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jueves, 28 de febrero de 2019

Fabricando yonquis para la epidemia en USA



Fabricando yonquis 
para la epidemia en USA.


A final de los años 90, el tratamiento del dolor -en todas sus faceta clínicas- se enfrentaba a los primeros cambios aperturistas (a nivel mundial) tras las duras restricciones derivadas de la guerra contra las drogas, iniciada décadas atrás. En aquellos años oscuros, el tratamiento del dolor, tanto agudo como crónico, asumía que el paciente debía hacer frente al dolor con las mínimas ayudas farmacológicas, ya que el dolor era una condición “normal” ante los avatares de la vida. Se colaban en el tratamiento médico las concepciones morales del doctor de turno, derivadas de nuestra cultura judeo-cristiana por la que -como narra Antonio Escohotado- te encontrabas a médicos que ante la petición de cuidados paliativos para un moribundo, te contestaban cosas como “el dolor le es grato a Dios” y casi de forma habitual se negaban a prescribir analgésicos de forma racional o, lo que es igual, atendiendo a variables únicamente médicas.




Ante esas posturas, arrastradas por los galenos desde el inicio de la cruzada farmacológica contra las drogas, la propia Organización Mundial de la Salud animaba a los países a mejorar la atención al dolor (en todas sus formas) y les animaba a perder el miedo a recetar opiáceos u opioides. Aquel miedo tenía su base en la desinformación sobre drogas, que acompañó a la fiscalización de las mismas en el siglo XX, y que predicaba invenciones como que te bastaba con probar la morfina o la heroína para caer en la espiral destructiva de la adicción descontrolada. Por supuesto, esta mentira mil veces repetida, no era la realidad: para engancharse hace falta tiempo y cronicidad en el uso. Esto era aún menos cierto en el caso del tratamiento del dolor, donde las motivaciones para el uso de la sustancia, son diferentes y el contexto -médico y clínico- muy distinto. 

Pero hasta ese momento, los mórficos y opioides sólo se aplicaban en situaciones terminales o muy puntuales, donde el hipotético problema de una adicción destructiva fuera materialmente imposible (como en alguien moribundo en una cama de hospital).

Los datos mostraban cómo los pacientes tratados en contexto médico por dolor (en hospital o en sus casas) no tenían apenas tasas de adicción, si no existían problemas de adicción previos. Esto era cierto (sigue siendo así en esencia), y una carta publicada en la prestigiosa revista “NewEngland Journal of Medicine” en el año 1980 y enviada por investigadores médicos de reconocido prestigio, explicaba que entre más de 11.000 pacientes, a quienes se les habían administrado narcóticos en contexto hospitalario o de cuidados dirigidos por un hospital, sólo 4 de ellos habían desarrollado una adicción que pudiera ser documentada claramente. En aquel momento, años 80, estos doctores eran lo más puntero intentando revertir la creencia de que los opiáceos conducían a la adicción de forma casi inexorable. E hicieron bien en escribir dicha carta, que colaboró a que las frecuencias de prescripción de analgésicos narcóticos se suavizaran y abarcasen a pacientes con dolor crónico, fuera del espectro de los cuidado terminales.





Sin embargo, su bienintencionada carta a la prestigiosa revista médica, fue usada de forma distorsionada para lanzar la más grande campaña de ventas de fármacos opioides, en la historia de la humanidad. A día de hoy, uno de sus dos autores, ha llegado a decir que “sabiendo lo que sabe hoy y la forma en que su texto fue intencionalmente mal usado, no escribiría esa carta” y no es para menos, ya que fue citada 608 veces en otras publicaciones, en un 72% de las ocasiones para apoyar la afirmación de que “los opioides raramente provocaban el inicio de una adicción” y en el 80% de los casos, esa cita se hacía sin dar el dato de que dicho estudio se refería a pacientes en entorno de control hospitalario. Se omitió ese dato en 4 de cada 5 menciones y se indujo a creer a los médicos que la prescripción de opioides no derivaba casi nunca en problemas adictivos, independientemente del contexto clínico. Es el texto de origen médico más relevante en el desarrollo del problema que hoy enfrenta USA con respecto a estos fármacos.

Aquí cabe hacer especial hincapié en que en USA, carecía (aún carece) de un sistema general de salud público que atienda a todos los ciudadanos, por lo que la consulta médica se hace en el contexto de la competencia de los médicos por captar clientes: el médico cobra de forma directa en función del número de pacientes que atienda, aparte de las primas económicas que los laboratorios daban (y dan) por recetar sus productos frente a los de la competencia. Esta variable, es esencial para entender buena parte de todo este asunto.

La cabeza más visible del monstruo, la farmacéutica, entraba en acción con una brutal campaña de ventas, en las que miles de “visitadores farmacéuticos” fueron entrenados para hacer creer a los médicos que la tasa de problemas de adicción con los opioides era inferior al 1%, sin importar un montón de variables más en ese cálculo. Los médicos, animados a recetar un fármaco que no sólo funcionaba sino que te aseguraba la dependencia del cliente, no se hicieron de rogar y aceptaron encantados en su mayoría el flujo de dinero que les empezó a llegar, gracias a prescribir narcóticos; se desdibujaba en muchos casos el límite entre lo que es un médico prescribiendo y lo que es un vendedor de droga con capacidad de surtirse legalmente.

Fue la compañía Purdue Pharma la que arrancó dichas campañas, en unos esfuerzos que le rindieron cuantiosos beneficios, haciendo pasar su producto estrella a ser el mayor “best-seller”: el “OxyContin” u oxicodona. Purdue Pharma pasó de recibir “unos pocos miles de millones de dólares” a facturar 31.000 millones de dólares en el año 2016 y a aumentar aún la facturación en el año 2017 con 35.000 millones de dólares. ¿Cuánto se embolsarán este año 2018?

Purdue Pharma no sólo produce oxicodona para el OxyContin. También produce hidrocodona, codeína, hidromorfona, fentanilo y morfina. De hecho, esta compañía desarrolló “Contin”, que era un sistema de liberación de la droga en larga duración. Eso ocurrió en 1972, pero hasta 1984 no aplicaron el concepto a la morfina creando el “MSContin” (Morphine Sulphate Contin) que les permite cobrar estos fármacos -todos fuera de patente hace años- como recién patentados en base a la novedad de la liberación lenta. Este mismo desarrollo fue aplicado a la oxicodona, creando el “OxyContin” en 1995 y que ha sido calificada como la espoleta de la bomba que se estaba arrojando contra la población y que ha causado la mayor epidemia de muertes por consumo de drogas de la historia.




De hecho, hasta la morfina que yo y otros pacientes -de dolor crónico- recibimos en nuestras farmacias, paga cuantiosos royalties a esa misma compañía y sus filiales, por su “sistema de liberación lenta Contin” que ellos intentan vender como un componente esencial para evitar el abuso en estas drogas de farmacia, pero que para evitar el sistema “Contin” vale con machacar la pastilla, picarla para esnifarla o disolverla para inyectarse. Pero por desgracia, su sistema Contin sólo sirve para contener el abuso de opioides en aquellas personas que no son precisamente el perfil psicológico del que va a abusar de su uso, sino el contrario; al abusador le resulta simplemente evidente que si no quiere que la droga sea liberada de esa lenta forma en su cuerpo, le vale con no tomarla como le indica el prospecto.

Purdue Pharma lo supo desde el principio, y hace ya 17 años fue demandada por el fiscal general de Connecticut para que tomara medidas con respecto a las altísimas tasas de adicción que estaba provocando su producto estrella, contestando la compañía con gestos cosméticos y promesas de reformular del producto en el largo plazo. Eso fue en 2001, y en el año 2004, otro fiscal general (West Virginia en esta ocasión) demando por “excesivos costes generados” y la farmacéutica pagó 10 millones de dólares para llegar a un pacto en el que todas las pruebas quedasen sin ser reveladas bajo un acuerdo de confidencialidad. En este momento, ya no era especulación sino que existían datos sólidos de lo que se estaba haciendo y de lo que su producto estaba causando.



