Esperamos que os guste.
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Amsterdam se rebela.
Amsterdam... ¿qué te dice la palabra cuando la escuchas?
A la mayoría de nosotros, la alusión a Amsterdam es la alusión a un reino mágico donde las leyes de un mundo que no era capaz de entender algo tan inofensivo como el cannabis se veían hechas papel mojado. Es la ciudad de los sueños para muchos, donde incontables (cada vez menos) coffee-shops ponían a tu disposición las más exquisitas variedades de marihuana y de hashís, a precios también bastante exquisitos. De hecho esto era algo que pasaba en todo Holanda, prácticamente hasta hace pocos años.
Otras ciudades, fronterizas con países donde la adquisición y tenencia de cannabis no está tolerada, tenían el mismo sistema implantado y servían de mercado de abastos para todos los fumadores de las zonas cercanas. Fue así hasta que la presión política internacional hizo que empezasen a cambiar las cosas a peor, y las exigencias al gobierno holandés hicieron de lo que había sido una buena política de drogas, una extraña situación con grandes diferencias en las distintas ciudades del país.
¿Cómo se gestó todo esto? ¿Por qué Amsterdam es distinto?
En los finales de los años 60 en Amsterdam y otras ciudades se desarrolló el movimiento Provo, que era una respuesta contracultural no violenta a un sistema opresor. Las influencias de los Provo venían desde el anarquismo al dadaismo pasando por el Marqués de Sade o Marcuse.
El panorama entonces no tenía mucho que ver con el actual, porque aún no se había establecido una guerra abierta (como fundó Nixon) contra las drogas, y aunque existían leyes, buscaban más evitar el gran tráfico y la delincuencia asociada que criminalizar al individuo, pero la tendencia estaba en cambio. Una de las grandes acciones que los Provos hicieron fue la de provocar a la policía y conseguir que les arrestasen por fumar té, manzanilla, heno, o cualquier hierba legal para demostrar la absoluta falta de conocimiento de los legisladores sobre el tema del cannabis. Y lo consiguieron: consiguieron arrestos que tenían que ser desechados por no haber cometido ningún delito con la consiguiente vergüenza para las fuerzas de la policía, que realmente no tenían ni puñetera idea del tema. También fueron los primeros en abrir un lugar que vendía marihuana, conocido como “Afrikaanse Druk Stoor”.
En los años 70, algunos responsables de grandes salas de conciertos y discotecas, empezaron a encargar de la venta de drogas a personas de confianza, para evitar problemas con material adulterado, de baja calidad y mejorar la experiencia del cliente que acudía, siempre, a disfrutar de la libertad reinante.
Los ciudadanos de Amsterdam, así como sus autoridades, se dieron cuenta de que el modelo era menos malo que el de tener “camellos callejeros” aunque resultaba obvio que no era algo legal, pero que resultaba preferible. Así fue calando la idea de que un cierto control y permisividad con drogas que no eran especialmente peligrosas o dañinas resultaba beneficiosa para toda la comunidad. Amsterdam ha sido un puerto de importancia mundial, y a lo largo de su historia han conocido las prohibiciones y gravámenes que han estado ligados a las drogas (café, té, tabaco, cannabis, opio) pero al mismo tiempo, su privilegiada situación en el comercio naval del planeta, les abastecía con una gran variedad de bienes extranjeros.
Esa historia de contacto con personas de otras culturas a través del comercio naval, tiene buena parte de la responsabilidad de que Amsterdam sea distinta, una ciudad con espíritu propio y del que se sienten orgullosos sus habitantes, con toda razón.
Tiempos modernos.
Hemos vivido décadas con el modelo holandés para el cannabis funcionando sin dar problemas, y con claras muestras de que su política de drogas era la mejor del continente europeo y, en algunos momentos, del mundo entero. Todos los que hemos viajado a Amsterdam sabemos que comprar marihuana o hashís, o incluso fumarlo tranquilamente en la calle, no genera ningún problema con la policía. De hecho, el cambio tuvo que ser intenso para el cuerpo, porque ahora mismo su reacción ante las drogas mientras sean en cantidades de consumo y no de tráfico, es nula.
Cuando paseas por los canales de Amsterdam, no ves venir muchas veces a la policía porque se desplazan el bicicleta. Hace años pude comprobar, con unos amigos ingleses, cómo esto era así: paseando iban a tomarse un par de pastillas de MDMA y en el momento en que el que las llevaba sacó la bolsa con ellas, un policía en bicicleta torció la esquina y les pilló en el acto.
