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Bitcoin no es totalmente anónimo;
sólo
suficiente si lo usas bien.
En el mundo Bitcoin existe la creencia,
en algunas personas sean bitcoiners o sólo simpatizantes e
interesados, de que Bitcoin es una moneda anónima. Esto es cierto
en parte, y algo erróneo por otro lado. Bitcoin se ve soportado por
una estructura que no hace necesario revelar datos relativos a
nuestra identidad a la hora de usarlo, pero si se usa de forma alegre
o despreocupada lo hace vulnerable al escrutinio público.
Salgamos un momento del Bitcoin,
volvamos al papel moneda tradicional. El papel moneda tiene la
posibilidad de funcionar como un instrumento anónimo de acumulación
de riqueza: nadie podría saber nunca que poseemos una cantidad X de
dólares o euros y que encontramos por azar perdidos o que nos fueron
entregados en mano como pago por algo. De la misma forma, cuando
pagamos con papel moneda podemos seguir manteniendo el anonimato al
no revelar nuestra identidad por el hecho de efectuar un pago.
En el
mundo del papel moneda, emitido por un banco central o institución
similar, el escrutinio lo recibimos por parte del estado y sus
agencias satélite (policía, hacienda, seguridad social, justicia,
etc.) y ellos lo pueden realizar gracias a que cuentan con el libre
acceso a la información de los movimientos realizados con el dinero.
¿Qué movimientos? Aquellos que hemos realizado mediante una forma
que nos vincula con una identidad: los que hacemos en un banco, una
transferencia mediante una empresa u organismo como correos, y el uso
de otros medios de pago con verificación de identidad como puede ser
una tarjeta de débito o crédito o cheque.
Todo lo que no sea un uso
anónimo -en el que no nos vemos obligados a revelar nuestra
identidad como con el pago en metálico en un comercio- da un mapa de
los movimientos sobre “el total” que el estado puede controlar de
nuestras entradas y salidas (como nóminas, premios, multas e
impuestos).
Bitcoin es todavía más controlable:
todo pago que realizamos queda visible al escrutinio público, y no
hacer falta ser el estado o tener su medios para poder conocer el
estado de una cuenta que recibe y envía dinero. Toda transferencia
en bitcoin queda registrada para la historia y perfectamente visible.
¿Dónde está entonces lo anónimo del asunto? En que no es
necesario revelar tu identidad a la hora de realizar pagos o compras
con él. Pero si lo hacemos, perdemos esa característica con todo lo
que ello conlleva: a muchos vendedores en Silk Road y compradores de
los mercados de Darknet les hubiera gustado ser un poco más
precavidos a la hora de usar sus cuentas, ahora que se enfrenta a
acusaciones penales -más o menos acertadas- basadas en parte en el
seguimiento de cuentas en blockchain y análisis de “big data” o
grandes trozos de datos.
¿Si yo no revelo a nadie que una
cuenta es mía?
Obviamente si no revelamos que una
cuenta es nuestra no podrá controlarse el uso que hacemos de la
misma: podrá ser controlada la cuenta pero no podrá ligarse a una
persona. En noviembre de 2013 se produjo una transferencia de algo
menos de 200K Bitcoin que de momento ostenta el récord en ser el
mayor valor transferido con esta moneda, algo menos de 150 millones
de dólares en aquel momento. Y seguimos sin saber de quién a quién.
¿Alguien imagina lo que la hacienda -de cualquier país basado en la
actual voracidad fiscal e impositiva- opinaría de semejante
intercambio económico ocurriendo fuera de su control? Exacto, no les
gustaría un pimiento. ¿Entonces? ¿Dónde está el problema a la
hora de usar bitcoin?
Hay dos formas en que perdemos nuestro
anonimato sin darnos mucha cuenta: la técnica y la social. En otras acciones, como puede ser el
pago en especie con bitcoin por parte de alguien que lo refleja, la
compra de bitcoin (o venta) a través de un exchange no presencial, o
el uso de una cuenta de donaciones (en la que lo habitual es mantener
la misma cuenta y permitir así la verificación del total donado)
por ejemplo, nos vinculan de forma directa con nuestra identidad en
el mundo real con una pérdida total del anonimato vinculado a esa
cuenta (y puede ser que a otras).
Las formas “técnicas” de vulnerar
nuestro anonimato son todas aquellas en las que el uso de nuestra
cuenta se vincula con una IP que a la vez nos vincula a una identidad
propia (o con la IP de la conexión de tus padres jubilados que no
saben qué es bitcoin siendo tú hijo único, por ejemplo).
Cuando nuestro ordenador o móvil envía
una transferencia, esta graba unos cuantos datos propios y hay otros
que viajan por lo que es la propia configuración de la comunicación
en red, entre ellos la IP del primer ordenador que envía los datos.
