Fabricando yonquis
para la epidemia en USA.
A final de los años 90, el tratamiento
del dolor -en todas sus faceta clínicas- se enfrentaba a los
primeros cambios aperturistas (a nivel mundial) tras las duras
restricciones derivadas de la guerra contra las drogas, iniciada
décadas atrás. En aquellos años oscuros, el tratamiento del dolor,
tanto agudo como crónico, asumía que el paciente debía hacer
frente al dolor con las mínimas ayudas farmacológicas, ya que el
dolor era una condición “normal” ante los avatares de la vida.
Se colaban en el tratamiento médico las concepciones morales del
doctor de turno, derivadas de nuestra cultura judeo-cristiana por la
que -como narra Antonio Escohotado- te encontrabas a médicos que
ante la petición de cuidados paliativos para un moribundo, te
contestaban cosas como “el dolor le es grato a Dios” y casi de forma habitual se negaban a
prescribir analgésicos de forma racional o, lo que es igual,
atendiendo a variables únicamente médicas.
Ante esas posturas, arrastradas por los
galenos desde el inicio de la cruzada farmacológica contra las
drogas, la propia Organización Mundial de la Salud animaba a los
países a mejorar la atención al dolor (en todas sus formas) y les
animaba a perder el miedo a recetar opiáceos u opioides. Aquel miedo
tenía su base en la desinformación sobre drogas, que acompañó a
la fiscalización de las mismas en el siglo XX, y que predicaba
invenciones como que te bastaba con probar la morfina o la heroína
para caer en la espiral destructiva de la adicción descontrolada.
Por supuesto, esta mentira mil veces repetida, no era la realidad:
para engancharse hace falta tiempo y cronicidad en el uso. Esto era
aún menos cierto en el caso del tratamiento del dolor, donde las
motivaciones para el uso de la sustancia, son diferentes y el
contexto -médico y clínico- muy distinto.
Pero hasta ese momento, los mórficos y opioides sólo se aplicaban en situaciones terminales o muy puntuales, donde el hipotético problema de una adicción destructiva fuera materialmente imposible (como en alguien moribundo en una cama de hospital).
Pero hasta ese momento, los mórficos y opioides sólo se aplicaban en situaciones terminales o muy puntuales, donde el hipotético problema de una adicción destructiva fuera materialmente imposible (como en alguien moribundo en una cama de hospital).
Los datos mostraban cómo los pacientes
tratados en contexto médico por dolor (en hospital o en sus casas)
no tenían apenas tasas de adicción, si no existían problemas de
adicción previos. Esto era cierto (sigue siendo así en esencia), y
una carta publicada en la prestigiosa revista “NewEngland Journal of Medicine” en el año 1980 y enviada por
investigadores médicos de reconocido prestigio, explicaba que entre
más de 11.000 pacientes, a quienes se les habían administrado
narcóticos en contexto hospitalario o de cuidados dirigidos por un
hospital, sólo 4 de ellos habían desarrollado una adicción que
pudiera ser documentada claramente. En aquel momento, años 80, estos
doctores eran lo más puntero intentando revertir la creencia de que
los opiáceos conducían a la adicción de forma casi inexorable. E
hicieron bien en escribir dicha carta, que colaboró a que las
frecuencias de prescripción de analgésicos narcóticos se
suavizaran y abarcasen a pacientes con dolor crónico, fuera del
espectro de los cuidado terminales.
Sin embargo, su bienintencionada carta
a la prestigiosa revista médica, fue usada de forma distorsionada
para lanzar la más grande campaña de ventas de fármacos opioides,
en la historia de la humanidad. A día de hoy, uno de sus dos
autores, ha llegado a decir que “sabiendo lo que sabe hoy y la
forma en que su texto fue intencionalmente mal usado, no escribiría
esa carta” y no es para menos, ya que fue citada 608 veces en otras
publicaciones, en un 72% de las ocasiones para apoyar la afirmación
de que “los opioides raramente provocaban el inicio de una
adicción” y en el 80% de los casos, esa cita se hacía sin dar el
dato de que dicho estudio se refería a pacientes en entorno de
control hospitalario. Se omitió ese dato en 4 de cada 5 menciones y
se indujo a creer a los médicos que la prescripción de opioides no
derivaba casi nunca en problemas adictivos, independientemente del
contexto clínico. Es el texto de origen médico más relevante en el
desarrollo del problema que hoy enfrenta USA con respecto a estos
fármacos.
