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Cáncer y cannabis.
La planta del cannabis es una fuente
farmacológica natural con miles de años de uso, que ha ido
adaptando su relación con los humanos (como han hecho otras plantas)
a través de la selección y la cría de variedades escogidas para
distintos fines con razones farmacológicas (de distintos efectos
sobre fisiología de la persona) principalmente en ciertas variedades
de cannabis -el psicoactivo- y buscando la producción de fibra en
otros casos -como el cáñamo no psicoactivo.
En la selección que el cannabis
psicoactivo -el farmacológicamente más activo- ha ido teniendo en
su cría por el hombre, se seleccionaron ejemplares resistentes y
productivos aclimatados a las zonas de cultivo pero al mismo tiempo
con necesidad de una buena calidad, que le otorga un valor especial a
nivel económico. Variedades más aptas para producir hashís, otras
para la yerba. Unas más “cerebrales” y otras más “físicas”.
Unas más estimulantes y otras más narcóticas.
Esas diferencias genéticas se expresan
en su fenotipo y también en la fitoquímica de la planta. Cambia su
coloración y sus pigmentos de una variedad a otra, pero también su
principal producto de interés, que son los cannabinoides naturales.
Son los responsables de que los efectos psíquicos y fisiológicos
cambien de una planta a otra. Los más conocidos son el THC o
tetrahidrocannabinol, el CBN o cannabinol y el CBD o cannabidiol.
Los usos terapéuticos que el hombre ha
ido dando al cannabis a lo largo de su historia son de lo más
variado y nos han llegado -muchos de ellos- a través de las
investigaciones de antropología y etnomedicina relacionadas con esta
planta, así como de cierta tradición oral que quedó bastante
soterrada tras el inicio de la cruzada prohibicionista.
El cannabis se ha usado contra el dolor
-con especial mención al de origen neuropático- de todo tipo, para
frenar las náuseas y los vómitos, contra la espasticidad, haciendo
frente a la anorexia por sus propiedades estimulantes del apetito,
para el glaucoma que va dejando ciego aumentando la presión dentro
del globo ocular, como ayuda frente a adicciones, ante el insomnio,
para la epilepsia -campo en el que está cosechando grandes éxitos
en tratamientos con niños resistentes a otros fármacos- o para el
prurito o picor derivado de una función deteriorada por daño
hepático, por poner algunos ejemplos que son ampliamente conocidos
aunque no todos ellos estén soportados por pruebas científicas
consistentes. Esta falta de datos realmente fiables, en buena medida,
se debe a la prohibición sobre la planta que ha lastrado décadas de
investigación y aplicación médica.
Y se ha usado para el cáncer.
Todos sabemos que el cannabis se usa
“para el cáncer”; es uno de los “conocimientos asumidos” por
el común de la sociedad. Algunas personas, enfermos a los que he
facilitado el acceso a una correcta administración, tenían frente
al cannabis un miedo similar al que la gente tiene a la morfina. Lo
tenían asociado -injustamente- con la imagen de una sustancia tan
adictiva y potente que sólo se “autorizaba” a los que iban a
morir. Prácticamente el mismo mito que con la morfina, salvo que
ésta sí es adictiva y que suele acompañar procesos terminales,
recetándose con escasez para problemas de otra índole.
Otras personas piensan -más
acertadamente- que se da para mejorar el apetito y reducir las
náuseas en personas que, si bien tienen un proceso que es
oncológico, necesitan de la ayuda del cannabis para soportar los
efectos secundarios -muy groseros en ocasiones- que provocan los
fármacos usados en quimioterapia a algunos pacientes (no a todos).