En 2007, la compañía se declaró culpable en un acuerdo que incluía el pago de 600 millones de dólares, en una de las mayores sanciones a una compañía farmacéutica. Curiosamente, el presidente de la compañía, el abogado jefe de la misma, y el jefe médico, tuvieron que pagar unos cuantos millones de dólares extra por los cargos de “promoción incorrecta” del uso de dicho fármaco. El total de las multas impuestas, en todas las demandas, no llega a los mil millones de dólares cuando la compañía factura 35 veces más, sólo cada año.

Las pastillas de OxiContin en USA se pagan en el mercado negro a 1 dólar por miligramo, mientras que la heroína callejera es 10 veces más barata. A día de hoy, con las actuales restricciones, es casi imposible encontrar pastillas reales de OxyContin y, lo que circula en las calles, son pastillas que estéticamente tienen la misma apariencia pero están fabricadas en el mercado negro y contienen otros compuestos como el fentanilo u otros derivados: son drogas que pueden ser entre 50 y 1000 veces más potentes que la heroína, la oxicodona o la morfina. Hasta tal punto es claro el impacto concreto de ese producto, que la actual epidemia de muertes por fentanilo viene servida en dicho envase. En el documental realizado por Vice se puede ver como todo el mundo habla del fentanilo, son conscientes de que es fentanilo lo que compran en el mercado negro, pero el medio en que se vende, son pastillas falsas de OxyContin de 80 mgs, las de color verde.


¿Cómo ha podido todo esto llegar a impactar en el mercado hasta la imitación de las pastillas más vendidas? De un tiempo a esta parte, la producción de pastillas se ha ido simplificando considerablemente. Adquirir máquinas de prensado (más pensadas para prensar golosinas que para prensa fármacos, por su falta de precisión en muchos casos) se ha vuelto relativamente sencillo, e igualmente sencillo obtener un opioide ultra-potente como el fentanilo o sus derivados.

Estos compuestos se pueden considerar -sin problema- un arma química, y ya fueron usados así ese tipo de compuestos en el asalto del teatro “Dubrovka” ruso que fue tomado por un grupo terrorista, causando con su uso y falta de medidas de respuesta farmacológica posterior (no tenían naloxona, el antídoto, en suficiente cantidad), el mayor número de muertos de todo el asalto. El arma química usada entonces se conoció como “Kolokol-1”(campana, en ruso) y se cree que era el compuesto 3-metilfentanilo, una variante más de esta familia.

La potencia descomunal de estas nuevas drogas, junto con la facilidad para producir una pastilla con la imagen de la que era el best-seller del mercado negro (y que retiene parte de la demanda que produjo) ha traído a este nuevo escenario actual.

Pero todo esto no hubiera podido pasar sin lo que se dio en llamar “Pill Mills” o “Clínicas Pastilleras” (traducción libre). Ya que se había exacerbado la demanda de opioides de farmacia -de forma artificial- induciendo a los médicos a prescribirlos prácticamente para cualquier cosa. Fueron algunos de estos los primeros en sacar partido a la nueva situación, en que prescribir fármacos que antes estaban fuertemente controlados, no daba problemas y sí mucho dinero. Se empezaron a crear esas “Pill Mills” que eran clínicas en las que era muy sencillo conseguir prescripciones de estos fármacos. En dichos lugares te cobraban entre 200 y 400 dólares por hacerte las recetas, y llegaban a atender cerca del centenar de pacientes en una tarde.

Hubo médicos que, manteniendo su trabajo y área sanitaria en un estado, se desplazaban a otros estados para “pasar consulta” a enormes filas de clientes que esperaban para pagarle al “camello legal” las recetas que les daría. Aún así los beneficios para quienes derivaban estos fármacos al mercado negro eran muy altos: se llegaba a pagar 1 dólar por miligramo de sustancia, y en una sola prescripción de 50 pastillas de OxyContin de 80 mgs, hay 4000 dólares a ese precio. Suficiente de sobra para pagar al médico-camello, a los falsos pacientes que iban a por recetas, y para sacar una enorme tajada a esos precios de venta. Negocio para todos los implicados, mientras la demanda siguiera siendo tan boyante.

A esto se ha de sumar que muchos médicos en las clínicas, no sólo prescribían y cobraban por hacerlo, sino que también hacían de servicio de venta de esos productos que recibían directamente de representantes farmacéuticos.

¿Por qué? Pues porque ese era su único objetivo: vender y vender. Estas clínicas, no sólo prescribían a cantidades enormes de pacientes, tras el pago de una tarifa, sino que de paso les vendían también los fármacos; doble ganancia. Esto ha sido así hasta hace relativamente poco, ya que en el año 2015 se cerraron varias de esas “Pill Mills” (250 sólo en 1 estado como California) con casos tan llamativos como el de un médico que fue procesado (por 5 homicidios debidos a sobredosis, entre otros cargos) tras haber prescrito 2'8 millones de pastillas en 19 meses. La oxicodona del OxyContin (que supuestamente era menos adictivo y así se vendía por parte de la farmacéutica) pasó a ser conocida como “la heroína del hombre rico” por su elevado precio, en un guiño al nombre que -en los años 60 y 70- se le dio a la Datura estramonium, una planta solanacea muy común que contiene atropina e hiosciamina: “el ácido (LSD) del hombre pobre”.

Hasta febrero de este año, ya con los opioides enfrentando draconianas restricciones de nuevo en USA, Purdue Pharma y sus filiales no han dejado de impulsar y reforzar sus campañas de marketing para opioides (actualmente están despidiendo y recolocando a 200 representantes de ventas farmacéuticas). Hasta el ex-alcalde de New York y ahora abogado de Donald Trump, Rudy Giuliani, se dedicó a evitarle a Purdue cuantiosas multas y que sus directivos acabasen en prisión mientras seguían enganchando a todo un país a sus drogas; todos sabían lo que pasaba pero nadie quería dejar de ganar millonarias cantidades.

Pero la maquina de hacer dinero (de Purdue y sus satélites) abandona parcialmente USA para embocar una nueva estrategia de crecimiento, en la que se pasa a apostar por aumentarlas ventas de “OxyContin” en los llamados mercados emergentes de África y Asia, donde las regulaciones sobre estas drogas no les molesten y les permitan seguir haciendo miles de millones de dólares, a costa de gravísimos daños para el conjunto de toda la población, consumidores o no.


Drogoteca.



Texto publicado en Disidencias.net originalmente.

sábado, 25 de agosto de 2018

Tramadol: el opioide terrorista.



Hace unas semanas ahora, aparecía en las páginas de la “prensa seria” un artículo -publicado a nivel internacional- en el que se vinculaba al grupo terrorista islamista “Boko Haram” con el uso de una droga en concreto: el tramadol. Por supuesto, entre la información que el artículo ofrecía había las habituales incorrecciones técnicas (como referirse al tramadol como un opiáceo y justificar sus efectos en base a eso, cuando en realidad es un opioide sintético) y exageraciones de todo pelo, que son la norma cuando la prensa generalista aborda estos temas.




Los titulares de los medios, buscando repercusión, le dieron el enfoque más chillón posible: “la droga de Boko Haram”. Titular tendencioso, al intentar representar una relación entre ese grupo y dicha droga, cuando la realidad es que el tramadol es una droga de uso común en la zona de África en la que se encuentra este grupo terrorista (como otra gente, que nada tiene que ver con el terrorismo) debido a que no existe fiscalización internacional sobre ella.

