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sábado, 19 de marzo de 2016

La sobredosis como negocio legal.

Este texto es el segundo temáticamente enlazado de dos textos sobre el asunto de los opioides en USA y fue originalmente publicado en el portal Cannabis.Es, esperamos que os resulte interesante.


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Los muertos por sobredosis cotizan en bolsa.


Martha salió de la consulta del médico con cierta prisa porque no llegaba bien de tiempo a recoger a su hijo Stevie de la escuela. A Steve -el padre y marido- le habían cambiado el turno en la fábrica por necesidades de servicio y ese mes tenían sus rutina habitual totalmente desajustada. El dolor de espalda se había hecho más presente en el día a día de Martha, en buena parte porque ese mes la carga de ejercicio que su cuerpo afrontaba había crecido para poder “llegar a todo”. Y tal y como le dijo su médico, acudió a él cuando el dolor aumentase de forma general.

El doctor había revisado la medicación que ya tomaba Martha, que tenía su tratamiento con parches de fentanilo de 25 mcgs/H y morfina -como medicación para el dolor puntual no controlado- si era necesaria. En vista de lo que Martha le contó, el doctor decidió probar a aumentarle la dosis de fentanilo y le recetó parches de 50 mcgs/H. Le dio las indicaciones habituales y la despachó con cierta amabilidad para su apretado horario. Martha llevaba ya meses con ese tratamiento y, en principio, no debía suponer ningún problema nuevo. Esa misma tarde al llegar a casa, ella comenzó con la nueva dosis indicada por el médico. Y siguió haciendo cosas, porque desgraciadamente la vida no se detenía cuando la espalda le hacía ver las estrellas de dolor.

Pasaron un par de semanas y Martha toleraba bien el tratamiento, pero el exceso de cansancio le pasó factura. Empezó a toser y a tener un ligero dolor de cabeza: “ya está aquí el resfriado por llegar mojados a casa la tarde del parque infantil”. Como era viernes, prefirió ir a trabajar y a recoger a Stevie, pensando en “descansar el catarro” durante el fin de semana. Aguantó como pudo el día y el sábado ya estaba con una ligera fiebre y los pulmones mucho más afectados, que le hicieron quedarse entre la cama y el sofá. Steve tomó el control, de la casa y de Stevie, para que ella pudiera descansar, y salieron a hacer compras juntos. Cuando volvieron horas después, a Martha le había subido la fiebre hasta casi 38 grados y se encontraba peor, con dolor articular e intenso malestar general, con lo que pensaron que sería una gripe en lugar de un resfriado. Martha se puso un nuevo parche, tras ducharse para bajar un poco la fiebre, pero no tenía ganas de cenar y se fue a la cama tras tomar otro analgésico, buscando alivio a sus dolores en articulaciones, y un “Valium” que la ayudase a dormir bien. Steve no quiso molestarla y la dejó descansar: había sido una dura semana para ella.




Martha no despertó nunca más: murió de una sobredosis de opiáceos/opioides. El parche de fentanilo que tenía puesto -con el aumento de la temperatura corporal por la fiebre- empezó a liberar mucho más compuesto del que debía en el cuerpo de Martha. Y su tejido graso, el principal depósito de esta droga en el cuerpo humano, que estaba destruyéndose en parte para afrontar la infección y la falta de alimentos, liberó parte del que había ido acumulando durante semanas de uso, lo que junto con una dosis más de medicación para el dolor y otra medicación depresora de la respiración, fue demasiado para el agotado cuerpo.

Este caso -que es sólo un ejemplo- es el retrato modelo de muchas de las sobredosis que están matando gente en USA. Podemos cambiar el nombre de la persona, los opioides recetados y las dosis, pero la imagen sería la misma: alguien que muere haciendo un uso de los fármacos según lo pautado por su médico. 

¿Hay también sobredosis "de yonkis"? Sí claro, y más que habrá con los volantazos en las políticas de drogas: gran parte de esos “yonkis” son antiguos pacientes que, como contábamos hace poco aquí, se han hecho adictos de la mano de un médico. 

¿Pero acaso importa cómo haya llegado a la sobredosis una persona cuando es la vida lo que está en juego? No, entre otras -algunas perversas- razones, porque todas pueden ser un negocio para los mismas farmacéuticas que han enganchado a la gente a los opioides.


La oferta y la demanda; el mercado de salvar vidas.


Aquí lo primero que hay que hacer es presentar al lector a la protagonista de la historia: la naloxona.

Es la “droga mágica” que sirve de “antídoto”, para la mayoría de opiáceos y opioides, cuando se sufre una sobredosis. Quienes la conocemos de primera mano y la hemos visto actuar, tenemos motivos para llamarla “mágica”: salva a un persona con depresión respiratoria profunda yendo hacia la muerte en cosa de unos segundos (aplicada correctamente y a tiempo). Es un antagonista opioide que libera -bloqueando él mismo- los receptores opioides que están siendo estimulados causando los efectos de la sobredosis.




Es una droga fuera de patente (su coste es sólo el de fabricación), la síntesis es simple y el precio de producción -dadas las dosis usadas- es ridículamente bajo permitiendo ventas a nivel de mayorista con precios de menos de ½ dólar USA por dosis de naloxona. Además se encuentra en la “Lista de Medicaciones Esenciales” de la OMS, por lo que su existencia y provisiones -como algo normal y rutinario- no deberían resultar nada nuevo. Digamos que si fuera un animal, estaría en una lista de especies a proteger.

Y llegó el mercado. ¿Cuál? El USA y Canadá, ni más ni menos, con su estrategia de crear primero la epidemia de usuarios adictos a opioides y luego presentar nuevas soluciones para “ese nuevo problema que sufrimos como sociedad”. Lo contábamos hace unos días en este portal, cómo el revolcón -inmoral e ilegal- de masajes con billetes desde la industria farmacéutica al legislador y los médicos, ha puesto en grave peligro a toda la sociedad dado lo indiscriminado de sus prácticas para ganar dinero.

