Mostrando entradas con la etiqueta NMDA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta NMDA. Mostrar todas las entradas

lunes, 23 de noviembre de 2015

Gas de la risa: 1 globo, 2 globos, 3 globos...

Este texto fue publicado en VICE hace un par de meses.

Sólo me queda añadir que en mi último viaje a Amsterdam, hace unas semanas, encontré cargadores vacíos de óxido nitroso en la calle muy en la forma en que sucede en UK. Me extrañó, ya que en ninguna parte del Barrio Rojo se vendía (sigue siendo legal en tiendas de alimentación y cocina) y cuando pregunté, me dijeron que eran los turistas extranjeros los que lo traían (junto con su costumbre de colocarse y tirar el cargador vacío a la calle).

Me parece mucho vicio irse a Amsterdam y llevarse el óxido nitroso desde casa para colocarse, pero haberlos haylos.

--


Un globo, dos globos, tres globos... 
...la luna es un globo que se me escapó.


Desde crío me han llamado poderosamente la atención todas las sustancias psicoactivas. Todas, sin excepción. Recuerdo leer en los cómics infantiles post-hippismo (como “Los Ángeles de Charlie” que me compraba mi abuela) referencias constantes a “las drogas” y las representaciones gráficas que hacían de ellas: colores que te rodeaban, mágicas formas caleidoscópicas que se presentaban ante los ojos de tu mente, y todo eso envuelto en unos placeres indescriptibles que, por supuesto, justificaban tanto la transgresión -tomar drogas- como la necesidad de reprimir ciertos apetitos humanos bajo la excusa de que resultan incontrolables para los débiles mortales.

Creo que fue en esos cómics que leía con 6 o 7 años cuando se despertó el apetito de probar las drogas: ¿por qué otros iban a poder experimentar esos placeres y yo iba a quedarme mirando? Vale, era un poco joven para empezar a meterme drogas, pero esas malas lecturas dejaron dañada mi mente desde esa tierna edad: me gustaban las drogas incluso antes de probarlas.





Como era un niño confiado, que no tendía a esconder lo que hacía, en algún momento debí comentarle a mi madre que quería tomar “ácido”. Mi madre tenía la carrera de Ciencias Químicas, y para bien o para mal, prefirió encarar el asunto desde la ciencia: recurrió a los libros. Mi madre escuchó atentamente lo que yo quería (drogas y sensaciones interesantes) y luego me dio la charla de los peligros de las drogas, pero desde un punto de vista bastante serio para estar tratando con un niño que no llegaba a los 8 años. 

Cogió sus libros de química -bastante buenos casi todos- de la carrera y me enseñó lo que era la LSD, cómo se había descubierto y los riesgos que tenía. A la hora de hablar de los peligros, incluyó algunos que no correspondían, como la adicción a la LSD, pero entiendo que no estaba preparada para un examen de farmacología. Yo escuché simulando atención, pero no necesitaba que me leyeran un texto porque podía hacerlo yo, aunque en aquel momento esos dibujos de estructuras químicas orgánicas me maravillaban casi tanto como las propias drogas que representaban. Yo quería el libro del que estaban sacando los conocimientos que me estaba intentando trasladar, de forma preventiva.

Al cabo de un mes de haber recibido el conocimiento que salía de ese libro, ya me lo había agenciado y me había leído entera la parte que hablaba de drogas y síntesis química de las mismas. Había pasado de escuchar hablar sobre el “ácido” a conocer diversas drogas, al menos en el plano teórico. El libro hablaba de la cocaína, la morfina, la heroína, la anfetamina, la mescalina y la LSD como compuestos orgánicos psicoactivos. Mi universo psicoactivo se había expandido de golpe, ahora tenía más drogas que quería probar, y mucho más trabajo por delante para probarlas todas.

Pero entre las sustancias psicoactivas que mencionaba el libro, también se encontraba el “Gas de la Risa” u óxido nitroso, y venía reseñado por ser el único compuesto inorgánico conocido que tenía efectos psicoactivos en el ser humano.