Y existe un grupo, dentro del colectivo
global de usuarios de cannabis, que afirman propiedades curativas
sobre el cáncer. Dentro de este grupo, hay personas que han mezclado
muchas informaciones distintas y se han hecho una idea equivocada de
las actuales posibilidades del cannabis en ese campo. Estudios y
trabajos que, hace casi 10 años ya, afirmaban la capacidad de los
cannabinoides para inducir la apoptosis celular -suicidio celular
programado- en células cancerosas del tipo de los tumores
pancreáticos, o en los agresivos glioblastomas cerebrales humanos o
gliomas en animales como los que estudió el español Manuel
Guzmán en un trabajo -conectado originalmente con un estudio de
1974 sobre células cancerosas y cannabis. Dicho estudio se llevó a
cabo en un hospital de Canarias donde varios pacientes que habían
sido operadores de tumores, fueron preparados para llevar un catéter
a la zona operada que posibilitase la administración de los
compuestos experimentales, algunos naturales y otros sintéticos y
creados por farmacéuticas. Aunque parecía existir más interés por
los métodos de administración de compuestos que son lipófilos (se
disuelven en grasas pero no en agua) a las distintas zonas de acción
de los tumores, sin provocar efectos secundarios graves, pero dentro
de un dispositivo totalmente hospitalario y experimental. Fases de lo
estudios que, con suerte, consiguen ofrecer algo nuevo y su forma de
aplicación con grandes esfuerzos y años de trabajo.
Estos estudios saltaron a los medios
hace años cuando se supo que ciertos cannabinoides -administrados en
ensayos experimentales- parecían acabar con algunos tipos de células
de cánceres que, en muchos casos, una vez diagnosticados su
pronóstico suele rápidamente fatal. El que muchos enfermos tuvieran
acceso a esa noticia científica les hizo adoptar la esperanza que
eso suponía para su enfermedad, pero no para su tiempo: eran
estudios experimentales aún y no fármacos aplicables a humanos, por
los riesgos y problemas éticos que hacer eso conlleva. Pero muchos
enfermos quisieron ver su esperanza en ello, llegándose a ver casos
de personas que se ofrecían como cobayas, sin esperanza de
sobrevivir pero con la voluntad de servir -al menos- como ayuda a la
cura de otras personas con su mismo mal. No es raro si pensamos que
muchas de estas personas medían ya el resto de sus vidas en meses o
semanas, y sentían que no tenían nada que perder. No eran pacientes
siquiera aceptables como cobayas sabiendo que iban a morir, ya que la
ética médica y legal del momento ni lo llegaba a considerar. Una
paradoja: condenados a una muerte segura pero con el impedimento
legal de donar su cuerpo -y su vida- a un estudio médico que salve a
futuros pacientes.
Es cierto que los cannabinoides -los
que se sacan del cannabis, son unos 85 distintos, pero no sólo
ellos- pueden resultar útiles para tratar experimentalmente ciertos
tumores con grandes resultados, pero el salto de lo experimental, in
vitro o in vivo, a lo clínico es un salto de muchos años y grandes
costes. Sobre todo -en este caso- porque los cánceres suelen ser de
tipo interno y eso hace complicada la administración efectiva de
estos fármacos, sin causar mayores daños que los que se pretenden
subsanar.
El cannabis no cura el cáncer. Los
compuestos que actúan sobre los receptores cannabinoides -naturales
o sintéticos- tienen propiedades útiles sobre algunos tipos de esas
formaciones tumorales que llamamos genéricamente cáncer. Pero, como
regla general y válida por el momento, el cannabis no cura el cáncer
en humanos hasta donde sabemos -científicamente- a día de hoy.
El caso de Rick Simpson y su aceite.
Rick Simpson es un canadiense que en el
año 1997 llevaba 25 años trabajando en un hospital como personal de
mantenimiento. Su trabajo era cubrir amianto -un material muy tóxico
para el ser humano- con una cinta mediante la ayuda de un aerosol que
permitía la unión de ambos materiales. La pega es que dicho aerosol
era muy tóxico si se producía una inhalación lo suficientemente
profunda, y aquello acabó ocurriendo. Rick aspiró una cantidad alta
del aerosol y eso le dejó inconsciente en segundos y colgando de
unas tuberías que, de haber estado encendida la caldera que las
alimentaba, le hubieran causado la muerte por abrasión al estar
inconsciente. Cuando despertó, se arrastró como pudo y pidió
ayuda, siendo llevado al hospital inmediatamente y tratado con
oxígeno por los daños en el sistema respiratorio.
