miércoles, 20 de junio de 2018

Tú compras cannabis al mercado negro: la mentira de los CSC en España.

Este texto sobre cómo el mercado negro se ha convertido en el suministrador y propietario absoluto de los llamados CSC o  falsos Clubs Sociales de Cannabis, fue publicado en el portal Disidencias hace unas semanas.

Hoy me han contado una cosa que, de haberla sabido, no hubiera dudado en incluirla en el texto.
Hasta tal punto llega la desfachatez de este mercado negro escondido como falsas asociaciones, que la última (de 4) que ha abierto en mi ciudad, Salamanca, ahora sólo vende hashís o marihuana a sus clientes (falsos socios) PERO NO DEJA CONSUMIR EN EL INTERIOR DEL RECINTO...

Cualquier punto de venta de drogas tradicional tiene ya más dignidad que este modelo corrupto de los CSC en España, responsables de haber destrozado el tejido asociativo y el autocultivo: ambas cosas les dañan en sus intereses económicos.

:P

Esperamos que os abra los ojos, y que nunca más podáis decir que nadie os explicó cómo estáis pagando al mercado negro disfrazado de falsas asociaciones.

Drogoteca.

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¿Qué esconden los CSC o 
Clubs Sociales de Cannabis 
en España?

Este es un texto que, por las acusaciones que en él se vierten -entre otras, ser instrumentos del mercado negro organizado en España- requieren unas ciertas aclaraciones previas por parte del autor, sin esconderse y llamando a las cosas por su nombre. 

He pasado media vida en el mercado negro, comprando y vendiendo, siendo parte activa de él. Y no por ello siento la menor vergüenza por mis actos en ese sentido, ni considero que tenga nada de lo que arrepentirme en relación a esos hechos. Pero comencemos esta historia enseñando totalmente las manos....




Mi relación con el cannabis.

Aunque en el blog “Drogoteca” no solía escribir prácticamente nada sobre cannabis, ni meterme demasiado en esos temas (salvo por encargos expresos -realizados por casi todas las revistas o medios cannábicos- así como otros medios de tipo más generalista), soy un cultivador con más de 25 años de experiencia en el cultivo de marihuana. Incluso en una larga época en que prescindí de consumir droga alguna, seguí cultivando y me pagué la carrera -de Educación- gracias al cultivo y venta de marihuana. 

Antes de iniciar dicha carrera, fui propietario de un bar en el que se vendía hashís y marihuana -de forma muy similar a como se realiza hoy en los CSC- pero sin escudarse en ser una falsa asociación. Todo esto, mucho antes de empezar a escribir sobre drogas; ya trapicheaba con menos de 14 años.

En aquellos años míos en la hostelería, recién estrenada la mayoría de edad, me “bajaba al moro” o me subía a Amsterdam con notable frecuencia. Tenía muy claro lo que yo hacía: era mercado negro de cannabis, puro y duro, sin complejo alguno ni búsqueda de excusas para suavizar nominalmente la realidad. 

Así pues, el cannabis es una droga que me ha acompañado desde muy joven y que conozco profundamente, en casi todos sus aspectos (del cultivo al tráfico) pero no es la sustancia que más me llamaba a la hora de escribir sobre drogas: lo mío eran “las drogas”, pero todas las drogas y no sólo una de ellas.

He escrito y trabajado para diversos grupos del mundo del cannabis en España, pero nunca he tenido interés empresarial y mi relación con ellos siempre ha sido la de un freelance a quien le compraban textos. 

A día de hoy, no mantengo relación laboral o comercial alguna con ninguna empresa, grupo o personas del mundo del cannabis en España; posiblemente porque valoro más mi derecho a decir lo quiera decir, que el pago por callarme o tenerme controlado mediante la amenaza de quitarte el plato de comida de la boca.

Soy también un paciente de dolor crónico de tipo no-oncológico (con morfina y otros opioides pautados médicamente, desde hace lustros), y que uso el cannabis -que yo mismo cultivo- como parte del tratamiento contra el dolor, ya que me permite maximizar los efectos positivos de los mórficos y controlar algunos de los no deseados (como pueden ser las náuseas asociadas a estos fármacos).




