jueves, 25 de febrero de 2016

¿InDependientes?

Este texto fue publicado en el portal Cannabis.es, tras encontrarnos en una de las revistas prohibicionistas que maman del PNSD una entrevista al gran Babín, el zar antidrogas hispano.
Aunque apunta a la revista que lo publicó (la felación "periodística" a Babín) se podrían aplicar el texto muchas otras además de la mencionada.

Esperamos que os guste.

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¿Independientes?


Hace unos días salía publicada en una “revista online” llamada “Independientes” -el nombre trae cola- una entrevista a nuestro particular y cañí “zar antidrogas”: Babín.

¿Y quién es Babín? Francisco de Asís Babín, un conocido de todos por su “inestimable trabajo” al frente del hispano 'Plan Nacional Sobre Drogas' o PNSD. Antiguo licenciado en medicina que -ahora- trabaja respaldando como Delegado del Gobierno lo que el Partido Popular hace y deja de hacer en materia de drogas. Por otra parte, es de esperar dicha función ya que es nombrado -desde el gobierno- con el método de la clásica “democracia digital y tal”: a dedazo.




¿Y quiénes son los de la revista esa de “Independientes” (escrito “inDependientes”)?

Pues son una especie de gacetilla prohibicionista absoluta; una de estas publicaciones maniqueas que tiene bloqueado todo lo que resulte en un aprendizaje que contradiga el dogmático adiestramiento, que parecen haber sufrido en materia de drogas. Hablo de adiestramiento y no de formación porque no puedo considerar que cerrar los ojos a la realidad, o el “di no a las drogas” como mensaje constante e inalterable, sea formativo ni tampoco informativo. Eso sí resulta algo a tener en cuenta, al menos en una presunta “revista”.

Me resulta muy cachondo que la revista se llame “inDependientes” -supongo que el nombre surgió en un alarde de ingenio combinatorio de conceptos- cuando de independientes no tienen nada, al menos como informadores. ¿Por qué? Para empezar cuando aterrizas en su página, te encuentras un claro anuncio de un premio que, en su corta existencia, ya han recibido. ¿Cuál? Pues uno de los nada ideológicos “Premios Reina Sofía CONTRA las drogas”, en el año 2013. ¿Recibir un premio hace a alguien dependiente? No, pero si el premio es CONTRA las drogas, ayuda a dilucidar por donde van sus tiros (y no son como los nuestros, no).

Vale, ¿y qué más?

Pues luego miras la sección de publicidad, y te encuentras la habitual “carga” en este tipo de webs: asociaciones “CONTRA la droga”, grupos de tratamiento para “adictos” a alguna droga y, cómo no, las omnipresentes clínicas y centros -privados- donde se desarrolla otra parte de lo que es “el negocio de las drogas”. Una cara menos identificada del negocio de las adicciones, porque realmente son eso: negocios montados sobre las adicciones de otros. ¿Y acaso tener publicidad te condiciona inevitablemente en tu trabajo como “periodista”? No tiene por qué, pero está claro que la gente se anuncia donde va a encontrar una narrativa similar a la suya, sólida y sin medias tintas: CONTRA.

¿Alguna cosita más para señalar esa presunta falta de independencia? Pues bueno, hay un detalle más que me sorprende y que sí que tiene relación: si pagas una cuota puedes publicar textos en dicha revista. ¿Pagar por publicar? Ufff. Sí, pero además no puede ser cualquier cosa, ya que tiene que estar en sintonía con su línea editorial: eufemismo para decir que no publicarán un texto tuyo que les lleven la contraria. ¿Independientes? Que lo juzgue cada uno, que yo prosigo con el asunto de la entrevista.

Lo primero que veo es un titular extraño:

“El 70% de los padres están en contra de que sus hijos empiecen a fumar, solo el 37% de que sus hijos empiecen a beber”.




Asumiendo su retórica polarizante (estar en contra/estar a favor) me pregunto quiénes son ese 30% de padres que son tan miserables como para estar a favor de que sus hijos fumen. De igual forma me preocupan ese otro 63% de padres que están a favor de que sus hijos empiecen a beber: vaya familias que tenemos en España si hacemos caso del simplón retrato. Pero, como es una entrevista (supongo), no viene ningún enlace a un estudio para comprobar cómo se han obtenido semejantes datos, así que me quedo con la duda: ¿eran padres o concursantes de “Gandía Shore”?

La siguiente frase que uno se encuentra leyendo es de premio, ciertamente:

“Los déficit de atención de la población que consume con gran frecuencia cannabis, al final afectan a la economía conjunta de toda la sociedad”.

Dicho de otra forma, adoptando también el cómodo simplismo de la fuente original: “la economía de todo el país se resiente por vuestra culpa, jodidos porreros, que andáis en las nubes”.

Lo siguiente que hago es prepararme para lo que viene. Lo sé, soy masoca. Me gusta leer estas chorradas desinformativas para sentirme un rato prohibicionista e imaginar eso de tener la verdad absoluta, -sin haber recorrido el camino de la experiencia del descubrimiento directo- y con un sesgo que no permita ver que “su modelo represivo-preventivo” no ha causado más que sufrimiento y desprotección. Y, si atendemos a las cifras, un aumento generoso de consumidores de casi todas las drogas en los últimos 20 años en los que hemos venido sufriendo la propaganda prohibicionista en lugar de una formación útil.

Me preparo y observo que, más que una entrevista, es un poco el prepararle el discurso al entrevistado cual amistosa felación. Nada de preguntas incómodas, nada de cuestionamiento de los datos, nada de roce curioso y preguntón: sumisa copia y reproducción del discurso oficial del zar antidrogas, como si fuera el líder supremo norcoreano. De 9 “preguntas” -en realidad introducciones a su discurso- hay 5 CONTRA el cannabis, 2 sobre cuestiones legales, institucionales o normativas y 2 más genéricas para relleno.

Me pongo a ojear por encima y pronto salta a la vista la primera de las típicas aberraciones informativas que arrastra esta gente: no son capaces ni de nombrar adecuadamente los asuntos que quieren tratar. Desde la revista introducen el discurso de Babín con esto:

“Cuando se habla de que el cannabis es una sustancia natural es muy discutible porque en muchas ocasiones se está consumiendo cannabis sintético con altos porcentajes de THC.”

