Todos los lectores de este blog -y otras muchas personas ajenas a este lugar- conocen a Juanma.
Juanma Rodríguez Gantes saltó al conocimiento público en el año 2008, gracias a un reportaje de la ya desaparecida revista "Interviú", en que se narraba su caso. Juanma se había quedado hacía años tetrapléjico de la misma forma que Ramón Sampedro (el personaje inmortalizado en la película "Mar Adentro", que terminó suicidándose) pero a diferencia de él, Juanma quería seguir viviendo.
Lo que también quería Juanma, era tener una cierta calidad de vida a pesar de sus lesiones, pero una infección y su tratamiento acabó provocándole daños neuropáticos extra que le producían fuertes dolores que nada era capaz de aliviar.
En ese estado se topó con la marihuana, lo que le dio de nuevo una calidad de vida mejorada, pero le obligaba a recurrir al mercado negro, con los costes y la falta de calidad del producto que se suele dar en ese contexto. Así que decidió cultivar su propio cannabis, pero al estar viviendo en el CAMF de El Ferrol (un centro residencial para personas con discapacidad severa) le impidieron cultivar en su habitación e incluso llevaron el caso ante un juez.
El juez, por supuesto, no le condenó a nada (su cultivo era mínimo y ajustado al consumo propio) pero al mismo tiempo le dijo que no le podía conceder permiso para ello, porque no estaba en sus manos.
Juanma se vio atrapado y pidió ayuda para su compleja situación, en que a diferencia de cualquier persona no podía cultivar y necesitaba el cannabis para paliar sus dolores.
Fueron muchas las voces que en aquellos días de 2008 se manifestaban a favor de Juanma, pero la realidad es que el problema persistía, ya que solidarizarse con su situación no resolvía la falta de cannabis con el que evitar los fuertes dolores que sufría.
Sin embargo, y de forma totalmente oculta para la gente, hubo una pareja de jóvenes que decidieron tomarse el problema como algo que no podían dejar pasar. Juanma necesitaba al menos 500 gramos de cogollos de marihuana para cubrir un año de tratamiento paliativo de sus dolores, y las buenas intenciones no se lo iban a facilitar: había que actuar de forma eficaz.
Esta pareja de anónimos traficantes, con la colaboración de algunos usuarios de un foro secreto de venta e intercambio de drogas que se llamaba "Mercado Gris", reunieron medio kilo de cogollos de marihuana y decidieron cruzar media España para entregárselos gratuitamente a Juanma, a quien no conocían de nada previamente.
Cómo se organizó todo, el viaje y sus peligros y el resultado, es una historia que -hasta ahora- muy pocas personas conocían.
La revista Cannabis Magazine ha realizado una entrevista a la pareja que tomó la iniciativa y la llevó a cabo y a Juanma, quien no podía creerse que alguien se fuera a jugar el ir a la cárcel por echarle una mano hasta que los protagonistas se encontraron cara a cara y todo se hizo realidad.
Desde La Drogoteca os animamos a conocer, de mano de los protagonistas, esta historia que ha sido un secreto durante más de una década.
Os aseguramos que merece la pena y que sirve de ejemplo de que cuando existe un porqué de suficiente importancia, siempre se encuentra el cómo.
Y desde aquí, nuestro agradecimiento a esos dos anónimos que se la jugaron, no por el cannabis, sino por una persona que les necesitaba y con la que acabaron desarrollando una larga amistad que sigue viva hoy día.
Hace unos días, una pareja de amigos que habían tomado "leche de marihuana" -una infusión de cannabinoides en leche- aprovechando los recortes de cosecha, se vieron envueltos en una experiencia difícil: un mal viaje de cannabis por vía oral.
Uno de ellos pidió ayuda por un canal privado de comunicación que tenemos en un pequeño grupo, y la atendimos como pudimos, sobre todo a calmarles y a asegurarles que estaban bien, que era sólo un rato difícil. Y poco a poco pasaron el susto...
¿Pero y si no hubieran tenido a quién recurrir?
Eso me trajo a la cabeza este texto que escribí hace un tiempo, sobre una ONG que se dedica a hacer eso mismo: dar apoyo en el momento a quienes están pasando un mal viaje de algún psiquedélico.
La ONG se llama Tripsit y tiene cuenta en Twitter @TeamTripsit.
Espero que os sea útil por si en algún momento tenéis un mal viaje -con psiquedélicos u otras drogas- y necesitáis que alguien os eche un lazo.
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“La noche lo pedía. Una de esas
noches en que el aire te acaricia y se oye cantar a los bichos del
campo como si fueran una orquesta. Estábamos todos los amigos de
siempre juntos y decidimos probar con esas setas mágicas que había
traído Fausto de su estancia 'Erasmus' en Amsterdam. Eran las setas
mágicas, esas de la risa, las de siempre, que no son venenosas pero colocan. Y
los 6 que éramos, convencidos y contentos, nos tomamos aquella bolsa
de setas que se suponía que tenía 6 dosis “para reírse un ratito
y ya", según nos dijo Fausto, que fue quien hizo la compra al dependiente del
Smart-Shop holandés. Sólo la mitad de nosotros teníamos
experiencia con esa droga, pero nos creíamos suficientemente hábiles como para controlar cualquier situación que pudiera sobrevenirnos.
Pero estas cosas se sabe cómo y cuándo
empiezan, pero no el resultado final. Al cabo de media hora, a todos
nos empezaban a hacer efecto las setas, pero resultaba agradable.
Todo brillaba, reíamos, había fractales de colores formados por la
arena del suelo de la playa bajo nuestros pies. Al cabo de una hora
manteníamos conversaciones entre nosotros que no llegábamos a
comprender el idioma en el que se encontraban, aunque creíamos
entender el mensaje que transmitían. Una hora después, nos comunicábamos
con los murciélagos, los peces, los árboles de unas lomas cercanas
y hasta con las rocas del camino, que no éramos capaces de hacer de
pie debido a las agujetas que teníamos de reírnos. Todo iba
maravillosamente, hasta que al cambiar de lugar y quedar en un
momentáneo silencio, Marga (la pareja de Fausto) se empezó a
sentir mal y a decir que estábamos en un "bucle temporal". Al
principio nos lo tomamos a broma, hasta que la vimos empezar a llorar
muerta de miedo. ¿Por qué? Ni idea, pero la noche se torció.
Cuanto más hacíamos por atender a
Marga, que lo estaba pasando muy mal y apenas era capaz de
comunicarse hablando, más empeorábamos la situación. El ambiente
se enrareció y Greta (la hermana de Marga) empezó a sufrir
sensaciones incómodas que desembocaron en un mal viaje también,
viendo a su hermana llorar, sumado a nuestras caras de susto y preocupación.