He sido cliente de 1 CSC -que vendía cannabis- durante algo más de un año, hasta hace unos meses, en que por propia decisión pedí la baja por motivos ideológicos: no me molesta el mercado negro, pero no soportaba más que se llamase asociación a lo que es un punto de venta de drogas, donde hay un único vendedor y lo demás, son clientes sin voz ni voto de ninguna clase.

Carezco de antecedentes judiciales que tengan que ver con el cannabis o el mercado negro, y nunca se me ha imputado delito alguno que tenga que ver con este mundo. Nunca he sido condenado por ningún delito. 

A día de hoy, tengo mis necesidades económicas cubiertas totalmente, gracias a otras áreas -que nada tienen que ver con el cannabis- como son las criptomonedas. Con ese último detalle -independencia económica total- la vida me ha regalado el derecho a poder escribir lo que quiera sin miedo a no poder comer por hacerlo.

Es decir, esto soy yo.

A estas alturas de mi vida creo que soy libre -de verdad- para decir lo quiera y que ante nadie -salvo ante mi propia persona- respondo. Una vez aclarado esto, vamos con el tema; a fondo.


Antecedentes contemporáneos de los actuales CSC 
o clubs de cannabis.

Hubo un tiempo, no hace muchos años, que en nuestro país existía un movimiento asociativo -real y no FAKE- detrás del cannabis y sus usos. Este movimiento surgía de la necesidad de defenderse legalmente frente a las leyes y acciones que nos afectaban, como usuarios de cannabis y, especialmente, como cultivadores de cannabis (la pieza esencial de toda la cadena). 

Esos grupos y asociaciones, como por ejemplo Pannagh en el País Vasco, fueron esenciales a la hora de sacar el cannabis de las mazmorras comunes de “las drogas” y mostrar una realidad, en torno a esta planta, que nada tenía que ver con historias de vidas destrozadas por las drogas, sino que incluso aportaba historias en el sentido contrario: el testimonio de muchas personas que habían visto cómo el cannabis mejoraba sus vidas aportándoles calidad y salud.

La estructura básica de estos grupos, antaño y no ahora, era realmente una cuestión asociativa. La gente se asociaba para cultivar, compartiendo gastos y enfrentando las represalias legales (si las hubiera) de forma organizada y con las cosas claras: la gran diferencia que hay entre vender cannabis a terceros, con respecto a cultivar y cosechar de forma conjunta -precisamente- para no tener que entrar en contacto con el mercado negro. Y eso era cierto.

De hecho eso era uno de los mejores argumentos para no forzar las leyes y las acciones contra estos grupos, que eran muy locales, altamente especializados y sin ánimo de lucro. Este último punto de forma meridianamente clara, porque era en última instancia lo que les diferenciaba de cualquier forma existente de mercado negro, en el que el ánimo de lucro es esencial para el funcionamiento de todas y cada una de sus piezas.

En estos clubs -que funcionaban de forma poco homogénea y sin demasiada coordinación, dada su naturaleza local- se cultivaba “dando la cara”. Es decir, el cultivo no era “anónimo” sino que pertenecía a un grupo de personas que lo reconocían como propio y se reconocían como consumidores de cannabis que no querían relacionarse (al menos como única opción) con el mercado negro, siendo esta la única forma de lograrlo: cultivándote tu propio cannabis.

La base de de estos clubs era -al menos, en la teoría legal de su estructura asociativa más habitual- el conocimiento y estudio sobre la planta, principalmente porque no puedes declarar -en tus estatutos asociativos que son un documento público- que tu objetivo es cultivar cannabis (ya que, de forma genérica, esto es delito) así que el “estudio de la planta de cannabis” era la excusa, pero también una realidad a su manera. 

Si bien no se realizaba nada que pudiera considerarse “estudio” a nivel serio y totalmente científico, es cierto que en ese entorno asociativo se formaba a personas que necesitaban de ayuda para ser capaces de cultivar por sí mismos (como enfermos aquejados de cáncer, dolor y otras patologías) de tipo humanitario, que eran casos sobrevenidos por enfermedad. Y no hay que olvidar que esos grupos fueron, de facto, los primeros en proporcionar cannabis a enfermos que lo necesitaban y carecían de tiempo, conocimientos o posibilidades de cultivar o incluso de acceder al mercado negro (mujeres con cáncer de mama que nunca habían tocado ese mundo, por ejemplo).

