jueves, 13 de octubre de 2022

Sexo y drogas: afrodisíacos

Desde que el ser humano tiene consciencia de su existencia, limitada temporalmente y regida en buena parte por la búsqueda del placer, ha separado la sexualidad de la procreación.
De forma diferente que casi todos los animales, que buscan o aceptan relaciones sexuales como vía para perpetuar su especie, nosotros y unos pocos animales evolutivamente avanzados, como algunos primates y los delfines, tenemos una conciencia del placer sexual, que buscamos de forma activa y no dependiente de su función biológica.

Sabemos que tras las necesidades básicas de supervivencia, como el respirar, beber y comer, tenemos una serie de necesidades igualmente importantes para el desarrollo de la persona.
Son las necesidades de relación, a todos los niveles, como la del lenguaje, la de sentirse parte de un grupo, la del contacto físico, y las relaciones sexuales que implican intimidad y placer.




No puedo ponerme a analizar lo que ha sido el sexo en cada momento histórico, las prohibiciones que han pesado (y pesan) sobre él o el uso ritual que se le ha dado en cada momento y cultura.
Pero todas las culturas y las épocas, parecen tener en común un hecho: han buscado afrodisíacos. Podían ser comestibles o bebibles, objetos, o actos mágicos. Pero han agradecido la existencia de esas etéreas ayudas que les permitían mejorar su deseo sexual o la realización de sus actos.
El origen del término "afrodisíaco" se encuentra en la dios griega Afrodita, diosa de la lujuria, la belleza y el amor carnal.

Hace poco ha caído en mis manos el libro "Las plantas de Venus" (Venus es la equivalente romana de Afrodita), que está editado por Ediciones Cañamo, y ha resultado decepcionante su lectura. Podría ser un libro que hiciera un repaso histórico del uso de ciertas plantas, o un manual de uso de las opciones actuales, para aquellos que quieran probar las posibilidades vegetales que se nombran. Pero no es más que un compendio de algunas plantas que por una u otra razón, se les han atribuido poderes afrodisíacos a lo largo de la historia. No sirve pues como guía para el uso, ya que no habla de como usar ni de las dosis a emplear de manera que pudieran ser útiles.
Por si eso no bastase, el libro incluye algunas plantas que son bastante peligrosas de usar, porque más que otra cosa son tóxicas y mortales si uno se excede en la dosis (casi todas solanáceas). Y no parece seguir más que la lógica ya mencionada, la de nombrar y comentar por encima algo sobre cada planta, ya que mezcla en su oferta de plantas afrodisíacas vegetales que sus principios activos son totalmente opuestos: narcóticos como el de la adormidera del opio, estimulantes como los de la efedra y la coca, psiquedélicos como el del san pedro o las semillas que contienen ergina o amida del ácido lisérgico, y alucinógenos puros como los del estramonio.

Si un farmacólogo ve el orden que sigue el libro, diría que no tiene ni pies ni cabeza, al ofrecer sustancias tan dispares para conseguir un mayor deseo sexual o una mayor potencia. Y así es.
Pero a lo largo de la historia se le han atribuido propiedades afrodisíacas a todo aquello que fuera capaz de provocar un cambio mayor o menor en nuestra conciencia, en nuestros sistemas psíquicos de autocontrol o en nuestra percepción.

¿Por qué esto es así?
Pues porque a falta de conocer con precisión cuales son los mecanismos que regulan nuestro deseo y nuestro impulso sexual, podía servir casi cualquier cosa que provocase un efecto y que nosotros creyéramos que dicho efecto nos convertiría en dioses del sexo. Es decir, casi todas ellas han funcionado en algún momento y con alguna persona, por ser un placebo que químicamente estaba apoyado por un ligero efecto sobre nuestra psique.

Sería arriesgado decir que no existe ningún afrodisíaco en realidad, más que la propia creencia de que existe. Pero aunque es arriesgado, no está lejos de ser verdad del todo.

Si atendemos a nuestra cultura actual, el mayor afrodisíaco es el alcohol, que se toma con facilidad en cualquier evento social y que cumple además la función de ser una especie de lubricante social. Dadas las características complejas de los efectos del alcohol en nuestro cuerpo, que incluyen desde una leve alegría, a una efervescente exaltación de la amistad, y puede acabar con una perdida de control y desinhibición total, puede a algunas personas resultarles un afrodisíaco.
A una persona reprimida y tímida, que desea tener relaciones sexuales pero lo reprime por vergüenza o por otras cuestiones culturales, tal vez dos o tres copas de vino pueden hacerle saltar por encima de esas barreras autoimpuestas. No es la mejor manera, ya que al día siguiente recordará lo que ha hecho, y sera presa de la culpa ante su propio "pecado".
A una persona que le falte autoestima, tal vez bajo los efectos de un estimulante como la anfetamina o la cocaína, se pueda creer durante unas horas el rey de la pista, y sus actos más arriesgados o atrevidos pueden brindarle una noche de conquista, pero no hacen del estimulante un afrodisíaco.
Aunque no hay que olvidar, que esa "temeridad", puede tener consecuencias dependiendo del grado alcanzado, y una muy común es la de tener relaciones sexuales sin protección.
Así podríamos seguir con cada tipología de persona, y la sustancia que dada su barrera o bloqueo, podría ayudarle a lograr los favores de Afrodita, o más bien los favores de una súper breve terapia de autoayuda que le permitan superar los distintos miedos.

¿Quiere eso decir que no hay afrodisíacos de verdad? ¿Que no existen sustancias que si alguien las tomase se convirtiera en una persona ardorosa, excitada y abierta a cualquier relación sexual que pueda saciar ese desbocado apetito despierto?
Pues no. No los hay.
Al menos si entendemos de esa forma lo que es un afrodisíaco.

Alguien podría decirme que no es cierto, que sí que existe... y ponerme como ejemplo la famosa Viagra. En el mejor de los casos, le dará al varón una erección fuerte y duradera. Pero no le dará ni afectará en modo alguno al deseo sexual que pueda tener. No le excitará, ni le volverá ardoroso.

Si hablamos de Afrodita, no hablamos de tener un "músculo" duro. Hablamos de encender la pasión de alguien, o de una pareja que quiere un estímulo nuevo. Si los párrafos anteriores han logrado convencer al lector de que no existe la "cachondina" de las leyendas urbanas, podrá sacar algo provechoso de los siguientes.

Cada persona es un mundo, fisiológicamente, psicológicamente, y emocionalmente. Y si una pareja son dos personas, eso casi se convierte en tres mundos. No, la cuenta está bien echada.
Una pareja son dos personas con sus dos mundos, más un tercero que es el resultado de esa relación. De hecho, en diferentes relaciones con diferentes parejas, adoptamos diferentes roles.
Y no sería raro que lo que en una pareja nos excita, en otra pareja nos pueda dejar en "fuera de juego".

Cada pareja, en atención a lo que es y a sus integrantes, debería buscar sus propios afrodisíacos. Pero por norma, ni estimulantes ni narcóticos, ni enteógenos ni delirógenos, servirán para ese fin.

Hay una curiosa excepción a la que quería llegar.
Hay algunas sustancias, y alguna planta cuyos principios activos han sido calificados como entactógenos. ¿Qué quiere decir eso? La definición del término es algo así como "generadores de contacto profundo entre sujetos". Hablando en plata, producen un efecto en el que la persona busca el contacto profundo (psicológicamente hablando) con los demás.
Son la familia de la MDMA, que es la que mejor reproduce esos efectos.
No son enteógenos ya que no producen modificaciones de la percepción ni cambios anímicos tan fuertes e impredecibles como los que podría provocar la LSD o la mescalina.
Pero bajo su efecto ocurren ciertos cambios: eliminan la ansiedad, favorecen la comunicación, la confianza, la formación de lazos, y convierten el contacto físico en una experiencia muy grata, ya que se percibe de una forma diferente. Se podría decir que son las drogas del amor químico.
Aunque se ha promocionado el éxtasis o MDMA como un afrodisíaco genital, esto no es cierto.
No sólo no ayuda a conseguir una buena erección en el hombre, sino que la dificulta, y también hace difícil o imposible el alcanzar el orgasmo.