¡¡No podíamos para la bola de nieve del mal rollo!!
La cosa cada
vez iba a peor y nos habíamos convertido en un ovillo de gente
pasándolo mal, que intentaba ayudar a otros, pasándolo mal, sin
conseguirlo. Hasta que llegaron aquellos pareja de hippies metiéndose
mano y fumando un porro de yerba que se olía por toda la zona. Al
principio nos preocupamos, sobre todo de en qué estado nos iban a
ver cuando se acercaron al escuchar llorar a Greta y a Marga, y nos
entró la paranoia de que pudieran pensar algo malo y que llamasen a
la policía. Pero tuvimos suerte, y pronto nos vieron las caras
desencajadas de la situación y se dieron cuenta: la mujer estuvo
serenando a las dos hermanas y el tipo estuvo distrayéndonos
-mientras no paraba de liar canutos- sin que nos diéramos mucha
cuenta de cómo lo hacía.
La cosa es que al cabo de más de media
hora, estábamos todos sentados juntos viendo el amanecer y todo se
había -casi- pasado y todos parecíamos recuperar el control de
nuestras mentes, tras haber pasado un buen susto que podría haber
sido peor si no es por esos dos hippies que nos sacaron del hoyo,
cuando creíamos estar volviéndonos locos.”
¿Te suena esta historia? Es la misma
que casi todos hemos escuchado 100 veces, de distinta forma, con
otros personajes, en diferentes lugares y con finales que pueden
cambiar mucho: es la historia de un viaje con drogas que -por la
razón que sea- se tuerce hasta volverse difícil de manejar sin
ayuda. A veces pasa con un tripi, otras con una pastilla, otras con
una setas, otras con unas rayas de... da igual. Es pasarlo mal y
necesitar ayuda, pero sabiendo que por haber tomado drogas “no
puedes” recurrir prácticamente a nadie...
¿...a nadie? ¡¡MEEC!!
Llegó TRIPSIT.ME
a tu vida y a tus viajes con drogas. TRIPSIT ME es un lugar en la red
-lleno de información desde el ángulo de la reducción de riesgos,
manuales y guías de uso de drogas- para charlar, para comentar o
para pedir esa ayuda que nadie que no haya estado en esa situación,
complicada y fea del mal viaje, podría siquiera intentar darte.
Eso es lo que hace especial a este
grupo de voluntarios que dedican su tiempo y esfuerzos a algo que
nadie hace, a día de hoy, en la red: ayudarte -vía CHAT desde su
web- a controlar una situación que se va de las manos, da igual por
qué y con qué droga te suceda. ¿Necesitas ayuda estando drogado/a
y no sabes a quién pedírsela? Para eso está TRIPSIT.ME
:))
Seguro que algunos pensáis que “de
poco vale una web si te está dando un mal viaje”, pero no es así.
A lo largo de las décadas que llevo tomando drogas he tenido que
vivir varios “malos viajes” (no son malos, sino más difíciles
simplemente) y he tenido que asistir a muchas personas en esos
estados: sintiendo que pierden la cabeza y no pueden evitarlo.
Algunos eran amigos, otros eran desconocidos: eso no importa. La vez
que mejor recuerdo, recibí una llamada de un amigo a más de 600 kms
para pedirme ayuda para otro amigo -que yo no conocía de nada- que
estaba empezando a perder la cabeza por unos cartones de DOB/DOC que
se habían tomado... :P
¿DOB/DOC? ¿Un par de drogas que
pueden durar -a gusto- más de 24 horas y no dejarte dormir en dos
días? ¿No había nada mejor para elegir? Un tipo desconocido en un
mal viaje a 600 kms y un teléfono móvil fueron suficientes para
calmar a la persona, conseguir su atención, sugestionarla hacia otro
punto de interés (le puse a jugar con lo primero que tenía a mano:
una naranja y así se tiró varias horas) y hacer que ese camino
cuesta abajo al infierno del “bad trip” recuperase y volviera a
un cauce más agradable y manejable por el usuario.
Diréis que hace falta que te escuchen
la voz, pero tampoco ha de ser necesario. Lo necesario es saber que
tienes alguien con quien comunicarte, que está pendiente de ti y
sabe cómo te encuentras: una “niñera de drogas” o babbysitter.
Desde Internet, sin voz, usando desde el chat al email pasando por
cualquier servicio de mensajería he hecho muchas veces de “niñera”
para amigos que probaban una droga por primera vez y querían hacerlo
estando en contacto con alguien. Así he acompañado viajes de
mescalina, LSD, 2C-B, MDMA, psilocibes... etc.
Y como el movimiento se demuestra
andando, ayer me fui a probar su servicio de atención a malos viajes
vía chat. Al llegar a la página (en inglés, es la única pega)
tienes varias opciones y yo -que soy bastante torpe en lo visual- me
metí en la sala de chat incorrecta, a pesar de que hay un cartel que
pone “ASISTENCIA INMEDIATA” en el que pinchar. Donde yo me metí
no era la de atención urgente a personas bajo efecto de las drogas,
sino la de charla amigable. Entré y sólo dije “hola”. Ni caso.
Volví a decirlo y parece que ya me vieron, pero repito que era YO el
que estaba en el sitio erróneo.
Así que eché un vistazo a la lista de
operadores (los que controlan la sala de chat) y así, a ojo, intenté
adivinar qué nick se pondría el que estuviera al frente de toda esa
historia. Había una docena de ops en el canal, pero había uno con
el nick “Reality” que digamos que me parecía el más probable, y
no me equivoqué.
Ya en un privado entre “Reality” y
yo, simulé tener un mal viaje de LSD durante sus inicios, para ver
cómo sabían manejar esa situación. Y quedé gratamente
sorprendido. Lo primero calma: “hola”. Me dejó hablar, me
observó, me preguntó qué me pasaba, me aseguró que al ser LSD no
tenía que preocuparme mucho y que procurase relajarme. Me dio
conversación, a pesar de que yo me hacía el “tripado que apenas
podía escribir” y supo tener en cuenta mi entorno para que lo
ajustase con una música -de máxima importancia en esos estados- que
no me provocase nada que no fuera relajación, y me pasó el link
para que la pusiera. El tipo sabía lo que hacía. :))
Cuando quedé satisfecho, le dije la
verdad y le agradecí el tiempo dedicado. Estas personas que dan su
tiempo para ayudar a desconocidos, bien dando información bien
“cogiéndoles de la mano” aunque sea virtualmente para pasar un
mal trance, me merece el mayor de los respetos. Y “Reality”, del
que desconozco su nombre y no es relevante ahora, me pareció un gran
personaje con una gran idea que está sacando adelante.