El hecho de que estas asociaciones -germinales en el tema del cannabis en España- enfrentaran su propio abastecimiento mediante sus propios cultivos, les otorgaba el derecho a argumentar que ellos sólo querían salirse del mercado negro mediante el auto-abastecimiento. Se lo otorgaba porque era cierto, ya que eran asociaciones cuya principal actividad era el cultivo de cannabis para sus miembros. Y precisamente quien más dañado salía de su existencia, eran las mafias del mercado negro, que perdían clientes.

Pero al mismo tiempo, su principal virtud les hacía vulnerables, ya que la policía encontraba más fácil probar un cultivo ilícito que una venta de drogas, aunque el resultado penal que se buscase fuera el mismo finalmente: tráfico de drogas. Y paradójicamente este criterio de comodidad policial (siendo generosos al calificarlo, ya que el autocultivo sólo daña al mercado negro, quitándole dinero) fue, en gran medida, el responsable del desastre que vino a continuación.

La solución-trampa que destruyó el pasado:
la “compra mancomunada”.

Ante la presión que la policía ejercía contra las asociaciones, estas -que hasta ese momento se abastecían cultivando- se vieron acosadas en los cultivos y con sus socios desabastecidos como consecuencia directa. De esta forma se planteó, como recurso legitimado por las circunstancias, volver a tratar con el mercado negro, pero ahora como grupo de socios (grandes cantidades ya que los precios bajan) y a eso se le llamó “compra mancomunada”.

¿Qué es este concepto de la “compra mancomunada”? 

Pues era una artimaña ciertamente leguleya, por la que una asociación -que se había quedado sin cannabis por una redada o incautación de cultivos- se organizaba para comprar al mercado negro directamente. ¿Acaso comprar en grupo te protege de algo? No, no cambia en esencia el tipo penal en el que puede incurrir, salvo a la hora de repartir la droga con el resto de compradores (para que no se considere “traficante” a quien reparte la compra común con otros “adictos/socios”).

El origen legal de ese concepto se introdujo en los años 80 como eximente en la legislación, para no condenar por tráfico de drogas a unos yonquis que, simplemente, compartían una papelina de heroína, aunque la compra la efectuase uno solo de ellos. En la construcción del tipo penal del tráfico de drogas, no hace falta que haya un intercambio económico o afán de lucro, así que el simple hecho de comprar a medias y compartir drogas, podía acabar con alguien sentenciado como si fuera un camello siendo sólo un yonqui.

De ahí nació el que “comprar de forma conjunta una droga para su consumo inmediato por un grupo de adictos” no fuera un delito de narcotráfico, para que la cárcel no se llenase de meros yonquis, pudriéndose con condenas pensadas para traficantes de verdad; no para adictos que compartían unas dosis de droga. Este fue el caso de David Reboredo, que se vio con casi 7 años de condena por menos de 30 euros de heroína en total. En su caso, dos condenas por compartir unas papelinas con otro yonqui, no era legalmente válido para optar siquiera al indulto (aunque al final se le hizo “por lo bajinis”).




También en aquella época de la mal contada “epidemia de heroína” en España, y antes de la Ley de Seguridad Ciudadana -o Ley Corcuera- que reguló la tenencia para consumo como mera falta administrativa, se introdujo una excepción a la sancionabilidad de la conducta de compra y posesión de drogas cuando era (cito de memoria) para aliviar la abstinencia de “un familiar en primer grado, padres, hermanos o hijos” que fuera toxicómano sufriendo los dolores del “mono”.

Esas excepciones buscaban alejar del circuito penal a quienes no cometían realmente un delito, bien por adictos o bien por compasión hacia el dolor de un familiar de primer grado. Como puede imaginar el lector, esas excepciones (propias de los años 80) no se hicieron para el marco de asociaciones de cultivadores y consumidores de cannabis, y menos para que pudieran servir de “marco protector” de compra de cannabis -en grandes cantidades y con vocación de continuidad- al mercado negro.

El desembarco del mercado negro organizado
en los clubs de cannabis 
de España.

