sábado, 19 de marzo de 2016

La sobredosis como negocio legal.

Este texto es el segundo temáticamente enlazado de dos textos sobre el asunto de los opioides en USA y fue originalmente publicado en el portal Cannabis.Es, esperamos que os resulte interesante.


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Los muertos por sobredosis cotizan en bolsa.


Martha salió de la consulta del médico con cierta prisa porque no llegaba bien de tiempo a recoger a su hijo Stevie de la escuela. A Steve -el padre y marido- le habían cambiado el turno en la fábrica por necesidades de servicio y ese mes tenían sus rutina habitual totalmente desajustada. El dolor de espalda se había hecho más presente en el día a día de Martha, en buena parte porque ese mes la carga de ejercicio que su cuerpo afrontaba había crecido para poder “llegar a todo”. Y tal y como le dijo su médico, acudió a él cuando el dolor aumentase de forma general.

El doctor había revisado la medicación que ya tomaba Martha, que tenía su tratamiento con parches de fentanilo de 25 mcgs/H y morfina -como medicación para el dolor puntual no controlado- si era necesaria. En vista de lo que Martha le contó, el doctor decidió probar a aumentarle la dosis de fentanilo y le recetó parches de 50 mcgs/H. Le dio las indicaciones habituales y la despachó con cierta amabilidad para su apretado horario. Martha llevaba ya meses con ese tratamiento y, en principio, no debía suponer ningún problema nuevo. Esa misma tarde al llegar a casa, ella comenzó con la nueva dosis indicada por el médico. Y siguió haciendo cosas, porque desgraciadamente la vida no se detenía cuando la espalda le hacía ver las estrellas de dolor.

Pasaron un par de semanas y Martha toleraba bien el tratamiento, pero el exceso de cansancio le pasó factura. Empezó a toser y a tener un ligero dolor de cabeza: “ya está aquí el resfriado por llegar mojados a casa la tarde del parque infantil”. Como era viernes, prefirió ir a trabajar y a recoger a Stevie, pensando en “descansar el catarro” durante el fin de semana. Aguantó como pudo el día y el sábado ya estaba con una ligera fiebre y los pulmones mucho más afectados, que le hicieron quedarse entre la cama y el sofá. Steve tomó el control, de la casa y de Stevie, para que ella pudiera descansar, y salieron a hacer compras juntos. Cuando volvieron horas después, a Martha le había subido la fiebre hasta casi 38 grados y se encontraba peor, con dolor articular e intenso malestar general, con lo que pensaron que sería una gripe en lugar de un resfriado. Martha se puso un nuevo parche, tras ducharse para bajar un poco la fiebre, pero no tenía ganas de cenar y se fue a la cama tras tomar otro analgésico, buscando alivio a sus dolores en articulaciones, y un “Valium” que la ayudase a dormir bien. Steve no quiso molestarla y la dejó descansar: había sido una dura semana para ella.




Martha no despertó nunca más: murió de una sobredosis de opiáceos/opioides. El parche de fentanilo que tenía puesto -con el aumento de la temperatura corporal por la fiebre- empezó a liberar mucho más compuesto del que debía en el cuerpo de Martha. Y su tejido graso, el principal depósito de esta droga en el cuerpo humano, que estaba destruyéndose en parte para afrontar la infección y la falta de alimentos, liberó parte del que había ido acumulando durante semanas de uso, lo que junto con una dosis más de medicación para el dolor y otra medicación depresora de la respiración, fue demasiado para el agotado cuerpo.

Este caso -que es sólo un ejemplo- es el retrato modelo de muchas de las sobredosis que están matando gente en USA. Podemos cambiar el nombre de la persona, los opioides recetados y las dosis, pero la imagen sería la misma: alguien que muere haciendo un uso de los fármacos según lo pautado por su médico. 

¿Hay también sobredosis "de yonkis"? Sí claro, y más que habrá con los volantazos en las políticas de drogas: gran parte de esos “yonkis” son antiguos pacientes que, como contábamos hace poco aquí, se han hecho adictos de la mano de un médico. 

¿Pero acaso importa cómo haya llegado a la sobredosis una persona cuando es la vida lo que está en juego? No, entre otras -algunas perversas- razones, porque todas pueden ser un negocio para los mismas farmacéuticas que han enganchado a la gente a los opioides.


La oferta y la demanda; el mercado de salvar vidas.


Aquí lo primero que hay que hacer es presentar al lector a la protagonista de la historia: la naloxona.

Es la “droga mágica” que sirve de “antídoto”, para la mayoría de opiáceos y opioides, cuando se sufre una sobredosis. Quienes la conocemos de primera mano y la hemos visto actuar, tenemos motivos para llamarla “mágica”: salva a un persona con depresión respiratoria profunda yendo hacia la muerte en cosa de unos segundos (aplicada correctamente y a tiempo). Es un antagonista opioide que libera -bloqueando él mismo- los receptores opioides que están siendo estimulados causando los efectos de la sobredosis.




Es una droga fuera de patente (su coste es sólo el de fabricación), la síntesis es simple y el precio de producción -dadas las dosis usadas- es ridículamente bajo permitiendo ventas a nivel de mayorista con precios de menos de ½ dólar USA por dosis de naloxona. Además se encuentra en la “Lista de Medicaciones Esenciales” de la OMS, por lo que su existencia y provisiones -como algo normal y rutinario- no deberían resultar nada nuevo. Digamos que si fuera un animal, estaría en una lista de especies a proteger.

Y llegó el mercado. ¿Cuál? El USA y Canadá, ni más ni menos, con su estrategia de crear primero la epidemia de usuarios adictos a opioides y luego presentar nuevas soluciones para “ese nuevo problema que sufrimos como sociedad”. Lo contábamos hace unos días en este portal, cómo el revolcón -inmoral e ilegal- de masajes con billetes desde la industria farmacéutica al legislador y los médicos, ha puesto en grave peligro a toda la sociedad dado lo indiscriminado de sus prácticas para ganar dinero.