Ahora que todo es virtual, que hasta tu
abuela lleva Internet encima, puede ser difícil imaginar cómo
eran otros tiempos no tan lejanos; hace 25 años no
existían los móviles. Ojalá cuando yo comenzaba a
experimentar con drogas hubiera tenido un recurso -en mi bolsillo o
en casa- para poder tener atención -especializada, gratuita y
funcional- en caso de tener un mal viaje con drogas. En grandes festivales
han existido “grupos y personas” que hacían esta misma función
con aquellos que necesitaban que les “echasen un cable desde La
Tierra”, pero era presencial. Ahora, si estás pasándolas putas -y
eres capaz de explicarte en inglés- tienes un lugar en el que
agarrarte desde la web, accedas como accedas.
Seguro que muchos de vosotros -sanos
fumetas de sano cannabis- no tomáis otras drogas (ni falta que os
hace). Pero eso no os excluye de la experiencia del mal viaje. El
site tiene un lista de las drogas que han causado las atenciones “de
ayuda” y las 5 primeras son LSD, anfetaminas, MDMA, alcohol y
cannabis. A la zaga les siguen la cocaína y sus ansiedades
cometechos, las setas mágicas y -curiosamente- el alprazolam, "Xanax" o
“Trankimazin”, una benzodiacepina.
Todas las drogas pueden producir un mal
trago, por elegir mal el momento o las sustancias, incluso a usuarios
que se consideran experimentados. Nunca estamos a salvo de sorpresas,
y menos si jugamos con psicoactivos.
Y si alguna vez, has tomado algo cuyo
efecto ves que te supera y necesitas alguien te que ayude, ya sabes:
TRIPSIT.ME, ese grupo de gente que
hacen -gratis- un trabajo impagable. :))
Este texto sobre profesiones sanitarias y drogas fue publicado en la revista VICE. Esperamos que os guste y que os deje claro que los que más drogas toman son esos profesionales de la salud... "ajena".
Aquí el que no corre vuela, nadie vuela recto, y pájaro que no vuela... a la cazuela!!
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Profesionales de la salud y drogas.
No olvido -ni creo que nunca lo haga- la cara, el cuerpo y la voz del primer “practicante” (como se les
llamaba en los 80) que conocí. Se llamaba Carmelo. Su nombre en mi
casa era la representación del terror hecho chuta. Todavía no se
debía estilar mucho lo de las jeringuillas desechables de un solo
uso, porque no sólo llegaba a tu casa una especie de ogro enorme y
calvo, con una voz gutural como el eco del infierno, sino que tenías
que pasar el trance de ver cómo se preparaban los instrumentos para
tu tortura. Ahora suena raro eso, pero antes veías como
esterilizaban la jeringuilla de cristal y las agujas ya clavadas en
otros con alcohol ardiendo en un recipiente....
Ese ritual, el ogro
Carmelo, el olor a alcohol caliente, la visión de la aguja, tus
padres sujetándote y tú gritando como un poseso para que al final te trincasen bien (era un mierdas de 5 años, uy si no....) y
te metiera una banderilla -con mucha malaostia- un tipo que era el que
pinchaba a los militares y a los pobres seres humanos que eran
forzados a hacer el servicio militar obligatorio o "mili" (a la que yo fui insumiso).
Creo que si no me gusta mucho pincharme
drogas, cuando no tengo reparo alguno en tomarlas por otras vías,
responde a criterios de “esterilidad y pureza” de las drogas pero
también a un cierto miedo incrustado en el desarrollo y la infancia.
No me gustan las agujas, me recuerdan a Carmelo, y me asusto. Así de
triste infancia, sí. Como Carmelo se convirtió en un recurso usado
en mi casa de forma rutinaria (desde un aceptable “si no te tomas
la medicina, vendrá Carmelo” hasta un chantajista “si no te
tomas la sopa te pondrás malo y vendrá Carmelo”) pues es un
personaje que en cierta forma seguí. En el barrio no somos muchos y
nos conocemos todos, así que años después, en plena “new wave
prohibicionista de la heroína como droga lúdica” en la que
palmaron tantas personas en España, supe que era un tipo muy
cotizado. Cuando hablaba con los colegas, consumidores de heroína
con 13 años y mencionaba a Carmelo (que era conocedor de casi todos
los culos y brazos de mis colegas) había un curioso silencio en el aire y
alguna que otra bala perdida en forma de risotada. El tipo era un
crack en esto de ponerte unas flautas de coca y caballo acojonantes,
con la “seguridad añadida” de un profesional de la salud, y
asegurándote higiene y nada de marcas jodidas de explicar.
Contactar con él para esos servicios,
requería de un nivel que yo por aquel entonces ni tenía ni aspiraba
a tener, pero era el enfermero que ayudaba a drogarse, con cuidados
propios de un profesional, a muchos yonquis de los que puedes imaginar
con esa palabra, y a otros que no imaginas. A la vez que se hacía
sus extras con la peña, llevaba el “mantenimiento” de algunos
“eliteyonquis”, profesores de la Universidad y médicos del
Hospital Clínico. Era un tipo discreto, que había visto mucho y
conocido mucho. Era esencialmente pragmático: él ganaba un dinero
por sus servicios y prestaba una atención de calidad sanitaria.
Posiblemente la primera persona de mi vida que estaba implicada en
Reducción de Riesgos en drogas, aunque el término no debía ni
existir en aquella época.
Si él consumía o no drogas de alguna
clase, es algo que creo que nadie sabe a ciencia cierta, pero que las
conocía todas mejor que los propios médicos -bastante torpes a la
hora de gestionar sus hábitos- era algo aceptado por todos los que
le conocían. Pocos doctos doctores contradecían una opinión de
este enfermero.
Dentro del área de consumidores de
drogas en las profesiones sanitaria, tenemos algunos curiosos grupos,
que en cierta forma tienen que ver con el contacto (accesibilidad) a
las drogas usadas. Los menos yonquis -por decirlo de alguna forma- son
el grupo de podólogos, terapeutas ocupacionales, fisioterapeutas y
psicólogos clínicos. En principio, ninguno de ellos tiene acceso a
las drogas que usen sus pacientes o a un almacén, por la actual ley
al respecto. Los terapeutas ocupacionales y los psicólogos pueden
tener un mayor contacto con población consumidora de droga, e
incluso supervisar sus consumos en un lugar concreto, como una “Sala
de Venopunción Asistida” o en una casa de acogida dentro de un
modelo de “contexto de baja exigencia” en el que se tolera el uso
de drogas dentro de ciertos parámetros, como forma de poder actuar
-en otros campos- sobre la persona y su salud biopsicosocial. No son de los más yonquis, pero sí de los más tolerantes.
