martes, 9 de abril de 2019

La mafia de Podemos y el cannabis.



“Aquí con la bandera [de España], no. 
No. Esa foto no te la doy.”

Así reaccionaba María Concepción Palencia García, senadora del estado español -por un partido de ámbito estatal (Podemos)- cuando al hacer las fotos para una entrevista, se dio cuenta de que tenía la bandera nacional detrás de ella. Saltó de golpe, apartándose como si le diera alergia la bandera del país, negando de forma clara y tajante la posibilidad de que se le hiciera dicha foto.

Conchi Palencia: la senadora de Podemos, "alérgica" a la bandera de España.


¿Por qué había una bandera española detrás de la senadora al sacar las fotos de esa entrevista? Pues no debería resultarle raro a nadie, ya que la entrevista se estaba realizando en la Sala Argüelles del Congreso de los Diputados. Nada más terminar la entrevista, les pedí unas fotos para ilustrarla y la contestación de la senadora, que luego se negó posar con la bandera de España cerca de ella, fue: “Donde tú digas. Tú mandas.”

Y yo sólo quería hacer 2 ó 3 fotos que no tuvieran todas el mismo fondo. De hecho, no me molesté en elegir el lugar, sino que resultó fruto del azar. Las fotos se fueron a realizar -directamente- en la misma esquina de la sala, donde estuvimos durante más de una hora sentados. En primer lugar, yo buscaba suficiente luz de calidad, ya que la ventana de dicha sala estaba en la misma esquina y, en segundo lugar, variar el fondo de la foto. Tras tirar un par de fotos con el mismo fondo (la pared central de la sala), les pedí que se movieran un par de metros hacia la otra pared de la misma esquina, con tan “mala suerte” que había una bandera de España, en la que yo ni siquiera había reparado.

Tras ese áspero “aquí con la bandera, no” de Kontxi Palencia (el nombre que usa en Twitter), el otro senador presente -Joan Comorera de “Iniciativa per Catalunya Verds”- dijo, con un tono mucho más cálido y explicativo: “Un catalán y una vasca... aquí...”, como si no fuera procedente dicha foto. 

Lo que posiblemente Joan no recordaba en ese momento, es que Kontxi Palencia, aunque lo escriba con “K”, no es vasca sino castellano-leonesa. Y que mientras él estaba en representación de una formación política circunscrita únicamente al entorno catalán, Conchi Palencia estaba en representación de un partido de ámbito nacional.

Sala Argüelles en el Congreso de los Diputados, 
foto previa a la entrevista.

Inmediatamente antes de este suceso, mientras preparaba la cámara para hacer las fotos, Conchi Palencia me preguntaba ávidamente sobre cuánta edición tenía nuestra revista y cuántos lectores, al parecer sin saber ni a quién le había concedido la entrevista ya que era para una página web -Cannabis.es- que no tenía nada que ver con ninguna revista. 

Le aclaré ese punto, y ella insistió en preguntar “¿un montón [de lectores], no?”, y su cara denotó frustración cuando le dije que no era así, y que era una web que estaba prácticamente iniciando su andadura, en comparación con cualquier otro medio del sector. El resto de medios cannábicos -a los que previamente se había ofrecido la entrevista- no tenían el menor interés en publicarla.

La pegatina que te regalan 
con la entrada al Congreso de los Diputados.

Una vez acabado el trámite de las fotos, me hice yo una foto con ambos y abandonamos la Sala Argüelles para subir a la cafetería del Congreso. Yo iba a tomar un café y ellos iban a comer. Compartí la comida con los dos senadores y esta se convirtió en un aburrido mitín, verbigracia de Conchi Palencia, dónde no hizo más que atacar a los medios de comunicación y decir que no eran medios libres, que trataban mal a su grupo político, que había un complot para borrar los éxitos de Podemos, etc. Esto resulta de lo más paradójico, viendo el acoso al que posteriormente el medio y yo fuimos sometidos, al no ceder a ciertas pretensiones. 

En muchas ocasiones -durante dicho acoso- pensé que lo que buscaban anular desde Podemos, era el tema de la negativa a la foto cerca de la bandera de España, que había quedado grabado en el móvil con el que recogí la entrevista completa. En sí misma, la entrevista no contenía más que respuestas cobardes -evitando contestar a lo preguntado- derivando el asunto “al futuro debate que Podemos quería abrir sobre el cannabis”. Tampoco resultaba sorprendente la ausencia de ideas claras sobre el asunto del cannabis, cuando ni su compañero ni ella habían estado jamás dentro de un CSC (los mal-llamados Clubs Sociales de Cannabis) y ni siquiera conocían el funcionamiento real de estos puntos de venta de cannabis. Son falsas asociaciones que compran en el mercado negro, y lo venden más caro -al menudeo- a falsos socios (clientes en realidad).

Al terminar la comida, ella se fue y yo me quedé con Joan Comorera, aprovechando para ir a tomar algo a un bar cercano, donde pude pasar un estupendo rato charlando -a solas- con él. Joan Comorera me pareció una persona honesta, sincera, inteligente y de agradable trato, con quien resultaba fácil dialogar a pesar de no coincidir ideológicamente. Fue lo único interesante que me deparó aquel día, antes de que -sin saberlo- disparase con una foto, subida a las redes sociales, una marabunta de acusaciones falsas contra mí y de presiones contra el medio que iba a publicar la entrevista.


Podemos y su acoso 
a los medios de comunicación.

Tras la realización de la entrevista, unos días después, me iba con mi mujer de vacaciones fuera de España. Al cabo de un par de días tras haber partido, recibí una comunicación de mi editora con una rara petición: me pedía que le jurase (no le valía con que se lo aclarase, sino que quería un juramento) que yo no tenía denuncias por “violación, acoso ni malos tratos a mujeres”. Tras jurarle que nunca había tenido denuncia alguna, ni por violación, ni por acoso, ni por malos tratos ni por ningún otro concepto similar o relacionado, le pedí que me explicase qué era lo que sucedía como para interrumpir mis vacaciones con semejante requerimiento.

La editora se justificó diciendo que había recibido una llamada de “el responsable de prensa de Podemos por el Senado” en la que le daban esa falsa información. ¿Realmente podía haber alguien tan lerdo como para no realizar su trabajo antes de la entrevista (siendo supuestamente responsable de prensa), y a la vez permitirse la payasada de presionar a un medio de comunicación con semejante maniobra? Así fue como el asunto comenzó, derivando posteriormente en un acoso contra mi persona mediante las redes sociales.

Al volver a España, lo primero que hice fue contactar con los dos entrevistados, a ver qué problema había y por qué se habían dirigido a la editora con esa serie de acusaciones inventadas contra mi persona. Conchi Palencia ni se molestó en contestar, se hizo la sueca y miró a otro lado

Por el contrario, Joan Comorera sí dio la cara y me explicó que cuando subí a las redes sociales la foto en que aparecía con ellos dos, fue “como si se hubieran hecho una foto con el mismo Hitler”: los teléfonos empezaron a sonar como locos y les dijeron que habían caído en una trampa con esa entrevista, ya que yo era un enemigo de Podemos o algo similar, añadiendo que él no podía hacer nada al respecto, ya que no pertenecía a Podemos sino a ICV.Por supuesto yo ni era un enemigo de Podemos ni nada por el estilo, y esa no era la primera entrevista que había realizado a un miembro de dicha formación. 

Aproximadamente un año antes, había hecho una entrevista a Juan Ignacio Moreno de Acevedo Yagüe, conocido en las redes sociales como “Hackbogado”, que fue el primer cargo electo de Podemos que se prestó a dar una entrevista sobre el tema del cannabis a un medio del sector, en este caso publicada en la revista “Cannabis Magazine”. En aquellos días del año 2016, varios medios del sector cannábico habían intentado conseguir una entrevista con algún miembro relevante de Podemos. Era una misión que se antojaba imposible, en la que incluso algunos de los políticos abordados llegaron a decir que sí a la entrevista, para posteriormente desdecirse, no cumplir su palabra y no dar la cara más. Al parecer, habían recibido orden del partido de no hablar con los medios sobre el asunto del cannabis.

Hackbogado había aceptado finalmente la entrevista, y yo había tenido la precaución de advertirle que -hasta donde sabíamos- Podemos no quería que nadie hablara del tema en los medios. Con la dignidad que le caracteriza me contestó: “Yo no he entrado en Podemos para tener que pedir permiso a nadie para hablar”. En su caso, la entrevista se realizó en un CSC o “club cannábico” de Madrid, donde aproveché (por voluntad propia) para ponerle en contacto con algunos activistas cannábicos. Hackbogado sí sabía de qué hablaba, y sus ideas eran la primera aproximación sólida y honesta de un miembro de Podemos (que ya abandonó dicha formación) al cannabis.