¿Cannabis natural vs. cannabis sintético?
¡¡MEEEC!! No existe el “cannabis sintético” y, aunque la prensa más generalista habla de “marihuana sintética”, unos supuestos “profesionales” del las adicciones -drogabusólogos más bien- no pueden inducir esos errores: la llamada “marihuana sintética” es una mezcla de plantas, que no son cannabis, con drogas sintéticas, que tampoco salieron del cannabis. Mal empezamos con los del premio Reina Sofía y la ciencia; no se deben llevar bien.

Al final, la penosa preguntita, termina hablando de THC -lo único de todo lo dicho que realmente tiene que ver con el cannabis- mientras habla de ese inexistente “cannabis sintético” en una tendenciosa mezcla que no sirve para informar ni educar, sino sólo para confundir y asustar. Tal vez no debo achacar a la malicia lo que puedo achacar a la ignorancia, pero habría que ser demasiado ignorante, tratándose de verdaderos profesionales del asunto. Seguimos, porque la respuesta también se las trae.

Se arranca Babín con un alarde de respuesta técnica, que nada tiene que ver con lo sintético pero al no haber ninguna corrección del error, hace que parezca asumido como dato cierto. Tal vez lo asume como cierto; a saber, que son muy suyos los del PNSD. El zar contesta:

“Concentraciones del 14, 15 y 16 % [de THC] que van a producir muy fácilmente una adicción.”



No sólo da por bueno lo dicho en la pregunta, sino que ya da números y los vincula con la adicción -supuesta- al cannabis. ¿De dónde salen semejantes datos? ¿Quién ha establecido que exista una correlación de causalidad entre esa hipotética adicción y esos números? A mí me da que esto no funciona así: que tenga mayor porcentaje de un determinado principio activo hace que necesites menos cantidad para conseguir los efectos que buscas, no que tengas que fumar más.

Es algo tan simple como que cuando alguien se emborracha, lo puede hacer con cerveza de un 4% de alcohol etílico, con vino de 12%, con destilados -como el whisky- de un 40% o con licor de patata de 90%: da igual, porque lo que importa es la cantidad total ingerida de etanol. Pero mientras que se nos considera suficientemente adultos como para saber que tomarse 4 vasos de cerveza no tiene el mismo efecto que beber 4 vasos de whisky, nos consideran incapaces de saber que de una yerba que es del doble de potente que otra -para conseguir similares efectos- debemos fumar la mitad. Tal vez -en realidad- ellos no se ven capaces de seguir esa simple “regla de tres” y piensan que todos los demás sufrimos el mismo problema. Voy a dejarlo en tablas -esta vez- aplicándoles el “principio de caridad”.

¿Qué más dice? Pues dice que no podemos discutir que “las drogas dejan a muchas personas en muy malas condiciones” y que -partiendo de ahí como premisa validada por él mismo- hay que definir la política de drogas en atención al “daño a terceros”.

¿De qué habla este señor? ¿Daño a terceros por usar cannabis?

Sí, se refiere a los accidentes de tráfico que -últimamente- se señalan como causados por el cannabis: que nos den la lista de accidentes que tienen al cannabis como única droga y podremos comentar la realidad y no una imagen estadística totalmente -y puede que intencionalmente- borrosa. Se refiere a eso y a lo que dije antes: ¡¡estáis en las nubes fumando petas, eso repercute en nuestra economía y acaba afectando a terceros!! Y que está por delante el derecho de la sociedad en su conjunto frente a los derechos individuales de los fumetas, que somos malos para la economía por lo visto. En breve culpan al cannabis de la crisis y el paro; sólo hay que darles tiempo.




¿Hay algo de interés en la entrevista? Bueno, si te gusta echarte unas risas puede que sí. Por ejemplo, esté licenciado en medicina, argumenta que en el examen del MIR una pregunta tiene como respuesta “el cannabis” y que eso da fe de su peligrosidad.

Vale. Que es licenciado en medicina, sí, pero si supierais lo poquito que quiere decir eso -yo mismo tengo una matrícula de honor en “Farmacología de la adicción”- y lo poquito que en realidad saben los médicos -sin una seria especialización sobre drogas- le daríais el mismo valor a una preguntas sobre drogas recreativas en el examen del MIR que a un test de la revista “Cosmopolitan”: no hacen sino reproducir el prohibicionista discurso oficial. Miento: la “Cosmopolitan” no es tan retrógrada como el PNSD o la enseñanza oficial.

¿Y cuál es la guinda del pastel? ¿Queda algo para el postre?

Pues sí, que aunque son pocas preguntas no han descuidado aprovecharlas para hacer catequesis -repito que lo suyo no es la formación científica- y el encabezado de una respuesta que da nuestro amigo el Zar Babín, por desgracia, es de traca final. La pregunta no esconde la mano en sus intenciones, es simple y está mal redactada (sí amigos, cuando alguien os diga que es periodista, aunque tenga la carrera, tomadlo con pinzas hasta leer qué y cómo escribe):

“¿Cuáles son las consecuencias de los actuales consumidores de cannabis?”

Errr... ¿consecuencias de los actuales consumidores?
Bah, si les da igual que suene tan mal como una traducción del Google Translator, ya que de cualquier forma Babín acabará metiendo su mensaje, y punto pelota. Aquí va la perla:

“Pues si han empezado a consumir en la edad adulta, seguramente no tendrán ningún problema, suponiendo que no se queden en una cuneta en un accidente de tráfico o que no se lleven por delante a otra persona y acaben en un presidio.”

¡Ahí tú, campeón!
Mi concepto de “no tener problemas” -de momento- incluye no tener accidentes de tráfico, no llevarme a nadie por delante, no acabar en el talego y, sobre todo, no quedarme en una cuneta; aún me queda guerra que dar. Pero salvo esos pequeños detalles, seguramente no tenga ningún problema por.... ¿¿¿fumar porros??? Había olvidado ya de qué hablaba este caballero.

No creo que nadie -en su sano juicio y que no viva de la guerra CONTRA las drogas- tenga relacionado el cannabis con accidentes de tráfico, quedarse en la cuneta o llevarse por delante a otros. Desgraciadamente lo de cárcel -o las multas que te hacen insolvente de por vida- nos suena más cercano al colectivo cannábico: ¡¡Pannagh somos todos, bastardos!! [Nota del autor: disculpas, pero tenía que decirlo.]

Lo que ya es el contrapunto final -como ese toque salado en mitad de un plato dulce- es la frase que viene a continuación, y que en teoría salió de su boca. La biología nos asegura que, antes de soltarla, la tuvo que pensar primero en el cerebro. Aunque algo pudo fallar (en la habitual línea editorial):

“Desde el punto de vista de su salud individual, seguramente, la inmensa mayoría [de consumidores de cannabis] no tendrán ningún problema.”

