sábado, 29 de abril de 2017

El verdugo


Hace unas semanas, pudimos ver en los medios una cierta campaña internacional para detener unas ejecuciones en Indonesia.
Ejecuciones legales, en todo lo que la palabra legal puede dar de sí, ya que se atienen a unas penas previstas en un código penal de un país soberano.
Las ejecuciones, anunciadas meses antes y ejecutadas con marcial precisión, tenían un punto de interés que otras muchas no tienen: de 8 ejecutados por el gobierno de Indonesia, 7 eran extranjeros. Así que el tema se trató con canallesca marrullería por parte de los gobiernos afectados, que se rasgaron las vestiduras e incluso hubo presidentes de estado llamando por teléfono para conseguir un indulto para los condenados. Pero de nada sirvió. No quiero decir o suponer que ninguno de los intentos que se hicieron para frenar esas ejecuciones fueran sinceros, pero era evidente que no era más que “el detalle social” en la agenda de esos días para algunos mandatarios occidentales. Indonesia hizo “lo que tenía que hacer” porque para eso se le ha enseñado que eso es lo que debe hacer.


¿Cómo enseñas a tu perro lo que quieres que haga y cómo lo que no quieres que haga? Pues con recompensas y juego si eres un buen educador, y con castigos si lo que quieres lograr es que te tenga miedo y obedezca asustado. No hablo, por supuesto, de la población castigada con dichas condenas sino de los gobiernos que las aplican sin que les tiemble el pulso. A Indonesia le hemos enseñado nosotros, los occidentales gobiernos escandalizados, a ser como es.
Indonesia es uno de esos países complejos por su geografía -cientos de islas, como la de Bali- y por su historia. Hace 70 años que les dio por declarar la independencia, en un movimiento oportuno en plena rendición de Japón a los USA tras haber soportado los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Y tras 4 años de lucha los originales colonizadores holandeses acabaron cediendo el asunto, así como reconociendo la soberanía del territorio. El héroe de aquella jugada se llamaba Sukarno y era el hombre fuerte del asunto: un líder nacionalista que iba a aprovechar la jugada de tener a una fuerza enemiga como Japón totalmente inoperativa tras la rendición a USA. Eso ocurrió en 1945 pero este “buen hombre” había llegado para quedarse, mucho tiempo, como otros dictadores de la época.
Del 45 en adelante, y especialmente tras la “rendición” holandesa de 1949 ante la presión internacional de las últimas descolonizaciones, el país se fue convirtiendo en una jaula en la que la mano dura era la política a aplicar, y se habían ido enterrando los mecanismos democráticos para dar paso al autoritarismo del “gran líder”. Sukarno supo sacar partido en las relaciones exteriores a las disputas de los dos bloques en la guerra fría, consiguiendo los favores de la China comunista y de la URSS en su política expansiva tras el final de la Segunda Guerra Mundial, pero al mismo tiempo siendo cortejado por USA en el juego de la misma política: todos poniendo dinero y más dinero hasta ver quién se quedaba con el “amigo”.
Así fue tirando hasta 1965 en que un golpe de estado, en el que fueron asesinados 6 generales, les sirvió de excusa para efectuar una purga salvaje dentro de los aparatos políticos del Partido Comunista con un saldo de unos 500.000 muertos. Poco después, su estado de salud y sus riñones le dejarían en un segundo plano, controlado por el General Suharto -los nombres molan mucho- quien tomaría los mandos del país en 1968, con el apoyo explícito de la administración USA.
Tras eso, el general Suharto gobernó otros 30 años hasta que la salvaje crisis económica que azotó los mercados en la década de 1990 le hizo tener que apearse y ceder el puesto a otros -en 1998- que desde entonces intentan abrir de nuevo una sociedad realmente democrática, en un embrozado camino pavimentado por corrupción económica y política, a imitación de sus mejores aliados occidentales. Es cierto que en Indonesia el tema de la religión, el Islam y sus manifestaciones, es un tema a tener en cuenta: es un país que intentó poner la sharia o ley islámica como primera norma legal, ya en el año 1945. 

A día de hoy, todavía existen ciertas formas de ley derivada de la sharia en algunas zonas del país, que también cuenta con tribunales religiosos. Aunque es justo decir que el contacto de Indonesia con la riqueza occidental -bajo el abrigo de USA- les ha hecho comprender las ventajas de un Islam alejado de fanatismos como los que observamos en Oriente Medio. Pero la ley islámica es algo que tiene un eco cultural para muchos Indonesios, que han vivido en zonas con autoridades cuyo poder emanaba de lo administrativo-estatal y de lo religioso al mismo tiempo.
Por un lado las ejecuciones no son algo “llamativo” para los habitantes del país, que saben que es un castigo para muchos delitos, incluidos los de drogas aunque no impliquen violencia alguna. Esa parte, en la que aceptan que los delitos de drogas (delitos de libre comercio sin daño a terceros) pasen a ser castigados de la misma forma que el homicidio y el asesinato, es nuestra marca cultural.