Sin embargo, cuando la entrevista fue publicada, empecé a recibir el acoso por las redes sociales del llamado “Podemos cannábico”: un grupo minúsculo de turbios personajes que buscan sacar partido del cannabis para sus propios intereses. En esa ocasión, me acusaron de vender drogas

La primera ocasión en que dicha gentuza 
me acusó en falso de un delito.


No me sorprendió demasiado, ya que dicho grupúsculo (con apenas una decena de integrantes) había intentado desde su formación gestionar las relaciones de los medios cannábicos con Podemos. Por supuesto, cuando hicieron el intento conmigo les mandé a paseo, y les dije que “se enterarían por la prensa y no antes” en aquellos trabajos que conmigo tuvieran que ver. Y así fue, cosa que pareció sentarles bastante mal, dadas las intenciones de controlar a los medios y lo que publicaban. Pero yo no estaba (ni nunca estaré) por la labor de que un grupo de parásitos del cannabis intente controlar a quién entrevisto, qué preguntas hago o intervenir las respuestas que no les gustaría que diera el entrevistado.

Es decir, no era la primera vez que recibía imputaciones de delitos por parte de esta gentuza, y en el caso de la entrevista a Conchi Palencia como miembro de Podemos, colocada artificialmente a responder sobre cannabis, parece que el detonante fue el mismo: no podían soportar que, por segunda vez, se enterasen tarde y no hubieran podido meter mano presionando al medio de turno para que les dieran voz en el asunto. Sin embargo el acoso continuó en dicha ocasión, hasta en las vísperas a la publicación de la entrevista, con la pretensión de que se les facilitase antes de que fuera publicada.

Por supuesto me negué a cualquier tipo de componenda con semejantes tarados, y no podía evitar sentir vergüenza ajena ante el comportamiento cobarde de una editora que permitía (y transmitía) semejante tipo de presiones, por parte de acosadores que provenían de dicho grupo político. Cualquier profesional, ante semejantes acusaciones contra un trabajador de la empresa, hubiera pedido pruebas de las acusaciones vertidas y -de tener cierta dignidad profesional- no hubiera tolerado que le pidieran la entrevista antes de ser publicada, ni hubiera hecho llegar dicha petición coactiva al trabajador. Aunque eso era el problema de tener como editora a alguien sin una adecuada capacitación profesional, que buscaba quedar bien con todos y que no supo reaccionar adecuadamente ante el acoso y las demandas de estos tipejos.


Si no podemos contigo, 
iremos a por tu mujer...

Tras la publicación de la entrevista, el acoso no cesó sino que aumentó seriamente. Al cabo de pocos días, me informaron de que el cabecilla de esa farsa llamada “Podemos Cannábico” (un ex-soldado profesional con un preocupante historial que, cuando se vio fuera del ejército, acabó trabajando para la banca de inversión -Banco Santander y BBVA-, la misma que ahora atacan desde su partido) de nombre Manuel Hernández González, estaba pidiendo información sobre mi mujer, con intenciones bastante turbias.

La información al respecto era sólida y recibí varias llamadas alertándome de ello, una por parte del director de un conocido medio cannábico que me dijo: “Ten cuidado, el Manuel ese está pidiendo información sobre tu mujer, y ha llegado incluso a pedírmela a mí”

Yo flipé un poco en ese momento, ya que tácticas de ese tipo son normales entre mafiosos, pero semejante acoso a una mujer, originado entre las filas de un partido como Podemos que lleva por bandera un discurso feminista y de defensa de las mujeres, me parecía algo delirante. ¿No pueden controlar a alguien que trabaja para los medios del sector cannábico y van a intentar amedrentarle con veladas amenazas que convertían en objetivo su pareja? Sí, exactamente eso estaba pasando.

Como dicho asunto me parecía de una gravedad enorme, me puse en contacto de nuevo con Joan Comorera para contarle lo que estaba sucediendo, ya que su compañera Conchi Palencia seguía haciéndose la sorda, dando así cuartel a los acosadores que continuaban sus acciones con total impunidad. En esa ocasión Joan me volvió a dejar claro que no podía hacer nada, ya que él no era de Podemos. Así que no tuve otra opción que intentar de nuevo que la senadora podemita diera la cara, con la esperanza se encargase del asunto ya que los acosadores pertenecían a Podemos. En esos momentos, el acoso lo habían ampliado a través de las redes sociales, con ayuda de sus troles y de cuentas creadas “ad hoc”, y se organizaban desde un canal de Telegram con el nombre “Círculo Podemos Cannábico”, donde llegaban a jactarse de que esa búsqueda de información sobre mi mujer, fuera capaz de provocar tensas respuestas por mi parte.

Escribí 2 veces al correo electrónico de Conchi Palencia en el Senado, para que quedase una huella clara de que se le había comunicado lo que estaba sucediendo, de manera que dicha señora no pudiera decir que no sabía nada del asunto. La informé una vez más de la campaña de acoso que estaban llevando a cabo desde su organización, y de cómo dicho acoso llegaba ya a un punto mafioso en que se intentaba amedrentar a alguien usando a su mujer como objetivo. No sirvió de nada, y la senadora volvió a dar la callada por respuesta, ignorando el tema y permitiendo que esa gentuza -salida de su partido y encabezados por el tal Manuel Hernández González- siguieran con el mafioso comportamiento que amenazaba a una mujer, sólo por el hecho de ser mi pareja.

Dos de los emails enviados a Conchi Palencia, 
informándola que de sus subordinados estaban pidiendo información sobre mi mujer 
y pidiéndole que interviniera: la tipa se hizo la sorda y miró a otro lado...


Tras este aviso, mi mujer fue víctima de una salvaje paliza por parte de un desconocido que -sin mediar palabra alguna- la asaltó y agredió a base de puñetazos en la cara y, tras conseguir tirarla al suelo, continuó agrediéndola dándole patadas en el estómago.

El violento agresor lo primero que buscó fue dejarla sin visibilidad, de manera que no pudiera defenderse ni captar de forma precisa de los rasgos del sujeto. Mi mujer quedó con la cara hinchada llena de hematomas, sangrando por la boca y la nariz, con los ojos totalmente morados de los puñetazos que recibió en ellos (que le rompieron las gafas y causaron también lesiones en nariz y labio), así como hematomas en el vientre y dolores en gran parte del cuerpo. El agresor, tras propinarle dicha paliza, salió corriendo y huyó sin mediar palabra, sin intentar robar nada ni dejar ver el motivo de la salvaje agresión.

Fue atendida en el mismo lugar de la agresión por la Guardia Civil y posteriormente trasladada al hospital en ambulancia, teniendo que estar varios días de baja por las secuelas de la paliza. A pesar de la rápida intervención de la Guardia Civil, ellos no han podido aún identificar al violento agresor...


Manuel Hernández González, 
el tipejo sobre el que me dieron el aviso 
de que estaba pidiendo información sobre mi mujer, 
"casualmente" antes de que un violento 
agresor la asaltara y le diera una paliza, 
sin mediar ni palabra. 


Dicha agresión, curiosamente, fue llevada a cabo en la primera ocasión en que mi mujer se quedó sola en la ciudad durante algo más de 24 horas, debido a que yo tuve que viajar a Madrid por motivos de trabajo. ¿Casualidad? ¿Una agresión tan violenta y grave a una mujer, por parte de un completo desconocido -sin mediar palabra alguna ni otro interés que dar una paliza- en la primera ocasión en que se encontraba sola?

No se puede ser tan ingenuo como para creer en las casualidades cuando se trata de una agresión aparentemente gratuita (sin intento de robo o delito sexual), contra una mujer que “casualmente” era el objeto de turbios comportamientos mafiosos, por parte de un grupo de tipejos, organizados en torno a Podemos, buscando conseguir información sobre dicha víctima. Este criminal agresor aún tiene pendiente que se haga justicia con él.

Otras víctimas de acoso 
desde el satélite cannábico de Podemos.

Los métodos indignos de esta gente han tenido otras víctimas. Hace pocos meses, la abogada y activista cannábica Beatriz Macho, representante de la Confederación de Asociaciones Cannábicas (ConFAC), tuvo que ponerse en contacto conmigo a raíz del acoso que estaba sufriendo en las redes.


La activista y abogada Beatriz Macho, 
víctima también del acoso del mismo personaje.


No era la primera vez que las tácticas mafiosas del grupúsculo podemita iban dirigidas contra ella (así como contra otros miembros del activismo cannábico hispano), a pesar de que ideológicamente se encuentra en el entorno de la misma izquierda. De hecho, ella y la gente a quien representa, habían sido “purgados” de Podemos Cannábico, a manos de este mismo tipo. Resulta paradójico que un grupo minúsculo de caraduras escondidos en Podemos, para sacar tajada de una futura regulación del cannabis, estuvieran purgando a la mayor agrupación cannábica del país, que reúne a quienes son la primera línea de frente en este tema.