Dicen que existen de hace tiempo grandes ordenadores cogiendo todas
las transferencias bitcoin que pululan por los nodos de la red común
y almacenando la IP de origen de la misma. Conociendo el actual nivel
de espionaje por parte de los estados (unos más que otros) no
resulta nada ilógico: sus servicios de inteligencia necesitan esos
datos, y el resto de “servicios” los anhelan para poder usarlos.
¿Cómo evitar esto? La mayoría de los
clientes Bitcoin permiten la conexión mediante proxy o VPN de pago,
de manera que nuestra IP queda anónima en cierto grado: el anonimato
de nuestra salida a final a la red, que depende del número de socks
encadenados o de la privacidad respetada por la empresa que nos
presta los servicios. Otra forma sería usar los servicios de lavado
de dinero a la hora de mover bitcoin para nosotros mismos o para
pagos que no queremos dejar visibles, que con una comisión se
encargan de ofuscar la transacción lo suficiente como para hacerla
resistente a la minería de datos común, pero en la que únicamente
conseguimos que el receptor del pago no pueda vincularlo con nuestra
dirección de salida porque si el envío al servicio lo realizamos
sin proxy o similar, quedará registrado nuestro pago a dicho
servicio (el simple dinero no da anonimato). Estos servicios son
interesantes para combinarlos con otros cuando queramos un extra de
seguridad, pero partiendo primero de nuestros propios actos
higiénicos en ese sentido.
La otra ruta obvia es Tor y ya hay
proyectos para que los clientes trabajen dentro de la red Tor siempre
que sea posible para aumentar el grado de anonimato inherente al
sistema por defecto, pero de momento no están claramente ligados a
la hora de trabajar con bitcoin aunque parece que es parte de lo que
el futuro nos depara.
La forma “social” de cazar nuestra
identidad se basa en nuestra propia expresión: no debemos decir cual
es nuestra cuenta alegremente, y debemos de usar una dirección
distinta para cada pago -como nos ofrece por defecto y aconseja el
cliente oficial de Bitcoin- siempre que nos sea posible para evitar
que nadie pueda saber cuánto entra y cuanto sale de nuestra cuenta.
En este área hay que tener más cuidado de lo que parece: redes
sociales como Facebook minan nuestra privacidad por la cantidad de
información que revelamos en ellas y la cantidad de información que
cualquier persona puede cruzar hoy en día para obtener resultados
útiles.
Tal vez no digamos que ChicaGuapa21 seamos nosotros, pero si
ChicaGuapa21 es profesora de niños de 3 años en Don Benito (que
sólo tiene un colegio de esa edad) y a la vez ChicaGuapa21 vende
jerséis hechos a mano y cobra con una cuenta pública de bitcoin...
no hace falta ser un lince para vincular la identidad del mundo
virtual con la del mundo real. Esto último es aplicable para quien
nos pueda buscar -con buenas o malas intenciones- por nuestro uso del
Bitcoin (puede pasar, el ser humano es capaz de lo peor como de lo
mejor) pero también para quien nos quiera identificar por cualquier
otra razón (desde un loco enamorado acosador a una enemiga por
haberla quitado el novio en su día) y eso debemos tenerlo en cuenta
siempre.
No era la intención de este texto
entrar a fondo a analizar las dos vías para determinar nuestra
identidad al usar bitcoin porque sería imposible realizarlo en poco
espacio atendiendo a todo que sería interesante. Sólo hacer un
apunte al respecto.
La excepción de las cuentas de
donaciones o para proyectos tipo “crowfunding” se explica porque
a los donantes muchas veces les gusta conocer cómo va la donación a
un proyecto o cuenta y, muchas veces, se entiende que esto ha de ser
así para ayudar a la transparencia y dar confianza a aquel que dona.
No es necesario vincular la donación a una persona o grupo concreto,
pero es lo más habitual y aunque eso no nos vincule de forma legal
-con un papel- a dichas transacciones, a veces un grupo de indicios
cruzados tienen tanto valor probatorio como la mejor evidencia:
cruzar indicios permite reducir las posibilidades de equivocación, a
veces hasta puntos estadísticos que haría necesario que existieran
10 o 100 veces la población actual del planeta para que fuera
“razonablemente probable” que pudiera ser otra persona.
Si alguien cree que la justicia nunca
condena por indicios sino que lo hace siempre por pruebas totalmente
verificables sólo tiene que echar un vistazo a los sistemas de
identificación por ADN: son muy fiables, pero no pueden nunca
descartar que exista otro ser humano que hubiera dado el mismo
resultado estadístico a la hora de analizar su genoma.
Fíese usted de la virgen y no corra.
Por si acaso sea precavido con la forma en que usa Bitcoin,
y con todo lo demás.