Ascendiendo un poco, encontramos a los
enfermeros. En este grupo se nota mucho la especialidad de cada uno,
y es probable que uno de enfermería pediátrica no recuerde ni qué
es la codeína ni para qué se usa, mientras que los de oncología e
intensivos, saben administrar microdosis de las drogas más
pintorescas por las vías más raras, con gran maña para revertir
depresiones respiratorias a tiempo. El roce hace el cariño, y en
este grupo tengo grandes amigos que también prestan servicios (no
tan profesionalmente como Carmelo en los 80) con sus artes en
poblados y casas, porque además de enfermeros son consumidores.
Muchos no consumían en inicio drogas sacadas de su trabajo, sino que
el hecho de saber inyectarse y de tomar drogas por otras vías, les
llevó a ello. Y son enfermeros en activo, que hacen correctamente su
trabajo en el hospital o clínica. Como otros muchos, si les cae algo
interesante que tomar en sus manos, se lo cogen para “investigación
personal”. En este punto quiero citar a un gran amigo que,
conocedor del propofol y de su capacidad para inducir sueños de tipo
erótico y muy placenteros, estuvo a punto de matarse y hubiera sido
el primero en España imitando a Michael Jackson. Le pude detener justo antes de que diera el paso,
razonando con él por internet, haciéndole ver que si se clavaba la
chuta sin alguien consciente controlando, lo más probable era que
muriese. ¡¡Le podían las ganas al muy cabrón!! Ciertamente, yo
también tengo ganas de meterme propofol, pero con un anestesista al
lado (los mejores gestionando drogas, con la vergonzosa excepción
del yonqui Maeso), mucho mejor.
El yonqui Maeso que contagió la hepatitis C
a cientos de personas,
por pincharse primero él con los opioides
y luego a sus pacientes, en un hospital público...
Luego están los farmacéuticos, que
tienes de los dos tipos: los que no se drogan o los que se lo comen
todo. Intercambio “regalos” con “farmas” de todo el
continente, y son buenos profesionales con formación para elegir con
cabeza. No he conocido a ningún farma que acabase por el mal camino
y “con la incapacidad” por consumo de drogas o de alcohol (otro
clásico de la medicina). Son grandes educadores, al mismo tiempo,
que deberían ser más escuchados por la clase médica.
Y llegamos al top de los grandes: los
que tienen el poder: los médicos. También se podrían
repartir en especialidades, pero sin embargo en estos el vicio es
bastante transversal. El hecho de poder disponer de recetas que no
levantan sospecha alguna para los fármacos no estupefacientes (de
receta normal) y de poder usar también, como médicos, los
estupefacientes disponibles, les da acceso a morfina y opioides a
tutiplén, a estimulantes como el metilfenidato o la dextroanfetamina con lisina que ahora han introducido de nuevo en el mercado (Elvanse) y a todo
lo que puedan coger de la farmacopea legal. No me extraña mucho que
tengan tanto vicio los cabrones, tras haber leído a Escohotado
contar como la mayoría de grandes médicos anteriores a la
prohibición de las drogas, eran generosos consumidores de las mismas
(de los de 5 gramos de morfina por vena al día) sin que esto les
supusiera ningún problema para el ejercicio ni un estigma que les
apartase de su trabajo.
Aquí un honrado anestesista,
no un yonqui de esos que pueden hacerte algo
y pegarte el SIDA si te escupen... :P
Un conocido psiquiatra de mi ciudad
consume una caja diaria de metilfenidato, que compra en mi misma
farmacia. ¿Consume? Teniendo en cuenta que se cotizan bien esas
pastillas por los estudiantes de la ciudad, no creo que se coma 30
pastillas cada día, pero compra una caja diaria. Lo que no es
sencillo es ver psiquiatras en ambientes más marginales como las
casas o los poblados. Tampoco médicos en activo, que suelen ser
atendidos en los puntos de venta de droga más selectos de la ciudad
(especialmente cocaína pero también heroína) de la misma forma que
cuando “algunos del ayuntamiento” se quedan sin farlopa: la casa
se cierra poco antes de su llegada y se le atiende sin que nadie le
vea. Normalmente de madrugada. Si alguien viera o dijera algo, por
ver entrar a un médico de noche en una casa, siempre puede quedar
cubierto como una urgencia que tuvo que atender. Pero la realidad es
que finalmente se sabe quienes son, porque cuando la urgencia te
empuja a tener que pillar a las 4 de la mañana y no esperar que
algún “tele-droga” te lleve el tema a tu casita para no dar el
cante, es que empiezas a estar algo pilladete... amigo médico.
Son estos últimos los más reticentes
a aceptar su contacto con drogas, legales o no. El estatus social se
lo pone más difícil. Recuerdo a mi psiquiatra, fundador de
Alcohólicos Anónimos en mi zona, al que le gustaba el whisky cosa
mala y me quería enseñar a beberlo, para que no tomase opiáceos.
Cada maestrillo con su librillo, ¿no?
Además pude conocer por él -sin
nombres- el historial de muchos profesores y médicos que él
supervisaba por razones legales. No olvidaré el día que me dijo,
charlando de cultivo de cannabis, que cierto médico tenía una
habitación de casa llena de focos y marihuana. Le contesté que no
era un mal hobby. Me dijo que en la habitación de al lado,
coleccionaba bragas usadas, juguetes sexuales usados por prostitutas
y armas blancas usadas en crímenes. Le pregunté cuál era su
especialidad: bioética, contestó con una sonrisa giocondesca...
Este cuento corto, que fue el inicio de una serie que publicó algún capítulo en el portal Cannabis.es, es un relato de ficción en la que se camuflan muchos elementos verdaderos. Dada la naturaleza de lo narrado, dichos datos están convenientemente ofuscados. Por desgracia la historia tiene más de real de lo que a cualquiera nos gustaría, además ocurrió en estas fechas del 15 de agosto y la España cañi, y es simplemente un vehículo para contar cosas que no se pueden contar de otra forma (como que se venda la marihuana robada a los cultivadores en una casa cuartel, u otras peores).
Sin más, aquí quedáis, en manos de Alba.
Habrá más.
:))
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BAUTISMO
“Jodida puerca...” dijo, antes de
escupirme a la cara y mientras iniciaba el movimiento de
desabrocharse el negro cinturón de cuero de hebilla dorada que
señalaba donde tenía que meterle una estaca a ese hijo de puta,
para que dejase de ensuciar este mundo.
“Ya sabes lo que toca, zorrita...”
