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jueves, 13 de octubre de 2022

Sexo y drogas: afrodisíacos

Desde que el ser humano tiene consciencia de su existencia, limitada temporalmente y regida en buena parte por la búsqueda del placer, ha separado la sexualidad de la procreación.
De forma diferente que casi todos los animales, que buscan o aceptan relaciones sexuales como vía para perpetuar su especie, nosotros y unos pocos animales evolutivamente avanzados, como algunos primates y los delfines, tenemos una conciencia del placer sexual, que buscamos de forma activa y no dependiente de su función biológica.

Sabemos que tras las necesidades básicas de supervivencia, como el respirar, beber y comer, tenemos una serie de necesidades igualmente importantes para el desarrollo de la persona.
Son las necesidades de relación, a todos los niveles, como la del lenguaje, la de sentirse parte de un grupo, la del contacto físico, y las relaciones sexuales que implican intimidad y placer.




No puedo ponerme a analizar lo que ha sido el sexo en cada momento histórico, las prohibiciones que han pesado (y pesan) sobre él o el uso ritual que se le ha dado en cada momento y cultura.
Pero todas las culturas y las épocas, parecen tener en común un hecho: han buscado afrodisíacos. Podían ser comestibles o bebibles, objetos, o actos mágicos. Pero han agradecido la existencia de esas etéreas ayudas que les permitían mejorar su deseo sexual o la realización de sus actos.
El origen del término "afrodisíaco" se encuentra en la dios griega Afrodita, diosa de la lujuria, la belleza y el amor carnal.

Hace poco ha caído en mis manos el libro "Las plantas de Venus" (Venus es la equivalente romana de Afrodita), que está editado por Ediciones Cañamo, y ha resultado decepcionante su lectura. Podría ser un libro que hiciera un repaso histórico del uso de ciertas plantas, o un manual de uso de las opciones actuales, para aquellos que quieran probar las posibilidades vegetales que se nombran. Pero no es más que un compendio de algunas plantas que por una u otra razón, se les han atribuido poderes afrodisíacos a lo largo de la historia. No sirve pues como guía para el uso, ya que no habla de como usar ni de las dosis a emplear de manera que pudieran ser útiles.
Por si eso no bastase, el libro incluye algunas plantas que son bastante peligrosas de usar, porque más que otra cosa son tóxicas y mortales si uno se excede en la dosis (casi todas solanáceas). Y no parece seguir más que la lógica ya mencionada, la de nombrar y comentar por encima algo sobre cada planta, ya que mezcla en su oferta de plantas afrodisíacas vegetales que sus principios activos son totalmente opuestos: narcóticos como el de la adormidera del opio, estimulantes como los de la efedra y la coca, psiquedélicos como el del san pedro o las semillas que contienen ergina o amida del ácido lisérgico, y alucinógenos puros como los del estramonio.

Si un farmacólogo ve el orden que sigue el libro, diría que no tiene ni pies ni cabeza, al ofrecer sustancias tan dispares para conseguir un mayor deseo sexual o una mayor potencia. Y así es.
Pero a lo largo de la historia se le han atribuido propiedades afrodisíacas a todo aquello que fuera capaz de provocar un cambio mayor o menor en nuestra conciencia, en nuestros sistemas psíquicos de autocontrol o en nuestra percepción.

¿Por qué esto es así?
Pues porque a falta de conocer con precisión cuales son los mecanismos que regulan nuestro deseo y nuestro impulso sexual, podía servir casi cualquier cosa que provocase un efecto y que nosotros creyéramos que dicho efecto nos convertiría en dioses del sexo. Es decir, casi todas ellas han funcionado en algún momento y con alguna persona, por ser un placebo que químicamente estaba apoyado por un ligero efecto sobre nuestra psique.

Sería arriesgado decir que no existe ningún afrodisíaco en realidad, más que la propia creencia de que existe. Pero aunque es arriesgado, no está lejos de ser verdad del todo.

Si atendemos a nuestra cultura actual, el mayor afrodisíaco es el alcohol, que se toma con facilidad en cualquier evento social y que cumple además la función de ser una especie de lubricante social. Dadas las características complejas de los efectos del alcohol en nuestro cuerpo, que incluyen desde una leve alegría, a una efervescente exaltación de la amistad, y puede acabar con una perdida de control y desinhibición total, puede a algunas personas resultarles un afrodisíaco.
A una persona reprimida y tímida, que desea tener relaciones sexuales pero lo reprime por vergüenza o por otras cuestiones culturales, tal vez dos o tres copas de vino pueden hacerle saltar por encima de esas barreras autoimpuestas. No es la mejor manera, ya que al día siguiente recordará lo que ha hecho, y sera presa de la culpa ante su propio "pecado".
A una persona que le falte autoestima, tal vez bajo los efectos de un estimulante como la anfetamina o la cocaína, se pueda creer durante unas horas el rey de la pista, y sus actos más arriesgados o atrevidos pueden brindarle una noche de conquista, pero no hacen del estimulante un afrodisíaco.
Aunque no hay que olvidar, que esa "temeridad", puede tener consecuencias dependiendo del grado alcanzado, y una muy común es la de tener relaciones sexuales sin protección.
Así podríamos seguir con cada tipología de persona, y la sustancia que dada su barrera o bloqueo, podría ayudarle a lograr los favores de Afrodita, o más bien los favores de una súper breve terapia de autoayuda que le permitan superar los distintos miedos.

¿Quiere eso decir que no hay afrodisíacos de verdad? ¿Que no existen sustancias que si alguien las tomase se convirtiera en una persona ardorosa, excitada y abierta a cualquier relación sexual que pueda saciar ese desbocado apetito despierto?
Pues no. No los hay.
Al menos si entendemos de esa forma lo que es un afrodisíaco.

Alguien podría decirme que no es cierto, que sí que existe... y ponerme como ejemplo la famosa Viagra. En el mejor de los casos, le dará al varón una erección fuerte y duradera. Pero no le dará ni afectará en modo alguno al deseo sexual que pueda tener. No le excitará, ni le volverá ardoroso.

Si hablamos de Afrodita, no hablamos de tener un "músculo" duro. Hablamos de encender la pasión de alguien, o de una pareja que quiere un estímulo nuevo. Si los párrafos anteriores han logrado convencer al lector de que no existe la "cachondina" de las leyendas urbanas, podrá sacar algo provechoso de los siguientes.

Cada persona es un mundo, fisiológicamente, psicológicamente, y emocionalmente. Y si una pareja son dos personas, eso casi se convierte en tres mundos. No, la cuenta está bien echada.
Una pareja son dos personas con sus dos mundos, más un tercero que es el resultado de esa relación. De hecho, en diferentes relaciones con diferentes parejas, adoptamos diferentes roles.
Y no sería raro que lo que en una pareja nos excita, en otra pareja nos pueda dejar en "fuera de juego".

Cada pareja, en atención a lo que es y a sus integrantes, debería buscar sus propios afrodisíacos. Pero por norma, ni estimulantes ni narcóticos, ni enteógenos ni delirógenos, servirán para ese fin.

Hay una curiosa excepción a la que quería llegar.
Hay algunas sustancias, y alguna planta cuyos principios activos han sido calificados como entactógenos. ¿Qué quiere decir eso? La definición del término es algo así como "generadores de contacto profundo entre sujetos". Hablando en plata, producen un efecto en el que la persona busca el contacto profundo (psicológicamente hablando) con los demás.
Son la familia de la MDMA, que es la que mejor reproduce esos efectos.
No son enteógenos ya que no producen modificaciones de la percepción ni cambios anímicos tan fuertes e impredecibles como los que podría provocar la LSD o la mescalina.
Pero bajo su efecto ocurren ciertos cambios: eliminan la ansiedad, favorecen la comunicación, la confianza, la formación de lazos, y convierten el contacto físico en una experiencia muy grata, ya que se percibe de una forma diferente. Se podría decir que son las drogas del amor químico.
Aunque se ha promocionado el éxtasis o MDMA como un afrodisíaco genital, esto no es cierto.
No sólo no ayuda a conseguir una buena erección en el hombre, sino que la dificulta, y también hace difícil o imposible el alcanzar el orgasmo.

