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domingo, 31 de marzo de 2019

Cambio de paradigma: del yonqui negrata a la abuelita yonqui blanquita.



Del joven yonqui-negrata 
a la abuelita yonqui-blanquita. 



En la prohibición de las drogas durante el siglo XX, los estereotipos sobre sus consumidores fueron vehículos esenciales a la hora de propagar desinformación y de esconder, bajo una cruzada farmacológica, el hecho de darle forma legal a prejuicios raciales. 

En la cruzada de la prohibición de la cocaína, se argumentó que esta droga provocaba que los negros se pusieran a violar blancas. En el caso del cannabis, introducido mayormente por trabajadores mexicanos, se dijo que esta planta incitaba a los mexicanos a matar, y se hizo una ley que se utilizó directamente para controlar al grupo citado (más que al compuesto a fiscalizar). Y el opio, prohibido primero en San Francisco a finales del siglo XIX y luego en 1909 a nivel estatal en USA, pero no prohibieron “la droga en sí misma” sino la forma de consumirla: el opio fumado era propio de los inmigrantes chinos. Sólo prohibieron el fumar opio, pero no el opio en tinturas tipo láudano y otras especialidades, que causaban furor entre los hombres blancos pudientes.

Estos tres casos primigenios de la prohibición de las drogas, provienen del mismo lugar: USA.
Sin embargo, mientras los primeros movimientos prohibicionistas surgían en dicho país (primero contra el alcohol y luego contra otras drogas y/o formas de consumo) y se prohibía el consumo de opio fumado, gente como los grandes médicos y cirujanos (blancos, por supuesto) eran consumidores crónicos de morfina y cocaína puras (de la destinada para uso médico).

Un caso muy conocido de un gran cirujano que estuviera enganchado a todo lo que cayó en las manos, fue William Stewart Halsted, que tras conocer la capacidad anestésica de la cocaína en el ojo a través de los estudios de otro médico (Karl Koller), se dedicó a experimentar con ella de forma tópica y también inyectada, hasta desarrollarla como método fiable de anestesia local para intervenciones. 

De ahí que Halsted acabase enganchado a inyectarse cocaína (la forma más agresiva de consumo conocida), y que un amigo suyo le planease “una cura de desintoxicación” al estilo de 1884, cuando tenía 32 años: le montó en un barco que cruzaba el océano, y se tuvo que comer “el mono” a pelo. De nada sirvió; nada más tocar tierra se volvió a enganchar a la cocaína inyectada.

Tuvieron que mandarle a un “hospital psiquiátrico” (un sanatorio de la época) donde le intentaron quitar el vicio de la cocaína inyectada, a base de morfina inyectada. Y bueno, la cosa funcionó, así que -tras haber sido lo que ahora coloquialmente llamaríamos “un yonqui de cocaína en vena”- acabó entregándose a la morfina en vena, que no provoca el desajuste y los daños que causa la cocaína -u otros estimulantes- en su consumo crónico. En ese momento, en que le dieron de alta en el “sanatorio”, tenía 34 años, su carrera médica -en Nueva York- había terminado para siempre.

Sin embargo, la historia de este joven cirujano yonqui (que era más común en ese grupo laboral de lo que se querría admitir) no terminó ahí, no. Fue uno de los más grandes cirujanos de la historia y siguió usando “enormes” cantidades de morfina inyectada hasta el día de su muerte, aunque no por ello dejar de ser el mejor en su campo. 

Entre otros avances, a Halsted se le reconocen cosas como haber sido el primero en diseñar y usar guantes de plástico en el quirófano, haberse dado cuenta de que el cáncer se podía extender por la sangre, haber practica la primera mastectomía radical (ahora llamada “Cirugía de Halsted” en su honor) en una mujer con cáncer de mama, y haber contribuido de manera decisiva a la asepsia de entorno y útiles, a la cirugía del tiroides y paratiroides, a la cirugía vascular, cirugía del tracto biliar, de hernias y de aneurismas. Entre otras muchas cosas: casi nada para un tipo que se pasaba el día (cada 4-6 horas) chutándose morfina en vena.




En 1890 fue nombrado jefe del servicio de cirugía del recién inaugurado hospital de la Universidad Johns Hopkins, y en 1892 pasó a ocupar el cargo de Primer Profesor de Cirugía de la Escuela de Medicina. Murió de una complicación pulmonar 30 años después, en 1922, sin haber interrumpido nunca su consumo de morfina ni haber bajado -jamás- de 200 miligramos intravenosos al día (equivalente a más de 5 gramos de opio oral, al día).

Es decir, tenemos en la propia literatura oficial un montón de consumidores de drogas que -en contra de lo que la creencia indica- eran personas plenamente integradas socialmente e incluso algunas de las mejores mentes en sus campos. Consumir drogas hasta el momento, no tenía el estigma asociado que, con raciales intenciones, se les creó a partir de las primeras campañas contra cocaína (como producto de uso libre), opio fumado, y cannabis fumado ya que en la farmacia seguía estando presente en tinturas y otras presentaciones.

Desde su inicio en el siglo XIX, estas fueron campañas de acoso racial y persecución de ciertos grupos y minorías, escondidas como cruzadas farmacológicas para el bien público a través de una moral anti-embriaguez. Cuando llegó la hora de oficializar la guerra contra las drogas como paradigma, de la mano de Nixon en los años 70, el motivo de plantear semejante absurdo que ha costado millones de vidas fue el control de “negros y hippies” o en sus propios términos, “dos enemigos: la izquierda pacifista y la comunidad negra”.




¿Qué pasó desde los 70 hasta ahora?

Durante el inicio de la fase más dura y militarizada de la guerra contra las drogas lanzada por el gobierno Nixon, las drogas (bien fuera la heroína del sudeste asiático o la cocaína sudamericana) pasaron a ser un elemento clave, con el peso de un actor geopolítico de primer orden. Su producción y tráfico pasaron a ser motivo de injerencia en la soberanía de terceros países, con la falsa argumentación de que era la oferta la que impulsaba la demanda, culpando de esta forma a los países productores de los apetitos de sus propios ciudadanos.

Se impusieron colaboraciones militares y policiales (con la DEA principalmente) a casi todos los países al sur de USA. Por supuesto estas colaboraciones eran “voluntarias”, pero sin ellas no había pruebas de buena voluntad en la cooperación contra el narcotráfico, con lo que quien no aceptase quedaba expuesto a dos castigos; el primero el de la opinión pública, donde se le retrataba al gobernante como un narcotraficante o alguien integrado en estos grupos, y el segundo el castigo de verte fuera de los acuerdos de cooperación y desarrollo, de los tratados de comercio y del acoso en los organismos internacionales hasta que el país y sus gobernantes, doblaran el cuello y aceptaran lo que USA les exigía. 

Muchas veces, estos acuerdos con los países productores, incluían la fumigación de extensas áreas con potentes herbicidas, muchos cuyo uso estaba prohibido en USA por ser demasiado tóxicos para personas y medio ambiente. Estas fumigaciones causaron, además de desplazamientos en busca de otras áreas de cultivo y daños a las comunidades que allí vivían, la aparición de variedades de planta de coca que eran resistentes a estos compuestos (y rápidamente los narcos les dieron uso, volviéndose inmunes a las fumigaciones).

Y de esa forma, los servicios de inteligencia de USA -junto a otros organismos afines poco conocidos- se vieron dirigiendo las rutas de transporte de cocaína y heroína en medio planeta, con el único propósito de generar fondos no controlados, para operaciones no legales en cualquier país

De aquellos días aún nos queda el recuerdo del hombre fuerte de USA en Panamá, el militar Manuel Antonio Noriega que, tras ser durante unos años la marioneta de USA en dicho país, se creció demasiado y empezó a creerse intocable, volviéndose contrario a los intereses de USA a finales de los años 80. Esto desembocó en la invasión de Panamá y en su captura, siendo trasladado a los USA y juzgado en el año 1992, pasando prácticamente 25 años encarcelado y liberado poco antes de su muerte por motivos de salud. Sirva como ejemplo de lo que el “nuevo actor geopolítico” era capaz de justificar.