Cualquiera de las asociaciones a las que representa esta confederación, cuenta (como poco) con diez veces más miembros que ese pseudo-círculo podemita. Sin embargo, cualquier disensión en los artificiales postulados de esta gentuza, desembocaba en la expulsión ya que el grupo era controlado por el mismo engendro y su entorno más cercano. Esto incluye a una mujer de avanzada edad, con pocas luces y un perfil bastante pobre formativamente hablando -así como alejado del activismo cannábico- de nombre Lourdes Ciria, que les sirve de marioneta con la que aparentar no estar al frente de dicha cueva de Alí Babá.

En la mencionada ocasión, Beatriz me contactó y me mostró el perfil de una nueva cuenta recién creada en Twitter, en el que se apuntaba contra ella, mofándose de su aspecto físico y donde se podía leer “Cuenta parodia de la conocida activista anticapitalista no muy lista”, y que figuraba como radicada en la misma ciudad donde vive esta abogada: iban de nuevo a por ella.

Perfil de la cuenta de Twitter 
usada en el acoso a la abogada Beatriz Macho.


Al mismo tiempo me informó de que el propio acosador se había comunicado con ella, intentándola hacer creer que dicha agresión provenía de mi persona. Para ello, no tuvo el menor reparo en inventar una serie de imbecilidades como que había rastreado dicha cuenta de Twitter hasta mi ciudad, e incluso hasta una dirección física concreta. 

No era la primera vez que dicho tarado intentaba engañar a la gente con lenguaje pseudo-técnico, intentando que sus invenciones pudieran colar gracias a la falta de conocimiento informático del usuario medio en redes sociales. Por supuesto, ni es posible rastrear una cuenta de Twitter, si no lo hacen desde los servicios técnicos de dicha red social, y mucho menos dar una dirección física vinculada, si no eres el ISP que proporciona Internet a la dirección IP asociada. Pero eso no quitó para que intentasen engañar a Beatriz y a otras personas, con falsos datos e invenciones sin fundamento alguno a nivel informático.

De forma coordinada en el tiempo, las cuentas de Twitter de esta gentuza, intentaron difundir que el autor de dicha agresión y acoso era yo. Tampoco engañaron con esa chapucera maniobra, en la que acabaron pinchando en hueso. Beatriz Macho señaló al acosador -Manuel Hernández González y sus marionetas de Podemos Cannábico- en un tuit que no dejaba lugar a dudas. 

Tuit de Beatriz Macho 
señalando al responsable del acoso en redes, 
así como su integración 
en el satélite cannábico de Podemos.


Y no sólo eso, sino que Beatriz tuvo el detalle de indicarle a la gente que se estaba dejando engañar por dichas cuentas acosadoras, que estaban equivocados si pensaban que yo era el responsable de dicha acción.


Tuit de Beatriz Macho, 
expresando que era falso que fuera yo el acosador, 
y señalando al entorno de Podemos.


Beatriz y yo mantenemos una cordial relación -desde el respeto a las diferencias ideológicas- que en ese momento no era conocida por nadie. Gracias a ese hecho, este nuevo acoso contra otra mujer no pudo serme imputado, y el tipejo que intentó difundir dicha falsa acusación, quedó nuevamente en evidencia. 

Todo ello gracias a ese segundo mensaje que publicó Beatriz Macho aclarando que yo no tenía nada que ver y que, en realidad, era un nuevo ataque del mismo personaje contra otra mujer más. Una práctica que parece ser ya totalmente rutinaria, dentro de este grupúsculo de comportamiento mafioso, a la hora de enfrentar a quienes no se pliegan a sus exigencias y pretensiones.

A día de hoy, en abril de 2019, este tipejo sigue acosando a Beatriz a través de diversos perfiles que va creándose en las redes, con el silencio cómplice de la senadora -puesta por Podemos al frente del tema del cannabis- y del resto de acosadores que le siguen el juego a este agresor. Y Podemos, mirando a otro lado...




La triste realidad de Podemos 
y sus mentiras sobre el cannabis.

A día de hoy, no parece haber duda de que el interés de Podemos con respecto al cannabis es simplemente un engaño de tipo electoral. Desde el año 2014 -cuando se creó esta nueva agrupación política- cada vez que se les preguntaba sobre el cannabis, la única respuesta que se obtenía era un “ahora no toca”. La cínica repetición de esa misma respuesta -por parte de los miembros y simpatizantes de dicho grupo- acabó llevando a que fuera usada en una campaña creada para presionar a los partidos que no daban la cara con el asunto del cannabis, que tomó como nombre “Si no toca, no hay voto”.
Logotipo de la campaña "Si no toca, no hay voto"


Cuando en el año 2015 tuve la oportunidad de entrevistar a Gaspar Llamazares, que había sido quien encabezaba la “Comisión Mixta para el Estudio del problema de las Drogas” y el principal valedor político (hasta ese momento) de los derechos de los usuarios, pude comprender gracias a su explicación que Podemos no tenía ni tiene el menor interés en el asunto del cannabis. Como atentamente me hizo ver, para Podemos el cannabis era un tema que en realidad no le podía dar apenas votos y sin embargo resultaba polarizante, con el consiguiente riesgo electoral en ese aspecto. Al preguntarle sobre cuál tendría que ser el camino para seguir luchando por los derechos de los usuarios de cannabis, me indicó que la vía era “interpelar a los distintos grupos parlamentarios y exigirles que se posicionasen frente al cannabis”. No le faltaba razón al experimentado político, y ya no valía con posicionarse y sacarse la foto en periodo electoral con promesas, vacías de cualquier acción real.

Finalmente la campaña “Si no toca, no hay voto” consiguió hacer que Pablo Iglesias, en un chat público con internautas, tuviera que dar una respuesta sobre el tema. 


El día que Pablo Iglesias se encontró con la activista 
de "Si no toca, no hay voto" en un chat público, 
donde no tuvo más remedio que contestar a su pregunta.


La única declaración previa de este político -hasta ese momento- sobre el cannabis, había sido un tuit en el que decía preferir el whisky y tildaba al cannabis de “lumpen-drug” (droga propia de grupos socialmente marginados, como indigentes, mendigos, etc.).


Pablo Iglesias insultando a los usuarios de cannabis, 
antes de que tuviera que inventarse otro discurso 
para no perder votos.

En las siguientes elecciones, Podemos introdujo en su catálogo de promesas electorales un punto sobre el cannabis, donde hablaba simplemente de abrir el debate sobre el tema pero no de acciones concretas que pudieran conducir a la despenalización del mismo. Siguieron durante dicha legislatura ninguneando el tema del cannabis, con la honrosa excepción de Hackbogado (por entonces diputado del Parlamento Andaluz), quien se esforzó en sacarlo adelante y dio siempre la cara en ese aspecto.

Por desgracia, Hackbogado acabó siendo víctima de la miseria y la envidia dentro del partido tras presentarse como candidato en 2017 a la secretaría general de Podemos, con la noble pretensión de que se hablase de temas que eran necesarios, de manera que las batallas internas de Podemos no eclipsasen los asuntos realmente importantes para el ciudadano de a pie. No buscaba ganar, y así lo explicó desde el primer día, pero el hecho de presentarse candidato -al mismo tiempo que Pablo Iglesias- fue algo que los sectores más orgánicos del partido, manejados por “el líder”, no le perdonaron jamás. Si Hackbogado ya se había granjeado el odio de los sectores más izquierdistas dentro de esa formación, al expresarse con libertad sobre cualquier tema (por ejemplo en la muerte del dictador Fidel Castro) y tener la dignidad de llamar a las cosas por su nombre, aquello fue algo que no le perdonaron ni Pablo Iglesias ni su cohorte de adoradores.


Hackbogado, autor del borrador de una ley sobre cannabis, 
expresándose con la honestidad que Podemos no tenía, 
sobre el tirano dictador de la isla de Cuba.


De hecho, cuando conseguí la entrevista con la senadora de Podemos y su compañero de ICV -año 2017- antes de realizarla pregunté a Hackbogado sobre ellos y me dijo que no les conocía. Y en la entrevista con la senadora Conchi Palencia y su compañero senador de ICV, pude comprobar que ni siquiera existía comunicación en los temas comunes de trabajo: Podemos nombraba “encargados del tema del cannabis” que no hablaban con la única persona del partido que realmente estaba trabajando en el tema del cannabis. Eso da una idea de la ausencia de interés en que los asuntos del cannabis progresasen realmente, siendo esos nombramientos sólo un parche cutre, buscando engañar a quienes les reclamaban acciones reales al respecto.

Hackbogado terminó por abandonar Podemos, tras completar la legislatura andaluza en 2018. Como se había comprometido -de forma personal- con los usuarios de cannabis, elaboró un borrador de ley sobre cannabis (mientras seguía siendo objeto de ataques por parte de los simpatizantes de Podemos, incluido su satélite cannábico), que es el que ahora pasean, de chiringuito en chiringuito, los mismos que otrora le atacaban. Es de agradecer que su coherencia y dignidad le llevasen a completar ese esfuerzo, pero parece que dicha propuesta -elaborada sin contar con los grupos que representan a la mayor parte de los interesados, como por ejemplo ConFAC- no tiene mucho futuro, ni dentro ni fuera del partido. Esto no debe resultar extraño, cuando Podemos ha abandonado el asunto del cannabis en manos del oscuro grupúsculo pseudo-cannábico que pretende usar el tema para sacar beneficio propio, atacando y acosando a quienes realmente llevan lustros luchando por conseguir avances en esta materia.

