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Los muertos por sobredosis cotizan en
bolsa.
Martha salió de la consulta del médico
con cierta prisa porque no llegaba bien de tiempo a recoger a su hijo
Stevie de la escuela. A Steve -el padre y marido- le habían cambiado
el turno en la fábrica por necesidades de servicio y ese mes tenían
sus rutina habitual totalmente desajustada. El dolor de espalda se
había hecho más presente en el día a día de Martha, en buena
parte porque ese mes la carga de ejercicio que su cuerpo afrontaba
había crecido para poder “llegar a todo”. Y tal y como le dijo
su médico, acudió a él cuando el dolor aumentase de forma general.
El doctor había revisado la medicación
que ya tomaba Martha, que tenía su tratamiento con parches de
fentanilo de 25 mcgs/H y morfina -como medicación para el dolor
puntual no controlado- si era necesaria. En vista de lo que Martha le
contó, el doctor decidió probar a aumentarle la dosis de fentanilo
y le recetó parches de 50 mcgs/H. Le dio las indicaciones habituales
y la despachó con cierta amabilidad para su apretado horario. Martha
llevaba ya meses con ese tratamiento y, en principio, no debía
suponer ningún problema nuevo. Esa misma tarde al llegar a casa,
ella comenzó con la nueva dosis indicada por el médico. Y siguió
haciendo cosas, porque desgraciadamente la vida no se detenía cuando
la espalda le hacía ver las estrellas de dolor.
Pasaron un par de semanas y Martha
toleraba bien el tratamiento, pero el exceso de cansancio le pasó
factura. Empezó a toser y a tener un ligero dolor de cabeza: “ya
está aquí el resfriado por llegar mojados a casa la tarde del
parque infantil”. Como era viernes, prefirió ir a trabajar y a
recoger a Stevie, pensando en “descansar el catarro” durante el
fin de semana. Aguantó como pudo el día y el sábado ya estaba con
una ligera fiebre y los pulmones mucho más afectados, que le
hicieron quedarse entre la cama y el sofá. Steve tomó el control,
de la casa y de Stevie, para que ella pudiera descansar, y salieron a
hacer compras juntos. Cuando volvieron horas después, a Martha le
había subido la fiebre hasta casi 38 grados y se encontraba peor,
con dolor articular e intenso malestar general, con lo que pensaron
que sería una gripe en lugar de un resfriado. Martha se puso un
nuevo parche, tras ducharse para bajar un poco la fiebre, pero no
tenía ganas de cenar y se fue a la cama tras tomar otro analgésico,
buscando alivio a sus dolores en articulaciones, y un “Valium”
que la ayudase a dormir bien. Steve no quiso molestarla y la dejó
descansar: había sido una dura semana para ella.
Martha no despertó nunca más: murió
de una sobredosis de opiáceos/opioides. El parche de fentanilo que
tenía puesto -con el aumento de la temperatura corporal por la
fiebre- empezó a liberar mucho más compuesto del que debía en el
cuerpo de Martha. Y su tejido graso, el principal depósito de esta
droga en el cuerpo humano, que estaba destruyéndose en parte para
afrontar la infección y la falta de alimentos, liberó parte del que
había ido acumulando durante semanas de uso, lo que junto con una
dosis más de medicación para el dolor y otra medicación depresora
de la respiración, fue demasiado para el agotado cuerpo.
Este caso -que es sólo un ejemplo-
es el retrato modelo de muchas de las sobredosis que están matando
gente en USA. Podemos cambiar el nombre de la persona, los opioides
recetados y las dosis, pero la imagen sería la misma: alguien que
muere haciendo un uso de los fármacos según lo pautado por su
médico.
¿Hay también sobredosis "de yonkis"? Sí claro, y más
que habrá con los volantazos en las políticas de drogas: gran parte
de esos “yonkis” son antiguos pacientes que, como contábamos
hace poco aquí, se han hecho adictos de la mano de un médico.
¿Pero
acaso importa cómo haya llegado a la sobredosis una persona cuando
es la vida lo que está en juego? No, entre otras -algunas perversas-
razones, porque todas pueden ser un negocio para los mismas
farmacéuticas que han enganchado a la gente a los opioides.
La oferta y la demanda; el mercado de
salvar vidas.
Aquí lo primero que hay que hacer es
presentar al lector a la protagonista de la historia: la naloxona.
Es la “droga mágica” que sirve de
“antídoto”, para la mayoría de opiáceos y opioides, cuando se
sufre una sobredosis. Quienes la conocemos de primera mano y la hemos
visto actuar, tenemos motivos para llamarla “mágica”: salva a un
persona con depresión respiratoria profunda yendo hacia la muerte en
cosa de unos segundos (aplicada correctamente y a tiempo). Es un
antagonista opioide que libera -bloqueando él mismo- los receptores
opioides que están siendo estimulados causando los efectos de la
sobredosis.
Es una droga fuera de patente (su coste
es sólo el de fabricación), la síntesis es simple y el precio de
producción -dadas las dosis usadas- es ridículamente bajo
permitiendo ventas a nivel de mayorista con precios de menos de ½
dólar USA por dosis de naloxona. Además se encuentra en la “Lista
de Medicaciones Esenciales” de la OMS, por lo que su existencia
y provisiones -como algo normal y rutinario- no deberían resultar
nada nuevo. Digamos que si fuera un animal, estaría en una lista de
especies a proteger.
Y llegó el mercado. ¿Cuál? El USA y
Canadá, ni más ni menos, con su estrategia de crear primero la
epidemia de usuarios adictos a opioides y luego presentar nuevas
soluciones para “ese nuevo problema que sufrimos como sociedad”.