A nivel doméstico, en USA, esa época post-Nixon y con los Reagan al mando, fue la de la profecía autocumplida con ayuda de medios, policía y el sistema de justicia. Consiguieron grabar en la cabeza de la población toda una serie de estereotipos raciales sobre consumo de drogas que han estado bien vigentes hasta hace relativamente poco. Si Nixon quería la “guerra contra las drogas” -en su versión de consumo interno- como un juguete que le permitiera violar los derechos elementales de ciertas minorías y grupos, el colectivo afroamericano se llevó lo peor. Los hippies pacifistas habían desaparecido ya y sólo quedaban ellos, encarnando el mito del yonqui.

La imagen predominante en esos años, en el cine y los medios, era la del joven de raza negra que traficaba y además consumía drogas. Cuando eran blancos quienes aparecían en el juego, eran meros traficantes al estilo de Fernando Rey en “French Conection” que no tocaban la droga, salvo como mercancía de interés económico. Pocos eran los modelos negros de “calidad” semejante, como pudo ser el narcotraficante de heroína en USA, Frank Lucas, que fue llevado al cine por Denzel Washington en “American Gangster”, años después.




A la llegada masiva de la heroína en el final de los años 70, le siguió la entrada a sangre y fuego de la cocaína y el crack. La cocaína, en su forma de sal clorhídrica (HCl) se puede esnifar, tomar oralmente, analmente o inyectada, pero no se puede fumar. Para poderse fumar, la cocaína en sal debe pasar un breve proceso químico (calentándola con un álcali -como el amoniaco- que desplace la molécula de ácido) que la deja en la forma de “base libre de cocaína” (freebase) y que sí es susceptible de fumarse, ya que el calor no la destruye -como ocurre con la forma en sal- lo que permite fumarla en una pipa o sobre un papel de plata con el calor de un mechero.




Las distinción no es ociosa, ya que mientras el consumidor de cocaína en sal era el prototipo del encorbatado yuppie (para algunos, la evolución del hippie), en la forma fumable la consumían principalmente las personas con menor poder adquisitivo, ya que su efecto era mucho más intenso y adictivo pero al mismo tiempo, el precio por dosis era mucho menor. 

El crack, como mezcla de base libre de cocaína y bicarbonato sódico (como residuo de elaborarla y al mismo tiempo como vehículo portador, ya que al darle fuego en una pipa permite evaporar la cocaína hecha roca con esa sal sódica). Hay quien afirma incluso que el nombre de “crack” surgió del crepitar que hace la cocaína en esa presentación, al darle fuego en la pipa.

¿Cómo y por qué surgió el crack 
como epidemia 
entre la comunidad negra?

El crack fue la respuesta química a las restricciones sobre ciertos compuestos, necesarios para transformar la base libre de cocaína -extraída de la planta- en clorhidrato de cocaína. Ante la escasez en los países productores de productos para refinar la cocaína hasta ese punto, se modificaron las formas de envío (no sólo a USA, también a Europa) y la cantidad de clorhidrato que se enviaba disminuyó brutalmente, para aumentar la de “base libre de cocaína” sin refinar.

La teoría era que, como ocurría en España, esa base libre sin refinar se refinase haciéndola sal (una forma de purificar un compuesto, cristalizarlo como sal) y se vendiera como tal, ya que conseguir esos compuestos en países no-productores de drogas, no supone ningún problema. Pero la picaresca del mercado se activó y, al poderse fumar en un producto muy potente, en pequeña cantidad y con un intenso efecto inmediato (la vía pulmonar es más rápida que la intravenosa) estaba preparado el cebo de una nueva epidemia entre los grupos de menos poder adquisitivo y cuyo denominador común (además del color de piel) era la pobreza. Mientras que un gramo de cocaína podía costarte 100 dólares y no ser gran cosa, el crack apenas costaba 5 dólares y te asegurabas el efecto (lo contrario arruinaría el plan de ventas en el acto).

Con ese planteamiento, no había que enfrentar el proceso de conseguir compuestos y convertirla químicamente, sino que directamente -con un poco de bicarbonato sódico- estaba lista (en forma de rocas) para ser vendida. Eso eliminaba muchos de los riesgos asociados a tener que hacer esa labor química de purificación, y abría la puerta del mercado tan pronto se recibía la mercancía: todo ventajas. 

El precio barato y el entorno de paro y pobreza, fueron dos de sus principales variables de expansión. Pero hubo otra que era tan importante como estas dos: creer que la cocaína no era adictiva. Hasta el momento, los mayores marcadores de adicción se podían observar en el uso intravenoso de opiáceos, heroína principalmente, y en el alcohol que -al estar socialmente integrado- no despertaba estigma en esos años al tenerse como normal la figura del alcohólico funcional a nivel social.

En parte era cierto; la cocaína no es adictiva de la misma forma que lo es la heroína. La abstinencia de cocaína no precipita un síndrome de abstinencia físico como en el caso de la heroína o morfina, no presenta un cuadro físico demasiado complejo al suspender su uso bruscamente. Pero no por eso era menos adictiva que la heroína; su abstinencia provoca un cuadro psicológico que puede ser tanto o más difícil de superar que el de la abstinencia de la heroína. Y esto es especialmente cierto en las formas de consumo de cocaína más agresivas, como es la inyectada (sólo propia de usuarios de heroína IV en forma de “speedball”) y como es la pulmonar o fumada en el caso del crack o base libre. Es decir, el conocimiento popular de esos años sobre drogas ya había integrado los peligros de la adicción a la heroína, pero estaba aún muy perdido en la forma en que los estragos de la cocaína se iban a presentar.




De aquellos días de la “epidemia de crack” nos quedaron películas como “New Jack City” (traducido en español a “La Fortaleza del Vicio”) en las que podemos ver cómo los propios traficantes que mueven el crack, acaban mezclándose con él hasta su destrucción. En una épica escena de esta película, podemos ver como un personaje del grupo de narcos (un joven negro), se sitúa frente a una pipa de crack cargada y -antes de darle la primera calada- hace profesión de matrimonio con dicha droga, para entregarse a fumarla por primera vez. No sólo eso llamaba la atención, ya que la película termina con el asesinato del narcotraficante fuera del tribunal donde se le juzgaba y -sin pudor alguno- la película cierra con un epílogo en que se dice a los espectadores que “se tienen que tomar acciones decisivas para acabar con los camellos en la vida real”, sentando de nuevo la repetida idea de que “contra las drogas, todo vale, incluso violar la ley y matar”.

No distaba mucho del tipo de mensajes FUD (Fear, Uncertainty, Doubt) que se venían esparciendo sobre la heroína, por los cuales esta sustancia tenía poderes mágicos y bastaba probarla una vez para caer en una espiral descendente sin remisión. No era así, ni en la heroína ni en la cocaína ni en el crack, y culpar a la sustancia de la degradación moral de algunos sujetos no hizo ningún bien en los enfoques que se tomaron para enfrentar la situación, ya que eliminaba el concepto de responsabilidad en el usuario de drogas. Esta misma ausencia de responsabilidad (social, laboral, legal, afectiva) asociada al consumo de drogas más hardcore, sigue siendo una de las motivaciones subyacentes en muchos consumidores de drogas, y perpetuar dicho mito no ayuda a estas personas ni al resto de la sociedad. 

Esa clase de mensajes sobre sustancias con el poder de arrebatarte la voluntad, condujeron a paradojas tan estúpidas como que la cocaína -en forma de sal- tuviera una sanción (por posesión o posesión para tráfico) mucho menor que la del crack o la base libre de cocaína, siendo la misma molécula activa: hasta para drogarse hay clases y no es lo mismo una blanco triunfador esnifando cocaína, que un negro perdedor fumando crack, tampoco para la ley.