Exacto, tronco.
La mayoría de consumidores de cannabis, ni desarrollan un comportamiento adictivo -obsesivo, a mi entender, más bien- ni tienen especiales problemas de salud. O lo que es igual a decir que a pesar de todo, de sus campañas, de sus fundaciones y asociaciones subvencionadas año tras año con el dinero de todos, de su incorrecto mensaje, de su moralina palpitante y de la represión con multas y cárcel, el cannabis y su consumo no parecen ser un problema preocupante de salud para sus usuarios. Ojos como platos me deja Babín, permitiendo que tras su mensaje -es su trabajo, no es nada personal- se le escape la verdad. Y yo, ese dato, no se lo voy a discutir para que no digan que voy a malaostia.

Finalmente lo único que añade es que se ha creado un nuevo organismo en esto de las drogas, bajo control de ellos mismos, y eso es algo que salió en el BOE ya. Para terminar ya sólo me queda preguntarme -casi a modo de curiosidad matemática- cuántos puestos de trabajo se pueden generar alrededor de la guerra CONTRA las drogas. Y es que el número “tiende a infinito” o -como poco- “a demasiados”, cuando nuestros recursos económicos como sociedad para pagar y atender asuntos más básicos -por ejemplo, mantener comiendo y con techo a la población sin trabajo- merman cada día sin perspectivas firmes de mejora.

Lo sé. Comencé con mucho humor y acabo, como casi siempre, cabreado. ¿Qué cojones hace el estado gastándose nuestro dinero en estos “expertos en adicciones y dependencias”? Reconozco que -en cierta manera- son expertos en ese campo: lo suyo es la absoluta dependencia del sistema, envueltos desde hace décadas en la bandera de la lucha CONTRA las drogas.



¿Qué es adicción?
Me preguntas mientras trincas,
del dinero de todos,
y llenas de pasta tu baúl.

¿Qué es adicción?
¿Y tú me lo preguntas?
¡Adicción... eres tú!


sábado, 20 de febrero de 2016

Cocaína anal

Este texto fue publicado en VICE y esperamos que os guste.
De paso recordaros que podéis participar en la porra-concurso sobre el millón de visitas en la Drogoteca hasta el día 15 de marzo. Enlace con información, aquí.

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Cocaína anal.


La conocí en un punto de venta de drogas, en una de esas casas-búnker que existen en casi todas las ciudades de España donde puedes comprar cocaína y heroína 24 horas, 365 días al año. Yo iba a pillar algo para fumar -que no fuera tabaco- y de paso, como otros tantos y tontos, a saludar al personal mientras te fumas tu plata. Ella era de estas mujeres que no desentonan en un antro semejante; tenía cierto aire de madame de burdel fino y sus 50 años curtidos pero no arrasados. 





No recuerdo como entablamos la conversación; entre vapores de mezcla de coca y caballo seguramente era irrelevante. Posiblemente toda la conversación era una excusa para matar el tiempo hasta que soltó la pregunta que lo cambió todo: 



“¿Te has drogado alguna vez 
metiéndote cocaína por el ojete?”


Reconozco que lo primero que pensé es que era otro de esos mitos, que circulan en torno a la cocaína y sus poderes sexuales, que ha hecho a algún supermán del sexo untarse la punta de la polla con cocaína en polvo -para después dedicarse a embestir con el badajo anestesiado los agujeros de su pareja- y terminar provocando una intoxicación por la droga introducida en el cuerpo receptor. Mi cara debía ser la del escepticismo más yonki posible porque ella -con cierto gesto molesto por mi reacción- me insistió: 


“Te lo digo en serio. 
Yo me he puesto la coca 
por el culo muchas veces. 
¿No lo has probado?”


Le dije que no y que aunque no tenía nada contra mi culo como elemento de placer, no era gay y que nunca había tenido un compañero sexual que se pusiera cocaína en la polla para encularme. Ella rompió a reír y me miró como una profesional del amor mira a un pardillo al que tiene que estrenar. La cosa se ponía interesante. Acercándose con cierto tono de confidencia -y de cariño por la gota que yo me estaba fumando- me dijo que no lo decía para follar sino para colocarse sin que lo supiera nadie. Ella leyó el interés en mis ojos y yo vi en ellos como se caían hacia mi plata; le dije que se hiciera un tubo para fumar y ya teníamos sellado el trato.

Fumamos “a pachas” mi plata y hablamos del asunto un buen rato, no sin una buena dosis de cachondeo por estar hablando de petarse el culo con cocaína y no para pasar una frontera. Me contó su historia, en la que una pareja suya que era “un alto cargo ejecutivo político” se preparaba enemas con cocaína, porque necesitaba sentirse estimulado en ciertas tediosas reuniones en las que no se podía abandonar el despacho durante algunas horas. 

Que ella usara la palabra enema y no dijera lavativa ya le daba cierto punto creíble al asunto. Le pregunté si esa persona tenía ya afición por meterse cosa por el ojete o era algo específico: no rechazaba un buen masaje prostático mientras se la mamaba pero que no se metía nada más, que ella supiera. Me contó que tenía una pera de goma -al parecer una costumbre de su familia para limpiarse agujeros varios- que cargaba con una pequeña cantidad de agua con cocaína disuelta y que se administraba justo antes de abandonar la intimidad de su coche; siempre parecería menos grave encontrarse a alguien con una pera en el culo que con un billete en la nariz. 

Yo había visto peras para administrar lavativas -de las de llenar el recto y luego expulsar (motivos médicos) o para provocar una estimulación de tipo sexual a los amantes de esa parafilia- y no me cuadraba la cosa: el tamaño no permite andar con una pera de esas, cargada con un cuarto o medio litro de líquido pero ella me dijo que tanto no entraba en la pera que ella conocía, que sólo “un dedo o dedo y pico” de un vaso normal de 250ml: unos 15-20 ml en total.

Entramos en materia cuando entramos a hablar de su experiencia, y de su ojete. Se me hacía raro estar hablando de un ojete femenino que tenía tan cerca y estar con la ropa puesta. Sin rastro de rubor ella me contó cómo fue la primera vez que lo probó por la vía anal. Sorprendió a su pareja cargando la pera y preguntó qué hacía, él se lo dijo y ella lo tomó a broma. Como el movimiento se demuestra andando, el avezado compañero le ofreció probarlo. Ella había esnifado algunas rayas de cocaína entre copas, hasta ese momento de sus 20 y pocos picos. No tenía más experiencia, pero aceptó. Su compañero la colocó tumbada sobre sus rodillas, desnudó su trasero, separó sus nalgas con una mano y con la otra introdujo con cuidado la cánula de la pera para apretar la misma y provocar que su recto se llenase con la disolución de cocaína. Lo de llenar es retórico, porque el objetivo -como pronto aprendió- es retener el líquido dentro y no expulsarlo, que es lo que al sentirlo te pide tu recto cuerpo. 