Aquí cabe hacer especial hincapié en
que en USA, carecía (aún carece) de un sistema general de salud
público que atienda a todos los ciudadanos, por lo que la consulta
médica se hace en el contexto de la competencia de los médicos por
captar clientes: el médico cobra de forma directa en función del
número de pacientes que atienda, aparte de las primas económicas
que los laboratorios daban (y dan) por recetar sus productos frente a
los de la competencia. Esta variable, es esencial para entender buena
parte de todo este asunto.
La cabeza más visible del monstruo, la
farmacéutica, entraba en acción con una brutal campaña de ventas,
en las que miles de “visitadores farmacéuticos” fueron
entrenados para hacer creer a los médicos que la tasa de problemas
de adicción con los opioides era inferior al 1%, sin importar un
montón de variables más en ese cálculo. Los médicos, animados a
recetar un fármaco que no sólo funcionaba sino que te aseguraba la
dependencia del cliente, no se hicieron de rogar y aceptaron
encantados en su mayoría el flujo de dinero que les empezó a
llegar, gracias a prescribir narcóticos; se desdibujaba en muchos
casos el límite entre lo que es un médico prescribiendo y lo que es
un vendedor de droga con capacidad de surtirse legalmente.
Fue la compañía Purdue Pharma la que arrancó dichas campañas, en
unos esfuerzos que le rindieron cuantiosos beneficios, haciendo pasar
su producto estrella a ser el mayor “best-seller”: el “OxyContin”
u oxicodona. Purdue Pharma pasó de recibir “unos pocos miles de
millones de dólares” a facturar 31.000 millones de dólares en el
año 2016 y a aumentar aún la facturación en el año 2017 con
35.000 millones de dólares. ¿Cuánto se embolsarán este año 2018?
Purdue Pharma no sólo produce
oxicodona para el OxyContin. También produce hidrocodona, codeína,
hidromorfona, fentanilo y morfina. De hecho, esta compañía
desarrolló “Contin”, que era un sistema de liberación de la
droga en larga duración. Eso ocurrió en 1972, pero hasta 1984 no
aplicaron el concepto a la morfina creando el “MSContin” (Morphine Sulphate Contin) que les permite cobrar estos fármacos -todos fuera de patente hace años- como recién patentados en base a la novedad de la liberación lenta. Este
mismo desarrollo fue aplicado a la oxicodona, creando el “OxyContin”
en 1995 y que ha sido calificada como la espoleta de la bomba que se
estaba arrojando contra la población y que ha causado la mayor
epidemia de muertes por consumo de drogas de la historia.
De hecho, hasta la morfina que yo y
otros pacientes -de dolor crónico- recibimos en nuestras farmacias,
paga cuantiosos royalties a esa misma compañía y sus filiales, por
su “sistema de liberación lenta Contin” que ellos intentan
vender como un componente esencial para evitar el abuso en estas
drogas de farmacia, pero que para evitar el sistema “Contin” vale
con machacar la pastilla, picarla para esnifarla o disolverla para
inyectarse. Pero por desgracia, su sistema Contin sólo sirve para
contener el abuso de opioides en aquellas personas que no son
precisamente el perfil psicológico del que va a abusar de su uso,
sino el contrario; al abusador le resulta simplemente evidente que si
no quiere que la droga sea liberada de esa lenta forma en su cuerpo,
le vale con no tomarla como le indica el prospecto.