Y en esa corriente se llegó a la cristalización de un mito que durante décadas se trato como cierto, los “crack babies” o niños del crack. Estos eran los hijos de mujeres consumidoras de crack, que nacían con bajo peso y trastornos diversos, dando mayores puntuaciones en todo tipo de mediciones de problemas en su desarrollo. 




Por supuesto, la inmensa mayoría de esos “bebés del crack” eran de raza negra o latina y desde su nacimiento se dijo de ellos que “iban a suponer una dura carga a la sociedad” por sus taras y desviaciones, llegándose a financiar campañas de esterilización de usuarias de drogas en edad fértil -vendidas como voluntarias- en las que se les pagaba una pequeña cantidad simbólica a las madres (en su mayoría negras) que no superaba los 500 dólares, a cambio de aceptar la esterilización quirúrgica. Esta idea de esterilizar a usuarios de drogas, no es algo que haya desaparecido: sigue periódicamente saliendo a flote en las peores manos.




La realidad, como muchos imaginábamos y el tiempo se encargó de demostrar, es que los males achacados a la cocaína consumida por las madres de aquellos bebés del crack, eran males que seguían apareciendo prácticamente en la misma proporción si quitábamos el crack de la ecuación. Los problemas achacados al crack, no eran sino correlaciones mal establecidas en que se apuntaban al consumo de una droga, los males de todo un entorno desfavorable de pobreza, falta de formación, higiene defectuosa, falta de expectativas laborales y problemas de salud mental. Los “crack babies” eran otra mentira más, pero que se consideró verdad -mediática y médica- sin que existieran estudios reales que permitieran afirmar que fuera el crack el responsable de lo señalado. Pero la guerra contra las drogas y sus usuarios, siempre se valió de que la narrativa tenía más fuerza que la contra-narrativa, y así quedó el poso en el ciudadano.

El personaje de Dr. House 
como prototipo del nuevo yonqui.

No fue el único pero sí el primero que claramente hacía alarde de usar drogas, especialmente opioides de farmacia, pero no dudaba en usar otras consigo mismo o con otros para los más variados propósitos (desde “research chemicals” a heroína, de hongos psilocibe a ketamina). 




Esta versión médica de Sherlock Holmes -que había sustituido la cocaína inyectada del novelesco detective por las pastillas de farmacia- nos presentaba a un hombre con dolores físicos derivados de un trauma muscular, que había hecho del ser borde y desagradable una forma de vida. Por supuesto, ser un gilipollas no da de comer, así que esa mala actitud se encajaba en un perfil de personaje único con capacidades únicas razonando, que salvaba vidas mientras la suya la calmaba a base de pastillas narcóticas y rompecabezas. Un adicto de alta funcionalidad que, a pesar de su discapacidad motora, era capaz de seducir a las mujeres más bellas que paseaban por su campo visual. ¿Acaso no es un personaje que lo tiene todo como anti-héroe romántico?

Si nos fijamos un poco en las características del personaje, bien podría ser el Doctor Halsted en su siglo XIX, cuya relación con las drogas no fue un impedimento para su alta funcionalidad y para que se le deban creaciones y protocolos que han salvado millones de vidas, en el campo de la medicina. Pero si bien Halsted supo reconducir sus apetitos -una vez que se topó con la horma de su zapato como cocaína en vena- y ser un médico que sólo destacaba por su trabajo, en el caso del Doctor House esto no era así; su sello identificativo -tanto como su bastón- era también la transgresión verbal y la provocación por encima de las normas convencionales de relación social. A ese personaje usuario de drogas le unían ese “estar por encima de las leyes” y una notable falta de “responsabilidad”: estaban dibujando al neo-yonqui de los años 2000 en USA.

Pero no podemos echar la culpa de todo un constructo social (como el del modelo dominante de yonqui) a una sola película o serie. En cierta manera, la serie de House MD que comenzó en el año 2004, mostró durante varias temporadas -que duraron hasta el año 2012- el cambio en la percepción social de las drogas y el nuevo patrón de usuarios: personajes blancos de clase media o media-alta, adictos de opioides de farmacia, eran los principales consumidores de drogas en la serie.




También en “Breaking Bad” (2008-2012) pudimos ver un nuevo paradigma del usuario de drogas, que correspondía al de la zona más rural de los USA, donde la fabricación casera de metanfetamina es el principal vector de uso de drogas ilegales y donde la adopción de los opioides resultó superior a otras partes del país. En esta serie -si bien existe una fuerte presencia “latina” que tiene lógica temática- se vuelve a desdibujar ese retrato del joven negro como principal usuario de drogas, y se apunta a usuarios de raza blanca como impulsores de la demanda (y del comercio) de la metanfetamina en USA.

Debemos recordar en este punto que en USA el consumo de alcohol es algo vetado hasta los 21 años de edad y que no existían otras drogas legales que pudieran ser adquiridas con normalidad. Esto tiene cierta importancia al evaluar cómo muchos grupos de jóvenes -de buena familia- se juntaban para colocarse con las pastillas que les habían robado a sus padres del botiquín o la mesita de noche. 

Prácticamente en todas las casas de las personas que -por su status- podían permitirse tener una correcta atención médica, encontrábamos las mismas cosas que podíamos encontrar en España, recetadas sin especial problema, y alguna más. En lugar de Trankimazin se llama Xanax, en lugar de Stilnox se llama Ambien, y otras como el Valium se llaman igual. A la vez, a los jóvenes en USA se les medica en el contexto escolar -doping cognitivo, doping escolar- con los fármacos "anfetamínicos" del TDAH o Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad, casi por rutina.




Para muchos padres, la pregunta no era si a su hijo le hacía falta una droga para funcionar con normalidad, sino si darle una droga le iba a hacer rendir mejor en el competitivo entorno de los estudiantes. De esa forma, y con muchos profesores apoyándolo ciegamente porque les hace más cómodas las clases, los chicos tenían en su medio -entre iguales- acceso al Ritalin (metilfenidato) y al Adderall (anfetamina y dextro-anfetamina); ambos compuestos son estimulantes dopaminérgicos como lo es la cocaína, pero más potentes y duraderos. Y en ese contexto de “botiquines escolares” llenos de anfetaminas y “botiquines caseros” llenos de calmantes, cayeron los opioides (el equivalente en pastillas a la heroína). Todo esto en manos de personas cuyo contacto con cualquier embriagante está legalmente prohibido hasta los 21 años de edad, era un canto a la catástrofe.

Muchos de los ahora consumidores problemáticos de opioides en USA eran chicos y chicas, de familias sin otras problemáticas notables, que comenzaron hace 10 o 15 años, cuando los opioides eran extremadamente ubicuos y estaban -prácticamente- en todas las casas del país donde hubiera un adulto mayor de 35 o 40 años que tuviera una buena atención médica en su seguro. 

Y cuesta un poco culparles por ayudarse en su día a día con el consumo de una droga como los opioides cuando, en su etapa escolar, les trufaron a fármacos para mejorar su rendimiento y les sometieron a una presión impropia para jóvenes en desarrollo. Desde niños, aprendieron a solucionar con pastillas (desde la normalidad y la legalidad del acto) y ese aprendizaje no es nada fácil de revertir.


La abuelita yonqui y blanquita.

La imagen que dejó patente que el paradigma del yonqui -en USA- había cambiado, hasta abarcar grupos y edades que nunca antes habían tenido comportamientos de búsqueda de drogas, fue esta: una pareja de raza blanca por encima de los 50 años de edad, aparecían en un coche casi inconscientes. En el coche (además de las dos personas que necesitaban atención médica urgente) había un niño de menos de 10 años de edad, en el asiento trasero, observando todo.