Una pena, ¿no?
Digamos que estas sustancias hacen que se generen momentos de una intimidad especial y casi mágica con las personas con las que la compartimos, y si esa persona es de otro sexo y nos resulta atractiva, las posibilidades de que se busque un encuentro físico, aumentan espectacularmente. Como todo, eso depende mucho el contexto, pero el efecto subjetivo facilita ese halo de "noche mágica" si las dos personas buscan un experiencia de comunicación más profunda, o un nuevo enfoque tal vez en sus relaciones.

Lo ideal en un afrodisíaco es que fuera capaz de unir esa sensación de deseo por el otro, junto a una estimulación sexual aumentada, o al menos, no limitada. Pero en este caso, no es tan simple como tomar una Viagra y tener una erección, sino que la experiencia con MDMA te hace pasar por una compleja observación de ti mismo, y no puede ser usada como algo para un "aquí te pillo y aquí te mato".
Existe una sustancia, creada por Shulgin en 1974 que produce un estado de alteración de la percepción, a dosis bajas parece resultar un entactógeno, y no sólo no molesta a los mecanismos sexuales del hombre para la erección y el orgasmo, sino que los potencia tanto en hombre como en mujer. Es la llamada 2C-B, que también existe en el mercado negro, y de la que otro día hablaré con más dedicación.

En el ámbito de lo vegetal, parece que los efectos de algunos Lotos y Nenúfares resultan también unos efectos muy agradables, suaves y que favorecen la comunicación y la intimidad, sobre todo si van con una pequeña dosis de alcohol, o macerados en un vino.
Pero este es un terreno del que aún se sabe poco, y no parece que haya interés en investigar ahí, así que la información procede de las experiencias de las personas que lo prueban.

En cualquier caso, ni bajo el efecto de la droga más avanzada, una persona conseguiría que otra que no le presta atención o no es de su agrado, se vuelva loca de deseo y sacie su apetito con quien sin droga no lo haría.
Seguramente y por mucho que se avance en este campo, no existirá nunca mejor afrodisíaco que el tener una buena autoestima, una agradable conversación, ser detallista y cuidadoso, y sobre todo nunca perder el sentido del juego y la provocación inteligente.

Quien pretenda cambiar la seducción por una pastilla, seguirá condenado al fracaso. Y siempre teniendo en cuenta que hacer que una persona tome CUALQUIER SUSTANCIA sin su conocimiento y su consentimiento, es un acto repugnante, cobarde, y con suerte penalmente sancionado.


P.S.: Aprovecho la ocasión para preguntaros a vosotros, los que leéis este blog, ¿cuáles son vuestros afrodisíacos preferidos? ¿alguna sustancia? ¿algún alimento?
Podéis dejar vuestras ideas y respuestas como un comentario más, pinchando en el link para comentarios al final de este texto.

jueves, 1 de febrero de 2018

Amarna Miller; "Porno, drogas y feminismo" (Making of)

Este texto fue publicado en la edición en papel de la revista Cannabis Magazine, y posteriormente colgado en su web. Llevaba tiempo interesado por la figura de Amarna Miller y había leído mucho sobre ella, pero una noche en la que lanzó una imagen en apoyo a Podemos, se me presentó la oportunidad y le solicité una entrevista. Ella accedió amablemente y luego todo vino rodado.

Personalmente la considero una mala entrevista. No por Amarna, quien fue un placer en su trato atento y delicado, sino por mí. En esos días tuve que enfrentar una serie de asuntos personales muy serios que no me dejaron estar tan atento al trabajo como me hubiera gustado, y eso se plasmó en la entrevista.

Sin embargo, eso no fue lo más curioso. Lo fue el hecho de que Amarna saliera "desnuda" en la portada de la revista en cuestión. A mí se me acusó de ir a por lo fácil y de hacer machista al medio, al director se le acusó de lo mismo prácticamente por "consentir" esa portada. La realidad es que ni él ni yo teníamos nada que ver con la portada, que fue algo entre el editor (dueño) del medio y la actriz entrevistada.

A mí que saliera Amarna desnuda o no, me daba igual (en realidad, prefería que no saliera desnuda pero entendía que dado quién era y su trabajo, no tendría nada de extraño que así fuera). Pero jamás se me ocurriría cuestionarla si en su libertad ella quería salir desnuda y si el medio quería publicarlo. Debo añadir que los ataques vinieron -todos sin excepción en mi caso- de la mano de mujeres que nos acusaban de machistas a todos, Amarna incluída.

Fue la primera vez que encontré ese adjetivo puesto sobre mi persona o sobre un trabajo mío, y era porque una mujer optaba libremente por mostrarse desnuda en la portada de un medio que la entrevistaba: aprendizaje en caliente que no tardó -desgraciadamente- en ampliarse.

Yo desde aquí quiero agradecer a Amarna su disposición -entonces y ahora- a la entrevista y lo fácil que hizo todo, a pesar de haber sido una mala época mía y por permitirme usar cualquier de las imágenes de ese trabajo a excepción de las que sale desnuda (las que menos falta hacen a mi juicio).

Especialmente quiero darle las gracias por "haber salido del armario cannábico" de mi mano, por decirlo de alguna forma, y haber dado un paso público que ayuda visiblemente a la normalización del uso de drogas.

Y también al director del medio, que apostó por la idea cuando se la presenté -y que luego la empresa siguió utilizando, ya que llevó a la actriz a la feria Spannabis a hablar sobre los mismos temas- y que la defendió dando la cara y con argumentos. Eso, que puede parecer lo lógico y lo correcto, es algo poco frecuente y que, en ocasiones, puede llevar una fuerte sanción (por dar la cara por un personaje con el que "es mejor no relacionarse por su mala fama").

Sin más, ahí va la entrevista y algunas de las fotos que Amarna hizo para dicha ocasión.




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Drogoteca entrevista a Amarna Miller.


Unos tiernos pies, proporcionados y de algodón, se embocan en dos firmes columnas –acabadas como nalgas de ensueño y como monte púbico, elevados a objeto de deseo público– que fluyen siendo el más apetecible apotema hasta la locura de su ombligo. 

Si ya totalmente aturdidos, somos capaces de salir de allí, encontramos una meseta lujuriosa que amenaza con los dos picos de sus pechos, insultantemente rebeldes e insumisos a la gravedad. Coronando alguna de las dos rosadas cimas, se gana el derecho a conocer el rostro del pecado sobre el que camina este recorrido. 

Un rostro, que oscila entre lo beatífico y lo diabólico, contiene las piedras preciosas de la belleza voluptuosa e inteligente de esta mujer. Labios por los que morir ardiendo y el lago azul –profundo e inquietante– de sus ojos en desafiante contraste con las olas del mar de su pelo rojo, revelan el nombre del secreto:

 Amarna Miller.
por Drogoteca



Esta orgullosa madrileña de 25 años de edad lleva trabajando en el cine porno desde los 19 años, habiendo conseguido –aparte de todo tipo de premios y reconocimientos– que su presencia en un trabajo fuera sinónimo de gusto y calidad. Cree en el porno ético y sólo trabaja con gente con quienes disfrute. Inquieta y activa, con ganas de saborear la vida, ama viajar por todo el mundo. 

También dirige –lo hacía ya antes de ser actriz– y graba aquellas escenas que nadie se atrevió a producir, como viento fresco en un porno que necesita airearse y, además, tiene el veneno de la escritura en sus venas. Provocadora y activista, en Cannabis Magazine quisimos conocerla mejor y aceptó, entregándonos respuestas claras y honestas, recogidas y seleccionadas para que disfrutéis de esta especial cosecha.