Dicha presentación intenta fijar en la gente la idea de que esos terroristas y milicia organizada en ocasiones, se enfrentan a la muerte y a sus acciones embalsamados en una droga que se quiere hacer ver como parte del problema, como una forma de explicar “esa locura asesina” que se nos vende desde los medios. Y no es así...

¿Por qué tramadol y no otras drogas?

Que los miembros de “Boko Haram” usen tramadol, en una zona en que todo el mundo lo usa por ser un analgésico “efectivo” -en comparación a ibuprofeno y paracetamol, no opioides- pues no resulta una gran exclusiva. Lo usan ellos, y lo usan quienes les combaten: es una cuestión de las drogas que existen disponibles en una determinada área. Para comprender por qué esa sustancia y no otra, y los riesgos derivados de ese uso, hay que echar un poco de vistazo a la historia reciente de la guerra internacional contra las drogas.


Los tratados de fiscalización de narcóticos y estupefacientes (como se solía llamar a las drogas en aquellos momentos de la prohibición) del siglo XX se centraron sobremanera en el opio como fuente natural de drogas, como la morfina de donde fabricar heroína posteriormente. Ese miedo desaforado por la heroína (que no es más que una morfina menos pesada y más ligera) llevó a forzar a los países a sancionar el cultivo de la amapola del opio. 

En África, el uso del látex de opio o de la planta en seco, ha sido la forma tradicional de lidiar con el dolor más que una fuente de “colocón” y el uso apropiado siempre fue la norma sin que existiera fiscalización sobre dicha planta (Papaver somniferum).




Al ir aceptando los gobiernos africanos los tratados sobre drogas (por la cuenta que les trae o les cerraban el grifo económico) se fueron quedando sin el recurso natural contra el dolor y, aunque aún es factible encontrar opio y flor seca de opio en África, las restricciones al comercio legal de estos bienes acabó derivando a los ciudadanos al uso “civilizado” de las pastillas en lugar de al uso de la planta que conocían de siempre. 

Algo similar a lo que ocurrió en China, durante las mal contadas “Guerras del opio” en las que se inundó el área de morfina y jeringuillas hipodérmicas mientras se prohibía el cultivo de la planta a los ciudadanos. La morfina, en aquellos lares, llegó a recibir el apelativo de “el Opio de Cristo” ya que su uso llegó con las manos de los misioneros que buscaban evangelizar la zona. Se percibía como más científica y propia de una civilización más evolucionada, dentro de esa corriente que -tras el descubrimiento de la aguja hipodérmica- sólo quería polvitos para meter en inyecciones, como muestra de su superior avance tecnológico.

En un principio, el único opiáceo fácilmente accesible que quedó en esos mercados africanos (también en España hasta hace poco), fue la codeína -otra variación natural de la morfina- de los jarabes contra la tos. Pero el uso desmedido que se le comenzó a dar recientemente por grandes grupos de jóvenes y adultos en condiciones de pobreza y miseria (de la misma forma que otros grupos han usado y usamos el alcohol) hizo que se fiscalizase más durantemente también. 

¿Qué quedaba tras eso? Pues nada en la naturaleza, que fuera equivalente, y entraba la química en juego: ya no era un opiáceo sino un opioide (compuesto de origen sintético que tiene afinidad por los mismos receptores que los opiáceos) lo que venía. Era el tramadol.

El tramadol es un opioide sintético creado por Grünenthal (los de la Talidomida, que crearon miles de deformes y abortados) en la “Alemania del Este - RFA” en los años 70, y comercializado allí en 1977. ¿Por qué? Desde el final de la segunda guerra mundial, y antes, se buscaban compuestos que tuvieran acción sobre el dolor de la misma forma que los opiáceos, pero sin necesidad de depender de los suministros de opio de terceras partes. El tramadol era sintético y se podía producir a demanda. Sus efectos parecían ser suaves comparados con los de la morfina: apenas tenía 1/10 parte de su potencia, y eso lo hacía manejable para más indicaciones. Y además, caía fuera de todo tipo de fiscalización internacional sobre drogas.

Prometía ser un best-seller en una época en que se dificultaba el acceso a los opiáceos más tradicionales. Y lo fue durante un tiempo, también en España, que se podía adquirir sin receta ni demasiadas preguntas como ocurría con la codeína hasta hace un lustro. El problema es que el nuevo medicamento, como ocurrió con los tremendos efectos secundarios de la talidomida, traía una parte que no se conocía en sus acciones. El tramadol no sólo “afectaba” al sistema endógeno opioide con el que se controla el dolor en el cuerpo, sino que afectaba también a ciertos neurotransmisores como son la serotonina y la noradrenalina, que regulan funciones esenciales en los mecanismos del ánimo, percepción, deseos, emociones, razonamiento y sueño; afectaba mucho más que un opiáceo a la psique humana.

De hecho, el tramadol podría definirse como la extraña criatura nacida de un opioide sintético y un antidepresivo como el Prozac (inhibidor de la recaptación de la serotonina), todo en la misma molécula

¿Esto es un problema? Pues sí, y muy serio; imagina que cada vez que sientes dolor y tomas una aspirina o un ibuprofeno, tomases a la vez una dosis de Prozac con todas las consecuencias de algo así. En un uso puntual, no debería ser un grave problema, pero en el uso crónico -por su efecto pseudoantidepresivo- te puede dejar la cabeza como una grillera (conocemos ya alguna mente tarada por el tramadol) si no la tenías ya de antes.

No sólo funciona como un opioide, provocando dependencia física, sino que también lo hace desajustándote la cabeza, hasta el punto que está prohibido su uso en personas con problemas mentales y tendencias suicidas, ya que las  aumenta en sujetos con morbilidad previa.



¿Por qué vender algo tan tóxico vs. otros fármacos?

Pues como ya he explicado, por una concepción moral y proselitista de la política de drogas: al estar bajo la lupa los derivados del opio, estos otros venenos se escapaban del control y eran prescritos como en otro tiempo se hubiera prescrito la codeína para la tos o el opio para el dolor. Los médicos no querían problemas, los farmacéuticos tampoco, y tener que recetar fármacos fuertemente fiscalizados (como la morfina) es tedioso y puede resultar en problemas para el prescriptor. El tramadol parecía contentar a muchos ya que venía a ocupar el hueco de algo que había sido prohibido, pero con unos daños orgánicos y costes mucho mayores.

De no ser por la guerra contra las drogas, el tramadol nunca hubiera llegado al mercado farmacéutico, debido a su perfil mitad opioide mitad antidepresivo.


¿Puede el tramadol explicar algo de Boko Haram?

Pues no. No más allá de comportamientos equivalentes al abastecimiento de tabaco y alcohol en nuestros ejércitos. La zona de influencia de estos grupos es una zona de mayoría islámica en la que el alcohol ha estado siempre sancionado, así que los momentos de relajación que aquí se pasan tomando unas copas, allí han de buscar otros vehículos psicoactivos, como puede ser cualquier fármaco psicoactivo al que puedan tener acceso. La cocaína es muy cara, y si la ven por allí no es para consumirla sino para traficarla hacia el norte de África. La anfetamina, se va a países con mayor poder adquisitivo. Salvando la excepción de algunas plantas psicoactivas que hay en distintas zonas de África, de forma reducida y local, lo único que les queda es colocarse con pastillas baratas todavía legales.

Y ahí, ocupando el hueco de un analgésico de acción opioide, está el Tramadol que se vende sin ningún tipo de prescripción ni control, por no estar fiscalizado en esos países.



¿No sientes miedo ni dolor si tomas tramadol?