La marca que occidente ha impreso sobre terceros países, en la desmedida guerra contra las drogas y sus usuarios, convenciéndoles de que existía una especie de equivalencia entre comerciar con drogas y matar inocentes que justifica castigar con la pena de muerte esos delitos. En Indonesia, llevar cocaína en tu maleta es peor que haber violado a una menor o que haber traficado con armas.
No resulta muy distinto de lo que pasaría en Irán si te pillan con ese marrón, o en Corea del Norte -a pesar de su “Oficina 39” con la que consiguen divisas sintetizando y vendiendo drogas a los cárteles- gracias a la universalidad que hemos conseguido “en la guerra contra las drogas”. No podemos adiestrar a los países para que repriman con toda dureza un crimen sin víctima como la compra-venta de drogas y pedirles que “lo dejen pasar” cuando se trata de “extranjeros”. Eso no es más que un resto colonial en las mentes políticas más obtusas.
A los países se les “educa” a base de dinero: te abro el grifo y te cierro el grifo. El dinero quita y pone dictadores y, por supuesto, hace lo mismo con políticas implantadas desde fuera. Si occidente -como conjunto- cree que es una barbaridad ejecutar personas, debe dejar de cooperar con esos países. El gesto de llamar a consultas a los embajadores, que algunos países afectados por las nacionalidades de los ejecutados en esta ocasión pusieron en escena, no es más que lenguaje diplomático que -los otros países- se pasan por el arco del triunfo porque no significa nada.
Si quieren que los países “menos civilizados” dejen de ejecutar personas por delitos insignificantes, no les hablen de derechos humanos. Háblenles de tratados de comercio y de recortes en la cooperación: hablen de cómo les van a cerrar el grifo de la pasta si no hacen caso.
No es que nosotros estemos mucho más “civilizados”: hoy tenía que comer viendo en TV cómo un policía municipal de Palma de Mallorca (una ciudad poco sospechosa de infradesarrollo) pateaba la cara de un detenido que no podía defenderse. ¡¡Un garbanzo negro no hace cocido!! Ya, pero alrededor de ese garbanzo, había otros 5 policías que “estaban en la fiesta” de la tortura al maniatado: uno de ellos evitando que una cámara grabase los golpes -estilo karateca macarra de gimnasio- contra la persona indefensa. Tan culpable es el garbanzo que pega como el que calla y tapa, ambos son necesarios en el crimen.“Policías en Mallorca”; como si fuera un programa de ficción.
Supongo que si esos policías hubieran nacido en otra parte del mundo, donde las torturas son “legales”, serían grandes miembros productivos de su sociedad. Y si tuvieran que torturar -en nombre de la ley- a un comprador de cannabis, pues lo harían. O si tuviesen que cortar un brazo a una persona por haber robado, también lo harían -supongo- si lo manda la ley.
¿Y qué más harían, estos policías, si lo manda la ley?
Ahora mismo hay una abuela de casi 60 años de edad que espera para ser la próxima ejecutada en Indonesia. Se llama Lindsay Sandiford y su país -el Reino Unido o UK- al tratarse de una señora que llevaba cocaína en su viaje a Bali, ha decidido no ayudarla más. Política de drogas, le dicen.

La pobre abuela sabe que, tras la ejecución de “los extranjeros” que nadie pudo detener, ella es la siguiente en morir ante un pelotón de fusilamiento (compuesto por policías-militares). Ya ha escrito cartas a toda su familia porque morirá sin ver a su nieta de 2 años.
Al menos, allí no sufren la escasez de verdugos como les ocurre a nuestros amigos de Arabia Saudí. En Indonesia tienen el ritmo cogido, pero no nuestros “socios de estado” que hace poco cambiaron de rey porque se les murió el que tenían: a rey muerto rey puesto pero seguimos igual. Total, que no les parece que los 85 ejecutados en lo que va de año sean suficientes, y el ministerio responsable de esos asuntos en Arabia Saudí ha sacado una oferta de empleo pública: necesitan 8 verdugos para decapitar y seccionar miembros según la ley.

Me pregunto si conocen a Berlanga.



Este texto fue publicado en el portal Cannabis.es

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