Drogoteca: Es un placer tenerte aquí, Amarna, para explorar las líneas que dibujan tu mundo, aunque al documentarme se me planteó la duda de cómo dirigirme a ti, si como Amarna o usando tu nombre real. ¿Sabe la gente cómo tratarte? ¿El hecho de que trabajes en el porno les modifica la forma en que se relacionan contigo?
Amarna Miller: Sí, me lo preguntan bastante a menudo. Escogí tener un nombre artístico para poder proteger la intimidad de las personas de mi entorno, que no han decidido ser personajes públicos. Mis parejas, mi familia y mis amigos se verían expuestos sin quererlo, si utilizase mi nombre real, así que por eso mismo me molesta sobremanera cuando se refieren a mí por mi nombre verdadero. Amarna y Marina son la misma persona y no establezco un límite entre el personaje y mi vida fuera de las cámaras, pero los medios y mis seguidores deben respetar ese huequito de intimidad que he decidido establecer.

Hay seguidores que crean, en su imaginación, una imagen de mí que no es realista y la siguen a pies juntillas, idolatrándome. Luego, cuando me ven en persona con ropa de calle y sin maquillaje, me dicen que no me parezco a la chica que han visto follando por Internet. ¡Claro! Cada cosa tiene su momento y su lugar: ni voy en pantalones de chándal a los rodajes, ni al supermercado en tacones.
En cuanto a la forma de tratarme, sí que he sentido cambios de comportamiento, en personas que acabo de conocer, cuando les hablo de mi profesión. La mayoría de las veces porque tienen en su cabeza una serie de estereotipos y clichés sobre la pornografía que nunca se han cuestionado. 

Que si tenemos enfermedades, que si somos ninfómanas, que cómo puedo tener pareja estando en el porno, que si estoy haciendo esto en contra de mi voluntad, y un largo etcétera. Suelo explicar mi situación real y desmontar las generalizaciones, pero ha llegado un punto en el que estoy bastante cansada de contestar a las mismas preguntas todo el rato.


D: Tengo la impresión de que eres una chica tímida, a pesar de que suene paradójico para una “diosa del porno” que viste un rostro reconocible por todos. ¿Acierto?
AM: Durante mi infancia tuve poca interacción con otros seres humanos y eso me hizo tener problemas a la hora de relacionarme. Mis padres me criaron en una burbujita proteccionista que me impidió relacionarme con otros niños de mi edad cuando era más pequeña. Así que, cuando finalmente me enfrenté al mundo real, me costó bastante poder hacer amigos o socializar con otros críos. Gracias a esto desarrollé una imaginación gigantesca y un mundo interior bastante loco.

Más que considerarme tímida, creo que tengo dificultad a la hora de entablar relaciones con otras personas. Eso sí, intento suplirlo forzándome a ser extremadamente extrovertida y parlanchina, y creo que en general ha funcionado bastante bien.

D: ¿Recuerdas el nombre del chico o chica a quien besaste por primera vez en tu vida y la edad que tenías?
AM: Sí, yo tenía 14 años y recuerdo su nombre.

D: ¿Y tu primer orgasmo?
AM: No demasiado. Como existe un tremendo vacío informativo en todo lo referente al placer femenino, nunca llegué a saber qué era exactamente un orgasmo (las contracciones y reacciones físicas de tu cuerpo cuando te corres) hasta bastante tiempo después. Simplemente sabía que aquello me daba placer y me gustaba. Fue sobre los 14 años, jugando conmigo misma.

D: ¿Qué opinas de la influencia de los cánones estéticos marcados en el cine sobre la mujer? ¿Influye el porno en los comportamientos y gustos sexuales? ¿El porno "educa" en la sexualidad?
AM: Cualquier tipo de delimitación me parece, en general, negativa. Y desde luego el modelo de belleza con el que nos presionan desde que somos pequeños es, cuando menos, inalcanzable. En mi opinión, la verdadera belleza está en los detalles, la variedad, las pequeñas cosas que hacen a alguien atractivo.

Me parece que la pornografía ha influido e influye en los comportamientos y gustos sexuales de una gran parte de la población y, lamentablemente, ejerce la labor de educador sexual. Digo "lamentablemente" porque el porno no debería suplir la falta de educación sexual que sufren nuestros niños y adolescentes, ni debería tomarse como ejemplo o modelo a seguir. Pero hasta que no se normalice el sexo en nuestra sociedad, como algo sano y natural, seguirá habiendo lagunas de conocimiento que la gente intentará llenar como pueda. No me parece que la pornografía deba ser usada con fines educativos, pero sí agradecería que se proyectasen vídeos de educación sexual en escuelas e institutos, con explicaciones posteriores para que la gente entienda qué es lo que acaba de ver.

D: No voy a perder la oportunidad de preguntarte algo que necesito que me explique una entendida. ¿Qué pasa con el“squirting” o eyaculación femenina? Lo encuentro en el cine porno actual pero también fuera de ese contexto, como en una charla pública con una mujer haciéndolo ante todos, mientras otra daba explicaciones. ¿Es la eyaculación femenina el nuevo “orgasmo sexualmente maduro” usado de reclamo para la mujer?
AM: Me repatea especialmente el tema de los "orgasmos maduros" y este tipo de clasificaciones freudianas sobre cómo tenemos que vivir nuestra sexualidad. Como si alguien pudiese jerarquizar nuestro placer. Siendo mujeres se nos enseña que el único orgasmo "real" es el vaginal, sin explicar que una parte muy pequeña de la población femenina puede llegar a él y que, en realidad, no es sino una extensión del orgasmo clitoriano. Desde luego, la eyaculación femenina aporta algo más que interesante... ¡Descubrir nuestra sexualidad!

Todavía existen muchos mitos y presiones sobre el placer femenino, así que personalmente me parece genial que las mujeres experimenten y exploren su cuerpo. En mi caso los squirtings no los vivo con la misma intensidad que un orgasmo clitoriano, pero son placenteros y dan otro matiz a mi vida sexual.

D: Dentro del enfoque con el que trabajas en el porno, en el que te niegas a realizar ciertas escenas por el enfoque “machista” que desprenden, me cuesta encajar que grabar escenas de violación no sea algo que –claramente– esté dentro de lo que rechazas. ¿No representa cierta disonancia cognitiva?
AM: ¿Y por qué una escena de violación ha de ser a ser machista? ¿No hay mujeres que fantasean con ser violadas? Yo misma he incluido fantasías de "consensual non consent" dentro de mi propio imaginario sexual. Tú hablas de la fantasía de la violación como un acto exclusivamente destinado al género masculino, pero las estadísticas dicen que es una de las fantasías más comunes entre mujeres. Si yo, de forma consensuada y fingida decido aparecer en cámara realizando una fantasía que me excita... ¿Dónde está el problema o la disonancia cognitiva? ¿Dónde está el machismo? No me parece que la simulación de una violación –de forma consensuada– sea machista ni esté perpetuando el machismo.

Una escena en la que se simule una violación no es una justificación ni una aprobación de la misma. ¿Justifica una película de tiroteos que se usen las armas? No. El usuario sabe distinguir donde acaba la fantasía y empieza la realidad. Y desde luego si no sabe discernirlo tiene un problema de base, que no puede ser solucionado por muchos vídeos softcore (porno suave) que le pongas.