Una vez que se empezó a usar la compra mancomunada -afinada por interesados abogados como “concepto legal de diseño”- para permitirse ir contra lo que era la idea fundacional de esos clubs (sacar gente del trato con el mercado negro y sus mafias), el diablo había entrado por la puerta de atrás, primero para poner en juego cuantiosas sumas de dinero al efectuar dichas “compras mancomunadas” y que al ser con el mercado negro como vendedor, nunca habría factura de nada.

Los clubs, en su mayoría pero no todos, acabaron viendo que era mucho más sencillo “comprar el cannabis” que intentar cultivarlo tú mismo, y que la policía acabase jodiéndote el cultivo con todo el trabajo y tiempo que había llevado (algo que pasaba con excesiva frecuencia). 

De hecho, vivimos paradojas como que en una isla de nuestro país, la policía intervino una asociación de auto-cultivadores que eran en su mayor parte enfermos y eran sólo 50 miembros, antes que tocar (en la misma pequeña isla) una “asociación-FAKE” que tenía varios miles de socios (nominalmente) pero meros clientes en realidad. La policía iba a lo fácil, a por 4 gatos que cultivaban, y así con ese juego se empujó al tejido cannábico que existía en ese momento, a las manos del mercado negro (que estaba encantado de tenerlos de vuelta de nuevo).

Esta suma de hechos legales, intereses de nuevos “lobbys de abogados”, y de acciones contra el auto-cultivo en lugar de contra el mercado negro con ánimo de lucro, acabaron por traernos a la situación actual -a día de hoy- en nuestro país: alrededor de 1000 “asociaciones” que venden cannabis a sus “socios”. Y eso, sin que exista un marco legal que lo regule o que -al menos- no lo persiga.

Con el cambio que esto produjo, muchos de esos “gestores” de las asociaciones, se vieron manejando mucha pasta y la estructura de las mismas -derivada de estos nuevos intereses- empezó a mutar. Empezaban los nuevos enfoques, por los que se estaba saliendo claramente de ese torturado concepto de la “compra para el consumo inmediato por un grupo de adictos”, ya que no se compraba para un solo momento, sino para el consumo de varios días o semanas. No todos los que “entraban” en esa “compra mancomunada” querían o necesitaban las mismas cantidades o variedades de productos del cannabis (no es lo mismo lo que uno recibe del hashís que lo que recibe de una marihuana, aunque uno de los principios activos -el THC- sea el mismo). 

Es decir, se empezaba a plantear una compra constante al mercado negro, para “abastecer a tus socios”, pero ya no de forma realmente asociativa sino saltando a un modelo de “empresa que vende a cliente”.



Eso llevó ya en el año 2015 a que el mercado de la venta o traspaso “de asociaciones” (algo nominalmente imposible en el ámbito legal) generase un mercado en el que se hacían ofertas cercanas al medio millón de euros, por una asociación en una buena zona de Barcelona. 

¿De verdad que alguien pagaría 500.000 euros por quedarse una asociación (si esto fuera posible legalmente) que por definición, no puede tener ánimo de lucro? ¿Alguien se cree esto? Obviamente no, y la prensa -ya entonces- lo señalaba de forma abierta.

A día de hoy, de los aproximadamente 1000 clubs de cannabis, se cuentan literalmente con los dedos los que realmente están 100% fuera del mercado negro. La mayoría de los CSC (la nueva denominación) actualmente compran todo lo que venden al mercado negro directamente, algunos a cultivadores locales y otros, a una central organizada que les provee de todos los productos de cannabis que necesitan. 

Es decir, se han convertido en las franquicias del mercado negro, en lugar de combatirlo como era la razón de su origen como asociaciones de auto-cultivo y auto-abastecimiento. Una vez que entraron “los billetes de las compras mancomunadas”, el modelo asociativo y como consecuencia, el activismo cannábico real, despareció prácticamente de la realidad.

El nuevo modelo permitía “una gestión diferente”. Ya no requería cultivar, ni siquiera saber hacerlo. Sólo comprar barato para vender más caro. Primero, esa entrada de capital, la procesaron creando “puestos de trabajo” bajo el paraguas de una asociación de consumidores. Lógicamente, los puestos de trabajo eran para los que manejaban el cotarro, y con ello el beneficio, con lo que los socios, que son una figura totalmente legal y con poder -en teoría- total sobre la asociación (su asamblea general es el máximo órgano decisorio, en el modelo asociativo que firman estos negocios) fueran progresivamente apartados a firmar como socios pero funcionar como clientes.

