Este texto fue publicado en la Revista Yerba.
Esperamos que sea de vuestro gusto. :)
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Amanitas
Llegado el fin de los calores
veraniegos, normalmente coincidiendo con las primeras lluvias, y
antes de que lleguen las primeras nieves y los meses más fríos,
nuestros bosques florecen.
Entre la hojarasca y restos orgánicos que
forman la biomasa generada por el ecosistema, nacen las setas. Muchas
veces sobre materia en descomposición, como ocurre con los hongos
psilocibe, y otras veces en simbiosis con pinos y abedules entre
otros árboles que suelen ser huésped de hongos micorrizos, ya que
otras necesitan de la raíz del árbol para poder desarrollarse y
completar su función.
Nada en la naturaleza ocurre sin un
propósito, y las setas no iban a ser menos. Muchas tienen la función
de ser el final de la cadena trófica, en la que acaban por
alimentarse de los restos en descomposición, y otras no pues su
alimento viene del árbol que las aloja, pero todas las setas tienen
una función sexual. Las setas son las responsables de liberar las
esporas del hongo, que es en realidad el todo, mientras que la seta
es una sola parte: su órgano reproductor. Cuando vemos una seta,
estamos viendo un apéndice exterior (porque normalmente el hongo, y
su micelio o cuerpo, se encuentran bajo la superficie) que tiene la
función de liberar la simiente. Vemos en realidad “el pene del
hongo”.
Las setas se encuentran en nuestra
iconografía, especialmente la Amanita muscaria u hongo matamoscas,
aunque no las mata -a las moscas- sino que sólo las atonta. Es ese
hongo de sombrero rojo moteado con verrugas blancas (restos de la
membrana que cubría a la seta) que reconocemos a primera vista, a
veces como seta venenosa -de forma injusta e incierta- y a veces con
el deleite de haber encontrado una de las drogas enteógenas más
usadas a lo largo de la historia del ser humano. Ya con miles de años
de uso registrado, a veces de forma explícita y a veces de forma más
oculta en los textos, estas fuentes vegetales son reverenciadas como
sagradas por muchos pueblos dados los efectos que produce su
ingestión.
Reverenciadas y valoradas, porque en las zonas donde no había la
disponibilidad de otras fuentes vegetales que pudieran ser usadas
como embriagante, su precio podía ser el de un reno en el trueque,
animal que ofrecía -aparte de más de 100 kilos de carne- otras
ventajas, como animal domesticado por algunos pueblos del norte del
planeta. En una zona como Siberia, cambiar una seta por semejante
cantidad de un alimento escaso y proteico, da una idea del aprecio
que dichos pueblos tenían, y tienen, a las virtudes embriagantes de
las amanitas enteógenas.
También en nuestro subconsciente,
dependiendo de dónde hayamos nacido, podemos tener impresa la
sensación de que las setas son algo malo, en su mayoría venenosas,
que sólo aquellos con un conocimiento casi iniciático son capaces
de cogerlas y consumirlas sin sufrir daños. Es la micofobia, o la
repulsión por los hongos y setas, que existe en buena parte de la
península. Todavía hoy es común en algunas zonas que los niños
destrocen a patadas campos de setas, con espíritu de hacer un bien
para evitar que nadie las coja y se intoxique, pero sin el menor
conocimiento de cómo funciona el asunto o de qué especímenes son
peligrosos y cuales no lo son: si son setas... a patadas con ellas!!
Por otro lado, también tenemos la postura opuesta en nuestro país,
especialmente en Cataluña y Euskadi, que son pueblos micófilos
(conocen y aman sus setas) en contraste con los micófobos. De hecho
en esas zonas, sus habitantes suelen tener nombres comunes para sus
setas, porque la familiaridad con ellas, la gastronomía y otros
posibles usos, están impresos en la cultura de dichos pueblos.
¡Vamos a por setas!
Lo primero que cualquiera que esté
pensando adentrarse en la micofilia, y explorar su amor por las
setas, debe tener en cuenta es que la identificación del ejemplar es
crucial, tanto para propósitos gastronómicos como para ir en busca
de excursiones psíquicas.
A nadie le gustaría confundir una Amanita
cesarea con una Amanita muscaria (dos setas que pueden engañar en
ocasiones por su parecido) cuando lo que buscas es disfrutar del la
comestibilidad de la seta, y encontrarte en mitad de una experiencia
psicoactiva ni buscada ni deseada. Por la misma razón, a nadie le
apetece preparar un día y un entorno para poder tener una
experiencia psicoactiva con la seta, para ingerir algo que no le
producirá ningún efecto.