De aquel descubrimiento hasta hoy han pasado más de 3 décadas, y una de las poquísimas drogas que no había probado en mi vida (incluyendo medicación y anestesias) era el “gas de la risa”. No puedo decir claramente por qué nunca antes había probado esta sustancia, pero al estar comiendo en un restaurante donde para acompañar un plato nos sirvieron -con sifón- una deliciosa espuma de alioli, se me despertó de nuevo la curiosidad. ¿Qué tiene que ver? El óxido nitroso es un gas que se venden legalmente como propulsor de natas montadas, cremas, aires y espumas varias, que se sirven con un sifón. En el sifón introduces la sustancia a la que quieres meter presión, y luego lo cargas con uno o dos cartuchos de óxido nitroso, para que la presión y el tipo de gas obren el milagro espumoso con el material gastronómico de turno.

No había terminado de comer y ya estaba hablando con uno de los jefes de cocina del restaurante, para que me dijera dónde podía comprar un sifón y cargas para el mismo. La verdad es que ni los propios cocineros (que tanto alardean) saben muy bien lo que hacen: todos me juraban que las cargas que ellos ponían eran de CO2, lo cual es falso ya que esas sólo se usan para carbonatar bebidas y no sirven para elaborar espumas, pero preferí no darles muchas explicaciones. Tenía dos proveedores de hostelería, a menos de 500 metros, que vendían sifones de cocina y cargas. Según terminé de comer el riquísimo postre -celebrábamos una merecida victoria legal- y tras liarme un gran porro de marihuana, convencí a mi pareja para ir a echar un vistazo a esas tiendas.

Dicho y hecho. En un momento estábamos en el almacén de un distribuidor, viendo dos tipos de sifón y las cargas que tenían. En su caso, eran de la marca ISI y resultaban excesivamente caros. ¿La razón? Son los que promociona Ferrán Adriá de “El Bulli” y, como me dijeron en el almacén, esa tontería se pagaba cara. Así que viendo que era lo único que tenían, me fui a la competencia.
Allí tenían dos marcas, la mencionada y otra de nombre Lacor, mucho más asequible y de igual calidad (tanto para lo culinario como para lo psicoactivo). Además, tenía al lado varias cajas de cartuchos y pude cerciorarme de lo que compraba: cartuchos con 8 gramos cada uno de N2O y óxido nitroso. Los de la marca famosa sólo traían 7'5 gramos y resultaban más caros. Ya no me quedaba mucho que pensar, así que compré el sifón de cocina y 48 cartuchos de “Gas de la Risa”. Vienen en cajas de 24 cartuchos, pero nunca me ha gustado quedarme a medias probando algo nuevo, y no tenía claro cuántos iba a necesitar para probarlo a fondo.




Ya tenía lo más difícil: la droga deseada y su dispensador adecuado. Pero a no ser que tengas los pulmones de un elefante y ningún problema con llenártelos de un gas a temperatura bastante por debajo de cero grados, es mejor que compres unos globos. ¿Globos? No veáis lo jodido que es encontrar globos, de los de toda la puta vida, en los kioskos hoy día. Si conseguir la droga y lo utensilios me llevó 15 minutos, encontrar globos para poder probarla sin congelarme la faringe o sin provocarme daños por la presión con que se libera, me llevó cerca de 1 hora y tuve que recorrer más de una decena de kioskos, y sólo conseguí 4 globos de tamaño normal que le quedaban a un kioskero entre sus restos de stock. Está más jodido comprar globos que drogas, aunque suene raro, ésa es mi experiencia.

Llegué a casa y saqué el sifón, comprobé que tenía todas sus piezas -especialmente la que sirve para encajar y picar el cartucho con el gas comprimido, porque si lo intentas sin ella se convierte en una bala de metal sin control disparada con su propio gas- y decidí leer un poco sobre el asunto para repasar lo que sabía y reducir riesgos. Creo que incluso me juré que lo probaría al día siguiente o más tarde. Mentira: en 30 minutos estaba metido en el asunto. Lo llevo en los genes, la curiosidad me puede.