Ahora sus prácticas incluyen el “mercado de la sobredosis” y aunque ya se encuentran bajo investigación, gran parte del eco mediático que recibe el actual problema de la “epidemia de los opioides en USA” se debe a que, en este momento -ya desde hace tiempo pero ahora más descaradamente- a las propias farmacéuticas les interesa que se saque. Aunque a ellas les toque hacer un cierto “acto de contrición público” en el peor de los casos, está justificando la compra masiva de “antídotos” para esas sobredosis, ya que se está formando a la policía, bomberos e incluso profesores en algunas zonas, dado el tamaño del problema. Eso, al final, se traduce en números que suben y bajan en compañías que cotizan en bolsa. ¿Y qué os voy a contar? Paso de aburriros, ya os lo imagináis: la naloxona pasó de costar medio dólar -durante casi 50 años- a costar hasta casi 1.000 dólares por un par de inyecciones

Como es el caso del autoinyector “Evzio”, que son dos inyecciones precargadas cuyo coste no debería pasar en farmacia de 5 dólares (siendo generosos con todos). Lo de querer cobrar casi mil dólares por “dos chutas con naloxona”, sí que es “NIVEL GRAN NARCO” en drogas y no lo que hacía el Chapo Guzmán. ¡A la gran farma-industria no le dan clase aprendices!

Existe también un dispositivo llamado “Narcan” que permite la administración de naloxona de forma intranasal (con una especie de nebulizador), cosa más sencilla de hacer por parte de alguien que inyectar en una vena, y cuyo precio pasó en 3 semanas -hace más de un año- de 27 a 42 dólares sin razón que lo justifique, salvo el casoplón de 13 cuartos de baño del presidente de la compañía. 

La sobredosis cotiza en bolsa: bienvenidos al mercado manipulado por regulaciones “ad hoc”. Ahora imaginad lo que siente el presidente y los accionistas cuando lo que ven es el mercado potencial de USA para que la policía, bomberos, médicos y paramédicos en las calles, lleven todos kits de naloxona -vendidos por ellos- y estén entrenados en su uso, en cursos que ellos también pueden impartir. ¿Sabéis el pedazo negocio que eso? Los muertos -que las farmacéuticas generamos enganchándoles- en realidad son lo de menos, víctimas colaterales como se dice ahora. Y todo para salvar vidas americanas. Son unos genios estos narcos de “la gran farma”; normal que les encante lo de la guerra contra las drogas con el dineral que les está dando.

Pero por no acabar este segundo texto sobre el asunto de los opioides -y sus negocios y muertos asociados- en USA de una forma realista y pesimista, voy a recuperar el brillante diseño que hizo Morten Gronning Nielsen, un joven ingeniero de una escuela de Copenhage, y cuyo precio, sumando los componentes, se podría llevar a mercado por menos de 50 euros. No, no hablamos de una simple jeringuilla precargada, atentos al brillante invento que -de momento- nadie ha parece querer desarrollar y vender.



Se trata de un monitor de pulso y oxigenación que cualquiera puede llevar puesto en su brazo -si está consumiendo opiáceos u opioides de forma que pueda sufrir una sobredosis- y que cuando detecta que el oxígeno en sangre y las pulsaciones de la persona han bajado, tras emitir una alarma sonora avisando, inyecta en el brazo de la persona una dosis de naloxona de forma automática permitiéndole salir de la sobredosis antes de que sea irreversible. Se trata de un invento brillante que, hasta donde sé, ha pasado totalmente desapercibido.



Aquí una prueba de cómo funcionaría usando una naranja partida para que se pueda ver la difusión de la sustancia coloreada a tal fin, que muestra como un poco de ingenio y recursos que están al alcance, se pueden encontrar soluciones creativas y realmente avanzadas por poco dinero: no necesita de terceras personas y funciona aunque caigas inconsciente, lo que lo hace mejor que cualquiera que las otras opciones en multitud de casos.




Su diseño es la evidencia viva de que cobrar 1.000 dólares por un par de jeringuillas precargadas que apenas cuestan 5 dólares de fabricación, es algo que debería etiquetarse como “terrorismo farmacéutico” con la complicidad del legislador -omnipotente siempre en esto de las drogas- en el que el objetivo es toda la población.

El problema de la “epidemia de opioides” en USA y Canadá fue creado artificialmente en un movimiento mafioso de la industria farmacéutica, lubricado para que entrase bien con dinero a médicos y políticos y que, cuando ha empezado a rendir muertos, ellos han sabido convertirlo en una bendición para su negocio y evitar pagarlo como una desgracia por haber sido los responsables en último término de muchas de las muertes, de sus clientes legales con receta médica.

No soy nadie para saber cuál será la clave que acabe con un problema creado para ganancia de de estas “empresas de la salud”, pero estoy seguro de que la solución no pasa por usar y pagar más productos de los que crearon el problema; 
cuidado con las farmacéuticas, 
que las carga el diablo.


jueves, 3 de marzo de 2016

El péndulo de la Dra.Heroína

Este texto, sobre la epidemia de médicos prescribiendo opioides alegremente en USA que ha acabado creando una epidemia de muertos por sobredosis, fue publicado en el portal Cannabis.es y es el primero de dos enlazados temáticamente. Esperamos que os guste.

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El péndulo de la Dra. Heroína.


¿Cómo explicarle a un lego lo que está pasando en los USA con los opiáceos? ¿Qué hacen contando los muertos por miles debido a sobredosis de opioides recetados por médicos? ¿Por qué caen como moscas grupos locales de usuarios de heroína en USA y de dónde han salido tantos?

Empecemos por aclarar algo: los opiáceos y los opioides -algunos usan los nombres indistintamente aunque no son lo exactamente lo mismo- son en su inmensa mayoría drogas adictivas. Esto quiere decir simplemente que cuando un organismo comienza a tomarlas (da igual por qué vía) y su cuerpo se acostumbra a tener una cierta cantidad de esa droga en sangre, la falta posterior de esa droga -u otra muy similar- que permita mantener ese nivel en la sangre, provoca un síndrome de abstinencia. 