No. Esto es totalmente falso. El efecto del tramadol es, en primera instancia, el mismo que el de la codeína con respecto a la potencia por peso, dejando a un lado los efectos “psíquicos” sobre los neurotransmisores mencionados. Te alivia el dolor, te ayuda anímicamente a soportar lo negativo, y hace las sensaciones duras del entorno, menos duras. ¿En qué grado? Pues si lo usas con cierto punto de normalidad, en un grado medio, y si lo usas de una forma abusiva buscando evadirte de tu realidad, dependiendo de tanto como tomes. Pero pasando de una dosis media para una persona con tolerancia, el efecto será similar al de una dosis fuerte de opio, y eso te incapacita para estar de pie y correr, y para todo lo que no sea “vegetar”.


¿Tiene sentido ir a la guerra colocado de tramadol?

Pues en el lado práctico del asunto, no. Sería como ir a la batalla borracho: sólo disminuyes las posibilidades de salir bien parado. Y sólo lo podrían hacer, sin fracasar de entrada o volarse la cabeza ellos mismos, quienes estuvieran acostumbrados a estar ebrios o colocados, como estado habitual. Cierto es que, frente a las atrocidades que se ven en la guerra y en el terrorismo, el alcohol o los opioides pueden ser mejor para algunas personas que enfrentarse a todo eso sin ninguna ayuda. Pero en cuanto a sustancia con utilidad para la batalla o el asesinato, son precisamente las menos indicadas; tiene mucho más sentido usarlas posteriormente para procurarse cierto descanso psíquico y facilitarse el reposo.


Algo de historia sobre el uso de drogas y los ejércitos.

Vincular sustancias psicoactivas y leyendas sobre ejércitos no es nada nuevo. La palabra asesinoen nuestro idioma, deriva de “hashís”. Hace unos siglos una secta dirigida por un hombre al que llamaban “el viejo de la montaña” realizaba asesinatos por encargo, y esa secta era llamada “los del hashís” porque esta era la recompensa y la forma de convencer a sus sicarios para ir a la guerra: les suministraba hachís en dosis altas, de manera que les hacía sentir que iban al paraíso y en ese estado acababan siéndole fieles (por el hashís, sí, pero también por el dinero, la seguridad, la alimentación, los privilegios) y obedeciendo sus órdenes para seguir en el grupo. 

Sin embargo, no es infrecuente ver explicado ese hecho en base a supuestas propiedades farmacológicas del hashís, que harían a cualquier simple persona que lo tomase, una máquina de matar sin miedo ni dolor. Seguro que todos habéis visto fumar hashís... ¿os parece que el estado que provoca sea compatible con una batalla a vida o muerte? Pues eso, más sentido común y menos especulación alocada, por favor.

Ciertos vikingos tomaban -supuestamente- un preparado de Amanita muscaria, seta psicoactiva, para entrar en un trance destructivo sin igual, en el que matar era lo más básico. Yo y otros miles de personas hemos tomado esa seta, y sus efectos psicoactivos no recomiendan entrar en batalla, si no es dentro de una cama. El primer efecto es una embriaguez similar al alcohol, luego un intenso estado de sopor, y luego si uno supera esa fase, una supuesta fase de sentidos aumentados y alteraciones visuales (macropsia y micropsia). No parece muy adecuado para ir a buscar bronca, pero ahí está la leyenda.

Un caso real de uso de opiáceos y/o opioides combinados con otras drogas en la planificación real de una contienda militar ocurrió con las DivisionesPanzer que Alemania lanzó en la II Guerra Mundial, que iban sostenidas en su despliegue con anfetaminas para estimular, quitar el hambre y el sueño, y opioides para quitar la sensación física de dolor, así cómo disipar ansiedad y tensión. La combinación de estos dos fármacos les permitió avances nunca vistos en velocidad de despliegue, pero pronto pudieron comprobar que las ventajas de la anfetamina se convertían en desventajas cuando se superaban 2 ó 3 días de uso mantenido (el deterioro mental y cognitivo es muy grande y no se repara mientras no se descanse adecuadamente y exista una alimentación correcta).

También en España durante la Guerra Civil se usaron generosamente, importadas desde Alemania desde el año 1932. Ninguna guerra ha sido ajena a la búsqueda de remedios que aumentasen la vigilia y atención, la resistencia o la moral de las tropas.

Sin embargo, la anfetamina (dextro-anfetamina o su forma racémica) sigue siendo unade las herramientas de uso puntual de varios ejércitos, como el deUSA, quienes facilitan unas dosis de anfetaminas a sus pilotos cuando salen en una misión, para favorecer su resistencia, aguante y concentración. Una dosis adecuada, para no convertir a sus pilotos en kamikazes que se lancen contra los objetivos hasta la muerte, como ocurría con los pilotos japoneses en la II Guerra Mundial, empapados en anfetaminas

A mi madre, en el año 1963, se la ofreció una monja para ayudarla con los exámenes (esta religiosa usaba anfetaminas para prepararse la carrera de Pedagogía), ya que era normal en España usarla así y no tenía estigma de ningún tipo. De una forma muy similar al dopaje intelectual en USA hoy día con el Adderall.

Todos los ejércitos del mundo, siguen a día de hoy, la búsqueda de fármacos y aplicaciones que les den ventaja en el escenario de batalla. La farmacología y otras áreas, son sólo algunos de los caminos a usar.

¿Y qué hay de cierto en lo que se dijo del Captagon, la droga con la que ISIS mataba sin sentir empatía?

Otro caso similar e igualmente falso. El Captagon no es más que el nombre comercial de un antiguo compuesto, fenetilina, en cuya molécula iban una de anfetamina y una de cafeína unidas, y se liberaban ambas dentro del cuerpo humano. Esto lo hacían de esta forma porque la cafeína, además de estimular, alarga la eliminación de las anfetaminas (duran más)




Y su efecto, es el mismo que si uno de nuestros niños occidentales que toma Elvanse (dextro-anfetamina con lisina a 120 euros 30 pastillas en la farmacia, prescrita para el síndrome de hiperactividad y déficit de atención - TDAH) y un café. O el mismo del speed hispano, que es anfetamina y cafeína, a 20 euros el gramo.

No es que ISIS tuviera una preferencia por esa droga, es que esa es la droga estimulante que hay en ese entorno y que se usa como ayuda en su labor, por sus efectos. 
Culturalmente es la que conocieron, y ahora sus mercados negros siguen produciendo pastillas falsas de Captagon, que son meras mezclas de anfetamina y cafeína. Es el equivalente a la anfetamina de los alemanes, o a la de los pilotos japoneses y norteamericanos, sin mayor diferencia. Si ISIS estuviera localizado en Asia, usaría “yaa-baa”o metanfetamina pura, que es lo que allí hay.


¿Por qué esta información tendenciosa en prensa?

Pues porque la prensa no tiene ya un interés informativo ni formativo, lo tiene competitivo. Se compite por ver quién genera el mejor titular (aunque viole la verdad), por quién obtiene más lectores y quién consigue mayor influencia.

A la prensa nunca le han interesado los lectores bien formados que puedan cuestionar sus historias, y en España por desgracia, tras años de inquisición farmacológica y oscurantismo, la prensa sigue usando a las drogas como el aderezo del hombre del saco. Son las drogas las que aparentemente explican cosas inexplicables, ya que esas sustancias tienen el poder de hacer que las personas pierdan su voluntad y capacidad de decisión... nos repiten incansables. Y quieren que creas que, por el mismo fármaco que tiene tu abuela en casa o que le prescribieron a tu madre cuando tuvo aquella caída, las personas pierden su ser y se convierten en monstruos asesinos sin conciencia ni sentimientos.

Y tampoco es de extrañar esto, ya que durante muchos años se ha usado el consumo de drogas y/o alcohol como un atenuante o incluso eximente en agresiones, robos, violaciones y asesinatos, como si por haber tomado una sustancia quedases “sin responsabilidad” por tus actos; cuadra perfectamente con el concepto de droga que mucha gente tiene aún, por el cual es incompatible el consumo con el libre albedrío del individuo.

