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domingo, 19 de noviembre de 2017

Balada triste de Trumperte.

Balada triste de Trumperte.

La noche prometía. Aunque apenas hacía unas horas de su primer cruce de miradas, ya estaban en un lugar público compartiendo una mesa. Y a pesar de lo que los cánones de la decencia (al menos en apariencia) ordenan, las razones del corazón desbordan los límites habituales, si se les da el sendero adecuado en el que se pueden expresar. Había química entre ellos dos y no tenían por qué ocultarlo: se gustaban, y ambos lo sabían desde que habían oído hablar el uno del otro.



Cuando dos almas gemelas se encuentran, bien en el campo del amor o bien en el campo de la amistad (y sus difusos límites), se producen situaciones embriagadoras que son desatadas por gestos y mensajes que, a pesar de darse a la vista de todo el mundo, son incomprensibles para casi todos. ¿Por qué? Porque es el raro azar de que encontremos alguien que piensa, siente y actúa como nos gustaría actuar a nosotros: estadísticamente una improbabilidad para la inmensa mayoría. Pero ellos habían sido bendecidos con la fortuna de compartir -de forma consciente- el mismo espacio y tiempo, esta noche ambos congregados compartiendo una mesa como forma de seducción mutua.

Entonces el camarero se acercó al invitado para rellenar su copa, y en ese momento se inició la secuencia: le preguntó -cortésmente- si podía pedirle a los músicos que tocasen su canción. El camarero -que tenía orden de complacer a los invitados en cualquier deseo que tuvieran- comunicó a la banda dicha preferencia, para que la incluyeran como siguiente canción a tocar.

Volvió a la mesa y sirvió al resto de invitados, terminando en el anfitrión. En ese momento, Rodrigo, que se había dado cuenta de la petición musical, le dijo algo al oído al camarero e inmediatamente empezó a darle voces por haberle manchado la camisa con algo que portaba en la bandeja. El camarero salió disparado de allí y Rodrigo se disculpó para ausentarse a cambiar la camisa manchada y ponerse una limpia.

La canción que sonaba estaba a punto de terminar y -cosas del destino- a pesar de que el siguiente tema que la banda tocaría, lo había pedido “con toda la intención posible” para que fuera escuchado por Rodrigo a su lado, eso no iba a suceder en esa noche de miradas a 30 centímetros de distancia. Sentado en la mesa, esperando la vuelta de su anfitrión esa noche, no era capaz de separar su vista de la puerta por la que había salido dejando un varonil rastro a “Brummel” (para hombres que dejan huella) que le recordaba a su padre.

La banda comenzó con los acordes del tema que había pedido, pero él no separaba la vista de la puerta. Sus ojos, como los de un niño que se da cuenta de que aquello que tanto deseaba no iba a poder ser, empezaban a enrojecerse y humedecerse. Cogió el móvil un segundo y tuiteó algo, sólo para ocultar su rostro mientras empezasen a cantar aquella letra (por si se le escapaba una lágrima).

Y entonces sonaron los versos:
“Bésame.... bésame mucho....”

Donald levantó de golpe la cabeza, como si se hubiera disparado un muelle de 50 metros marca ACME en su cuello.

“...como si fuera esta noche.... la última vez....”

Y al girarse, allí estaba Rodrigo -subido al escenario- declamándole sus sentimientos delante de toda la nación y de todo el planeta, veladamente escondidos dentro de un gesto protocolario que, por suerte, en la zona asiática -donde se encontraban- era muy común entre amigos y amantes. Nadie podría señalarle por haber cantado una canción clásica -que todo el mundo conoce- aunque lo hubiera hecho entregándole su corazón a aquel hombre mayor ante el país que gobernaba, con sus manos chorreando sangre...




Habían tenido que pasar muchos años y salvar miles de kilómetros de distancia pero, al fin, Rodrigo y Donald estaban juntos en esa noche soñada donde ya lo único que importaba eran la libertad y deseos de esos dos seres: el mundo era suyo y nadie podía arrebatárselo.

Esto, bonito cuento o historieta de sentimientos entre dos varones que podemos ver en la prensa internacional ahora mismo, es la imagen más arrebatadora del encuentro entre Donald Trump como invitado y Rodrigo “ASESINO” Duterte como anfitrión.