Tenía la ocasión de probar una droga por primera vez (de esas me quedan muy pocas ya) y como mi pareja estaba en casa, parecía algo manejable y las ganas me podían, empecé con el festival de la risa. Piqué el primer cartucho en el sifón, puse un globo que sujeté con la mano en el dispensador, apreté la palanca y con bastante ruido se llenó, casi de golpe. Antes de respirarlo, recordé que era lo que más me maravillaba del “gas de la risa” que tanto había leído: su capacidad de provocar risa. No entendía cómo un compuesto tan simple era capaz de activar una reacción compleja como esa en cuestión de segundos. Podía entender que tras tomar LSD pudieras tener risas incontroladas (o llantos incontrolados) según tu viaje, podía entender la risa tonta que te entra fumando porros con los amigos, pero no una sustancia que per se, tuviera la capacidad de producir risa.

Así que me senté en el sillón, con un globo naranja en la mano, y mire a mi pareja como diciendo “bueno, vamos allá”. Ella me miró y me sonrió con condescendencia, como diciendo “un día te voy a sacar en ambulancia, cabrón”. Exhalé con fuerza todo el aire que quedaba en mis pulmones, me apliqué el globo en los labios, y aspiré mientras dejaba que el gas entrase. Aguanté la respiración, pero no pasaron unos breves segundos hasta que tuve que echarlo todo y respirar aire de verdad: llenarte los pulmones de un gas que no tiene mezclado oxígeno, equivale a a no respirar o peor aún, con lo que la sensación aunque tenía los pulmones hinchados de gas, era la de que te está faltando el aire seriamente y tienes que respirar por cojones.




El primer efecto que sentí me recordó al que tengo cuando fumo heroína o fentanilo, y es que al exhalar la primera calada ya puedes sentir que todo va más suave, más relajado, menos estresado, las luces pierden algo de intensidad y todo parece apagarse un poco. En ese momento miré a mi pareja, que me observaba desde su lugar... y no pude por menos que descojonarme de risa.
¡¡Cómo me tocó los cojones!! El puto gas de la risa había podido conmigo y me estaba despollando sin motivo alguno mientras mi pareja me miraba, también riéndose (de mí).

Al mismo tiempo, pude notar cambios que me parecieron sorprendentes en la esfera auditiva, los sonidos eran todos más “brillantes y cristalinos” y la visión, aunque no tenía nada concreto que pudiera referir, era también extraña y tenía la sensación de que en breve iban a aparecer lucecitas de colores por todo el aire de la habitación. Apenas pude decirle a mi compañera “no sé de qué cojones me estoy riendo” cuando otra carcajada, esta vez ya mucho más cómplice y acompañando la risa de mi pareja justificó el momento. Pasaron unos 3 minutos, y esa borrachera extraña que me había asaltado estaba disipándose casi por completo, pero dejándome una sonrisa idiota en la cara, más propia de la MDMA que de otra cosa.




Me lancé a por otro globo, cargué uno, y me volví a colocar en un lugar seguro -por si perdía equilibrio o me desmayaba- y me lo aspiré como un campeón: otra vez descojonándome de risa, pero esta vez la sensación era de una borrachera mucho más profunda que la de la primera vez, ya que no habían pasado ni 5 minutos. El “gas de la risa” es un gas agradable, de sabor dulzón, y debido a su densidad te pone la voz como si fueras un ogro (lo contrario que hace el helio), lo cual ayudó a que cuando abrí la boca esa vez, la carcajada estuviera asegurada.

Sólo acerté, mientras sostenía un globo vacío en la mano, a decir: “Un globo, dos globos, tres globos... la luna es un globo que se me escapó!!” inspirado por mis recuerdos infantiles y provocando la carcajada de mi compañera y la mía. Ciertamente, la palabra globo me parece la más adecuada para referirse al efecto de esta droga, y así debe ser porque desde hace 4 días no hago más que cantar la cancioncita de los globos.




