder a su pulverización, con el fin de facilitar su disolución. En este caso se usa un trozo de cristal, el plástico que cubría el bote de análisis, y un mechero para ayudarse a machacar las pastillas, preferiblemente rotas con la mano antes.



Aquí cubiertas con el plástico y ya listas para empezar a ser machacadas con el mechero.




4º Producto listo para trabajar con él:

Polvo. Este es el objetivo, hacerlas polvo para trabajar mejor con ellas.





5º Paso al recipiente de solución:

Se vuelca el polvo triturado de las pastillas al lugar donde serán disueltas.




6º Añadir solvente:

Agua. Siempre midiendo la cantidad, se va añadiendo agua o el solvente que corresponda, en la medida que veamos necesaria para cada cantidad de sustancia en bruto.

En este caso, para 2400 miligramos de sustancia en bruto, y 160 miligramos de la sustancia que nos interesa, se usaron 30 mililitros de agua a temperatura ambiente (unos 15 grados).





7º Disolución:

Una vez añadida el agua, se cierra el bote y se agita enérgicamente varias veces hasta conseguir una mezcla totalmente homogénea. El resultado es algo similar a la leche en polvo disuelta en un agua.

Tras agitarlo unos minutos, se deja reposar.
Los solubles quedarán en el agua, y los excipientes insolubles precipitarán al fondo del bote.
De las dos capas formadas, nos interesa aquella que tenga que la sustancia que intentamos refinar, y en este caso es la fase acuosa.



8º Separación de las fases:

Con la jeringuilla, con o sin aguja -eso depende de la habilidad de cada uno- se extrae del bote abierto y reposado, la fase líquida, y se pasa a depositar sobre una superficie lo más amplia posible y al mismo tiempo con una mínima profundidad, de manera que no rebose.


En este paso es aconsejable, sobre todo si no se tiene cuidado al separar las dos fases, filtrar el liquido que llevará partículas en suspensión no-solubles con un pañuelo de tela limpio, o papeles de filtrar adecuados.
Y por supuesto, eso se hace sin aguja siempre.

En este caso se ha usado un tipo de tejido industrial de limpieza que por su porosidad y consistencia resultaba idóneo.



9º Primer resultado:

Ahí está el líquido con la substancia, la disolución buscada.

Esto es lo que obtenemos tras la parte más complicada -es un decir lo de complicado- del procedimiento. Un líquido que ha de evaporarse y dejar de esa forma solidificados los restos de la sal que queremos obtener.

La razón de usar un plato es que cuanto mayor sea la superficie de contacto de la disolución con el aire, más rápido se evaporará. El otro factor que ayuda a acelerar este proceso es la temperatura.

En este caso, y en contra de lo algunos podían imaginar por comparación con la ketamina y la forma en que se cocina, no he querido evaporar el agua en una sartén con fondo anti-adherente, porque el calor es demasiado intenso, y corría el riesgo de descomponer la sal de metilfenidato (está como clorhidrato de metilfenidato), y porque además, el metilfenidato parece ser un compuesto que tiene tendencia a arder (desconozco si lo hace de forma explosiva o sólo se consume como la cafeína pura cuando se le aplica una llama con suficiente calor).

Si se desea acelerar, lo recomendable es usar el "baño maría", de manera que la temperatura ayude al agua a evaporarse, sin llegar nunca a puntos peligrosos, y siempre con vigilancia durante el proceso.

La otra forma, recomendable cuando no se tiene prisa, es la de dejarlo evaporando en un lugar protegido de las corrientes y de la suciedad, durante el tiempo necesario.

El resto que se ve en el fondo del bote de análisis, donde estaba antes la disolución, es el "yeso" que formaban los excipientes, y responsable de que el metilfenidato no siente tan bien como sería de esperar al tomarlo por la vía nasal.



10º Cosecha:

Tras la evaporación, los cristales adheridos a la superficie.

Aquí se observa la mancha blanquecina que ha quedado en el plato usado para la evaporación del agua. Esta formada por pequeños cristales de clorhidrato de metilfenidato.
Llega la mejor parte... del proceso.



12º Raspado:

Con una cuchilla -recomiendo las de los aparatos de rascar la vitrocerámica, de venta en los bazares, y que cuestan sobre 1 euro con varias cuchillas- se raspa cuidadosamente la superficie, de forma sistemática, hasta que se deja limpia de adherencias toda la superficie manchada del plato.


Se junta en el centro todo lo que va saliendo del proceso et voilá.... preciosos cristales blancos y brillantes.



13º Estimación y cálculo de dosis:

En este momento hay que recordar que trabajamos ya con una sustancia purificada, y por lo tanto mucho más potente en relación a la cantidad.