¿Qué hicieron los dos policías que atendieron ese aviso? Pues en lugar de prestar los cuidados de primeros auxilios necesarios mientras llegaban los servicios médicos, se divirtieron cogiendo a la mujer por los pelos desde atrás, y levantando su cabeza para poder hacerle fotografías que no tardaron en subir a las redes sociales, buscando el escarnio público. Y por desgracia, funcionó...




La gente olvidó de golpe los derechos de ese menor de edad, cuya imagen sin ningún tipo de protección se divulgó y es accesible ya para siempre. La gente olvidó -también- que esas personas que estaban inconscientes, podían estarlo por muchos motivos distintos y no todos ilegales (como otros casos conocidos). Y la gente ni siquiera pensó que, aunque fuera cierto lo que se presumía de aquella escena, todas esas personas tenían derecho a que su intimidad se viera respetada y a no sufrir un castigo (que no estuviera dictado judicialmente) por decisión de una pareja de policías.

No sólo en USA se olvidaron de todas esas cosas. En España, el periódico que dio la noticia con más bombo fue “El Confidencial”. El título que le pusieron fue “La historia tras la foto de los padres yonquis que escandaliza USA”, y se quedaron tan a gusto. Llamar en un titular yonquis a unos supuestos consumidores de drogas, parecía estar justificado como ensañamiento por el hecho de que tenían a un niño con ellos (que en realidad era el nieto de la mujer, su abuela que lo cuidaba mientras la madre trabajaba, pero nunca se molestaron en conocer realmente la historia).

Me pareció un abordaje ofensivo -además de totalmente falto de respeto para el menor- y así se lo hice ver, mediante un tuit, a los responsables de dicho medio. Sólo entonces, tras mi recriminación a su titular, decidieron cambiarlo; pasaron en un golpe de click de ser “padres yonquis” a ser “padres con sobredosis de opiáceos”.




A nadie más pareció molestarle y la noticia nunca llegó a ser lo vergonzoso que aquella pareja de policías habían hecho, con aquellos seres humanos que necesitaban ayuda urgente.

El cambio de paradigma, con toda su drogofobia y estigma, estaba ya servido.

domingo, 30 de diciembre de 2007

"Heroína", la otra historia. Entrevista a Eduardo Hidalgo Downing.

Acabo de terminar de ver la última gran película del año, "American Gangster". Con un par de buenos actores como Denzel Washington y Russell Crowe, Ridley Scott nos cuenta un trozo de historia real, de como eran los años 70 en el Harlem neoyorquino de las bandas, mafias, y sobre todo de como se repartió el pastel de la heroína en ese lugar, que durante un tiempo dominó un hombre con buenas ideas llamado Frank Lucas.

Digo buenas ideas, porque mientras la mafia de los USA conseguía la heroína de la CIA que se financiaba así aprovechando la guerra de Vietnam y sus contactos posteriores, este hombre se fue directamente a comprarla a sus productores al sudeste asiático. Eliminó la cadena de intermediarios que encarecía y degradaba el producto que les era vendido prácticamente por la misma policía que luego les detenía.

El resultado fue que eliminó la competencia, vendiendo una heroína con "marca registrada", llamada Blue Magic, que tenía el doble de pureza y la mitad de precio. Es decir, cuatro veces mejor.
Un policía de esos que hace mucho que no se ven, se empeñó en no dejarse comprar, y acabó dándole caza. Se llamaba Richie Roberts, y cuando atrapó a Lucas, y dejándole sin negocio le forzó a cooperar con él, resultó que tuvieron que procesar y condenar al 75% de los policías de (anti-)narcóticos de la ciudad de Nueva York (la actual D.E.A.).

Ya entonces era algo evidente que todo aquello que era prohibido y al mismo tiempo apetito humano, estaba destinado a ser la fuente de ingresos de los que se atrevieran a cruzar la barrera de la ley.
Y que su dinero, era infinitamente más poderoso que los recursos de los organismos estatales.
De hecho, la heroína de Lucas se la traía el ejército de los USA en los ataúdes de los soldados muertos. ¿Alguien está pensando en Iraq o Afganistán? No, eso sería imposible hoy día... ¿verdad?

Todo país occidental ha tenido una época de relación con esta sustancia, más o menos en esos años o posteriores, y el tratamiento que se le dio a esta situación, sirvió para grabar en el imaginario colectivo una imagen de la droga, siempre como ente inespecífico, que aún hoy perdura y se ha transmitido incluso a personas que han nacido años después de esa supuesta epidemia.
Fue la época de la desinformación absoluta y el miedo, del que se aprovecharon tanto los yonkis que explotaron como nadie el papel de víctima, como los estados para implantar políticas restrictivas de ciertas libertades, que dejaron de pertenecer al individuo para ser sacrificadas en nombre de un bien común:
¿Quién no recuerda a Maradona jugando los partidos CONTRA LA DROGA?

Todos conocemos más o menos una parte de la historia. O tal vez ni eso.
Muchos sólo conocen lo que les quisieron contar, y siguen aceptándolo y aplicándolo sin que medie la razón a todas las sustancias psicoactivas cuyo estatus sea ilegal.

Hasta ahora no había ningún libro que tocase el tema de la heroína y su historia, fuera y aquí, de forma completa, abordando sin ningún complejo los temas y las preguntas que casi nadie se atreve a formular, y mucho menos a mostrar con la claridad que llega a plasmar, los riesgos y los placeres, los pros y los contras, la verdad enseñando las dos caras de la moneda, el libro "Heroína" del autor que se ha prestado a contestar todas mis impertinentes preguntas.
Ahora ya lo hay, de mano de Eduardo Hidalgo Downing, el coordinador de Energy Control en Madrid y psicólogo experto en drogodependencias.

Agradezco el tiempo que me ha prestado para esta entrevista, y la sinceridad con la que ha hablado. Me parece un estupendo cierre de la temporada 2007 (y primera) de este blog, y un regalo a sus lectores que pueden conocer algunas de las peculiaridades que nos definen como personas, en este caso a alguien muy presente y activo en el panorama farmacófilo español.

Con mis mejores deseos para todos en este año que empieza, os dejo ya con la entrevista.



Ahora sí. En esta última entrada del año, tengo la oportunidad de cerrarla con el escritor del último libro (uno de ellos) que me estoy zampando. Siempre es un lujo poder preguntar a un creador por sus intenciones o motivaciones, pero en este caso, además es un drogófilo, activista, un chico malo reconvertido a adulto travieso, y el encargado de que Energy Control "Sección Madrid" siga operativa.

Aprovecho y pido disculpas a su Coordinadora General, Nuria Calzada, por haberle "quitado" el puesto en otra entrada y habérselo dado a Eduardo... cosas de mi ignorancia.


Aparte del libro de "Ketamina", y otro recién editado sobre datos de análisis y pureza de drogas en España, se ha echado pa'lante y como si le sobrase el tiempo, ha escrito una biblia sobre la "Heroína" en la que te muestra sin pudor alguno todo lo que debes saber sobre ella, todo lo que debes temer, y todo lo que buenamente puedes hacer para gestionar su uso con un máximo de placeres y un mínimo de riesgos: desde cómo desengancharse con un poco de voluntad y alguna ayuda a cómo preparar una inyección intravenosa en las mejores condiciones posibles, aparte de su historia, curiosidades, y otras mil pequeñas cosas. Como no, todos ellos editados por la Editorial Amargord.

Y esto es lo que nos ha salido:


Drogoteca (Pregunta): Dígame usted su nombre completo, para ir haciéndole la ficha.

Eduardo (Respuesta): Eduardo Hidalgo Downing.


P: ¿Qué edad tiene?

R: 37 años.


P: ¿Seguro que no me engaña? Parece mayor...