No quiero cerrar este texto sin una alusión a un caso que alguno recordará aún: la parricida de Santomera, Francisca González. En el año 2002, esta mujer mató a sus dos hijos menores (de 4 y 6 años de edad) asfixiándoles con el cable del teléfono, sólo para hacerle daño a su pareja.



La parricida en el entierro, momentos antes de ser detenida. 


En la declaración inicial antes la policía, dijo que lo habían hecho unos extraños que entraron en la casa, y mantuvo esa versión hasta ser detenida durante el entierro de sus hijos. Entonces la historia se reformuló y la asesina, escudándose en un supuesto consumo de 5 gramos de cocaína, dijo que no recordaba nada y que no era capaz de diferenciar realidad y alucinaciones por culpa de la cocaína y el alcohol. Y de pasó culpó a su marido de haberla iniciado en el consumo y de traficar con drogas.

De nada sirvió, fue condenada a 40 años y ha tardado 14 años en disfrutar del primer permiso penitenciario. Dicen que ya asume su crimen...


Flaco favor es el que nos hacemos como sociedad si nos creemos estas mentiras por las que buscan convencernos que de ciertas sustancias tienen la capacidad de arrebatarnos la voluntad. El mismo flaco favor que nos haríamos como sociedad si damos pie a quienes usan drogas -alcohol o tabaco incluidos- o se involucran en comportamientos adictivos sin sustancias -sexo, juego, adrenalina por riesgo- para justificar así (como falsas víctimas de una sustancia o acción que les roba el albedrío) sus comportamientos.

El derecho a usar drogas es un ejercicio de nuestro derecho como individuos y hunde sus raíces en el mismo lugar en el que se gesta la responsabilidad (accountability en inglés) derivada de nuestras acciones.

Dejemos de usar las drogas para justificar los monstruos que surgen de la condición humana.


Este texto fue publicado en Disidencias

miércoles, 20 de junio de 2018

Tú compras cannabis al mercado negro: la mentira de los CSC en España.

Este texto sobre cómo el mercado negro se ha convertido en el suministrador y propietario absoluto de los llamados CSC o  falsos Clubs Sociales de Cannabis, fue publicado en el portal Disidencias hace unas semanas.

Hoy me han contado una cosa que, de haberla sabido, no hubiera dudado en incluirla en el texto.
Hasta tal punto llega la desfachatez de este mercado negro escondido como falsas asociaciones, que la última (de 4) que ha abierto en mi ciudad, Salamanca, ahora sólo vende hashís o marihuana a sus clientes (falsos socios) PERO NO DEJA CONSUMIR EN EL INTERIOR DEL RECINTO...

Cualquier punto de venta de drogas tradicional tiene ya más dignidad que este modelo corrupto de los CSC en España, responsables de haber destrozado el tejido asociativo y el autocultivo: ambas cosas les dañan en sus intereses económicos.

:P

Esperamos que os abra los ojos, y que nunca más podáis decir que nadie os explicó cómo estáis pagando al mercado negro disfrazado de falsas asociaciones.

Drogoteca.

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¿Qué esconden los CSC o 
Clubs Sociales de Cannabis 
en España?

Este es un texto que, por las acusaciones que en él se vierten -entre otras, ser instrumentos del mercado negro organizado en España- requieren unas ciertas aclaraciones previas por parte del autor, sin esconderse y llamando a las cosas por su nombre. 

He pasado media vida en el mercado negro, comprando y vendiendo, siendo parte activa de él. Y no por ello siento la menor vergüenza por mis actos en ese sentido, ni considero que tenga nada de lo que arrepentirme en relación a esos hechos. Pero comencemos esta historia enseñando totalmente las manos....




Mi relación con el cannabis.

Aunque en el blog “Drogoteca” no solía escribir prácticamente nada sobre cannabis, ni meterme demasiado en esos temas (salvo por encargos expresos -realizados por casi todas las revistas o medios cannábicos- así como otros medios de tipo más generalista), soy un cultivador con más de 25 años de experiencia en el cultivo de marihuana. Incluso en una larga época en que prescindí de consumir droga alguna, seguí cultivando y me pagué la carrera -de Educación- gracias al cultivo y venta de marihuana. 

Antes de iniciar dicha carrera, fui propietario de un bar en el que se vendía hashís y marihuana -de forma muy similar a como se realiza hoy en los CSC- pero sin escudarse en ser una falsa asociación. Todo esto, mucho antes de empezar a escribir sobre drogas; ya trapicheaba con menos de 14 años.

En aquellos años míos en la hostelería, recién estrenada la mayoría de edad, me “bajaba al moro” o me subía a Amsterdam con notable frecuencia. Tenía muy claro lo que yo hacía: era mercado negro de cannabis, puro y duro, sin complejo alguno ni búsqueda de excusas para suavizar nominalmente la realidad. 

Así pues, el cannabis es una droga que me ha acompañado desde muy joven y que conozco profundamente, en casi todos sus aspectos (del cultivo al tráfico) pero no es la sustancia que más me llamaba a la hora de escribir sobre drogas: lo mío eran “las drogas”, pero todas las drogas y no sólo una de ellas.

He escrito y trabajado para diversos grupos del mundo del cannabis en España, pero nunca he tenido interés empresarial y mi relación con ellos siempre ha sido la de un freelance a quien le compraban textos. 

A día de hoy, no mantengo relación laboral o comercial alguna con ninguna empresa, grupo o personas del mundo del cannabis en España; posiblemente porque valoro más mi derecho a decir lo quiera decir, que el pago por callarme o tenerme controlado mediante la amenaza de quitarte el plato de comida de la boca.

Soy también un paciente de dolor crónico de tipo no-oncológico (con morfina y otros opioides pautados médicamente, desde hace lustros), y que uso el cannabis -que yo mismo cultivo- como parte del tratamiento contra el dolor, ya que me permite maximizar los efectos positivos de los mórficos y controlar algunos de los no deseados (como pueden ser las náuseas asociadas a estos fármacos).




He sido cliente de 1 CSC -que vendía cannabis- durante algo más de un año, hasta hace unos meses, en que por propia decisión pedí la baja por motivos ideológicos: no me molesta el mercado negro, pero no soportaba más que se llamase asociación a lo que es un punto de venta de drogas, donde hay un único vendedor y lo demás, son clientes sin voz ni voto de ninguna clase.

Carezco de antecedentes judiciales que tengan que ver con el cannabis o el mercado negro, y nunca se me ha imputado delito alguno que tenga que ver con este mundo. Nunca he sido condenado por ningún delito. 

A día de hoy, tengo mis necesidades económicas cubiertas totalmente, gracias a otras áreas -que nada tienen que ver con el cannabis- como son las criptomonedas. Con ese último detalle -independencia económica total- la vida me ha regalado el derecho a poder escribir lo que quiera sin miedo a no poder comer por hacerlo.

Es decir, esto soy yo.

A estas alturas de mi vida creo que soy libre -de verdad- para decir lo quiera y que ante nadie -salvo ante mi propia persona- respondo. Una vez aclarado esto, vamos con el tema; a fondo.


Antecedentes contemporáneos de los actuales CSC 
o clubs de cannabis.

Hubo un tiempo, no hace muchos años, que en nuestro país existía un movimiento asociativo -real y no FAKE- detrás del cannabis y sus usos. Este movimiento surgía de la necesidad de defenderse legalmente frente a las leyes y acciones que nos afectaban, como usuarios de cannabis y, especialmente, como cultivadores de cannabis (la pieza esencial de toda la cadena). 