En este ejemplo se usaron 8 pastillas de 20 miligramos de metilfenidato, con lo que "como mucho" habremos obtenido 160 miligramos (aunque el rendimiento de los procesos casi nunca es del 100%).

Así que como regla de ojo, si no disponemos de báscula, lo mejor es calcular su potencia como si fuera la sustancia totalmente pura en la cantidad marcada por el calculo matemático de los miligramos iniciales.

Tras juntarla toda, se procede a picarla con la propia cuchilla, de manera que los cristales que se hayan formado, queden reducidos al mínimo, y no puedan provocar cortes cuando se usen por la vía nasal (por via oral todo este trabajo sería innecesario).

Estimación y tanteo.
Una vez agrupada toda, se procede a hacer dos mitades lo más iguales posibles, y se repite sucesivamente para llegar a calcular (siempre de más) una cantidad segura para una primera prueba.


En este caso, al partir de 160 miligramos de principio activo, se dividió en dos mitades de 80 miligramos, y se volvió a dividir en dos mitades de 40 miligramos (una de ellas), y finalmente se dividió en 3 partes iguales, de manera que cada una tendría cerca de 13 miligramos.

Cada una de esas partes de 13 miligramos se dividieron en 2 partes, que se picaron de nuevo y se dibujaron como líneas.

De esta forma, el máximo que podría haber en una de esas lineas de metilfenidato, serían unos 7 miligramos -y probablemente, debido a la perdida de parte en el proceso, no llegarían a 5- y esa dosis, para esta sustancia es activa pero no peligrosa (o no especialmente peligrosa).

¿Qué queda por hacer? ;)





La linea que se encuentra entre la moneda de 1 euro y la "mina de grafito" sacada de un lápiz, nos permite hacernos una idea estimativa de su tamaño y grosor.
Eso serían sus 7 miligramos de metilfenidato.

Y la prueba del pudding, fue un éxito. La sustancia había pasado todo el proceso sin problema, y al ser usada, no presentaba los problemas que presentaba la preparación farmacéutica y podía ser consumida sin miedo a esos tapones que no hay forma de quitar con un material tan poco agradable como el yeso de las escayolas.

El efecto en este caso, cambió considerablemente.
Limpio, rápido, inmediato. La duración e intensidad aumentó en un 30% al menos, y su sensación en la nariz, al no contener productos abrasivos y ser una sustancia de fácil solubilidad, fue la de algo que te dejaba notar su sabor sin picor (y como baja por la garganta).

Tras esa pequeña dosis de prueba, que sería equivalente a unos 5 miligramos de producto, se repitió a los 15 minutos con otra dosis ligeramente más pequeña, quedando en total consumido algo por debajo de los 10 miligramos nasales.

Tras 3 horas y media de estimulación sostenida (a pesar de la falta de descanso que a día de hoy sufre quien escribe esto), no hay aún sensación de bajada y tampoco ganas de repetir con otra dosis.
Algún momento de cómoda y tranquila euforia sin exaltaciones y mucha capacidad para trabajos que requieran concentración y aislamiento.

Muy similar en todo a la cocaína, sobre todo en su manera de producir la estimulación, aunque ligeramente menos eufórico, es fácil entender porqué en los USA han puesto al metilfenidato en la lista II, al lado de otros narcóticos de larga tradición.

Y de la misma forma, resulta bastante difícil entender como el 75% de los usuarios de esta droga son niños, mientras se prohibe y se condena que un adulto pueda usar ocasionalmente cocaína o anfetamina para estimularse, mantenerse despierto, centrarse en tareas que exijan un esfuerzo o por puro placer.

¿Sabemos a que nos estamos enfrentando mientras cebamos a una y otra generación de niños -los varones 4 veces más que las féminas... ¿es algo cultural esta "enfermedad"?- con un inhibidor de la recaptación de la dopamina?

¿Podemos creer que realmente estos niños y jóvenes, terminaran sus vidas y sus tratamientos sin haber sufrido cambios de caracter, personalidad y estilo de vida debido a una medicación, cuya mejor virtud es la de poder tener alumnos atentos en clase y niños menos revoltosos y más estables en el hogar?

Me cuesta mucho tragarlo.


Espero que el método, simple y sencillo al máximo, sin necesidad de ningún material que sea peligroso en forma alguna, sea aplicado no sólo para esta sustancia, sino que también se comience a usar para otras con mayor toxicidad (el mencionado combo de cocaína y fenacetina) y se asuma por parte de los consumidores más aventajados -y de los que les rodeen- como un paso más en las estrategias de reducción de riesgos y gestión de placeres en el consumo de drogas, que todo usuario que tenga interés por su salud, debería aplicar siempre.
Symposion.

sábado, 12 de enero de 2008

Droguemos a los ciudadanos desde niños. Larga vida al metilfenidato.