D: Antes de las elecciones del 20D, sin aviso previo, tuiteaste una imagen tuya que llevaba el logo de los círculos de Podemos –tapando tu vulva– y donde animabas a votar por el cambio. ¿Por qué? ¿Fue algo meditado o espontáneo?
AM: No, para nada fue algo meditado. Después de hablar con unos amigos y ver que prácticamente nadie de mi círculo iba a ir a votar durante las elecciones generales, me di cuenta de que –a lo mejor– hacía falta una "llamada a la acción". La situación política de España da pena y la gente joven piensa que su voto no va a servir de nada así que... ¿para qué votar?
Me pareció que la imagen podía levantar algunas ampollas y dar que hablar lo suficiente como para que más personas se animasen a votar por el cambio. Lo que no me imaginaba es que Errejón me retuitearía, ni que Podemos me apoyase en mi propuesta. Lo mejor fue tener la opción de hablar de política, un tema que normalmente no se toca en las entrevistas que concedo.

Tristemente, para la mayoría de la población, mi discurso pierde valor por aparecer desnuda en Internet. Siempre he pensado que la política es una de esas puertas que cerré para siempre al elegir dedicarme a la pornografía pero, desde luego, es un tema que me interesa. Y volvería a hacerlo; sabiendo que a la gente del partido le gustó, no veo ningún motivo para echarme atrás.

D: He visto que te han calificado de “agitadora cultural”. ¿Qué pretendías cuando lo hiciste? ¿Crees que sirvió?
AM: ¡Agitadora cultural! ¡Me encanta! Desde luego me considero una agitadora profesional, me gusta alzar la voz y luchar por las cosas en las que creo. Se me da muy mal el conformismo. ¿Qué pretendía? Levantar polémica para que la gente hablase de las elecciones, de Podemos y de luchar por el cambio. ¿Sirvió? Yo diría que sí. El cuerpo se ha usado desde siempre para reivindicar luchas, pero parece que cuando se trata de un desnudo femenino existe una llamada a la polémica, mientras que si se trata de un hombre es un signo de poder y virilidad. El mejor ejemplo es Albert Rivera, desnudándose para aquel famoso cartel electoral en el que optaba a la presidencia de la Generalitat. Las encuestas calificaban la foto como "transparente y sencilla" y en ningún momento se le acusó de estar usando su cuerpo para conseguir votos, ¿verdad?

Parece que cada vez que muestro públicamente que tengo intereses más allá del sexo, se descalifica mi discurso utilizando la excusa de que soy actriz porno, o que busco polémica gratuita. Me siento cansada de demostrar constantemente que soy más que un cuerpo bonito follando en Internet.

D: ¿Por qué Podemos y no Ciudadanos o el PSOE, por citar dos partidos de derechas? ¿Por qué no a Izquierda Unida?
AM: Soy de Podemos. Por primera vez en 20 años de democracia tuvimos y tenemos la oportunidad de romper el bipartidismo, y deberíamos aprovecharla. Ciudadanos es la marca blanca del PP, así que no cuenta como romper el bipartidismo. Necesitamos un cambio grande, borrón y cuenta nueva. A estas alturas deberíamos haber aprendido que los partidos de siempre están podridos desde las raíces y si seguimos votándoles sólo perpetuaremos la corrupción. Sé que el cambio asusta y apostar por opciones creadas hace poco es un riesgo. Pero sinceramente, ¿qué otra posibilidad hay? No es que nuestra política dé pena, es que da miedo.
D: ¿Crees posible que acabemos en una gran coalición, maquillada por la “presunta frescura” de las nuevas caras y partidos, pero finalmente con PP y PSOE juntos a la cabeza de todo?
AM: Creo que es posible y me da miedo. Volvemos a lo mismo, casi como si no hubiésemos aprendido nada de los años anteriores de gobierno...

D: Dentro de esta faceta tuya de activista, fue una grata sorpresa encontrarte apoyando la iniciativa “Si no toca, no hay voto” que desde las redes exigía respuestas claras a los aspirantes a representarnos. ¡Así que eres fumeta!
AMNo me considero una consumidora habitual, pero viviendo en California es casi imposible no fumar de vez en cuandoEn la industria europea no conozco a mucha gente que consuma abiertamente pero aquí, una de las primeras cosas que me sorprendió es que todo el mundo lo hace.
Aquí es legal con fines terapéuticos y simplemente tienes que ir a un dispensario y pagar unos 100€ para que te den la tarjeta y comprar legalmente. Yo lo hago online en “LA speed weed”, eliges y te la traen a la puerta de casa. Estando legalizada terapéuticamente, el estigma es mucho menor y las chicas postean en redes sociales fotos fumando.

D: ¿Nunca antes lo habías hecho público de la forma que lo estás haciendo ahora?
AM: ¡Nunca antes me habían preguntado directamente! Estuve unos cuantos años sin tomar nada así que, durante las entrevistas que di por entonces, no hice ninguna referencia al consumo. Y desde aquel momento, siempre que el tema se ha tocado he sido muy clara. Titulé mi libro "Manual de psiconáutica", una alegoría bastante clara a los alucinógenos. ¡Aunque después de aparecer en la portada de Cannabis Magazine creo que ya no habrá duda!

D: ¿Cuándo y cómo fue tu primer encuentro con el cannabis?
AM: Creo recordar que fue a la salida del instituto, cuando tenía unos 16 años. Unos conocidos estaban fumando y le di un par de caladas, pero sinceramente no me gustó demasiado: me entró sueño y me quedé atontada. Tiempo después investigué al respecto y descubrí que había diferentes variedades. Entonces probé la sativa y aquello resultó una epifanía.
Siendo una persona extremadamente hiperactiva, fumando índica me siento frustrada y me agobio: mi cuerpo está relajado pero mi mente no sabe parar quieta. Con la sativa siento que mis ganas de hacer cosas creativas crecen hasta límites insospechadosTodavía hoy siento que mi información sobre cannabis es bastante limitada. Hay tantas variedades y tantas formas diferentes de consumirla que es como adentrarse en un universo paralelo. Últimamente estoy experimentando mucho con los comestibles y estoy encantada: me estoy convirtiendo en toda una cocinera.

D: ¿Qué formación tenías sobre drogas entonces?
AM: Poca información; los típicos anuncios que salen por la TV de "Di no a las drogas" y el boca a boca. Mi conocimiento estaba sesgado y tenía muchos miedos que carecían de fundamento.
Pienso que las drogas, consumidas de forma responsable y con conocimiento, pueden llevarte a situaciones increíblemente positivas y divertidas. El mayor riesgo es la falta de información y, tal y como está enfocado el sistema, hoy en día lo único que te dicen por todas partes desde que eres pequeño es "LAS DROGAS SON MALAS", escrito en mayúsculas y con luces de neón.
Pero no te explican cuáles son los efectos –negativos o positivos– de cada una, sus riesgos reales, las interacciones entre ellas, etc. Con ese desconocimiento se llega a situaciones incómodas o insanas, ¡porque no tienes ni idea de lo que estás haciendo! Incluso siendo espabilado, si intentas buscar información por Internet, las explicaciones que encuentras están incompletas y no resuelven tus dudas. Finalmente, acabas aprendiendo mediante ensayo y error, lo que es muy peligroso.

D: ¿Qué otras sustancias conoces y cuáles te interesan?
AM: Conozco varias, pero sólo me declaro fiel a los enteógenos. Es prácticamente lo único uso hoy en día, aunque no de forma regular. La primera vez que conocí la LSD se marcó un antes y un después en mi vida, y creo que mi personalidad está marcada por su uso. Definitivamente abrió mis puertas de la percepción, como diría Huxley. Conozco el San Pedro, la LSD, la DMT y las setas, y actualmente mi interés mira hacia la ayahuasca, el peyote y la Salvia divinorum.

Aunque entiendo su aspecto como drogas recreativas, existe un pequeño matiz que las lleva "más allá" que el resto. Pueden hacerte pasar un buen rato, pero también provocarte momentos de introspección profunda en donde reflexionas sobre cuestiones que, normalmente, no pasan por tu cabeza. Siento una especial predilección por alcanzar nuevos estados de conciencia, sea de la manera que sea (sustancias, meditación, BDSM, etc.) así que seguiré experimentando.