¿Qué y cómo de duro es un síndrome de abstinencia? Pues los hay de muchos tipos y sabores, y dependen de la sustancia que se haya consumido, la dosis y frecuencia de consumo, y la duración del mismo. Muchos de los fármacos que se usan hoy día en la consulta de cualquier médico de cabecera pueden provocar síndromes de abstinencia que harían palidecer al heroinómano más experimentado, así que entendamos el asunto como lo que es en este caso: una cuestión de requerimiento fisiológico en la que el cuerpo lo pide, y si no lo tiene, te castiga con dolores y malestar en distintos grados. Algunos leves pueden ser como un molesto resfriado (con dolores articulares y sólo ganas de meterte en la cama, o de meterte más droga que te quite los síntomas) o estar con cierto malhumor durante unos días, como sufren los fumadores mientras sueñan con cigarros encendiéndose a su alrededor, o con tener menos facilidad para entrar en el sueño como le ocurre a los fumadores de cannabis cuando les falta el porrito de por la noche. Puede ser algo así, o puede ser un cuadro con alteraciones psíquicas serias, alteraciones orgánicas peligrosas que pueden llegar a matar como en el caso del alcohol, o alteraciones del sueño que pueden volver loco al más pintado en el caso de las benzodiacepinas, etc. 

Todo depende de qué, cuánto, cómo y durante cuánto tiempo.

La cosa sigue así. Imagine que va a su médico y para ese dolor de espalda que usted tiene -provocado por una mala postura que suele adoptar junto con falta de ejercicio físico- y que se ha vuelto un problema ya: usted es una persona normal y corriente, que no sabe nada de drogas, y que tiene -pongamos- 58 años. Un ejemplar y patriota padre de familia con bandera en el porche de su casa, que nada en absoluto tiene que ver con las drogas. Y su médico le da una pastilla que puede que, por primera vez en su vida, le alivie de verdad el dolor. Eso está genial, ya que fuera de una función diagnóstica, el dolor no debería tener cabida ni tolerancia en la práctica medica, sea cual sea su origen. Nuestro protagonista “ad hoc” -llamémosle Joe- se siente feliz con esa medicación. Y no le faltan razones, ya que le quita en gran medida el dolor que tiene, le ayuda a dormir mejor y hace más soportables las monótonas noches de pareja en la dilatada rutina conyugal. ¡Casi que hasta hace a la TV divertida, coño!

El asunto es que si Joe sigue así, tomándose suficientes pastillas como mantener todo el día su sangre con droga en ella, acaba siendo un adicto. En este caso sería un adicto yatrogénico al serlo “por causas médicas”. Puede que el caso de Joe sea uno de los que realmente necesitan opioides para tratar su dolor, pero puede que tal vez sólo hicieran falta de forma puntual y no se retiraran después o que, por comodidad, el médico el ver una respuesta positiva del paciente -y seguramente una reticencia a que le quitasen la panacea del bote de pastillas- decidiera simplemente complacer a su paciente, lo cual en sí mismo tampoco ha de ser nada necesariamente malo.





Pero si en ese esquema en el que prescribes con cierta generosidad fármacos que esencialmente hacen lo mismo que la heroína o la morfina, metes a una industria farmacéutica en constante cópula con el legislador y el fiscalizador de las drogas en USA, pues la hemos jodido. 

La pasta de la industria farmacéutica -los que venden las droga legales, básicamente- es tan adictiva como la del narcotraficante, o más en su caso porque “transcurre por cauces de aparente legalidad”, y la cantidad de pasta que se mueve en la rama farmacéutica de la “industria de la adicción” (drogas legales, fármacos de prescripción, servicios sexuales y porno, comida rápida y adictiva, etc.) es muy alta. Así que las farmacéuticas asaltaron a los legisladores por un lado y a los médicos por otro, a unos dándoles pastaza para sus asuntos y a los otros, pues de la misma forma: sólo cambiaba el cómo.

Al médico le controlaban la cantidad de recetas que emitía de cada fármaco y marca, de manera que se le podía “sugerir” (ya saben cómo de elástico es eso de sugerir) que recetase más una u otra, para que le dieran pasta o más pasta. Y coño, si es legal nadie tiene por qué decir que no a un caramelo, ¿no? Así que el médico no es que vaya a empezar a dar heroína en pastillas a todo el que le visite, sino que cuando tenga que tratar un dolor (una causa justificada) estará “más inclinado” a recetar lo que la industria quiera y el legislador le permita. Como al legislador le tienen domesticado a base de pasta para sus campañas y está tranquilo mirando a otro lado, éste no dice ni mu. Y hasta puede presumir de que hay más ciudadanos felices gracias a él, que ya pueden vivir sin dolor.





Así que mientras en USA arrasaban dispensarios de marihuana medicinal, a la vez estaban diciéndole a los doctores -mediante un incentivo perverso en el mercado como son las primas por recetas- que recetasen más y más mórficos. Si alguien en este punto cree que la heroína es mala, pero la morfina es buena, o que la morfina es lo último pero la oxicodona es más suave, que deje de creer nada: todos estos fármacos son en esencia iguales, hacen lo mismo y matan igual. 

Realmente la industria sabía lo que estaba pidiendo -porque conoce la historia de lo que pasó cuando lanzó la heroína como fármaco contra la adicción a la morfina- y los doctores deberían saber lo que estaban haciendo: creando adictos. 

¿Como médico recetabas cannabis? Te mandamos al talego por prácticas contra la salud de tus pacientes. ¿Recetabas cantidades industriales de mórficos adictivos? Te pagamos unas vacaciones en el burdel más cercano: no exagero, las primas en el complejo equilibrio médico-farmacéutico se pagan (aún hoy) de las formas más variopintas.





El resultado de esto, como cualquiera puede imaginar, es que se crean un montón más de adictos y esto es una realidad que no tiene que ver con nada moral: son adictos como lo es un dependiente a cualquier otro fármaco que cree adicción, psicoactivo o no. El número de prescripciones de mórficos en USA (y Canadá, que les sigue de cerca en casi todo) empezó a crecer como si estuviéramos en tiempos de guerra y en poco tiempo, el negocio ya era doble: el sistema te hace adicto, y nosotros te curamos. Entraron en juego las “clínicas contra la adicción” que esencialmente son lo mismo que en España y también se pusieron a hacer caja con la desintoxicación de adictos, mayormente por la vía privada. 