Le pregunté como fue el efecto esa primera vez y me dijo que de esa vez no recordaba mucho sobre el efecto: que se le “durmió el culo y el ojete” y de que su pareja aprovechó para inaugurar un nuevo tramo del metro. Pero que fueron las siguientes veces cuando más pudo disfrutar de algo mucho más lento que la cocaína vía nasal o fumada pero mucho más duradero e “intenso, como si la energía me saliera de dentro” me dijo. Y que desde entonces lo había usado algunas épocas en que prefería ocultar su caro hábito, claramente pretéritas. 

La dejé con lo que quedaba de mi plata mientras me ofrecía -con sucia insistencia- pillar “unos gramos” e irnos a su casa a metérnoslos -por el culo o por donde fuera- provocando una sensación nada agradable en mí. Pero me había picado la curiosidad por el método. ¿Era posible? Sí, de la misma forma que un supositorio tiene efecto: el recto absorbe el agua de nuestras heces para que no nos deshidratemos. ¿Sería verdad lo que me había contado? Cuando busqué un poco, me encontré que no era la primera persona que lo afirmaba, y de ellos los más ilustres eran los músicos Ron Wood y Rod Stewart aunque con método distinto: introducían la cocaína en una cápsula de medicamento para deslizarla en sus rectos posteriormente, según ellos “para protegerse la nariz”. 





Yo no tenía ni que protegerme la nariz ni que aguantar largas reuniones sin poder meterme una raya, pero al cabo de unas horas estaba en la farmacia -tras haber pillado algo más de medio gramo de buena cocaína- preguntando sobre “peras”. Es un poco complejo explicárselo a una farmacéutica sin que se asuste o piense que ya estás drogado, pero tras un poco de tira y afloja me sacó la pera del “número 2” que necesitaba, aunque no era para la vía anal sino nasal: también para “cuidarse la nariz”. 

Me llevé de paso agua destilada higiénica, por eso de “cuidarme la nariz” disolviendo en ella la cocaína. La cocaína en forma de clorhidrato tiene una altísima solubilidad en agua, con lo que en la pequeña cantidad que entraba en la “pera nasal” era suficiente para disolver dosis incluso mortales. 

Que te vayas a meter algo por el culo no lo hace menos peligroso -sino más- que por otras vías: carece de la protección que da la vía oral y el primer paso hepático sobre la sustancia, porque se pasa del recto a la sangre con la absorción de líquido. Pensé cual era la dosis mortal para un hombre adulto y la cosa rondaba 1'2 gramos de cocaína en una hora, así que decidí que lo más prudente sería probar con una cantidad similar a la de una buena raya, porque la absorción no sería tan rápida como en la nariz y porque también esa forma salta el primer paso hepático. 

Unos 100 miligramos de buena cocaína tenía que ser suficiente para notar el efecto, así que puse unos 130 miligramos porque no estaba seguro de que todo el líquido fuera a entrar en la pera de irrigación nasal al cargarla en un vaso.

Disolví la cocaína en la cantidad de agua destilada que pude cargar con la pera, para tener la medida ya tomada. Se disolvió casi en el acto y no dejó ningún residuo sólido. Cargué la pera con la disolución de cocaína, siendo esa la parte más complicada ya que tuve que hacerlo varias veces hasta conseguir volver a cargar casi todo el líquido sin tirar nada. 

Ya cargada la miré con cierto respeto -no teníamos confianza- mientras nos encaminamos hacia el WC, buscando mentalmente la vaselina para untar la cánula y facilitar el camino real. Untado con cariño aquello se deslizó sin molestia y, una vez dentro, apreté con fuerza la pera para que descargase todo dentro de mí.

No puedo decir que la cosa fuera memorable, desde luego algo engorrosa era esa forma de colocarse sin un motivo real para hacerlo así. Lo primero que sentí fueron ganas de echar el frío líquido (no se me ocurrió calentarlo un poco antes) como si fuera una diarrea sobrevenida, pero con un poco de aguante la molesta sensación fue dando paso a otras. Lo siguiente, mi culo empezó a dormirse de una forma compleja de describir: como de dentro hacia fuera. Noté mi esfínter adormecido y agradecí que fuera tan poca cantidad de líquido, porque la pérdida de tono muscular no ayudaba a retener. Noté alguna gota escapar entre mis muslos y me emparanoié con que se me fuera a salir todo mientras intentaba caminar apretando el culo, hasta que llegó el efecto anal.

A los pocos minutos mi pulso se aceleró, la respiración también. Las pupilas se dilataron y mi cara dibujaba una sonrisa, de sana euforia silenciosa. Ya no me acordaba de la gota que se escapó, sólo de lo bien que me sentía y de las ganas de hacer cosas que me dio, cosa que aproveché para ponerme a tocar la guitarra. 

Aquella misma noche repetí experiencia -placentera- con un segundo enema de cocaína. Cosas de yonkis: raro, pero funciona.

martes, 16 de febrero de 2016

Lemmy y Motörhead: speed hecho música.


Este texto fue publicado en el portal Cannabis.es tras la muerte del ícono del rock, y aquí lo traemos a modo de homenaje personal. Nos caía bien Lemmy. Un tipo claro.

Esperamos que os guste.

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Lemmy: la anfetamina se hizo música.


Hace unos pocos días, el 28 de diciembre como si fuera una inocentada, el mundo recibía la noticia: Lemmy ha muerto. 

¿Y quién es Lemmy? Lemmy es Dios.

¿Cómo contar esta historia a quien, por razones de edad, no ha conocido al padrino del rock más sucio que surgió de nuestro planeta? Para alguien como yo, ya en los cuarenta-y-tantos, es difícil imaginar a alguien que le guste la música moderna y no sepa quien era Lemmy.




Lemmy Kilmister era el cantante, bajista y alma de Motörhead, pero eso no es decir mucho para quien no ha puesto sus orejas a planchar bajo la apisonadora musical que creó. Lemmy, Ian Fraser Kilmister de nombre oficial, nace en el Reino Unido el día de Nochebuena de 1945 aunque su vida no estuvo precisamente iluminada por felices estrellas. 