R: Es curioso que me diga eso. En mis años más duros desde el punto de vista psicoactivo la gente acostumbraba a echarme unos cuantos años de menos. En cuanto me bajé del burro me empezaron a clavar la edad o echarme unos añitos de más. Burroughs tenía una teoría un tanto peregrina sobre esto, pero al final va a resultar que el viejo loco tenía razón.


P: ¿Y cuál es su estado civil?

R: Soy soltero arrejuntao, con mi pareja y tengo un hijo.


P: ¿Y qué hay de su ocupación?

R: Trabajo como coordinador de la sede de Madrid de Energy Control.


P: Con esta foto-rápida ya nos hacemos una idea. Nada de familia tradicional, y seguramente viva en pecado y rodeado de gente que anda con drogas. ¿Cómo ha llegado a esto? ¿Cómo fue su infancia?

R: Mi infancia, como está "mandao", fue un gustazo. Era el menor de cinco hermanos (tres niñas y dos niños), con la peculiaridad de que compartía rango con mi mellizo, de modo que nunca me faltó compañía de la buena para ir explorando y conociendo el mundo. En cuanto a si era conflictivo o buenin, baste decir que nos llamaban "los monstruitos".

El primer día que fuimos a la guardería los dos organizamos una fuga masiva, sacando a todos los niños por la ventana del baño. El segundo día, según nuestro padre nos entregaba a las manos de la profesora, cada uno de nosotros se encargó de morderle oportunamente los dedos y de salir corriendo como almas que lleva el diablo. No hubo tercer día. De modo que esos primeros años los disfrutamos jugando completamente a nuestra bola, entre nosotros y con nuestro perro Timoteo (luego vendría Mocsha, la tortuga Panoramix y tantos otros...).

Más tarde llegaría el colegio, en el que seguiríamos conservando el puesto en el Top-Ten de "lo mejor de lo peor", en este caso cada cual ya con su propia identidad. La mía en concreto era la de "El Hombre Lapo", por mis buenas artes en esta ancestral técnica de defensa y ataque. En este punto he de decir que, de haber sabido dibujar, con el tiempo me hubiese encantado sacar un comic con las aventuras y desventuras de un antihéroe punk dotado con el superpoder de unos corrosivos e hiperdestructivos lapos destinados a combatir a las verdaderas fuerzas del mal y esparramar todo lo habido y por haber. Pero no sé dibujar...



P: ¡La vida nos ha librado! Menuda generación. Lo de "los monstruitos" era un apelativo muy cariñoso, ¿verdad? Y a pesar de todo le dejaron seguir estudiando...

R: Bueno, más que dejarme, llegó un punto en el que ya no tuve escapatoria. El primer día de colegio, lo recuerdo perfectamente, mi padre nos llevó a cada uno de una mano. Los dos íbamos gritando por el pasillo como energúmenos y revolviéndonos como posesos. Llegábamos tarde a clase (lo cual pasaría a convertirse en toda una costumbre). Al abrir la puerta, con todos los alumnos ya sentaditos y la profesora soltando su rollo, entramos los tres con nuestro numerito. Mi padre nos dio un buen cachete en el culo (no recuerdo ninguno más en toda mi vida), la profesora grito "¡Bravo, Bravo!" e instantáneamente se acabó la función.


P: ¿Para siempre?

R: Tampoco es eso, pero si es cierto que en el colegio cambiaron mucho las cosas. Hubo mil peleas, travesuras y notas diarias de mala conducta dirigidas a los padres, pero, en última instancia, ahí es donde mi infancia quedó estrangulada definitivamente y con ella el pequeño e inocente salvaje que llevaba dentro. De hecho, podría decirse que recuerdo a la perfección el día en que ocurrió: Fue en tercero de EGB. Estábamos todos con el uniforme, dispuestos para entrar en clase después del recreo. Yo era el último de la fila y empecé a mirar a unos niños de parvulitos que seguían jugando y jugando. Me quedé completamente absorto pensando que jamás volvería a gozar de esa libertad, que ya no había mordiscos que pegar ni ventanas por las que saltar, que me habían jodido pero bien y que ya no había vuelta atrás. De repente noté que me acariciaban el pelo. Alcé la vista y ahí estaba mi profesora, mirándome con una cara de pena y ternura que no olvidaré jamás. El resto de la clase hacía tiempo que había entrado en el aula mientras yo me había quedado en medio del patio, solo, firme, con la cabeza volteada hacia los del babi y la mirada perdida en tales oscuros pensamientos. A partir de ese día ya nada volvería a ser lo mismo…


P: Es decir, que una vez abortado todo posible plan de fuga con mordiscos y ventanas traseras, no tuvo más remedio que seguir estudiando. ¿Cómo le fue la cosa?

R: Pues como la vida misma, dando tumbos y bandazos. Terminé el graduado escolar recibiendo un premio al mejor alumno del colegio (galardón que, según tengo entendido, no se había concedido antes o al menos en muchos años, que yo sepa, vamos). En el bachillerato me fui aburriendo soberanamente, hasta llegar a sentir el desinterés más absoluto por todo lo que se cocía en el colegio. En COU seguramente fueron más los días de pellas que de asistencia a clase. Los exámenes los dejaba en blanco aunque los colegas que pilotaban me los pasaban enteritos para copiarlos.

Al final del curso la plana mayor del colegio se reunió con mis padres para comunicarles que su hijo consumía drogas. Mi progenitor me llevó a cenar por ahí, le conté que fumaba algún porrillo y bebía y todos tan tranquilos. Poco después me pegué un buen batacazo con las sustancias psicoactivas y mis consumos terminaron por ser de dominio público en la familia.



P: Entiendo, ¿y de ahí, del batacazo, el interés por la psicología?

R: Efectivamente. La verdad es que desde que iba al colegio mis planes consistían en estudiar historia y luego dedicarme a la antropología, pero el varapalo que acabo de contar me despertó el interés por la psicología y eso es lo que acabé haciendo. Al terminar me dije que no volvería a estudiar en mi vida, pero poco después cursé un master en drogodependencias. En este caso el interés venía de lejos, ya que, cuando comencé la carrera llevaba ya seis o siete años consumiendo todo lo psicoactivo que caía en mis manos. Pensé que un poco de teoría tampoco me vendría mal.


P: Y con ese curriculum de niño bueno, fue a para a Energy Control. ¿Cómo fue eso?

R: Si, allí fui a dar. Me gano la vida como coordinador de la sede de Madrid de este colectivo creado en 1997 en Barcelona por Josep Rovira y unos pacientes que acudían al centro de atención a drogodependientes de la asociación a la que pertenece EC (Asociación Bienestar y Desarrollo).

En 1999 lo fundamos en Madrid. Ese año terminé el primer curso del master en drogodependencias de la Complutense y con una compañera (Elena) decidimos poner en marcha un proyecto de reducción de riesgos en entornos festivos (con información y asesoramiento para consumidores, análisis de drogas, etc.). Fuimos por las distintas administraciones (Plan Nacional Sobre Drogas, Plan Municipal Sobre Drogas...) consultando sobre el tema de las subvenciones, hasta que entramos en contacto con la ya extinta Coordinadora de ONG's que intervienen en Drogodependencias. En esta asociación nos atendió Virginia, una chica que cuando le explicamos lo que queríamos hacer nos comentó que eso ya lo estaban haciendo en Barcelona y que ella conocía personalmente a quien lo estaba llevando a cabo y que, de hecho, esa persona (Josep Rovira) le había comentado en algún momento que estaban interesados en crear una delegación en Madrid. Así es que Virginia llamó a Josep, éste vino a vernos y, en el verano del 99, el grupo, (compuesto por Elena, su novio, Virginia, mi novia y yo), estaba ya perfectamente operativo.


P: Todo entre amigos. No suena mal. Pero, ¿Por qué dedicarle la vida laboral a un proyecto relacionado con las drogas y reducción de riesgos?