Ahora sus prácticas incluyen el “mercado de la sobredosis” y aunque ya se encuentran bajo investigación, gran parte del eco mediático que recibe el actual problema de la “epidemia de los opioides en USA” se debe a que, en este momento -ya desde hace tiempo pero ahora más descaradamente- a las propias farmacéuticas les interesa que se saque. Aunque a ellas les toque hacer un cierto “acto de contrición público” en el peor de los casos, está justificando la compra masiva de “antídotos” para esas sobredosis, ya que se está formando a la policía, bomberos e incluso profesores en algunas zonas, dado el tamaño del problema. Eso, al final, se traduce en números que suben y bajan en compañías que cotizan en bolsa. ¿Y qué os voy a contar? Paso de aburriros, ya os lo imagináis: la naloxona pasó de costar medio dólar -durante casi 50 años- a costar hasta casi 1.000 dólares por un par de inyecciones

Como es el caso del autoinyector “Evzio”, que son dos inyecciones precargadas cuyo coste no debería pasar en farmacia de 5 dólares (siendo generosos con todos). Lo de querer cobrar casi mil dólares por “dos chutas con naloxona”, sí que es “NIVEL GRAN NARCO” en drogas y no lo que hacía el Chapo Guzmán. ¡A la gran farma-industria no le dan clase aprendices!

Existe también un dispositivo llamado “Narcan” que permite la administración de naloxona de forma intranasal (con una especie de nebulizador), cosa más sencilla de hacer por parte de alguien que inyectar en una vena, y cuyo precio pasó en 3 semanas -hace más de un año- de 27 a 42 dólares sin razón que lo justifique, salvo el casoplón de 13 cuartos de baño del presidente de la compañía. 

La sobredosis cotiza en bolsa: bienvenidos al mercado manipulado por regulaciones “ad hoc”. Ahora imaginad lo que siente el presidente y los accionistas cuando lo que ven es el mercado potencial de USA para que la policía, bomberos, médicos y paramédicos en las calles, lleven todos kits de naloxona -vendidos por ellos- y estén entrenados en su uso, en cursos que ellos también pueden impartir. ¿Sabéis el pedazo negocio que eso? Los muertos -que las farmacéuticas generamos enganchándoles- en realidad son lo de menos, víctimas colaterales como se dice ahora. Y todo para salvar vidas americanas. Son unos genios estos narcos de “la gran farma”; normal que les encante lo de la guerra contra las drogas con el dineral que les está dando.

Pero por no acabar este segundo texto sobre el asunto de los opioides -y sus negocios y muertos asociados- en USA de una forma realista y pesimista, voy a recuperar el brillante diseño que hizo Morten Gronning Nielsen, un joven ingeniero de una escuela de Copenhage, y cuyo precio, sumando los componentes, se podría llevar a mercado por menos de 50 euros. No, no hablamos de una simple jeringuilla precargada, atentos al brillante invento que -de momento- nadie ha parece querer desarrollar y vender.



Se trata de un monitor de pulso y oxigenación que cualquiera puede llevar puesto en su brazo -si está consumiendo opiáceos u opioides de forma que pueda sufrir una sobredosis- y que cuando detecta que el oxígeno en sangre y las pulsaciones de la persona han bajado, tras emitir una alarma sonora avisando, inyecta en el brazo de la persona una dosis de naloxona de forma automática permitiéndole salir de la sobredosis antes de que sea irreversible. Se trata de un invento brillante que, hasta donde sé, ha pasado totalmente desapercibido.



Aquí una prueba de cómo funcionaría usando una naranja partida para que se pueda ver la difusión de la sustancia coloreada a tal fin, que muestra como un poco de ingenio y recursos que están al alcance, se pueden encontrar soluciones creativas y realmente avanzadas por poco dinero: no necesita de terceras personas y funciona aunque caigas inconsciente, lo que lo hace mejor que cualquiera que las otras opciones en multitud de casos.




Su diseño es la evidencia viva de que cobrar 1.000 dólares por un par de jeringuillas precargadas que apenas cuestan 5 dólares de fabricación, es algo que debería etiquetarse como “terrorismo farmacéutico” con la complicidad del legislador -omnipotente siempre en esto de las drogas- en el que el objetivo es toda la población.

El problema de la “epidemia de opioides” en USA y Canadá fue creado artificialmente en un movimiento mafioso de la industria farmacéutica, lubricado para que entrase bien con dinero a médicos y políticos y que, cuando ha empezado a rendir muertos, ellos han sabido convertirlo en una bendición para su negocio y evitar pagarlo como una desgracia por haber sido los responsables en último término de muchas de las muertes, de sus clientes legales con receta médica.

No soy nadie para saber cuál será la clave que acabe con un problema creado para ganancia de de estas “empresas de la salud”, pero estoy seguro de que la solución no pasa por usar y pagar más productos de los que crearon el problema; 
cuidado con las farmacéuticas, 
que las carga el diablo.


jueves, 3 de marzo de 2016

El péndulo de la Dra.Heroína

Este texto, sobre la epidemia de médicos prescribiendo opioides alegremente en USA que ha acabado creando una epidemia de muertos por sobredosis, fue publicado en el portal Cannabis.es y es el primero de dos enlazados temáticamente. Esperamos que os guste.

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El péndulo de la Dra. Heroína.


¿Cómo explicarle a un lego lo que está pasando en los USA con los opiáceos? ¿Qué hacen contando los muertos por miles debido a sobredosis de opioides recetados por médicos? ¿Por qué caen como moscas grupos locales de usuarios de heroína en USA y de dónde han salido tantos?

Empecemos por aclarar algo: los opiáceos y los opioides -algunos usan los nombres indistintamente aunque no son lo exactamente lo mismo- son en su inmensa mayoría drogas adictivas. Esto quiere decir simplemente que cuando un organismo comienza a tomarlas (da igual por qué vía) y su cuerpo se acostumbra a tener una cierta cantidad de esa droga en sangre, la falta posterior de esa droga -u otra muy similar- que permita mantener ese nivel en la sangre, provoca un síndrome de abstinencia. 