Lo contábamos hace unos días en este portal, cómo el
revolcón -inmoral e ilegal- de masajes con billetes desde la
industria farmacéutica al legislador y los médicos, ha puesto en
grave peligro a toda la sociedad dado lo indiscriminado de sus
prácticas para ganar dinero.
Ahora sus prácticas incluyen el
“mercado de la sobredosis” y
aunque ya se encuentran bajo investigación, gran parte del eco
mediático que recibe el actual problema de la “epidemia de los
opioides en USA” se debe a que, en este momento -ya desde hace
tiempo pero ahora más descaradamente- a las propias farmacéuticas
les interesa que se saque. Aunque a ellas les toque hacer un cierto
“acto de contrición público” en el peor de los casos, está
justificando la compra masiva de “antídotos” para esas
sobredosis, ya que se está formando a la policía, bomberos e
incluso profesores en algunas zonas, dado el tamaño del problema.
Eso, al final, se traduce en números que suben y bajan en compañías
que cotizan en bolsa. ¿Y qué os voy a contar? Paso de aburriros, ya
os lo imagináis: la naloxona pasó de costar medio dólar -durante
casi 50 años- a costar hasta
casi 1.000 dólares por un par de inyecciones.
Como es el caso
del autoinyector “Evzio”, que son dos inyecciones precargadas
cuyo coste no debería pasar en farmacia de 5 dólares (siendo
generosos con todos). Lo de querer cobrar casi mil dólares por “dos
chutas con naloxona”, sí que es “NIVEL GRAN NARCO” en drogas y
no lo que hacía el Chapo Guzmán. ¡A la gran farma-industria no le
dan clase aprendices!
Existe también un dispositivo llamado
“Narcan” que permite
la administración de naloxona de forma intranasal (con una especie
de nebulizador), cosa más sencilla de hacer por parte de alguien que
inyectar en una vena, y cuyo precio
pasó en 3 semanas -hace más de un año- de 27 a 42 dólares sin
razón que lo justifique, salvo el casoplón de 13 cuartos de baño
del presidente de la compañía.
La sobredosis cotiza en bolsa:
bienvenidos al mercado manipulado por regulaciones “ad hoc”.
Ahora imaginad lo que siente el presidente y los accionistas cuando
lo que ven es el mercado potencial de USA para que la policía,
bomberos, médicos y paramédicos en las calles, lleven todos kits de
naloxona -vendidos por ellos- y estén entrenados en su uso, en
cursos que ellos también pueden impartir. ¿Sabéis el pedazo
negocio que eso? Los muertos -que las farmacéuticas generamos
enganchándoles- en realidad son lo de menos, víctimas colaterales
como se dice ahora. Y todo para salvar vidas americanas. Son unos
genios estos narcos de “la gran farma”; normal que les encante lo
de la guerra contra las drogas con el dineral que les está dando.
Pero por no acabar este segundo texto
sobre el asunto de los opioides -y sus negocios y muertos asociados-
en USA de una forma realista y pesimista, voy a recuperar el
brillante diseño que hizo Morten Gronning Nielsen, un joven
ingeniero de una escuela de Copenhage, y cuyo precio, sumando los
componentes, se podría llevar a mercado por menos de 50 euros. No,
no hablamos de una simple jeringuilla precargada, atentos al
brillante invento que -de momento- nadie ha parece querer desarrollar
y vender.
Se trata de un monitor
de pulso y oxigenación que cualquiera puede llevar puesto en su
brazo -si está consumiendo opiáceos u opioides de forma que
pueda sufrir una sobredosis- y que cuando detecta que el oxígeno en
sangre y las pulsaciones de la persona han bajado, tras emitir una
alarma sonora avisando, inyecta en el brazo de la persona una dosis
de naloxona de forma automática permitiéndole salir de la
sobredosis antes de que sea irreversible. Se trata de un invento
brillante que, hasta donde sé, ha pasado totalmente desapercibido.
Aquí una prueba de cómo funcionaría
usando una naranja partida para que se pueda ver la difusión de la
sustancia coloreada a tal fin, que muestra como un poco de ingenio y
recursos que están al alcance, se pueden encontrar soluciones
creativas y realmente avanzadas por poco dinero: no necesita de
terceras personas y funciona aunque caigas inconsciente, lo que lo
hace mejor que cualquiera que las otras opciones en multitud de
casos.
Su diseño es la evidencia viva de que
cobrar 1.000 dólares por un par de jeringuillas precargadas que
apenas cuestan 5 dólares de fabricación, es algo que debería
etiquetarse como “terrorismo farmacéutico” con la complicidad
del legislador -omnipotente siempre en esto de las drogas- en el que
el objetivo es toda la población.
El problema de la “epidemia de
opioides” en USA y Canadá fue creado artificialmente en un
movimiento mafioso de la industria farmacéutica, lubricado para que
entrase bien con dinero a médicos y políticos y que, cuando ha
empezado a rendir muertos, ellos han sabido convertirlo en una
bendición para su negocio y evitar pagarlo como una desgracia por
haber sido los responsables en último término de muchas de las
muertes, de sus clientes legales con receta médica.
No soy nadie para saber cuál será la
clave que acabe con un problema creado para ganancia de de estas
“empresas de la salud”, pero estoy seguro de que la solución no
pasa por usar y pagar más productos de los que crearon el problema;
cuidado con las farmacéuticas,
que las carga el diablo.
es increible la cantidad de drogas "legales" abundan...las farmaceuticas son las verdaderas villanas aqui...
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