Este texto fue escrito pocos días antes de que se conociera el estado terminal de Alexander Shulgin, y como una semana antes de su muerte en junio del 2014. Fue publicado por la Revista Yerba. Sirva como mi más cariñoso homenaje a uno de los mayores benefactores de la humanidad, y a su mujer Ann.
Blessings and hugs.
Del “Bicycle Day” al “Mescaline
Day”
En abril de 1959, un hombre de 34 años
con una habilidad casi innata para la química está a punto de hacer
algo que le cambiará la vida para siempre, a él y a millones de
personas después, en algún lugar de la California hippie de los
USA.
Es un hombre alto y fuerte, como un oso, de ascendencia rusa
pero nacido en el país y en compañía de un amigo está delante de
una cantidad entre 350 y 400 miligramos de Sulfato de Mescalina que
poco antes ha sintetizado él mismo o extraído de alguna de las
fuentes vegetales que contienen el compuesto. Un polvo blanco inerte
que parece indistinguible de otros miles de compuestos con el mismo
aspecto pero que -en esta ocasión- sí es un compuesto conocido: es
un psiquedélico que aparece de forma natural en el cactus conocido
como peyote (término derivado de 'peyotl', de origen indio) y en
otras variedades de cactus columnares conocidos como “San Pedro”.
Y piensa ingerirlo en compañía de una persona que se ha ofrecido
para cuidarle y guiarle en lo que dura la experiencia, a la que ese
hombre nunca se ha enfrentado.
Es el “Mescaline Day” de Alexander
Shulgin en referencia directa al “Bicycle Day” o “día de la
bicicleta” de Albert Hofmann, el padre de la LSD, ocurrido 16 años
atrás y que ya es parte de la historia: el día -también de abril-
en que un ser humano -su creador- experimentó por primera vez los
efectos de la LSD, parte de ellos mientras pedaleaba sobre su
bicicleta asustado por los sobrecogedores efectos mientras intentaba
llegar a su casa, en Basilea, en una Europa asolada por la segunda
guerra mundial donde tener un coche era un lujo inasequible a la
mayoría.
Ese día de la mescalina, Shulgin se
encontró con su razón vital y las consecuencias llegaron a todos
los rincones del planeta. Shulgin ingirió el polvo blanco, comprobó
su sabor amargo -costumbre que mantuvo toda su vida para
“experimentar la naturaleza de la sustancia incluyendo su sabor”-
que borró después con un trago de zumo y se dispuso a pasar un día
viviendo una nueva experiencia en esa Norteamérica que estaba a
punto de saltar a los locos años 60. Aunque había leído casi todo
lo que existía sobre dicho compuesto, la experiencia no podía ser
transmitida con palabras por ser superior a lo que nuestro lenguaje
es capaz de describir y Shulgin no iba a ser una excepción.
La experiencia fue compleja y no se
conoce tan detalladamente como la experiencia que tuvo Hofmann, pero
Shulgin revela los aspectos más impresionantes de la misma en su
libro PIHKAL, en un capítulo dedicado únicamente a hablar de esa
sustancia y ocasión, en el que cuenta: “Vi un mundo que se
presentaba a sí mismo en distintas formas. Tuvo la maravilla del
color, lo que fue para mí algo sin precedentes ya que nunca me había
fijado especialmente en el color. Hasta entonces el arcoíris había
contenido todos los tonos que veía. Y aquí, de repente, tenía
cientos de matices en los colores que eran totalmente nuevos para mí,
los cuales jamás -ni siquiera hoy día- he olvidado”.
La
mescalina desplegó la belleza estética de la que suelen hacer gala
sus efectos y posteriormente la parte más espiritual, reflexiva o de
conocimiento interior.
De dicha experiencia Shulgin cuenta que
“el más revelador de todos los pensamientos que tuve fue que todo
lo que había vivido y recordado había sido provocado en su mente
por una fracción menor de un gramo de un sólido blanco y
cristalino, pero que de ninguna forma se podía pensar que dichos
recuerdos pudieran estar contenidos dentro del compuesto. Todo lo que
vi y viví procedía de de las profundidades de mi mente y mi
memoria”.
Ese día Alexander Shulgin encontró su
camino de conocimiento mediante la iluminación que le produjo esa
mescalina. Camino que hasta el día de hoy y a poco tiempo de cumplir
ya 90 años, sigue siendo la espina dorsal de su vida.
La estirpe de los grandes químicos.
El siglo XX produjo una revolución tan
radical que nuestro mundo se parece poco al de hace 100 años. De lo
que se sabía sobre la materia, el átomo o el ADN a mediados de
siglo a lo que nosotros hemos estudiado en la escuela hay un abismo
de conocimiento.
Algunas personas parecen dotadas de forma innata
para forzar grandes avances en el campo donde llegan a poner sus
ojos, como intuía Hofmann mientras paseaba por los bosques de su
infancia o como apuntaba el pequeño Shulgin desde niño, que en su
primer set de química contaba con bicarbonato sódico y vinagre
junto con algunos productos más que daban colores a sus mezclas
burbujeantes.