D: ¿Eres una simple consumidora o, como en lo referente a tu opción política (Podemos), esto es una forma de activismo? ¿Qué buscas al hacer público tu consumo?
AM: ¿Podría decirse que soy una activista pasiva? ¡Menuda contradicción! Con esta entrevista no intento crear polémica sino mostrar un poco más de mí misma. Me parece que al ser un personaje público, tengo los medios para dar alas a un discurso que normalmente no se escucha en las publicaciones mainstream. Por ejemplo hablando de feminismo, trabajo sexual o drogas, en este caso. Me gusta aprovechar la oportunidad que tengo en este momento de hablar con los medios para poder presentar una serie de temas que necesitan ser revisados dentro del imaginario popular. Hace falta un gran cambio social para se entienda que no existen "drogas buenas" y "drogas malas", sino que depende del uso que se haga de ellas.
Estoy a favor de la completa legalización. La prohibición no funciona, así que ofrecer fuentes de información fiables y educar sobre el consumo responsable, y proveer de drogas que han sido testadas antes, me parece la única solución viable. Intento ser completamente honesta respecto a mi vida y lo que hago, tanto dentro como fuera de las pantallas, y si alguien no quiere contratarme porque he dicho públicamente que soy de Podemos, o que estoy a favor de la legalización de las drogas... ¡allá ellos! 

Yo no tengo intención de traicionarme; ni a mí misma, ni a mis ideales y creencias.


domingo, 16 de abril de 2017

Oliver Sacks, in memoriam.

Recuerdo cómo lloré la tarde que tuve que procesar que Oliver Sacks había muerto. No era pena por la pérdida de un ser humano excepcional, sino una reacción egoísta a tener que asumir que no volvería a leer un nuevo libro suyo, una nueva hipótesis, una nueva visión de algo que siempre estuvo ahí... esas cosas con las que Oliver Sacks solía obsequiar, de cuando en cuando, a sus coetáneos. En días como el de hoy, le echo de menos de una forma especialmente notable y no sé el porqué. Sólo sé que si es cierto eso de que las personas sólo mueren cuando muere la última persona que les recuerda, a Oliver Sacks le queda una larga y prospera vida.

Con todo mi cariño intacto, gracias OWS.

El texto fue publicado en su día en el portal Cannabis.es
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“Hace un mes, me encontraba con un buen estado de salud, incluso robusto. A mis 81 años, todavía nado una milla al día. Pero mi suerte se ha terminado: hace unas pocas semanas averigüé que tenía múltiples metástasis en el hígado.
Hace 9 años me descubrieron un raro tumor en el ojo, un melanoma ocular. La radiación y el láser, necesarios para destruir el tumor, me dejaron ciego de ese ojo. Aunque los melanomas como ese causan metástasis en un 50% de las ocasiones, dadas las particularidades de mi caso y diagnóstico, la probabilidad de que se produjera metástasis era mucho más baja (un 2%). Yo estoy entre esos desafortunados.”