Por si algún despistado me dice que por qué insulto a “Rodri”, le recordaré que él mismo ha contado varios asesinatos cometidos por su persona. Y de distintos colores: ha matado a una persona a puñaladas cuando era adolescente por “malas razones”, pero de adulto lo ha compensado “enseñando a sus policías -personalmente- cómo se mata”, ejecutando él mismo a víctimas desarmadas y sin juicio alguno. Que yo tenga claro, ya lleva dos ocasiones al menos en que ante la prensa internacional cuenta cómo ha matado a alguna persona. Aunque “Rodri” no se corta y cuando le gusta algo, lo dice y no se anda con tonterías.

¿Que el cadáver desnudo de una monja (violada por un montón de presos en un motín en una cárcel bajo tu control) te pone cachondo? ¿Acaso hace daño a alguien eso? Mejor comentar subido a un escenario y grabado por el público, que cuando viste el cadáver de la monja te dio pena y tal por eso de la violación en masa, pero que viendo lo buena que estaba la monjita (“parecía una actriz de USA”) el primero que la tenía que haber violado era él, que para algo era el que mandaba la prisión!! 

Vaya desconsideración por parte de los presos amotinados y de la monja, no haber ofrecido el primer puesto como violador a Duterte...eh? Ya no hay respeto por los mayores.

Pero esas cosas las hizo cuando no era presidente de Filipinas. Organizar escuadrones de la muerte y esas cosas son pecadillos de juventud, que no deberíamos tener en cuenta. Ahora, ya presidente, lleva la asombrosa cifra de 12.000muertos sin juicio, ejecutados por la policía actuando como paramilitares. Esa es su “política de drogas” y le ha servido de mucho, ya que con esa excusa ha podido exterminar a familias completas de rivales políticos (debe ser que todo está manchado por la droga) y a todo aquel que le ha dado la gana.

A tal punto llegó la cosa que la propia vicepresidenta del país -en un gesto que le supone jugarse la vida- denunció ante el mundo que se estaba llevando a cabo una práctica conocida como “Palit-Ulo” por la que, si la policía no encontraba a quien iba buscando, se llevaban a un familiar o pareja y este corría su suerte (tortura o asesinato). De momento, nadie ha hecho nada efectivo al respecto y los asesinatos indiscriminados se siguen sucediendo en nombre de la lucha contra las drogas, en Filipinas, a pesar de que su presidente Duterte es un adicto al fentanilo: la ley del embudo, yo sí pero tú, no. Y la lleva hasta las últimas consecuencias (o eso dice) con un bíblico gesto en que asegura que matará a su propio hijo -y a su yerno (también acusado)- si se prueba que tiene que ver con drogas y con tráfico de las mismas, como parece ser.

¿Y qué cosas le unen a su nuevo gran amigo? Pues que desde que ocupó la Casa Blanca, Trump ha sido un fanboy de Duterte. Para Duterte, Obama era un mierdecillas preocupado por tonterías como los derechos humanos a quien le tuvo que poner en su sitio llamándole “hijo de puta” poco antes de una visita oficial. Antes había practicado hasta que mejoró el insulto, ya que al embajador de USA le llamó en 2016gay hijo de puta”, incluyendo el término gay -obviamente en su caso- de forma despectiva. Y Trump no. Trump llegó a la Casa Blanca y le llamó por teléfono, le dijo que todo “de puta madre y que siguiera igual”. Duterte no tardó en hacerle caso y, además, contarlo públicamente.




Se llegó a especular -tanteo a lo globo sonda- con que Duterte fuera a la Casa Blanca como invitado para el nombramiento de Trump, ya que no había muchos ilustres internacionales que quisieran estar presentes en dicha ocasión, pero la idea de tener a un asesino confeso (que está llevando a cabo una de las peores matanzas de nuestro siglo) en su foto era demasiado dura, y alguien consiguió frenar semejante disparate a tiempo.

¿Y para qué necesita Trump acercarse a semejante tarado?
Aquí hay dos puntos a tener en cuenta, de forma conjunta pero con valores que se mueven de forma independiente. El primero, lo que Trump tiene que hacer como presidente de USA a nivel internacional, de lo que dependen muchas empresas y relaciones comerciales, y ahí hará lo que le fuercen a hacer desde su propio entorno (un presidente en USA se pone o se quita por el capital sin demasiado problema, y Trump ni siquiera es un rico de verdad en un país como el suyo). Lo segundo, la forma en que hará “eso que tenga que hacer forzado”.

Mientras que cualquier presidente (da igual de qué partido) de USA -de los conocidos hasta que llegó Trump- no se hubiera dejado “manchar” de esa forma acercándose a Duterte, en el caso de Trump entra en juego el hecho de que de todos los mandatarios con los que va a verse en esta gira asiática, Duterte es sin duda el más cercano a un ser como Trump: es su alma gemela, y en él se ve reflejado.