Con 16 años Shulgin recibe formación en Química por
la Universidad de Harvard, pero no llega por casualidad sino que
hacía de la química su forma de expresarse, como si de un juego
naturalmente aprendido se tratara.
Su carácter especial quedó patente
cuando, algo molesto por el desprecio y la prepotencia que le
mostraban los chicos que estaban allí como deportistas de éxito
dentro del modelo educativo de los USA y sus ligas deportivas,
preparó un compuesto de mercurio que dejó en forma de una masilla
gomosa que explota cuando se seca y cubrió con la masilla varios
marcos de ventanas en las instalaciones de estos privilegiados
“estudiantes”.
La masilla se secó y voló por los aires unas
cuantas ventanas del campus, como era de esperar. Cuando al actual
“abuelo Shulgin” le recuerdan esa anécdota no puede sino sonreír
y decir que pagó todos los daños causados. Hoy día le hubieran
metido en una prisión de alta seguridad y eso lo sabe muy bien.
¿Sorprendidos?
La idea de Walter White creando un compuesto “a
medida” -y basado en mercurio- no fue de los guionistas de
'Breaking Bad' sino de un chico cabreado de 16 años.
Shulgin es un
químico ante todo, como Hofmann. Mentes analíticas y con pasión
por el conocimiento que se encontraron en su camino con los
psiquedélicos, uno por sorpresa (o serendipia) y el otro de forma
advertida, pero que antes habían mostrado sus valores como químicos
en otras áreas.
Hofmann no sólo fue el primer gran químico de las
drogas psiquedélicas sino el descubridor de la estructura de la
quitina (el exoesqueleto de los crustáceos) y de muchos fármacos no
psicoactivos y
Shulgin, como no podía ser menos, pronto demostró la
pericia en el campo industrial, creando para la Dow Chemical el
'Zectran', que fue el primer pesticida biodegradable cuya patente
reportó enormes beneficios y le dio a Shulgin la licencia para
trabajar “en lo que quisiera”, lo cual es el sueño de cualquier
químico.
Pronto la ola de consumo entre los hippies de los
psiquedélicos se extendió en el mundo, y el miedo y la
desinformación al respecto provocó una mala imagen asociada a ese
tipo de sustancias. Tanto puede influir la mala imagen de una
sustancia (con o sin razón) como siguen diciendo muchos
investigadores en activo, que a Hofmann y a Shulgin (salvo mayúscula
sorpresa) les privó de ser nominados y recibir un premio Nobel para
el que sin duda ambos tuvieron sobradas razones para haber ganado, en
varios campos de la ciencia, y ellos son la historia química de los
psiquedélicos en el siglo XX.
El estigma asociado a nuestro miedo a
unas sustancias trasladado a los científicos que entraban en
contacto con ellas había llegado para quedarse. Hasta entonces,
otros químicos probaban sustancias y contaban sus propias experiencias en revistas científicas sin estigma alguno, pero eso
iba a cambiar.
Cenas del
viernes noche y la cofradía FDN.
La compañía
Dow Chemical había empezado a acumular patentes de Shulgin, pero
tras haberle otorgado el permiso para la libre investigación, todo
lo que Shulgin había producido se centraba en torno a las drogas que
empezaban a tener una terrible fama por aquel entonces.
En vista de
ello, Shulgin decidió independizarse como consultor independiente en
materia de química y psicofarmacología -llegando incluso a
declarar, décadas después, en un juicio en España sobre la MDMA en
calidad de experto de la defensa- y se convirtió en un experto que
daba clases en distintos lugares y universidades de la zona, hasta el
punto de ser uno de los objetos más deseados por las autoridades de
los USA que hicieron lo posible para tenerle a su lado, donde estuvo
trabajando en la DEA como formador y químico.
Tanto le deseaban que
Shulgin tuvo durante décadas una de las licencias más difíciles de
obtener de todo el planeta: un permiso del gobierno de los USA por
los que estaba autorizado a sintetizar o extraer cualquier sustancia,
prohibida o no, en su laboratorio.
Muchas de esas
sustancias, nunca creadas antes como la 2C-B o la DOM son hoy en día
drogas prohibidas y supuestamente sin posible uso en humanos según
la ley, que durante años se dedicaron a probar un grupo de valientes
psiconautas en lo que llamaban las Friday Night Dinners o FND, que
eran veladas organizadas por personas culturalmente interesadas en
estos compuestos y que los probaban, sometidos a una serie de reglas
de comportamiento básico para evitar problemas, y que hoy día son
seguidas por muchos experimentadores.
Esa cofradía de amigos que
tomaban drogas y compartían experiencias crearon la hoja de ruta a
seguir con muchos de esos compuestos y facilitaron a su vez,
interacciones especiales entre personajes especialmente relevantes en
sus campos, de donde brotarían descubrimientos para todo planeta.
La historia y
los padrinos de la MDMA.
A mediados de
los 70 una estudiante con la que Shulgin tenía contacto le hizo
algunas observaciones sobre el “homólogo N-metilado de la MDA”.