Las farmacéuticas sacaron más presentaciones “modificadas” de fármacos, porque resultaba que la mayoría de los mórficos están descubiertos hace muchas décadas, con lo que no tenían ya patentes para cobrarlos caros y empezaron a experimentar con otras formas de administración: retardada, por piel, sublingual, intramuscular para unos días, por el culo y hasta en una maquinita que viene a hacer lo mismo que esnifar fentanilo (uno de los opioides más peligrosos de manejar) y que te da una dosis instantánea y nasal -o sublingual- de opioide con sabor a rica menta (como un mojito). 

Se especializaron en sacar pasta de vender “nuevas formas de aplicación” que sí generaban patente y se cobran aún mucho más caras, y esto aumentó más el número de usuarios porque aumentaba la presencia y acceso entre la población a estos dispositivos de forma legal, animando con más dinero a los médicos a recetar sus productos. Realmente era (y es) como un juego entre laboratorios a ver quién era capaz de enganchar en más medicaciones a más población, da igual cuales. Si ves la lista de las 100 más vendidas lo entenderás. Y joder, los opiáceos y opioides enganchan: bastante cuando se usan de forma prolongada.





Los ratos de cama entre una industria “lobby mafioso”, untando de dinero un sistema médico-legal como el de USA, acabaron creando una enorme masa de consumidores adictos a estas drogas que no eran tipos en un callejón sino abuelas. Como la que sin querer mató a su nieta al dejar en la basura un parche usado de un fármaco recetado por su médico, que la niña vio y recogió, poniéndoselo en la piel cuando jugaba a imitar a la abuela enferma y muriendo sin despertar horas después. 

O esos casos de hombres mayores que están recibiendo opioides de liberación retardada y que sin explicación, en un ataque súbito de sueño o de droga en sangre, se duermen al volante de su coche. O los que se quedan dormidos sin más porque el médico que les trata les indicó una dosis que para su metabolismo de eliminación era excesiva y acaban en una sobredosis en la cama. Empezó a haber muertos, cada vez más, sobredosis, cada vez más y también más mamoneo al prescribir, trapicheo y mercado negro asociado a las drogas de farmacia. 

La aplastante lógica de la máquina legislativa de USA entró en acción y simplificó el problema con la misma torpeza que ha tratado otros muchos asuntos: “si los opioides matan, quitemos los opioides”. Así que de golpe, a toda una población que contiene un porcentaje muy alto de adictos a algo equivalente a la heroína -sin saberlo muchos de ellos- les quitaron la droga salvo a los casos más justificados. Un buen día les dijeron “no, de esto ya no nos queda, pero le podemos dar una aspirina, si quiere”. Algunos se lo pudieron comer, otros no fueron capaces. Y los que no, acudieron a buscar ayuda al mercado negro (por donde casi todos pasamos, de una u otra forma, al final).

¿Qué les esperaba en el mercado negro? Pues las aberraciones más curiosas que la prohibición de las drogas pudiera crear, desde inhaladores “caseros” de a-saber-qué-fentanilo hasta pastillas falsificadas de oxicodona -una de las grandes en el “top ventas”- que eran falsas y contenían drogas aún más potentes y peligrosas. De todo. Y sobre todo mucha demanda, lo cuál aumentaba el número de estafas en circulación. 




Una demanda hecha de gente como ellos, relativamente nuevos adictos, que habían pasado de una adicción legalmente mantenida y estimulada (lo supieran o no) a tener que lidiar con su dolor, problemas, trabajo y pareja sin algo que les ayudase: no se ven capaces. Y también, como no, están los siempre socorridos “stamp bags” o papelinas de heroína del tamaño aproximadamente de un sello grande que se venden por 10 dólares, lo cual es razonablemente barato como coste mínimo -aunque en Madrid una cantidad similar se vende por 5 euros, y he visto vender hasta 1 euro de heroína (para “manchar” la base de coca)- de manera que casi cualquiera pueda acceder a ello. Aunque la heroína que suelen tener en USA suelen usarla inyectada o esnifada, no fumada. Y eso añade un problema más porque esas vías de administración producen más muertos, ya que la impregnación del organismo con la droga se produce de golpe y no se puede detener.

Y a todo este panorama, que ha ido empeorando con cada decisión y con cada acción tomada, se le añade un nuevo actor que agrava el problema: el fentanilo y sus derivados. Son opioides muy potentes que equivalen a decenas o cientos de veces la misma cantidad de morfina o heroína. Los narcos lo han descubierto y han visto que resulta más fácil sintetizar medio kilo de eso que sembrar, recoger y procesar varias hectáreas de adormidera y transformarla en heroína. 

En muchos casos, la droga que usan no es ni siquiera fentanilo, sino derivados del mismo que -como son legales- no tienen ni que sintetizar, sino que se encargan vía Internet a China. Los narcos del mercado negro han empezado a usar estas superpotentes drogas para fingir las otras, prohibidas o restringidas como la heroína o los mórficos de farmacia, con el resultado añadido de que -de golpe- mueren grandes porcentajes de grupos locales de usuarios de drogas cuando les llega una partida adulterada con estas otras moléculas por sobredosis, principalmente debido a que esnifan o se inyectan de golpe la dosis que creen adecuada, y no calcularon bien. Muertos porque el mercado negro -creado por la prohibición de las drogas- no ofrece datos de pureza.





Mientras en USA sufren una epidemia por uso de opioides (legales o no) que les ha obligado a hacer que la policía se tenga que entrenar a llevar y usar naloxona inyectable -el antídoto de los opioides- debido al elevadísimo número de sobredosis que sufren como sociedad, en Europa las políticas de prescripción de opioides son extremadamente rígidas en general, y aunque poco a poco los médicos se van abriendo a recetar mórficos para dolores severos, el tratamiento de los pacientes con dolor carece de cierta homogeneidad por zonas locales y queda a discreción del médico, quién en el caso europeo sufre otro incentivo perverso pero en sentido opuesto: mejor no recetar mórficos. ¿Por qué?

Tienen la idea -debida a la falta de uso- de que su capacidad adictiva es inmanejable o saben que si prescriben esos fármacos serán mirados con más atención por parte del sistema. O simplemente -como me dice mi propio médico- porque para rellenar una receta de estupefacientes (así se llaman en España) hacen falta más datos, copias y sellos que para comprar una casa. Así que si nadie se lo ordena (lo que equivale a que te lo recete un internista o un traumatólogo como poco) ellos no van a poner en tus manos algo que sólo les puede traer problemas e incordios. ¿Que te quedas con dolor? Díselo a un especialista, que ellos -los de familia o “cabecera” sólo firman y por tus recetas “complicadas de rellenar y peligrosas de emitir” no cobran más, y sí tienen que rendir muchas más cuentas al estado.