En un instante recobré una cierta
consciencia de todo lo que me había llevado allí. A estar jodida, a
sentir esa náusea, a verme inerme ante una mole grasienta y apestosa
de malas intenciones. No porque quisiera follarme; no tenía problema
alguno. Quería hacerlo cuando yo no quería.
Y el hijo de puta había aguantado los
dos codazos en la cara, tras la patada en los huevos; estaba muy
jodida. Me venía a la cabeza la película “Lamatanza caníbal de los garrulos lisérgicos” con Cesar
Strawberry y el gran Manquiña, pero no me hacía ni puta gracia
aquello. Me había metido en la boca del lobo yo sola, en el León
rural y profundo de la España cañí. Lo que menos esperaba es que
un tarado me fuera a violar en una jodida iglesia de pueblo, en las
fiestas patronales de la Virgen de Agosto.
Por supuesto que ya había pasado por
alguna iglesia. No por muchas, pero me contaron que el bautismo no me
sentó bien: parece que tragué algo de agua y que -sin malicia por
mi niñez- escupí al cura a la cara, cuando me giró y pronunció un
extraño hechizo católico por el que me pasaba a llamar Alba. Como
la mañana, la blanca, la pura... la mayor hija de puta del reino de
Dios, es lo que debió pensar aquel cura. Aunque de eso hacía ya 19
años.
Volvía a estar allí y -esta vez ya me
habían dado las hostias- me querían dar los Santos Óleos, pero a
brochazos en el perineo. No tenía fuerzas y la rodilla que el
bastardo había incrustado en mi costado, me tenía doblada por la
mitad: me podía poner con el culo en pompa como una perra y
partírmelo en cuatro sin que yo pudiera defenderme ya. Y en ello
estaba el tipejo, cuando se escucharon unos pasos que pisaban el
mismo suelo de lápidas que nosotros.
Recuerdo como aquel picoleto emitió
una especie de gruñido imperativo -con esa altanería de paleto que
suelen gastar en ciertas zonas rurales- preguntando quién andaba
ahí. A su pregunta no escuché respuesta alguna, sino más pasos
acercándose.
El tipo echó mano a su canana. Y
acarició el cierre, abriéndolo con la delicadeza que no me estaba
dedicando precisamente a mí, mientras deslizó la pistola en su mano
derecha. En ese momento los pasos se detuvieron. El tipo graznó,
algo más asustado, pero fingiendo más aplomo -el que le daba la
pipa, claro- que la vez anterior.
“¿Quién coños anda ahí? Sal que
te vea o te voy a buscar, rata!!”
Y esa fue la primera vez que escuché
su voz: “Yo soy el Padre Heredia.”
El tipo saltó hacia atrás y deslizó
rápido la pistola en la canana, mientras se le escapaba un
cómico gesto que bailaba a medio camino entre santiguarse y el
saludo marcial.
“¡Padre! Qué susto nos ha dado.
Hemos venido yo y una amiga a charlar aquí, un poco más apartados,
usted ya me entiende...”
“Claro cabo, por supuesto que le
entiendo...”
Su voz sonaba tan ambigua ahora como
grave y pesada antes. No era capaz de discernir si mientras decía
eso, estaba frotándose la polla por encima de la sotana o
simplemente se estaba achantando ante la situación. El cabo tampoco
alcanzó a ver qué tono portaba la frase y volvió a probar suerte.
“Bueno, Padre, si no se le ofrece
nada más... si quiere usted, me deja las llaves y yo le cierro la
iglesia. Queda en buenas manos...”
“Toda suya, cabo...”
Sonó inquietante. Si no es por las
llaves que le lanzó, hubiera creído que hablaban de mí. El cura
añadió, sin acercarse más en ningún momento, que saldría por la
puerta de la sacristía porque tenía que recoger unas cosas para un
enfermo que necesitaban la Extrema Unción con la extrema urgencia
habitual de la muerte.
Me iba a dejar allí sola, pero ya
estaba acostumbrada a no meter a terceras personas en líos por mis
asuntos, y a pagar -a veces muy caro- mi atrevimiento y falta de
sentido común. Pude haberle pedido ayuda pero no lo vi claro, y no
quise hacerlo. Escuché cerrarse la puerta y, como si fuera un
gatillo, eso disparó al cerdo sobre mí. La conversación con el
cura me había permitido ganar tiempo y recuperar el aire, aunque no
me resistí. No tenía tanta fuerza.
Así que siendo pragmática: ¿qué
podía hacer? Relajarme; necesitaba pensar. Estiré mi mano y noté
su polla dura, así que la cogí y empecé a jugar con ella. El viejo
alcohólico dio un brinco y mugió “...a esta putita le va la
marcha, eh?” mientras yo me entregaba al placer de ser violada por
un abusador con placa. Me seguía dejando hacer, pero con mi mano lo
que evitaba era que me violase aunque él paleto armado creía que yo
jugueteaba, cachonda perdida aplastada por semejante marrano con
forma humana. Pero vi que no podía seguir mucho así y que tenía
que decidirme: ¿qué hacer?
Me tiré a sus labios y los besé al
mismo tiempo que con la cintura me frotaba contra su ombligo, como si
estuviera en mitad del orgasmo más incontrolable de mi vida, y le
pasaba la lengua por esa asquerosa boca putrida, hasta que él
introdujo aquella masa de carne con sabor ocre a tabaco negro y coñac
en mi boca. Era como una serpiente molesta paseándose por tus
papilas gustativas, de la misma forma que el caballo de Atila dejaba
yermo el suelo a su paso. Un plato exquisito, que no soportaba ya
más...
Lo siguiente que recuerdo fue un tirón
intenso y cómo mis mandíbulas chocaban entre sí, mientras mis uñas
se hincaban con fuerza en las pelotas del picoleto, y notar el calor
de la sangre chorreando en mi mano... Y cómo casi me trago la mitad de su puta
lengua; la escupí tan rápido como la rabia me permitió abrir la
boca. Mientras, el tipejo gritaba ahogándose en sangre mientras no
sabía si llevarse las manos al escroto, que le había abierto como
un calcetín dado la vuelta, parándome en la uretra: mis dedos no
llegaban a clavarse más.
Pero el cabrón se levantaba y estaba
sacando su arma. No tuve tiempo para pensar: di una patada a un viejo
cepillo de limosnas, clavándole al mismo tiempo mi tacón para
fracturarlo y cogiendo -casi al vuelo- uno de los trozos más
astillados de los pedazos que saltaron. Según me volví se lo clavé
en el abdomen y se escuchó un grito lacerante en mitad de la casa de
Dios: el violador cayó sobre sus rodillas y, como si fuera un
diagrama de flujo expandiéndose, una mezcla de orina y sangre empezó
a fluir de su perforada vejiga. Estuve por un instante -atónita-
observándole pero pronto me di cuenta de que me iba a comer hasta
los marrones de “el Lute” y que tenía que correr, sin mirar
atrás...