Dos experiencias puntuales no hacen mucho, así que me he pasado el fin de semana hinchado de gas de la risa, dosis dobles, repetidos globos seguidos y otros experimentos varios. Lo que más me ha llamado la atención de esta droga, es además de su capacidad para provocar risa sin motivo alguno y que no acabo de comprender, el marcado efecto antidepresivo que tiene. Hay quien está explorando el óxido nitroso como tratamiento contra la depresión resistente, y al parecer presenta mayores ventajas que la ketamina para el mismo uso, ya que ambos actúan de forma similar sobre los receptores NMDA, y no les falta razón. Cuando el efecto de las distintas dosis se pasaba, no dejaba resaca alguna y sí una actitud realmente positiva y sonriente. Al parecer eso se debe un efecto sobre la dopamina y el sistema de recompensa.

Su efecto es también claramente ansiolítico por la actuación que tiene sobre los receptores GABA. Se usa como anestesia/sedación y analgésico de uso breve, ya que su uso continuado resulta tóxico por bajar la producción de glóbulos blancos. Del efecto analgésico no puedo decir mucho porque apenas lo he notado, posiblemente debido a la tolerancia cruzada que tiene el óxido nitroso con el sistema opioide endógeno.

¿Merece la pena como droga lúdica? Creo que merece la pena tener algunas experiencias de primera mano con ella, no tanto como droga lúdica en sí misma -para mi gusto- sino como “complemento curioso”. Es barata, es legal, es relativamente inofensiva si se toman las precauciones mencionadas.

¿Acaso hay alguien que no guste hoy día de un buen globo en una buena fiesta con todos riendo? ;) 


lunes, 12 de enero de 2015

Amanitas enteógenas: muscaria y pantherina

Este texto fue publicado en la Revista Yerba.
Esperamos que sea de vuestro gusto. :)

--


Amanitas


Llegado el fin de los calores veraniegos, normalmente coincidiendo con las primeras lluvias, y antes de que lleguen las primeras nieves y los meses más fríos, nuestros bosques florecen. 

Entre la hojarasca y restos orgánicos que forman la biomasa generada por el ecosistema, nacen las setas. Muchas veces sobre materia en descomposición, como ocurre con los hongos psilocibe, y otras veces en simbiosis con pinos y abedules entre otros árboles que suelen ser huésped de hongos micorrizos, ya que otras necesitan de la raíz del árbol para poder desarrollarse y completar su función.

Nada en la naturaleza ocurre sin un propósito, y las setas no iban a ser menos. Muchas tienen la función de ser el final de la cadena trófica, en la que acaban por alimentarse de los restos en descomposición, y otras no pues su alimento viene del árbol que las aloja, pero todas las setas tienen una función sexual. Las setas son las responsables de liberar las esporas del hongo, que es en realidad el todo, mientras que la seta es una sola parte: su órgano reproductor. Cuando vemos una seta, estamos viendo un apéndice exterior (porque normalmente el hongo, y su micelio o cuerpo, se encuentran bajo la superficie) que tiene la función de liberar la simiente. Vemos en realidad “el pene del hongo”.

Las setas se encuentran en nuestra iconografía, especialmente la Amanita muscaria u hongo matamoscas, aunque no las mata -a las moscas- sino que sólo las atonta. Es ese hongo de sombrero rojo moteado con verrugas blancas (restos de la membrana que cubría a la seta) que reconocemos a primera vista, a veces como seta venenosa -de forma injusta e incierta- y a veces con el deleite de haber encontrado una de las drogas enteógenas más usadas a lo largo de la historia del ser humano. Ya con miles de años de uso registrado, a veces de forma explícita y a veces de forma más oculta en los textos, estas fuentes vegetales son reverenciadas como sagradas por muchos pueblos dados los efectos que produce su ingestión. 