A los 3 meses de nacer, su padre que era un piloto de la fuerza aérea se pira y les abandona a él y a su madre. Ella se casa con un jugador de fútbol 10 años después, y entran en la familia dos nuevos hijos de un anterior matrimonio del padrastro, con los que Lemmy no consigue llevarse bien. Se mudan a vivir a Gales, época de la que Lemmy comentó -con su sarcasmo habitual- que “aunque no era nada agradable ser el único chico inglés entre 700 chicos galeses, aquello tuvo su gracia desde el punto de vista antropológico”.

Hechos así fueron conformando el carácter del chico, que antes de los 16 había abandonado la escuela y despuntaba mostrando sus propias aficiones: el juego, las mujeres y el rock'n'roll incipiente de la época. A los 17 años ya había causado su primer embarazo: un hijo que fue dado en adopción por la madre y que, cuando se re-encontraron años después, “le faltó coraje para decirle qué mal tipo era su padre” según contaba Lemmy. 


Hasta qué punto le iba el vicio, que su apodo como Lemmy es una contracción de las palabras “lend me” o “préstame” en castellano, de tanto que las usaba para pedir pasta. Entonces Lemmy ya tocaba la guitarra y procuraba asistir a tantos conciertos como podía, viendo a los primeros Beatles entre otros y tocando además en varios grupos. El germen de la leyenda estaba ya sobre tierra fértil.



A los 21 se muda a Londres para poder seguir avanzando en la música, y aterriza en el piso de su amigo Neville que era el mánager de Jimi Hendrix y que vivía con el bajista del grupo, así que acabó de roadie con Hendrix, embarcado en años de consumo salvaje de LSD. De esa época contaba que no podía hacer dos noches seguidas de trabajo sin dos dosis dobles -de la época- de ácido. 




Por entonces recibió un gran botín de LSD de las manos del propio Hendrix: lo habían llevado a USA mientras era todavía legal y resultó ilegalizado mientras ellos se encontraban allí, así que Jimi se lo dio todo para que se deshiciera de él y no acabar en el talego. Jimi Hendrix, al lado de Lemmy, era un tipo sensato. Lemmy, como era de esperar, no le hizo caso y se quedó todo el ácido para meterse en la más salvaje psiquedelia hasta el año 1975 desde ese momento.

En 1971, ya nadando en ácido, alcohol y sexo, es reclutado por la banda de rock psiquedélico Hawkwind, con quien graba y toca hasta el año 1975. Lemmy no tenía ni idea de tocar el bajo -él tocaba la guitarra hasta ese momento- cuando le llaman para tocar justo antes de una actuación benéfica. Eso tuvo que ver en su distintiva forma de enfrentar el instrumento: en lugar de lineas melódicas simples él usaba el bajo como una guitarra, dando acordes a modo casi de guitarra rítmica. Y todo estaba ya preparado para que se produjera el nacimiento de la más sucia, macarra y germinal banda de rock de todos los tiempos.




En plena gira con Hawkwind, Lemmy es arrestado en la frontera entre USA y Canadá, acusado de tenencia de cocaína. Los del grupo -eran bastante snobs y sólo miraban bien a quienes tomaban “drogas orgánicas”- pasaron de él y no le esperaron. Le liberaron días después sin cargos, porque no era cocaína aquellos polvos blancos, sino anfetamina: la nueva gran amante de Lemmy. 

Por suerte para él las leyes sobre la anfetamina, en aquellos años, eran mucho menos beligerantes que sobre otras drogas: el producto se anunciaba en revistas y se vendía legalmente como churros. Puesto de patitas en la calle tras esa detención, sin grupo en el que tocar, y con una bolsa de anfetamina como compañera tras haberse tomado todo el ácido que Jimi Hendrix no se tomó... ¿qué mejor que montar una banda de rock de verdad y dejarse de mariconadas? Ahí nacía Motörhead.

Para entonces, Lemmy era un tipo feo -muy feo- con unas largas patillas que nunca se quitó, con un par de grandes verrugas en un lado de su cara más una voz gutural y rota cuyo expediente no dejaba lugar a dudas: era lo que entonces se consideraba un peligro público. Si a eso le añades una desmesurada pasión por la parafernalia nazi que llevaba en sus ropas y actuaciones -no se cambiaba de ropa para subir a tocar, era como vestía- y estar siempre entre mujeres “de mala vida y buenas manos” pues la verdad es que el hombre lo tenía todo. Era el año de 1975 y teníamos ya la encarnación del “chico malo del rock”: había nacido un ícono estético para muchas generaciones venideras.

Su actitud irrespetuosa con las normas y autoridades le hizo querer llamar al grupo “Bastards” pero los consejos de un mánager le hicieron ver que con ese nombre, las emisoras de radio inglesas no podrían seguramente emitirles. Era el año 75 y llamarse “los hijos de puta” no sonaba bien. Así que Lemmy aceptó y cambió a Motörhead, que era el nombre de la última canción que compuso para el anterior grupo.

¿Qué era Motörhead? Motörhead era anfetamina en esencia. Era un termino en slang que usaban para referirse a los consumidores de esta droga y, cómo no, esa era la droga que servía de vínculo de unión psicoactivo del grupo. Cuando a Lemmy se le preguntó sobre por qué consumía anfetamina y no otra droga como elección principal, él contestó que era por pura necesidad ya que era la única que podía hacerte subir a un escenario a tocar tras 9 horas de viaje en una furgoneta.

¿Cómo sonaban? Pues supongo que cada uno tendrá una descripción, pero para mí era como un bloque enorme de hormigón entrándote por la oreja, compacto, áspero, sin concesiones. Podían ser más punkies que los Sex Pistols -aprendices del lado salvaje- y más macarras que nadie sobre el escenario, aunque Lemmy siempre dijo que ellos eran “una banda de rock'n'roll, la más guarra, pero rock'n'roll”. No dejaba de ser cierto, hacían rock'n'roll con un bajo saturando amplificadores y distorsión hasta dar miedo. Y realmente lo daban, tanto que mucha gente no quería contratarlos en el circuito de música en directo por su fama, que hacía honor a la realidad: música escrita con alcohol y anfetaminas para ser disfrutada de una forma similar.


Como es de esperar, este uso inmoderado de drogas reflejaba personalidades con menos moderación aún. Esas cosas, en un grupo de música, suelen acabar saltando por los aires y eso provocó infinitos cambios de formación en que sólo Lemmy sobrevivía y, además, se follaba a las novias de los que echaba o le dejaban. No se andaba nunca con tonterías y desconocía el significado de la palabra “cortesía” -excepto con las damas- diciendo siempre lo que pensaba y eso no todo el mundo lo llevaba bien. 