Busqué instintivamente algo con lo que
rematarle: peor que una condena era un psicópata como ese
persiguiéndote. “No quiero moribundos que me busquen” era lo que
resonaba en mi cabeza mientras abría un pequeño portón que
contenía una botella y un cáliz, y cogía la botella del cuello
para romperla y dar muerte al violador antes de huir para salvar mi
pellejo. Una voz se escuchó -tajante y asertiva- detrás mío: “No.
No rompas esa botella.”
Me quedé petrificada y -cual esposa de
Lot mirando lo que no debía- como una columna detenida en medio de
un giro sobre su eje, botella en mano. Aquella voz -que ya me sonó
familia- continuó: “Deja la botella sobre el altar. Y vuélvete...”
Obedecí. Sabía que estaba cazada y
que no tenía opción: no sabía qué me apuntaba por detrás y lo
iba a descubrir en el acto. Dejé temblorosamente la botella sobre el
altar. Miré instintivamente a los ojos del Crucificado que tenía de
frente, presidiendo la escena, y sentí dolor. Me volví despacio,
inicialmente mirando con el rabillo del ojo -con lo que no pude ver
nada salvo el color rojo de la sangre por mi cara- pero según me
sentía observada por aquel personaje, agachando la cabeza.
“Ecce homo” dijo, sin alterar su
voz.
“Ecce mulier”, pensé yo.
Así era: ahí estaba. Expuesta y
dolorida; al quedarme quieta todo empezó a dolerme. Asustada y a
punto de matar a un hombre, en natural defensa propia, que había
intentado violarme y al que no podía dejar con vida ya. Mis ojos
marrón miel debieron contrastar con el rojo metálico de la sangre,
porque cuando mi cabeza se irguió, sus ojos azul tormenta observaban
-impertérritos- los míos.
“¿Qué ha pasado?” me dijo. No
supe qué contestar, pero la expresión de mi cara junto con la
dantesca escena debía dar algunas pistas, sin olvidar que mi ropa
hecha jirones debió indicarle lo que allí había pasado. Buscando
una respuesta que darle, me había hundido en mis pensamientos,
cuando el goteo de la orina por la herida de aquel depredador me hizo
reaccionar. Mi rostro debió explotar en un gesto asesino de ira,
mientras notaba mis puños apretarse hasta hacerse de granito y mis
dientes chocar hasta chillar como tizas sobre pizarras.
“No. Aquí no. Cógele de los pies.”
me dijo y -de nuevo- volví a obedecer sin cuestionar nada.
Ahí le vi claramente por primera vez:
era el cura de antes. El Padre Heredia, había dicho que se llamaba.
Lo confirmó -el cabo- antes de que aquel sacerdote le dejase
inconsciente de un puñetazo y le cargase -a peso muerto- por los
sobacos.
¿Qué coños hacía con un cura en una
iglesia sacando a un picoleto moribundo hacia el cementerio que había
detrás? ¿Por qué nadie llamaba a la policía? ¿Qué hacía yo
llevándole por los pies?
Cruzamos con el peso todo el cementerio
y llegamos a una caseta con útiles, palas y picos y material de
jardineria principalmente. Allí le dejamos caer a plomo; a mí el
pánico me daba fuerzas de flaqueza aunque el cura respiraba intenso,
pero no nervioso. Y mirándome fijamente me preguntó: “¿Cómo
comenzó todo esto?”
“Marihuana... yo sólo quería un
poco de yerba para fumar, porque me dolían los ovarios y tiene que
bajarme la regla...” contesté a la vez que me escuchaba y las
palabras parecían tan falsas que ni a mí me sonaban reales aún
siendo la verdad.
“¿Te vendía él?”, inquirió.
“No. Un amigo me dijo que en la Casa
Cuartel de la Guardia Civil de este pueblo, había comprado yerba en
varias ocasiones. Al parecer se la roban a los cultivadores y la
venden ellos y...” expliqué antes de que me interrumpiera con un
“¿Y qué cojones hacéis en mi puta iglesia?”
Extrañamente avergonzada, como una
niña reñida por el maestro, contesté: “me dijo que en fiestas
no la podían tener en la Casa Cuartel porque venían muchos mandos
superiores a la fiesta grande de la localidad, y que tenía un
pequeño depósito en la iglesia. Me convenció y piqué... Lo
siento.”
No sabía qué decir, ni qué sería lo
siguiente cuando el Padre Heredia despertó al inconsciente Guardia
Civil -a bofetones de mano abierta y revés- y cuando tenía su
atención, le susurró cerca del la oreja lo siguiente: “Cuidaremos
de tus hijos y tu familia, para que no sufran como tú...”
Los ojos del cabo se abrieron y
clavaron en los del cura, e intentó decir algo. Pero sin lengua lo
tenía clarinete, y sonó como un trombón ahogándose. Lo siguiente
fue un movimiento -brusco- en el que la mano izquierda del sacerdote,
que sostenía al tipo por el cuero cabelludo se disparó hacia fuera
arrastrando la cabellera con ella, mientras la mano derecha -que le
agarraba con fuerza la cabeza, ligeramente por debajo de la sien-
girase en sentido contrario.
Rompió su cuello con la misma paz que
se abre una botella de agua.
Yo estaba muerta de miedo, y ya casi
convencida de que me tocaba a mí cuando el cura me lanzó una pala
-que me sacudió en el vientre y la cara- mientras sarcástico me
decía: “Si esperas que cave yo solo, tenemos un problema ¿eh?”
Terminar el agujero y taparlo
-repartiendo la tierra sobrante- nos llevó dos horas. Creía que iba
a morir, pero de agotamiento. Esas dos horas, no las narro: nadie me
creería. El cura era un hombre de pocas palabras. Me llevó después
a su casa, me ofreció ropa limpia que agradecí como nunca aunque
daba la impresión de haber vuelto al siglo XX de una hostia, y me
metió en la ducha. Curó mis heridas, me dio de cenar. Lavó los
platos. Puso música: ¿“Lecciones
de moderación” decía aquel estribillo?
Me dijo que le acercase una caja -de
madera, labrada a mano- que tenía bajo unos libros de química en
alemán. Obedecí. ¿Lo que nunca hacía con nadie, lo hacía con ese
desconocido? Al abrirla, toda la estancia cambió de golpe su olor y
parecía haber caído en mitad de una montaña de Kush. Él notó mi
mirada en sus manos: debía notarla como si fuera el más poderoso
Jedi intentando que la yerba volase hasta mí.