¿Qué y cómo de duro es un síndrome de abstinencia? Pues los hay de muchos tipos y sabores, y dependen de la sustancia que se haya consumido, la dosis y frecuencia de consumo, y la duración del mismo. Muchos de los fármacos que se usan hoy día en la consulta de cualquier médico de cabecera pueden provocar síndromes de abstinencia que harían palidecer al heroinómano más experimentado, así que entendamos el asunto como lo que es en este caso: una cuestión de requerimiento fisiológico en la que el cuerpo lo pide, y si no lo tiene, te castiga con dolores y malestar en distintos grados. Algunos leves pueden ser como un molesto resfriado (con dolores articulares y sólo ganas de meterte en la cama, o de meterte más droga que te quite los síntomas) o estar con cierto malhumor durante unos días, como sufren los fumadores mientras sueñan con cigarros encendiéndose a su alrededor, o con tener menos facilidad para entrar en el sueño como le ocurre a los fumadores de cannabis cuando les falta el porrito de por la noche. Puede ser algo así, o puede ser un cuadro con alteraciones psíquicas serias, alteraciones orgánicas peligrosas que pueden llegar a matar como en el caso del alcohol, o alteraciones del sueño que pueden volver loco al más pintado en el caso de las benzodiacepinas, etc. 

Todo depende de qué, cuánto, cómo y durante cuánto tiempo.

La cosa sigue así. Imagine que va a su médico y para ese dolor de espalda que usted tiene -provocado por una mala postura que suele adoptar junto con falta de ejercicio físico- y que se ha vuelto un problema ya: usted es una persona normal y corriente, que no sabe nada de drogas, y que tiene -pongamos- 58 años. Un ejemplar y patriota padre de familia con bandera en el porche de su casa, que nada en absoluto tiene que ver con las drogas. Y su médico le da una pastilla que puede que, por primera vez en su vida, le alivie de verdad el dolor. Eso está genial, ya que fuera de una función diagnóstica, el dolor no debería tener cabida ni tolerancia en la práctica medica, sea cual sea su origen. Nuestro protagonista “ad hoc” -llamémosle Joe- se siente feliz con esa medicación. Y no le faltan razones, ya que le quita en gran medida el dolor que tiene, le ayuda a dormir mejor y hace más soportables las monótonas noches de pareja en la dilatada rutina conyugal. ¡Casi que hasta hace a la TV divertida, coño!

El asunto es que si Joe sigue así, tomándose suficientes pastillas como mantener todo el día su sangre con droga en ella, acaba siendo un adicto. En este caso sería un adicto yatrogénico al serlo “por causas médicas”. Puede que el caso de Joe sea uno de los que realmente necesitan opioides para tratar su dolor, pero puede que tal vez sólo hicieran falta de forma puntual y no se retiraran después o que, por comodidad, el médico el ver una respuesta positiva del paciente -y seguramente una reticencia a que le quitasen la panacea del bote de pastillas- decidiera simplemente complacer a su paciente, lo cual en sí mismo tampoco ha de ser nada necesariamente malo.





Pero si en ese esquema en el que prescribes con cierta generosidad fármacos que esencialmente hacen lo mismo que la heroína o la morfina, metes a una industria farmacéutica en constante cópula con el legislador y el fiscalizador de las drogas en USA, pues la hemos jodido. 

La pasta de la industria farmacéutica -los que venden las droga legales, básicamente- es tan adictiva como la del narcotraficante, o más en su caso porque “transcurre por cauces de aparente legalidad”, y la cantidad de pasta que se mueve en la rama farmacéutica de la “industria de la adicción” (drogas legales, fármacos de prescripción, servicios sexuales y porno, comida rápida y adictiva, etc.) es muy alta. Así que las farmacéuticas asaltaron a los legisladores por un lado y a los médicos por otro, a unos dándoles pastaza para sus asuntos y a los otros, pues de la misma forma: sólo cambiaba el cómo.

Al médico le controlaban la cantidad de recetas que emitía de cada fármaco y marca, de manera que se le podía “sugerir” (ya saben cómo de elástico es eso de sugerir) que recetase más una u otra, para que le dieran pasta o más pasta. Y coño, si es legal nadie tiene por qué decir que no a un caramelo, ¿no? Así que el médico no es que vaya a empezar a dar heroína en pastillas a todo el que le visite, sino que cuando tenga que tratar un dolor (una causa justificada) estará “más inclinado” a recetar lo que la industria quiera y el legislador le permita. Como al legislador le tienen domesticado a base de pasta para sus campañas y está tranquilo mirando a otro lado, éste no dice ni mu. Y hasta puede presumir de que hay más ciudadanos felices gracias a él, que ya pueden vivir sin dolor.





Así que mientras en USA arrasaban dispensarios de marihuana medicinal, a la vez estaban diciéndole a los doctores -mediante un incentivo perverso en el mercado como son las primas por recetas- que recetasen más y más mórficos. Si alguien en este punto cree que la heroína es mala, pero la morfina es buena, o que la morfina es lo último pero la oxicodona es más suave, que deje de creer nada: todos estos fármacos son en esencia iguales, hacen lo mismo y matan igual. 

Realmente la industria sabía lo que estaba pidiendo -porque conoce la historia de lo que pasó cuando lanzó la heroína como fármaco contra la adicción a la morfina- y los doctores deberían saber lo que estaban haciendo: creando adictos. 

¿Como médico recetabas cannabis? Te mandamos al talego por prácticas contra la salud de tus pacientes. ¿Recetabas cantidades industriales de mórficos adictivos? Te pagamos unas vacaciones en el burdel más cercano: no exagero, las primas en el complejo equilibrio médico-farmacéutico se pagan (aún hoy) de las formas más variopintas.





El resultado de esto, como cualquiera puede imaginar, es que se crean un montón más de adictos y esto es una realidad que no tiene que ver con nada moral: son adictos como lo es un dependiente a cualquier otro fármaco que cree adicción, psicoactivo o no. El número de prescripciones de mórficos en USA (y Canadá, que les sigue de cerca en casi todo) empezó a crecer como si estuviéramos en tiempos de guerra y en poco tiempo, el negocio ya era doble: el sistema te hace adicto, y nosotros te curamos. Entraron en juego las “clínicas contra la adicción” que esencialmente son lo mismo que en España y también se pusieron a hacer caja con la desintoxicación de adictos, mayormente por la vía privada. 

Las farmacéuticas sacaron más presentaciones “modificadas” de fármacos, porque resultaba que la mayoría de los mórficos están descubiertos hace muchas décadas, con lo que no tenían ya patentes para cobrarlos caros y empezaron a experimentar con otras formas de administración: retardada, por piel, sublingual, intramuscular para unos días, por el culo y hasta en una maquinita que viene a hacer lo mismo que esnifar fentanilo (uno de los opioides más peligrosos de manejar) y que te da una dosis instantánea y nasal -o sublingual- de opioide con sabor a rica menta (como un mojito). 