Aunque no era lo único dañado. Rick
fue dado de alta en horas y enviado a casa, cuando a los pocos días
empezó a sentir un ruido en el oído. El ruido fue in crescendo
hasta alcanzar los 93 decibelios de sensación y fue la primera señal
de que el gas del aerosol había dañado el sistema nervioso causando
daños de tipo neuropático, en los que se envían señales
sensitivas o motoras a distintas partes del cuerpo y sentidos que no
corresponden con lo que se vive en el entorno, como un ruido
insoportable sin origen en el exterior. En pocas horas estaba en el
hospital de nuevo y lo trataron con carbamacepina (Tegretol),
un fármaco común para dolor y problemas neuropáticos.
Tratado pero no solucionado el
problema, Rick en el año 2001 era un zombi por los efectos de la
medicación que le daban. Acudió a su médico, el cuál le había
denegado, años atrás, el acceso al cannabis terapéutico bajo la
premisa de que dañaba el tejido y la función pulmonar al fumarse.
Rick le planteó la posibilidad de usar cannabis como aceite para no
dañar al pulmón, cosa que el médico aceptó como menos nociva que
fumar pero siguió negándose a recetarle cannabis terapéutico. La
situación de Rick no parecía tener más abordajes posibles, así
que una vez que había explorado lo que la medicina clásica le
ofrecía, decidió por su cuenta y riesgo abandonar toda medicación
y empezar a tomar únicamente un aceite de cannabis.
El resultado fue notable: el ruido que
escuchaba no desapareció pero se hizo tolerable, bajó peso que le
sobraba, mejoró su sueño -que estaba muy deteriorado- y bajó su
presión sanguínea. El aceite de cannabis se hizo parte de su dieta
inmediatamente por la calidad de vida que le aportaba.
Poco después, en el 2003, Rick se
enfrentaba a su cáncer. Un melanoma, un cáncer de piel, que en
principio se enfrentó con cirugía. Rick tenía 3 puntos peligrosos
en su piel, 2 en la cara y 1 en el pecho. Se retiró uno de la cara,
que tras la operación no cicatrizaba bien y supuraba pus, y los
otros dos se retirarían más adelante. Pero Rick recordó el estudio
de 1974 sobre cáncer y cannabis, y ya que lo tenía a mano pensó en
darle a sus dos puntos afectados de melanoma una aplicación tópica.
Así lo hizo, y las cubrió con venda. A los 4 días cuando retiró
los vendajes, las dos zonas afectadas habían hecho desparecer el
daño. Tan impresionado quedó que, al cabo de unas semanas, cuando
el melanoma que había sido retirado quirúrgicamente se reprodujo,
volvió a probar el mismo método y en pocos días estaba curado. Un
cáncer de piel.
Lo primero que quiso hacer Rick fue
compartir su descubrimiento y acudió a su médico y siendo atendido
por su esposa, quien al escuchar hablar de “aceite de cannabis”
rápido despachó a Rick diciendo que el doctor ni le daría eso, ni
hablaría con él sobre ello, muy alterada. Rick comprendió que
estaba solo con su descubrimiento. De ahí trató con el aceite a su
madre para problemas de piel crónicos que sanaron rápidamente y
pronto estaba compartiendo su conocimiento y su aceite con más de 50
personas para distintas dolencias, siempre de piel y uso tópico. Era
sólo cuestión de tiempo que probase con cánceres internos, y así
lo hizo, consiguiendo grandes mejorías y aumentos en la calidad de
vida de las personas que lo recibían. Hasta que trató con éxito a
una mujer con un cáncer de cuello de útero que quiso contarlo a los
médicos. La agradecida paciente quiso contarlo y lo hizo ante la
“Royal Canada Legion” que es una organización que cuida de los
veteranos militares en el país. Pero lo que en principio fue bien,
terminó mal con los dirigentes de dicha organización y la cosa
empeoró mucho cuando, empeñado en compartir su conocimiento, envió
un vídeo a las autoridades sanitarias que provocó una redada en su
casa de donde le quitaron más de 1500 plantas de su jardín y fue
acusado formalmente de cargos penales por cultivo y tráfico de
cannabis, por primera vez.