El tratamiento del dolor clínicamente con opiáceos parece ser un péndulo que se mueve entre dos posturas extremas, ambas perversamente incentivadas: la de USA con unas tasas altísimas de prescripciones de estas drogas vs. la de Europa que en una mezcla de moralismo y miedo se quedan extremadamente cortas.


Si en el medio está la virtud, ésta queda 
-políticamente en materia de opiáceos-
 en mitad del océano Atlántico.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Drogas y pena de muerte: la paradoja del activismo dañino.


Este texto fue publicado por la Revista Yerba.
Espero que os guste. :)

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El gallo de Sócrates.


“Critón, debemos un gallo a Asclepio, no olvides pagar dicha deuda” dijo y después no hablo más.

Así han pasado a la historia las últimas palabras de uno de los condenados a pena de muerte más famoso de todos los tiempos. La interpretación clásica que hace la filosofía de dicho momento es que Sócrates expresaba de esa forma un cierre con su existencia en la que dejaba todos los asuntos zanjados, a la usanza de los testamentos clásicos.

¿Fue así? Hagamos un rápido repaso al asunto. Un “más que chulo” Sócrates se enfrenta con el poder y el poder le somete a juicio, pero cuando quienes le juzgan -por temor a una revuelta popular- le están intentando librar de la condena, el caballero se arranca y les espeta en la cara que “no sabe de qué cominos le tienen que perdonar a él, cuando lo que deberían hacer es darle un premio por sus actos” y listo: condenado a pena de muerte por abrir la boca. 




Aún así, esperando el momento de su ejecución, Sócrates cuenta con una posibilidad de huida que rechaza, y acaba llegando voluntariamente al momento del gallo tras tomar la cicuta que le mataría momentos después.

Una vez ya tapado en sus últimos instantes esperando la agonía, decide descubrirse, mostrarse a los discípulos que le acompañaban en ese último momento y dejar ese recadito para Asclepio

¿Os suena el simbolito? 
¿Os recuerda a algo, aparte de al Tío la vara?


¿Y quién era Asclepio? Pues Asclepio era el dios griego de la medicina, ni más ni menos. Vale que Sócrates quisiera dejar sus cuentas zanjadas. ¿Nadie ve ahí un cierto sarcasmo en un tipo que podía haberse librado de la pena de muerte -varias veces- pero fue tan chulo que prefirió morir delante de todos? Yo sí. 

Te estás muriendo en aplicación de la pena de muerte y tus últimas palabras son que le ofrezcan un gallo al dios de la medicina. ¿Estaba agradeciendo una buena muerte de forma sincera? Tal vez. Lo cierto es que no tenemos una certeza ni del momento ni de sus exactas intenciones y todo queda a la interpretación de cada cual.





¿Cómo era la muerte 
a la que 
se enfrentó Sócrates?


La muerte por cicuta no es una muerte agradable: fuertes mareos, vómitos y dolores mientras una parálisis va comenzando por extremidades hasta ahogar a la persona -que se va poniendo de color azul-  paralizando todas sus funciones básicas. Por eso a Sócrates se le administró a la vez un paliativo a base de plantas que, casi con toda probabilidad, incluiría opio y puede que solanáceas para ayudar a la persona en el tránsito hacia la muerte, aunque se desconoce el contenido exacto.

Como se pudo notar -más que de sobra- que no era la intención de Sócrates librarse del castigo, se le dejó salir a morir caminando, con sus discípulos más queridos, hasta que tuvo que echarse a un lado del camino porque su organismo colapsaba en un estado de vértigos y ahogo.



Y en ese momento le recuerda a Critón, su querido discípulo, el gallo debido como ofrenda a Asclepio, dios de la medicina o de lo que era lo mismo en aquella época: del uso de plantas para ayudar a vivir y a morir. ¿Ironía? ¿Sarcasmo? ¿Agradecimiento real? 



De la Grecia clásica 
al Texas de 1977 
en los USA.


En este salto de muchos siglos, la pena de muerte es algo que nunca se ha dejado de aplicar, prácticamente en todos los países del mundo. Los métodos que el ser humano ha usado para dar muerte a sus semejantes condenados han variado desde el desmembramiento por 4 caballos, a ser colgado de un árbol o una grúa, a ser apedreado/a hasta la muerte por traumatismo, al pelotón de fusilamiento o a nuestro hispánico 'Garrote Vil'.


España exportando lo mejor de la tierra.


En ese año de 1977, un examinador médico del estado de Oklahoma, de nombre Jay Chapman, propuso lo que desde entonces es conocido como el 'Protocolo Chapman': una forma menos dolorosa para aplicar una sentencia de muerte basada en los conocimientos médicos y recursos farmacológicos que teníamos. 

Jay Chapman

El protocolo eran las directrices para poner un suero intravenoso en el brazo del reo y, en el momento dispuesto, inyectar una dosis anestésica de un barbitúrico de acción ultra-rápida, seguida de un paralizante muscular que detiene la respiración y de una dosis de cloruro potásico que detiene el corazón.

Las razones que motivaron este cambio eran de tipo humanitario: vamos a matar al reo, pero no hay necesidad de hacerlo de una forma que cause un daño innecesario. Así que el protocolo fue ajustado por un médico anestesista -los que tienen la llave de la vida y la muerte- e impulsado hasta convertirse en ley por un “hombre de Dios” llamado Reverendo Bill Wiseman. 

El Reverendo Bill Wiseman.


Es decir, entre dos médicos y un cura habían creado la inyección letal como “la menos mala de las formas de matar” y fue Texas el primer estado en adoptar la nueva forma ejecutoria en sus disposiciones legales y el primero en aplicarla sobre un ser humano: el 7 de diciembre de 1982 moría el primer reo con la muerte -como castigo- menos cruel que se podía aplicar sobre un ser humano.