La MDA era una droga ya conocida que tenía fama de ser una droga
suave y de efectos agradables, dentro del grupo de las anfetaminas de
anillo sustituido y que ya había sido prohibida y también testada
como arma química por el ejército de USA que mató a un hombre,
inyectándole medio gramo de MDA, en su programa secreto.
La nueva
droga era desconocida aunque había sido sintetizada unos años
después que la MDMA, su versión N-metilada de la MDA o MDMA, y
resultaba que no tenía especiales propiedades en cuanto a lo que le
hacía a la esfera de la percepción del mundo exterior, ya que no
provoca visiones ni parece cambiar lo que nos muestran nuestros
sentidos, pero a cambio parecía tener efectos desconocidos sobre la
empatía humana y había resultado útil a algunas personas para
enfrentar algunos trastornos con éxito.
Tras
experimentar con la MDMA y a pesar de las décadas de experimentación
con otras muchas drogas, Shulgin cayó rendido ante la sustancia y
sus posibilidades terapéuticas. El hecho de no provocar
alucinaciones, de que el viaje y su efecto solían ser sentidos
siempre como positivos y manejables, y que la duración del efecto
era corta, la hacían el candidato más prometedor del momento para
el uso en psicoterapia. Parecía un sueño hecho realidad, una
sustancia legal con la que poder tratar a personas y que aportaba
algo único en todo el espectro farmacológico: parecía eliminar el
miedo en las personas, el miedo a la comunicación entre sujetos, y
derribar las barreras que las personas construyen a su alrededor para
lidiar con el mundo, dejándolas sentirse libres por primera vez, sin
tener que implicar una experiencia de “salto al vacío” como eran
otras opciones existentes hasta el momento. Como dijo de la MDMA
Albert Hofmann: “es una experiencia muy profunda... pero sólo en
la superficie” refiriéndose a la psique humana al compararla con
la experiencia de la LSD.
Desde ese
momento Shulgin dedicó sus esfuerzos a difundir y divulgar la MDMA
entre los círculos de psicoterapeutas, donde coincidió con dos
personas que marcaron aún más su vida: su actual pareja, Ann con
quien se casó en 1979, y el terapeuta Leo Zeff que fue uno de los
que han recibido, junto con la pareja de Ann y Alexander Shulgin, el
apodo de “los padrinos de la MDMA”.
Zeff bautizó a la sustancia
como “Adam” en referencia al estado de inocencia primitiva que
inducía en las personas, pero el sobrenombre de “Éxtasis” le
ganó la batalla cuando saltó de los pequeños círculos a los
grandes mercados comerciales, que acabaron por inducir su prohibición
en el año 1985 a pesar de las críticas de amplios sectores de la
comunidad científica, a quienes no hicieron el menor caso, en plena
época dorada de la guerra contra las drogas.
Las virtudes
terapéuticas de la MDMA.
En estas décadas
de prohibición han sido muchos los estudios que muestran la MDMA
como útil para la terapia con humanos. Uno de los más conocidos fue
iniciado por José Carlos Bouso, psicólogo -en aquel momento- en la Universidad
Autónoma de Madrid, con mujeres víctimas de agresión sexual.
A
pesar de los buenos resultados, el estudio fue interrumpido por
razones únicamente políticas como se denuncio en su día. Otros
países -desde Israel a Canadá- han estudiado la MDMA y los
resultados científicos junto con el apoyo y divulgación de ONGs
como MAPS parece que han abierto la puerta a una investigación menos
reprimida sobre la sustancia, que parece ser el prototipo de una
nueva familia farmacológica que sería la de los entactógenos o
empatógenos a la que también pertenecen otras sustancias con
propiedades modificadas -menor toxicidad- como pueden ser la MDAI o
la MBDB que desarrolló David Nichols, el químico, colaborador y
amigo de Shulgin, que ha creado también decenas de nuevos compuestos
psicoactivos para la investigación.
Veremos
próximamente como las restricciones a la experimentación con MDMA
se van eliminando y cómo se incorpora al arsenal terapéutico de los
profesionales, que podrán contar con una herramienta que hace ya
mucho calificaron como “la penicilina del alma” y con la que
muchos ya contamos cono una aliada que nos facilita ocasionalmente la
inspección de los aspectos emocionales de nuestras vidas. Esas
virtudes sobre la empatía hacen de la MDMA algo de lo que no podemos
prescindir, por nuestro propio bienestar como especie, en el que en
gran medida dependemos de la capacidad para comunicarnos
funcionalmente, y no sólo a nivel formal sino también debemos
aprender a hacerlo a nivel emocional, que es donde la MDMA muestra
todo su potencial.
De momento, la falta de criterios científicos en
la perdida guerra contra algunas drogas ha hecho que despreciemos
sustancias que ofrecían posibilidades totalmente nuevas al ser
humano. Ese es un error que, por suerte, parece que cambiará según
muta el viejo paradigma de guerra por el que nos relacionamos con las
drogas, y la MDMA parece ser la mejor candidata tras el cannabis para
poner a prueba las obsoletas leyes, siendo una sustancia que -usada
correctamente- aumenta la empatía y la comprensión entre los seres
humanos.
No en vano la llaman “la droga del amor”.