Esos grupos y asociaciones, como por ejemplo Pannagh en el País Vasco, fueron esenciales a la hora de sacar el cannabis de las mazmorras comunes de “las drogas” y mostrar una realidad, en torno a esta planta, que nada tenía que ver con historias de vidas destrozadas por las drogas, sino que incluso aportaba historias en el sentido contrario: el testimonio de muchas personas que habían visto cómo el cannabis mejoraba sus vidas aportándoles calidad y salud.

La estructura básica de estos grupos, antaño y no ahora, era realmente una cuestión asociativa. La gente se asociaba para cultivar, compartiendo gastos y enfrentando las represalias legales (si las hubiera) de forma organizada y con las cosas claras: la gran diferencia que hay entre vender cannabis a terceros, con respecto a cultivar y cosechar de forma conjunta -precisamente- para no tener que entrar en contacto con el mercado negro. Y eso era cierto.

De hecho eso era uno de los mejores argumentos para no forzar las leyes y las acciones contra estos grupos, que eran muy locales, altamente especializados y sin ánimo de lucro. Este último punto de forma meridianamente clara, porque era en última instancia lo que les diferenciaba de cualquier forma existente de mercado negro, en el que el ánimo de lucro es esencial para el funcionamiento de todas y cada una de sus piezas.

En estos clubs -que funcionaban de forma poco homogénea y sin demasiada coordinación, dada su naturaleza local- se cultivaba “dando la cara”. Es decir, el cultivo no era “anónimo” sino que pertenecía a un grupo de personas que lo reconocían como propio y se reconocían como consumidores de cannabis que no querían relacionarse (al menos como única opción) con el mercado negro, siendo esta la única forma de lograrlo: cultivándote tu propio cannabis.

La base de de estos clubs era -al menos, en la teoría legal de su estructura asociativa más habitual- el conocimiento y estudio sobre la planta, principalmente porque no puedes declarar -en tus estatutos asociativos que son un documento público- que tu objetivo es cultivar cannabis (ya que, de forma genérica, esto es delito) así que el “estudio de la planta de cannabis” era la excusa, pero también una realidad a su manera. 

Si bien no se realizaba nada que pudiera considerarse “estudio” a nivel serio y totalmente científico, es cierto que en ese entorno asociativo se formaba a personas que necesitaban de ayuda para ser capaces de cultivar por sí mismos (como enfermos aquejados de cáncer, dolor y otras patologías) de tipo humanitario, que eran casos sobrevenidos por enfermedad. Y no hay que olvidar que esos grupos fueron, de facto, los primeros en proporcionar cannabis a enfermos que lo necesitaban y carecían de tiempo, conocimientos o posibilidades de cultivar o incluso de acceder al mercado negro (mujeres con cáncer de mama que nunca habían tocado ese mundo, por ejemplo).

El hecho de que estas asociaciones -germinales en el tema del cannabis en España- enfrentaran su propio abastecimiento mediante sus propios cultivos, les otorgaba el derecho a argumentar que ellos sólo querían salirse del mercado negro mediante el auto-abastecimiento. Se lo otorgaba porque era cierto, ya que eran asociaciones cuya principal actividad era el cultivo de cannabis para sus miembros. Y precisamente quien más dañado salía de su existencia, eran las mafias del mercado negro, que perdían clientes.

Pero al mismo tiempo, su principal virtud les hacía vulnerables, ya que la policía encontraba más fácil probar un cultivo ilícito que una venta de drogas, aunque el resultado penal que se buscase fuera el mismo finalmente: tráfico de drogas. Y paradójicamente este criterio de comodidad policial (siendo generosos al calificarlo, ya que el autocultivo sólo daña al mercado negro, quitándole dinero) fue, en gran medida, el responsable del desastre que vino a continuación.

La solución-trampa que destruyó el pasado:
la “compra mancomunada”.

Ante la presión que la policía ejercía contra las asociaciones, estas -que hasta ese momento se abastecían cultivando- se vieron acosadas en los cultivos y con sus socios desabastecidos como consecuencia directa. De esta forma se planteó, como recurso legitimado por las circunstancias, volver a tratar con el mercado negro, pero ahora como grupo de socios (grandes cantidades ya que los precios bajan) y a eso se le llamó “compra mancomunada”.

¿Qué es este concepto de la “compra mancomunada”? 

Pues era una artimaña ciertamente leguleya, por la que una asociación -que se había quedado sin cannabis por una redada o incautación de cultivos- se organizaba para comprar al mercado negro directamente. ¿Acaso comprar en grupo te protege de algo? No, no cambia en esencia el tipo penal en el que puede incurrir, salvo a la hora de repartir la droga con el resto de compradores (para que no se considere “traficante” a quien reparte la compra común con otros “adictos/socios”).

El origen legal de ese concepto se introdujo en los años 80 como eximente en la legislación, para no condenar por tráfico de drogas a unos yonquis que, simplemente, compartían una papelina de heroína, aunque la compra la efectuase uno solo de ellos. En la construcción del tipo penal del tráfico de drogas, no hace falta que haya un intercambio económico o afán de lucro, así que el simple hecho de comprar a medias y compartir drogas, podía acabar con alguien sentenciado como si fuera un camello siendo sólo un yonqui.

De ahí nació el que “comprar de forma conjunta una droga para su consumo inmediato por un grupo de adictos” no fuera un delito de narcotráfico, para que la cárcel no se llenase de meros yonquis, pudriéndose con condenas pensadas para traficantes de verdad; no para adictos que compartían unas dosis de droga. Este fue el caso de David Reboredo, que se vio con casi 7 años de condena por menos de 30 euros de heroína en total. En su caso, dos condenas por compartir unas papelinas con otro yonqui, no era legalmente válido para optar siquiera al indulto (aunque al final se le hizo “por lo bajinis”).




También en aquella época de la mal contada “epidemia de heroína” en España, y antes de la Ley de Seguridad Ciudadana -o Ley Corcuera- que reguló la tenencia para consumo como mera falta administrativa, se introdujo una excepción a la sancionabilidad de la conducta de compra y posesión de drogas cuando era (cito de memoria) para aliviar la abstinencia de “un familiar en primer grado, padres, hermanos o hijos” que fuera toxicómano sufriendo los dolores del “mono”.

Esas excepciones buscaban alejar del circuito penal a quienes no cometían realmente un delito, bien por adictos o bien por compasión hacia el dolor de un familiar de primer grado. Como puede imaginar el lector, esas excepciones (propias de los años 80) no se hicieron para el marco de asociaciones de cultivadores y consumidores de cannabis, y menos para que pudieran servir de “marco protector” de compra de cannabis -en grandes cantidades y con vocación de continuidad- al mercado negro.

El desembarco del mercado negro organizado
en los clubs de cannabis 
de España.

Una vez que se empezó a usar la compra mancomunada -afinada por interesados abogados como “concepto legal de diseño”- para permitirse ir contra lo que era la idea fundacional de esos clubs (sacar gente del trato con el mercado negro y sus mafias), el diablo había entrado por la puerta de atrás, primero para poner en juego cuantiosas sumas de dinero al efectuar dichas “compras mancomunadas” y que al ser con el mercado negro como vendedor, nunca habría factura de nada.

Los clubs, en su mayoría pero no todos, acabaron viendo que era mucho más sencillo “comprar el cannabis” que intentar cultivarlo tú mismo, y que la policía acabase jodiéndote el cultivo con todo el trabajo y tiempo que había llevado (algo que pasaba con excesiva frecuencia). 

De hecho, vivimos paradojas como que en una isla de nuestro país, la policía intervino una asociación de auto-cultivadores que eran en su mayor parte enfermos y eran sólo 50 miembros, antes que tocar (en la misma pequeña isla) una “asociación-FAKE” que tenía varios miles de socios (nominalmente) pero meros clientes en realidad. La policía iba a lo fácil, a por 4 gatos que cultivaban, y así con ese juego se empujó al tejido cannábico que existía en ese momento, a las manos del mercado negro (que estaba encantado de tenerlos de vuelta de nuevo).

