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martes, 24 de julio de 2007

Desquiciadas por la droga. Carry Nation y su espíritu.

Dentro del "ejercito salvador" de esta perdida guerra contra las drogas hay un tipo de soldadesca voluntaria con la que resulta frecuente encontrarse en foros, páginas de internet, programas de media tarde de televisión y otros lugares del día a día donde se plantea este debate.
Cuesta un poco ponerle nombre, más allá del de personas desquiciadas por "la droga", si bien es probable que nunca hayan tenido contacto directo con ninguna de esas terribles sustancias que consideran portadoras de graves males y aberrantes adicciones.
Como el nombre no sirve para dejar claro, al menos al gran público, de qué clase de personas estamos hablando, resultará mejor hacer un breve retrato de ellas y de su espíritu antecesor. El espíritu de Carry Nation.

Son estas personas desquiciadas, en su mayoría mujeres, por desgracia. Sé que esta es una observación arriesgada en tiempos de corrección política, ya que atañe al mal llamado sexo débil, y me sitúa en posición de ser acusado de machista. Como digo, son mayoría pero no únicas, y es posible que sea debido al rol que han desempeñado dentro de sus respectivas instituciones familiares, como madres o esposas, o a esa diferencia por la que el varón parece funcionar más basado en actos racionales (aún con una lógica confundida o perversa) y la mujer se basa más en resortes afectivos. En cualquier caso, no me corresponde analizar las causas de que esto sea así, y de entrada advierto que sólo me respalda la observación y la estadística.

Cuando uno tropieza con esta clase de seres en un debate, suelen ser personas que huyen de toda argumentación de tipo científico y carecen de formación alguna sobre los temas que implica un fenómeno multidisciplinar como es el de las sustancias psicoactivas.
Desconocen por completo el tema sobre el que pretenden emitir sentencias, pero en la mayoría de las ocasiones se justifican mediante la experiencia de algún conocido o familiar.
Son las generadoras de tópicos absurdos -y alimentadoras de los mismos- del estilo de "en mi barrio un tío se quedó loco por chutarse jachís" o "yo tengo una amiga que su hijo se murió por esnifar LSD".
Sus comentarios suelen ir acompañados de la expresión "yo sé de lo que estoy hablando", e incluso advertir más o menos veladamente de que "con la droga nadie controla y lo acabarán pagando".
En el peor de los casos, suelen ser madres de personas que han muerto por SIDA u otras infecciones por el indebido uso de agujas compartidas, o de la mal llamada "sobredosis" cuando deberían decir adulteración. O mujeres de hombres alcohólicos que presuponen que si el mal uso del alcohol ha dañado a sus familiares, "la droga" (siempre como ente inespecífico) debe ser mil veces peor y incuestionablemente más dañina e ingobernable.

Incapaces de separar entre la flaqueza humana y la debilidad, y los efectos de ninguna sustancia, renuevan la ignorancia con esa nueva modalidad de chivo expiatorio, y toman de forma enfermiza la bandera de la lucha contra "la droga", como si de esa forma fueran a dar un sentido a la muerte de alguien, o en otros casos peores, un camino para aliviar sus propios desequilibrios mentales sublimándolos a través de ese nuevo mecanismo de "pensamiento mágico".

Puede parecer cruel hablar así de quien ha sufrido la desgracia de vivir con alguien que no supo gestionar adecuadamente su relación con los psicoactivos y acabó muriendo. Ese hecho puede otorgarles derecho para hablar del sufrimiento humano, pero no de las sustancias.
¿Qué tendría que aportar la esposa de alguien muerto en una competición automovilística en cuanto al diseño de los coches de carreras?
¿Se aceptaría en un debate sobre meteorología a la madre de un joven muerto por la sacudida de un rayo en una tormenta?

Pues contra toda evidencia de que la relación con esas personas muertas por una u otra causa, no confiere a sus allegados conocimientos o legitimación alguna para hablar sobre sustancias, lo hacen con la baza de lo emocional y con la protección que les supone ser ya objeto de una desgracia familiar. Y eso en el peor de los casos, ya que mientras que de fármacos retrovirales nadie que estuviera fuera de ese campo de estudio se le ocurriría emitir una opinión, en el caso de los psicoactivos, casi todo el mundo cree estar capacitado para ello, y muy pocos los que tienen el sentido común de decir la sana verdad: "No sé de ese tema".

Y en el más trágico de los casos, de lo único que tendrían legitimidad para hablar largamente, es de como muchas de esas personas son las causantes en buena parte de que otras busquen evasión en el alcohol o en la heroína, rescatando la idea que Escohotado comentó en una ocasión y que salía de un estudio realizado por un organismo oficial sobre que empujaba a los jóvenes a consumir ciertas sustancias, siendo madres castrantes y me atrevería a ampliarlo a esposas con similares trastornos, que hacen la convivencia a su lado algo insoportable sin ayuda de evasión externa, sea esta cual sea.

Estas desquiciadas por "la droga", son las renovadas herederas de todo un personaje de fin del siglo XIX y principios del XX: Carry Nation.

Carry Amelia Moore nació en 1846 en un pueblecito de Kentucky (USA). Fue una niña enfermiza que tuvo que cuidar durante mucho tiempo de su madre, una mujer que sufría alucinaciones y creía ser la Reina Victoria, aunque no era la única de sus familiares que sufría desordenes mentales.