Una pena, ¿no?
Digamos que estas sustancias hacen que se generen momentos de una intimidad especial y casi mágica con las personas con las que la compartimos, y si esa persona es de otro sexo y nos resulta atractiva, las posibilidades de que se busque un encuentro físico, aumentan espectacularmente. Como todo, eso depende mucho el contexto, pero el efecto subjetivo facilita ese halo de "noche mágica" si las dos personas buscan un experiencia de comunicación más profunda, o un nuevo enfoque tal vez en sus relaciones.

Lo ideal en un afrodisíaco es que fuera capaz de unir esa sensación de deseo por el otro, junto a una estimulación sexual aumentada, o al menos, no limitada. Pero en este caso, no es tan simple como tomar una Viagra y tener una erección, sino que la experiencia con MDMA te hace pasar por una compleja observación de ti mismo, y no puede ser usada como algo para un "aquí te pillo y aquí te mato".
Existe una sustancia, creada por Shulgin en 1974 que produce un estado de alteración de la percepción, a dosis bajas parece resultar un entactógeno, y no sólo no molesta a los mecanismos sexuales del hombre para la erección y el orgasmo, sino que los potencia tanto en hombre como en mujer. Es la llamada 2C-B, que también existe en el mercado negro, y de la que otro día hablaré con más dedicación.

En el ámbito de lo vegetal, parece que los efectos de algunos Lotos y Nenúfares resultan también unos efectos muy agradables, suaves y que favorecen la comunicación y la intimidad, sobre todo si van con una pequeña dosis de alcohol, o macerados en un vino.
Pero este es un terreno del que aún se sabe poco, y no parece que haya interés en investigar ahí, así que la información procede de las experiencias de las personas que lo prueban.

En cualquier caso, ni bajo el efecto de la droga más avanzada, una persona conseguiría que otra que no le presta atención o no es de su agrado, se vuelva loca de deseo y sacie su apetito con quien sin droga no lo haría.
Seguramente y por mucho que se avance en este campo, no existirá nunca mejor afrodisíaco que el tener una buena autoestima, una agradable conversación, ser detallista y cuidadoso, y sobre todo nunca perder el sentido del juego y la provocación inteligente.

Quien pretenda cambiar la seducción por una pastilla, seguirá condenado al fracaso. Y siempre teniendo en cuenta que hacer que una persona tome CUALQUIER SUSTANCIA sin su conocimiento y su consentimiento, es un acto repugnante, cobarde, y con suerte penalmente sancionado.


P.S.: Aprovecho la ocasión para preguntaros a vosotros, los que leéis este blog, ¿cuáles son vuestros afrodisíacos preferidos? ¿alguna sustancia? ¿algún alimento?
Podéis dejar vuestras ideas y respuestas como un comentario más, pinchando en el link para comentarios al final de este texto.

sábado, 25 de septiembre de 2021

Javier Marín. In memoriam.

 

Javier Marín. In memoriam.


Este es un texto complejo de escribir, y posiblemente también difícil de entender en sus aristas para quienes lo aborden. Puede parecer que es una cosa cuando pretende ser otra, y eso puede ocurrir en todos los sentidos. No pretende ser una hagiografía de Javier Marín, ni tampoco una afrenta a su memoria. Busca ser honesto en lo que puedo contar de la relación que se dio entre Javier y mi persona, revelando cosas que para la mayoría seguramente serán desconocidas y, es en ese punto, donde se puede malinterpretar las motivaciones de este último rato dedicado a un personaje que (con sus cosas buenas y malas) nunca dejo de ser una pieza extraña, moldeada a golpes por una vida intensa y que albergaba dolores complejos y difíciles de gestionar.


Javier nació en Madrid en pleno franquismo, en el año 1958. Venía de una familia con “posibles” de manera que pudo dedicarse a estudiar Derecho, y no le fue mal a juzgar por sus calificaciones. Pero no se veía trabajando en ese mundo, porque lo suyo era haber nacido para no parar quieto y -menos aún- uniformado con traje y corbata, así que tras terminar la carrera, con un Franco ya muerto y España mudando su piel a “la democracia vía la transición”, se largó del país a vivir como ciudadano el mundo. Con su cámara a cuestas, porque Marín se consideraba sobre todo un fotógrafo, recorrió decenas y decenas de países, nutriéndose de vivencias y experimentando situaciones que la mayoría de nosotros sólo podemos leer en los libros de aventuras y ficción.


Uno de los primeros lugares en los que recayó, fue en Afganistán en plena eclosión del conflicto afgano con la extinta URSS. Llegó hasta allí como la mayoría de occidentales que se decidían a arriesgarse para poder contar lo que allí sucedía: entrando en el país desde el vecino Pakistán. No dejaba de ser un jovencito occidental, lo que le hacía ya una pieza codiciada para un secuestro por el que pedir dinero a cambio de la vida del sujeto, y tuvo que enfrentar una situación de ese calado en su “estancia”. Convivió con los muyahidines, los “luchadores por la libertad” afganos (luego reconvertidos en talibán o “estudiantes de religión” etimológicamente) que se opusieron con sus vidas -y la financiación, armas y asesoramiento estadounidense- a la invasión de su tierra de montañas y valles por parte de los soviéticos, empeñados en convertir Afganistán en otro de sus patios traseros. Eso ocurrió a final de los 70, cuando la monarquía afgana fue expulsada del país (o huyeron, bajo el riesgo de morir) tras la victoria del comunismo en amplias zonas del país. Ver las imágenes de Afganistán, en concreto de Kabul, de aquellos tiempos se antoja como una película de historia-ficción: las mujeres no iban tapadas con un burka, la reína del país aparecía en televisión sin ni siquiera usar un pañuelo para cubrir su pelo, la ciudad estaba surtida de cines y salas de baile y clubs de donde salía el sonido liberador del Jazz. Comparándolo con el momento actual, donde Kabul parece una ciudad propia de la edad media y con las mujeres enterradas en normas religiosas que las hacen esclavas invisibles, es inconcebible que esa libertad reinase en aquel lugar hace 40 años.





Pero el ambiente de libertad y carrera por la modernización que se respiraba en el Kabul de los años 70, no tenía mucho que ver con el resto del país, donde las condiciones de vida eran durísimas y la religión, uno de los grandes pilares sociales. A pesar de esa importante base religiosa, la ola de comunismo de aquellos años tuvo forma de calar en aquella población, con los mismos cuentos que lo ha hecho en otros muchos lugares del mundo aprovechándose de las malas condiciones de vida de sus partidarios, con la promesa del sueño de un mundo “justo” y de hermandad que siempre termina convertida en la pesadilla de un colectivismo forzoso en el que se aplasta la libertad del individuo. Esa diferencia de realidades entre la capital y las grandes ciudades y el 80% de la población afgana que vivía en el campo, fue la pólvora que impulsó el comunismo en el país y desembocó finalmente en la invasión de Afganistán por parte de la URSS.


Y allí estaba Javier Marín, con su cámara de fotos y enviando crónicas a los medios, en la época en que Internet estaba aún por imaginarse, y cuando todavía se pagaba bien el trabajo de aquellos que arriesgaban sus vidas para estar en esos lugares de conflicto. También estuvo en el Líbano, pocos años después, y dejó un estupendo legado de su paso por aquel país y de su producción de cannabis y del mítico hashís “rojo libanés”, que se puede encontrar en el libro “El Barril De Diógenes” (Ediciones Amargord) en el que narra sus aventuras de aquellos años con extremo lujo de detalles.



Javier Marín, Kalashnikov en mano, entre dos muyahidines 

en la guerra de Afganistán y la URSS en los años 80.


En esa línea de peripecias por distintos países, acabó recalando en el sudeste asiático, donde conoció a una de sus compañeras de vida de la que nunca se separó del todo: la heroína. Su relación con esta sustancia en aquellos años, en que no éramos plenamente conscientes de los riesgos que entrañaba su uso y abuso, le granjeó problemas de todo tipo hasta verse convertido en un esclavo por mafias de la droga y que le llegaron a pedir favores sexuales a cambio del estupefaciente, cosa que parece que fue un último revulsivo para pedir ayuda y conseguir salir de esa situación y aquellos países. Para ello, para escapar de aquello, tuvo que contar con la que fue una de las mujeres de su vida, que trabajaba para los servicios de inteligencia españoles, pero con los servicios secretos de ese tipo nunca sale nada gratis y siempre le pedían información a cambio de la ayuda prestada, aunque Javier siempre dijo que no facilitó nada relevante y que no colaboró con ellos.