Hubo incluso algún caso (en la provincia de Madrid) en el que una asamblea general de una asociación, quitó a los que la llevaban -de forma totalmente legal- y puso otros gestores. Al cabo de unos días, comprendieron por qué esto no debían hacerlo aunque la ley les capacitase para ello: aparecía el “músculo armado” que había detrás de estos grupos, escondidos como asociaciones. 

Y es que con el dinero, y menos el del mercado negro organizado, no se juega. Y sucesos como ese, que ponían en solfa “de quién era el negocio” si la estructura es la de una asociación sin ánimo de lucro, así que los “asesores legales” aconsejaron que ni se permitiera ver los estatutos a los socios, ni se celebrasen -en realidad- asambleas generales (con todo el poder), sino que se falsifiquen estas asambleas, exigencia legal que tiene que cumplir cualquier asociación. 

Asociaciones en que firmas como socio, pero no tienes derecho ni a ver los estatutos ni a decidir nada: la ilegalidad más flagrante les sirve para que los nuevos clientes no sepan realmente nada y simplemente sigan comprando.

Tal es el flujo de dinero que generan estas empresas mafiosas que se han apoderado del marco asociativo, que en 2014 ya un juez congeló 60 cuentas bancarias asociadas a uno solo de estos puntos de venta “con pseudo paraguas legal”. En ese año, había “falsas asociaciones” en la ciudad de Barcelona que, en teoría, contaban con decenas de miles de miembros (en realidad, clientes extranjeros captados en entorno turístico). Y había uno de esos puntos de venta de cannabis que tenía -como en la pescadería o la carnicería- una maquina para darte ticket con un turno para que pudieras comprar, debido a la alta demanda que había. Esa maquina que daba tickets para poder comprar, cuentan que había días que daba varias veces “la vuelta” y comenzaba de nuevo. Por aquel entonces, habría unas 500 falsas asociaciones en el país; ahora alcanzamos las 1000 y existen en todas las capitales del país y en muchos otros lugares.

Dinero llama a dinero:
estructuras del actual modelo.

Por supuesto, todo esto no pudo ocurrir sin la complicidad de un gran número de abogados que, conscientes del modelo y buscando justificaciones para el mismo, acabaron anunciándose públicamente para quien quisiera abrir “una asociación cannábica”, en un grado que variaba desde hacerles los estatutos a ponerles en contacto ya con los proveedores del producto clave, el imán para los compradores: derivados del cannabis. 

Asistimos impertérritos a cómo los asesores legales se convertían en impulsores, haciendo de enlace con el mercado negro local o -en otros casos más delictivos- con una “organización” que les vende todo. Y una organización que te vende un producto fiscalizado como droga no legal, a nivel nacional y especializada en abastecer a los puntos de venta, es la definición viva de organización criminal. Aunque lo vistan de “asociación” y repitan, como loros inconscientes, que “las asociaciones son buenas porque nos sacan del mercado negro”. Y no, esto no es así. 

Las asociaciones -actuales- en su inmensa mayoría, no son buenas: son el propio mercado negro y organizado. El flujo de dinero en altas cantidades y la falta de regulación alguna o control, propios del mercado negro, empezaron a atraer inversores a lo que otrora fue un área asociativa contra el mercado negro. 

Los jueces, ante este nivel de especialización, pasaron de pedir penas que solían rondar los 5 años para los cabecillas de los clubs de cannabis, a penas que rondaban los 22 años, ya que se apreciaban delitos de organización criminal y de blanqueo de dinero (obviamente, no se declara: no tienen ánimo de lucro legalmente).

Pero en muchos casos, los abogados ocultaban esta realidad a sus clientes, quienes en muchos casos creían y creen estar haciendo algo que tiene una cobertura legal, cuando en realidad son -a nivel legal- puntos de venta de drogas ya equivalentes a los de cualquier poblado de la droga. Y no tenían demasiado problema en engañar a sus clientes, hasta el punto que -uno de los abogados, de esta clase, más conocidos en España- llegó a decir sobre la posibilidad de que muchos de sus asesorados, ante un proceso judicial, acabasen presos: “el movimiento cannábico necesita mártires”.