Se especializaron en sacar pasta de vender “nuevas formas de aplicación” que sí generaban patente y se cobran aún mucho más caras, y esto aumentó más el número de usuarios porque aumentaba la presencia y acceso entre la población a estos dispositivos de forma legal, animando con más dinero a los médicos a recetar sus productos. Realmente era (y es) como un juego entre laboratorios a ver quién era capaz de enganchar en más medicaciones a más población, da igual cuales. Si ves la lista de las 100 más vendidas lo entenderás. Y joder, los opiáceos y opioides enganchan: bastante cuando se usan de forma prolongada.





Los ratos de cama entre una industria “lobby mafioso”, untando de dinero un sistema médico-legal como el de USA, acabaron creando una enorme masa de consumidores adictos a estas drogas que no eran tipos en un callejón sino abuelas. Como la que sin querer mató a su nieta al dejar en la basura un parche usado de un fármaco recetado por su médico, que la niña vio y recogió, poniéndoselo en la piel cuando jugaba a imitar a la abuela enferma y muriendo sin despertar horas después. 

O esos casos de hombres mayores que están recibiendo opioides de liberación retardada y que sin explicación, en un ataque súbito de sueño o de droga en sangre, se duermen al volante de su coche. O los que se quedan dormidos sin más porque el médico que les trata les indicó una dosis que para su metabolismo de eliminación era excesiva y acaban en una sobredosis en la cama. Empezó a haber muertos, cada vez más, sobredosis, cada vez más y también más mamoneo al prescribir, trapicheo y mercado negro asociado a las drogas de farmacia. 

La aplastante lógica de la máquina legislativa de USA entró en acción y simplificó el problema con la misma torpeza que ha tratado otros muchos asuntos: “si los opioides matan, quitemos los opioides”. Así que de golpe, a toda una población que contiene un porcentaje muy alto de adictos a algo equivalente a la heroína -sin saberlo muchos de ellos- les quitaron la droga salvo a los casos más justificados. Un buen día les dijeron “no, de esto ya no nos queda, pero le podemos dar una aspirina, si quiere”. Algunos se lo pudieron comer, otros no fueron capaces. Y los que no, acudieron a buscar ayuda al mercado negro (por donde casi todos pasamos, de una u otra forma, al final).

¿Qué les esperaba en el mercado negro? Pues las aberraciones más curiosas que la prohibición de las drogas pudiera crear, desde inhaladores “caseros” de a-saber-qué-fentanilo hasta pastillas falsificadas de oxicodona -una de las grandes en el “top ventas”- que eran falsas y contenían drogas aún más potentes y peligrosas. De todo. Y sobre todo mucha demanda, lo cuál aumentaba el número de estafas en circulación. 




Una demanda hecha de gente como ellos, relativamente nuevos adictos, que habían pasado de una adicción legalmente mantenida y estimulada (lo supieran o no) a tener que lidiar con su dolor, problemas, trabajo y pareja sin algo que les ayudase: no se ven capaces. Y también, como no, están los siempre socorridos “stamp bags” o papelinas de heroína del tamaño aproximadamente de un sello grande que se venden por 10 dólares, lo cual es razonablemente barato como coste mínimo -aunque en Madrid una cantidad similar se vende por 5 euros, y he visto vender hasta 1 euro de heroína (para “manchar” la base de coca)- de manera que casi cualquiera pueda acceder a ello. Aunque la heroína que suelen tener en USA suelen usarla inyectada o esnifada, no fumada. Y eso añade un problema más porque esas vías de administración producen más muertos, ya que la impregnación del organismo con la droga se produce de golpe y no se puede detener.

Y a todo este panorama, que ha ido empeorando con cada decisión y con cada acción tomada, se le añade un nuevo actor que agrava el problema: el fentanilo y sus derivados. Son opioides muy potentes que equivalen a decenas o cientos de veces la misma cantidad de morfina o heroína. Los narcos lo han descubierto y han visto que resulta más fácil sintetizar medio kilo de eso que sembrar, recoger y procesar varias hectáreas de adormidera y transformarla en heroína. 

En muchos casos, la droga que usan no es ni siquiera fentanilo, sino derivados del mismo que -como son legales- no tienen ni que sintetizar, sino que se encargan vía Internet a China. Los narcos del mercado negro han empezado a usar estas superpotentes drogas para fingir las otras, prohibidas o restringidas como la heroína o los mórficos de farmacia, con el resultado añadido de que -de golpe- mueren grandes porcentajes de grupos locales de usuarios de drogas cuando les llega una partida adulterada con estas otras moléculas por sobredosis, principalmente debido a que esnifan o se inyectan de golpe la dosis que creen adecuada, y no calcularon bien. Muertos porque el mercado negro -creado por la prohibición de las drogas- no ofrece datos de pureza.





Mientras en USA sufren una epidemia por uso de opioides (legales o no) que les ha obligado a hacer que la policía se tenga que entrenar a llevar y usar naloxona inyectable -el antídoto de los opioides- debido al elevadísimo número de sobredosis que sufren como sociedad, en Europa las políticas de prescripción de opioides son extremadamente rígidas en general, y aunque poco a poco los médicos se van abriendo a recetar mórficos para dolores severos, el tratamiento de los pacientes con dolor carece de cierta homogeneidad por zonas locales y queda a discreción del médico, quién en el caso europeo sufre otro incentivo perverso pero en sentido opuesto: mejor no recetar mórficos. ¿Por qué?

Tienen la idea -debida a la falta de uso- de que su capacidad adictiva es inmanejable o saben que si prescriben esos fármacos serán mirados con más atención por parte del sistema. O simplemente -como me dice mi propio médico- porque para rellenar una receta de estupefacientes (así se llaman en España) hacen falta más datos, copias y sellos que para comprar una casa. Así que si nadie se lo ordena (lo que equivale a que te lo recete un internista o un traumatólogo como poco) ellos no van a poner en tus manos algo que sólo les puede traer problemas e incordios. ¿Que te quedas con dolor? Díselo a un especialista, que ellos -los de familia o “cabecera” sólo firman y por tus recetas “complicadas de rellenar y peligrosas de emitir” no cobran más, y sí tienen que rendir muchas más cuentas al estado.