Tuvo también una relación especial con Vicente Ferrer y su misión humanitaria en la India, quien le acogió y le cuidó aceptándole con sus peculiaridades, lo que produjo una importante marca psicológica en Javier. Vicente había llegado a la India en 1958 como Jesuita, aunque abandonó la orden en 1970 pero siguió con su trabajo humanitario de la misma forma. Se casó con una cooperante británica, Anna, y tuvieron 3 hijos, un niño y dos niñas. De esta relación especial entre Vicente Ferrer y Javier Marín, nació un libro escrito por Javier que se llama “Adiós al monzón”, también publicado por Ediciones Amargord, y un artículo a página completa escrito por Javier y publicado por el diario “El País”, del que Javier se sentía especialmente orgulloso.


Finalmente, con el peso de la edad encima y una salud bastante debilitada, Javier acabó asentándose en España. Vivió lo que fue el fin de la “época de oro” del papel (referida a lo que se pagaba a los autores que publicaban textos o fotos en aquellos años) y la llegaba arrasadora de Internet como un elemento que cambiaría todo. Y eso fue algo a lo que Javier no supo ya adaptarse: Internet le confundía y le perdía, no se relacionaba bien con ello. Sin embargo su extenso y nutrido currículum le permitió seguir ganándose la vida con colaboraciones con distintas revistas del medio cannábico. Y no ganaba poco en un principio!! Un amigo común me contó que había un autor que les sacaba a las revistas cannábicas más de 3000 euros al mes con sus textos y fotos, pero no me reveló quién era. Tiempo después, Javier pasó brevemente por la dirección de la revista Yerba cuando esta -tras un periodo en que había sido “arrendada” al grupo HempTrading- volvió a manos de Miguel Pedregal (el creador original de la franquicia). Y es ahí donde Javier y yo coincidimos por primera vez: él como director y yo como colaborador.





La verdad es que yo tenía a Javier en un altar, tras haber leído su libro “El Barril de Diógenes”, por su curtida experiencia vital y su íntima relación con las drogas, especialmente cannabis y también la heroína, aunque de esta última renegaba siempre en público y se presentaba como alguien limpio de cualquier rastro de dicha sustancia. Como director fue de los peores que conocí, ya que su capacidad de organizar y coordinar a los diferentes colaboradores era muy mala. Su gran obsesión -que nunca entendí viviendo en el mundo en que los ordenadores hacen casi todo con tocar un par de teclas- era que le entregásemos los textos en determinado formato de letra y tamaño, algo que se podía cambiar en segundos sin problema por parte de cualquiera. Y en los primeros números que él dirigió de la revista Yerba, muchos vimos cómo desaparecían las colaboraciones que habíamos enviado para el mes, y cómo otros textos (de su manufactura, firmados o no por él) ocupaban el espacio que debía ser de otros. ¡Ahí fue cuando entendí que era él quien le sacaba a las revistas cannábicas más de 3000 euros al mes! Y finalmente, nuestro amigo común, me lo confirmó.


Duró poco como director por su falta de capacidad para dicho trabajo, pero siguió como un colaborador principal de Yerba amén de otras publicaciones. Se especializó en dar una imagen de hombre totalmente “naturalista” y alejado de lo químico, en esa extraña concepción de que lo químico no es natural que se mueve en muchos ambientes, cannábico incluido. A veces tenía ideas de “bombero torero” y recomendaba cosas que, aunque a oídos de quien no tuviera formación podían “colar”, eran auténticos despropósitos. Por ejemplo, en una ocasión le llamé para preguntarle “cómo coño recomendaba a la gente disolver arena en agua y aplicarla a la planta de cannabis con un nebulizador, si el sílice (la arena) es totalmente insoluble en agua”, y él me reconocía el sinsentido pero argumentaba cosas como que era “sabiduría ancestral” o que tal o cual práctica surrealista venía de alguna civilización antigua.


En esos momentos, Javier había perdido contacto con gran parte de las personas y familiares que conformaron su vida y, aunque seguía vendiendo una imagen de hombre con una apuesta radical por “lo natural”, era un consumidor (ocasional, cuando el dinero se lo permitía) de droga como heroína y cocaína, regados por litros de alcohol barato.


Y unos meses después de que Javier dejase la dirección de Yerba, yo volvía de un viaje a Marruecos (en el año 2016) y había dejado el coche en el puerto de Algeciras. Eso me permitió volver dándome un largo paseo por la península, visitando lugares y personas que me apetecía ver y conocer. No sé cómo, Javier se enteró de ello (creo que fue a través del sobrino de Miguel Pedregal, que también trabajaba en “la empresa” que era Yerba en ese momento) y se puso en contacto conmigo para que al pasar por Málaga, donde residía en aquel momento, pudiéramos vernos. Y yo accedí.





Al fin nos teníamos cara a cara, tras haber escuchado todo tipo de peripecias el uno del otro por parte de terceros comunes, y teníamos mucho de lo que conversar. Yo apasionado por su historia y él deseoso de actualizarse e intentar adaptarse mejor a la realidad que el huracán de Internet había dejado al barrer el papel y convertir casi todo en publicaciones on-line, por no hablar de las redes sociales en las que Javier se veía incapaz de moverse.


Sin embargo, al cabo de estar unos minutos en mi coche, y preguntar dónde íbamos, Javier me “invitó” sibilinamente a ir a un punto de venta de drogas. Yo accedí, sin problema ya que soy un consumidor que nunca ha escondido dicha condición, y en unos minutos nos vimos en un piso de una barriada periférica de Málaga, comprando base de cocaína y heroína. Me contó que allí tenías que comprar esas cosas antes de la noche, porque después “no servían”. Eso es algo casi imposible, ya que la noche es esencial para esos negocios y es el momento de mayor funcionamiento, pero seguramente ese punto era uno de los pocos a los que a Javier le quedaría acceso, acuciado por deudas de todo tipo contraídas por su difícil gestión de su relación con esas drogas. De hecho, Javier me llevó allí a pillar, pero él no tenía dinero para pagar... así que asumí yo el coste como parte de una invitación algo engañosa, pero que entre yonquis no iba a tenerle en cuenta, dada su situación.


Minutos después estábamos en una escombrera a las afueras de Málaga, por unos caminos de tierra donde nos podíamos sentir más o menos a salvo de la aparición de una patrulla de policía que nos estropease el momento. En el coche, mientras hablábamos y escuchábamos música, consumíamos fumando sobre plata las drogas compradas. Y fue en ese momento cuando Javier empezó a hablar sobre ciertas ideas suicidas y su malestar y dolor en relación a la vida, a verse como se veía en ese punto especialmente si lo comparaba con lo que había sido su vida en otros momentos. Y no le faltaba razón.


Yo no tenía claro si me iba a quedar mucho más en Málaga o si cogería un hostal y saldría a la mañana siguiente hacía otro lugar en mi vuelta lenta a Salamanca. Pero Javier se empeñó en que me quedase “en su casa”, y yo acepté por pasar algo más de tiempo con él y no dejar a medias el asunto que se había abierto en la conversación entre vapores de coca y caballo.


Llegamos a su morada, y la imagen fue dolorosamente impactante. El lugar, con un salón, una habitación, cocina y baño, estaba inhabitable por la basura y la suciedad acumulada. Cubierto de restos de basura, comida en mal estado y, sobre todo, cartones de vino y botellas de cerveza y otros licores. Las ventanas cerradas o prácticamente cerradas, terminaban de hacer la estampa durísima, sin luz, sin esperanza. Era como vivir en un sepulcro, muerto en vida en una leonera similar a las usadas como refugio de yonquis y borrachos sin casa.


No quise incidir en ese aspecto en aquel momento, y me limité a -mientras íbamos charlando de distintas cosas- ir limpiando poco a poco el lugar, al menos para hacerlo habitable para el invitado que era yo esa noche. Cociné algo, no recuerdo qué, con comida comprada para subsistir en un supermercado que estaba abierto tras nuestro rato de intoxicación compartida en aquel vertedero. Y ya en la casa, terminamos de fumar lo que nos quedaba de la droga comprada, aderezado con hashís que yo había traído de Marruecos y que hizo que Javier decidiera retirarse a su habitación y caer dormido. Yo, insomne como soy, me quedé mucho más tiempo despierto, reflexionando sobre el shock que había supuesto ver la realidad en que vivía ese hombre y su estado mental.