Al mismo tiempo, la “normalización” en la presencia de esos puntos de venta en nuestra geografía y el cambio en la percepción social que, en estos últimos 10 años, ha tenido la imagen del cannabis como un producto mucho más tolerado, ha llevado a que se cree un “In pass” en el que la realidad es esta, pero legalmente no se actúa contra ella. 

¿Por qué? El cambio en las políticas sobre cannabis en todo el planeta, tiene a los políticos españoles -y por ende, al poco separado “sistema judicial”- sin saber qué hacer ni cómo abordar la regulación de esta planta, esperando un mejor momento para meterle el cuchillo a este asunto, pero al mismo tiempo teniendo ya bien identificados “esos puntos de venta que pasarán de ser mercado negro a la cara blanqueada en un contexto regulado”, y que rendirán cuantiosos impuestos a las arcas estatales (o eso creen que podrán lograr).

De forma paralela, existe toda una industria del cannabis legal (que no venden marihuana o hashís, sino semillas, útiles o derivados legales de la planta) con muchísima fuerza en nuestro país, que son quienes manejan (de forma directa en la mayoría de los casos, y mediante “vinculación económica por publicidad” en los demás) la mayoría de medios cannábicos. No hay ninguno que se pueda intentar llamar “independiente”, sino que el mundo del cannabis en España es extremadamente auto-referencial y vinculado a grupos con potentes intereses económicos: directamente dependientes y coordinados entre todos ellos.

Nadie que no tenga asegurado su futuro económico-en el mundillo del cannabis hispano- debe salirse el relato impuesto -por estos grandes grupos, con piernas en ambos lados de la ley- si no quiere represalias, que comienzan con censura y pueden llegar mucho más lejos, como imputaciones de delitos en falso o campañas de desprestigio intentando forzar a tus relaciones comerciales a abandonarte, mediante amenazas y presiones. 

Yo mismo, cuando trabajaba escribiendo para estos medios, recibí campañas de difamación en que se me acusaba de machista y que llegaron a que un responsable de prensa en el Senado de un joven partido político, llamase a mi editora para pedirle “revisar previamente” lo que yo iba a publicar en unos días (a lo que obviamente me negué), tras una entrevista con 2 senadores de su partido en el Congreso de los Diputados, y le preguntara “sobre las denuncias que yo tenía por violencia de genero y acoso”, que son en total.... cero. 

El choque entre la política -y sus turbios intereses y mecanismos- con el mundo del cannabis, dirigido por las caras pseudolegales de un reforzado mercado negro, ya con estructuras supra-nacionales, hace saltar chispas que uno no imaginaría y el juego sucio -a dichos niveles- es la base del juego.

¿Queda algo de lucha 
contra el mercado negro
o está todo entregado?

Como indicaba el jurista Javier González Granados, el modelo de los CSC, hoy día y más tras el “supremazo 484” contra los clubs de cannabis, es un “traje al que se le revientan las costuras”. Pero al mismo tiempo, esa sentencia reconoce la ineficiencia del sistema político, incapaz de regular correctamente algo que, al menos actualmente, la sociedad parece aceptar sin mayor problema pero las leyes siguen penalizando porque esa etérea figura de “el legislador” no ha “movido ficha” -desde hace décadas- en este aspecto. Y les emplaza a hacerlo de una vez y dotar de un marco regulado al asunto.

Si el actual modelo “cristaliza”, bien por el paso del tiempo que -de facto- les permite seguir con su actividad o bien porque estos grupos del mercado negro (que han destrozado la realidad del poco tejido asociativo que les hacía frente en sus intereses) consiguen encontrar la forma de pactar un “armisticio” con los demás actores, pues lo que habrá ocurrido es que habremos legalizado el mercado negro, o al menos una “cara amable” de las mismas mafias de amplio tamaño y capacidad.

El desarrollo de estos puntos de venta de cannabis en nuestro país, ha llevado en algunas zonas -como Granada- a que el robo de fluido eléctrico para cultivo en interior con lámparas de alto consumo sea un grave problema que afecta a todos los demás ciudadanos. 