Estaba leyendo un blog que me parece interesante, http://drogohezi.blogspot.com/
y que en su último post trataba de forma inteligente y bien informada de la problemática que esta suponiendo el uso del metilfenidato - Ritalín (y otros) en niños.
Me he puesto a escribir un comentario sobre el tema, que hacía tiempo quería tocar, pero incluyéndolo en una entrada pendiente sobre las empresas farmacéuticas, y me he dado cuenta de que sería una buena entrada para esta página.

No sólo buena, sino MUY NECESARIA para aquellos padres que buscan información sobre la "recomendación" que muchos colegios hacen de que den ciertos fármacos a sus hijos, profesores que presionan, o incluso (y conozco directamente el tema) colegios privados concertados que se niegan a matricular a un niño para el curso siguiente si los padres no aceptan darle cierto tratamiento farmacológico que básicamente sirve para facilitarle la vida a algunos desalmados, inútiles, ignorantes y cómodos fulanos y fulanas, que por desgracia tienen el título de maestro, y ejercen como tal (al menos eso creen los padres).

Este tipo de gentuza no son, ni mucho menos, todos/as los maestros/as, pero cada vez parece que es más sencillo encontrar varios de esta clase: los que no saben QUÉ es un niño.

El problema de la medicación innecesaria a los menores de edad está adquiriendo proporciones colosales. Antidepresivos, benzodiacepinas, neurolépticos, y ahora anfetaminas camufladas como el metilfenidato, más conocido como Ritalín.

En nuestro país comienzan a oírse algunas primeras voces en los colectivos de padres que tiene capacidad de pensamiento crítico, y se oponen a esa facilidad con la que quieren algunos meter psicofármacos a niños de 7 años.

No se puede generalizar, pero muchos de los maestros y profesores han descubierto que un niño activo, no nervioso sino juguetón (de los que molestan), con una dosis de anfetamina modificada como es el ritalin, cuyo mecanismo de funcionamiento es tremendamente parecido al de la cocaína, resulta convertirse en un niño feliz, quieto y atento.

Y adicto. Como con casi cualquiera de las drogas psicoactivas recetadas legalmente.

Se pone el grito en el cielo cuando se habla del uso de cocaína o anfetamina por parte de adultos libres con pleno derecho y capacidad, y de lo peligroso que resulta interferir en su sistema dopaminérgico (sobre el que principalmente actúan estas drogas).


Es la famosa teoría del secuestro del sistema de recompensa, mediado por la dopamina (entre otros neurotransmisores).

Se habla de como incluso una década después se pueden distinguir las reacciones de dos cerebros, uno que haya sido consumidor y otro que no, por las técnicas de imagen actuales.
¡Lo cual es cierto! Y sin embargo ahí están dándoselo a cerebros que están sin formar aún.

Muchos maestros, con la PATÉTICA Y VERGONZOSA formación que tienen, no les importa hablar con los padres, elaborar un informe con el equipo psicopedagógico de zona o del centro, y si dan con médico de cabecera poco interesado o muy saturado, tendrá sin problema su dosis diaria de cocaína en versión tragable.

Además tendrían que saber que este tratamiento, no cura el supuesto trastorno. Simplemente "parchea" algunos de sus síntomas.

Y eso sólo en el caso de que se recete a un niño que realmente lo tiene (dicho trastorno).
Pero el mercado manda, la comodidad también, y la incultura farmacológica reina, ante unos padres que no dudan en darle al niño todo aquello que un tío con bata blanca diga.

En USA no solo se utiliza el ritalin para este trastorno, sino también la anfetamina, de nombre adderall, que es una mezcla de dextroanfetamina (su isómero más activo) y anfetamina racémica. Una anfetamina potenciada en si misma, por así decirlo, pero anfetamina pura y sin "camuflar".

Allí hace tiempo que son muchas las organizaciones de padres que se han negado en redondo a dar a sus hijos lo que los colegios solicitaban, que como dije iba desde anfetas a neurolépticos.

Es decir, la infancia se mide con parámetros de adultos.
¿Un niño revoltoso, juguetón, travieso?
Hiperactivo. Eso si no le cuelgan el cartel de "niño problemático".

No es un niño sano, es un niño con trastorno.
¿De qué? ¿Trastorno de juventud? ¿Trastorno de infancia?

Yo me pasaría las noches sin dormir si mi hijo, fuera un niño quieto, calmado, que no me diera nunca guerra, que nunca hiciera nada movido por su curiosidad, que no se saltase ninguna norma... en definitiva, que no pareciera un niño.