Lio despacio. Ni me miró. Se lo
encendió y se lo lo estaba acabando, clavándoselo a cara de perro;
yo me moría de ganas, pero no me atrevía a pedirle nada. Nada más. Entonces me miró sonriendo, como un niño pequeño travieso, y me
pasó la caja de aquella yerba. Yo lie como si me fuera la vida en
ello y justo antes de que me encendiera aquel costoso porro, me dijo:
Este texto fue publicado en el portal Cannabis.es, aunque con otras fotos (disponibilidad en el momento), y esperamos que os guste.
Vamos al grano y nos quitamos el asunto del medio: ¿hay droga en Xaouen? Claro, como en todos los lados: aquí la droga ilegal más asequible es el cannabis, en concreto rico hash. Dicho esto... ¿por qué Xaouen?
¿Qué tiene este lugar que atrae a los buscadores del cannabis y sus riquezas, pero que los deja atados -de por vida- aunque dejen de usar la planta?
1- Su gente
Acabo de terminar de empaquetar a un grupo de jovenzuelos de vuelta a la PoPular Ejpaña -sigo emigrado y sin intenciones de retorno- que han sobrevivido a la prueba de Xaouen. Aunque no todos, si lo pienso: venir aquí para fumar porros como si no hubiera mañana e ir de graciosete turista, sólo deja clara la falta de madurez para empaparte de un lugar como este. Si eso ocurre, personalmente creo que estás condenado a ser un mediocre sin más recorrido mental que los ácaros que lleva encima; resulta extremadamente fácil integrarte en el lugar, con una población que ha nacido sirviendo al turista (dicho esto de “servir” con el máximo respeto por su trabajo, recordando que en España somos los “camareros” de Europa) y que -hasta críos de 8 años- te hablan varios idiomas, desde conversación básica en japonés a unas clases de euskera, pasando por francés (del de hablar), italiano, inglés, español...
2- Seguridad
Si eso no es un excelente -y suficiente- caldo de cultivo para que te sientas cómodo, aquí va otra: puedes traer a tus hijos de 6 años y dejarles salir solos a la calle sin control a las 4 de la mañana sabiendo que no les pasará nada. Sí, suena exagerado... ¿no? Pues no lo es. En contra de lo que alguna gente pueda pensar, en base a ciertos prejuicios conocidos como RACISMO, si te dejas el móvil, la cartera, lo que has comprado en la tienda de al lado o tu cazadora de cuero en el bar o en la calle, al contrario de lo que te pasaría en España (hablo de mi país, sí) te encontrarás con cualquier desconocido que se ha pateado dos calles para darte tu cámara de 600 euros, o ese paquete de mantequilla de cabra de 10 dirhams que has comprado al entrar en “la Medina”. Esto no es un “por decir”: soy de los que me voy dejando todo por todos los lados (cámaras, dinero, drogas, etc.) y en mi barrio me habría quedado sin nada, pero aquí me ha traído cosas que me he dejado por ahí hasta niños de menos de 5 años de edad (esta mañana, una batería de móvil, el niño me vino a llamar y cuando le hice caso y atendí, vi a su madre haciéndome gestos para que la cogiera). Y en esto os aseguro que no soy diferente al tipo que viene por primera vez a este sagrado y mágico lugar. No conozco un lugar en todo el planeta menos propenso a la violencia, y donde se reprime duramente cualquier manifestación agresiva, que no sea meramente dialéctica. Yo, en 10 viajes, tan sólo he visto 1 pelea, y era una familia entera -en Tánger, a las 3 AM en plena avenida de las discotecas- currando a un tío que parecía un segurata de discoteca, y principalmente le estaban ahostiando las mujeres y los niños (ojo, niño no quiere decir inofensivo: vi dos patadas en la cabeza del tipo, dadas por un crío de unos 11 años, que bien podían matar a cualquiera). Pero como digo, eso ocurría en otro lugar que nada tiene que ver con Xaouen.
3- La pasta
Marruecos es barato comparado con España, pero Xaouen es barato dentro de Marruecos. Es barato hasta para los marroquíes, quienes aman el lugar -quienes se pueden permitir viajar a él- y no sólo en “luna de miel”, como solía ser típico en ellos. Para que os hagáis una idea, una habitación de hotel, en la terraza del mismo (el ático, donde está “la movida” y el salseo) con TV por satélite con más de 1000 canales (que no usarás), cuarto de baño privado (no todos tienen) y perfectamente decorada con una cama doble (que uso yo solo, al menos oficialmente), con buenas sábanas limpias, y con un servicio que pegas una voz y te suben el desayuno a la cama, eligiendo entre varios tipos incluido uno con huevos fritos, a mí me cuesta 15 euros al día. ¿A que mola? Mucho, os lo aseguro. Pero en este caso, la experiencia es un grado, y esa misma habitación a otra persona costaría unos 20-22 euros al día. Bonito rango de precios... ¿eh? Si os parece caro, podéis dormir en la terraza sobre colchón por menos de 3 euros al día.
Pero no tiréis del todo las campanas al vuelo. El precio en muchos de los productos es relativamente más bajo que en España, pero eso no quiere decir que todo esté tirado de precio... no es así. Las cosas son más baratas con un nivel de vida que lo permite, pero esto no es el sudeste asiático. Así que mi consejo en ese aspecto, es que antes de venir a gastar; siempre se gasta más por el cambio favorable, especialmente sobre la percepción que hace que compremos con mucha más ligereza y menos conciencia. Aprovechad, pero con cabeza: ir tirando el dinero como memos sólo atraerá buscavidas y movidas, aquí y en cualquier parte.
4- Ligar
Este punto es interesante e importante, no conviene dejarlo sin tocar. Marruecos es una zona de influencia islámica y si bien sus leyes no son la sharia, sí atienden a reprimir lo que religiosamente se considera pecaminoso. Y aquí, como en la España de los años 60, el sexo es pecado. Y gordo. Así que si te pillan jincando con una moza del lugar, te caen 5 años de cárcel. Así, a machete. O te casas con ella. No sé que sería peor, pero una cárcel marroquí es como volver a la edad media, así que os recomiendo que, en caso de veros en semejante disyuntiva, elijáis lo que haga falta con tal de no entrar en el talego en este país: antes cásate.