El tratamiento del dolor clínicamente con opiáceos parece ser un péndulo que se mueve entre dos posturas extremas, ambas perversamente incentivadas: la de USA con unas tasas altísimas de prescripciones de estas drogas vs. la de Europa que en una mezcla de moralismo y miedo se quedan extremadamente cortas.


Si en el medio está la virtud, ésta queda 
-políticamente en materia de opiáceos-
 en mitad del océano Atlántico.

jueves, 25 de febrero de 2016

¿InDependientes?

Este texto fue publicado en el portal Cannabis.es, tras encontrarnos en una de las revistas prohibicionistas que maman del PNSD una entrevista al gran Babín, el zar antidrogas hispano.
Aunque apunta a la revista que lo publicó (la felación "periodística" a Babín) se podrían aplicar el texto muchas otras además de la mencionada.

Esperamos que os guste.

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¿Independientes?


Hace unos días salía publicada en una “revista online” llamada “Independientes” -el nombre trae cola- una entrevista a nuestro particular y cañí “zar antidrogas”: Babín.

¿Y quién es Babín? Francisco de Asís Babín, un conocido de todos por su “inestimable trabajo” al frente del hispano 'Plan Nacional Sobre Drogas' o PNSD. Antiguo licenciado en medicina que -ahora- trabaja respaldando como Delegado del Gobierno lo que el Partido Popular hace y deja de hacer en materia de drogas. Por otra parte, es de esperar dicha función ya que es nombrado -desde el gobierno- con el método de la clásica “democracia digital y tal”: a dedazo.




¿Y quiénes son los de la revista esa de “Independientes” (escrito “inDependientes”)?

Pues son una especie de gacetilla prohibicionista absoluta; una de estas publicaciones maniqueas que tiene bloqueado todo lo que resulte en un aprendizaje que contradiga el dogmático adiestramiento, que parecen haber sufrido en materia de drogas. Hablo de adiestramiento y no de formación porque no puedo considerar que cerrar los ojos a la realidad, o el “di no a las drogas” como mensaje constante e inalterable, sea formativo ni tampoco informativo. Eso sí resulta algo a tener en cuenta, al menos en una presunta “revista”.

Me resulta muy cachondo que la revista se llame “inDependientes” -supongo que el nombre surgió en un alarde de ingenio combinatorio de conceptos- cuando de independientes no tienen nada, al menos como informadores. ¿Por qué? Para empezar cuando aterrizas en su página, te encuentras un claro anuncio de un premio que, en su corta existencia, ya han recibido. ¿Cuál? Pues uno de los nada ideológicos “Premios Reina Sofía CONTRA las drogas”, en el año 2013. ¿Recibir un premio hace a alguien dependiente? No, pero si el premio es CONTRA las drogas, ayuda a dilucidar por donde van sus tiros (y no son como los nuestros, no).

Vale, ¿y qué más?

Pues luego miras la sección de publicidad, y te encuentras la habitual “carga” en este tipo de webs: asociaciones “CONTRA la droga”, grupos de tratamiento para “adictos” a alguna droga y, cómo no, las omnipresentes clínicas y centros -privados- donde se desarrolla otra parte de lo que es “el negocio de las drogas”. Una cara menos identificada del negocio de las adicciones, porque realmente son eso: negocios montados sobre las adicciones de otros. ¿Y acaso tener publicidad te condiciona inevitablemente en tu trabajo como “periodista”? No tiene por qué, pero está claro que la gente se anuncia donde va a encontrar una narrativa similar a la suya, sólida y sin medias tintas: CONTRA.

¿Alguna cosita más para señalar esa presunta falta de independencia? Pues bueno, hay un detalle más que me sorprende y que sí que tiene relación: si pagas una cuota puedes publicar textos en dicha revista. ¿Pagar por publicar? Ufff. Sí, pero además no puede ser cualquier cosa, ya que tiene que estar en sintonía con su línea editorial: eufemismo para decir que no publicarán un texto tuyo que les lleven la contraria. ¿Independientes? Que lo juzgue cada uno, que yo prosigo con el asunto de la entrevista.

Lo primero que veo es un titular extraño:

“El 70% de los padres están en contra de que sus hijos empiecen a fumar, solo el 37% de que sus hijos empiecen a beber”.




Asumiendo su retórica polarizante (estar en contra/estar a favor) me pregunto quiénes son ese 30% de padres que son tan miserables como para estar a favor de que sus hijos fumen. De igual forma me preocupan ese otro 63% de padres que están a favor de que sus hijos empiecen a beber: vaya familias que tenemos en España si hacemos caso del simplón retrato. Pero, como es una entrevista (supongo), no viene ningún enlace a un estudio para comprobar cómo se han obtenido semejantes datos, así que me quedo con la duda: ¿eran padres o concursantes de “Gandía Shore”?

La siguiente frase que uno se encuentra leyendo es de premio, ciertamente:

“Los déficit de atención de la población que consume con gran frecuencia cannabis, al final afectan a la economía conjunta de toda la sociedad”.

Dicho de otra forma, adoptando también el cómodo simplismo de la fuente original: “la economía de todo el país se resiente por vuestra culpa, jodidos porreros, que andáis en las nubes”.

Lo siguiente que hago es prepararme para lo que viene. Lo sé, soy masoca. Me gusta leer estas chorradas desinformativas para sentirme un rato prohibicionista e imaginar eso de tener la verdad absoluta, -sin haber recorrido el camino de la experiencia del descubrimiento directo- y con un sesgo que no permita ver que “su modelo represivo-preventivo” no ha causado más que sufrimiento y desprotección. Y, si atendemos a las cifras, un aumento generoso de consumidores de casi todas las drogas en los últimos 20 años en los que hemos venido sufriendo la propaganda prohibicionista en lugar de una formación útil.

Me preparo y observo que, más que una entrevista, es un poco el prepararle el discurso al entrevistado cual amistosa felación. Nada de preguntas incómodas, nada de cuestionamiento de los datos, nada de roce curioso y preguntón: sumisa copia y reproducción del discurso oficial del zar antidrogas, como si fuera el líder supremo norcoreano. De 9 “preguntas” -en realidad introducciones a su discurso- hay 5 CONTRA el cannabis, 2 sobre cuestiones legales, institucionales o normativas y 2 más genéricas para relleno.