De hecho, los propios engendros que controlan Podemos Cannábico, esconden el propio tema del cannabis a sus compañeros de partido. Un par de buenos ejemplos de esto: la candidatura a primarias del propio dictador del grupo -Manuel Hernández González- o el discurso de su marioneta -Lourdes Ciria Roselló- cuando se presentó como candidata al “Consejo Ciudadano Estatal” de Podemos.

El primero, en la presentación de su candidatura a primarias por Madrid, omitió por completo su relación con el tema del cannabis y la ocultó a aquellos a quienes pedía el voto. Ni una referencia, ni mención sobre cannabis ni nada relacionado, como cualquiera puede comprobarlo acudiendo a la web de Podemos, donde se postuló como representante sin éxito alguno.

La segunda, la tal Lourdes Ciria, cuando subió al escenario de Vistalegre a exponer las razones por las que se presentaba candidata al mencionado órgano interno de Podemos, omitió también cualquier referencia al cannabis, la marihuana o los derechos de consumidores y cultivadores. Se limitó a hacer un discurso que hablaba de todo menos del cannabis -no siendo que fuera a molestar a algún jerarca del partido- y se quedó tan ancha como es. También cualquier persona puede comprobarlo, viendo el vídeo de aquel lamentable espectáculo donde quedaba claro que el cannabis era la menor de sus preocupaciones, y que simplemente lo usaban para intentar trepar en el organigrama del partido, buscando un sillón.


Manuel Hernández González y Lourdes Ciria Roselló, 
los dos trepas que intentan hacer carrera política en Podemos, 
aprovechándose del cannabis para buscar sillón.

Aparte de los dos esperpentos anteriormente citados, recordemos que los nombrados por Podemos para tratar el tema del cannabis son un abogado de otro partido -cuya actividad laboral no tenía que ver con este área- y una señora, sin carrera universitaria ni relación alguna con este tema, que lo más cerca que ha estado del cannabis debió ser cuando regentó un nocturno bar de copas, careciendo de formación real o conocimientos sobre este asunto.

Como me indicó un periodista que había preguntado directamente (a altos cargos de Podemos) cómo tenían a esta gente al frente de su sucursal pseudo-cannábica, en lugar de tener a otras personas con un conocido historial de activismo y sin otros oscuros intereses, le contestaron lo siguiente: “es que esas otras personas, son más verdes [vinculados a la planta de cannabis] que morados [en alusión al color corporativo del partido], y nosotros queremos a alguien de nuestro color”

Hablando en plata: la formación quería que cualquier bicho que tuviera más lazos con Podemos -como aparato político- que con el activismo cannábico real, ocupase el espacio asociado. Eso les aseguraba la obediencia y el control de dicho grupúsculo, para que se mantuviera en una cómoda irrelevancia que no entorpeciera -con el asunto del cannabis- el desarrollo de la imagen pública de los altos jerarcas del partido y sus intereses.

Ante de terminar, cabe recordar que no existe posibilidad alguna de que Podemos (con su escaso peso político en la aritmética de la votación de leyes), pueda realizar cambio alguno. Todo el mundo es consciente de que sin el PSOE (y/o el PP), no parece existir ningún recorrido que permita modificar la situación del cannabis. 

Y a pesar de ser “socios preferentes” del PSOE, no han hecho la más mínima labor para modificar la postura prohibicionista de Pedro Sánchez, que se niega siquiera a hablar del tema. Precisamente, en lo único que podían resultar útiles, han evitado hacer nada para no molestar a su socio. De los acuerdos arrancados al PSOE -que luego los socialistas se suelen pasar por el arco del triunfo- no existe la más mínima mención al cannabis ni lucha alguna por cambiar la posición de dicho partido. El PSOE es prohibición y sigue siéndolo, pero a Podemos no le importa eso con tal de “tocar moqueta”.


PSOE es prohibición, y el socio de Podemos.


Y es que, recodando un comentario de Pablo Iglesias sobre otro dirigente político (con el que, sin querer, se definió muy bien a sí mismo) no conviene olvidar que...


“Podemos no es cannábico: 
es lo-que-haga-falta 
con tal de engañar al votante”.






* El autor de este texto no pertenece a ninguna agrupación política, no simpatiza con ningún partido, no pide el voto para ninguno, ni dará su voto a ninguna de las formaciones existentes.



domingo, 31 de marzo de 2019

Cambio de paradigma: del yonqui negrata a la abuelita yonqui blanquita.



Del joven yonqui-negrata 
a la abuelita yonqui-blanquita. 



En la prohibición de las drogas durante el siglo XX, los estereotipos sobre sus consumidores fueron vehículos esenciales a la hora de propagar desinformación y de esconder, bajo una cruzada farmacológica, el hecho de darle forma legal a prejuicios raciales. 

En la cruzada de la prohibición de la cocaína, se argumentó que esta droga provocaba que los negros se pusieran a violar blancas. En el caso del cannabis, introducido mayormente por trabajadores mexicanos, se dijo que esta planta incitaba a los mexicanos a matar, y se hizo una ley que se utilizó directamente para controlar al grupo citado (más que al compuesto a fiscalizar). Y el opio, prohibido primero en San Francisco a finales del siglo XIX y luego en 1909 a nivel estatal en USA, pero no prohibieron “la droga en sí misma” sino la forma de consumirla: el opio fumado era propio de los inmigrantes chinos. Sólo prohibieron el fumar opio, pero no el opio en tinturas tipo láudano y otras especialidades, que causaban furor entre los hombres blancos pudientes.

Estos tres casos primigenios de la prohibición de las drogas, provienen del mismo lugar: USA.
Sin embargo, mientras los primeros movimientos prohibicionistas surgían en dicho país (primero contra el alcohol y luego contra otras drogas y/o formas de consumo) y se prohibía el consumo de opio fumado, gente como los grandes médicos y cirujanos (blancos, por supuesto) eran consumidores crónicos de morfina y cocaína puras (de la destinada para uso médico).

Un caso muy conocido de un gran cirujano que estuviera enganchado a todo lo que cayó en las manos, fue William Stewart Halsted, que tras conocer la capacidad anestésica de la cocaína en el ojo a través de los estudios de otro médico (Karl Koller), se dedicó a experimentar con ella de forma tópica y también inyectada, hasta desarrollarla como método fiable de anestesia local para intervenciones. 

De ahí que Halsted acabase enganchado a inyectarse cocaína (la forma más agresiva de consumo conocida), y que un amigo suyo le planease “una cura de desintoxicación” al estilo de 1884, cuando tenía 32 años: le montó en un barco que cruzaba el océano, y se tuvo que comer “el mono” a pelo. De nada sirvió; nada más tocar tierra se volvió a enganchar a la cocaína inyectada.

Tuvieron que mandarle a un “hospital psiquiátrico” (un sanatorio de la época) donde le intentaron quitar el vicio de la cocaína inyectada, a base de morfina inyectada. Y bueno, la cosa funcionó, así que -tras haber sido lo que ahora coloquialmente llamaríamos “un yonqui de cocaína en vena”- acabó entregándose a la morfina en vena, que no provoca el desajuste y los daños que causa la cocaína -u otros estimulantes- en su consumo crónico. En ese momento, en que le dieron de alta en el “sanatorio”, tenía 34 años, su carrera médica -en Nueva York- había terminado para siempre.

Sin embargo, la historia de este joven cirujano yonqui (que era más común en ese grupo laboral de lo que se querría admitir) no terminó ahí, no. Fue uno de los más grandes cirujanos de la historia y siguió usando “enormes” cantidades de morfina inyectada hasta el día de su muerte, aunque no por ello dejar de ser el mejor en su campo. 

Entre otros avances, a Halsted se le reconocen cosas como haber sido el primero en diseñar y usar guantes de plástico en el quirófano, haberse dado cuenta de que el cáncer se podía extender por la sangre, haber practica la primera mastectomía radical (ahora llamada “Cirugía de Halsted” en su honor) en una mujer con cáncer de mama, y haber contribuido de manera decisiva a la asepsia de entorno y útiles, a la cirugía del tiroides y paratiroides, a la cirugía vascular, cirugía del tracto biliar, de hernias y de aneurismas. Entre otras muchas cosas: casi nada para un tipo que se pasaba el día (cada 4-6 horas) chutándose morfina en vena.