Esto ocurre ahora con el ritalin, pero ocurrirá en el futuro con otros fármacos.
Por un lado, las empresas queriendo vender y presionando, y en otro los maestros que no tienen sueldos ni reconocimiento social, y no quieren líos en clase, además de ser la escoria de la formación universitaria.
Y niños cada vez menos educados en lo esencial por parte de quien debe hacerlo: sus padres y familiares.

La bomba está lista, señores.

Nos preocupamos desmesuradamente -con razón también- de qué médico pediatra atiende a nuestro hijo, pero nos importa un huevo que profesor o profesores le están educando, y pasando con él o ella más horas al día que sus padres.

De seguir así la cosa, los maestros querrán a una clase de obedientes robots por el milagro del efecto paradójico de los estimulantes, que convierten a casi cualquier chiquillo en personas anormalmente tranquilas, atentas y no molestas para el conjunto.
Los padres contentos de que sus hijos sean "buenos estudiantes" aunque no sean niños.

Y las farmacéuticas aplaudiendo mientras se les caen los billetes de sus ganancias entre los dedos.


De momento los resultados de un sistema socio-educativo que no da reconocimiento a los educadores, un salario acorde con la ENORME RESPONSABILIDAD que conlleva su trabajo, y con una planificación que se ha olvidado de lo que es la educación y se ha diseñado observando sólo aspectos teóricos de lo que sería el supuesto desarrollo psicológico de un joven libre en una situación ideal e inexistente, deseoso de aprender, y con ganas de recibir más y más formación sobre las áreas que fueran de su preferencia. Y poniendo al educador al mismo nivel que el educando.

El resultado de ese tipo de educación, que se diseñó sin atender a los profesionales de la enseñanza con décadas de experiencia, vocación, y con errores también porque nadie es perfecto, lo estamos viendo día a día. Vale con escuchar hablar a chicos de 14, 16, 18 o 20 años, verles escribir, o comprobar su capacidad de lectura y comprensión, para llevarse en la mayoría de los casos, las manos a la cabeza. Eso en este país.

Pero podemos ir tomando nota de los resultados de la educación de modelo USA (con bien de anfetaminas para los niños) en uno de los últimos informes mundiales:

- Un tercio de los adultos jóvenes en USA no sabe indicar hacia dónde está el Noroeste.

- Menos del 40% de los estudiantes mayores de secundaria saben leer correctamente.

- En Misisipi se hizo una prueba estándar estatal que reveló que sólo un 18% de los alumnos era capaz de leer correctamente, así que hicieron un examen especial de nuevo para Misisipi, con el nuevo resultado que indicaba que el 89% leían correctamente (así seguían obteniendo fondos federales).

- Una quinta parte de los usanos no saben localizar su propio país en el mapa.

- La mitad de los estudiantes no eran capaces de situar la ciudad de New York en el mapa.

- Incluso después del Katrina, un tercio de los estudiantes no eran capaces de señalar el estado de Louisiana.

- Sólo el 29% de los usanos sabe decir cuál es el océano Pacífico.

- El 58% no sabe donde está Japón.

- El 69% no sabe donde está Inglaterra.

- Los estudiantes usanos sacaron una nota inferior en conocimientos matemáticos a los de Francia, Alemania, España, Inglaterra, Italia, Japón, y Canadá.

- El resultado de la comparación entre países, situó a los USA sólo por delante de los estudiantes mexicanos en conocimientos.

Esos son los resultados de un país que generosamente decreta trastornos, síndromes, enfermedades creadas por marketing y tiene una educación íntimamente ligada a la farmacología.
Y ya es jodido que estén peor de lo que andamos aquí... no comprendo como lo han logrado, porque es algo cada vez más difícil.

El que crea que no necesita un mínimo de cultura farmacológica, médica, y pedagógica si además tiene hijos, que despierte ya!!!

O será tarde cuando se den cuenta de en qué han convertido a sus cachorros.

¿Y aún así siguen estas mismas organizaciones y empresas atreviéndose a hablar de los peligros a largo plazo del consumo de cantidades moderadas y ocasionales -o excepcionales- de MDMA?

Con razón los políticos, de uno y otro lado, no tienen el menor interés en educar sobre fármacos y drogas, ni a los padres ni a los alumnos.

Podrían comenzar a tomar decisiones por si mismos... ¿Cómo van a arriesgarse a algo así?


P.S: Casi se me olvida... aunque con retraso (del 11 de Enero)...

¡¡¡Felices 102 años, Mr. Albert Hofmann!!!
Y un millón de gracias... de todo corazón.