El grupo sobrevivía entre sus propias tensiones, broncas y peleas que acababan saldándose con músicos heridos, huesos rotos y gente tocando sobre el escenario con una escayola en una silla. Pero Motörhead eran unos albañiles de la música y si no tocaban no tenían pasta, llegando a pasarlas putas muchas veces, así que había que seguir: siempre.




De esta guisa llegaron a la explosión de su popularidad con el soberbio “Ace of Spades” -una canción dedicada al vicio de los juegos de azar- que sonaba como una jodida ametralladora pasada de speed disparándote al oído uno de los riffs más reconocibles de la historia del rock, y que ha sido versionada como tributo por una lista interminable de músicos. 

De hecho, para muchos, es el tema germinal de lo que es el thrash y el speed metal para toda una generación. Gente como Metallica o Anthrax han reconocido que ellos no existirían -al menos como los hemos conocido- sin la existencia de Lemmy y su Motörhead. Poco después -Motörhead era capaz de sacar dos discos por año cuando se lo proponía- publicaron “Killed by Death” siendo otro de los grandes himnos del grupo. El vídeo de esta canción se convirtió en una recopilación de clichés sobre el heavy (donde eran encasillados por la mayoría) en el que Lemmy encarnaba el prototipo: rockero de gafas de sol, con moto y pintas de macarra, atraviesa con la moto la pared de la casa de unos padres moñas viendo la tele para llevarse a su hija rubia, heavy y con buenas tetas, mientras les hace una peineta para poco después morir a balazos asesinado por la policía y resucitar de su propia tumba, cabalgando su moto.




La imagen icónica de Lemmy ha tenido cabida en numerosos cameos en cine y televisión, incluido un divertido programa infantil inglés -con niños que no pasaban de los 10 años- al que acudió toda la banda y se puede ver a una manada de niños meneando las cabezas al ritmo de la música del grupo. También apareció como personaje principal en un videojuego llamado Motörhead, para las plataformas Amiga y Commodore, y en otros posteriormente. Ya era una leyenda viva cuando hizo un cameo en la película “Airheads” en la que, además, se produce el mítico diálogo que los incombustibles fans de Lemmy conocen a la perfección:

  • ¿Quién ganaría en un combate de lucha libre, Lemmy o Dios?
  • ¡Lemmy!
  • ¡¡MEEEEEEEC!!
  • ¿Dios...?
  • Error. Pregunta trampa, soplapollas: ¡¡Lemmy es Dios!!



Lemmy usó a placer todas las drogas que tuvo a su alcance menos la heroína, droga con la que siempre mantuvo una mala relación personal: el gran amor de su vida fue una bailarina que encontró muerta en la bañera de casa con una sobredosis de caballo (valga la redundancia). Nunca entendió el consumo de heroína porque asumía (nunca la probó) que era “algo tan tan tan bueno que no permitía tener control sobre ello, llevando a la gente a perder sus propias vidas”. Pero nunca moralizó con el asunto, ya que él nadaba entre otras drogas duras como el alcohol, que quitaba y quita muchas más vidas.




A lo largo de su carrera acabó cristalizando en una leyenda viva, que conseguía sorprender a gente tan capeada como Ozzy Osbourne, que acababan reconociendo que nunca habían tenido delante a nadie igual y que era tal y como se veía, y que los peores “rebeldes” del rock a su lado era unos jodidos aprendices. O Dave Grohl de Nirvana y Foo Fighters, quien decía que “ni siquiera Keith Richards se acerca a lo que Lemmy es”

Ya mudado a vivir a Los Ángeles, por cuestiones de interés musical, Lemmy vivió en un apartamento pequeño y lleno de desorden (su desorden) entre parafernalia nazi y libros (pocos conocieron el lado culto que tenía con una profunda visión de los problemas sociales y de carácter histórico). Se le criticó algunas veces por esa estética que algunos acusaban de apologética del nazismo, pero Lemmy no se escondía -por supuesto no era de ideología nazi- y lo tenía muy claro: “¿si mi novia negra no tiene problema por ello, qué tienes tú que decir? Es cierto que me gustan los uniformes y tengo que reconocer que 'los malos' siempre los han tenido mejores”. Punto pelota.

Nunca llegó a casarse y a formar una familia, ni lo pretendió. Sabía que aquello no era para él y que una mujer esperaba que su marido no anduviera por ahí zorreando con otras, y que justamente era eso lo que él sabía hacer mejor: zorrear día y noche. Desde luego Lemmy derrochaba carisma, y siendo el tipo más feo en la escena musical, estaba siempre en una excelente compañía femenina que es motivo de leyenda por el gran número de mujeres con las que había tenido relaciones. Era inexplicable cómo modelos de portadas de primeras revistas pasaban por sus brazos. Y lo mejor es que no era una pose de estrella del rock: las strippers de Los Ángeles se jactaban de que dormía en sus camas como si se hubieran acostado con el mismísimo Jesucristo.

Y de esta forma llegó a una “madurez” que le exigió ir echando un poco el freno. Pero como decía Ozzy Osbourne, “eso de no fumar, ni beber, ni tener mala vida no se escribió para Lemmy”. En forma de diabetes la vida le dijo a los 60 años que tenía que moderarse, a lo que Lemmy respondió abandonando el Jack Daniels con Coca-Cola para cambiarlo por el vodka con zumo de naranja: no se puede frenar a una locomotora como ésa. 

Redujo su consumo de anfetamina, aunque no lo eliminó del todo, ya que estaba íntimamente ligado a lo que era y a su trabajo: subir a un escenario a descargar el infierno hecho música. Nunca pensó en retirarse, y nadie de su entorno pensó que eso ocurriría jamás. ¿Lemmy jubilarse? Eso simplemente no es posible, como decía el batería de Metallica. Fumador, bebedor, mujeriego de mala vida y vividor de noche, nunca se quiso cambiar de su apartamento, insuficiente para todo lo allí había, y cuando sus amigos le preguntaban siempre contestaba: “no sé conducir, así que si me mudo a otro lado... ¿cómo voy a ir hasta el bar?”