Reverenciadas y valoradas, porque en las zonas donde no había la disponibilidad de otras fuentes vegetales que pudieran ser usadas como embriagante, su precio podía ser el de un reno en el trueque, animal que ofrecía -aparte de más de 100 kilos de carne- otras ventajas, como animal domesticado por algunos pueblos del norte del planeta. En una zona como Siberia, cambiar una seta por semejante cantidad de un alimento escaso y proteico, da una idea del aprecio que dichos pueblos tenían, y tienen, a las virtudes embriagantes de las amanitas enteógenas.


También en nuestro subconsciente, dependiendo de dónde hayamos nacido, podemos tener impresa la sensación de que las setas son algo malo, en su mayoría venenosas, que sólo aquellos con un conocimiento casi iniciático son capaces de cogerlas y consumirlas sin sufrir daños. Es la micofobia, o la repulsión por los hongos y setas, que existe en buena parte de la península. Todavía hoy es común en algunas zonas que los niños destrocen a patadas campos de setas, con espíritu de hacer un bien para evitar que nadie las coja y se intoxique, pero sin el menor conocimiento de cómo funciona el asunto o de qué especímenes son peligrosos y cuales no lo son: si son setas... a patadas con ellas!! Por otro lado, también tenemos la postura opuesta en nuestro país, especialmente en Cataluña y Euskadi, que son pueblos micófilos (conocen y aman sus setas) en contraste con los micófobos. De hecho en esas zonas, sus habitantes suelen tener nombres comunes para sus setas, porque la familiaridad con ellas, la gastronomía y otros posibles usos, están impresos en la cultura de dichos pueblos.


¡Vamos a por setas!

Lo primero que cualquiera que esté pensando adentrarse en la micofilia, y explorar su amor por las setas, debe tener en cuenta es que la identificación del ejemplar es crucial, tanto para propósitos gastronómicos como para ir en busca de excursiones psíquicas. 

A nadie le gustaría confundir una Amanita cesarea con una Amanita muscaria (dos setas que pueden engañar en ocasiones por su parecido) cuando lo que buscas es disfrutar del la comestibilidad de la seta, y encontrarte en mitad de una experiencia psicoactiva ni buscada ni deseada. Por la misma razón, a nadie le apetece preparar un día y un entorno para poder tener una experiencia psicoactiva con la seta, para ingerir algo que no le producirá ningún efecto.

Aquí hay que mencionar a la seta más mortal conocida, la Amanita phalloides, que mata destruyendo tu hígado y no tiene propiedades psicoactivas. Esta seta sí tiene un nombre popular en la península ibérica en general: cicuta verde, en alusión a ese otro vegetal, usado históricamente para matar por envenenamiento. Por suerte, la cicuta verde es una seta que guarda poco parecido (incluso para el ojo inexperto) con la seta que nos interesa esta vez: mientras que la Amanita muscaria es roja en su sombrero, la otra es de un color verde amarillento. 

Pero conviene dar como primer consejo, que nunca uses una seta de cuya identificación no estás seguro, porque te puede ir la vida en ello. En caso de duda, en la mayoría de las ciudades hay un servicio ofrecido por hospitales o asociaciones locales que ayudan a identificar las setas recogidas, y que no está de más usar y conocer.



También, al recoger otras setas enteógenas como la Amanita pantherina, de color marrón con verrugas blancas en su sombrero, se pueden dar confusiones con setas comestibles como la Amanita rubescens o la Amanita spissa, ambas con un aspecto parecido. Hay que recordar que cuando hablamos de seres vivos y naturaleza, no siempre las cosas son una matemática exacta y que podemos encontrar cambios de tono en los colores que pueden confundir, sobre todo si las lluvias tras la salida de la seta han hinchado de agua el ejemplar y han limpiado su sombrero de las verrugas que ayudan en su identificación.


Separando ejemplares: delante Amanita muscaria
 y detrás pantherina, de color marrón.