En 1890 fue nombrado jefe del servicio de cirugía del recién inaugurado hospital de la Universidad Johns Hopkins, y en 1892 pasó a ocupar el cargo de Primer Profesor de Cirugía de la Escuela de Medicina. Murió de una complicación pulmonar 30 años después, en 1922, sin haber interrumpido nunca su consumo de morfina ni haber bajado -jamás- de 200 miligramos intravenosos al día (equivalente a más de 5 gramos de opio oral, al día).

Es decir, tenemos en la propia literatura oficial un montón de consumidores de drogas que -en contra de lo que la creencia indica- eran personas plenamente integradas socialmente e incluso algunas de las mejores mentes en sus campos. Consumir drogas hasta el momento, no tenía el estigma asociado que, con raciales intenciones, se les creó a partir de las primeras campañas contra cocaína (como producto de uso libre), opio fumado, y cannabis fumado ya que en la farmacia seguía estando presente en tinturas y otras presentaciones.

Desde su inicio en el siglo XIX, estas fueron campañas de acoso racial y persecución de ciertos grupos y minorías, escondidas como cruzadas farmacológicas para el bien público a través de una moral anti-embriaguez. Cuando llegó la hora de oficializar la guerra contra las drogas como paradigma, de la mano de Nixon en los años 70, el motivo de plantear semejante absurdo que ha costado millones de vidas fue el control de “negros y hippies” o en sus propios términos, “dos enemigos: la izquierda pacifista y la comunidad negra”.




¿Qué pasó desde los 70 hasta ahora?

Durante el inicio de la fase más dura y militarizada de la guerra contra las drogas lanzada por el gobierno Nixon, las drogas (bien fuera la heroína del sudeste asiático o la cocaína sudamericana) pasaron a ser un elemento clave, con el peso de un actor geopolítico de primer orden. Su producción y tráfico pasaron a ser motivo de injerencia en la soberanía de terceros países, con la falsa argumentación de que era la oferta la que impulsaba la demanda, culpando de esta forma a los países productores de los apetitos de sus propios ciudadanos.

Se impusieron colaboraciones militares y policiales (con la DEA principalmente) a casi todos los países al sur de USA. Por supuesto estas colaboraciones eran “voluntarias”, pero sin ellas no había pruebas de buena voluntad en la cooperación contra el narcotráfico, con lo que quien no aceptase quedaba expuesto a dos castigos; el primero el de la opinión pública, donde se le retrataba al gobernante como un narcotraficante o alguien integrado en estos grupos, y el segundo el castigo de verte fuera de los acuerdos de cooperación y desarrollo, de los tratados de comercio y del acoso en los organismos internacionales hasta que el país y sus gobernantes, doblaran el cuello y aceptaran lo que USA les exigía. 

Muchas veces, estos acuerdos con los países productores, incluían la fumigación de extensas áreas con potentes herbicidas, muchos cuyo uso estaba prohibido en USA por ser demasiado tóxicos para personas y medio ambiente. Estas fumigaciones causaron, además de desplazamientos en busca de otras áreas de cultivo y daños a las comunidades que allí vivían, la aparición de variedades de planta de coca que eran resistentes a estos compuestos (y rápidamente los narcos les dieron uso, volviéndose inmunes a las fumigaciones).

Y de esa forma, los servicios de inteligencia de USA -junto a otros organismos afines poco conocidos- se vieron dirigiendo las rutas de transporte de cocaína y heroína en medio planeta, con el único propósito de generar fondos no controlados, para operaciones no legales en cualquier país

De aquellos días aún nos queda el recuerdo del hombre fuerte de USA en Panamá, el militar Manuel Antonio Noriega que, tras ser durante unos años la marioneta de USA en dicho país, se creció demasiado y empezó a creerse intocable, volviéndose contrario a los intereses de USA a finales de los años 80. Esto desembocó en la invasión de Panamá y en su captura, siendo trasladado a los USA y juzgado en el año 1992, pasando prácticamente 25 años encarcelado y liberado poco antes de su muerte por motivos de salud. Sirva como ejemplo de lo que el “nuevo actor geopolítico” era capaz de justificar.


A nivel doméstico, en USA, esa época post-Nixon y con los Reagan al mando, fue la de la profecía autocumplida con ayuda de medios, policía y el sistema de justicia. Consiguieron grabar en la cabeza de la población toda una serie de estereotipos raciales sobre consumo de drogas que han estado bien vigentes hasta hace relativamente poco. Si Nixon quería la “guerra contra las drogas” -en su versión de consumo interno- como un juguete que le permitiera violar los derechos elementales de ciertas minorías y grupos, el colectivo afroamericano se llevó lo peor. Los hippies pacifistas habían desaparecido ya y sólo quedaban ellos, encarnando el mito del yonqui.

La imagen predominante en esos años, en el cine y los medios, era la del joven de raza negra que traficaba y además consumía drogas. Cuando eran blancos quienes aparecían en el juego, eran meros traficantes al estilo de Fernando Rey en “French Conection” que no tocaban la droga, salvo como mercancía de interés económico. Pocos eran los modelos negros de “calidad” semejante, como pudo ser el narcotraficante de heroína en USA, Frank Lucas, que fue llevado al cine por Denzel Washington en “American Gangster”, años después.




A la llegada masiva de la heroína en el final de los años 70, le siguió la entrada a sangre y fuego de la cocaína y el crack. La cocaína, en su forma de sal clorhídrica (HCl) se puede esnifar, tomar oralmente, analmente o inyectada, pero no se puede fumar. Para poderse fumar, la cocaína en sal debe pasar un breve proceso químico (calentándola con un álcali -como el amoniaco- que desplace la molécula de ácido) que la deja en la forma de “base libre de cocaína” (freebase) y que sí es susceptible de fumarse, ya que el calor no la destruye -como ocurre con la forma en sal- lo que permite fumarla en una pipa o sobre un papel de plata con el calor de un mechero.




Las distinción no es ociosa, ya que mientras el consumidor de cocaína en sal era el prototipo del encorbatado yuppie (para algunos, la evolución del hippie), en la forma fumable la consumían principalmente las personas con menor poder adquisitivo, ya que su efecto era mucho más intenso y adictivo pero al mismo tiempo, el precio por dosis era mucho menor. 

El crack, como mezcla de base libre de cocaína y bicarbonato sódico (como residuo de elaborarla y al mismo tiempo como vehículo portador, ya que al darle fuego en una pipa permite evaporar la cocaína hecha roca con esa sal sódica). Hay quien afirma incluso que el nombre de “crack” surgió del crepitar que hace la cocaína en esa presentación, al darle fuego en la pipa.

¿Cómo y por qué surgió el crack 
como epidemia 
entre la comunidad negra?

El crack fue la respuesta química a las restricciones sobre ciertos compuestos, necesarios para transformar la base libre de cocaína -extraída de la planta- en clorhidrato de cocaína. Ante la escasez en los países productores de productos para refinar la cocaína hasta ese punto, se modificaron las formas de envío (no sólo a USA, también a Europa) y la cantidad de clorhidrato que se enviaba disminuyó brutalmente, para aumentar la de “base libre de cocaína” sin refinar.

La teoría era que, como ocurría en España, esa base libre sin refinar se refinase haciéndola sal (una forma de purificar un compuesto, cristalizarlo como sal) y se vendiera como tal, ya que conseguir esos compuestos en países no-productores de drogas, no supone ningún problema. Pero la picaresca del mercado se activó y, al poderse fumar en un producto muy potente, en pequeña cantidad y con un intenso efecto inmediato (la vía pulmonar es más rápida que la intravenosa) estaba preparado el cebo de una nueva epidemia entre los grupos de menos poder adquisitivo y cuyo denominador común (además del color de piel) era la pobreza. Mientras que un gramo de cocaína podía costarte 100 dólares y no ser gran cosa, el crack apenas costaba 5 dólares y te asegurabas el efecto (lo contrario arruinaría el plan de ventas en el acto).

Con ese planteamiento, no había que enfrentar el proceso de conseguir compuestos y convertirla químicamente, sino que directamente -con un poco de bicarbonato sódico- estaba lista (en forma de rocas) para ser vendida. Eso eliminaba muchos de los riesgos asociados a tener que hacer esa labor química de purificación, y abría la puerta del mercado tan pronto se recibía la mercancía: todo ventajas. 

El precio barato y el entorno de paro y pobreza, fueron dos de sus principales variables de expansión. Pero hubo otra que era tan importante como estas dos: creer que la cocaína no era adictiva. Hasta el momento, los mayores marcadores de adicción se podían observar en el uso intravenoso de opiáceos, heroína principalmente, y en el alcohol que -al estar socialmente integrado- no despertaba estigma en esos años al tenerse como normal la figura del alcohólico funcional a nivel social.