De hecho, existe un mercado (prácticamente en todo el país) de pisos donde se cultiva con luz robada, en el que se te alquila el lugar con todo el montaje ya realizado. Y a tal punto llega el asunto, que los trabajadores de las empresas eléctricas que sufren el robo de fluido, tienen que ir escoltados por la policía y con la cara tapada para ir a cortar los robos, en barriadas donde este problema resulta masivo.

Pero como suele ocurrir siempre, el mercado negro crea eficaces repuestas a los problemas que les dan y, desde hace tiempo ya, estos “pisos para cultivar cannabis” con la luz robada están transformándose y abandonando el negocio del cannabis por otro mucho más seguro y lucrativo: el de las criptomonedas. 

El minado de criptomonedas (como Bitcoin, Ethereum o Monero) es una actividad que requiere de grandes cantidades de energía gastada en procesos de cálculo matemático, y que tiene un alto coste si se realiza pagando el fluido eléctrico usado. Así que muchos de estos pisos, han saltado a un negocio que además les causa muchos menos problemas legales y en el que, aunque les pillen con las manos en la masa y una granja entera de ordenadores minando criptomonedas, no les pueden tocar ni un euro de las ganancias.

Por el lado legal, la acusación por robo de fluido, es menos que la de robo de fluido y cultivo de cannabis (tráfico de drogas), a lo que se suma la estructura organizativa que es otro carga que pueden probar en su contra. 

Por el lado técnico, una vez que recibes el pago en criptomonedas de lo que has “minado” con tus equipos y energía, su diseño permite que nadie pueda incautar ese dinero o conocer siquiera en qué criptomoneda está. 

Esto ha llevado a que algunos grupos estén ofreciendo a antiguos cultivadores en pisos con luz pinchada, que se pasen al negocio de la minería de criptomonedas, en una inversión en que el grupo pone los equipos y el “know-how” y las ganancias generadas por la luz pinchada se reparten al 50%, quedando totalmente seguras e “invisibles” para las autoridades, dada su naturaleza.

Así que, el asunto del fluido eléctrico, ha sufrido de la unión de dos vectores en el mismo sentido que agrava el problema y su perspectiva futura. Por un lado se ha creado un nuevo modelo de negocio en torno al robo de electricidad, que es el de minar criptomonedas, y al mismo tiempo, se ha restado abastecimiento a los puntos de venta de cannabis del país, con lo que se han buscado nuevos lugares en los que efectuar estos cultivos con luz robada. 

De otra forma, el riesgo y los costes harían el negociazo de los CSC o clubs de cannabis, totalmente inviable al nivel en que se produce actualmente, basado en el cultivo con luz robada para que los precios puedan ser competitivos con un mercado negro más clásico- que nunca ha dejado de estar presente.

Por último, el lector hará bien en tener totalmente claro en que las únicas iniciativas en relación con el cannabis que tienen -sin lugar a dudas- un carácter de choque frontal con el mercado negro, son todas las propuestas que intenten avanzan en el terreno del auto-cultivo para el propio abastecimiento de cannabis en el consumidor, ya que son las únicas acciones que le quitan clientes (y por ende, poder) a esas mafias organizadas y de cara amable, que el mercado negro -triunfalmente y de facto- conseguido poner a gestionar la relación de los ciudadanos con el cannabis en España; esos clubs de cannabis, donde al cliente se le rebautiza como socio, y se le priva de sus derechos como consumidor (no puedes acudir a las autoridades de consumo con una queja sobre drogas que te han vendido, a día de hoy) y también como supuesto miembro de una asociación que sólo lo es para beneficio, económico y con enorme ánimo de lucro, de quienes la controlan.

Quien dude, algo muy necesario siempre que nos cuentan algo, que pruebe a poner en Google “Vendo ClubCannabis”, que quedará sorprendido de la oferta -pública y visible con esa mera acción- en la que se venden estructuras criminales “en bloque y con los clientes dentro” que responden a dicho nombre, asociaciones, sin serlo.




Nuestra realidad hoy es esa: somos el sueño húmedo del mercado negro, basado en la venta de cannabis, gracias a la inacción y cobardía de todo nuestro sistema legislativo. España, como siempre, en la buena dirección.

Drogoteca.


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