Una vez que tenemos la confianza de identificar los especímenes que deseamos -recomendable la ayuda de guías de campo tamaño bolsillo- nos vamos al monte, al pie de los árboles donde suelen crecer las setas que buscamos. Decir “nos vamos al monte” no es tan sencillo como parece. El monte, sin ser un lugar peligroso, requiere un poco de cuidado. No podemos ir con unas sandalias o con un zapato de tacón, debemos calzar bota alta e impermeable: vamos a un lugar que normalmente está cubierto de hojas y materia vegetal húmeda, bajo la que hay piedras, ramas, setas y también animales. 

Unas buenas botas nos evitarán la mayoría de los problemas que podamos encontrar. Como utensilios para la búsqueda, nos vale con un palo o bastón, para poder remover entre las hojas sin agacharnos y al mismo tiempo servirnos para tantear al caminar sobre un suelo que puede ocultar agujeros o rocas.

Para la recogida en sí misma, necesitaremos dos cosas: una buena navaja y una cesta de mimbre.
Las setas debemos recogerlas cortándolas por su pie para no dañar al micelio que se encuentra debajo. Algunas navajas para setas traen incorporado un cepillo de finas hebras en su parte posterior, para limpiar el ejemplar de restos de hojarasca y materia vegetal antes de guardarlo en la cesta. No se deben coger ejemplares que veamos muy maduros, pues es más probable que puedan estar en descomposición o albergar a insectos y gusanos. Sin ser excesivamente pequeños, los ejemplares de setas deben ser preferiblemente jóvenes, y con buen aspecto que ayude a su identificación.

Los dos ejemplares de seta matamoscas 
más jóvenes de esa productiva mañana.


El detalle de la cesta no es una cosa a pasar por alto. Además de que ir a recoger setas sin una cesta adecuada nos puede acarrear una sanción administrativa en determinadas zonas, por las regulaciones locales, la cesta en contra de lo que algunos dicen no es para dejar caer las esporas de las setas mientras te las llevas. La cesta es un elemento clave de prevención de riesgos: mientras que en una bolsa de plástico las fuerzas se reparten según la forma de lo que metamos en su interior, la cesta permanece rígida. Eso evita que los ejemplares que recojamos se deterioren, partiéndose o perdiendo partes que acaban mezclándose en el fondo de la bolsa, y muchas veces convirtiendo lo recogido en un amasijo del que hay poco que sacar. Al mismo tiempo, impide que un trozo de una seta que hayamos podido identificar mal -y que llevemos para identificación posterior, por ejemplo- pueda ser confundido al mezclarse con otros restos, y dado que la mayor parte de la recogida de setas tiene un carácter gastronómico, evitar posibles intoxicaciones derivadas de un mal transporte y manipulación.

Por último, cabe mencionar que en muchas zonas se exige el pago de una cuota, carnet o tasa para poder coger setas, y que existen limitaciones en las cantidades. Asimismo reseñar que coger setas, comestibles, psicoactivas o tóxicas no es nunca algo que pueda ser objeto de injerencia por parte de la Guardia Civil ni policía: podrán advertirte de las propiedades de una seta, pero no quitártela porque no sea comestible o resulte venenosa.


¡Hemos recogido unas Amanitas muscaria! 
¿Y ahora qué?

Lo primero es sacar los ejemplares de la cesta para revisarlos, y colocar cada sombrero con su pie, que pueden haberse separado durante el transporte. Ya con ejemplares identificados de Amanita muscaria delante, nos encontramos que las setas son algo que se destruye rápidamente pudriéndose. Hay que secarlas para su conservación, aunque existen otros métodos de conserva que implican curados, salazón, vinagres, aceites y hasta un previo cocinado. 

La razón de secarla en el caso de la Amanita muscaria -y también de la Amanita pantherina- tiene un segundo objetivo: aumentar su potencia psicoactiva. Durante el secado de estas setas que contienen ácido iboténico, éste se transforma en muscimol, al perder un grupo químico de su molécula original. Este cambio, convierte a la primera sustancia, que ya es psicoactiva, en otra que es 4 veces más potente en relación al peso, y con casi los mismos efectos. Estas setas ganan potencia, y mucha, cuando se secan correctamente.