Personalmente creo que Trump admira en secreto a Duterte, por el hecho de haber reconocido públicamente algo que, aunque Trump hubiera hecho (matar a un ser humano indefenso), no podría jamás confesar en su entorno y país. Tengo la impresión de que le ve como a un “Harry el Sucio”. Y de hecho a Duterte se le conoce en medios locales como “el Trump asiático” por su aparentemente descontrolado proceder.

La actitud de Trump, analizada a lo largo del tiempo, nos ha dado muestras de sobra de su carácter y de cómo se siente y comporta ante otras personas. Uno puede argumentar que es “escenificación política” pero Trump carece del control que sus colegas -Duterte incluido- tienen o saben impostar. Por eso hemos visto gestos tan absurdos como aquel en que apartaba de un manotazo a un presidente de un país europeo para colocarse él delante en la foto, o cómo con otros hombres era incapaz de relajarse y ser cordial, buscando siempre el enfrentamiento tipo macho alfa (con el francés Macri o con el canadiense Justin Trudeau) que ha de quedar por encima, o cómo le dejo la mano al primer ministro japonés en su visita (la cara es memorable) tras un apretón intolerable para las costumbres japonesas.

La escena que más reveladora de Trump, por el contrario, fue con una mujer: Angela Merkel. Fue un placer ver cómo -al igual que todos los hombres inseguros y débiles mentalmente se sienten nerviosos ante una mujer que no se acobarda- la presencia calmada y no confrontante de la canciller alemana le descolocaba, tanto que era incapaz de mirarle a la cara o de darle la mano (a pesar de que se lo solicitaban los periodistas presentes y de que ella, elegante y demostrando experiencia, le ofrecía la oportunidad de hacerlo).



Así que, con esos dos factores en mente (lo que ha de hacer y cómo lo hará) como vectores en el comportamiento de Trump, nos lo encontramos por una gira asiática cuyo principal objetivo es conseguir el apoyo de los líderes de la zona para armar una postura común frente a la cada vez más provocadora Corea del Norte y sus pruebas nucleares. Siendo eso lo que busca conseguirse, y sobre todo dejar impresa una imagen de dureza en la zona con declaraciones muy duras contra el dictador norcoreano. En ese juego de gestos, deberíamos enmarcar también el gesto (a mi entender, calculado) por el que Trump pierde la paciencia mientras pasea con el primer ministro japonés dando de comer a las carpas de colores, y vuelca de golpe todo el recipiente de comida sobre ellas.

Dicha imagen, para la mentalidad de muchos de aquellos países, es de una rudeza extrema en el contexto en que sucede, grabando en la cabeza de la gente la imagen de que Trump es un presidente que no tendrá demasiada contención a la hora de sopesar usar un arma nuclear contra dicho enemigo. Dicho suceso de la gira me parece una calculada imagen de la política de gestos, que encaja como un guante con la percepción pública de Trump mientras que le refuerza en USA como un tipo que ha ido y ha impuesto su voluntad sin mirar dónde.

Y ahora ya, vamos a lo que nos interesa: el asunto de las drogas y los derechos humanos en Filipinas. ¿Qué ha pasado de nuevo? Pues nada. ¿Qué iba a pasar, si estos dos tipos se juntan a cenar y uno le canta públicamente canciones de amor al otro? Despertad!!

¿Derechos humanos? ¿Ejecuciones extrajudiciales? ¿Escuadrones de la muerte? ¿Asesinatos de intercambio? ¿Apetito por las violaciones y el abuso contra las mujeres? ¿Amenazar a una periodista diciéndole que por ser periodista, si era una hija de perra, no se iba a librar de que la matasen?

Venga.... en serio,
¿Alguien creía que algo de esos se iba a tratar? ¿Quedaba alguien tan ingenuo aún?
A mí la única duda que me queda -y que nunca llegaré a saber- es si Putin se unió a la pareja en esa noche de amigotes, en que almas gemelas se agasajan y se cantan besos que se deben, para terminar, quién sabe haciendo qué, en la intimidad e impunidad de los poderosos y ricos.

¿Quién sabe? Tal vez de esta noche, uno de los dos haya quedado embarazado y en 9 meses podamos conocer al retoño: Trumperte está al caer, no lo olvidéis.




Nota extra: por si alguien tiene dudas, la historia no es de ficción: es real. Duterte cantó una canción de amor a Trump ante todo el planeta, así que id cogiendo la idea de cómo van las cosas entre ellos... :P

jueves, 21 de julio de 2016

Jeffrey Pendleton: otro jodido negro indigente...