Ellos se asustaron, porque en cualquier país eso sería un problema. Pero el policía sólo quería comprobar que esas pastillas no eran para la venta y que lo que había podido ver no era un intento de venta. Comprobó los pasaportes, nos preguntó qué hacíamos y para qué eran las pastillas, y cuando se vio satisfecho comprobando que no éramos más que turistas disfrutando, nos devolvió las drogas y se marchó dándonos los buenos días, y aconsejándonos dejar en el hotel lo que no fuéramos a consumir en el momento, para evitar problemas. ¿Un policía devolviéndonos las drogas que nos ha pillado y deseándonos un buen día? Sí, eso es Amsterdam.
Cuando volví al hotel, yo solo porque mis amigos se habían ido de fiesta en pleno subidón del MDMA, tuve la oportunidad de hablar con la encargada del mismo. En realidad el hotel era un cubículo, bien acondicionado pero sin ningún lujo, donde la gente pagaba por estar en pleno Red Light District o Barrio Rojo e iban a fumar cannabis con la libertad que no tenían en sus países de origen.
Le conté mi reciente experiencia con la policía, y cómo me había sorprendido que, tratándose de drogas distintas a las vendidas “legalmente” en los lugares permitidos, nos las devolvieran y no supusiera un problema para nadie, hecho que en mi país hubiera acabado con una mala tarde para los intervenidos.
La mujer, una señora de cerca de 60 años, cansada de ver fumetas y más fumetas todos los días en su trabajo (dudo que viera alguien que no fuera un fumeta empedernido, como poco) tuvo la amabilidad de explicarme que los ciudadanos de Amsterdam se sienten tremendamente orgullosos de una palabra que consideran que les define: TOLERANCIA.
Ellos no aspiran a que todo el mundo viva de acuerdo a sus normas, sino a que todo el mundo pueda convivir sin tener que regularse constantemente por legislación impuesta, cuando es algo innecesario. Me explicó que ellos conocían el cannabis muy bien, y que como yo mismo podía observar en el Barrio Rojo, los problemas que se veían no eran por consumo de drogas ilegales sino por consumo de alcohol. Era cierto: los únicos gritos, movimientos bruscos, algaradas y jaleos que se escuchaban en aquellas calles, eran hordas de guiris (de todos los países) que se movían en manadas y que bebían más que hablaban. El triste espectáculo de ver a una piara de 10 borrachos de un mismo grupito haciendo cola para poder entrar unos minutos con la prostituta más llamativa de la zona, mientras lanzaban gritos jaleando a quién ya había accedido a la copula -previo pago- con la meretriz deseada. No eran los porros, era el alcohol. Muy cierto.
Me explicó lo que ya sabíamos por lo que leíamos del allí: que la tasa de consumo de drogas y alcohol en la juventud de su ciudad era mucho más baja que la de cualquier país, y que eso mostraba como una “política de tolerancia” en la que se obviaban algunas leyes para hacer más fácil la vida de las personas cuando no había daños a terceros, era la opción más inteligente. Pero no sólo en el cannabis, sino en otros muchos aspectos también. Así, en aquel momento, se podía comprar 2C-B en el mercadillo de flores (por ejemplo) y otras drogas hoy prohibidas en la Smart-Shops que había por toda la ciudad. Y lo hacían con publicidad, no se escondían, y te informaban adecuadamente sobre la sustancia, dosis, usos y efectuaban una labor de reducción de riesgos en el consumo de drogas que, realmente, es impensable en los camellos instalados en el mercado negro. Y eso repercutía positivamente a la hora de tratar con los problemas que se pudieran derivar del uso de drogas, abordados lejos de un enfoque criminal.
Eso resultaba fácil de comprender cuando se trataba de drogas que aún no habían sido prohibidas internacionalmente, como ocurrió con la MDMA hasta que se prohibió, o con la 2C-B y otras sustancias de nuevo cuño. ¿Pero cómo podía Holanda saltarse los tratados firmados sobre drogas a nivel mundial? No lo hacían.
Las mismas leyes que regulan el cannabis en España están vigentes a nivel nacional en Holanda. Existe una prohibición sobre la sustancia y su producción no destinada a usos médicos o científicos, pero sin denunciar esa ley, los habitantes de la tolerante Amsterdam prefirieron, dentro del marco de las competencias locales que la estructura legal en el país les otorga, enfocar el asunto de otra forma. Respetarían la prohibición internacional y no serían productores de cannabis, pero no castigarían la tenencia de pequeñas cantidades destinadas al consumo personal. Al mismo tiempo decidieron no perseguir la venta de esas pequeñas cantidades, y fijaron unos límites en los que no les interesaba actuar, porque los costes eran mayores que los beneficios.