Me pongo a ojear por encima y pronto salta a la vista la primera de las típicas aberraciones informativas que arrastra esta gente: no son capaces ni de nombrar adecuadamente los asuntos que quieren tratar. Desde la revista introducen el discurso de Babín con esto:

“Cuando se habla de que el cannabis es una sustancia natural es muy discutible porque en muchas ocasiones se está consumiendo cannabis sintético con altos porcentajes de THC.”

¿Cannabis natural vs. cannabis sintético?
¡¡MEEEC!! No existe el “cannabis sintético” y, aunque la prensa más generalista habla de “marihuana sintética”, unos supuestos “profesionales” del las adicciones -drogabusólogos más bien- no pueden inducir esos errores: la llamada “marihuana sintética” es una mezcla de plantas, que no son cannabis, con drogas sintéticas, que tampoco salieron del cannabis. Mal empezamos con los del premio Reina Sofía y la ciencia; no se deben llevar bien.

Al final, la penosa preguntita, termina hablando de THC -lo único de todo lo dicho que realmente tiene que ver con el cannabis- mientras habla de ese inexistente “cannabis sintético” en una tendenciosa mezcla que no sirve para informar ni educar, sino sólo para confundir y asustar. Tal vez no debo achacar a la malicia lo que puedo achacar a la ignorancia, pero habría que ser demasiado ignorante, tratándose de verdaderos profesionales del asunto. Seguimos, porque la respuesta también se las trae.

Se arranca Babín con un alarde de respuesta técnica, que nada tiene que ver con lo sintético pero al no haber ninguna corrección del error, hace que parezca asumido como dato cierto. Tal vez lo asume como cierto; a saber, que son muy suyos los del PNSD. El zar contesta:

“Concentraciones del 14, 15 y 16 % [de THC] que van a producir muy fácilmente una adicción.”



No sólo da por bueno lo dicho en la pregunta, sino que ya da números y los vincula con la adicción -supuesta- al cannabis. ¿De dónde salen semejantes datos? ¿Quién ha establecido que exista una correlación de causalidad entre esa hipotética adicción y esos números? A mí me da que esto no funciona así: que tenga mayor porcentaje de un determinado principio activo hace que necesites menos cantidad para conseguir los efectos que buscas, no que tengas que fumar más.

Es algo tan simple como que cuando alguien se emborracha, lo puede hacer con cerveza de un 4% de alcohol etílico, con vino de 12%, con destilados -como el whisky- de un 40% o con licor de patata de 90%: da igual, porque lo que importa es la cantidad total ingerida de etanol. Pero mientras que se nos considera suficientemente adultos como para saber que tomarse 4 vasos de cerveza no tiene el mismo efecto que beber 4 vasos de whisky, nos consideran incapaces de saber que de una yerba que es del doble de potente que otra -para conseguir similares efectos- debemos fumar la mitad. Tal vez -en realidad- ellos no se ven capaces de seguir esa simple “regla de tres” y piensan que todos los demás sufrimos el mismo problema. Voy a dejarlo en tablas -esta vez- aplicándoles el “principio de caridad”.

¿Qué más dice? Pues dice que no podemos discutir que “las drogas dejan a muchas personas en muy malas condiciones” y que -partiendo de ahí como premisa validada por él mismo- hay que definir la política de drogas en atención al “daño a terceros”.

¿De qué habla este señor? ¿Daño a terceros por usar cannabis?

Sí, se refiere a los accidentes de tráfico que -últimamente- se señalan como causados por el cannabis: que nos den la lista de accidentes que tienen al cannabis como única droga y podremos comentar la realidad y no una imagen estadística totalmente -y puede que intencionalmente- borrosa. Se refiere a eso y a lo que dije antes: ¡¡estáis en las nubes fumando petas, eso repercute en nuestra economía y acaba afectando a terceros!! Y que está por delante el derecho de la sociedad en su conjunto frente a los derechos individuales de los fumetas, que somos malos para la economía por lo visto. En breve culpan al cannabis de la crisis y el paro; sólo hay que darles tiempo.




¿Hay algo de interés en la entrevista? Bueno, si te gusta echarte unas risas puede que sí. Por ejemplo, esté licenciado en medicina, argumenta que en el examen del MIR una pregunta tiene como respuesta “el cannabis” y que eso da fe de su peligrosidad.

Vale. Que es licenciado en medicina, sí, pero si supierais lo poquito que quiere decir eso -yo mismo tengo una matrícula de honor en “Farmacología de la adicción”- y lo poquito que en realidad saben los médicos -sin una seria especialización sobre drogas- le daríais el mismo valor a una preguntas sobre drogas recreativas en el examen del MIR que a un test de la revista “Cosmopolitan”: no hacen sino reproducir el prohibicionista discurso oficial. Miento: la “Cosmopolitan” no es tan retrógrada como el PNSD o la enseñanza oficial.

¿Y cuál es la guinda del pastel? ¿Queda algo para el postre?

Pues sí, que aunque son pocas preguntas no han descuidado aprovecharlas para hacer catequesis -repito que lo suyo no es la formación científica- y el encabezado de una respuesta que da nuestro amigo el Zar Babín, por desgracia, es de traca final. La pregunta no esconde la mano en sus intenciones, es simple y está mal redactada (sí amigos, cuando alguien os diga que es periodista, aunque tenga la carrera, tomadlo con pinzas hasta leer qué y cómo escribe):

“¿Cuáles son las consecuencias de los actuales consumidores de cannabis?”

Errr... ¿consecuencias de los actuales consumidores?
Bah, si les da igual que suene tan mal como una traducción del Google Translator, ya que de cualquier forma Babín acabará metiendo su mensaje, y punto pelota. Aquí va la perla:

“Pues si han empezado a consumir en la edad adulta, seguramente no tendrán ningún problema, suponiendo que no se queden en una cuneta en un accidente de tráfico o que no se lleven por delante a otra persona y acaben en un presidio.”

¡Ahí tú, campeón!
Mi concepto de “no tener problemas” -de momento- incluye no tener accidentes de tráfico, no llevarme a nadie por delante, no acabar en el talego y, sobre todo, no quedarme en una cuneta; aún me queda guerra que dar. Pero salvo esos pequeños detalles, seguramente no tenga ningún problema por.... ¿¿¿fumar porros??? Había olvidado ya de qué hablaba este caballero.