Obviamente no era el primer humano que moría tras administrarle una inyección mortal: los nazis hicieron todo tipo de pruebas con prisioneros, entre las que se incluían inyecciones de gasolina como experimentos médicos. ¿Repugnante? Sin duda. Pero a USA no le vinieron mal todos los datos extraídos de la experimentación nazi sobre humanos y los usó para propio interés. Sin embargo esa ola de caridad a la hora de matar a un ser humano se extendió pronto por todo el país, hasta el punto de que en el año 2005 todas las ejecuciones realizadas en USA fueron con dicho método.



Causa causatis causa causae 
o “lo que causa la causa 
es la causa de lo causado”.


A la vez que USA desarrollaba un método para matar de forma menos cruenta, sus colegas ingleses rechazaban la idea de matar personas con una inyección, más que nada porque no les parecía ético y que dicha acción violaba los principios médicos que se suponen están enraizados en la propia medicina, como el precepto de “primum non nocere” o “lo primero es no causar daño”.
Ellos preferían seguir haciéndolo de la forma tradicional: con la horca o a tiros.


Método civilizado 
donde la medicina no tiene lugar 
para ayudar a la muerte.


Es cuestionable que dentro de la raíz de la medicina no se encuentre el facilitar la mejor muerte posible a una persona que enfrenta dicho trance, por la razón que sea: la muerte de Sócrates es un buen ejemplo de ello. Pero esa fue la postura inglesa en una Europa que empezaba a asentarse en cauces menos violentos y que progresivamente iba tumbando las leyes sobre pena de muerte. En España se retiró el 'Garrote Vil' y dejamos de matar con la llegada de la democracia aunque la pena de muerte en nuestro país siguió vigente algunos lustros dentro del código penal militar.

En el empeño que tiene el ser humano de hacer que los demás vivan a la manera que a cada uno le es propia, Europa y su activismo enfrentó la pena de muerte en el mundo. Con toda razón: las cifras son terribles y las razones para matar, aún peores. Tenencia de drogas, disidencia ideológica, homosexualidad... un bochorno para todo el ser humano escribir en nuestra historia que matamos por esas razones, entre otras. Y es cierto que Europa lidera muchas de las causas más nobles de derechos humanos que hay en el planeta, pero a veces no lo hace de la mejor manera y esta vez han patinado.

El activismo europeo contra la pena de muerte, hace algunos años eligió como uno de sus objetivos a presionar y atacar a los laboratorios farmacéuticos que fabricaban “las medicinas de la muerte”. Flaco favor le hicieron a muchos seres humanos condenados a morir en USA con dicha acción.



A los laboratorios farmacéuticos pronto les llegó la noticia de que intencionadamente se pretendía asociar sus nombres con la muerte, de manera que se les perjudicase económicamente. Dicha acción pronto contó con una reacción: los laboratorios se empezaron a distanciar del asunto.

¿Por qué si las farmacéuticas no tienen escrúpulos decidieron retirarse? Porque no son tontas y matar no da dinero. El principal objetivo de los grupos activistas fueron los productores de barbitúricos, que a día de hoy son fármacos con muy poco uso fuera del entorno hospitalario porque fueron superados por las benzodiacepinas en el manejo de la ansiedad y los trastornos de corte neurótico, incluidos los trastornos del sueño. 



Hace falta más cantidad de droga para una operación quirúrgica larga que para matar a una persona, y se hacen muchas más operaciones de todo tipo en los quirófanos del mundo que en las salas de ejecución. Los barbitúricos, que son drogas que tienen la “virtud” de matar con facilidad, eran la principal vía de suicidio para muchas personas que no encuentran el apoyo legal para poder morir de una forma digna en tiempo y modo. 

Países como Bélgica que son punteros en la aplicación de la eutanasia (buena muerte) tienen al barbitúrico y al resto de drogas usadas prácticamente igual que las de una sala de ejecución, pero la realizan en un entorno más adecuado.



Acción y reacción.


Cuando los laboratorios farmacéuticos -que son los mismos en USA que en Europa- vieron que la mala prensa les podía causar pérdidas, poco les importó la calidad de la atención al reo: se volvieron muy reticentes a darle al gobierno drogas que fuera a usar para matar aunque las mismas se las seguían dando a hospitales porque tienen idéntica necesidad en su uso. 

El gobierno USA se vio en un momento corto de suministros y decidió probar con otras formas de matar, siguiendo la linea de la inyección letal. Existen cientos de fármacos que pueden causar la muerte, y se puede hacer durmiendo a la persona primero, lo que en esencia era la idea humanitaria del 'Protocolo Chapman'.

A nivel médico, no es necesario contar con barbitúricos para provocar una muerte, sino que existen otros protocolos que sirven. La fórmula de la 'sedación paliativa' (con cierta carga como eufemismo) se basa en usar una benzodiacepina, de acción hipnótica como el midazolam, seguido de una dosis de opioides que va sumiendo a la persona en un sueño cada vez más profundo hasta que muere. 



Es un gran método para dar una eutanasia asistida en un hospital, pero muy poco acertado para una sala de ejecución por la razón de los tiempos de acción de esas drogas en las distintas personas con distintas tolerancias. Eso no ocurre con los barbitúricos, ya que la dosis letal no aumenta al tener tolerancia y es uno de sus principales peligros en el uso médico, además de la razón de la muerte de Jimi Hendrix.

El concepto de eutanasia choca con el de la ejecución rápida, en la que el estado representado por las autoridades, parte del jurado, testigos, familia y hasta prensa se encuentran reunidos para matar, en un acto que cuanto más rápido sea mejor, y eso es lo que importa. 




Así que aunque el gobierno USA abrió la vía legal para matar a los reos con lo que sería similar a una sobredosis de heroína (legal) con benzodiacepinas para ayudar se topó con que pocas cosas son tan rápidas para matar como su antigua fórmula y que la nueva fórmula de inyección letal funcionaba muy bien en algunos casos, como el primero en el que fue aplicada en el año 2009 en el que terminó con la vida de la persona en 10 minutos, y tremendamente mal en otros. 


Del gallo socrático 
al último sarcasmo letal.

Clayton Derrell Lockett no parecía un buen tipo. Condenado a morir en el año 2000 por violación, sodomía, secuestro, asesinato con ensañamiento y enterramiento ilegal, fue alargando su vida a base de apelaciones y recursos como el resto de condenados que esperan en un ala de una cárcel para ser ejecutados. Le llegó su día el 29 de abril de este año. 