De esta forma, el 19 de febrero del 2015, Oliver Wolf Sacks, empezaba a ajustar sus cuentas con la vida de forma pública tras asumir el hecho inevitable de una muerte próxima debido al cáncer que se había extendido por su cuerpo. En un impecable artículo publicado en “The New York Times” hacía público su estado de salud, y al mismo tiempo desgranaba unas cuantas reflexiones sobre su propia vida, ya a la luz de una muerte anunciada. Lo hacía con humor y gratitud, usando a modo de guía para comparar el “testamento espiritual” que dejó el filósofo David Hume cuando supo que estaba mortalmente enfermo a la edad de 65 años. Oliver se encontraba satisfecho: de entrada había podido disfrutar varios años más de rica existencia que el filósofo escocés. Incluso escribiendo sobre su propia muerte, sus palabras seguían desbordando pasión, curiosidad y vida.
Oliver Sacks moría poco más de medio año después, con 82 años de edad, el 30 de agosto del 2015, y sabía que lo hacía -morir- con la suerte de haber vivido una gran vida que, como él mismo decía, había estado “llena de trabajo y de amor”.
¿Y qué hace que este hecho -un hombre más que muere tras una infrecuente vida feliz- merezca un poco de nuestro escaso y contra-reloj tiempo? Oliver Sacks fue una de esas personas que procuró dejar el planeta, y a sus habitantes, un poco mejor de lo que estaban cuando él los encontró. Y creo sinceramente que fue de los que, además de intentarlo, lo logró en buena medida. ¿Pero quién era este tipo?
Oliver Sacks era un chico con la mirada curiosa de un químico. Las relaciones de su tío con un metal -el tungsteno o wolframio- le abrieron de niño un mundo de comprensión y percepciones ajeno a otros, en el que los elementos químicos eran los protagonistas. No había muerte ni había vida, sólo química decía él. Y esa química fue su refugio personal, su lente para colorear el mundo que le había tocado vivir, incluso ya como adulto. Nos lo contó en “Tío Tungsteno: recuerdos de una infancia química” en la primera ocasión en la que se sentó a escribir sus memorias.
No debió hacerlo mal, ya que su libro fue considerado como el único capaz de medirse con “La Tabla Periódica” de Primo Levi, que es aclamado como “el mejor libro de ciencia jamás escrito” por la Royal Institution inglesa y por apreciado como una joya para incontables químicos. La comparación la estableció un premio Nobel de Química y lo hizo después de decir “uno no necesita ser un químico -profesional- para poder disfrutar de las maravillas de la transformación química. Hoy entre nosotros contamos con alguien así: Oliver Sacks”.
Los químicos, en general, son un clan bastante cerrado a la hora de aceptar nuevos miembros en la categoría de “colegas”. Al menos, los grandes químicos. Hay quien postula que esto se debe a que los químicos son creadores en el sentido artístico y también en sentido estricto, ya que son el colectivo que crea nuevas disposiciones atómicas que nunca antes habían existido o estudia las que no se conocen aún, y las adapta para el resto de los mortales. La alquimia fue algo iniciático desde sus oscuros orígenes, algo que no estaba hecho para ser compartido con todos. Y creedme cuando os digo que el que un premio Nobel de Química incluyera e presentara como “un igual” a quien nunca fue un químico de formación y profesión, se puede considerar un honor más infrecuente que el premio sueco.
Sin embargo Oliver Sacks no se dedicaba profesionalmente a la química, sino que supo plasmar para todos una forma de ver las relaciones de la materia que estaba profundamente imbricada en una especial forma de ver la vida. No era una forma de percibir el mundo que no haya visto antes: la he observado con la misma claridad en las obras y palabras de “deidades químicas” como Albert Hofmann o Alexander Shulgin. Aunque ellos eran químicos de formación y profesión y Oliver Sacks era sólo un médico neurólogo, seguro que en un más allá -en el que ninguno de ellos creía- harían buenas migas. Aunque es posible que Sacks ya las hubiese hecho, hace mucho ya, con algunas de las creaciones moleculares de estos alquimistas de la conciencia humana.
Sacks estudia medicina en UK, pero en cuanto termina sale huyendo de su familia y del entorno opresivo y moralista que es el país tras la segunda guerra mundial para aterrizar en Canadá, desde donde fragua su salto a USA, que sería finalmente su destino. ¿Qué ciudad? San Francisco, años 60.
¿Y a qué se dedicó? Pues además de currar en el hospital, se hizo motero, culturista y levantador de pesas -de esos que de una hostia te convencen 3 meses- y se unió a esos chicos que hacen excursiones en moto por todo el país: los “Ángeles del Infierno”. Aparte, tomó con generosidad alcohol, cannabis, LSD (tal vez salido de las manos del propio Hofmann), anfetaminas y a saber cuántas drogas más que pudieran caer en sus manos (o salir de ellas). Por supuesto, nunca dejó de ser un químico en espíritu ni en su pequeño laboratorio amateur, donde siempre estuvo -de una forma u otra- en contacto con la química.
Un buen candidato para presentar en la cena de Navidad, interesante como pocos invitados podrían serlo. Ahora toda esa época turbulenta se describe como su lucha personal contra sus propios demonios y contra la herencia represiva que recibió de sus padres por ser homosexual, lo cual es bastante cierto sabiendo que salió de UK quemando naves con su familia, especialmente con su castrante madre. Sin embargo, aunque pudiera ser más o menos conocido por su entorno, Oliver Sacks no reconoció públicamente su homosexualidad hasta su ultima biografía publicada hace unos meses: “On the move”.
Tras estos revueltos inicios en su vida adulta, Oliver se miró un día al espejo viéndose demacrado y pensó que, si seguía por la misma senda, no duraría vivo ni un año. Así que se obró ese extraño milagro por el que un cachas gay de gimnasio, químico amateur y generoso usuario de drogas que macarreaba las carreteras en moto con sus colegas del infierno, acaba sus días como escritor de best-sellers de divulgación científica y neurólogo de prestigio internacional aclamado por los más respetados miembros de la comunidad científica como “humanista”. ¿Qué pasó entre medias?
Oliver Sacks se centró en su trabajo como neurólogo, y en especial en sus pacientes y su calidad de vida por encima del simple y frío diagnóstico. Y fue la mente creativa de Sacks (y su íntima relación la química psicoactiva) la que encontró -violando algún protocolo seguramente- que había una sustancia precursora de la dopamina, de estructura simple y similar a la anfetamina, que se llamaba L-DOPA y que permitió a un grupo de pacientes afectados por un extraño sueño durante décadas volver a la vida, aunque fuera temporalmente. “Awakenings” -o “Despertares” en castellano- fue el libro que le lanzó al mundo literario, contando su experiencia con estas personas que gracias a esa sustancia, recuperaban -décadas después con los problemas de ajuste que eso produjo- la capacidad de interactuar de forma normal con su entorno y que posteriormente sería llevado al cine, con un pasteloso resultado que no le hizo justicia en lo profesional, llevándole a ser conocido y apreciado ante el gran público.
Doce años después de ese libro, Sacks publicó el que muchos consideramos la gran obra de su carrera: “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”. El título del libro, que era una interesantísima recopilación de casos de daño neurológico y de cómo esos pacientes lidiaban con ellos en su vida diaria, hacía alusión al caso del Dr. P., un hombre que sufría de una agnosia visual: una persona cuya capacidad de percibir los estímulos visuales no está dañada, pero la capacidad de asociar lo que ve a un concepto útil para la persona no está presente. El Dr.P. podía reconocer lo que era un ojo, una nariz o una oreja, pero no era capaz de unir todas estas piezas y ver un rostro significativo: ni siquiera el de su propia mujer, aunque en cuanto escuchaba su voz todo era comprendido de nuevo. El nombre exacto de esa agnosia visual asociativa es prosopagnosia y, paradojas de la existencia, fue un trastorno neurológico que Oliver Sacks sufrió a lo largo de su vida, aunque parece que no fue consciente de ello durante un largo tiempo: la dificultad o imposibilidad de reconocer rostros mediante la simple percepción visual.
Hace como una década, tuve la ocasión no elegida -sufrí un ictus o micro infarto cerebral- de experimentar una agnosia visual pasajera (por suerte) y durante la cual recordar la historia del Dr.P me hizo entender -en el mismo momento que la estaba sufriendo- lo que le estaba pasando a mi cerebro. Habían sido días de un gran esfuerzo intelectual de cara a unas pruebas universitarias, todo había salido genial y ese día había sacado un nuevo disco mi grupo musical favorito: estaba pletórico de alegría. Me quedé dormido sobre la cama con las luces de mi habitación encendidas. Cuando llevaba unas horas durmiendo, algo en mi cabeza me despertó: fui una especie de ruido, nada exagerado, parecido a un chasquear de dedos. Desperté en el acto, recuerdo que con buen ánimo, y me encontré en mi cama observando atentamente todo mi entorno. Me levanté de la cama, y como si fuera la primera vez en mi vida fui observando cada rincón de mi habitación, cada objeto, cada papel, las sillas, el armario. Y observarlos me producía una mágica sensación: veía todo tan claramente como siempre, pero todo parecía nuevo y nunca visto. Veía una plancha de madera con un trozo de metal a la altura de mi mano, pero no entendía que era una puerta. Me pasaba con todo lo que mis ojos percibían, hasta que mi mano tocaba el objeto en cuestión: en ese momento, todo recuperaba su sentido original y era una puerta, era un armario, era un libro, era una taza, era un ordenador, etc. ¡¡Pero para poder saberlo, tenía que recurrir al tacto y no estaba ciego!!
Hubo un momento, mientras vagaba flipando con las nuevas sensaciones de mi cerebro por el espacio de mi cuarto y sus objetos, que recordé lo que era la agnosia visual gracias a ese texto sobre el Dr.P., y en ese momento -supongo que lo que quedaba funcionando correctamente en mi cerebro dio la alarma- comprendí de que estaba sufriendo las consecuencias de un daño cerebral. Lo que quedaba de mi cerebro racional tomó el control en el acto y, como pude, llegué a avisar llorando y muerto de miedo a mi compañero de piso de que estaba teniendo un infarto cerebral y que pidiera ayuda urgente. Desapareció todo en menos de una hora igual que vino, de golpe, y sin dejar huella alguna por suerte. Hoy me alegro de haber podido experimentar algo tan increíble y lo recuerdo con cariño, pero fue aterrador enfrentarse a un mundo que dejaba de responder a las coordenadas habituales.
La lista de temas y casos que Oliver Sacks trató en sus escritos y libros es enorme, oscilando desde la experiencias perceptivas de las personas afectadas de sordera, de ceguera a los colores o de las experiencias con alucinaciones y visiones por distintas razones, a casos de autismo como en “Un antropólogo en Marte” donde hace de la autista y profesora universitaria Temple Gradin el sujeto de su historia. Pero aparte de su íntima relación con la química, el trabajo más interesante que Oliver Sacks desarrolló, aunque no sea el más conocido, es el libro “Musicofilia: relatos de la música y el cerebro”.
Aunque lo observó desde su primeras investigaciones con los pacientes letárgicos de la L-DOPA, no fue hasta unos 30 años después cuando dedicó parte de sus esfuerzos a comprender cómo la música actúa en el cerebro humano, siendo capaz de operar sobre funciones que parecían desaparecidas, recuperar recuerdos perdidos, ayudar a las personas con problemas motores por Parkinson a moverse sin la lentitud o excesiva rapidez que su enfermedad les imponía, y un innumerable listado de virtudes desatadas por la música en el campo de la neurología clínica. La música fue para Sacks la droga más poderosa de todas a la hora de obrar milagros en la funcionalidad del cerebro humano, sano o dañado.
Oliver Sacks pasó sus últimos días en su casa de Manhattan tocando el piano y en compañía de Bill Hayes -escritor, fotógrafo y ensayista- con quien había formado pareja desde hacía unos pocos años, tras varias décadas de “celibato autoimpuesto” en las que prefirió dedicar sus fuerzas a sus pacientes neurológicos y a mejorar la calidad de vida que tenían.
Oliver Sacks siempre dijo que no le bastaba con escuchar lo que sus pacientes le contaban, sino que deseaba experimentarlo todo de primer mano. Hace una semana Oliver experimentó la más compleja experiencia neurológica que un ser humano puede vivir: su propia muerte.
Gracias, Oliver, por todo lo que nos diste.

martes, 16 de febrero de 2016

Lemmy y Motörhead: speed hecho música.