La casa en la que vivía era en realidad propiedad de una señora que tenía una buena casa al lado de esta construcción, en la misma parcela. El lugar era idílico, y podías observar el mar y unos atardeceres impresionantes. Y la construcción donde vivía Javier era bonita y estaba en buen estado, en lo que al inmueble se refería. Era Javier el que había convertido aquel lugar, que habría sido el sueño de muchos, en una pesadilla para cualquier ser vivo.


La señora, que caritativamente le permitía vivir gratis en ese lugar, era una mujer de más de 80 años, de religión evangelista y a la que Javier -como parte del trato o relación que mantenían- la acompañaba “al culto” y la llevaba y traía con el coche (que mantenía económicamente la señora) para las cosas que podía necesitar, ya que la casa se encontraba fuera de un núcleo urbano. Era una relación hasta cierto punto simbiótica, pero en la que Javier era un beneficiado en mayor proporción sin lugar a dudas.


La construcción que aquella buena mujer le había cedido a Javier para vivir, era un pequeño lujo. Era pequeña, y de haber estado algo cuidada, se podría decir que era hasta coqueta. Según salías por la puerta, ante tus ojos -desde un alto- tenías la bahía de Málaga desde donde se observaban unos atardeceres magníficos. Si el lugar resultaba inhóspito y poco digno para vivir era por lo que se había acumulado en su interior, que en cierta forma era el reflejo del interior de Javier: dejándose morir, rematándose poco a poco.


Ya con más tiempo y calma, me contó con más detalle su obsesiva idea de quitarse la vida. Y remató aquel discurso con que “lo único que le preocupaba era dejarle el lugar hecho un asco a la señora” (hecho un asco y con un cadáver con muerte violenta). Mi reacción fue algo dura. Mi gesto cambió y le dije que me parecía estupendo que quisiera quitarse la vida, que era parte de los derechos de cualquiera elegir cuándo y cómo quiere marcharse de este mundo, pero que no tenía ningún derecho a provocarle a la señora que le daba cobijo el daño que le supondría tener que lidiar con un cadáver (que seguramente tendría que descubrir la pobre mujer) y con toda la basura acumulada allí. Le dije que aquello era inmoral e injusto y que -apelando a la dignidad que tenía que quedarle en su interior- eso era algo que convertía un último acto de libertad en un acto de injusticia y falta de gratitud.


Supongo que a Javier le impactó que yo no tuviera nada en contra del suicidio, ni del suyo ni del de nadie (cuando es algo meditado, consciente y elegido en libertad), pero que sí lo tuviera en contra de las formas que planteaba y las consecuencias para terceros. Y desde ahí poco a poco fuimos entrando en materia, explorando las razones que le hacían barajar la idea de matarse de forma tan insistente. Entre aquellas razones estaba su situación económica, que estaba deteriorada seriamente (tenía que cobrar los trabajos que hacía en una cuenta bancaria de una de sus hijas para que Hacienda no le pudiera quitar dinero, de multas o de deudas que hubiera acumulado en su devenir vital).


También le dolía tener que representar la imagen de algo que no era. Me explico. Javier era un hombre que amaba la naturaleza y que tenía una relación especial con la planta del cannabis que se había forjado a lo largo de toda su vida. Eso no tenía nada de falso y era así. Pero al mismo tiempo Javier tenía una relación especialmente íntima con la heroína (y derivada de ella, con la cocaína, que suelen consumirse fumadas juntas ahora que el uso de la vía intravenosa es totalmente residual y marginal) y ello era algo que tenía de ocultar.


¿Por qué?

Javier vivía esencialmente de su relación con el mundo del cannabis español, sus medios escritos y las empresas que dominan el cotarro. Y en ese mundo del cannabis -que al ojo inexperto le puede parecer tolerante y lleno de buen rollito- existe una caterva mayoritaria de ignorantes y talibán cannábicos que afirman estupideces como que el cannabis no es un droga (sino que es una planta “sagrada”, como si fueran asuntos excluyentes), que fumar o consumir cannabis es buenísimo para infinitos males y que carece de daño alguno (cosa falsa en el cannabis e incluso en el agua de manantial: todo tiene efectos secundarios, lados positivos y negativos) y, derivado de esos postulados del ultra-naturalismo más obtuso, que ellos no tienen nada que ver con los “yonquis” que consumen drogas (entendiendo por “drogas” todo lo que no consumen ellos en tu mundo naturaloide cannábico).


Es decir, dentro de ese mundo del cannabis existen centenares de “guardianes de las esencias y la verdad” que se dedican a señalar y a hablar por la espalda de aquellos que, oh pecadores, violan los preceptos de esa religión que han montado en base a una más de las plantas psicoactivas que la vida nos ha regalado. Y en ese contexto, Javier y su antigua pulsión por el consumo de opiáceos, eran algo que no encajaban. Así que, valorando pros y contras, llegó un momento en que Javier ocultó a todo el mundo esa parte de su vida: él era un cannábico de pro, y bajo ningún concepto tomaba otras drogas (estas sí, dañinas para la salud).


Los pocos que sabíamos de su uso de heroína y cocaína, éramos (un pequeñísimo puñadito de personas) aquellos que somos consumidores “públicos”, no por hacer exhibición de nuestro consumo sino por tratarlo como un hecho más y sin mostrar miedo alguno a revelarlo. Yo consumo heroína (y cocaína y una ristra interminable de drogas diversas) cuando me da la gana, y me la trae absolutamente floja lo que de ello piensen los demás. Me importa una mierda como un castillo que me califiquen de yonqui o de santo místico, y vivo estupendamente así: fuera del armario de lo “drogófilamente correcto”.


Como yo hay algunas otras personas conocidas en España, que aceptan sus distintos consumos sin problema alguno y sin plantearlos como algo “excepcional” o como algo “que ocurrió en el pasado por falta de información”, pero vivir una vida acorde a esa elección (la de no meterse en ningún armario por lo que decidamos consumir) a veces trae inconvenientes cuando topas con los talibán del cannabis. Resulta especialmente doloroso que sean los cannábico (o una buena parte de ellos) los que presentan esas actitudes menos comprensivas y más intransigentes con los consumos de los demás. ¿Por qué? Porque duramente muchas décadas el consumo de cannabis era tan incomprendido y vilipendiado como el consumo de otras sustancias, y ese hecho solía provocar en quienes eran integrantes de la “cofradía del papelillo y el mechero” una empática solidaridad con otros que también sufrían por el hecho de ejercer su libertad y elegir consumir tal o cual sustancia. La única norma implícita en aquellas relaciones de tolerancia absoluta (que se vivió durante décadas en España) era la de que lo que tú hicieras no revirtiera en daño para otras personas.


Pero como digo, aquello mutó bajo el neo-paradigma del ultra-naturalismo y acabó siendo una especie de religión excluyente en la que quienes comulgan con tu mismo sacramento son aceptados, y los que se salen de la ortodoxia del nuevo pensamiento, son herejes que “no deberían estar entre los puros”.


Y Javier sufrió, durante muchos años, la disonancia cognitiva y vital de tener apetitos farmacológicos que su entorno difícilmente iba a aceptar. Además en su libro “El Barril De Diógenes”, daba por zanjada su relación con las drogas de ese tipo, en algo que era más el querer dar una imagen útil que el hecho de contar honestamente una realidad.


Así que quienes sabíamos de los gustos de Javier, siempre recibíamos el aviso insistente de que “por favor, bajo ningún concepto, dejásemos que esa información se escapase de nuestro fuero”, porque él se veía seriamente amenazado por ello.


Como último punto que recuerdo, en lo relativo a las razones que hacían que Javier no se sintiera en plenitud y sobrada capacidad (como había tenido gran parte de su vida en situaciones que, al resto de mortales, nos habrían superado) era el choque con las nuevas tecnologías. Javier no era tan mayor, pero su mente estaba hecha de letras escritas sobre papel, y no de relaciones establecidas con una conexión de Internet con decenas o centenares de diversos actores. Por supuesto que era capaz de manejarse con asuntos como el correo electrónico, pero todo lo que fuera más allá de ello, eran terrenos en los que Javier se sentía totalmente perdido.