Purdue Pharma lo supo desde el principio, y hace ya 17 años fue
demandada por el fiscal general de Connecticut para que tomara
medidas con respecto a las altísimas tasas de adicción que estaba
provocando su producto estrella, contestando la compañía con gestos
cosméticos y promesas de reformular del producto en el largo plazo.
Eso fue en 2001, y en el año 2004, otro fiscal general (West
Virginia en esta ocasión) demando por “excesivos costes generados”
y la farmacéutica pagó 10 millones de dólares para llegar a un
pacto en el que todas las pruebas quedasen sin ser reveladas bajo un
acuerdo de confidencialidad. En este momento, ya no era especulación
sino que existían datos sólidos de lo que se estaba haciendo y de
lo que su producto estaba causando.
En 2007, la compañía se declaró culpable en un acuerdo que incluía el pago de 600 millones de dólares, en una de las mayores
sanciones a una compañía farmacéutica. Curiosamente, el presidente
de la compañía, el abogado jefe de la misma, y el jefe médico,
tuvieron que pagar unos cuantos millones de dólares extra por los
cargos de “promoción incorrecta” del uso de dicho fármaco. El
total de las multas impuestas, en todas las demandas, no llega a los
mil millones de dólares cuando la compañía factura 35 veces más,
sólo cada año.
Las pastillas de OxiContin en USA se
pagan en el mercado negro a 1 dólar por miligramo, mientras que la
heroína callejera es 10 veces más barata. A día de hoy, con las
actuales restricciones, es casi imposible encontrar pastillas reales
de OxyContin y, lo que circula en las calles, son pastillas que
estéticamente tienen la misma apariencia pero están fabricadas en
el mercado negro y contienen otros compuestos como el fentanilo u
otros derivados: son drogas que pueden ser entre 50 y 1000 veces más
potentes que la heroína, la oxicodona o la morfina. Hasta tal punto
es claro el impacto concreto de ese producto, que la actual epidemia
de muertes por fentanilo viene servida en dicho envase. En el
documental realizado por Vice se puede ver como todo el mundo habla del fentanilo, son conscientes de que es fentanilo lo que compran en
el mercado negro, pero el medio en que se vende, son pastillas falsas
de OxyContin de 80 mgs, las de color verde.
¿Cómo ha podido todo esto llegar a
impactar en el mercado hasta la imitación de las pastillas más
vendidas? De un tiempo a esta parte, la producción de pastillas se
ha ido simplificando considerablemente. Adquirir máquinas de
prensado (más pensadas para prensar golosinas que para prensa
fármacos, por su falta de precisión en muchos casos) se ha vuelto
relativamente sencillo, e igualmente sencillo obtener un opioide
ultra-potente como el fentanilo o sus derivados.
Estos compuestos se pueden considerar
-sin problema- un arma química, y ya fueron usados así ese tipo de
compuestos en el asalto del teatro “Dubrovka” ruso que fue tomado por un grupo
terrorista, causando con su uso y falta de medidas de respuesta
farmacológica posterior (no tenían naloxona, el antídoto, en
suficiente cantidad), el mayor número de muertos de todo el asalto.
El arma química usada entonces se conoció como “Kolokol-1”(campana, en ruso) y se cree que era el compuesto 3-metilfentanilo,
una variante más de esta familia.
La potencia descomunal de estas nuevas
drogas, junto con la facilidad para producir una pastilla con la
imagen de la que era el best-seller del mercado negro (y que retiene
parte de la demanda que produjo) ha traído a este nuevo escenario
actual.
Pero todo esto no hubiera podido pasar
sin lo que se dio en llamar “Pill Mills” o “Clínicas
Pastilleras” (traducción libre). Ya que se había exacerbado la
demanda de opioides de farmacia -de forma artificial- induciendo a
los médicos a prescribirlos prácticamente para cualquier cosa.