El reo ejecutado en la paradigmática carnicería.


Los activistas europeos contra la pena de muerte habían conseguido la retirada total del barbitúrico de las salas de ejecución, con apoyo de la presión en USA contra la pena de muerte. Pero lo que no habían conseguido eliminar, era la propia pena de muerte: a Clayton no le hicieron un favor con su lucha.

En lo que ha pasado a ser el paradigma de una ejecución totalmente chapucera este fue el relato de lo acontecido. Llevan al reo a la sala y se le pone en la camilla, se le ata con correas de cuero de manera que no pueda moverse, o lo haga lo menos posible.



Se atraviesa su piel con una aguja directa a su vena. Se le inyecta una dosis mortal de midazolam e hidromorfona. Un problema en la elección de la vía (vena) acaba con una situación en la que las drogas inyectadas se ven incapaces de alcanzar un nivel adecuado en sangre por un bloqueo. El reo es declarado inconsciente. A pesar de ello, el reo se retuerce, gruñe e incluso habla durante todo el proceso intentando librarse de las correas de cuero en su enfrentamiento con la muerte.

Tras más de media hora, el proceso de ejecución se detiene por orden del médico responsable. Una vez detenida la ejecución del reo, las drogas y el esfuerzo vivido provocan al reo un paro cardíaco que lo mata. El reo no era buena persona pero, como sociedad, no parece que sus asesinos fueran mucho mejores.

El escándalo que provocó la carnicería que montaron para matar a Clayton ha tenido consecuencias importantes para la pena de muerte en USA. No se alegre todavía, no es lo que lo que piensa: a final de mayo de este año el estado de Tennessee adopta una ley que permite volver a ejecutar a los reos mediante la silla eléctrica y otros estados dan pasos para volver a introducir los pelotones de fusilamiento. 



La silla eléctrica se presenta como la mejor solución en USA solución a la falta de drogas, artificialmente creada por el activismo desde Europa, para matar adecuadamente. 




Sí: las drogas sirven para matar tanto como para curar. El activismo mal planteado en Europa ha conseguido que los reos no puedan morir de forma rápida y bajo anestesia, regalándoles la doble condena de saber que morirán con miles de voltios atravesando su cráneo, cerebro y con todos los músculos de su cuerpo en agónicos espasmos hasta quemarles por dentro. 

¿Era esta respuesta la que buscaban? 

Hay más humanidad en 
el 'Protocolo Chapman'. 



viernes, 29 de agosto de 2014

SOBREDOSIS


Recuerdo la primera tarde que pisé una facultad - de Medicina- para recibir algo de formación decente sobre la farmacología de la adicción. Eramos chicos y chicas tímidamente opinando de drogas y fumando -sí, fumando tabaco como perros- a las puertas de un aula enorme de la facultad de Medicina.

Al entrar, la profesora, que parecía una mujer algo neurótica -pero era ciertamente un cerebrito en su campo- y estrambótica, de esas que si no la conoces te daría miedo preguntarle por la calle qué hora es por si te empieza a gritar sin motivo alguno, empezó a hablar del siglo XVIII y de secar páncreas de cerdo, de hacerlos polvo una vez secos y venderlos como "droga" (aunque era un concepto que no existía como actualmente) a la gente de esa época. La cosa sonaba rara.

Dijo que la mayoría de la gente que probase esa droga, el páncreas de cerdo seco y en polvo, se sentiría mal y no les gustaría. No servirían como clientes. Pero que habría otro grupo de la población a quien esa droga les haría sentirse "mejor que nunca" y seguramente querrían seguir consumiéndola, de la misma forma que hay un porcentaje de la población actual que tras probar los opiáceos como la heroína, hay un grupo de personas que quieren seguir consumiéndolos, y así hacen.

Terminó su presentación diciendo que hoy en día, a los primeros (los del páncreas del cerdo seco) les llamamos diabéticos y les tratamos con insulina, pero a los segundos les llamamos drogadictos y les tratamos con medidas de represión de su comportamiento: penales, legales, sociales y médicas.

Más de 20 años después, tras una noche de concierto con Extremoduro, deliciosa, llena de drogas, charlas y buen rollo, me despertaba en una casa en Arenas de San Pedro, Ávila, con mi pareja gritándome y una chica convulsionando a mi lado. Era la primera sobredosis -de las de vida o muerte- que tenía delante, y no había tenido ni tiempo de despegar los ojos. Ni sabía que era una sobredosis, realmente...

Una mujer de 30 y pocos años convulsionaba salvajemente sobre una cama (menos mal), yo la cogí y la coloqué de lado, por si había vómito. La persona convulsionaba de forma violenta, pero mantenía un "cierto contacto visual" -estaba con los ojos abiertos como si no pudieran abrirse más, como si quisiera hablar con ellos, y fijos en mí que estaba frente a ella- y a la vez "boqueaba" como si le faltase el aire, como un pez muriendo fuera del agua, como si quisiera respirarlo todo a la vez y no pudiera. El cuadro daba miedo, yo creía que tenía a alguien muriéndose en mis brazos.

Manda huevos!! Tantas drogas, tanta fiesta, tanta hostia, e íbamos a tener una muerte por una sobredosis de insulina??? Sí, era insulina. La persona era diabética, cosa que todos los que íbamos sabíamos, pero en un arranque de estupidez, se levantó con la boca seca (un síntoma que algunos diabéticos suelen achacar al exceso de azúcar y la necesidad de insulina) y se inyectó una cantidad de insulina del doble de lo normal que se suele inyectar, sin hacerse primero una prueba de azúcar para conocer su nivel en sangre. Y para rematarlo se metió de nuevo en la cama, sin comer nada... 