Aquí hay que mencionar a la seta más
mortal conocida, la Amanita phalloides, que mata destruyendo tu
hígado y no tiene propiedades psicoactivas. Esta seta sí tiene un
nombre popular en la península ibérica en general: cicuta verde, en
alusión a ese otro vegetal, usado históricamente para matar por
envenenamiento. Por suerte, la cicuta verde es una seta que guarda
poco parecido (incluso para el ojo inexperto) con la seta que nos
interesa esta vez: mientras que la Amanita muscaria es roja en su
sombrero, la otra es de un color verde amarillento.
Pero conviene dar
como primer consejo, que nunca uses una seta de cuya identificación
no estás seguro, porque te puede ir la vida en ello. En caso de
duda, en la mayoría de las ciudades hay un servicio ofrecido por
hospitales o asociaciones locales que ayudan a identificar las setas
recogidas, y que no está de más usar y conocer.
También, al recoger otras setas
enteógenas como la Amanita pantherina, de color marrón con verrugas
blancas en su sombrero, se pueden dar confusiones con setas
comestibles como la Amanita rubescens o la Amanita spissa, ambas con
un aspecto parecido. Hay que recordar que cuando hablamos de seres
vivos y naturaleza, no siempre las cosas son una matemática exacta y
que podemos encontrar cambios de tono en los colores que pueden
confundir, sobre todo si las lluvias tras la salida de la seta han
hinchado de agua el ejemplar y han limpiado su sombrero de las
verrugas que ayudan en su identificación.
Separando ejemplares: delante Amanita muscaria
y detrás pantherina, de color marrón.
Una vez que tenemos la confianza de
identificar los especímenes que deseamos -recomendable la ayuda de
guías de campo tamaño bolsillo- nos vamos al monte, al pie de los
árboles donde suelen crecer las setas que buscamos. Decir “nos
vamos al monte” no es tan sencillo como parece. El monte, sin ser
un lugar peligroso, requiere un poco de cuidado. No podemos ir con
unas sandalias o con un zapato de tacón, debemos calzar bota alta e
impermeable: vamos a un lugar que normalmente está cubierto de hojas
y materia vegetal húmeda, bajo la que hay piedras, ramas, setas y
también animales.
Unas buenas botas nos evitarán la mayoría de los
problemas que podamos encontrar. Como utensilios para la búsqueda,
nos vale con un palo o bastón, para poder remover entre las hojas
sin agacharnos y al mismo tiempo servirnos para tantear al caminar
sobre un suelo que puede ocultar agujeros o rocas.
Para la recogida en sí misma,
necesitaremos dos cosas: una buena navaja y una cesta de mimbre.
Las setas debemos recogerlas
cortándolas por su pie para no dañar al micelio que se encuentra
debajo. Algunas navajas para setas traen incorporado un cepillo de
finas hebras en su parte posterior, para limpiar el ejemplar de
restos de hojarasca y materia vegetal antes de guardarlo en la cesta.
No se deben coger ejemplares que veamos muy maduros, pues es más
probable que puedan estar en descomposición o albergar a insectos y
gusanos. Sin ser excesivamente pequeños, los ejemplares de setas
deben ser preferiblemente jóvenes, y con buen aspecto que ayude a su
identificación.
Los dos ejemplares de seta matamoscas
más jóvenes de esa productiva mañana.
El detalle de la cesta no es una cosa a
pasar por alto. Además de que ir a recoger setas sin una cesta
adecuada nos puede acarrear una sanción administrativa en
determinadas zonas, por las regulaciones locales, la cesta en contra
de lo que algunos dicen no es para dejar caer las esporas de las
setas mientras te las llevas. La cesta es un elemento clave de
prevención de riesgos: mientras que en una bolsa de plástico las
fuerzas se reparten según la forma de lo que metamos en su interior,
la cesta permanece rígida. Eso evita que los ejemplares que
recojamos se deterioren, partiéndose o perdiendo partes que acaban
mezclándose en el fondo de la bolsa, y muchas veces convirtiendo lo
recogido en un amasijo del que hay poco que sacar. Al mismo tiempo,
impide que un trozo de una seta que hayamos podido identificar mal -y
que llevemos para identificación posterior, por ejemplo- pueda ser
confundido al mezclarse con otros restos, y dado que la mayor parte
de la recogida de setas tiene un carácter gastronómico, evitar
posibles intoxicaciones derivadas de un mal transporte y
manipulación.
Por último, cabe mencionar que en
muchas zonas se exige el pago de una cuota, carnet o tasa para poder
coger setas, y que existen limitaciones en las cantidades. Asimismo
reseñar que coger setas, comestibles, psicoactivas o tóxicas no es
nunca algo que pueda ser objeto de injerencia por parte de la Guardia
Civil ni policía: podrán advertirte de las propiedades de una seta,
pero no quitártela porque no sea comestible o resulte venenosa.