R: Quedaría muy bien si hablara de motivaciones altruistas, de la voluntad de dar respuesta a un grave problema social, de compromiso, de activismo, de salvar al mundo en general y a la juventud en particular de las garras inmisericordes de la droga… pero no soy Nacho Cano ni sigo los pasos de la Madre Teresa de Calcuta, de tal manera que, aun cuando pueda haber un poco de todo lo anterior, la razón principal de esta dedicación se remite a una cuestión tan sencilla como que no tengo más narices que currar en algo y esto es lo que más me gusta.

Estaría muy bien viajando por ahí, disfrutando eternamente de la dolce vita y haciendo obra social al estilo de cómo lo hacen los famosos, es decir, donando periódicamente diez millones de dólares a colectivos como Yonkis Sin Papelas y similares, pero no es el caso. Tengo que ganarme el pan de algún modo y el tema de las drogas me interesa en muchas de sus vertientes, por lo que, llegado el momento de tener que trabajar, pensé que al menos debería hacer un intento en esto de las "drogodependencias", y tuve suerte. De todos modos, puestos a darnos algo de autobombo por qué no afirmar que, además de suerte, también tuve la coherencia y la integridad de hacerlo según los planteamientos que a día de hoy considero más adecuados y oportunos, que no son otros que los de la reducción de riesgos. Sé de algunos que le echan bastante más morro e hipocresía a la vida.


P: Esto de la reducción de riesgos suena bien, suena como ponerse en cinturón antes de salir con el coche, o el condón antes de meterla en algún sitio, pero en su caso... ¿No cree que la reducción de riesgos es una opción minoritaria, con respecto al grupo y cantidad de consumidores de drogas "desconocidas" en su composición, dosis y adulterantes?

R: Creo que la reducción de riesgos o más exactamente la gestión de placeres y riesgos es algo que todo consumidor de drogas practica en una u otra medida. Hasta el usuario más "destroy" tiene en cuenta determinadas cosas, por mínimas que sean, para no hipotecar su integridad más de la cuenta. De igual manera que el consumidor más prudente tendrá, por necesidad si quiere ser consumidor, que asumir un cierto riesgo por mínimo que sea, si pretende disfrutar de las sustancias psicoactivas. A fin de cuentas, los usuarios de drogas no son, por término general, ni kamikaces suicidas y descerebrados ni timoratas monjitas Adoratrices del Sagrado Templo del Cuerpo Libre de Toxinas y Alcaloides.

Como digo, considero que la gestión de placeres y riesgos, la búsqueda de un equilibrio personal entre el factor seguridad y el factor gratificación que acompaña a todo consumo de drogas, es la norma, es universal entre los usuarios. De hecho, la inmensa mayoría no tiene problemas significativos con el consumo ni realiza usos marcadamente abusivos o compulsivos. Otra cuestión es que dicha gestión de placeres y riesgos podría ser más eficaz si en lugar de depender del mero sentido común y de la espontaneidad de los consumidores, fuese potenciada, favorecida, facilitada y apoyada por unas políticas sobre drogas que les aportasen la información y los medios necesarios y oportunos para ello.


P: ¿Cómo ve al grupo de consumidores de drogas actual? ¿No cree que es casi imposible explicarle a alguien que analice una sustancia, para evitar intoxicaciones, o que use material estéril, si desconocen en la práctica cosas como lo que es medir una dosis de forma segura, o las consecuencias que puede tener compartir un billete para esnifar?

R: Creo que la gente es bastante receptiva a la información que aporta respuestas a sus preguntas y que no viene acompañada del lastre de los juicios de valor -negativos, por lo general-. Opino, además, que la mayor parte de las sustancias psicoactivas son de un uso relativamente sencillo. Es decir, no creo necesaria una licenciatura específica en la Sorbona para poder manipularlas y consumirlas. Me parece que unos pocos conocimientos básicos (acompañados de una pizca de sentido común y un mínimo apego a la vida) son más que suficientes para que la inmensa mayoría de las personas puedan manejarse con ellas de manera competente. Aun así, me parece evidente que, a día de hoy, la figura del consumidor ilustrado es mucho más frecuente que antaño, y probablemente siga creciendo y expandiéndose, lo cual me parece muy positivo.

Sin embargo, ya digo que no creo necesario que todo el que tenga intención de consumir drogas deba convertirse (antes, durante o después) en un especialista en el asunto. Repito: con cuatro cosillas basta para manejarse con cierta desenvoltura y seguridad, y estas cuatro cosillas las entiende cualquiera, sólo es necesaria la voluntad de explicarlas, y mas aún si tenemos en cuenta que hasta hace tres días nadie tenía dicha voluntad, pues en estos temas no había quien quisiera ir más allá del "Simplemente Di No". Esa era toda la información sobre drogas que hace años un joven podía recibir.


P: ¿Qué porcentaje de consumidores cree que acuden a servicios de reducción riesgos y al servicio de análisis de sustancias?

R: Según mi experiencia, los consumidores que acuden a servicios de reducción de riesgos y análisis de sustancias son muchos. Evidentemente, en un estand en una fiesta no acudirá a informarse y a analizar el 100% de los asistentes, ya que es material y humanamente imposible (a no ser que sea un evento muy pequeño). Acudirá quien se tope con el estand, quien sienta la necesidad, quien tenga una demanda concreta, etc. En unos sitios será el 50%, en otros el 20% y en muchos el 2%, pero gotita a gotita, con el paso de los años, terminan acudiendo cientos de miles de usuarios. Ahora bien, en este punto he de decir que lo que no se puede esperar del consumidor de drogas es que sea un héroe del consumo responsable. Es decir, lo que no se puede hacer es concienciar a las personas sobre la necesidad de hacer determinadas cosas pero olvidarse de ofrecerles las más mínimas facilidades para que las hagan.

Esto sucedió, por ejemplo, con el tema del reciclaje, en el que una parte importante de la ciudadanía al mismo tiempo que comprendió lo oportuno del reciclado de papel se veía obligada a recorrerse medio barrio o media ciudad para encontrar un triste contenedor. Con los servicios de análisis y los estands de información y asesoramiento estamos ahora en esas condiciones: se conciencia a los usuarios sobre la responsabilidad en el consumo y sobre la importancia de analizar, pero al mismo tiempo, un fin de semana cualquiera no encontrarás más de diez estands o puestos de análisis en todo el territorio español.


P: Le ha dedicado un libro a la Ketamina, y su último monográfico sobre una sustancia, es sobre la Heroína: el santo grial de los horrores y los placeres, la droga que nos han enseñado como el paradigma de la adicción, degradación, marginalidad... todo eso a cambio de un supuesto placer indescriptible. ¿Por qué hacer una Biblia sobre esta sustancia?

R: Básicamente porque se me brindó la oportunidad de escribirla, es decir, más que nada para darme el gustazo de contar mi propia versión de los hechos. Todo un lujo, a mi modo de ver.


P: ¿Crees que los usuarios de la misma se pararían a leerla, o era por cubrir un relleno que faltaba en el panorama de publicaciones con información veraz sobre sustancias psicoactivas de consumo?

R: Dudo mucho que se convierta en el libro de mesa del consumidor de heroína. Seamos realistas: entre meterse un chute y leerse un tocho de quinientas páginas hay que ser muy freaky para decantarse por la segunda opción. No obstante es bien cierto que hay algunos capaces de compatibilizar ambas dedicaciones. En España deben ser poco menos de mil, pues las editoriales dedicadas a sacar libros sobre estos temas coinciden en afirmar que, salvo honrosas excepciones, es casi imposible vender más del millar de ejemplares de un libro sobre drogas dirigido al público usuario de las mismas.

