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miércoles, 8 de agosto de 2007

Aportando soluciones. El Dr. John Marks y el modelo inglés.

El Reino Unido, a pesar de ser una parte básica de la Europa de nuestro días, y el más cercano aliado que tienen los USA en este lado del charco, es un pueblo que presume de las características que su insularidad les ha dado.

Y ciertamente en algunos aspectos esto es así, y mantienen en ciertas costumbres del derecho amplias diferencias con el resto de los países más cercanos. Por ejemplo, sus habitantes no están obligados a portar ningún documento que acredite su identidad -y están orgullosos de ello, reaccionando con fuerza cuando ese derecho se pone en duda- y sus jueces no son simples interpretes de la ley que los legisladores hacen y que en ocasiones, aplicada en su forma mas extrema lleva a grandes injusticias -Summum Ius summa iniuria- , sino que tienen un margen de actuación muy superior al de los jueces de cualquier otro lugar europeo.

Esto también se aplica a su sistema de salud pública, en el que las prohibiciones absolutas que pesan sobre algunos fármacos en prácticamente todas las partes del mundo, ellos las han colocado donde han querido, y han podido seguir trabajando con ellos.
Uno de los mejores ejemplos sería el uso de la heroína que hacen los ingleses.
Se receta de la misma forma que se receta la morfina, atendiendo a razones médicas exclusivamente, como por ejemplo que siendo igual o más analgésica que la morfina, es menos depresora del sistema respiratorio y menos molesta en efectos secundarios estomacales.
Pensar que en un país civilizado le dan heroína a los neonatos, ya que facilita el control de su respiración cuando tiene que ser asistida, puede ser algo inconcebible para nosotros que hemos encumbrado a esa sustancia como el cenit del peligro, la adicción y la degradación física y moral, tanto que algunas personas (de los mal llamados intelectuales) se atreven a decir públicamente que la heroína es una sustancia mala "per se".
Tiene una maldad intrínseca que debe residir en la disposición de sus átomos. Claro que a los pacientes de todo tipo que en UK les recetan heroína, la sustancia tiene otro nombre: dia-morfina, de su forma química "diacetil-morfina", y la reciben pura.
El mal en forma de molécula.
Algo tan jodidamente difícil de comprender como cuando en la Edad Media, los compositores debían evitar a toda costa usar el tritono, que es un acorde con la 4ª aumentada o 5ª disminuida, ya que eso era "el diablo en la música" y la iglesia sostenía que Lucifer se colaba en la música a través de esa puerta. Por suerte, los aires de la fusión de estilos y la experimentación armónica llegaron una vez difunta la Santa Inquisición.
Imagínese lo horrible de ser juzgado, torturado, y terminar confesando que el diablo le había comprado con inmensos parabienes con el objetivo de que compusiera una pieza en la que poder colarse... para acabar en la hoguera, purificándose a 700 grados.

Volviendo a lo que planteaba, hoy voy a tratar de echar un vistazo a una de las soluciones, que tal vez sea la más urgente si lo que se pretenden es salvaguardar la salud del consumidor/ciudadano y que es la cara más llamativa y marginal del mundo de la droga, tal vez porque sus efectos (los de la prohibición y el monopolio de ciertas sustancias en manos de las mafias) tocan, a veces de lleno, a personas que no han elegido tener ninguna relación con este mundo.

Es el caso de los adictos, independientemente de la razón que les haya conducido a esa situación. El caso de las personas que necesitan desesperadamente una determinada dosis de una sustancia cuyo precio en el mercado es artificialmente sobrevalorado, y eso les hace delinquir para poder conseguir el dinero necesario para sobrellevar su adicción, junto con problemas legales, sociales y sanitarios de primer orden.

Actualmente en nuestro país y en la mayoría de los occidentales, para estas personas existen programas que en el mejor de los casos les dan un sustituto para mantenerse. Y en otros, lo único que les dan es un "tratamiento" orientado a que dejen de consumir.
En el caso del sustituto, que suele ser la metadona para los adictos a la heroína, no se hace por razones médicas, ni de seguridad, ni de preferencia o éxito en el paciente.
Se elige ese fármaco a pesar de ser más peligroso y dañino que la heroína, básicamente porque no es heroína. ¿Cómo vamos a salvar a un bebedor dándole su bebida? Esa sería la lógica que podrían esgrimir en este caso.
El gran público queda convencido. Desde la administración Nixon y de la mano de Avram Goldstein, la metadona fue promocionada como droga "contra-revolucionaria" y cura para la heroína, casi como cuando se quiso curar el morfinismo con heroína un siglo antes, hasta que vieron que sólo conseguían cambiar una sustancia por otra.
La gente cree que se les está tratando con un medicamento especifico que curará su mal.