Dos setas grandes, una desprendida y otra cortada al pie.


Hay micófilos que también la comen cruda, ingiriendo pequeños trocitos hasta que notan el punto de embriaguez que buscaban, pero comer setas en crudo aumenta los riesgos potenciales y en este caso, desaprovecha una gran parte del potencial psicoactivo de la seta.

Para el secado, lo mejor es una corriente de aire caliente a unos 45-55 grados celsius en un ambiente seco. A falta de poder hacerlo de esta forma, colocaremos las setas -separando el sombrero y el pie o tallo- sobre papel de periódico que renovaremos varias veces durante el proceso para ayudar a eliminar la humedad. Hay quien usa el horno, calentándolo a baja temperatura, pero así se corre el riesgo de “cocinar” la seta haciendo que se cueza en su propia agua por lo que es desaconsejable, aunque es el método favorito de los que tienen prisas.

En el primer día de recogida y puesta en secado conviene observarlas ocasionalmente para asegurarse de que no hay insectos, que pudieran hallarse dentro y estén poniendo en peligro nuestro botín. Si se detectan pronto, se elimina el trozo afectado y no suele haber mayor problema. Una vez seca, lo que ocurre en unas horas o unos días dependiendo del método y lugar, la seta adquiere una textura como cartón, sin humedad aparente pero tampoco tan seca que rompa con la manipulación. Y en ese punto ya está lista para sacar el mayor provecho de la misma como fuente de psicoactividad. Se guardan entonces en bote de cristal, donde sólo se introducen ya los ejemplares secos y totalmente identificados para su futuro uso, y nunca mezclando variedades distintas.

Aunque hay otras amanitas -como la pantherina- que también reciben el mismo tratamiento, es conveniente considerarlas en principio como cuestiones distintas. Por un lado, la concentración de principio activo en la Amanita pantherina es mayor que en la Amanita muscaria -en grado variable- y también ha estado relacionada con más intoxicaciones, probablemente por su mayor similitud a las setas comestibles ya mencionadas

Podemos decir que las instrucciones son las misma que para el uso y manejo de la matamoscas, pero atendiendo a su mayor potencia y concentración de todo tipo de sustancias activas ya que el uso de muscaria está mucho mejor documentado, ofreciendo más seguridad en lo que se hace con intenciones psicoactivas.


La psicoactividad de la seta matamoscas.

La Amanita muscaria contiene como sustancias psicoactivas el ácido iboténico y el muscimol, producido en su secado principalmente pero también de forma natural. Ya indicamos que el primero se transforma en el segundo que es mucho más potente, con lo que la concentración de principio activo responderá en parte a cómo hayamos realizado el proceso de secado, pero también a la variabilidad genética y medioambiental del espécimen, así como de la cantidad de agua que el ejemplar tuviera en su recogida (las setas más grandes suelen tener menor concentración).

La forma de consumo más común es ingerirla, bien directamente, bien mediante infusión prolongada en agua caliente para hacer una bebida, ya que el muscimol es muy soluble en agua

También hay personas que fuman la seta, pequeñas partes o la parte superior del sombrero donde tiene su cutícula roja, para conseguir efectos psicoactivos sin ingerirla, pero de esta forma de administración existen muchas menos referencias aunque sí existe como práctica actual.

Posiblemente esto no ocurrió en el pasado, o no de forma que se estableciese como costumbre, dada la escasez de este enteógeno y una curiosa forma que tenían de reciclarlo sus usuarios del norte: a través de la orina.

Tres excelentes Amanitas muscaria con una pantherina detrás. 
No, gracias, prefiero beber su orina... ;)

Son varios los relatos que narran cómo observadores europeos constataban que tras la ingestión del hongo -normalmente por las clases más pudientes dado su valor- se juntaban alrededor de la casa otras personas con cuencos de madera para recoger la orina y beberla. ¿Beber orina? Sí, porque a través de la orina se excreta buena parte del muscimol inalterado, con lo que se convierte en una “bebida de agua y sales psicoactiva”. Esta propiedad no es mágica y única de la seta matamosca y sus principios activos, sino de muchos compuestos de todo tipo. Simplemente en otros lugares que consumían psicoactivos, aunque sus orinas pudieran ser psicoactivas también, en ausencia de escasez no se inducía este comportamiento. 