Yo soy de la última generación que nació sin ordenadores. En cierta forma, la última generación “libre” que tiene conceptos arraigados de intimidad y privacidad, en toda su amplitud. Y desde muy pequeño empecé a acercarme a esas máquinas que eran antaño los computadores (cuando valían millonadas al cambio de hoy día) y aprendí a “hablar su idioma”, aprendí a programar en distintos lenguajes y fueron un juguete más de mi infancia-adolescencia, pero uno más: no eran relevantes hasta el punto que lo son hoy día. En ese sentido, podía comprender a Javier. Plantar a un hombre como Javier delante de Facebook o de Twitter, era someterle a una cascada de nuevas ideas, conceptos que necesitan un tiempo de asimilación, y toda una nueva cosmogonía en la que los “nativos digitales” se mueven sin fricción, pero los que somos de generaciones anteriores, no lo tenemos incorporado de forma casi innata.


Aún así, yo era consciente de que Javier necesitaba abrirse al mundo y que la única forma que tenía de hacerlo (que pudiera resultarle pragmáticamente provechosa) pasaba por el acercamiento y manejo -aunque fuera bajo mínimos- de ciertas redes sociales, como podían ser los foros especializados o Twitter en aquel momento.


Así que, procurando aportarle algo a Javier en ese par de días que íbamos a pasar juntos, le enfrenté al asunto. Lo hice con mi ordenador, porque -si la memoria no me falla- él tenía un viejo ordenador que estaba totalmente desactualizado y que no funcionaba en algunas partes esenciales. Le dediqué toda una tarde, delante del mi ordenador yo mientras le iba mostrando aquello que desconocía y le producía inseguridad, y Javier con un cuaderno donde iba apuntando datos, cosas como nombres de usuario y sus correspondientes claves, cómo seguir a otras personas en Twitter, cómo buscar información relevante para él....etc.


Aún con eso, yo era consciente de que nadie puede asimilar tanta información en tan poco tiempo, así que me comprometí a seguir llevándole de la mano en sus primeros pasos en ese otro mundo de lo virtual, desde nuestra conexión telefónica (y por email, cuando tenía acceso). Le dejé como encargo sine qua non poner su ordenador en condiciones de correcto funcionamiento y, a ser posible, conseguir un teléfono que le permitiera manejarse en esas redes también: tenía que hacer que Internet se integrase en su bolsillo, en su quehacer diario, para volver a estar conectado al pulso de los tiempos que nos tocaba vivir.


Aparte, como curiosidad, le expliqué algunas de las ideas de negocio que yo estaba barajando enfrentar (mezclando mi relación con el mundo cannábico y mi conocimiento extenso de Marruecos por las décadas que llevaba viajando al país), y cómo una persona como él -con un bagaje que tumbaría a cualquier aspirante a principiante que se quiere mover entre dos continentes y dos culturas distinta- sería alguien de gran ayuda y que podría aportar mucho a lo que yo por aquel entonces estaba desarrollando. Eso le ilusionó sobremanera: imaginarse útil de nuevo, recorrer otra vez aquellos lugares que recorrió casi 4 décadas atrás (le impresionaban las fotos que yo traía de lugares que él había conocido como pueblitos de pescadores y que ahora parecían Benidorm), y relacionarse de forma directa y activa con nuevas personas dándoles un servicio útil y cobrando dignamente por un buen trabajo.


Todo aquello fue como un soplo de aire vital en unos pulmones asfixiándose, que le hizo -al menos por una época- imaginar un futuro mejor y en una actividad que le resultase satisfactoria, lo cual -para alguien que lidiaba a diario con el pensamiento de quitarse la vida- era algo de un valor superior a cualquiera de las cosas que quedaban ante su visión de la vida en esos momentos.


Llegaba el momento de mi partida, de seguir viajando hacía arriba en la península y, poco antes de despedirnos, Javier buscó entre sus cosas y sacó un ejemplar nuevo de “El Barril de Diógenes”. En ese momento le recordé que ya tenía un ejemplar, pero me dijo que ese iba a ser especial. Cogió un bolígrafo y, de espaldas a mí, escribió una dedicatoria en el libro, firmó y me lo entregó.


Yo lo abrí inmediatamente y leí la dedicatoria: “Para Al. Gracias por todo lo que tú y yo sabemos. Hasta siempre.”





Y ya que no compartíamos ningún secreto especial -salvo lo hablado en esos días- comprendí, con el acento grave que su rostro daba a la situación, que me agradecía haberle llevado una nueva perspectiva a su posición vital agotada y de rendición, que estimaba el tiempo que dispuse para escucharle -en esos temas relativos a la muerte elegida- y a analizar con él las razones que le llevaban a ese punto, y a haber dedicado un tiempo a enseñarle que había nuevos caminos y formas de hacer las cosas a las que tenía que acostumbrarse si quería seguir en “el juego”.


Eso sería el “todo lo que tú y yo sabemos”, aunque según me fui alejando en mi coche me invadió una cierta sensación de que había “rescatado” a alguien de una decisión sin retorno en el último momento. Posiblemente sus cavilaciones sobre el suicidio estaban ya maduras y tal vez sólo le hubiera hecho falta el momento puntual de esa mezcla de fuerza y desesperación que sirve para poder afrontar el hecho de renunciar a seguir respirando.


De todas formas, al mismo tiempo, era consciente de que por un lado las cuestiones que expresó Javier en nuestros días de charlas, iban más allá de lo circunstancial y puntual, y que en cierta forma eran un sumatorio de miles de pequeños (y no tan pequeños) dolores en forma de decepciones y de justificada misantropía. Era consciente de que lo que Javier planteaba, al expresar con iluminada lucidez que ya había tenido suficiente dosis de una vida que no le llenaba, era algo que había calado hasta el hueso de su existencia. Cambiar y mejorar su entorno, su rutina y sus perspectivas, podrían darle un mayor peso al lado de la balanza que sopesaba lo positivo de seguir viviendo, pero no iban a eliminar el posicionamiento filosófico al que había llegado y que le empujaba a dejar de vivir como forma de huir del sufrimiento íntimo que arrastraba.


Recuerdo que antes de irme de Málaga, comenté la situación con un amigo íntimo (que también era un fan de Javier Marín tras haber leído el libro con sus increíbles peripecias) y le expresé tanto mi preocupación por lo que había visto como el hecho de que -si se agarraba a un cambio positivo como el que parecía haber vislumbrado con lo que yo compartí con él- también existía la posibilidad de “salir de ese agujero mental” y volver a tener una vida que disfrutar en lugar de sólo sufrir. Mi amigo me preguntó, en un ofrecimiento claro de ayuda para Javier, si el problema en general se podía mejorar o solventar con dinero (que él estaba dispuesto a donar desinteresadamente). Y no tuve otra opción que decirle la verdad: no era algo que el dinero pudiera arreglar, y que incluso en la situación en la que estaba, el dinero podía tener el efecto de regar con gasolina un incendio hasta llevarlo a la catástrofe. El dinero hubiera sido útil más adelante, cuando se hubieran dado pasos propios que denotasen una intención sólida de cambiar los aspectos más dañinos de una vida que buscaba claudicar.


Ya de regreso en Salamanca, incrustrado en la rutina habitual, empecé a hacerle un cierto seguimiento a Javier en el que hablábamos ocasionalmente por teléfono y yo le seguía pidiendo que diera pasos claros en el tema de Internet y las redes sociales, ya que necesitaba -a mi juicio- volver a ser visible en un mundo que se movía ya en esas otras coordenadas.