Pero la realidad es que la metadona es una sustancia con efectos muy similares a los de la heroína, de mucha mayor duración, mayor potencia y que resulta tóxica a largo plazo. Están cambiando una heroína por otra, mas dañina, y que no consigue que los consumidores acepten el cambio totalmente, sino que lo incorporan a su repertorio como un mal menor.
Y la ausencia de la euforia que la heroína les proporcionaba, la suplen con más heroína o con cocaína. Resultado: apenas funciona en un pequeñísimo porcentaje de personas y de forma cíclica salen y entran de estos tratamientos.

En España se ha llevado a cabo, a nivel de estudio, el probar con un pequeño grupo de heroinómanos que habían fracasado en todo tipo de terapias, a darles heroína para su consumo. Si bien se ha vendido como algo nuevo, y en España lo es, es sólo un pequeño intento de abrir otras vías ya conocidas, ante el perpetuo fracaso de los actuales tratamientos.

En el Reino Unido, hasta 1967, los médicos recetaban heroína sin problema a los pacientes heroinómanos. Un cambio en la política del gobierno, liberal y de izquierdas, de la mano de los USA, les llevó a dejar en desuso este tipo de práctica.
Aún así, y en contra de lo que pasa en los USA donde un médico puede perder su licencia si lo que receta a un paciente no es del gusto de las autoridades federales y en ocasiones son tratados y amenazados como narcotraficantes por la DEA, en UK el estado no tiene derecho a inmiscuirse en la relación entre un médico y sus pacientes y lo que este les recete.

Widnes es un suburbio marginal de Liverpool, en el que los indices de consumo de drogas y de delincuencia relacionada con la misma eran bastante altos.
Un médico, el Dr. John Marks, que era un psiquiatra de la Chapel Street Clinic, en vista de los fracasos continuos de los planes de mantenimiento con metadona o de los planes de abstinencia de drogas, apostó por retirar del mercado negro a todo aquel que quisiera.
¿Cómo? En esa clínica, gratuita, decidió darle lo que la farmacopea inglesa le permitía a sus pacientes, y le dio heroína al heroinómano, cocaína al cocainómano, y anfetaminas al adicto a las mismas. Todo ello puro y sacado de la farmacia, gratis para el consumidor, y no engañándole con sucedáneos que no satisfacían sus ansías de consumo.

Mientras que en el resto del mundo, los programas de mantenimiento con metadona son percibidos como un tratamiento a pesar de ser simplemente una perpetuación del problema con una sustancia más dañina para el individuo, aquí se hacía lo mismo, se les mantenía en el consumo pero con la sustancia deseada, menos dañina que el sucedáneo y además dejaba a los vendedores y traficantes fuera de juego.
¿Por qué iba alguien a arriesgar su vida, salud o estatus legal para conseguir algo que le daban gratis y con total pureza?

Este trabajo del Dr. John Marks comenzó en 1985 y en 5 años, sus resultados ya eran espectaculares. En esos 5 años, el número de robos en la zona se redujo en un 96%, los nuevos casos de adicción se redujeron en un 92% y la incidencia del SIDA como consecuencia pareja al consumo de drogas con jeringuillas compartidas, simplemente desapareció: un 100%.
No sólo eso, sino que la terrible sustancia, la heroína, dejo de matar. No hubo ningún muerto por sobredosis, ni por adulteración.

Alguien debería haber pensado: "¡Bien! Al fin hemos dado con la fórmula para proteger la salud de nuestros ciudadanos". Y a partir de ahí, extender ese modelo a todos los lugares donde fuera necesario.

Pero no fue así.