En parte era cierto; la cocaína no es adictiva de la misma forma que lo es la heroína. La abstinencia de cocaína no precipita un síndrome de abstinencia físico como en el caso de la heroína o morfina, no presenta un cuadro físico demasiado complejo al suspender su uso bruscamente. Pero no por eso era menos adictiva que la heroína; su abstinencia provoca un cuadro psicológico que puede ser tanto o más difícil de superar que el de la abstinencia de la heroína. Y esto es especialmente cierto en las formas de consumo de cocaína más agresivas, como es la inyectada (sólo propia de usuarios de heroína IV en forma de “speedball”) y como es la pulmonar o fumada en el caso del crack o base libre. Es decir, el conocimiento popular de esos años sobre drogas ya había integrado los peligros de la adicción a la heroína, pero estaba aún muy perdido en la forma en que los estragos de la cocaína se iban a presentar.




De aquellos días de la “epidemia de crack” nos quedaron películas como “New Jack City” (traducido en español a “La Fortaleza del Vicio”) en las que podemos ver cómo los propios traficantes que mueven el crack, acaban mezclándose con él hasta su destrucción. En una épica escena de esta película, podemos ver como un personaje del grupo de narcos (un joven negro), se sitúa frente a una pipa de crack cargada y -antes de darle la primera calada- hace profesión de matrimonio con dicha droga, para entregarse a fumarla por primera vez. No sólo eso llamaba la atención, ya que la película termina con el asesinato del narcotraficante fuera del tribunal donde se le juzgaba y -sin pudor alguno- la película cierra con un epílogo en que se dice a los espectadores que “se tienen que tomar acciones decisivas para acabar con los camellos en la vida real”, sentando de nuevo la repetida idea de que “contra las drogas, todo vale, incluso violar la ley y matar”.

No distaba mucho del tipo de mensajes FUD (Fear, Uncertainty, Doubt) que se venían esparciendo sobre la heroína, por los cuales esta sustancia tenía poderes mágicos y bastaba probarla una vez para caer en una espiral descendente sin remisión. No era así, ni en la heroína ni en la cocaína ni en el crack, y culpar a la sustancia de la degradación moral de algunos sujetos no hizo ningún bien en los enfoques que se tomaron para enfrentar la situación, ya que eliminaba el concepto de responsabilidad en el usuario de drogas. Esta misma ausencia de responsabilidad (social, laboral, legal, afectiva) asociada al consumo de drogas más hardcore, sigue siendo una de las motivaciones subyacentes en muchos consumidores de drogas, y perpetuar dicho mito no ayuda a estas personas ni al resto de la sociedad. 

Esa clase de mensajes sobre sustancias con el poder de arrebatarte la voluntad, condujeron a paradojas tan estúpidas como que la cocaína -en forma de sal- tuviera una sanción (por posesión o posesión para tráfico) mucho menor que la del crack o la base libre de cocaína, siendo la misma molécula activa: hasta para drogarse hay clases y no es lo mismo una blanco triunfador esnifando cocaína, que un negro perdedor fumando crack, tampoco para la ley.

Y en esa corriente se llegó a la cristalización de un mito que durante décadas se trato como cierto, los “crack babies” o niños del crack. Estos eran los hijos de mujeres consumidoras de crack, que nacían con bajo peso y trastornos diversos, dando mayores puntuaciones en todo tipo de mediciones de problemas en su desarrollo. 




Por supuesto, la inmensa mayoría de esos “bebés del crack” eran de raza negra o latina y desde su nacimiento se dijo de ellos que “iban a suponer una dura carga a la sociedad” por sus taras y desviaciones, llegándose a financiar campañas de esterilización de usuarias de drogas en edad fértil -vendidas como voluntarias- en las que se les pagaba una pequeña cantidad simbólica a las madres (en su mayoría negras) que no superaba los 500 dólares, a cambio de aceptar la esterilización quirúrgica. Esta idea de esterilizar a usuarios de drogas, no es algo que haya desaparecido: sigue periódicamente saliendo a flote en las peores manos.




La realidad, como muchos imaginábamos y el tiempo se encargó de demostrar, es que los males achacados a la cocaína consumida por las madres de aquellos bebés del crack, eran males que seguían apareciendo prácticamente en la misma proporción si quitábamos el crack de la ecuación. Los problemas achacados al crack, no eran sino correlaciones mal establecidas en que se apuntaban al consumo de una droga, los males de todo un entorno desfavorable de pobreza, falta de formación, higiene defectuosa, falta de expectativas laborales y problemas de salud mental. Los “crack babies” eran otra mentira más, pero que se consideró verdad -mediática y médica- sin que existieran estudios reales que permitieran afirmar que fuera el crack el responsable de lo señalado. Pero la guerra contra las drogas y sus usuarios, siempre se valió de que la narrativa tenía más fuerza que la contra-narrativa, y así quedó el poso en el ciudadano.

El personaje de Dr. House 
como prototipo del nuevo yonqui.

No fue el único pero sí el primero que claramente hacía alarde de usar drogas, especialmente opioides de farmacia, pero no dudaba en usar otras consigo mismo o con otros para los más variados propósitos (desde “research chemicals” a heroína, de hongos psilocibe a ketamina). 




Esta versión médica de Sherlock Holmes -que había sustituido la cocaína inyectada del novelesco detective por las pastillas de farmacia- nos presentaba a un hombre con dolores físicos derivados de un trauma muscular, que había hecho del ser borde y desagradable una forma de vida. Por supuesto, ser un gilipollas no da de comer, así que esa mala actitud se encajaba en un perfil de personaje único con capacidades únicas razonando, que salvaba vidas mientras la suya la calmaba a base de pastillas narcóticas y rompecabezas. Un adicto de alta funcionalidad que, a pesar de su discapacidad motora, era capaz de seducir a las mujeres más bellas que paseaban por su campo visual. ¿Acaso no es un personaje que lo tiene todo como anti-héroe romántico?

Si nos fijamos un poco en las características del personaje, bien podría ser el Doctor Halsted en su siglo XIX, cuya relación con las drogas no fue un impedimento para su alta funcionalidad y para que se le deban creaciones y protocolos que han salvado millones de vidas, en el campo de la medicina. Pero si bien Halsted supo reconducir sus apetitos -una vez que se topó con la horma de su zapato como cocaína en vena- y ser un médico que sólo destacaba por su trabajo, en el caso del Doctor House esto no era así; su sello identificativo -tanto como su bastón- era también la transgresión verbal y la provocación por encima de las normas convencionales de relación social. A ese personaje usuario de drogas le unían ese “estar por encima de las leyes” y una notable falta de “responsabilidad”: estaban dibujando al neo-yonqui de los años 2000 en USA.

Pero no podemos echar la culpa de todo un constructo social (como el del modelo dominante de yonqui) a una sola película o serie. En cierta manera, la serie de House MD que comenzó en el año 2004, mostró durante varias temporadas -que duraron hasta el año 2012- el cambio en la percepción social de las drogas y el nuevo patrón de usuarios: personajes blancos de clase media o media-alta, adictos de opioides de farmacia, eran los principales consumidores de drogas en la serie.




También en “Breaking Bad” (2008-2012) pudimos ver un nuevo paradigma del usuario de drogas, que correspondía al de la zona más rural de los USA, donde la fabricación casera de metanfetamina es el principal vector de uso de drogas ilegales y donde la adopción de los opioides resultó superior a otras partes del país. En esta serie -si bien existe una fuerte presencia “latina” que tiene lógica temática- se vuelve a desdibujar ese retrato del joven negro como principal usuario de drogas, y se apunta a usuarios de raza blanca como impulsores de la demanda (y del comercio) de la metanfetamina en USA.

Debemos recordar en este punto que en USA el consumo de alcohol es algo vetado hasta los 21 años de edad y que no existían otras drogas legales que pudieran ser adquiridas con normalidad. Esto tiene cierta importancia al evaluar cómo muchos grupos de jóvenes -de buena familia- se juntaban para colocarse con las pastillas que les habían robado a sus padres del botiquín o la mesita de noche. 

Prácticamente en todas las casas de las personas que -por su status- podían permitirse tener una correcta atención médica, encontrábamos las mismas cosas que podíamos encontrar en España, recetadas sin especial problema, y alguna más. En lugar de Trankimazin se llama Xanax, en lugar de Stilnox se llama Ambien, y otras como el Valium se llaman igual. A la vez, a los jóvenes en USA se les medica en el contexto escolar -doping cognitivo, doping escolar- con los fármacos "anfetamínicos" del TDAH o Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad, casi por rutina.




Para muchos padres, la pregunta no era si a su hijo le hacía falta una droga para funcionar con normalidad, sino si darle una droga le iba a hacer rendir mejor en el competitivo entorno de los estudiantes. De esa forma, y con muchos profesores apoyándolo ciegamente porque les hace más cómodas las clases, los chicos tenían en su medio -entre iguales- acceso al Ritalin (metilfenidato) y al Adderall (anfetamina y dextro-anfetamina); ambos compuestos son estimulantes dopaminérgicos como lo es la cocaína, pero más potentes y duraderos. Y en ese contexto de “botiquines escolares” llenos de anfetaminas y “botiquines caseros” llenos de calmantes, cayeron los opioides (el equivalente en pastillas a la heroína). Todo esto en manos de personas cuyo contacto con cualquier embriagante está legalmente prohibido hasta los 21 años de edad, era un canto a la catástrofe.