De esos límites se extrapolaron las “leyes no escritas” que regían los puntos de venta o Coffee-Shop, por los que si no querían ser acusados de tráfico, no podían superar la posesión de cierta cantidad (en aquel momento eran 500 gramos) y las ventas no podían superar los 5 gramos por persona y día, pero sin que existiera una fiscalización real del asunto. Dejaron rodar la pelota y se terminó consolidando el sistema, que prácticamente sacaba a los usuarios de cannabis de todo contacto criminal, y siendo la droga ilegal más consumida resultó ser un acierto. Pero las leyes nacionales, de aplicación sólo donde otras locales no las suavizaban, siguieron vigentes con la prohibición en los mismos términos que otros países firmaron en su día.
Como yo le comenté a mi interlocutora, existía una cierta doble moral en esa forma de proceder ya que si resultaba mejor no prohibirlo, mantener una prohibición a otros niveles superiores era algo obviamente errado. Me dio la razón, pero me volvió a recordar la importancia de las decisiones locales en su país, donde la democracia se vive de otra forma y se respeta con tolerancia al diferente y al discrepante.
La situación a día de hoy.
La realidad del comercio de cannabis en Amsterdam tiene un fallo principal: las leyes no permiten el cultivo y producción, por lo que la sustancia debe llegar a los puntos de venta sin un camino legal, ya que no existe. De esa forma llegan variedades de hashís de distintas partes del mundo (a través del narcotráfico) y existe una demanda de marihuana que se abastece desde distintos puntos de Europa, siendo España uno de los más relevantes con grandes cultivos que están destinados a abastecer aquel mercado, sin que se desvíe ni un gramo en el lugar de producción, por razones de seguridad y por razones de precio: esa legalidad mixta hace que los precios allí sean más altos que en otras partes de Europa.
Tuve la ocasión de preguntar a un par de encargados de Coffee-Shop cómo hacían, ya que resultaba obvio que en una mañana, en muchos de ellos, se vendía más de medio kilo de yerba. Muchas personas van a desayunar y a la vez a coger su cannabis como quien compra tabaco en España y las cuentas no salían. Así me explicaron y pude observar, como el abastecimiento de esos locales está asegurado y a un ritmo constante: pude observar como en uno de los locales mejor situados del Barrio Rojo se recibía cada 3 horas la visita de un coche de alta gama, del que bajaba un hombre con un paquete (sin el menor intento de esconderlo) y entraba al establecimiento, lo entregaba al camarero o dependiente, y se iba como si fuera lo más normal. Varias veces al día. Obviamente ese cannabis viene de un cultivo ilegal y escondido en Holanda o del tráfico internacional de drogas, lo cual es una incongruencia a varios niveles, desde el criminal al económico.
El avance de la presión prohibicionista hizo a Holanda tener que plantear medidas más duras, para igualarse con sus vecinos, de manera que se empezaron a cerrar establecimientos y a restringir más la apertura de los mismos. Aunque en Amsterdam es todavía posible a los turistas comprar cannabis en los Coffee-Shop, esto es algo que podría cambiar, ya que el modelo que se les plantea de cara al futuro es el de los Clubs Sociales de Cannabis o CSC, con condición de membresía limitada a 2000 miembros residentes y reglada por ley.
Eso redundará en una pérdida de ingresos al vetar la venta a los extranjeros y de la afluencia de turistas que sufre la ciudad. Para muchos, esos turistas acuden por los museos. Para otros, por el sexo legal con prostitutas, pero para muchos más la razón de ir a visitar Amsterdam pasa invariablemente por los Coffee-Shop, y ese ese caudal de dinero -no sólo en drogas sino en servicios, hoteles, hostelería y todo lo asociado al turismo- lo perderían para entregarlo a las mafias.
La rebelión de Heerlen.
Heerlen es una ciudad a menos de 200 kms de Amsterdam, que se ha posicionado también -junto con otros 55 ayuntamientos holandeses- a favor de permitir el cultivo de cannabis para uso interno. Amsterdam ha aceptado experimentar nuevas regulaciones que afecten al cultivo para la venta a Coffee-Shops. Esto ha ocurrido por el fuerte conflicto entre las políticas centrales y las locales y ha sido espoleado por la sentencia de un tribunal de Groningen, que absolvía a dos cultivadores de un delito contra la salud pública por producción de estupefacientes, argumentando que la realidad de la venta legalmente no sancionada en establecimientos conocidos que no tienen una fuente de abastecimiento regulada, es surrealista y sólo favorece a quienes se encuentran fuera de ley.