Consiguió poner a funcionar su ordenador, con tiempo (esto no era algo que en los ritmos de Javier fuera de un día a otro) y llegó a abrirse una primera cuenta en Twitter. Sin embargo, no era capaz de entender el concepto y el funcionamiento de las redes sociales, que chocaba con la mente de un hombre que era de otra época. Hubo un día en el que recibí una llamada de Javier, preguntándome por qué no le contestaba los mensajes que me había enviado por Twitter. Yo le dije que no tenía ningún mensaje suyo, y él me insistía en que los había enviado. Finalmente, tirando del hilo, llegué a ver qué era lo que había hecho. Simplemente había abierto una cuenta en dicha red social, y nada más abrirla había escrito un tuit que decía “Mu buenas Al!”. Y poco después, otro en que decía “Hola Al. Me recibes?”. Pero claro, esos tuits los había lanzado al aire, con la esperanza de que por algún mecanismo mágico que él no alcanzaba a comprender -pero que creía funcional por la idea que había destilado del tiempo que dediqué a mostrarle un poco el mecanismo de Twitter- llegasen a mi persona, yo los leyera y lógicamente se los contestase. Aquello era la confirmación de que ayudarle, aunque sólo fuera en los aspectos técnicos más básicos del asunto, iba a requerir mucha paciencia y mucho tiempo.





Y poco a poco con otra cuenta -porque al cabo de un par de días perdió la clave de esa primera que abrió y no supo recuperarla- se fue instalando en el mundillo de las redes sociales. Aprendió a contestar correctamente (a nivel técnico) a los usuarios, a tener una “bio” gráficamente interesante (que al menos tuviera una foto suya), y a subir contenidos con cierta regularidad, para lo que eran sus tiempos y ritmos.


En aquel momento yo ya escribía para la web de la empresa que había tenido arrendada la Revista Yerba, y que habían pasado a tener sólo presencia en el mundo digital. No recuerdo qué había sucedido entre Javier y ellos pero “algo no positivo” había ocurrido en su relación, y Marín no estaba entre quienes les suministrábamos contenidos. Pero recuerdo que en un intento de echarle una mano, hablé con la directora de la web (la mujer del jefe de la empresa, a la que él “se quitaba de encima” ocupándola en “dirigir” la página, aunque era incapaz de escribir correctamente en castellano) y conseguí que le dieran una nueva oportunidad, ya que aunque fuera simplemente contando las peripecias de su vida resultaba una fuente inagotable de textos que tenían la capacidad de enganchar al lector.


Y escribió al menos uno, no sé si dos. Pero por alguna razón la cosa no terminó de cuajar y no sacó más provecho del asunto. Sin embargo él siguió en redes sociales, hasta que tuvo la “mala idea” de expresar una opinión en un conflicto que se había generado a raíz de un texto que yo escribí (a petición del director de un conocido medio cannábico gratuito que se repartía en los Grow-shops, y con el permiso expreso de la directora de la web donde se publicaban los contenidos). El texto en sí era una forma de contarle al público cannábico las estafas y timos que un falso activista, de nombre Paco, había ido realizando durante años. Por supuesto, para evitar problemas legales, su apellido se había modificado aunque todo el mundo sabía de quién se estaba hablando. Y en ese texto, de forma accesoria aparecía un personaje que era pura ficción y que sólo servía para mantener una conversación telefónica con la protagonista, que era la excusa para hacer un repaso de los engaños acometidos por este estafador del mundo del cannabis.


Pues resultó que una ex-trabajadora de la empresa, que buscaba notoriedad y montar jaleo (ya que la habían despedido por su falta de capacidad) dijo que se sentía representada en ese personaje, y decidió montar el pollo en Twitter. No tenía sentido alguno, pero la tipa en cuestión no tenía nada que perder y quería vengarse de alguna forma de la empresa que no quiso seguir manteniendo a una ladilla, por muy mona que fuera.


Javier tuvo la honestidad de escribir un tuit opinando sobre el asunto y calificando de “niñata” a esta mala bicha, lo que provocó que ella aprovechase para lanzarse también a por Javier, consiguiendo su teléfono y haciéndole varias llamadas que grabó y con las que posteriormente se dedicó a chantajearle (haciendo incluso que tuviera que eliminar su cuenta de Twitter). Y es que Javier, cuando soltaba la lengua o cuando quería salir de un jardín en el que se había metido, no tenía reparos en “recolocar, modificar o inventar” los hechos necesarios para conseguir el objetivo. Y unas grabaciones telefónicas del pobre Javier, en las que debió de decir todo tipo de invenciones para justificarse, guiadas por una tipeja acostumbrada a manipular su entorno para obtener beneficios, seguramente contenían todo tipo de afirmaciones que, en un cara a cara con quien hubiera mencionado, le hubieran dejado en un lugar terrible y vergonzante.


De hecho, desde ese momento, Javier no se atrevió a volver a contactar conmigo (aunque yo no había escuchado las grabaciones). Finalmente supuse que prefería evitar tener que dar la cara ante mí, y explicar lo que hubiera podido inventar en esa trampa telefónica que le hicieron, aunque eso le supusiera perder lo que de positivo tenía para él todo el tiempo que le dedicaba -desinteresadamente- a ayudarle con las nuevas tecnologías, y de forma colateral en otros aspectos.


Y yo no quise insistir. Somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios, y ahí quedó nuestro último contacto directo. Al poco tiempo, meses después, supe que Javier había conseguido contactar y hacer algunas pequeñas cosas para una marca de semillas hispana. Por terceras personas supe que pululaba por algunos eventos cannábicos, buscándose las castañas. Incluso hubo quien le dio trabajo de nuevo en el ámbito de los textos y las fotos, aún a sabiendas de que en muchas ocasiones reutilizaba las mismas fotografías que ya había vendido o que los textos no pasaban de ser refritos de otros escritos anteriormente.


Lo último que supe de él, es que una empresa de semillas catalana le había contratado de forma digna y le había dado un trabajo que, en teoría, tenía que haber sido un placer para él. No sólo tenía un contrato a jornada completa, sino que vivía en el campo (sin pagar alojamiento) y que la empresa cubría todos los gastos (incluido el seguro de su coche o las reparaciones que iba necesitando) además del sueldo que le pagaba religiosamente. Se suponía que era un punto en el que Javier había salido del hoyo vital en el que se encontraba, viviendo a salto de mata y sin poder cobrar él mismo los trabajos que realizaba (y que tenía que cobrar a través de una cuenta de una hija suya en la que él figuraba como autorizado, para evitar que las deudas y multas que arrastraba pudieran ejecutarse mediante embargo de sus activos). Escuchando lo que Javier decía querer, era razón suficiente para pensar que había llegado a un punto en el que debería sentirse feliz, al menos en lo laboral y en lo referente al entorno en el que vivía: en plena naturaleza y al cuidado de unas plantaciones de cannabis.


Pero a pesar de todo esto, Javier debía seguir enfrentándose a una vida que no apreciaba. El día 21 de abril desperté con la noticia de que Javier Marín había muerto el día antes. En principio las noticias llegaban con cuentagotas y ninguna de las fuentes abordaba la pregunta más natural: ¿cómo había muerto?


Al ver que un dato así se estaba “ocultando”, no tardé mucho en suponer que finalmente Javier se había quitado la vida. Sin embargo, pasaron bastantes semanas hasta que tuve la confirmación del hecho. Al parecer, y por los datos que me dieron sobre las circunstancias que rodearon a su muerte, Javier debía llevar tiempo preparando el suicidio. Para empezar, los sucesos ocurrieron el día 20 de abril, 4/20 en el formato inglés, y que resulta ser el “Día Internacional de la Marihuana”. No se puede estar 100% seguro de que hubiera elegido este día para provocarse la muerte, pero teniendo en cuenta su íntima relación con el cannabis a lo largo de toda su vida, es harto improbable que esto no fuera algo que tuvo en cuenta.


El método utilizado para terminar con su vida, fue una sobredosis de pastillas, posiblemente de buprenorfina. El compuesto exacto no me lo han podido confirmar, pero sí me confirmaron que usó que las pastillas que le daban como tratamiento de mantenimiento en el contexto de su conflictiva relación con los opiáceos y la heroína. Sólo se utilizan en España dos fármacos en la terapia de mantenimiento por consumo de opiáceos u opioides, y son la metadona y la buprenorfina. La metadona normalmente se administra y entrega a los usuarios disuelta en agua, en dosis preparadas de antemano, en un botecito de plástico con un número identificativo. Y la buprenorfina se entrega en pastillas. Dependiendo del usuario, de su historial y de qué fármaco se adapte mejor a sus circunstancias, se utiliza uno u otro.