Este escaso número de lectores podrá achacarse a mil y una cuestiones, pero personalmente considero que una de las principales guarda una relación directa con el tipo y la calidad de los libros que se les ha venido ofreciendo hasta ahora. No nos engañemos: si la gente no lee lo que se escribe en gran parte es debido a que lo que se escribe no responde a sus intereses, inquietudes y necesidades. En este sentido he de decir que tengo bien claro que mi libro sobre la heroína no es en modo alguno una excepción. A alguno le interesará y a muchísimos otros no. En última instancia, que los usuarios se paren o no a leerlo dependerá, fundamentalmente, de si consideran que su lectura les aporta o no algo de interés y utilidad, y no me cabe la menor duda de que a la mayoría les resultará un coñazo insufrible. Lo importante, en cualquier caso, es que todos habrán tenido la opción de leerlo. De nuevo, todo un lujo del que una generación entera no pudimos disfrutar, pues lo más extenso y elaborado que tuvimos ocasión de leer sobre esta sustancia fue aquel célebre "Engánchate a la Vida".


P: Como psicólogo seguramente opine y coincida conmigo, que la información no se ha de restringir, pero sí de dosificar en función de lo que cada persona puede asimilar e integrar. ¿No le asustaría que, por ejemplo siendo padre, su hijo cuando tuviera 14 años leyera esos libros, pero sólo tomase de ellos la parte que le interesase para justificar un comportamiento?

R: Los padres nos asustamos por todo, queremos mucho a nuestros hijos y quisiéramos evitarles cualquier tipo de problema y sufrimiento, de tal manera que, si la vida en general, con todas sus diversas y variadas relaciones sociales, se desarrollase en los mismos términos en que se desarrollan las relaciones padres-hijos, esto sería insufrible. Seguramente habría listas de libros prohibidos, personas prohibidas, horas prohibidas... (como de hecho los ha habido y los hay en tantos y tantos regímenes dictatoriales y autoritarios). Afortunadamente, para bien y para mal, progenitores sólo tenemos dos, los nuestros, y son más que suficientes como para, además, admitir intrusismos desleales por parte del Estado, del vecino, del amigo, del editor, del escritor o de quien sea. Es comprensible que en casa siempre vayamos a ser los hijos, los niños de nuestras mamis, aunque tengamos cincuenta tacos, pero fuera de casa lo que hemos de ser es ciudadanos, personas, unas menores de edad y otras mayores, cada cual con sus respectivos derechos y obligaciones, que no serán otros sino aquellos que dicten las leyes que todos habremos decidido que regulen nuestras vidas.

Gracias al cielo, en España no hay ley que prohíba publicar un libro sobre la heroína en la línea de la reducción de riesgos. Así que todos podemos estar tranquilos. Por otra parte, se trata de una obra para adultos, dirigida a consumidores y potenciales consumidores de jako. No tiene sentido que un niño la lea y, de hecho, si aún está por ver que se la lea algún adulto, no creo que un crío lo llegue a hacer jamás (a fin de cuentas, tienen bastante más sentido común del que creemos, de modo que, pudiendo disfrutar de Harry Potter dudo mucho que a ninguno se le ocurriese enfrascarse en la lectura de quinientas páginas sobre el jamaro, menos aún si quien las ha escrito es su propio padre).

Por último, en cuanto a la posibilidad de que el libro fuese mal interpretado en el sentido de convertirse en una carta blanca para hacer lo que a cada cual le venga en gana, he de decir que no tengo miedo ninguno. Entiendo que los lectores están en su completo derecho de obtener de él lo que les interese y de actuar en consecuencia. Que consuman o que no, que lo hagan así o asá, es su decisión. Yo he tratado de exponer los modos más seguros y menos problemáticos de consumir, pero no soy quien para pontificar sobre como cada cual ha de gestionar su vida o sobre como ha de tomar esta o aquella sustancia. Es su vida, que hagan con ella lo que quieran, que, siempre y cuando no comprometan la integridad y el bienestar de los demás, no creo que tengan que justificarse ante nadie por sus comportamientos, y menos aún ante mí, pues, a fin de cuentas, para bien y para mal, no son mis hijos.


P: Bien, pero ¿qué hay del riesgo de despertar curiosidades y apetitos en quien antes no los tenía? Además, en cierto sentido estos libros pueden ser peligrosos dependiendo de en qué manos caigan y de cómo interpreten las cosas, sobre todo si se tiene 14 años, aunque según la persona también siendo más mayorcito.

R: De entrada, considero que las curiosidades suelen despertarse de formas más sutiles y livianas, por ejemplo, mediante alusiones en películas, en los medios de comunicación, en libros en los que determinado tema es tratado de forma tangencial, en la calle, en conversaciones con amigos y conocidos... No creo que sean muchos los que así, a bocajarro, se leen un mamotreto sobre una cuestión respecto a la cual jamás habían tenido interés alguno. Es decir, me parece que, para leer un libro como el de Heroína de la Colección Psiconáutica, ha de existir un interés previo por la sustancia en concreto o por las drogas en general. Es cierto, no obstante, que podría tratarse de un interés meramente intelectual, y que la lectura llegase a despertar el apetito de pasar de la teoría a la práctica. ¿Y qué? No veo el problema. Personalmente no tengo intención alguna de hacer proselitismo del consumo de drogas y creo que nunca lo he hecho, pero tampoco veo nada negativo en que a alguien se le despierte la curiosidad de tomarlas. Me parece que este es un miedo exagerado y del que todos deberíamos liberarnos de una vez por todas. Quienes practican, hablan y escriben sobre otras actividades tan placenteras y peligrosas como el consumo de muchas drogas (escalada, parapente, esquí...), no tienen reparo alguno en despertar curiosidades, apetitos y aficiones. No veo porqué en este caso tuviese que ser distinto.

Por otra parte, resulta evidente que el uso de sustancias psicoactivas puede resultar muy peligroso, una vez más, como hacer parapente o escalar. Es por ello, de hecho, que los libros de la Colección Psiconáutica dedican buena parte de su contenido a exponer las claves del consumo de menor riesgo (y mayor placer). Es decir, la intención, precisamente, es la de evitar problemas a los usuarios y a los potenciales usuarios, lo cual no excluye la posibilidad de que algunos de ellos acaben pasando serias dificultades, como también las pasarán algunos de los que practiquen escalada y se hayan ocupado de informarse a fondo en los manuales oportunos. Así es la vida.

Por último, en cuanto a los infantes, coincido plenamente en que la información ha de suministrarse de modo acorde a la edad de la persona. Igual que no tiene sentido explicar a un niño de 12 años los secretos del fist-fucking o las muchas posibilidades del gang-bang, tampoco lo tiene explicarle al detalle como ha de prepararse un chute de heroína. Es por ello que estos libros están dirigidos a un público adulto. Si viese a mi hijo leerlo con 14 años, no me haría mucha gracia, opinaría que le viene grande y así se lo haría saber, de modo que le diría que si le interesan las drogas, sería más adecuado que fuese leyendo otras cosas y éste lo dejara para más tarde. Si aún así quisiera leerlo, me encargaría de comentárselo y explicárselo pasito a pasito. En última instancia, si mi hijo, con la edad que fuera, estuviese interesado en documentarse extensamente sobre la heroína, preferiría que lo hiciera con mi libro en lugar de con cualquier otro.

De todos modos, considero que el miedo a que los niños y adolescentes lean y escuchen estas cosas es otro de los muchos miedos de los que deberíamos desprendernos inmediatamente. Dejemos ya de engañarnos: los niños de 14 años ni consumen jako ni leen libros de 500 páginas sobre el jako. Estas son cosas de adultos, y como tal permitámonos, de una vez, hablar de ellas entre nosotros, con naturalidad, con sinceridad, con tranquilidad y sin miedos ni complejos.


P: Si piensa que le voy a preguntar cuándo va a sacar un libro sobre el fist-fucking, va usted apañado. Ahora que le hemos dado un repaso a la obra, vamos a ver que nos cuenta del autor. ¿Que personaje histórico le gustaría conocer? ¿Y cuál es la razón?