Cuando tenía casi 23 años, se casó con un médico, el doctor Charles Gloyd, que era un fuerte bebedor y que tras dejarla embarazada, murió un par de años después por complicaciones derivadas de su alcoholismo.
Se volvió a casar, esta vez con un abogado 20 años mayor que ella, pastor y editor de un periódico, de nombre David A. Nation.

Se mudaron a un pueblo de Kansas, en el que su marido encontró trabajo como pastor de una iglesia y ella en un hotel. Fue allí donde comenzó sus relaciones con los grupos por la templanza que proliferaban en aquella época. Carry abrió una sucursal de la Unión por la Templanza de Mujeres Cristianas, pero en poco tiempo, su métodos inicialmente pacíficos, cambiaron e hicieron que la WCTU, el grupo en el que militaba se le quedase pequeño.

Eso de llamar a los propietarios de las licorerías "destructores de almas de los hombres" y lo de ir a cantar himnos religiosos dentro de los bares hasta que los clientes se marchaban hartos de aguantarla, no le pareció suficiente. Así que pidió ayuda a Dios: ¿qué hacer?

La respuesta, según ella no tardó en llegar. Le vino en 1900 en forma de alucinación en la que una voz le susurraba que fuera a Kiowa y le decía con fuerza que contaba con ella, junto con un fondo musical.
La interpretación que ella le dio al mensaje, según su propia biografía fue que debía tomar algo en sus manos y hacer pedazos estos lugares de perdición en Kiowa.

Y así lo hizo obedeciendo al señor. Se hizo con un buen saco de piedras, entró en el Dobson's Salon y dijo: "Hombres, he venido a salvaros de un destino de alcoholismo". Y sin perder el tiempo empezó a destrozar aquel lugar a pedradas.
El dueño del bar se quedo boquiabierto y no supo reaccionar, aunque no era tampoco fácil lidiar con semejante mula. Carry Nation media 180 cms y pesaba 80 kilos, y se describía a sí misma como "el bulldog de Jesús, que corretea entre sus pies y ladra a aquello que al Señor no le gusta".

Esto le costó la cárcel, pero la ley de aquel entonces no era muy severa en ese aspecto, y salió de ella todavía más animada. Cada vez que entraba en la cárcel de nuevo, su popularidad se acrecentaba y su megalomanía y trastorno mental crecían a la par.

Tras destrozar otros dos bares más, perfeccionando su técnica e incorporando a su armamento un hacha con martillo en el contrapeso del filo, un tornado azotó Kiowa, lo cual ella interpretó como la aprobación divina de sus actos.

De este nuevo utensilio hizo su seña de identidad, y fue su posterior forma de financiación la venta de pequeñas hachas grabadas con el nuevo nombre que había adoptado, al incluir los dos apellidos de su marido de manera que su nombre quedaba así: Carry A. Nation que significa literalmente "llevar una nación", en el sentido de lucha y guía de la misma. Ese nombre le venía que ni pintado para su cruzada divina contra el alcohol.
Tambíen vendía postales con autografos y hacía tours donde leía discursos contra el alcohol, poesías y su ideario.

De esta forma comenzó su gira por los USA. Missouri, Ohio, Filadelfia y Nueva York fueron sus siguientes y progresivos destinos, en los que realizó más de 30 destrucciones de establecimientos públicos, y su fama llegó a tal punto que llego a editar un panfleto llamado "The Smasher's Mail" (El correo del destructor, más o menos).

Cuando ya tenía suficiente fama, se buscó un representante, que aunque era un generoso bebedor no le importó lo más mínimo. Le servía para sus fines.
Y este le organizó representaciones teatrales en las que en un escenario, recitaba apopléjicos poemas y versos contra la falta de templanza y el consumo de alcohol.

El declive de su carrera comenzó al pretender dar el salto a Europa. Su representante le buscó actuaciones en Londres, pero allí resultó que no tenía ningún interés, y menos en una sociedad que, como la británica o la española, no conciben la vida sin sus pubs o los bares.
En vista de que no tenía ningún éxito, intentó hacerse publicidad destrozando una taberna, pero inmediatamente se presentó allí la policía, y tras detenerla, la encarceló por una buena temporada.

Ya por aquel entonces estaba totalmente desequilibrada, pero para el americano de aquella época, sus actuaciones resultaban de lo mas divertido, evidentemente riéndose de ella.

Al final, repudiada por las asociaciones pro-templanza, totalmente desquiciada y sola, terminó sus días en un psiquiátrico, muriendo en 1911. No llegó a ver en vida una de las cosas que persiguió con más ahínco: la prohibición del alcohol en USA o Volstead Act, promulgada en 1920.
Sin embargo fue parte del germen que hizo cometer a esa sociedad un error de gravísimas consecuencias como la Ley Seca, que fue el inicio del gran poder que aún hoy día ostentan las mafias que se dedican a ofrecer a los hombres aquello que sus apetitos piden, pero el estado pretende controlar.

Aunque sin su hacha y su biblia, el espíritu de Carry Nation aún sigue entre nosotros, incluso a través del nuevo mundo de internet.
Personalmente puedo asegurar que conozco a algunas mujeres parecidas, sin hacha eso sí, pero no por eso menos desequilibradas.

A Carry, finalmente la WCTU, le dedicó una placa cerca del cementerio donde fue enterrada, en la que se puede leer:
"Fiel a la causa de la prohibición, ella hizo lo que pudo".