Javier había estado guardando, durante un largo periodo, las pastillas que debía haber consumido a diario. Necesitó suficientes para asegurarse que funcionarían a la hora de provocarle la muerte, a pesar de la tolerancia que pudiera tener a estos fármacos. Cuando consideró que tenía suficientes y que había llegado el momento, ejecutó la última parte de su plan.


Tuvo la decencia de no llevarlo a cabo donde estaba viviendo, ya que eso habría sido un problema para la persona (el dueño de la empresa que le tenía contratado) que mejor se había portado con él en los últimos años. Encontrar un cadáver con sobredosis de esos fármacos, en un lugar donde existían plantaciones de cannabis (aunque fueran destinadas a producir semilla o a seleccionar y probar variedades), habría sido un marrón extra para esa persona.


Así que en sus últimos momentos cogió el coche, y se fue a un lugar alejado, en el campo, donde no le pudieran vincular con nadie y que lo su suicidio no dañase de forma extraordinaria a nadie. Y una vez allí, tomó una cantidad suficiente de esas pastillas como para provocarse la muerte por sobredosis. En el caso de estos fármacos, la muerte llega cuando vas quedando dormido, inconsciente y progresivamente tu respiración se hace más y más débil, hasta que dejas de respirar. Y ahí acabó todo, en la soledad de la madrugada...


Siempre tuve la sensación de que la inclinación de Javier hacia el suicidio no era debida a las circunstancias que puntualmente le afectaban, sino que era algo que llevaba muy dentro. Pero no era más que una sensación y siempre la equilibré con la esperanza de equivocarme. Aunque en todo caso, siempre respeté su opción en ese aspecto y -aunque sea doloroso- creo que es un derecho que es inherente a la vida. Uno no puede estar obligado a vivir, y menos aún cuando por la razón que sea uno esta sufriendo y no desea seguir experimentando la vida como una condena.


Y hasta aquí la historia que puedo contar de un tipo que, a pesar de la distancia que nos separó en los últimos años, era alguien digno de conocer y de escuchar por el increíble recorrido que fue su vida en los 63 años que pasó entre nosotros.


Estés donde estés, Javier, que el tiempo te sea leve.


Drogoteca.


lunes, 13 de septiembre de 2021

Guerra contra las criptomonedas: el estado avanza...

 



Hace tan sólo medio año, asistíamos al primer aviso de intervención directa de las regulaciones del estado sobre la operatividad de la blockchain, en concreto sobre la cadena de Bitcoin-BTC. Aquello lo explicamos -e hice una hoja de ruta de lo que podría ser el desarrollo a largo plazo de esa situación- en un texto publicado en esta misma web. Desde entonces, han ocurrido dos sucesos, al menos, que indican la progresión de los postulados que planteaba. El primero cronológicamente fue la expulsión del mercado de varios exchanges centralizados -Bittrex fue el primero- de todas las monedas “de privacidad”, como Monero o Dash entre otras, con la inmediata consecuencia de una fuerte caída en sus precios. A pesar de que, con la actual época de subida de las alt-coins frente a BTC, Monero y las demás criptos de privacidad han recuperado y subido por encima de los precios que tenían cuando estos hechos ocurrieron, parece evidente que su crecimiento ha quedado lastrado comparativamente con respecto a su valor en proporción a los porcentajes de crecimiento experimentados por el resto de monedas.


Esto es una consecuencia directa de su naturaleza anónima ya que, al no permitir el control sobre las direcciones y/o las transacciones realizadas, son las únicas criptos que chocan de forma insalvabable con los planes de los estados para controlar totalmente el flujo económico en todas las blockchains: sin acceso a la información no existe posibilidad alguna de regulación, lo que sólo deja un camino de futuro a estas monedas respetuosas con la privacidad de sus direcciones y transacciones.




El segundo hecho acaecido, y mucho más indicativo de por dónde van a ir los tiros, es que se ha minado en la cadena de Bitcoin-BTC el primer bloque “OFAC Compliant”. Como contamos en el primer texto que abordaba esta situación como una amenaza, la OFAC es la “Oficina de Control de Activos en el Extranjero”. Un tentáculo más, dependiente del Tesoro de los USA, que nació a final de los años 80 y se utilizó para atacar finacieramente a todo el que no se comportase como los USA querían, desde el entramado de blanqueo del narcotráfico colombiano a la pura extorsión de empresas que -simplemente- no querían ser peones de las políticas y las acciones de los servicios de inteligencia de dicho país.


En estos momentos, la OFAC es el grupo encargado de gestionar el abordaje del sistema financiero basado en blockchains que soporta a las distintas criptomonedas, obviamente empezando por la más grande y la que -debido a la potencia de cómputo que la defiende- resulta más costosa de atacar.


Dentro de este esquema de control por una agencia del estado, el día 6 de mayo de 2021 sobre las 4:50 horas en horario europeo, se produjo el primer bloque que en su firma llevaba “el sello” de haber sido minado bajo las reglas de la OFAC. Para no alargar su nombre, los llamaré simplemente “bloques OFAC”. Aunque hace medio año el pool de minería que ya anunció su intención de actuar dentro de esos parámetros OFAC, fue el pool llamado Blockseer -que pertenece a la empresa “DMG Blockchain Solutions”- sorpresivamente no ha sido este pool el primero en hacerlo. El protagonista del primer “bloque OFAC” en BTC ha sido el grupo “Marathon Digital Holdings”.



Analizando el primer bloque OFAC. ¿Qué es realmente?


Los bloques que se añaden a una blockchain se componen de las transacciones aún por confirmar existentes en la mempool de esa cadena, aunque la mempool es propia de cada nodo de la red, estas mempools de nodos individuales suele contener las misma transacciones que se han propagado por toda la red como información compartida. Y el criterio lógico de inclusión de una transacción en un bloque es el del incentivo económico: dada la falta de espacio para todas las transacciones, entran sólo las que paguen mejores tarifas al minero que produce el bloque que se va a añadir.


Partiendo de este patrón lógico y alineado con el incentivo económico, se puede prever en cada momento qué transacciones entrarán en un determinado espacio y cuáles quedarán fuera del siguiente bloque. Esto permite que se haga un análisis del comportamiento de los distintos mineros, a la hora de construir sus bloques -con herramientas como Miningpool Observer- y ver las divergencias con lo esperado. Normalmente estas divergencias son mínimas y debidas a que ciertas transacciones no se han propagado lo suficientemente rápido en toda la red, y en el momento de construir el bloque no han llegado a la mempool del minero encargado de hacerlo.


Sin embargo, en este caso del primer bloque OFAC en BTC, ya hemos podido ver que se aplicaba el esperado criterio por incentivo económico y nuevos criterios, que pueden ser los de la OFAC o no sólo los de la OFAC. En concreto en ese primer bloque OFAC, y según el análisis realizado por Bitmex Research, se dejaron sin incluir -al menos- 8 transacciones que deberían (siguiendo el criterio de incentivo económico) haber sido incluidas en el bloque. Los motivos exactos por los que el minero decide no incluirlas no se pueden conocer a ciencia cierta.


Al mismo tiempo, el minero incluyó 13 transacciones que no estaban en la mempool del nodo que estaba analizando la situación, lo que parece indicar que Marathon está incluyendo transacciones específicas de manera privada, que son enviadas a su mempool pero no habían sido compartidas y propagadas en la red común. Esto abre la puerta a una minería selectiva y con intereses ocultos para el resto de mineros.


Desde ese primero bloque OFAC, el pool de Marathon ha minado ya 14 bloques OFAC hasta el momento en que se escribe este texto. Son 14 bloques minados en 13 días, que da un media cercana a 1 bloque por día, lo que no es mucho teniendo en cuenta que la media de producción de bloques en Bitcoin-BTC es de unos 144 bloques por día.



¿Y con estos números debemos preocuparnos?


Pues no, en principio. Si un actor apenas llega a influir menos del 1% en una blockchain, no parece que sus acciones puedan ser relevantes ni preocupantes. Pero un vistazo más ampliado sobre este grupo, nos puede servir de advertencia de lo que podemos encontrarnos en un futuro próximo.