Este texto fue publicado en el portal Cannabis.es tras la muerte del ícono del rock, y aquí lo traemos a modo de homenaje personal. Nos caía bien Lemmy. Un tipo claro.

Esperamos que os guste.

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Lemmy: la anfetamina se hizo música.


Hace unos pocos días, el 28 de diciembre como si fuera una inocentada, el mundo recibía la noticia: Lemmy ha muerto. 

¿Y quién es Lemmy? Lemmy es Dios.

¿Cómo contar esta historia a quien, por razones de edad, no ha conocido al padrino del rock más sucio que surgió de nuestro planeta? Para alguien como yo, ya en los cuarenta-y-tantos, es difícil imaginar a alguien que le guste la música moderna y no sepa quien era Lemmy.




Lemmy Kilmister era el cantante, bajista y alma de Motörhead, pero eso no es decir mucho para quien no ha puesto sus orejas a planchar bajo la apisonadora musical que creó. Lemmy, Ian Fraser Kilmister de nombre oficial, nace en el Reino Unido el día de Nochebuena de 1945 aunque su vida no estuvo precisamente iluminada por felices estrellas. 

A los 3 meses de nacer, su padre que era un piloto de la fuerza aérea se pira y les abandona a él y a su madre. Ella se casa con un jugador de fútbol 10 años después, y entran en la familia dos nuevos hijos de un anterior matrimonio del padrastro, con los que Lemmy no consigue llevarse bien. Se mudan a vivir a Gales, época de la que Lemmy comentó -con su sarcasmo habitual- que “aunque no era nada agradable ser el único chico inglés entre 700 chicos galeses, aquello tuvo su gracia desde el punto de vista antropológico”.

Hechos así fueron conformando el carácter del chico, que antes de los 16 había abandonado la escuela y despuntaba mostrando sus propias aficiones: el juego, las mujeres y el rock'n'roll incipiente de la época. A los 17 años ya había causado su primer embarazo: un hijo que fue dado en adopción por la madre y que, cuando se re-encontraron años después, “le faltó coraje para decirle qué mal tipo era su padre” según contaba Lemmy. 


Hasta qué punto le iba el vicio, que su apodo como Lemmy es una contracción de las palabras “lend me” o “préstame” en castellano, de tanto que las usaba para pedir pasta. Entonces Lemmy ya tocaba la guitarra y procuraba asistir a tantos conciertos como podía, viendo a los primeros Beatles entre otros y tocando además en varios grupos. El germen de la leyenda estaba ya sobre tierra fértil.



A los 21 se muda a Londres para poder seguir avanzando en la música, y aterriza en el piso de su amigo Neville que era el mánager de Jimi Hendrix y que vivía con el bajista del grupo, así que acabó de roadie con Hendrix, embarcado en años de consumo salvaje de LSD. De esa época contaba que no podía hacer dos noches seguidas de trabajo sin dos dosis dobles -de la época- de ácido. 




Por entonces recibió un gran botín de LSD de las manos del propio Hendrix: lo habían llevado a USA mientras era todavía legal y resultó ilegalizado mientras ellos se encontraban allí, así que Jimi se lo dio todo para que se deshiciera de él y no acabar en el talego. Jimi Hendrix, al lado de Lemmy, era un tipo sensato. Lemmy, como era de esperar, no le hizo caso y se quedó todo el ácido para meterse en la más salvaje psiquedelia hasta el año 1975 desde ese momento.

En 1971, ya nadando en ácido, alcohol y sexo, es reclutado por la banda de rock psiquedélico Hawkwind, con quien graba y toca hasta el año 1975. Lemmy no tenía ni idea de tocar el bajo -él tocaba la guitarra hasta ese momento- cuando le llaman para tocar justo antes de una actuación benéfica. Eso tuvo que ver en su distintiva forma de enfrentar el instrumento: en lugar de lineas melódicas simples él usaba el bajo como una guitarra, dando acordes a modo casi de guitarra rítmica. Y todo estaba ya preparado para que se produjera el nacimiento de la más sucia, macarra y germinal banda de rock de todos los tiempos.




En plena gira con Hawkwind, Lemmy es arrestado en la frontera entre USA y Canadá, acusado de tenencia de cocaína. Los del grupo -eran bastante snobs y sólo miraban bien a quienes tomaban “drogas orgánicas”- pasaron de él y no le esperaron. Le liberaron días después sin cargos, porque no era cocaína aquellos polvos blancos, sino anfetamina: la nueva gran amante de Lemmy. 

Por suerte para él las leyes sobre la anfetamina, en aquellos años, eran mucho menos beligerantes que sobre otras drogas: el producto se anunciaba en revistas y se vendía legalmente como churros. Puesto de patitas en la calle tras esa detención, sin grupo en el que tocar, y con una bolsa de anfetamina como compañera tras haberse tomado todo el ácido que Jimi Hendrix no se tomó... ¿qué mejor que montar una banda de rock de verdad y dejarse de mariconadas? Ahí nacía Motörhead.

Para entonces, Lemmy era un tipo feo -muy feo- con unas largas patillas que nunca se quitó, con un par de grandes verrugas en un lado de su cara más una voz gutural y rota cuyo expediente no dejaba lugar a dudas: era lo que entonces se consideraba un peligro público. Si a eso le añades una desmesurada pasión por la parafernalia nazi que llevaba en sus ropas y actuaciones -no se cambiaba de ropa para subir a tocar, era como vestía- y estar siempre entre mujeres “de mala vida y buenas manos” pues la verdad es que el hombre lo tenía todo. Era el año de 1975 y teníamos ya la encarnación del “chico malo del rock”: había nacido un ícono estético para muchas generaciones venideras.

Su actitud irrespetuosa con las normas y autoridades le hizo querer llamar al grupo “Bastards” pero los consejos de un mánager le hicieron ver que con ese nombre, las emisoras de radio inglesas no podrían seguramente emitirles. Era el año 75 y llamarse “los hijos de puta” no sonaba bien. Así que Lemmy aceptó y cambió a Motörhead, que era el nombre de la última canción que compuso para el anterior grupo.

¿Qué era Motörhead? Motörhead era anfetamina en esencia. Era un termino en slang que usaban para referirse a los consumidores de esta droga y, cómo no, esa era la droga que servía de vínculo de unión psicoactivo del grupo. Cuando a Lemmy se le preguntó sobre por qué consumía anfetamina y no otra droga como elección principal, él contestó que era por pura necesidad ya que era la única que podía hacerte subir a un escenario a tocar tras 9 horas de viaje en una furgoneta.

¿Cómo sonaban? Pues supongo que cada uno tendrá una descripción, pero para mí era como un bloque enorme de hormigón entrándote por la oreja, compacto, áspero, sin concesiones. Podían ser más punkies que los Sex Pistols -aprendices del lado salvaje- y más macarras que nadie sobre el escenario, aunque Lemmy siempre dijo que ellos eran “una banda de rock'n'roll, la más guarra, pero rock'n'roll”. No dejaba de ser cierto, hacían rock'n'roll con un bajo saturando amplificadores y distorsión hasta dar miedo. Y realmente lo daban, tanto que mucha gente no quería contratarlos en el circuito de música en directo por su fama, que hacía honor a la realidad: música escrita con alcohol y anfetaminas para ser disfrutada de una forma similar.


Como es de esperar, este uso inmoderado de drogas reflejaba personalidades con menos moderación aún. Esas cosas, en un grupo de música, suelen acabar saltando por los aires y eso provocó infinitos cambios de formación en que sólo Lemmy sobrevivía y, además, se follaba a las novias de los que echaba o le dejaban. No se andaba nunca con tonterías y desconocía el significado de la palabra “cortesía” -excepto con las damas- diciendo siempre lo que pensaba y eso no todo el mundo lo llevaba bien. 