Dicho así, el panorama no es que sea muy alentador, pero hay más panorama que contar. El rollo varón de fuera con mujer de aquí, os aconsejamos descartarlo totalmente. Pero sin embargo, el rollo de mujer de fuera con varón de aquí, aunque pecado también, debe ser menos pecado porque todos los marroquíes ligan como perros: son chavales físicamente bien formados, con el atractivo de los hombres de la montaña (con ciertas diferencias genéticas, como ojos verdes o azules, y pelo rubio o incluso pelirrojo, sobre pieles morenas) y el cruce con el árabe. Supongo que son tan atractivos para la mujer occidental como lo son sus mujeres para el hombre occidental. Y en este caso, en Xaouen, la mujer extranjera es doblemente privilegiada: ellas sí pueden ligar con los aborígenes de la zona, con la discreción aconsejable en un país de este percal. Y pueden hacerlo sabiendo que serán tratadas por auténticos caballeros especializados en hacer sentir bien a una mujer.
Ahora mismo he estado traduciéndole los mensajes -de amor fugaz- al camarero que me ha servido la bebida, que se ha ligado una jamelga alemana de primera división, y ella no hace más que declararle su intenso enamoramiento... que acabará, con la complicidad de ambos, en una cama intentando que no haga demasiado ruido, ni la cama tampoco.
Para el resto de mortales varones, nos queda el ligoteo masivo y bien dispuesto de las terrazas de los hoteles. La mezcolanza de guiris de todas partes (Australia y USA incluidos) en momento vacacional o en escapada místico-africana se presta a ese tipo de encantamientos dulces, en los que te pierdes en los labios de una italiana que podría ser la imagen de una joven Cher o entre las rastas -por las rodillas casi- de una impresionante noruega antifascista: el amor es libre aquí, pero ha de ser discreto en sonidos y expresiones. Recomendamos evitar todo tipo de gesto “amoroso” a no ser que estés con tu pareja, y aún así no es recomendable ya que no existe culturalmente la costumbre de ir comiéndose la boca por la calle, y ni hablar de meter mano, por supuesto. Pero vamos, que una de la razones -sin duda- para venir a Xaouen sin pareja, es que te la buscas aquí.
5- Cultura
Un lugar así, que encadena a la gente que lo visita, provoca que personajes (realmente son personajes, y vaya personajes) de lo más variopinto se encuentren en este espacio y tiempo. Ya sé que no es lo habitual salir de viaje a Xaouen y pensar en cultura. Pero aquí, por ejemplo, he conocido algunos de los mejores jugadores de ajedrez que he visto -especialmente árabes- y que eran capaces de mantener una conversación propia de un doctorando en químicamientras desarrollaban juegos complejos. Los universitarios de Marruecos tiene una de las mejores formaciones que conozco, no tanto por su universidad como por su interés por las cosas. No te encontrarás en Marruecos lo que vemos en España, con una universidad que sólo se visita en exámenes o en prácticas y que está llena de gente que hace una carrera por hacer, sin tener mucha conciencia de lo que quieren para su vida o de qué les interesa realmente. Eso aquí, en más de 15 años, nunca lo he visto.
Si alguien hace una carrera, tiene pasión por ella. Y eso, da gusto sentirlo a la hora de abordar cualquier conversación. Aquí no hay opiniones, ni eso tan manido en España de “es mi opinión y la tienes que respetar por ser una opinión”. Aquí las tonterías se llaman tonterías, no opinión. Y no se opina, sino que se ofrecen argumentos para el debate. Eso en lo que respecta a los lugareños.
En cuanto a los extranjeros, pues por un lado tenemos a los primerizos a quienes les puedes escuchar cosas como “tío!! he encontrado un “moro” más majo!! el tío se enrollaba y quería charlar y nos ofrecía su casa”, en las que se nota que no esperaban encontrar “moros” majos y simpáticos. Especial atención a la despectiva palabra “moro”. El moro es una palabra que deriva de los moros, denominación antigua de los habitantes mauritanos, pero que nada tienen que ver con los magrebís: si la usáis -en Marruecos o España- dejad de hacerlo. También están la recua de guiris que vienen con la intención de dejar claro que son los mayores payasos de su zona, y que como saben que no van a volver, vienen “pisando” al personal. Yo les aconsejo a esos que mejor se queden en su casa, porque cosecharán malas miradas y desprecio, pero si además van de listos e intentan pegarle el palo a la gente de aquí (lo he visto varias veces) puedes acabar en una casa en la montaña, sin comunicación con nadie y esperando a que tu familia pague los daños que hayas causado, pero multiplicados por 100. Y me parece genial, quien la lía la paga, aquí y en Sebastopol.
Y finalmente llegamos a los pseudo-residentes como yo: bichos viejos y resabiados que van pasando de lugar a lugar, mezclándose con el entorno e intentando conocer a las personas que más les pueden aportar. Hace unos 6 años, topé aquí con un guiri loco, con el pelo blanco, coleta y gafas, que me vendió el mejor hash que he probado en Marruecos. Sí, un guiri.
Ese hombre y yo, en aquella ocasión, hablamos de que yo estaba pensando en enviar algún artículo a alguna revista y él me animó a hacerlo. También hablamos de economía y del fraude monetario del sistema internacional y yo le dije que debía conocerBitcoinporque resolvía muchos de los problemas que comentábamos. Él, en aquel momento, me dijo: “no no, paso de eso porque el dinero es malo y yo soy anticapitalista y bla bla bla, etc” pero curiosamente, ahora que nos hemos vuelto a encontrar, yo que no escribía para revistas, me gano la vida así. Él que escribía para revistas -Soft Secrets, en algún país que no era España- ahora no lo hace, pero no sólo se metió en el mundo Bitcoin, sino que es de los fanáticos de las criptomonedas o monedas digitales, en concretoes un apostol de Ethereum.
Pues encontrándonos tras varios años, ayer tarde él dijo: “mira, Venus”. Yo contesté: “no es Venus, es un satélite: los planetas ni brillan tanto ni parpadean en su brillo”. Él no aceptó el argumento, yo insistí y al momento se lio: ¿100 dirhams de apuesta?. Apretón de manos y al momento, la terraza del hotel se había cubierto de una masa de personas con ordenadores, libros, datos, cálculos de ángulos sobre la perspectiva del horizonte, reflexiones sobre astronomía y otras cuestiones adyacentes. ¿Estáis locos? Sí, es la locura del conocer, la locura de la cultura en la que bebes de todas las fuentes que te pueden aportar, y aquí fuentes hay muchas.
6- Paisaje, clima y e historia
Por supuesto, el lugar tiene un clima especial que es el clima de montaña, y las vistas que ofrece al valle del Rif son impresionantes, así como las de las montañas de la zona que se pueden ver bien cuando “se sube a la montaña” a ver la “elaboración de productos naturales y artesanales típicos del lugar”, siendo una de las visitas turísticas casi obligadas. Sobre esto, la belleza del lugar, mejor es no decir nada, y dejar que hablen las imágenes. Aquí, mis mejores palabras son el silencio.