Allí donde existe suficiente embriagante, no se recicla, pero con la Amanita muscaria este comportamiento llegaba a rendir efectos de forma efectiva hasta -según dicen- la cuarta persona bebiendo la orina: unos embriagándose con lo que les sobra a otros.

También se ha dicho que a los invitados se les ofrecía directamente la primera orina, porque se consideraba un vehículo de embriaguez tan válido como la seta y carente de otros efectos que pudiera tener, al haberse metabolizado ya en un primer cuerpo. Resultaría, de ser cierto, una forma realmente curiosa de mejorar un producto psicoactivo obtenido de la naturaleza, utilizando los recursos fisiológicos y metabólicos del propio cuerpo humano. Pero no, en nuestra cultura no beberíamos la orina de otra persona, o no la mayoría de la gente, aunque nos digan que sabe a cerveza fresca.

Las dosis que habitualmente se usan con la seta seca -concretamente el sombrero aunque toda la seta contiene alcaloides- oscilan entre los 3 gramos de una experiencia ligera, los 5 gramos de una normal o media, y los 10 o más gramos de experiencias fuertes. En algunos lugares se muestra una dosis alta de entre 10 y 30 gramos de seta seca, pero otros recomiendan no tomar nunca más de 20 gramos de la seta. 

Los compuestos activos, tanto muscimol como ácido iboténico son agonistas GABA que tienen un efecto depresor y sedante, junto con un efecto disociativo. La muerte en animales de experimentación en busca de sus propiedades muestran que mata, a dosis suficiente, produciendo un sopor que progresa a coma y acaba en muerte, y aunque parece obvio que en dosis suficiente puede causar la muerte (como la sal común) no parece que eso ocurra en ninguna parte del mundo con el consumo humano -no accidental- de la seta.

Los efectos incluyen sedación, descoordinación motora, somnolencia, alucinaciones auditivas o sonidos extraños, y dos efectos poco comunes en la esfera visual conocidos como macropsia y micropsia. 

Al sufrir macropsia, percibimos las cosas con un tamaño enormemente grande, con lo que nuestra percepción es la de ser “como enanos”. Por el contrario, la micropsia nos muestra todo muy pequeño, con lo que nuestra percepción es la de “ser gigantes”. ¿Imaginas un mundo donde un bolígrafo es tan grande como una columna o donde los árboles fueran tan pequeños que apenas llegasen a tu cintura? Está detrás de los efectos de la seta matamoscas y su relación icónica con los seres de pequeño tamaño y duendes, en muchas culturas. En la nuestra, merece la pena mencionar al cuento de Charles Lutwidge Dodgson, conocido con el pseudónimo de Lewis Carrol, autor de “Alicia en el país de las maravillas” donde los cambios de tamaño y percepción juegan un papel clave.

Tanto es así, que existe un síndrome poco frecuente, conocido como Síndrome de Alicia en el país de las maravillas, que nada tiene que ver con drogas ni con cuentos: es un trastorno que sufren algunas personas afectas de migrañas, en cuyos episodios observan objetos con tamaños modificados groseramente. Esto es debido a los mecanismos propios de la migraña que parecen ser de carácter vascular, relacionados con el flujo de sangre, pero aquellos que lo sufren suelen callar durante bastante tiempo, ya que temen ser tomados por locos si revelan a otros que han visto como los objetos cambiaban de tamaño.

Si ves esto, es que estás muy puesto. ;)


En esa conocida y visual historia de ficción, Alicia charla con una oruga azul sobre una seta enorme, de la que finalmente come y ello cambia su percepción de todo lo que le rodea, volviéndose una gigante o percibiendo todo como tal.

¿Cuál sería en la realidad esa seta? ;)