No creo que nadie -en su sano juicio y que no viva de la guerra CONTRA las drogas- tenga relacionado el cannabis con accidentes de tráfico, quedarse en la cuneta o llevarse por delante a otros. Desgraciadamente lo de cárcel -o las multas que te hacen insolvente de por vida- nos suena más cercano al colectivo cannábico: ¡¡Pannagh somos todos, bastardos!! [Nota del autor: disculpas, pero tenía que decirlo.]

Lo que ya es el contrapunto final -como ese toque salado en mitad de un plato dulce- es la frase que viene a continuación, y que en teoría salió de su boca. La biología nos asegura que, antes de soltarla, la tuvo que pensar primero en el cerebro. Aunque algo pudo fallar (en la habitual línea editorial):

“Desde el punto de vista de su salud individual, seguramente, la inmensa mayoría [de consumidores de cannabis] no tendrán ningún problema.”

Exacto, tronco.
La mayoría de consumidores de cannabis, ni desarrollan un comportamiento adictivo -obsesivo, a mi entender, más bien- ni tienen especiales problemas de salud. O lo que es igual a decir que a pesar de todo, de sus campañas, de sus fundaciones y asociaciones subvencionadas año tras año con el dinero de todos, de su incorrecto mensaje, de su moralina palpitante y de la represión con multas y cárcel, el cannabis y su consumo no parecen ser un problema preocupante de salud para sus usuarios. Ojos como platos me deja Babín, permitiendo que tras su mensaje -es su trabajo, no es nada personal- se le escape la verdad. Y yo, ese dato, no se lo voy a discutir para que no digan que voy a malaostia.

Finalmente lo único que añade es que se ha creado un nuevo organismo en esto de las drogas, bajo control de ellos mismos, y eso es algo que salió en el BOE ya. Para terminar ya sólo me queda preguntarme -casi a modo de curiosidad matemática- cuántos puestos de trabajo se pueden generar alrededor de la guerra CONTRA las drogas. Y es que el número “tiende a infinito” o -como poco- “a demasiados”, cuando nuestros recursos económicos como sociedad para pagar y atender asuntos más básicos -por ejemplo, mantener comiendo y con techo a la población sin trabajo- merman cada día sin perspectivas firmes de mejora.

Lo sé. Comencé con mucho humor y acabo, como casi siempre, cabreado. ¿Qué cojones hace el estado gastándose nuestro dinero en estos “expertos en adicciones y dependencias”? Reconozco que -en cierta manera- son expertos en ese campo: lo suyo es la absoluta dependencia del sistema, envueltos desde hace décadas en la bandera de la lucha CONTRA las drogas.



¿Qué es adicción?
Me preguntas mientras trincas,
del dinero de todos,
y llenas de pasta tu baúl.

¿Qué es adicción?
¿Y tú me lo preguntas?
¡Adicción... eres tú!


sábado, 20 de febrero de 2016

Cocaína anal

Este texto fue publicado en VICE y esperamos que os guste.
De paso recordaros que podéis participar en la porra-concurso sobre el millón de visitas en la Drogoteca hasta el día 15 de marzo. Enlace con información, aquí.

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Cocaína anal.


La conocí en un punto de venta de drogas, en una de esas casas-búnker que existen en casi todas las ciudades de España donde puedes comprar cocaína y heroína 24 horas, 365 días al año. Yo iba a pillar algo para fumar -que no fuera tabaco- y de paso, como otros tantos y tontos, a saludar al personal mientras te fumas tu plata. Ella era de estas mujeres que no desentonan en un antro semejante; tenía cierto aire de madame de burdel fino y sus 50 años curtidos pero no arrasados. 





No recuerdo como entablamos la conversación; entre vapores de mezcla de coca y caballo seguramente era irrelevante. Posiblemente toda la conversación era una excusa para matar el tiempo hasta que soltó la pregunta que lo cambió todo: 



“¿Te has drogado alguna vez 
metiéndote cocaína por el ojete?”


Reconozco que lo primero que pensé es que era otro de esos mitos, que circulan en torno a la cocaína y sus poderes sexuales, que ha hecho a algún supermán del sexo untarse la punta de la polla con cocaína en polvo -para después dedicarse a embestir con el badajo anestesiado los agujeros de su pareja- y terminar provocando una intoxicación por la droga introducida en el cuerpo receptor. Mi cara debía ser la del escepticismo más yonki posible porque ella -con cierto gesto molesto por mi reacción- me insistió: 


“Te lo digo en serio. 
Yo me he puesto la coca 
por el culo muchas veces. 
¿No lo has probado?”


Le dije que no y que aunque no tenía nada contra mi culo como elemento de placer, no era gay y que nunca había tenido un compañero sexual que se pusiera cocaína en la polla para encularme. Ella rompió a reír y me miró como una profesional del amor mira a un pardillo al que tiene que estrenar. La cosa se ponía interesante. Acercándose con cierto tono de confidencia -y de cariño por la gota que yo me estaba fumando- me dijo que no lo decía para follar sino para colocarse sin que lo supiera nadie. Ella leyó el interés en mis ojos y yo vi en ellos como se caían hacia mi plata; le dije que se hiciera un tubo para fumar y ya teníamos sellado el trato.

Fumamos “a pachas” mi plata y hablamos del asunto un buen rato, no sin una buena dosis de cachondeo por estar hablando de petarse el culo con cocaína y no para pasar una frontera. Me contó su historia, en la que una pareja suya que era “un alto cargo ejecutivo político” se preparaba enemas con cocaína, porque necesitaba sentirse estimulado en ciertas tediosas reuniones en las que no se podía abandonar el despacho durante algunas horas. 

Que ella usara la palabra enema y no dijera lavativa ya le daba cierto punto creíble al asunto. Le pregunté si esa persona tenía ya afición por meterse cosa por el ojete o era algo específico: no rechazaba un buen masaje prostático mientras se la mamaba pero que no se metía nada más, que ella supiera. Me contó que tenía una pera de goma -al parecer una costumbre de su familia para limpiarse agujeros varios- que cargaba con una pequeña cantidad de agua con cocaína disuelta y que se administraba justo antes de abandonar la intimidad de su coche; siempre parecería menos grave encontrarse a alguien con una pera en el culo que con un billete en la nariz. 