Este texto fue publicado en el portal Cannabis.es y esperamos que no os guste, que os desagrade profundamente y que ello os mueva a hacer algo, a salir de la inacción sorda que permite cosas así o como esta otra de ayer mismo, antes de que una ola de miseria humana aderezada con cadáveres bajo custodia policial, nos alcance también en España.

No hemos tocado fondo aún... y siempre se puede cavar.

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Jeffrey Pendleton: Jodido Negro Indigente.


Hola, me llamo Jeffrey y soy un negro indigente, sin casa ni trabajo, que no tengo derecho a existir. O tal vez sólo tengo derecho a existir... si existo sin tener derechos. 

Eso ha intentado hacerme creer la policía a lo largo de mi vida, daba igual dónde porque la historia era siempre igual: ellos mandan y si no les gusta cómo obedeces -o si no obedeces- se desahogarán contra ti, con una paliza en el calabozo, o usando el sistema legal de forma leguleya para causar intencionalmente daño. A veces también aunque obedezcas, te hacen el saco de los golpes con el que se divierten.

En realidad no soy lo que ellos quieren que sea, y eso no lo han soportado nunca. Pueden hacerme daño físico o pueden echarme encima al sistema, pero no han conseguido romperme y hacer de mí un animal asustado que resultase domesticable y adiestrable para sus fines. De hecho, fui un chico como tú. Tuve una infancia difícil, porque era uno de los muchos hijos de una madre negra soltera en la pobreza de “la pesadilla americana”. Pero nos crió y nos sacó adelante. Terminé el instituto e incluso llegue a recibir formación universitaria. Y hasta me casé con una compañera, pero el matrimonio nos superó a ambos y acabamos -como otros tantas parejas jóvenes- separados al poco tiempo.



La ruptura de la pareja, junto con los empleos de baja calidad a los que podía tener acceso, con salarios miserables y abusos constante, fueron la rampa cuesta abajo que se me presentó como vida y que, a pesar de que no he dejado nunca de luchar, me llevó a tener que perder hasta mi techo y convertirme en un “homeless” más. 

Al principio viví un año en una tienda de campaña, pero aunque intentes mantener una vida normal, vivir en la calle te pasa un factura que no se casa con comodidades como esa. Después, he tenido que sobrevivir como otros muchos, luchando cada día y pidiendo ayuda (ya que trabajo no me dan), pero nunca he cometido un delito porque considero que ser pobre no me da derecho a ello.

Es feo pedir, pero peor es robar, dicen... 
Lo cierto es que a la policía de la pequeña ciudad donde “resido” no le parecía bien que pidiéramos, ellos preferían que nos muriéramos de hambre en la puta calle




Pero a mí que, aunque soy un negro lo soy con inteligencia, formación y coraje, no me parecía bien eso de que unos pistoleros armados a sueldo del estado fueran a forzarnos a desaparecer para su comodidad. Ellos nos acosaron, durante meses, por pedir dinero para comer de forma pacífica en la calle. Mi cartel decía “estoy sin casa y buscándome la vida”, como forma de indicar al viandante, de forma pacífica y no invasiva, que era un ser humano -negro, sí, pero humano a pesar de los maderos y el sistema- solicitando ayuda básica en una situación de extrema necesidad.

Fui detenido, golpeado, insultado, amenazado, robado, sufrí cacheos arbitrarios que incluían  "registro de orificios” (en el que unos policías te sujetan y otro con guantes te mete dos dedos dentro de tu culo y busca dentro, por si escondes una caja fuerte ahí) y todo tipo de humillaciones, que no sirvieron para doblegarme. De hecho me crecí. Y sin miedo les denuncié. 

Yo, el negro indigente, denunciando a la policía de la ciudad. 

Y lo mejor todo, ganando la batalla y forzando a la policía a que dejase en paz a aquellos que tenemos la mala suerte de tener que pedir para sobrevivir. Ellos quisieron llegar a un acuerdo que incluía una nueva política de trato para estas personas, y yo cedí porque había conseguido que ganase la comunidad: todos habíamos ganado con una policía que dejase de perseguir, acosar, robar y violar mendigos por el simple hecho de ser pobres y sin recursos. Incluso tuvieron que pagarme unos cuantos miles de dólares que, obviamente, no disfruté ya que fueron para los abogados que llevaron el caso.

No era la primera vez que me había enfrentado a los abusos policiales, porque ya en otra ocasión había sido denunciado por la policía, encarcelado y encausado, por negarme a obedecer una orden verbal, por la que una pareja de policías decidía prohibirme pasar por una zona de acceso público. ¿La razón? Ja, pues la de siempre, un JNI: jodido negro indigente. 