Esta suma de hechos legales, intereses de nuevos “lobbys de abogados”, y de acciones contra el auto-cultivo en lugar de contra el mercado negro con ánimo de lucro, acabaron por traernos a la situación actual -a día de hoy- en nuestro país: alrededor de 1000 “asociaciones” que venden cannabis a sus “socios”. Y eso, sin que exista un marco legal que lo regule o que -al menos- no lo persiga.

Con el cambio que esto produjo, muchos de esos “gestores” de las asociaciones, se vieron manejando mucha pasta y la estructura de las mismas -derivada de estos nuevos intereses- empezó a mutar. Empezaban los nuevos enfoques, por los que se estaba saliendo claramente de ese torturado concepto de la “compra para el consumo inmediato por un grupo de adictos”, ya que no se compraba para un solo momento, sino para el consumo de varios días o semanas. No todos los que “entraban” en esa “compra mancomunada” querían o necesitaban las mismas cantidades o variedades de productos del cannabis (no es lo mismo lo que uno recibe del hashís que lo que recibe de una marihuana, aunque uno de los principios activos -el THC- sea el mismo). 

Es decir, se empezaba a plantear una compra constante al mercado negro, para “abastecer a tus socios”, pero ya no de forma realmente asociativa sino saltando a un modelo de “empresa que vende a cliente”.



Eso llevó ya en el año 2015 a que el mercado de la venta o traspaso “de asociaciones” (algo nominalmente imposible en el ámbito legal) generase un mercado en el que se hacían ofertas cercanas al medio millón de euros, por una asociación en una buena zona de Barcelona. 

¿De verdad que alguien pagaría 500.000 euros por quedarse una asociación (si esto fuera posible legalmente) que por definición, no puede tener ánimo de lucro? ¿Alguien se cree esto? Obviamente no, y la prensa -ya entonces- lo señalaba de forma abierta.

A día de hoy, de los aproximadamente 1000 clubs de cannabis, se cuentan literalmente con los dedos los que realmente están 100% fuera del mercado negro. La mayoría de los CSC (la nueva denominación) actualmente compran todo lo que venden al mercado negro directamente, algunos a cultivadores locales y otros, a una central organizada que les provee de todos los productos de cannabis que necesitan. 

Es decir, se han convertido en las franquicias del mercado negro, en lugar de combatirlo como era la razón de su origen como asociaciones de auto-cultivo y auto-abastecimiento. Una vez que entraron “los billetes de las compras mancomunadas”, el modelo asociativo y como consecuencia, el activismo cannábico real, despareció prácticamente de la realidad.

El nuevo modelo permitía “una gestión diferente”. Ya no requería cultivar, ni siquiera saber hacerlo. Sólo comprar barato para vender más caro. Primero, esa entrada de capital, la procesaron creando “puestos de trabajo” bajo el paraguas de una asociación de consumidores. Lógicamente, los puestos de trabajo eran para los que manejaban el cotarro, y con ello el beneficio, con lo que los socios, que son una figura totalmente legal y con poder -en teoría- total sobre la asociación (su asamblea general es el máximo órgano decisorio, en el modelo asociativo que firman estos negocios) fueran progresivamente apartados a firmar como socios pero funcionar como clientes.

Hubo incluso algún caso (en la provincia de Madrid) en el que una asamblea general de una asociación, quitó a los que la llevaban -de forma totalmente legal- y puso otros gestores. Al cabo de unos días, comprendieron por qué esto no debían hacerlo aunque la ley les capacitase para ello: aparecía el “músculo armado” que había detrás de estos grupos, escondidos como asociaciones. 

Y es que con el dinero, y menos el del mercado negro organizado, no se juega. Y sucesos como ese, que ponían en solfa “de quién era el negocio” si la estructura es la de una asociación sin ánimo de lucro, así que los “asesores legales” aconsejaron que ni se permitiera ver los estatutos a los socios, ni se celebrasen -en realidad- asambleas generales (con todo el poder), sino que se falsifiquen estas asambleas, exigencia legal que tiene que cumplir cualquier asociación. 

Asociaciones en que firmas como socio, pero no tienes derecho ni a ver los estatutos ni a decidir nada: la ilegalidad más flagrante les sirve para que los nuevos clientes no sepan realmente nada y simplemente sigan comprando.

Tal es el flujo de dinero que generan estas empresas mafiosas que se han apoderado del marco asociativo, que en 2014 ya un juez congeló 60 cuentas bancarias asociadas a uno solo de estos puntos de venta “con pseudo paraguas legal”. En ese año, había “falsas asociaciones” en la ciudad de Barcelona que, en teoría, contaban con decenas de miles de miembros (en realidad, clientes extranjeros captados en entorno turístico). Y había uno de esos puntos de venta de cannabis que tenía -como en la pescadería o la carnicería- una maquina para darte ticket con un turno para que pudieras comprar, debido a la alta demanda que había. Esa maquina que daba tickets para poder comprar, cuentan que había días que daba varias veces “la vuelta” y comenzaba de nuevo. Por aquel entonces, habría unas 500 falsas asociaciones en el país; ahora alcanzamos las 1000 y existen en todas las capitales del país y en muchos otros lugares.

Dinero llama a dinero:
estructuras del actual modelo.

Por supuesto, todo esto no pudo ocurrir sin la complicidad de un gran número de abogados que, conscientes del modelo y buscando justificaciones para el mismo, acabaron anunciándose públicamente para quien quisiera abrir “una asociación cannábica”, en un grado que variaba desde hacerles los estatutos a ponerles en contacto ya con los proveedores del producto clave, el imán para los compradores: derivados del cannabis. 

Asistimos impertérritos a cómo los asesores legales se convertían en impulsores, haciendo de enlace con el mercado negro local o -en otros casos más delictivos- con una “organización” que les vende todo. Y una organización que te vende un producto fiscalizado como droga no legal, a nivel nacional y especializada en abastecer a los puntos de venta, es la definición viva de organización criminal. Aunque lo vistan de “asociación” y repitan, como loros inconscientes, que “las asociaciones son buenas porque nos sacan del mercado negro”. Y no, esto no es así. 

Las asociaciones -actuales- en su inmensa mayoría, no son buenas: son el propio mercado negro y organizado. El flujo de dinero en altas cantidades y la falta de regulación alguna o control, propios del mercado negro, empezaron a atraer inversores a lo que otrora fue un área asociativa contra el mercado negro. 

Los jueces, ante este nivel de especialización, pasaron de pedir penas que solían rondar los 5 años para los cabecillas de los clubs de cannabis, a penas que rondaban los 22 años, ya que se apreciaban delitos de organización criminal y de blanqueo de dinero (obviamente, no se declara: no tienen ánimo de lucro legalmente).

Pero en muchos casos, los abogados ocultaban esta realidad a sus clientes, quienes en muchos casos creían y creen estar haciendo algo que tiene una cobertura legal, cuando en realidad son -a nivel legal- puntos de venta de drogas ya equivalentes a los de cualquier poblado de la droga. Y no tenían demasiado problema en engañar a sus clientes, hasta el punto que -uno de los abogados, de esta clase, más conocidos en España- llegó a decir sobre la posibilidad de que muchos de sus asesorados, ante un proceso judicial, acabasen presos: “el movimiento cannábico necesita mártires”.

Al mismo tiempo, la “normalización” en la presencia de esos puntos de venta en nuestra geografía y el cambio en la percepción social que, en estos últimos 10 años, ha tenido la imagen del cannabis como un producto mucho más tolerado, ha llevado a que se cree un “In pass” en el que la realidad es esta, pero legalmente no se actúa contra ella. 