Yo había visto peras para administrar lavativas -de las de llenar el recto y luego expulsar (motivos médicos) o para provocar una estimulación de tipo sexual a los amantes de esa parafilia- y no me cuadraba la cosa: el tamaño no permite andar con una pera de esas, cargada con un cuarto o medio litro de líquido pero ella me dijo que tanto no entraba en la pera que ella conocía, que sólo “un dedo o dedo y pico” de un vaso normal de 250ml: unos 15-20 ml en total.

Entramos en materia cuando entramos a hablar de su experiencia, y de su ojete. Se me hacía raro estar hablando de un ojete femenino que tenía tan cerca y estar con la ropa puesta. Sin rastro de rubor ella me contó cómo fue la primera vez que lo probó por la vía anal. Sorprendió a su pareja cargando la pera y preguntó qué hacía, él se lo dijo y ella lo tomó a broma. Como el movimiento se demuestra andando, el avezado compañero le ofreció probarlo. Ella había esnifado algunas rayas de cocaína entre copas, hasta ese momento de sus 20 y pocos picos. No tenía más experiencia, pero aceptó. Su compañero la colocó tumbada sobre sus rodillas, desnudó su trasero, separó sus nalgas con una mano y con la otra introdujo con cuidado la cánula de la pera para apretar la misma y provocar que su recto se llenase con la disolución de cocaína. Lo de llenar es retórico, porque el objetivo -como pronto aprendió- es retener el líquido dentro y no expulsarlo, que es lo que al sentirlo te pide tu recto cuerpo. 

Le pregunté como fue el efecto esa primera vez y me dijo que de esa vez no recordaba mucho sobre el efecto: que se le “durmió el culo y el ojete” y de que su pareja aprovechó para inaugurar un nuevo tramo del metro. Pero que fueron las siguientes veces cuando más pudo disfrutar de algo mucho más lento que la cocaína vía nasal o fumada pero mucho más duradero e “intenso, como si la energía me saliera de dentro” me dijo. Y que desde entonces lo había usado algunas épocas en que prefería ocultar su caro hábito, claramente pretéritas. 

La dejé con lo que quedaba de mi plata mientras me ofrecía -con sucia insistencia- pillar “unos gramos” e irnos a su casa a metérnoslos -por el culo o por donde fuera- provocando una sensación nada agradable en mí. Pero me había picado la curiosidad por el método. ¿Era posible? Sí, de la misma forma que un supositorio tiene efecto: el recto absorbe el agua de nuestras heces para que no nos deshidratemos. ¿Sería verdad lo que me había contado? Cuando busqué un poco, me encontré que no era la primera persona que lo afirmaba, y de ellos los más ilustres eran los músicos Ron Wood y Rod Stewart aunque con método distinto: introducían la cocaína en una cápsula de medicamento para deslizarla en sus rectos posteriormente, según ellos “para protegerse la nariz”. 





Yo no tenía ni que protegerme la nariz ni que aguantar largas reuniones sin poder meterme una raya, pero al cabo de unas horas estaba en la farmacia -tras haber pillado algo más de medio gramo de buena cocaína- preguntando sobre “peras”. Es un poco complejo explicárselo a una farmacéutica sin que se asuste o piense que ya estás drogado, pero tras un poco de tira y afloja me sacó la pera del “número 2” que necesitaba, aunque no era para la vía anal sino nasal: también para “cuidarse la nariz”. 

Me llevé de paso agua destilada higiénica, por eso de “cuidarme la nariz” disolviendo en ella la cocaína. La cocaína en forma de clorhidrato tiene una altísima solubilidad en agua, con lo que en la pequeña cantidad que entraba en la “pera nasal” era suficiente para disolver dosis incluso mortales. 

Que te vayas a meter algo por el culo no lo hace menos peligroso -sino más- que por otras vías: carece de la protección que da la vía oral y el primer paso hepático sobre la sustancia, porque se pasa del recto a la sangre con la absorción de líquido. Pensé cual era la dosis mortal para un hombre adulto y la cosa rondaba 1'2 gramos de cocaína en una hora, así que decidí que lo más prudente sería probar con una cantidad similar a la de una buena raya, porque la absorción no sería tan rápida como en la nariz y porque también esa forma salta el primer paso hepático. 

Unos 100 miligramos de buena cocaína tenía que ser suficiente para notar el efecto, así que puse unos 130 miligramos porque no estaba seguro de que todo el líquido fuera a entrar en la pera de irrigación nasal al cargarla en un vaso.

Disolví la cocaína en la cantidad de agua destilada que pude cargar con la pera, para tener la medida ya tomada. Se disolvió casi en el acto y no dejó ningún residuo sólido. Cargué la pera con la disolución de cocaína, siendo esa la parte más complicada ya que tuve que hacerlo varias veces hasta conseguir volver a cargar casi todo el líquido sin tirar nada. 

Ya cargada la miré con cierto respeto -no teníamos confianza- mientras nos encaminamos hacia el WC, buscando mentalmente la vaselina para untar la cánula y facilitar el camino real. Untado con cariño aquello se deslizó sin molestia y, una vez dentro, apreté con fuerza la pera para que descargase todo dentro de mí.

No puedo decir que la cosa fuera memorable, desde luego algo engorrosa era esa forma de colocarse sin un motivo real para hacerlo así. Lo primero que sentí fueron ganas de echar el frío líquido (no se me ocurrió calentarlo un poco antes) como si fuera una diarrea sobrevenida, pero con un poco de aguante la molesta sensación fue dando paso a otras. Lo siguiente, mi culo empezó a dormirse de una forma compleja de describir: como de dentro hacia fuera. Noté mi esfínter adormecido y agradecí que fuera tan poca cantidad de líquido, porque la pérdida de tono muscular no ayudaba a retener. Noté alguna gota escapar entre mis muslos y me emparanoié con que se me fuera a salir todo mientras intentaba caminar apretando el culo, hasta que llegó el efecto anal.

A los pocos minutos mi pulso se aceleró, la respiración también. Las pupilas se dilataron y mi cara dibujaba una sonrisa, de sana euforia silenciosa. Ya no me acordaba de la gota que se escapó, sólo de lo bien que me sentía y de las ganas de hacer cosas que me dio, cosa que aproveché para ponerme a tocar la guitarra. 

Aquella misma noche repetí experiencia -placentera- con un segundo enema de cocaína. Cosas de yonkis: raro, pero funciona.