¡Hemos recogido unas Amanitas
muscaria!
¿Y ahora qué?
Lo primero es sacar los ejemplares de
la cesta para revisarlos, y colocar cada sombrero con su pie, que
pueden haberse separado durante el transporte. Ya con ejemplares
identificados de Amanita muscaria delante, nos encontramos que las
setas son algo que se destruye rápidamente pudriéndose. Hay que
secarlas para su conservación, aunque existen otros métodos de
conserva que implican curados, salazón, vinagres, aceites y hasta un
previo cocinado.
La razón de secarla en el caso de la Amanita
muscaria -y también de la Amanita pantherina- tiene un segundo
objetivo: aumentar su potencia psicoactiva. Durante el secado de
estas setas que contienen ácido iboténico, éste se transforma en
muscimol, al perder un grupo químico de su molécula original. Este
cambio, convierte a la primera sustancia, que ya es psicoactiva, en
otra que es 4 veces más potente en relación al peso, y con casi los
mismos efectos. Estas setas ganan potencia, y mucha, cuando se secan
correctamente.
Dos setas grandes, una desprendida y otra cortada al pie.
Hay micófilos que también la comen
cruda, ingiriendo pequeños trocitos hasta que notan el punto de
embriaguez que buscaban, pero comer setas en crudo aumenta los
riesgos potenciales y en este caso, desaprovecha una gran parte del
potencial psicoactivo de la seta.
Para el secado, lo mejor es una
corriente de aire caliente a unos 45-55 grados celsius en un ambiente
seco. A falta de poder hacerlo de esta forma, colocaremos las setas
-separando el sombrero y el pie o tallo- sobre papel de periódico
que renovaremos varias veces durante el proceso para ayudar a
eliminar la humedad. Hay quien usa el horno, calentándolo a baja
temperatura, pero así se corre el riesgo de “cocinar” la seta
haciendo que se cueza en su propia agua por lo que es desaconsejable,
aunque es el método favorito de los que tienen prisas.
En el primer día de recogida y puesta
en secado conviene observarlas ocasionalmente para asegurarse de que
no hay insectos, que pudieran hallarse dentro y estén poniendo en
peligro nuestro botín. Si se detectan pronto, se elimina el trozo
afectado y no suele haber mayor problema. Una vez seca, lo que ocurre
en unas horas o unos días dependiendo del método y lugar, la seta
adquiere una textura como cartón, sin humedad aparente pero tampoco
tan seca que rompa con la manipulación. Y en ese punto ya está
lista para sacar el mayor provecho de la misma como fuente de
psicoactividad. Se guardan entonces en bote de cristal, donde sólo
se introducen ya los ejemplares secos y totalmente identificados para
su futuro uso, y nunca mezclando variedades distintas.
Aunque hay otras amanitas -como la
pantherina- que también reciben el mismo tratamiento, es conveniente
considerarlas en principio como cuestiones distintas. Por un lado, la
concentración de principio activo en la Amanita pantherina es mayor
que en la Amanita muscaria -en grado variable- y también ha estado
relacionada con más intoxicaciones, probablemente por su mayor
similitud a las setas comestibles ya mencionadas.
Podemos decir que
las instrucciones son las misma que para el uso y manejo de la
matamoscas, pero atendiendo a su mayor potencia y concentración de
todo tipo de sustancias activas ya que el uso de muscaria está mucho
mejor documentado, ofreciendo más seguridad en lo que se hace con
intenciones psicoactivas.
La psicoactividad de la seta
matamoscas.
La Amanita muscaria contiene como
sustancias psicoactivas el ácido iboténico y el muscimol, producido
en su secado principalmente pero también de forma natural. Ya
indicamos que el primero se transforma en el segundo que es mucho más
potente, con lo que la concentración de principio activo responderá
en parte a cómo hayamos realizado el proceso de secado, pero también
a la variabilidad genética y medioambiental del espécimen, así
como de la cantidad de agua que el ejemplar tuviera en su recogida
(las setas más grandes suelen tener menor concentración).
La forma de consumo más común es
ingerirla, bien directamente, bien mediante infusión prolongada en
agua caliente para hacer una bebida, ya que el muscimol es muy
soluble en agua.
También hay personas que fuman la seta, pequeñas
partes o la parte superior del sombrero donde tiene su cutícula
roja, para conseguir efectos psicoactivos sin ingerirla, pero de esta
forma de administración existen muchas menos referencias aunque sí
existe como práctica actual.
Posiblemente esto no ocurrió en el
pasado, o no de forma que se estableciese como costumbre, dada la
escasez de este enteógeno y una curiosa forma que tenían de
reciclarlo sus usuarios del norte: a través de la orina.