El juicio en 2007 estaba sentenciado. A
pesar de las declaraciones de 48 pacientes que Rick aportaba y no
fueron admitidas, a pesar de que no se les dejó testificar, a pesar
de que los expertos en cannabis enviados por el gobierno fueron
desacreditados suficientemente por él ante la sala, fue condenado.
El juez a la hora de imponer la sentencia dijo: “En mis 34 años de
experiencia en el sistema legal no he visto jamás un caso como este.
No hay intención criminal.” y aceptó que existía una evidencia
médica que respaldaba lo que Rick estaba llevando a cabo. Pasó de
enfrentar 12 años de prisión a pagar una multa de 2000 dólares,
gracias a que el juez había ganado algo de conciencia durante el
juicio. Rick, ante la situación que se le planteaba al magistrado le
preguntó: “Si su hijo mañana recibiera un diagnóstico de
cáncer... ¿le gustaría tener esta opción disponible?” y el juez
no pudo sino agachar la cabeza y dar la sentencia menos dañina
posible. Aún así Rick afirmó, tras ser condenado, que si alguna
vez ser ciudadano de Canadá había significado orgullo para él,
esto ya no sería así nunca más. Pero su método se hizo tan
popular que, incluso en los mercados de bienes prohibidos que hay en
la darknet -como el extinto Silk Road- invisible al Internet normal,
es sencillo encontrar en venta preparaciones de este aceite con el
nombre comercial de aceite de Rick Simpson.
¿Entonces el cannabis puede curar el
cáncer o no?
¿Qué dice la ciencia?
Pues la ciencia lleva muchos años
demostrando que los cannabinoides pueden curar o mejorar varios tipos
de cáncer, al menos actuar inhibiendo su crecimiento o incluso
provocar su muerte celular o apoptosis. Los cánceres son patologías
muy distintas que tienen orígenes y desarrollos totalmente distintos
unos de otros, y lo que puede ser bueno para un tipo de células
cancerosas puede ser malo para otras. Esto lleva ocurriendo muchos
años ya, pero el clima prohibicionista y la íntima relación entre
financiación de estudios y autoridades estatales han hecho que los
resultados positivos fueran siempre minimizados y desincentivados,
buscando siempre justificaciones para mantener la guerra contra las
drogas y su hipercostosa maquinaria.
Hasta que este abril, el NIDA o
“National Institute on Drug Abuse” de los USA dejó pasar, como
correcto, un
estudio que reconocía la capacidad de dos compuestos del cannabis,
el THC y el CBD, para combatir algunos de los tipos más agresivos
de cáncer cerebral. En experimentos con ratones tratados a la
vez con radioterapia, no en humanos aún. Pero abre la puerta al
aceptar las posibilidades médicas de dichos avances. Parece poca
cosa, pero decir NIDA en materia de drogas, es como mentar a la Santa
Inquisición en casa de un hereje, o así ha sido hasta ahora: el
enemigo más fiel y mejor financiado de todo el prohibicionismo
científico. Es un logro, signo de los tiempos, ese paso o descuido
por parte del temible NIDA.
Y para rematar la expectación se
publicaba a final de mes un estudio realizado en el 2014, llevado
a cabo por el Laboratorio de Dermatología experimental del
Departamento de Dermatología y Alergia de la Universidad de Bonn
en Alemania, que revelaba datos importantes sobre la patogénesis de
los cánceres y el rol de los cannabinoides en algunas de ella. Lo
primero que comprobaron es que el THC no influía ni tenía que ver
en el desarrollo y formación del cáncer del piel químicamente
inducido in vitro. Pero al mismo tiempo que el THC resultaba útil
para inhibir el crecimiento y desarrollo in vivo de melanomas
trasplantados a ratones, actuando de forma antagonista sobre el
microentorno protumoral inflamatorio, aplicado de forma tópica
(sobre la piel de la zona).