La sentencia abre la puerta a una serie de nueva posibilidades que los ciudadanos deben plantearse, al decir textualmente que: “El que se tolere la venta de droga blanda en los 'coffeeshops' implica que éstos necesitan ser suministrados y que se practique el cultivo, siempre y cuando se haga en favor de ese suministro. La política no aclara cómo debe ser ese suministro”
De esta forma se pretende cerrar el círculo de la producción y venta de cannabis dentro del país, evitando la interacción con grupos criminales y la pérdida de ingresos, y al mismo tiempo implicar de una forma más directa a los futuros CSC o Coffee-Shop en todo lo que es la reducción de riesgos en el uso de cannabis, haciéndoles formar parte de un sistema que tolera, pero educa sobre los riesgos y sus consecuencias de mano del propio vendedor. Al fin y al cabo son los primeros interesados en que sus clientes estén satisfechos y no tengan problemas, y dentro de esta idea ya había varios lugares que ofrecían desde análisis realizados a sus variedades de cannabis a microscopios y lupas especiales para poder observar la perfecta maduración -o no- de los tricomas cargados de deliciosa resina.
Asimismo en muchos de estos lugares se pueden encontrar avisos para novatos y turistas, advirtiendo de que el cannabis no es un juguete por ser “legal” y de cómo capear un mal rato, de su duración y de las mejores formas de disfrutar del producto sin malos rollos.
El rostro más visible de esta nuevo movilización es Paul Depla, alcalde de Heerlen y quien ha echado en cara al gobierno el fracaso absoluto de sus políticas represivas en materia de drogas y se ha propuesto acabar con lo que se ha dado en llamar “la puerta trasera de los coffee-shop” aunque sea bien visible para cualquiera. Armado con la razón, la sentencia del tribunal reconociendo la necesidad de abastecimiento legal y con los otros 54 ayuntamientos firmantes a su lado, está plantando batalla en el reino del cannabis “casi-legal” para poder sacar del circuito a aquellos fuera de la ley.
Con la idea muy clara Depla afirma sin rubor que “cuando se regula la producción de cannabis, se puede crear un sistema cerrado. Un sistema desde la producción hacia la venta y finalmente, de compra de cannabis. Ya no necesitas de un mercado ilegal” con lo que las preocupaciones y quejas de los países vecinos por la distinta disponibilidad del cannabis se verían atenuadas ya que sólo productores con permiso oficial podrían cultivar y vender cannabis a los Coffee-Shop, y estos sólo podrían comprar los productos generados por estas empresas de nuevo cuño, permitiendo un control absoluto de la producción y distribución que evite que el 80% del cannabis producido en Holanda se venda a terceros países.
Los movimientos en la política de drogas han sido siempre pasos de tortuga dados con dificultad, pero tal vez con los nuevos aires que corren en torno al cannabis, pronto podamos ver en Europa un modelo sostenible y legal, de producción y venta de cannabis y derivados, que pueda ser exportado a otros lugares dentro del cambio previsible en las políticas represivas que hasta ahora han sido la norma en todo el planeta. Parece que la evidencia acaba siendo tan pesada y tan obvia, que no queda más remedio que asumirla: al narcotráfico y al crimen no se le quita el negocio con nuevas leyes que violar, sino tomando su mercado de forma que no pueda competir en él.
Esa parece ser la apuesta de Heerlen y de otros 54 ayuntamientos en Holanda, a los que deseamos la mejor de las suertes implantando esta medida que mejorará la economía local y apartará a mafias, bien sea dentro del modelo de CSC o del anterior esquema basado en Coffee-Shop: el tiempo nos lo dirá.
A propósito del tema, ya holanda no es tan mágico, el actual gobierno está buscando hacer leyes más severas en cuanto al consumo, tal parece que no les agrada tanto que su país o su nación sea reconocida por este maravilloso hecho, habrá que ver qué sucede en los próximos meses.
ResponderEliminarY la cruel realidad es que los españoles al final estamos yendo a fumar a holanda la marihuana que se produce ilegalmente en españa pero que se vende en holanda legalmente, el mundo al revés
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