Tres excelentes Amanitas muscaria con una pantherina detrás.
No, gracias, prefiero beber su orina... ;)
Son varios los relatos que narran cómo
observadores europeos constataban que tras la ingestión del hongo
-normalmente por las clases más pudientes dado su valor- se juntaban
alrededor de la casa otras personas con cuencos de madera para
recoger la orina y beberla. ¿Beber orina? Sí, porque a través de
la orina se excreta buena parte del muscimol inalterado, con lo que
se convierte en una “bebida de agua y sales psicoactiva”. Esta
propiedad no es mágica y única de la seta matamosca y sus
principios activos, sino de muchos compuestos de todo tipo.
Simplemente en otros lugares que consumían psicoactivos, aunque sus
orinas pudieran ser psicoactivas también, en ausencia de escasez no
se inducía este comportamiento.
Allí donde existe suficiente
embriagante, no se recicla, pero con la Amanita muscaria este
comportamiento llegaba a rendir efectos de forma efectiva hasta
-según dicen- la cuarta persona bebiendo la orina: unos
embriagándose con lo que les sobra a otros.
También se ha dicho que a los
invitados se les ofrecía directamente la primera orina, porque se
consideraba un vehículo de embriaguez tan válido como la seta y
carente de otros efectos que pudiera tener, al haberse metabolizado
ya en un primer cuerpo. Resultaría, de ser cierto, una forma
realmente curiosa de mejorar un producto psicoactivo obtenido de la
naturaleza, utilizando los recursos fisiológicos y metabólicos del
propio cuerpo humano. Pero no, en nuestra cultura no beberíamos la
orina de otra persona, o no la mayoría de la gente, aunque nos digan
que sabe a cerveza fresca.
Las dosis que habitualmente se usan con
la seta seca -concretamente el sombrero aunque toda la seta contiene
alcaloides- oscilan entre los 3 gramos de una experiencia ligera, los
5 gramos de una normal o media, y los 10 o más gramos de
experiencias fuertes. En algunos lugares se muestra una dosis alta de
entre 10 y 30 gramos de seta seca, pero otros recomiendan no tomar
nunca más de 20 gramos de la seta.
Los compuestos activos, tanto
muscimol como ácido iboténico son agonistas GABA que tienen un
efecto depresor y sedante, junto con un efecto disociativo. La muerte en animales de
experimentación en busca de sus propiedades muestran que mata, a
dosis suficiente, produciendo un sopor que progresa a coma y acaba en
muerte, y aunque parece obvio que en dosis suficiente puede causar la
muerte (como la sal común) no parece que eso ocurra en ninguna parte
del mundo con el consumo humano -no accidental- de la seta.
Los efectos incluyen sedación,
descoordinación motora, somnolencia, alucinaciones auditivas o
sonidos extraños, y dos efectos poco comunes en la esfera visual
conocidos como macropsia y micropsia.
Al sufrir macropsia, percibimos
las cosas con un tamaño enormemente grande, con lo que nuestra
percepción es la de ser “como enanos”. Por el contrario, la
micropsia nos muestra todo muy pequeño, con lo que nuestra
percepción es la de “ser gigantes”. ¿Imaginas un mundo donde un
bolígrafo es tan grande como una columna o donde los árboles fueran
tan pequeños que apenas llegasen a tu cintura? Está detrás de los
efectos de la seta matamoscas y su relación icónica con los seres
de pequeño tamaño y duendes, en
muchas culturas. En la nuestra, merece la pena mencionar al cuento
de Charles Lutwidge Dodgson, conocido con el pseudónimo de Lewis
Carrol, autor de “Alicia
en el país de las maravillas” donde los cambios de tamaño
y percepción juegan un papel clave.
Tanto es así, que existe un síndrome
poco frecuente, conocido como Síndrome de Alicia en el país de las maravillas, que nada tiene que ver con drogas ni con cuentos: es un
trastorno que sufren algunas personas afectas de migrañas, en cuyos
episodios observan objetos con tamaños modificados groseramente.
Esto es debido a los mecanismos propios de la migraña que parecen
ser de carácter vascular, relacionados con el flujo de sangre, pero
aquellos que lo sufren suelen callar durante bastante tiempo, ya que
temen ser tomados por locos si revelan a otros que han visto como los
objetos cambiaban de tamaño.
Si ves esto, es que estás muy puesto. ;)
En esa conocida y visual historia de
ficción, Alicia charla con una oruga azul sobre una seta enorme, de
la que finalmente come y ello cambia su percepción de todo lo que le
rodea, volviéndose una gigante o percibiendo todo como tal.
¿Cuál
sería en la realidad esa seta? ;)