Un sensacionalista programa de una televisión inglesa hizo un reportaje sobre la clínica y lo presentó como una forma de pasarse por el arco del triunfo la política de tolerancia cero frente a las drogas que la ministra Thatcher había impuesto.
Como no tenían potestad para intervenir en la clínica y sus métodos, atacaron a su sustento, de manera que cortaron sus fondos. Alegaron que el mantenimiento de un año con heroína para la clínica y todos sus pacientes, costaba 10.000 libras anuales (unos 12.000 euros, más o menos lo que un coche barato) y que con metadona costaba sólo 600 euros.

Nadie dijo entonces que esto era así, porque sólo había una empresa legalmente autorizada a fabricar heroína en el Reino Unido, y que con ese monopolio fijaba los precios que le venían en gana, cuando realmente el coste de producción de la heroína viene a ser el mismo que el de la codeína de los jarabes o las pastillas para la tos: un precio ridículamente bajo.

La clínica se vio forzada a ir cerrando su programa a partir de 1990, aunque lo alargó como pudo hasta 1995, cuando finalmente terminó.
Hubo otro documental, con un enfoque mucho menos sensacionalista y que se dedicaba a estudiar los datos y las conclusiones de ese método, y causó tanto malestar en las autoridades de los USA que llegaron a ejercer presión por la vía diplomática para que los hallazgos del doctor Marks no salieran a la luz.

Como dice un observador inglés con cierta vergüenza, el Reino Unido hizo una vez más lo que los USA y la DEA le ordenaron que hiciera, dándole la puntilla al programa del doctor Marks, y a unos 450 pacientes que habían normalizado su vida, se habían reincorporado al mercado laboral, volvían a disfrutar de sus familias, y su necesidad por un fármaco en concreto ya no suponía más una condena de destierro de lo socialmente admitido, haciendo de ellos ciudadanos de primera clase en lugar de enfermos sujetos a los peligros de un mercado en manos de la mafias.

Paradójicamente, se llevaba pidiendo durante bastante tiempo un estudio que evaluase los resultados de los diferentes centros de tratamiento de adicciones, y en especial los de metadona. Ese estudio fue aprobado, con la irónica fecha de inicio del 1 de abril de 1990, que era el día en que inicialmente la clínica del doctor Marks dejaría de funcionar.
De esa forma, los resultados, espectaculares y abrumadores de este lugar, no dejarían en ridículo los pobres resultados del mantenimiento con metadona, las recaídas y la perpetuación del rol de enfermo que son los menos dañinos efectos de estos programas.

He planteado esto como una, sólo una, de las muchas soluciones que habría con los años (cuanto antes mejor, si se trata de la vida de personas) que ir adoptando en todos los lugares que sufran de este mal. Si tratar a casi 500 adictos a la heroína, pagada a una empresa que ejerce un monopolio y fija los precios a su gusto, cuesta menos que el coche que tendría un trabajador de esa clínica, no existen razones económicas para no hacerlo, y sí cientos de razones humanas y médicas para hacerlo. Cualquier enfermo de diálisis le cuesta al estado más dinero que toda la heroína para un año de esas 500 personas.

Evidentemente, este planteamiento está pensado nada más para los que ya son adictos, pero fueron claras las repercusiones en cuanto a la aparición de nuevos adictos: un 92% menos.
Siempre habrá alguien que pueda conseguir un poco de cocaína, heroína o anfetamina, pero si en algún momento el consumo de alguna persona pasase a ser de esporádico a crónico, esta persona pasaría a las manos de un programa semejante, dejando de ser una fuente de ingresos para las mafias y alejándose de todo entorno criminalizante.

Casi se podría pensar que ante esta situación, se daría la paradoja de que fueran las propias mafias las que tendrían que hacer campañas en favor de un consumo esporádico, moderado y ocasional, de forma que esos clientes que por falta de uso no accediesen a estos planes, pudieran seguir siendo una fuente de ingresos... ¿o alguien pagaría por algo que puede tener gratis y mejor?

Por supuesto, en los años que duró el tratamiento del doctor Marks, los camellos de esas drogas, buscaron otros lugares donde poder hacer negocio, y en el momento en que terminó, volvieron a satisfacer la demanda de esas 500 personas que durante 5 años habían atisbado lo que era una vida normal gracias a un programa médico hecho con la cabeza.

¿Hasta donde nos dicen la verdad cuando hablan de preservar la salud pública?

El próximo día traduciré un texto del propio Dr. John Marks que plantea los graves obstáculos que se anteponen a esta idea, y a la libertad del individuo.