El grupo sobrevivía entre sus propias tensiones, broncas y peleas que acababan saldándose con músicos heridos, huesos rotos y gente tocando sobre el escenario con una escayola en una silla. Pero Motörhead eran unos albañiles de la música y si no tocaban no tenían pasta, llegando a pasarlas putas muchas veces, así que había que seguir: siempre.




De esta guisa llegaron a la explosión de su popularidad con el soberbio “Ace of Spades” -una canción dedicada al vicio de los juegos de azar- que sonaba como una jodida ametralladora pasada de speed disparándote al oído uno de los riffs más reconocibles de la historia del rock, y que ha sido versionada como tributo por una lista interminable de músicos. 

De hecho, para muchos, es el tema germinal de lo que es el thrash y el speed metal para toda una generación. Gente como Metallica o Anthrax han reconocido que ellos no existirían -al menos como los hemos conocido- sin la existencia de Lemmy y su Motörhead. Poco después -Motörhead era capaz de sacar dos discos por año cuando se lo proponía- publicaron “Killed by Death” siendo otro de los grandes himnos del grupo. El vídeo de esta canción se convirtió en una recopilación de clichés sobre el heavy (donde eran encasillados por la mayoría) en el que Lemmy encarnaba el prototipo: rockero de gafas de sol, con moto y pintas de macarra, atraviesa con la moto la pared de la casa de unos padres moñas viendo la tele para llevarse a su hija rubia, heavy y con buenas tetas, mientras les hace una peineta para poco después morir a balazos asesinado por la policía y resucitar de su propia tumba, cabalgando su moto.




La imagen icónica de Lemmy ha tenido cabida en numerosos cameos en cine y televisión, incluido un divertido programa infantil inglés -con niños que no pasaban de los 10 años- al que acudió toda la banda y se puede ver a una manada de niños meneando las cabezas al ritmo de la música del grupo. También apareció como personaje principal en un videojuego llamado Motörhead, para las plataformas Amiga y Commodore, y en otros posteriormente. Ya era una leyenda viva cuando hizo un cameo en la película “Airheads” en la que, además, se produce el mítico diálogo que los incombustibles fans de Lemmy conocen a la perfección:

  • ¿Quién ganaría en un combate de lucha libre, Lemmy o Dios?
  • ¡Lemmy!
  • ¡¡MEEEEEEEC!!
  • ¿Dios...?
  • Error. Pregunta trampa, soplapollas: ¡¡Lemmy es Dios!!



Lemmy usó a placer todas las drogas que tuvo a su alcance menos la heroína, droga con la que siempre mantuvo una mala relación personal: el gran amor de su vida fue una bailarina que encontró muerta en la bañera de casa con una sobredosis de caballo (valga la redundancia). Nunca entendió el consumo de heroína porque asumía (nunca la probó) que era “algo tan tan tan bueno que no permitía tener control sobre ello, llevando a la gente a perder sus propias vidas”. Pero nunca moralizó con el asunto, ya que él nadaba entre otras drogas duras como el alcohol, que quitaba y quita muchas más vidas.




A lo largo de su carrera acabó cristalizando en una leyenda viva, que conseguía sorprender a gente tan capeada como Ozzy Osbourne, que acababan reconociendo que nunca habían tenido delante a nadie igual y que era tal y como se veía, y que los peores “rebeldes” del rock a su lado era unos jodidos aprendices. O Dave Grohl de Nirvana y Foo Fighters, quien decía que “ni siquiera Keith Richards se acerca a lo que Lemmy es”

Ya mudado a vivir a Los Ángeles, por cuestiones de interés musical, Lemmy vivió en un apartamento pequeño y lleno de desorden (su desorden) entre parafernalia nazi y libros (pocos conocieron el lado culto que tenía con una profunda visión de los problemas sociales y de carácter histórico). Se le criticó algunas veces por esa estética que algunos acusaban de apologética del nazismo, pero Lemmy no se escondía -por supuesto no era de ideología nazi- y lo tenía muy claro: “¿si mi novia negra no tiene problema por ello, qué tienes tú que decir? Es cierto que me gustan los uniformes y tengo que reconocer que 'los malos' siempre los han tenido mejores”. Punto pelota.

Nunca llegó a casarse y a formar una familia, ni lo pretendió. Sabía que aquello no era para él y que una mujer esperaba que su marido no anduviera por ahí zorreando con otras, y que justamente era eso lo que él sabía hacer mejor: zorrear día y noche. Desde luego Lemmy derrochaba carisma, y siendo el tipo más feo en la escena musical, estaba siempre en una excelente compañía femenina que es motivo de leyenda por el gran número de mujeres con las que había tenido relaciones. Era inexplicable cómo modelos de portadas de primeras revistas pasaban por sus brazos. Y lo mejor es que no era una pose de estrella del rock: las strippers de Los Ángeles se jactaban de que dormía en sus camas como si se hubieran acostado con el mismísimo Jesucristo.

Y de esta forma llegó a una “madurez” que le exigió ir echando un poco el freno. Pero como decía Ozzy Osbourne, “eso de no fumar, ni beber, ni tener mala vida no se escribió para Lemmy”. En forma de diabetes la vida le dijo a los 60 años que tenía que moderarse, a lo que Lemmy respondió abandonando el Jack Daniels con Coca-Cola para cambiarlo por el vodka con zumo de naranja: no se puede frenar a una locomotora como ésa. 

Redujo su consumo de anfetamina, aunque no lo eliminó del todo, ya que estaba íntimamente ligado a lo que era y a su trabajo: subir a un escenario a descargar el infierno hecho música. Nunca pensó en retirarse, y nadie de su entorno pensó que eso ocurriría jamás. ¿Lemmy jubilarse? Eso simplemente no es posible, como decía el batería de Metallica. Fumador, bebedor, mujeriego de mala vida y vividor de noche, nunca se quiso cambiar de su apartamento, insuficiente para todo lo allí había, y cuando sus amigos le preguntaban siempre contestaba: “no sé conducir, así que si me mudo a otro lado... ¿cómo voy a ir hasta el bar?”




El bar no era otra cosa que su segunda casa: el Whiskey A Go Go, un mítico bar de Hollywood en el que Lemmy estaba cuando no estaba tocando, follando, durmiendo o jugando al poker. Y allí, en un local donde no caben más de 250 personas, le dieron una fiesta -once días anticipada a su cumpleaños- en la que por primera vez, Lemmy no subió al escenario a tocar con aquellos que se reunían -algunas estrellas del rock volando desde fuera del continente expresamente para acudir- a rendirle tributo y pudo disfrutar de la música que tocaron para él, sin tener que soportar cámaras o miradas de nadie y siendo uno más en el bar con sus colegas. ¿Y quién se acercó a su última fiesta de cumpleaños a cantarle unas canciones?

Gente como Slash de Guns'n'roses o Scott Ian de Anthrax, Steve Jones de los propios Sex Pistols o el que es considerado el mejor guitarrista del mundo, Steve Vai, estaban allí para darlo todo en la fiesta de cumpleaños de su amigo Lemmy: el padrino del rock. Una increíble fiesta para solamente 250 personas como forma de festejar -entre amigos- el que sería su 70 cumpleaños. No puedo evitar pensar que si hay una fiesta en la que hubiera vendido a mis hijos como carne picada para poder estar en ella, sería esa fiesta y no ninguna otra. 

Unos días después, mientras jugaba a su videojuego favorito, moría en su sillón tras haberle sido diagnosticada -dos días antes- una forma extremadamente agresiva de cáncer.

Entonces... ¿Dios ha muerto?

Esta mañana, cuando me he levantado, no he podido evitar sentir un escalofrío cuando he leído que, desde hacía unas horas, el mítico “Ace of Spades” había entrado de golpe en el “top ten” británico, superando lo que fue su mayor puesto conseguido en los años 80.




Y es que Lemmy no ha muerto, 
Lemmy vive ya para siempre.