Eso viene a dar la razón -o al menos a
sentar las bases para la explicación- sobre los casos de cáncer de
piel, u otros problemas de la dermis, y a abrir a los científicos a
una vía de administración que para estos compuestos es muy
interesante porque se evitan los efectos psicoactivos que tienen
sobre el SNC. Es muy posible que de estudios como estos salgan las
primeras aplicaciones “científicamente justificadas” para tratar
el cáncer de piel con un fármaco que hasta ahora se ha mostrado
esencialmente inocuo en su administración transdérmica. Y, tal vez,
que abran paso a la evidencia de curación de estos problemas usando
una elaboración casera, de una planta que es accesible a cualquiera.
¿Que es lo que no quiere decir esto?
No quiere decir que a partir de ahora ya podamos decir que el
cannabis cura el cáncer, porque es mentir. Algunos cannabinoides
tienen efectos terapéuticos sobre ciertos tumores, pero de la misma
forma que en este caso mejoran el diagnóstico del cáncer de piel,
en otras lineas celulares de cáncer -como pueden ser el de pulmón y
el de mama- los agonistas de los receptores CB1 y CB2 -los
cannabinoides- estimulan el crecimiento del tumor, empeorando el
pronóstico.
No es lo mismo la planta del café que
la cafeína pura, ni sus efectos son iguales en el cuerpo.
Tampoco la planta de cannabis y el
cannabinoide THC puro, no son iguales en sus efectos una cosa y la
otra aunque compartan un porcentaje de su química.
Si bien parece claro que el cannabis es
un remedio para innumerables dolencias, con unos problemas derivados
de su uso que son casi nulos frente a los efectos secundarios de
otros fármacos, no parece que podamos afirmar que la planta cura el
cáncer (con todo lo que eso significa).
La historia también nos enseña que,
en ocasiones, los médicos son los últimos en enterarse de algo
importante. No hace falta más que recordar cómo los anuncios de
tabaco en USA hace 50 años venían con un médico representado que
te decía que el tabaco “de tal marca” era sano y seguro. O la
vergonzosa historia de la talidomida del laboratorio Grünenthal
, recetada para “las molestias del embarazo” como fármaco
seguro, que provocó el nacimiento de miles de niños con
deformidades físicas y un número incontable de abortos. Y si tengo
que contestar con honestidad a la pregunta que Rick Simpson hizo a
quienes juzgaban sus acciones por ayudar a otros con sus
enfermedades, si yo -o un hijo mío o cualquier amigo o familiar-
tuviera un cáncer de piel “accesible” desde el exterior estaría
aplicándome aceite de cannabis tan pronto saliera de la consulta del
oncólogo que me confirmase el diagnóstico.
Tan serio es el asunto, que en Oregon
(USA) a pesar de tener una ley que prohíbe a los estudiantes usar
ningún fármaco comprado sin receta (over the counter, OTC)
salvo los autorizados -ni un paracetamol sin receta- en una lista
hecha por las autoridades, han
aceptado cambiar dicha ley en la cámara del estado. ¿Para qué?
Pues para permitir que los escolares puedan usar, en horas de
colegio, crema protectora contra el sol. ¿Suena de locos, no? Lo es.
Sólo es otra consecuencia más de la guerra contra las drogas, el
temor a que las escondan incluso estudiantes y hasta en los envases
de crema solar. Pero a pesar de su paranoia han votado de forma
unánime para permitir que los niños no se quemen con el sol al
salir al exterior, y todo debido al cáncer de piel con tasas en
creciente aumento.
El cáncer de piel es una forma de
cáncer que suele ser tratable y tener un buen pronóstico, aunque en
ocasiones es muy agresivo y se extiende por todo el cuerpo haciéndolo
intratable. De esta forma, el cáncer de piel llega a matar a 10.000
personas al año sólo en USA; varias veces más que todas las drogas
ilegales juntas. Y estamos muy poco concienciados sobre este tipo de
cáncer, que aumenta las posibilidades de aparecer con cada
insolación no buscada que nuestro cuerpo sufre o con cada exceso de
dosis que le metemos a la piel buscando un color más moreno.
El cannabis al fin ocupa el rol
destacado que debía haber tenido desde hace décadas dentro de la
investigación médica de nuevas terapias, esta vez contra el cáncer
de piel y en fases todavía tempranas pero prometedoras, por derecho
propio.
DROGOTECA.
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