Muchos de los ahora consumidores problemáticos de opioides en USA eran chicos y chicas, de familias sin otras problemáticas notables, que comenzaron hace 10 o 15 años, cuando los opioides eran extremadamente ubicuos y estaban -prácticamente- en todas las casas del país donde hubiera un adulto mayor de 35 o 40 años que tuviera una buena atención médica en su seguro. 

Y cuesta un poco culparles por ayudarse en su día a día con el consumo de una droga como los opioides cuando, en su etapa escolar, les trufaron a fármacos para mejorar su rendimiento y les sometieron a una presión impropia para jóvenes en desarrollo. Desde niños, aprendieron a solucionar con pastillas (desde la normalidad y la legalidad del acto) y ese aprendizaje no es nada fácil de revertir.


La abuelita yonqui y blanquita.

La imagen que dejó patente que el paradigma del yonqui -en USA- había cambiado, hasta abarcar grupos y edades que nunca antes habían tenido comportamientos de búsqueda de drogas, fue esta: una pareja de raza blanca por encima de los 50 años de edad, aparecían en un coche casi inconscientes. En el coche (además de las dos personas que necesitaban atención médica urgente) había un niño de menos de 10 años de edad, en el asiento trasero, observando todo.

¿Qué hicieron los dos policías que atendieron ese aviso? Pues en lugar de prestar los cuidados de primeros auxilios necesarios mientras llegaban los servicios médicos, se divirtieron cogiendo a la mujer por los pelos desde atrás, y levantando su cabeza para poder hacerle fotografías que no tardaron en subir a las redes sociales, buscando el escarnio público. Y por desgracia, funcionó...




La gente olvidó de golpe los derechos de ese menor de edad, cuya imagen sin ningún tipo de protección se divulgó y es accesible ya para siempre. La gente olvidó -también- que esas personas que estaban inconscientes, podían estarlo por muchos motivos distintos y no todos ilegales (como otros casos conocidos). Y la gente ni siquiera pensó que, aunque fuera cierto lo que se presumía de aquella escena, todas esas personas tenían derecho a que su intimidad se viera respetada y a no sufrir un castigo (que no estuviera dictado judicialmente) por decisión de una pareja de policías.

No sólo en USA se olvidaron de todas esas cosas. En España, el periódico que dio la noticia con más bombo fue “El Confidencial”. El título que le pusieron fue “La historia tras la foto de los padres yonquis que escandaliza USA”, y se quedaron tan a gusto. Llamar en un titular yonquis a unos supuestos consumidores de drogas, parecía estar justificado como ensañamiento por el hecho de que tenían a un niño con ellos (que en realidad era el nieto de la mujer, su abuela que lo cuidaba mientras la madre trabajaba, pero nunca se molestaron en conocer realmente la historia).

Me pareció un abordaje ofensivo -además de totalmente falto de respeto para el menor- y así se lo hice ver, mediante un tuit, a los responsables de dicho medio. Sólo entonces, tras mi recriminación a su titular, decidieron cambiarlo; pasaron en un golpe de click de ser “padres yonquis” a ser “padres con sobredosis de opiáceos”.




A nadie más pareció molestarle y la noticia nunca llegó a ser lo vergonzoso que aquella pareja de policías habían hecho, con aquellos seres humanos que necesitaban ayuda urgente.

El cambio de paradigma, con toda su drogofobia y estigma, estaba ya servido.

jueves, 28 de febrero de 2019

Fabricando yonquis para la epidemia en USA



Fabricando yonquis 
para la epidemia en USA.


A final de los años 90, el tratamiento del dolor -en todas sus faceta clínicas- se enfrentaba a los primeros cambios aperturistas (a nivel mundial) tras las duras restricciones derivadas de la guerra contra las drogas, iniciada décadas atrás. En aquellos años oscuros, el tratamiento del dolor, tanto agudo como crónico, asumía que el paciente debía hacer frente al dolor con las mínimas ayudas farmacológicas, ya que el dolor era una condición “normal” ante los avatares de la vida. Se colaban en el tratamiento médico las concepciones morales del doctor de turno, derivadas de nuestra cultura judeo-cristiana por la que -como narra Antonio Escohotado- te encontrabas a médicos que ante la petición de cuidados paliativos para un moribundo, te contestaban cosas como “el dolor le es grato a Dios” y casi de forma habitual se negaban a prescribir analgésicos de forma racional o, lo que es igual, atendiendo a variables únicamente médicas.




Ante esas posturas, arrastradas por los galenos desde el inicio de la cruzada farmacológica contra las drogas, la propia Organización Mundial de la Salud animaba a los países a mejorar la atención al dolor (en todas sus formas) y les animaba a perder el miedo a recetar opiáceos u opioides. Aquel miedo tenía su base en la desinformación sobre drogas, que acompañó a la fiscalización de las mismas en el siglo XX, y que predicaba invenciones como que te bastaba con probar la morfina o la heroína para caer en la espiral destructiva de la adicción descontrolada. Por supuesto, esta mentira mil veces repetida, no era la realidad: para engancharse hace falta tiempo y cronicidad en el uso. Esto era aún menos cierto en el caso del tratamiento del dolor, donde las motivaciones para el uso de la sustancia, son diferentes y el contexto -médico y clínico- muy distinto. 

Pero hasta ese momento, los mórficos y opioides sólo se aplicaban en situaciones terminales o muy puntuales, donde el hipotético problema de una adicción destructiva fuera materialmente imposible (como en alguien moribundo en una cama de hospital).

Los datos mostraban cómo los pacientes tratados en contexto médico por dolor (en hospital o en sus casas) no tenían apenas tasas de adicción, si no existían problemas de adicción previos. Esto era cierto (sigue siendo así en esencia), y una carta publicada en la prestigiosa revista “NewEngland Journal of Medicine” en el año 1980 y enviada por investigadores médicos de reconocido prestigio, explicaba que entre más de 11.000 pacientes, a quienes se les habían administrado narcóticos en contexto hospitalario o de cuidados dirigidos por un hospital, sólo 4 de ellos habían desarrollado una adicción que pudiera ser documentada claramente. En aquel momento, años 80, estos doctores eran lo más puntero intentando revertir la creencia de que los opiáceos conducían a la adicción de forma casi inexorable. E hicieron bien en escribir dicha carta, que colaboró a que las frecuencias de prescripción de analgésicos narcóticos se suavizaran y abarcasen a pacientes con dolor crónico, fuera del espectro de los cuidado terminales.





Sin embargo, su bienintencionada carta a la prestigiosa revista médica, fue usada de forma distorsionada para lanzar la más grande campaña de ventas de fármacos opioides, en la historia de la humanidad. A día de hoy, uno de sus dos autores, ha llegado a decir que “sabiendo lo que sabe hoy y la forma en que su texto fue intencionalmente mal usado, no escribiría esa carta” y no es para menos, ya que fue citada 608 veces en otras publicaciones, en un 72% de las ocasiones para apoyar la afirmación de que “los opioides raramente provocaban el inicio de una adicción” y en el 80% de los casos, esa cita se hacía sin dar el dato de que dicho estudio se refería a pacientes en entorno de control hospitalario. Se omitió ese dato en 4 de cada 5 menciones y se indujo a creer a los médicos que la prescripción de opioides no derivaba casi nunca en problemas adictivos, independientemente del contexto clínico. Es el texto de origen médico más relevante en el desarrollo del problema que hoy enfrenta USA con respecto a estos fármacos.

Aquí cabe hacer especial hincapié en que en USA, carecía (aún carece) de un sistema general de salud público que atienda a todos los ciudadanos, por lo que la consulta médica se hace en el contexto de la competencia de los médicos por captar clientes: el médico cobra de forma directa en función del número de pacientes que atienda, aparte de las primas económicas que los laboratorios daban (y dan) por recetar sus productos frente a los de la competencia. Esta variable, es esencial para entender buena parte de todo este asunto.

La cabeza más visible del monstruo, la farmacéutica, entraba en acción con una brutal campaña de ventas, en las que miles de “visitadores farmacéuticos” fueron entrenados para hacer creer a los médicos que la tasa de problemas de adicción con los opioides era inferior al 1%, sin importar un montón de variables más en ese cálculo. Los médicos, animados a recetar un fármaco que no sólo funcionaba sino que te aseguraba la dependencia del cliente, no se hicieron de rogar y aceptaron encantados en su mayoría el flujo de dinero que les empezó a llegar, gracias a prescribir narcóticos; se desdibujaba en muchos casos el límite entre lo que es un médico prescribiendo y lo que es un vendedor de droga con capacidad de surtirse legalmente.