El bar no era otra cosa que su segunda casa: el Whiskey A Go Go, un mítico bar de Hollywood en el que Lemmy estaba cuando no estaba tocando, follando, durmiendo o jugando al poker. Y allí, en un local donde no caben más de 250 personas, le dieron una fiesta -once días anticipada a su cumpleaños- en la que por primera vez, Lemmy no subió al escenario a tocar con aquellos que se reunían -algunas estrellas del rock volando desde fuera del continente expresamente para acudir- a rendirle tributo y pudo disfrutar de la música que tocaron para él, sin tener que soportar cámaras o miradas de nadie y siendo uno más en el bar con sus colegas. ¿Y quién se acercó a su última fiesta de cumpleaños a cantarle unas canciones?

Gente como Slash de Guns'n'roses o Scott Ian de Anthrax, Steve Jones de los propios Sex Pistols o el que es considerado el mejor guitarrista del mundo, Steve Vai, estaban allí para darlo todo en la fiesta de cumpleaños de su amigo Lemmy: el padrino del rock. Una increíble fiesta para solamente 250 personas como forma de festejar -entre amigos- el que sería su 70 cumpleaños. No puedo evitar pensar que si hay una fiesta en la que hubiera vendido a mis hijos como carne picada para poder estar en ella, sería esa fiesta y no ninguna otra. 

Unos días después, mientras jugaba a su videojuego favorito, moría en su sillón tras haberle sido diagnosticada -dos días antes- una forma extremadamente agresiva de cáncer.

Entonces... ¿Dios ha muerto?

Esta mañana, cuando me he levantado, no he podido evitar sentir un escalofrío cuando he leído que, desde hacía unas horas, el mítico “Ace of Spades” había entrado de golpe en el “top ten” británico, superando lo que fue su mayor puesto conseguido en los años 80.




Y es que Lemmy no ha muerto, 
Lemmy vive ya para siempre.





lunes, 8 de febrero de 2016

Machacas.

Este texto -ahora revisado y con algún añadido- fue publicado en VICE hace unos meses y, en vista de las veces que se pusieron en contacto con nosotros todo tipo de personas y medios (TVs y periódicos) con interés por uno u otro motivo, parece que en general gustó bastante. Esperamos que siga haciéndolo, o al menos, no dejando indiferente al lector.



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Machacas.


Antes de nada: cuando pienso qué soy, me respondo a mí mismo que soy educador. Estudié "Ciencias de la Educación" (el común Magisterio, de los maestros de toda la vida) y lo hice de forma vocacional, llevando muchos años ya trabajando en lo que se conoce como “educación no formal”.

Luego por cuestiones de la vida, el azar y las propias elecciones, pues uno acaba de camarero, o  de empleado en un todo a 100, si es que no te da antes por ponerte a vender farlopa en vista de las posibilidades laborales existentes. Pero eso no quita para que mi mirada siga siendo la de un maestro, a la hora de observar las cosas y en concreto las interacciones donde se dan aprendizajes.

Aunque tengo experiencia en el aula -no sólo con niños, también con adultos- he pasado mucho más tiempo de mi vida en otros entornos donde se produce eso que también es educación, aunque no ocurra en el contexto de una sala y una programación reglada. Uno de esos contextos, que me tiene mágicamente perplejo, es el de los hijos de los vendedores de drogas al por menor y su interacción con los personajes que pululan por sus casas.




Reconozco que he estado a punto de escribir “los hijos de los gitanos que venden drogas en sus casas” en lugar de “los hijos de los vendedores” pero, lejos de ser una cuestión semántica o de estereotipos, son los hijos de los gitanos que venden drogas de los que quiero hablar, por sus peculiares características. 

He trabajado en educación con gitanos, y la inmensa mayoría de ellos no tienen que ver con las drogas, y menos con el menudeo. Conozco más vendedores de cocaína “payos” que gitanos. Pero al mismo tiempo conozco bien los barrios marginales de las ciudades españolas y los poblados de la droga tipo Valdemingómez, y es algo que ocurre dentro de esa estructura de los “hipermercados de la droga” y otros entornos menos “híper” pero también mercados -con alto nivel de población de etnia gitana- de lo que voy a tratar.

Imaginad la siguiente escena sucediendo con total normalidad. Un niño de unos 4 años de edad entra corriendo en una habitación donde hay más de 5 personas consumiendo cocaína y heroína fumada, expulsando los vapores al aire que todos respiran. Además, lleva los cordones desatados lo que hace que en un momento dado los pise y caiga de morros, haciéndose un aparatoso corte en el labio, con mucha sangre pero sin gravedad.

Inmediatamente 3 de esas personas que estaban fumando en plata, sentados en sus sillas y cada uno a su aire, reaccionan de golpe dejando de consumir las drogas que estaban fumando, yendo a socorrer y a atender al niño. Le recogen con cuidado, le calman el llanto, le distraen, le limpian la herida con algodón y agua oxigenada -que cogen ellos mismos del cuarto de baño de la casa- y mientras esperan que venga su madre o la persona al cuidado de la criatura, le enseñan cómo atarse los cordones de los zapatos él mismo, mediante una canción que le va explicando -con sencillas figuras- cómo hacer una lazada con los dos cordones.




Seguramente si a esos tipos les llamase de golpe pedagogos, a lo mejor me soltaban 4 hostias (por si acaso), pero no dejarían de serlo. La palabra pedagogo hace referencia al esclavo culto -en comparación con el amo o con lo mejor disponible en casa- que estaba al cargo de la educación del niño, educación que incluía saber andar en lugar de gatear. El concepto luego se amplió a una educación más culta, en la medida que "amos y esclavos" lo fueran, y a una edad más allá de lo que serían los años del control motor y la bipedestación.

Esta escena que describo es algo que he vivido, de distintas formas, en distintas casas en las que había niños (de muy variadas edades) y a la vez se vende y se consume droga. Aunque no todos los lugares que conozco de este estilo, son llevados por personas de etnia gitana, en mi experiencia la mayoría lo son. También es donde existe la figura de “la gitana” y la del “machaca” aunque en ocasiones el apelativo de la vendedora de droga no tiene nada que ver con su etnia o raza. El “machaca” por el contrario, casi nunca es alguien de raza gitana.

La figura de “la gitana” -la Pantoja NO es mi gitana (copyright "El Coleta", ver vídeo)- es una institución en el yonkarreo hispano, y creo que no es posible encontrar un sólo yonki en el país que no conozca una o cien “gitanas”. Es la que “sirve” (vende) y la que manda en la casa: su voz es ley. 

También es la que normalmente se desplaza a coger pequeñas cantidades de droga, si es que queda desbastecida, al lugar donde guardan o distribuyen más porque al ser mujer, existe menos probabilidades de que sea cacheada por la policía, de forma rutinaria (porque si quieren, te paran y hacen venir una agente a que te cachee). 