R: Pues me encantaría compartir un ratillo, en su medio y su momento, con Lucy, la australopithecus, o acompañar durante un trecho de su marcha a los tres de Laetoli. En ambos casos por aquello del apego a la familia, por conocer a los recontratatarabuelos.

Desde niño me interesó la paleontología y, aunque es una afición que actualmente cultivo poco (aún cuando es posible que en cualquier momento la retome en plan dominguero) es algo que sigue despertando mi curiosidad. Creo que aprendería y disfrutaría mucho más compartiendo unas horas con estos homínidos que con cualquier otro personaje histórico. Me desvelarían muchos más interrogantes, aunque sólo fuera por la sencilla razón de que las obras, circunstancias y modos de vida de la prehistoria están bastante menos documentados que los de la historia.


P: ¿Y personaje vivo?

R: Pues, sinceramente, no me muero por conocer a nadie en concreto. De una parte soy muy poco mitómano y, de otra, creo que lo mejor de los grandes mitos ya lo conocemos por sus obras. Lo que hay detrás de ellas son personas, más o menos majas y agradables. Me encantaría seguir conociendo a muchas, sobre todo de éste último tipo, pero en principio, me es indiferente el relieve histórico que tengan.


P: ¿Que libro cree que le ha influido más en su vida? ¿Por qué?

R: Supongo que el que más me ha influido, como a medio mundo, ha sido la Biblia, aun cuando, yo mismo, como medio mundo, no la haya leído, pero es indudable que los pocos que se le la leyeron se encargaron pero que muy bien de que nos influyera a todos. Curiosamente, además y a pesar de mi enciclopédica incultura religiosa, es, de lejos, el libro que más cito. Me encanta soltar esas frases demoledoras y trasnochadas ("parirás con dolor y servirás a tu marido"), esa lírica punk al estilo de La Banda Trapera del Río ("fornicarán los gatos y los perros"), y ese manejo del lenguaje gracias al cual hasta lo más nimio adquiere una resonancia especial ("Pedid y os será dado"). Aparte de esta obra magna no consigo identificar un libro que me haya marcado especialmente (seguramente sea debido a que no he leído lo suficiente), aun cuando son muchos los que me han gustado. En su momento libros de aventuras amazónicas, como "I Fiumi Scendevano a Oriente" (no sé el título en español), de Leonard Clark, o las expediciones por Papúa del controvertido Heinrich Harrer (Vengo de la Edad de Piedra). Más tarde obras como "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero" (Oliver Sacks) o "Leopardo al sol" (Laura Restrepo), por citar algunos…


P: ¿Cuál lee ahora o el cual es el último leído?

R: Estoy terminando "Blanca Doble: Los cuentos de la cocaína", de un amigo, José María de la Quintana, y el último que he leído es "El Derecho a la Ebriedad" (Manifiesto libertario contra la prohibición), de un simpático y reciente conocido, Javier Esteban.


P: Si se tuviera que definir, presentar o explicar quién o cómo es, ¿qué pieza musical o que canción usaría?

R: Me parece una labor complicadísima, no obstante estoy de suerte: hace poco me enviaron un mail en el que tenía que ir apuntando canciones, animales, personas, etc. Luego, al final del mensaje, cada respuesta quedaba asociada con un aspecto de la vida: tu relación con los demás, con tu pareja... y una de ellas era, precisamente, la definición de lo que era uno mismo y su vida. En mi caso, al parecer, todo quedaba resumido en la canción "Necesito Droga y Amor" (Extremoduro). En cierto modo podríamos darla por buena, a fin de cuentas el título no deja de reflejar dos motivaciones vitales que en mi caso han tenido y tienen una relevancia primordial.


P: ¿Cuál cree que será el status de las hoy ilegales drogas en 50 años?

R: Difícil respuesta. Ni siquiera Nostradamus quiso mojarse en este tema. De todos modos, echándole un poco de cuento e imaginación cabría considerar que, de una parte, cincuenta son muchos años, y de otra, que la situación actual está llegando a rozar lo insostenible, de modo que no me extrañaría lo más mínimo que para entonces, e incluso para mucho antes, la producción, distribución y venta de las sustancias psicoactivas hoy prohibidas y más habitualmente consumidas pasase de estar en manos de redes mafiosas y criminales a estar regulada por el Estado en cualquiera de las muchas fórmulas posibles.


P: ¿Cuál es su droga de consumo favorita? ¿Por qué?

R: Mi droga favorita es el alcohol. Me parece muy versátil. A lo largo de mi vida he tenido otras drogas favoritas (los porros, la LSD, la heroína...), pero algunas ya no las tomo o las tomo muy poco, unas me sientan mal, otras me han cansado, otras las sigo tomando, pero el alcohol siempre está ahí. Es cierto que para grandes ocasiones prefiero acompañarla de otros aditivos, pero como digo, debido a su versatilidad, si me dijeran que mañana desaparecerían todas las drogas del mundo a excepción de una que yo escogiera, elegiría, sin dudarlo, el alcohol (y si puede ser whisky, mejor).


P: Por último, ¿si le pidiera un consejo genérico una persona que empieza a interesarse por la alteración de la conciencia mediante psicoactivos (cualesquiera), qué le diría que más le pudiera ayudar en ese camino? ¿Cuál sería su consejo?

R: Aparte de lo obvio: informarse, manejar bien las dosis y el espaciamiento de las tomas, cuidar los contextos de consumo, estar atento a las señales de alarma, observar la evolución del consumo, estar presto a corregir posibles desvaríos...

Le diría que se guiase por sus propios gustos e intereses y, sobre todo, que escuchase a su propio cuerpo y a sus reacciones, fundamentalmente cuando las cosas se tuercen de una u otra forma, ya que, independientemente de lo que digan los expertos y los eruditos, sean de la tendencia que sean, si por ejemplo, uno mismo siente que los porros le rallan o que la MDMA le deja empanao, creo que es a su propio cuerpo a quien debería hacer caso, por mucho que toda una pila de estudios a doble ciego hayan sido incapaces de relacionar lo que a él le pasa con la sustancia que consume.

Eso sí, mucho cuidado también con tragarse a pies juntillas la galería de horrores que a diario se nos vende desde los medios de comunicación y las instituciones preventivas al uso como si fueran el pan nuestro de cada día en lo que a la toma de drogas de refiere.


P: Llegó el final. ¿Le apetece saludar o enviarle un mensaje a alguien por si le está leyendo?

R: Pues ya que me da lo oportunidad no la dejaré pasar. Si hay alguien que, sin falta, leerá esta entrevista, no podrá ser otro que el ubicuo y omnipresente cibervigilante DDAA, de modo que aprovecho para felicitarle las navidades y para volverle a preguntar lo que en privado no ha querido contestarme (va sin acritudes, que ya sé que es norma de la casa): Querido, ¿Te ha llegado el libro que te comenté o te lo hago llegar para Reyes?

Por lo demás, mil gracias a usted, Symposion, por concederme esta entrevista, por sus amables atenciones, por su paciencia, su buen rollito y por sus interesantes conversaciones privadas. Enhorabuena por su estupendo blog. Le deseo lo mejor.

Fin.


Sangre y sudor nos costó sacar tiempo y terminarla, pero ha sido muy interesante (al menos para mi, y espero que para los demás también). Y ya veo que no tengo que preocuparme cuando DDAA tarda 15 días en contestar un email.
Muchas gracias Eduardo por tus palabras y tus buenos deseos.
Suerte con todo, y con el libro también. Y ya que son Reyes en breve, gastaos los dineros en algo interesante, y que cuando menos, os aportará una visión totalmente distinta de ese "fantasma de la droga" que algunos, como el señor Megías desde la FAD, apuesta por resucitar.