Fred Thiel, el CEO de esta compañía, presenta el asunto como una acción de limpieza dentro de esta tecnología y este mercado. Así mismo argumenta que la falta de regulación (control estatal) en el procesamiento de las transacciones, es un hecho que perjudica y pone en riesgo a las industrias que desarrollan su actividad en el minado de criptomonedas.


Aprovechando esa posición de “presunta limpieza”, se ofrece como productor de “Bitcoins limpios” para compradores preocupados porque los Bitcoin que adquieran estén “manchados” por haber sido usados en transferencias que implicasen a actores que hubieran obtenido sus monedas en un contexto de ilegalidad.


Esto es tan ridículo como forzar a quien use dinero en metálico a tener que preocuparse por el hecho de que los billetes que maneje, en algún momento hayan sido empleados en cualquier tipo de operación no dentro de la legalidad. Eso incluiría desde el tráfico de drogas, los ataques por “ransomware” o el blanqueo de capitales, hasta el simple hecho de haber cobrado en negro (sin declarar a la hacienda correspondiente) cualquier pago por un trabajo realizado o por cualquier venta realizada entre particulares. En realidad no existe un dinero manchado por el uso que se le haya dado previamente, ya que todo el dinero existente puede haber sido usado en cualquiera de estos escenarios. La única forma de tener un dinero “limpio” (bien sean billetes FIAT o criptomonedas) es que lo hayas recibido directamente del emisor, sin que haya sido usado por nadie más.


Y apurando el asunto hasta esa definición, en la que este grupo se postula como surtidor de “dinero limpio”, en este momento no puede vender como limpios más BTC de los que recibe del coinbase al minar sus bloques OFAC, lo que al día de hoy es igual a unos 6 Bitcoin-BTC al día.


Esas cifras, actualmente, son insignificantes y poco afectan a la realidad de las criptomonedas. Pero hay que ser conscientes de que esto es sólo el primer paso en un camino muy claro y determinado, que el propio grupo Marathon explicita sin miedo en su web.


El grupo Marathon está actualmente incorporando 103.120 equipos de minería que producirán una capacidad de cómputo de 10'37 Exahash, lo que resultará en la producción estimada de entre 50 y 60 Bitcoin-BTC al día.”


Cuando este grupo desarrolle lo que anuncia, controlará entre el 34% y el 41% de la blockchain de Bitcoin-BTC. Y esos números sí que dan miedo. Si esta es la hoja de ruta de un sólo grupo, basta con que haya uno o dos actores más de cierto peso que apliquen esos criterios OFAC, para que la cadena se encuentre bajo un ataque del 51%, desarrollado a la vista de todos y sin ninguna prisa. 





En ese momento, con un porcentaje superior a 51% del control de la blockchain, las posibilidades para quienes controlen esa cantidad de cómputo, son ilimitadas. No sólo podrán ejercer una censura activa en cada bloque que ellos minen, sino que podrán rechazar los bloques minados por otros que contengan transacciones que -por el motivo que sea- ellos no quieran que se produzcan. De facto, podrán provocar que los bloques minados por otros pools pasen a ser orfanados (declarados huérfanos) y rechazados en la cadena mayoritaria.


Resulta evidente que un proyecto de este tamaño y repercusión a futuros, no es algo que haya salido de la nada y que lo hagan por el bien de todos los participantes. Este grado de actuación sobre una blockchain viene con la bendición del estado que alberga a este grupo, y que les ofrece convertirse en el censor de esa criptomoneda que, otrora, era incensurable.


A mi entender, queda plenamente establecida la “guerra contra las criptomonedas” por parte del estatismo, ya que la existencia de las criptomonedas (tal y como fueron concebidas desde la creación de Satoshi Nakamoto) es el mayor ataque a la existencia de los estados desde su fundación, ya que les priva del control efectivo del flujo del dinero y de su emisión a capricho. Es un esfuerzo tan grande y a tan largo plazo como lo ha sido la inútil “guerra contra las drogas”, pero con una diferencia importante: en lugar de usar mecanismos de legislación prohibitiva sobre la materia y desarrollar estructuras para que luchasen contra los actores de dicho mercado, en la aproximación al control de las criptomonedas no necesitan ilegalizar su posesión ni su tráfico ya que les basta con absorber los mecanismos intrínsecos de la idea de la blockchain, mediante un lento -pero inexorable- ataque al 51%, e imponer sus criterios e intereses mediante estos grupos que pretenden tomar el control de las transferencias y emisión de criptomonedas.


Un futuro distópico que violaría sin pudor la esencia del dinero creado y emitido de forma ajena al estado, con su característica de ser resistente a cualquier forma de censura.


PS: Este texto contiene una errata al realizar un cálculo, que parece que pasó inadvertida a todos. Días después de su publicación me di cuenta de ella. Lo dejo SIN CORREGIR, por curiosidad para ver si alguien se da cuenta de cuál es y nos la comenta. ;)



lunes, 2 de agosto de 2021

Juanma y sus traficantes humanitarios

Todos los lectores de este blog -y otras muchas personas ajenas a este lugar- conocen a Juanma.

Juanma Rodríguez Gantes saltó al conocimiento público en el año 2008, gracias a un reportaje de la ya desaparecida revista "Interviú", en que se narraba su caso. Juanma se había quedado hacía años tetrapléjico de la misma forma que Ramón Sampedro (el personaje inmortalizado en la película "Mar Adentro", que terminó suicidándose) pero a diferencia de él, Juanma quería seguir viviendo.

Lo que también quería Juanma, era tener una cierta calidad de vida a pesar de sus lesiones, pero una infección y su tratamiento acabó provocándole daños neuropáticos extra que le producían fuertes dolores que nada era capaz de aliviar.

En ese estado se topó con la marihuana, lo que le dio de nuevo una calidad de vida mejorada, pero le obligaba a recurrir al mercado negro, con los costes y la falta de calidad del producto que se suele dar en ese contexto. Así que decidió cultivar su propio cannabis, pero al estar viviendo en el CAMF de El Ferrol (un centro residencial para personas con discapacidad severa) le impidieron cultivar en su habitación e incluso llevaron el caso ante un juez.

El juez, por supuesto, no le condenó a nada (su cultivo era mínimo y ajustado al consumo propio) pero al mismo tiempo le dijo que no le podía conceder permiso para ello, porque no estaba en sus manos.

Juanma se vio atrapado y pidió ayuda para su compleja situación, en que a diferencia de cualquier persona no podía cultivar y necesitaba el cannabis para paliar sus dolores.

Fueron muchas las voces que en aquellos días de 2008 se manifestaban a favor de Juanma, pero la realidad es que el problema persistía, ya que solidarizarse con su situación no resolvía la falta de cannabis con el que evitar los fuertes dolores que sufría.

Sin embargo, y de forma totalmente oculta para la gente, hubo una pareja de jóvenes que decidieron tomarse el problema como algo que no podían dejar pasar. Juanma necesitaba al menos 500 gramos de cogollos de marihuana para cubrir un año de tratamiento paliativo de sus dolores, y las buenas intenciones no se lo iban a facilitar: había que actuar de forma eficaz.




Esta pareja de anónimos traficantes, con la colaboración de algunos usuarios de un foro secreto de venta e intercambio de drogas que se llamaba "Mercado Gris", reunieron medio kilo de cogollos de marihuana y decidieron cruzar media España para entregárselos gratuitamente a Juanma, a quien no conocían de nada previamente.

Cómo se organizó todo, el viaje y sus peligros y el resultado, es una historia que -hasta ahora- muy pocas personas conocían.

La revista Cannabis Magazine ha realizado una entrevista a la pareja que tomó la iniciativa y la llevó a cabo y a Juanma, quien no podía creerse que alguien se fuera a jugar el ir a la cárcel por echarle una mano hasta que los protagonistas se encontraron cara a cara y todo se hizo realidad.

Desde La Drogoteca os animamos a conocer, de mano de los protagonistas, esta historia que ha sido un secreto durante más de una década.

Podéis leer la entrevista en este enlace:

Os aseguramos que merece la pena y que sirve de ejemplo de que cuando existe un porqué de suficiente importancia, siempre se encuentra el cómo.

Y desde aquí, nuestro agradecimiento a esos dos anónimos que se la jugaron, no por el cannabis, sino por una persona que les necesitaba y con la que acabaron desarrollando una larga amistad que sigue viva hoy día.

:)