A pesar de estas arriesgadas funciones, con un fuerte estrés asociado, las “gitanas” suelen soportar a la vez íntegramente el peso de la casa. Eso incluye a “los churumbeles” y la cocina para toda la familia, en lo que se ve ayudada -si hay- por las demás mujeres de la familia y las mujeres de los hijos de la familia, que suelen vivir inicialmente en casa de los padres. Los varones no entran en la cocina más que para coger algo de la nevera, si no le "piden" a alguna de las mujeres que se lo vaya a buscar.

Para poder soportar el peso de ese trabajo, cuentan con la figura del “machaca”, que es una especie de esclavo moderno que cobra en droga -comida y techo en ocasiones- su tiempo y trabajo. El pago promedio para un machaca de bajo nivel es de 1 micra de droga (cocaína, heroína o mezcla) cada 6 horas de trabajo. Lo justo para que no lo pase mal por abstinencia, pero muy lejos de poder pasarlo bien. 




Y sus labores incluyen la atención a los niños en primer lugar (y de máximo interés para sus padres), la conducción del coche de la familia (al estilo de las trabajadoras del hogar en USA), ir a hacer la compra (cada vez que a alguien se le antoja algo), controlar a los compradores que van pasando a la casa y todas aquellas funciones que tenga a bien otorgarle “la gitana”. 

No voy a entrar en lo cuestionable del asunto contractual que une ambas figuras, sino en la interacción educativa que esto produce. Porque estos yonkis que ayudan en la crianza y la casa por unas micras de droga, son lo más parecido que encuentro a la figura del pedagogo-esclavo clásico.

Dado que no se trata de una interacción puntual, la cotidianidad de este roce entre niños gitanos en ese entorno y payos consumidores de droga, es una interacción educativa de primer orden, para bien o para mal. Seguramente muchos pongan el grito en el cielo al pensar lo que digo: ¡¡drogas y niños juntos no, por Dios!! 

Yo tampoco soy nada partidario de que haya niños cerca de las drogas, y eso incluye a los padres fumando tabaco y a los bares donde se sirve alcohol. Pero la realidad -como decía Rajoy- es terca. 

En mi ciudad, cuando yo era estudiante universitario, existían ya 2 grupos de educadores que habían empezado a usar “conceptos del mundo de las drogas” para explicar las matemáticasSí. Mientras que a ti en clase te decían “si tienes 3 peras y valen 5 pesetas cada una, cúanto valen las 3 peras?” a ellos lo mismo pero con “micras”. ¿Y que son micras? Pues micra es el nombre común que se da en la compra de drogas y que expresa 1/10 de gramo, normalmente de unos 5 ó 6 euros de precio a día de hoy.

El enunciado de uno de los problemas que vi entonces decía algo así (problema de examen):

Tenemos una hoja de cuaderno que mide 30 cm. x 15 cm. y que vamos a usar para hacer papelinas. Cada papelina mide 25 cm2. ¿Cuántas papelinas podrás hacer con 1 hoja de cuaderno?

Si cada papelina vale 1000 pesetas pero debes pagar 500 pesetas por cada una, ¿qué ganancia te queda?

En su día el asunto dio mucho que hablar en los círculos donde se comentan estas cosas, pero es cierto que se daban esos abordajes en barrios muy conflictivos por el número de niños que, de una forma u otra, tenían un mejor manejo de los términos del mundo yonki que de los clásicos problemas de trenes para las matemáticas. Y funcionaban. 

Tal vez no fuera el mejor de los objetos para hacer operaciones, pero los niños aprendían a operar con números, que al fin y al cabo era el objetivo de la asignatura. 




Eso ocurría en educación formal en un colegio estatal y, personalmente, creo que es algo a aplaudir, sobre todo por el coraje necesario para dar semejante paso a pesar de las represalias subsiguientes. En esos mismos barrios, había niños de menos de 6 años que jugaban a “servirte droga” en papelinas donde te echaban azúcar por cocaína, y detergente por heroína. Hasta conocían la costumbre de regalar una “puntita” (una cantidad mínima de heroína) para “manchar” la base de cocaína. Nada agradable, pero real.

Estos adictos, con funciones de "pedagogo", que se integran en la estructura de la familia hasta hacerse a veces imprescindibles (o incluso más importantes que la propia “gitana” en ocasiones) son los que juegan para entretener a los niños, les leen cuentos, les corrigen los deberes o les ayudan en las redacciones, les ponen bien la ropa, muchas veces les vigilan mientras juegan en el parque y les van a comprar aquello que a los niños se les antoja y que sus padres -casi siempre- otorgan al instante. 

Todo ello a cambio de un poco de droga, algo de comida y -en algunos casos- un colchón y un cuarto donde poder dormitar. Como dicen muchos de ellos: mil veces mejor que la cárcel, y no les falta razón.

No es que sustituyan a la figura materna, para nada: la madre siempre es omnipresente, aunque no esté casi nunca "como madre". Mencionar a “la gitana” como recurso en una situación complicada, es como mencionar la soga en casa del ahorcado: llegará y hará justicia, no siempre de la forma más justa, aunque siempre de forma expeditiva y tajante. Pero son estos “machacas” los que en buena parte van educando al niño, como antes educaban los tíos o los abuelos que pululaban por las casas familiares.

Siempre me llamó la atención que es precisamente a “la gitana” a la que se la priva de una posibilidad de aprendizaje, incluso de este nivel básico, ya que una amplia mayoría no saben lecto-escritura ni cálculo básico. No sólo la mujer es retirada antes de la escuela en la mayoría de los casos, sobre todo para que no “ande con chicos”, sino que es integrada y asumida por la familia como una más para trabajar, en todo lo que la familia trabaje. Esto es ampliable a su posición tras el matrimonio en la mayoría de los casos. 

Trabajar, pero no conocer suficiente para saber de "letras y números", aunque algunas saben algo de cálculo sin saber lecto-escritura. Y aunque en ocasiones ellas mismas te dicen “me tienes que aprender a leer, a escribir y números” y es una loable cosa el hacerlo, es un punto peligroso a tocar: no siempre todos en la familia están de acuerdo en que “la Gitana” sepa tanto. Sobre todo de números.

Aunque se nos olvide a menudo, la educación es el único arma capaz de cambiar profundamente las cosas, cambiando a mejor a las personas. A todas.



Nota: el autor no tiene nada contra los gitanos ni contra los payos, vendan droga o no, consuman droga o no. El objetivo de este texto es tan sólo hacer notar una interacción educativa muy poco conocida -y menos visible- por el común de las personas.