Fueron algunos de estos los primeros en sacar partido a la nueva
situación, en que prescribir fármacos que antes estaban fuertemente
controlados, no daba problemas y sí mucho dinero. Se empezaron a
crear esas “Pill Mills” que eran clínicas en las que era muy sencillo conseguir
prescripciones de estos fármacos. En dichos lugares te cobraban
entre 200 y 400 dólares por hacerte las recetas, y llegaban a
atender cerca del centenar de pacientes en una tarde.
Hubo médicos que, manteniendo su
trabajo y área sanitaria en un estado, se desplazaban a otros
estados para “pasar consulta” a enormes filas de clientes que
esperaban para pagarle al “camello legal” las recetas que les
daría. Aún así los beneficios para quienes derivaban estos
fármacos al mercado negro eran muy altos: se llegaba a pagar 1 dólar
por miligramo de sustancia, y en una sola prescripción de 50
pastillas de OxyContin de 80 mgs, hay 4000 dólares a ese precio.
Suficiente de sobra para pagar al médico-camello, a los falsos
pacientes que iban a por recetas, y para sacar una enorme tajada a
esos precios de venta. Negocio para todos los implicados, mientras la
demanda siguiera siendo tan boyante.
A esto se ha de sumar que muchos
médicos en las clínicas, no sólo prescribían y cobraban por
hacerlo, sino que también hacían de servicio de venta de esos
productos que recibían directamente de representantes farmacéuticos.
¿Por qué? Pues porque ese era su
único objetivo: vender y vender. Estas clínicas, no sólo
prescribían a cantidades enormes de pacientes, tras el pago de una
tarifa, sino que de paso les vendían también los fármacos; doble
ganancia. Esto ha sido así hasta hace relativamente poco, ya que en
el año 2015 se cerraron varias de esas “Pill Mills” (250 sólo
en 1 estado como California) con casos tan llamativos como el de un
médico que fue procesado (por 5 homicidios debidos a sobredosis,
entre otros cargos) tras haber prescrito 2'8 millones de pastillas en 19 meses. La oxicodona del OxyContin
(que supuestamente era menos adictivo y así se vendía por parte de
la farmacéutica) pasó a ser conocida como “la heroína del hombre
rico” por su elevado precio, en un guiño al nombre que -en los
años 60 y 70- se le dio a la Datura estramonium, una planta
solanacea muy común que contiene atropina e hiosciamina: “el ácido
(LSD) del hombre pobre”.
Hasta febrero de este año, ya con los
opioides enfrentando draconianas restricciones de nuevo en USA,
Purdue Pharma y sus filiales no han dejado de impulsar y reforzar sus
campañas de marketing para opioides (actualmente están despidiendo
y recolocando a 200 representantes de ventas farmacéuticas). Hasta
el ex-alcalde de New York y ahora abogado de Donald Trump, Rudy Giuliani, se dedicó a evitarle a Purdue cuantiosas multas y que sus directivos acabasen en prisión mientras seguían enganchando a
todo un país a sus drogas; todos sabían lo que pasaba pero nadie
quería dejar de ganar millonarias cantidades.
Pero la maquina de hacer dinero (de
Purdue y sus satélites) abandona parcialmente USA para embocar una
nueva estrategia de crecimiento, en la que se pasa a apostar por
aumentarlas ventas de “OxyContin” en los llamados mercados emergentes de África y Asia, donde las regulaciones sobre estas drogas no les
molesten y les permitan seguir haciendo miles de millones de dólares,
a costa de gravísimos daños para el conjunto de toda la población,
consumidores o no.
Drogoteca.
Texto publicado en Disidencias.net originalmente.
Hola, Symp. No paro de copiar los artículos de drogoteca, no sé bien para qué o para quién, ya que la gente con sentido común entiende rapido y los cerrados de mollera no entienden nunca. En fin, una vez me ofreciste conocer el "sanctasanctorum" de las drogas, y pasé; hoy te pido únicamente que me pases algún link para pillar RCs que esté activo para España: NF ya no sirve, los chemxhemical chinos no responden y no quiero volver a las malvadas trufas de Wholecelium!
ResponderEliminarUn abrazo!