El azúcar, la glucosa, en el cuerpo de la chica, que sólo había tomado 1 coca cola en todo el concierto y nada más en 15 horas, cayó en picado. Sólo la suerte hizo que hubiera alguien dormido a su lado que notó las convulsiones y reaccionó, o seguramente hubiera muerto. Nos hubiéramos despertado con una amiga muerta en la habitación (o en la misma cama). La cosa no terminó ahí: estábamos en una casa alquilada donde no sabíamos ni donde estaban los vasos, y estábamos intentando darle azúcar disuelto en agua en un "vaso de sidra" (muy grande y de cristal muy fino) que debido a las convulsiones era imposible, porque rompía el cristal con la boca. Al final, bloqueándole todo el cuerpo con los brazos y manteniéndola erguida pero con la cabeza bloqueada, pudimos conseguir que tomase algo de agua con azúcar... que en poco más de un minuto había surtido efecto.

La reacción del servicio de emergencias, coordinada por el 112 al teléfono fue impresionante. Tuvimos la suerte de que en el pueblo había una base de emergencias médicas y en menos de 7 minutos (eternos) teníamos a la ambulancia con una médico y dos enfermeras, que atendieron todo el asunto de forma magistral, tras el susto pasado, daba gusto verlas actuar, hacer un electrocardiograma en el lugar, unas pruebas de glucosa, etc... (la chica sólo había subido a 42 de azúcar al llegar ellos, y a 56 cuando se fueron -tras comprobar que estaba bien- cuando los valores normales están entre 90 y 110).

Realmente fue la primera vez que me sentí orgulloso de vivir en un país que tenía medios para responder ante algo así, y que existía dicha coordinación. Y me seguiría sintiendo orgulloso si hoy no hicieran 2 años del Real Decreto que retiraba la prestación sanitaria a los inmigrantes sin papeles en mi país, algo que me hace sentir una profunda vergüenza.

Pero basuras políticas aparte, la reacción de las emergencias en Arenas de San Pedro fue impecable. Si en lugar de una sobredosis de insulina, hubiera sido de morfina o de un opioide, seguramente le hubieran salvado la vida igual con unas cuantas dosis de naloxona. Por suerte en España, la naloxona es algo común en centros de emergencias y el el antídoto por excelencia en las sobredosis con opioides (recetados por el médico o comprados en el mercado negro, da igual) desde nuestra "epidémica" relación con la heroína en los salvajes años 80 y restos en los 90. Y en España, haber consumido una droga, hasta la muerte si quieres, no es delito.

No ocurre igual en otro países, como USA, donde en muchos lugares a quien observa una sobredosis (sea de un opioide o de otra droga) se le plantean diversos problemas en lugar de llamar a emergencias sin pensar nada más. Si quien llama ha consumido drogas, puede ser imputado criminalmente. Si quien llama no ha consumido drogas, no le pasará nada legalmente, pero estará metiendo a su "amigo" o a quien esté viendo en sobredosis (o en algo que uno pueda creer que lo es) en un lío, ya que tras salvarle la vida llamando a emergencias, tendrá problemas legales por haber consumido una droga, lo cual provoca un mayor número de casos en que no se llama a emergencias para no implicar a nadie legalmente.

Dado el brutal aumento en el consumo de opioides (recetados por el médico) en USA que hemos visto en estos 10 últimos años, y en el repunte de la heroína allí, por su barato precio y por estar más fácilmente disponible que los fármacos de prescripción, la sobredosis está de moda de nuevo. La variedad de consumo es brutal, tanto por lo que el mercado lícito produce como lo que el ilícito trae: heroína con fentanilo o derivados del fentanilo ultrapotentes que sirven para adulterar la droga, en muchos casos con mortales consecuencias. La reína de las drogas opioides allí es la oxycodona que por el recorte en su prescripción está haciendo que el mercado de la heroína resurja para cubrir los huecos que esta deja en una población, que para bien o mal, quiere seguir consumiendo opiáceos y la historia nos ha enseñado que lo harán, de una u otra forma, mientras quieran.

Este día 31 de agosto es el Día Internacional de Prevención y Recuerdo de la SOBREDOSIS.
No hacen distinción por drogas, aunque la más llamativa y evitable es la de los opioides, y es en buena medida en donde centran sus esfuerzos: en que haya más naloxona disponible para los usuarios de opioides y opiáceos, así como sus compañeros y familiares. En este año, los laboratorios han vuelto a poner sus ojos en la naloxona, al menos en USA. Han sacado un nuevo producto llamado Evzio que es un inyector manual de naloxona, que obviamente tiene la desventaja de que ha de ser inyectado por alguien que se dé cuenta de que la persona sufre una sobredosis (no son tan llamativas como las de insulina, simplemente te quedas dormido... y adiós).

Lo más remarcable del dicho asunto es lo bello que debe ser tener una sobredosis de opiáceos en vista de cómo lo anuncian. Dan ganas de tomar opiáceos para tener una sobredosis y que te lo chuten en la pierna...


Si me dan una rubia así con el aparato, me compro 3.

De todas formas no me parece el mejor de los inventos o soluciones que han aparecido en este último año. La mejor, al menos la más creativa y audaz es un auto inyector de naloxona que detecta cuándo entras en sobredosis mediante la medición de tus constantes y la saturación de O2 en sangre.

Lo ha diseñado Morten Groenning y ha puesto a disposición de todo el mundo el proceso de fabricación junto con los costes asociados de lo que sería el aparato para que no superase las 20 libras de coste total -siendo el mayor coste el de la naloxona precargada en una jeringa- en su web que merece la pena visitar a fondo,  http://groenning.me/heroin-antidote-injector/ donde encontramos también el diseño de cabinas controladas para autoconsumo de drogas, que resulta cuando menos avanzadas y curiosas para su tiempo.



Tiene también imágenes con una prueba de concepto donde se puede observar el funcionamiento del mismo sobre una naranja partida a la mitad.



La ventaja obvia -además del bajo coste- es que no dependes de la asistencia de nadie para poder salvarte de una sobredosis con un aparato que costaría menos de 30 euros. El nombre del invento es INVIO y desde luego merece un vistazo, mientras haya cifras de muertes por sobredosis tan fácilmente evitables con una correcta distribución de naloxona, que es un producto muy barato.

La imagen con todas las partes y su precio es suficiente para que nadie diga que intentar salvar vidas es demasiado caro.



Inventos que sí están bien pensados. Otra cosa es que no interesen.
Esto sí es que es un WEARABLE de esos y no las google glasses...

Esperemos que algún día, el Día Internacional de la Sobredosis sea por fin algo que no haya que celebrar para concienciar a nadie.