¿Por qué? El cambio en las políticas sobre cannabis en todo el planeta, tiene a los políticos españoles -y por ende, al poco separado “sistema judicial”- sin saber qué hacer ni cómo abordar la regulación de esta planta, esperando un mejor momento para meterle el cuchillo a este asunto, pero al mismo tiempo teniendo ya bien identificados “esos puntos de venta que pasarán de ser mercado negro a la cara blanqueada en un contexto regulado”, y que rendirán cuantiosos impuestos a las arcas estatales (o eso creen que podrán lograr).

De forma paralela, existe toda una industria del cannabis legal (que no venden marihuana o hashís, sino semillas, útiles o derivados legales de la planta) con muchísima fuerza en nuestro país, que son quienes manejan (de forma directa en la mayoría de los casos, y mediante “vinculación económica por publicidad” en los demás) la mayoría de medios cannábicos. No hay ninguno que se pueda intentar llamar “independiente”, sino que el mundo del cannabis en España es extremadamente auto-referencial y vinculado a grupos con potentes intereses económicos: directamente dependientes y coordinados entre todos ellos.

Nadie que no tenga asegurado su futuro económico-en el mundillo del cannabis hispano- debe salirse el relato impuesto -por estos grandes grupos, con piernas en ambos lados de la ley- si no quiere represalias, que comienzan con censura y pueden llegar mucho más lejos, como imputaciones de delitos en falso o campañas de desprestigio intentando forzar a tus relaciones comerciales a abandonarte, mediante amenazas y presiones. 

Yo mismo, cuando trabajaba escribiendo para estos medios, recibí campañas de difamación en que se me acusaba de machista y que llegaron a que un responsable de prensa en el Senado de un joven partido político, llamase a mi editora para pedirle “revisar previamente” lo que yo iba a publicar en unos días (a lo que obviamente me negué), tras una entrevista con 2 senadores de su partido en el Congreso de los Diputados, y le preguntara “sobre las denuncias que yo tenía por violencia de genero y acoso”, que son en total.... cero. 

El choque entre la política -y sus turbios intereses y mecanismos- con el mundo del cannabis, dirigido por las caras pseudolegales de un reforzado mercado negro, ya con estructuras supra-nacionales, hace saltar chispas que uno no imaginaría y el juego sucio -a dichos niveles- es la base del juego.

¿Queda algo de lucha 
contra el mercado negro
o está todo entregado?

Como indicaba el jurista Javier González Granados, el modelo de los CSC, hoy día y más tras el “supremazo 484” contra los clubs de cannabis, es un “traje al que se le revientan las costuras”. Pero al mismo tiempo, esa sentencia reconoce la ineficiencia del sistema político, incapaz de regular correctamente algo que, al menos actualmente, la sociedad parece aceptar sin mayor problema pero las leyes siguen penalizando porque esa etérea figura de “el legislador” no ha “movido ficha” -desde hace décadas- en este aspecto. Y les emplaza a hacerlo de una vez y dotar de un marco regulado al asunto.

Si el actual modelo “cristaliza”, bien por el paso del tiempo que -de facto- les permite seguir con su actividad o bien porque estos grupos del mercado negro (que han destrozado la realidad del poco tejido asociativo que les hacía frente en sus intereses) consiguen encontrar la forma de pactar un “armisticio” con los demás actores, pues lo que habrá ocurrido es que habremos legalizado el mercado negro, o al menos una “cara amable” de las mismas mafias de amplio tamaño y capacidad.

El desarrollo de estos puntos de venta de cannabis en nuestro país, ha llevado en algunas zonas -como Granada- a que el robo de fluido eléctrico para cultivo en interior con lámparas de alto consumo sea un grave problema que afecta a todos los demás ciudadanos. 




De hecho, existe un mercado (prácticamente en todo el país) de pisos donde se cultiva con luz robada, en el que se te alquila el lugar con todo el montaje ya realizado. Y a tal punto llega el asunto, que los trabajadores de las empresas eléctricas que sufren el robo de fluido, tienen que ir escoltados por la policía y con la cara tapada para ir a cortar los robos, en barriadas donde este problema resulta masivo.

Pero como suele ocurrir siempre, el mercado negro crea eficaces repuestas a los problemas que les dan y, desde hace tiempo ya, estos “pisos para cultivar cannabis” con la luz robada están transformándose y abandonando el negocio del cannabis por otro mucho más seguro y lucrativo: el de las criptomonedas. 

El minado de criptomonedas (como Bitcoin, Ethereum o Monero) es una actividad que requiere de grandes cantidades de energía gastada en procesos de cálculo matemático, y que tiene un alto coste si se realiza pagando el fluido eléctrico usado. Así que muchos de estos pisos, han saltado a un negocio que además les causa muchos menos problemas legales y en el que, aunque les pillen con las manos en la masa y una granja entera de ordenadores minando criptomonedas, no les pueden tocar ni un euro de las ganancias.

Por el lado legal, la acusación por robo de fluido, es menos que la de robo de fluido y cultivo de cannabis (tráfico de drogas), a lo que se suma la estructura organizativa que es otro carga que pueden probar en su contra. 

Por el lado técnico, una vez que recibes el pago en criptomonedas de lo que has “minado” con tus equipos y energía, su diseño permite que nadie pueda incautar ese dinero o conocer siquiera en qué criptomoneda está. 

Esto ha llevado a que algunos grupos estén ofreciendo a antiguos cultivadores en pisos con luz pinchada, que se pasen al negocio de la minería de criptomonedas, en una inversión en que el grupo pone los equipos y el “know-how” y las ganancias generadas por la luz pinchada se reparten al 50%, quedando totalmente seguras e “invisibles” para las autoridades, dada su naturaleza.

Así que, el asunto del fluido eléctrico, ha sufrido de la unión de dos vectores en el mismo sentido que agrava el problema y su perspectiva futura. Por un lado se ha creado un nuevo modelo de negocio en torno al robo de electricidad, que es el de minar criptomonedas, y al mismo tiempo, se ha restado abastecimiento a los puntos de venta de cannabis del país, con lo que se han buscado nuevos lugares en los que efectuar estos cultivos con luz robada. 

De otra forma, el riesgo y los costes harían el negociazo de los CSC o clubs de cannabis, totalmente inviable al nivel en que se produce actualmente, basado en el cultivo con luz robada para que los precios puedan ser competitivos con un mercado negro más clásico- que nunca ha dejado de estar presente.

Por último, el lector hará bien en tener totalmente claro en que las únicas iniciativas en relación con el cannabis que tienen -sin lugar a dudas- un carácter de choque frontal con el mercado negro, son todas las propuestas que intenten avanzan en el terreno del auto-cultivo para el propio abastecimiento de cannabis en el consumidor, ya que son las únicas acciones que le quitan clientes (y por ende, poder) a esas mafias organizadas y de cara amable, que el mercado negro -triunfalmente y de facto- conseguido poner a gestionar la relación de los ciudadanos con el cannabis en España; esos clubs de cannabis, donde al cliente se le rebautiza como socio, y se le priva de sus derechos como consumidor (no puedes acudir a las autoridades de consumo con una queja sobre drogas que te han vendido, a día de hoy) y también como supuesto miembro de una asociación que sólo lo es para beneficio, económico y con enorme ánimo de lucro, de quienes la controlan.

Quien dude, algo muy necesario siempre que nos cuentan algo, que pruebe a poner en Google “Vendo ClubCannabis”, que quedará sorprendido de la oferta -pública y visible con esa mera acción- en la que se venden estructuras criminales “en bloque y con los clientes dentro” que responden a dicho nombre, asociaciones, sin serlo.




Nuestra realidad hoy es esa: somos el sueño húmedo del mercado negro, basado en la venta de cannabis, gracias a la inacción y cobardía de todo nuestro sistema legislativo. España, como siempre, en la buena dirección.

Drogoteca.