Pero no quise rendirme y aceptar el castigo, así que planté cara y el asunto sentó un precedente legal sobre la capacidad de la policía a dictaminar, a su antojo, sobre el acceso a lugares públicos. Y también acabaron pactando y entregando otra suma de dinero que, de nuevo, se quedaron los abogados por su trabajo. Y es que ser pobre en USA es muy caro. Me encanta ver -cuando tengo acceso- el programa de John Oliver por sus mordaces y honestos enfoques, y no consigo olvidar el día que contaba nuestra realidad y la de la justicia americana: cómo éramos encarcelados -con el coste que eso supone para el estado y los contribuyentes- por el simple hecho de no tener dinero para pagar los costes legales de la defensa legal que, en teoría es un derecho constitucional, tienen que facilitarte si has de enfrentar un juicio. Todo eso es mentira y sólo sirve para que los ricos que están en sus casas de barrios protegidos, crean que la justicia es igual para todos. Es parte de nuestra pesadilla, porque vivimos en un sistema que mientras considera que eres suficientemente pobre para recibir “bonos para comida”, no eres suficientemente pobre para acceder a la justicia con abogado de oficio. Y a veces creo que es mejor, porque ahora mismo hay 43 estados de USA en los que se te cobran los gastos legales de tu defensa y si no tienes dinero para pagarlos, vas a la cárcel aunque no seas declarado culpable por el juez.

A un amigo que estaba con una enfermedad terminal del pulmón, le detuvieron por no poder pagar los gastos de un juicio anterior y le metieron en la cárcel, pero estaba tan mal que fue llevado al hospital. 

Detenido por no tener dinero, además de la cárcel, le metieron una multa mayor, que si no pudo pagar -ni a plazos- su defensa legal anterior ahora lo haría ya imposible. ¿Cuántas veces consecutivas te pueden detener por no tener dinero para pagarles por la detención anterior, y además volver a facturarte por ello? Sé que al que no sea de aquí y conozca la realidad, esto le sonará a chiste, pero de broma no tiene nada y ésta es la realidad con la que nos hacen vivir.




La última de mis aventuras no elegidas con la policía, ésta desde la que todavía os hablo, se debió a unos gramos de marihuana. Ya sé que es legal en medio país, y que se vende en lujosas tiendas a precios espectaculares, pero la ley nunca fue igual para todos y esto es sólo otra excepción más. Me cogieron con unos porros en una bolsa y, además de quitármelos, mis queridos 'hamigos' de la policía me esposaron, me metieron a golpes -como siempre que pueden- en el coche patrulla y sin dejar de meterme codazos durante el camino, me llevaron al calabozo para presentar cargos contra mí. Fui puesto ante el juez, quien decretó mi libertad bajo fianza de 100 dólares. ¿Bien, no? NO.

Para ti puede que 100 pavos sea algo asequible -y que si no los tienes puedas pedirlos- para evitar entrar en la cárcel. Pero no para mí, no ahora. Al ganar aquel proceso contra la policía, gané el derecho a pedir en la calle pero eso no te pone en un nivel en el que puedas tener 100 dólares para pagar una fianza. Y como dije antes, los pobres vamos a la cárcel por el simple hecho de no tener dinero, aunque eso sea totalmente inconstitucional, ya que de algo hay que mantener el sistema de prisiones privadas y todo el entramado de parásitos que viven de él. Y aunque nosotros no podamos pagar, somos la excusa para que el contribuyente pague: ni siquiera les interesamos para explotarnos, sólo somos cebo en su pesca deportiva de dinero público para fines privados.




La cosa es que aquí estoy, preso, sin nada que hacer y sometido físicamente a los antojos del grupo de carceleros que, se supone, están pagados para cuidarme entre otras cosas. Aunque algo ha debido de pasar en algún momento, porque me siento extrañamente ligero, y con un gran sentimiento de paz. 

Y eso no tiene sentido, porque lo último que recuerdo ahora mismo es que entraron en la celda los carceleros y recuerdo que me dijeron entre risas: “ahora te vas a enterar de lo que es denunciar a la policía, negro de mierda”

Recuerdo un golpe cerca de mi cabeza y un sonido agudo que precedió a mi pérdida de conciencia, y a esta sensación de felicidad que me embriaga ahora en este estado en el que ya no siento dolor, ni odio o rabia, ni miedo, ni nada negativo. Aquella luz -que veo sin abrir mis ojos- es el lugar al que ahora ya me dirijo...