Fue la compañía Purdue Pharma la que arrancó dichas campañas, en unos esfuerzos que le rindieron cuantiosos beneficios, haciendo pasar su producto estrella a ser el mayor “best-seller”: el “OxyContin” u oxicodona. Purdue Pharma pasó de recibir “unos pocos miles de millones de dólares” a facturar 31.000 millones de dólares en el año 2016 y a aumentar aún la facturación en el año 2017 con 35.000 millones de dólares. ¿Cuánto se embolsarán este año 2018?

Purdue Pharma no sólo produce oxicodona para el OxyContin. También produce hidrocodona, codeína, hidromorfona, fentanilo y morfina. De hecho, esta compañía desarrolló “Contin”, que era un sistema de liberación de la droga en larga duración. Eso ocurrió en 1972, pero hasta 1984 no aplicaron el concepto a la morfina creando el “MSContin” (Morphine Sulphate Contin) que les permite cobrar estos fármacos -todos fuera de patente hace años- como recién patentados en base a la novedad de la liberación lenta. Este mismo desarrollo fue aplicado a la oxicodona, creando el “OxyContin” en 1995 y que ha sido calificada como la espoleta de la bomba que se estaba arrojando contra la población y que ha causado la mayor epidemia de muertes por consumo de drogas de la historia.




De hecho, hasta la morfina que yo y otros pacientes -de dolor crónico- recibimos en nuestras farmacias, paga cuantiosos royalties a esa misma compañía y sus filiales, por su “sistema de liberación lenta Contin” que ellos intentan vender como un componente esencial para evitar el abuso en estas drogas de farmacia, pero que para evitar el sistema “Contin” vale con machacar la pastilla, picarla para esnifarla o disolverla para inyectarse. Pero por desgracia, su sistema Contin sólo sirve para contener el abuso de opioides en aquellas personas que no son precisamente el perfil psicológico del que va a abusar de su uso, sino el contrario; al abusador le resulta simplemente evidente que si no quiere que la droga sea liberada de esa lenta forma en su cuerpo, le vale con no tomarla como le indica el prospecto.

Purdue Pharma lo supo desde el principio, y hace ya 17 años fue demandada por el fiscal general de Connecticut para que tomara medidas con respecto a las altísimas tasas de adicción que estaba provocando su producto estrella, contestando la compañía con gestos cosméticos y promesas de reformular del producto en el largo plazo. Eso fue en 2001, y en el año 2004, otro fiscal general (West Virginia en esta ocasión) demando por “excesivos costes generados” y la farmacéutica pagó 10 millones de dólares para llegar a un pacto en el que todas las pruebas quedasen sin ser reveladas bajo un acuerdo de confidencialidad. En este momento, ya no era especulación sino que existían datos sólidos de lo que se estaba haciendo y de lo que su producto estaba causando.



En 2007, la compañía se declaró culpable en un acuerdo que incluía el pago de 600 millones de dólares, en una de las mayores sanciones a una compañía farmacéutica. Curiosamente, el presidente de la compañía, el abogado jefe de la misma, y el jefe médico, tuvieron que pagar unos cuantos millones de dólares extra por los cargos de “promoción incorrecta” del uso de dicho fármaco. El total de las multas impuestas, en todas las demandas, no llega a los mil millones de dólares cuando la compañía factura 35 veces más, sólo cada año.

Las pastillas de OxiContin en USA se pagan en el mercado negro a 1 dólar por miligramo, mientras que la heroína callejera es 10 veces más barata. A día de hoy, con las actuales restricciones, es casi imposible encontrar pastillas reales de OxyContin y, lo que circula en las calles, son pastillas que estéticamente tienen la misma apariencia pero están fabricadas en el mercado negro y contienen otros compuestos como el fentanilo u otros derivados: son drogas que pueden ser entre 50 y 1000 veces más potentes que la heroína, la oxicodona o la morfina. Hasta tal punto es claro el impacto concreto de ese producto, que la actual epidemia de muertes por fentanilo viene servida en dicho envase. En el documental realizado por Vice se puede ver como todo el mundo habla del fentanilo, son conscientes de que es fentanilo lo que compran en el mercado negro, pero el medio en que se vende, son pastillas falsas de OxyContin de 80 mgs, las de color verde.


¿Cómo ha podido todo esto llegar a impactar en el mercado hasta la imitación de las pastillas más vendidas? De un tiempo a esta parte, la producción de pastillas se ha ido simplificando considerablemente. Adquirir máquinas de prensado (más pensadas para prensar golosinas que para prensa fármacos, por su falta de precisión en muchos casos) se ha vuelto relativamente sencillo, e igualmente sencillo obtener un opioide ultra-potente como el fentanilo o sus derivados.

Estos compuestos se pueden considerar -sin problema- un arma química, y ya fueron usados así ese tipo de compuestos en el asalto del teatro “Dubrovka” ruso que fue tomado por un grupo terrorista, causando con su uso y falta de medidas de respuesta farmacológica posterior (no tenían naloxona, el antídoto, en suficiente cantidad), el mayor número de muertos de todo el asalto. El arma química usada entonces se conoció como “Kolokol-1”(campana, en ruso) y se cree que era el compuesto 3-metilfentanilo, una variante más de esta familia.

La potencia descomunal de estas nuevas drogas, junto con la facilidad para producir una pastilla con la imagen de la que era el best-seller del mercado negro (y que retiene parte de la demanda que produjo) ha traído a este nuevo escenario actual.

Pero todo esto no hubiera podido pasar sin lo que se dio en llamar “Pill Mills” o “Clínicas Pastilleras” (traducción libre). Ya que se había exacerbado la demanda de opioides de farmacia -de forma artificial- induciendo a los médicos a prescribirlos prácticamente para cualquier cosa. Fueron algunos de estos los primeros en sacar partido a la nueva situación, en que prescribir fármacos que antes estaban fuertemente controlados, no daba problemas y sí mucho dinero. Se empezaron a crear esas “Pill Mills” que eran clínicas en las que era muy sencillo conseguir prescripciones de estos fármacos. En dichos lugares te cobraban entre 200 y 400 dólares por hacerte las recetas, y llegaban a atender cerca del centenar de pacientes en una tarde.

Hubo médicos que, manteniendo su trabajo y área sanitaria en un estado, se desplazaban a otros estados para “pasar consulta” a enormes filas de clientes que esperaban para pagarle al “camello legal” las recetas que les daría. Aún así los beneficios para quienes derivaban estos fármacos al mercado negro eran muy altos: se llegaba a pagar 1 dólar por miligramo de sustancia, y en una sola prescripción de 50 pastillas de OxyContin de 80 mgs, hay 4000 dólares a ese precio. Suficiente de sobra para pagar al médico-camello, a los falsos pacientes que iban a por recetas, y para sacar una enorme tajada a esos precios de venta. Negocio para todos los implicados, mientras la demanda siguiera siendo tan boyante.

A esto se ha de sumar que muchos médicos en las clínicas, no sólo prescribían y cobraban por hacerlo, sino que también hacían de servicio de venta de esos productos que recibían directamente de representantes farmacéuticos.

¿Por qué? Pues porque ese era su único objetivo: vender y vender. Estas clínicas, no sólo prescribían a cantidades enormes de pacientes, tras el pago de una tarifa, sino que de paso les vendían también los fármacos; doble ganancia. Esto ha sido así hasta hace relativamente poco, ya que en el año 2015 se cerraron varias de esas “Pill Mills” (250 sólo en 1 estado como California) con casos tan llamativos como el de un médico que fue procesado (por 5 homicidios debidos a sobredosis, entre otros cargos) tras haber prescrito 2'8 millones de pastillas en 19 meses. La oxicodona del OxyContin (que supuestamente era menos adictivo y así se vendía por parte de la farmacéutica) pasó a ser conocida como “la heroína del hombre rico” por su elevado precio, en un guiño al nombre que -en los años 60 y 70- se le dio a la Datura estramonium, una planta solanacea muy común que contiene atropina e hiosciamina: “el ácido (LSD) del hombre pobre”.

Hasta febrero de este año, ya con los opioides enfrentando draconianas restricciones de nuevo en USA, Purdue Pharma y sus filiales no han dejado de impulsar y reforzar sus campañas de marketing para opioides (actualmente están despidiendo y recolocando a 200 representantes de ventas farmacéuticas). Hasta el ex-alcalde de New York y ahora abogado de Donald Trump, Rudy Giuliani, se dedicó a evitarle a Purdue cuantiosas multas y que sus directivos acabasen en prisión mientras seguían enganchando a todo un país a sus drogas; todos sabían lo que pasaba pero nadie quería dejar de ganar millonarias cantidades.

Pero la maquina de hacer dinero (de Purdue y sus satélites) abandona parcialmente USA para embocar una nueva estrategia de crecimiento, en la que se pasa a apostar por aumentarlas ventas de “OxyContin” en los llamados mercados emergentes de África y Asia, donde las regulaciones sobre estas drogas no les molesten y les permitan seguir haciendo miles de millones de dólares, a costa de gravísimos daños para el conjunto de toda la población, consumidores o no.


Drogoteca.



Texto publicado en Disidencias.net originalmente.