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miércoles, 30 de enero de 2019

Tortura y mala praxis en el Hospital Clínico de Salamanca

Con este texto iniciamos el décimo-tercer año de la Drogoteca como blog  de información sobre drogas y otros asuntos. En este caso, el texto que os traemos, es una vivencia de hace menos de un mes, en el que a una paciente que tomar mórficos (pautados por sus médico especialistas en tto. del dolor) se la deja sin medicar adecuadamente o incluso se la medica con fármacos que no deberían usarse. Todo esto en el curso de un ingreso de urgencia en el Hospital Clínico Universitario de Salamanca. Los pacientes que usan opiáceos, aunque sean estos prescritos por un médico, se tienen que asegurar sobremanera de que a otros médicos no les dé por ignorar su medicación, en un acto de negligencia que les puede enviar al infierno del Síndrome de Abstinencia de Opioides o SAO, como ocurrió en este caso a pesar de encontrarse en un hospital que tiene infinidad de recursos para evitar dicho problema,

Sin más preámbulos, aquí os queda el texto con el que iniciamos 2019.
Deseándoos lo mejor en este año, vamos con ello.

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Tortura y mala praxis en el 
Hospital Clínico de Salamanca.


Este texto recoge lo vivido por una paciente -usuaria de opioides por prescripción médica- y sus familiares, hace tan solo unos días, en el Hospital Clínico Universitario de Salamanca. El uso del término “tortura” en el título refiere al uso de la abstinencia de opioides sin motivo médico que lo justifique, como lo recoge el informe del “Relator Especial sobre la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanas o degradantes” del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en donde se recoge que “Una forma particular de malos tratos, y posiblemente de tortura, infligidos a los consumidores de drogas es la denegación del tratamiento de sustitución de opiáceos, provocando los dolorosos síntomas propios del síndrome de abstinencia”.



Eso fue lo sufrido por Mary, quien desde su entrada en las urgencias de dicho hospital hasta que se atendieron correctamente los problemas derivados de la abstinencia a opioides, pasaron 4 días en los que no se trató correctamente el problema, administrando otros medicamentos para enmascarar los síntomas o incluso un medicamento -Buprenorfina- cuyo uso presenta una contraindicación directa en pacientes tratados con analgésicos opiáceos y opioides, ya que provoca directamente un Síndrome de Abstinencia a Opiáceos o SAO

Cabe resaltar que la paciente es una enferma que está en tratamiento en la “Unidad del Dolor”, por lo que sus opioides están pautados y definidos claramente, de manera que cualquier hospital pueda encargarse sin dificultad de ese aspecto, ya que existen infinidad de medicaciones opioides que pueden ser administradas por diversas vías, de la anal a la intravenosa, de la oral a la transdérmica.

Quede claro que la intención de este texto es exponer públicamente la mala praxis, las negligencias médicas y el desinterés por el dolor de la paciente que muchos de los supuestos profesionales sanitarios de dicho hospital, mantuvieron en este caso. 

No es la intención de este texto atacar a todos los profesionales que trataron a Mary, ya que aunque pocos hubo algunos que no sólo hicieron su trabajo correctamente, sino que demostraron un interés y una atención genuinas ante una mujer a la que se le estaba haciendo sufrir una odisea de dolor sin necesidad alguna ni criterio médico que lo pueda justificar; a estos profesionales, a quienes les agradecimos personalmente su atención, volvemos a agradecerles sus actos sin los que Mary hubiera sufrido una agonía mucho más inhumana que la ya vivida.


Primer día:

En las primeras horas de la madrugada del lunes día 14 de enero de 2019, llegamos a las urgencias del Hospital Clínico Universitario de Salamanca con una mujer -de 52 años- que había ingerido amoniaco por equivocación (se encontraba en una botella de agua mineral, sin ninguna indicación sobre su contenido). La acompañamos su hija -que estaba presente en el suceso- y yo, a quien llamaron pidiendo auxilio al producirse el accidente.



Se atiende a la paciente con celeridad, dada la extrema gravedad que puede implicar algo así, e inmediatamente se le piden distintas pruebas (gasometría, analítica, rayos X y una gastroscopia) y se empieza a administrarle medicación intravenosa. Al cabo de una hora aproximadamente, se decide que se va a quedar ingresada en observación en las camas de urgencias.

En ese momento, cuando la paciente va a pasar al cuidado del hospital de forma íntegra, la hija y yo informamos al médico que la estaba tratando de que la paciente está en tratamiento en “Unidad del Dolor” y que tiene pautados opioides para diversas cuestiones. Le informamos de la medicación exacta que tiene prescrita (200 mg de Tapentadol, 1 pastilla de liberación retardada cada 12 horas) y de cuando fue la última vez que la paciente la tomó (unas 10 horas antes), para que puedan controlar la necesidad de opioide en sangre y le administren el fármaco o un equivalente, ya que prácticamente cualquier opioide servirá para controlar ese aspecto.

Es en ese momento cuando recibo la primera indicación de que los profesionales que la están atendiendo, a lo mejor no son tan profesionales. El médico con el que yo hablaba, al comentarle que es una paciente con opioides (sustancias como la morfina) pautados de por vida, me contesta que “pensará en ponerle un poco de naloxona”. ¿¿Qué dice este tipo?? 

Me quedo tremendamente sorprendido de que el médico diga que le va a poner algo que es justo lo contrario que debería hacer, y directamente le informo de que lo que ha dicho no tiene sentido: la naloxona es el antídoto de los mórficos que se pone cuando hay sobredosis, y la paciente se enfrentaba al problema contrario (infradosis).

Le hago ver al joven -e inexperto- médico la incongruencia de lo que ha propuesto, y que administrarle naloxona provocaría -en menos de un par de segundos- un Síndrome de Abstinencia a Opioides (SAO) a la paciente, con síntomas como de dolor intenso en todo el cuerpo, vómitos, diarrea y agitación extrema, que son justo lo contrario de lo que la paciente necesita. Esto es mucho más necesario en su caso, ya que la forma de proceder ante un accidente de este tipo es evitar causar vómitos como primera medida, para que el líquido cáustico ingerido no cause más abrasiones en traquea, esófago y cuerdas vocales.

El médico ve a las enfermeras allí presentes, asentir con la cabeza a lo que le he explicado sobre la incoherencia de su propuesta, y se la guarda en los calzoncillos ya que la van a ingresar y quedará al cuidado de otros médicos. Nos piden a los familiares que vayamos a casa a buscar dicha medicación analgésica “por si no la tienen en el hospital”, asegura. Esto es muy extraño, ya que lo lógico es que sean ellos quienes controlen la medicación del paciente, y en el hospital existen infinidad de medicaciones que son “equivalentes” a la medicación que Mary, la paciente, tiene prescrita. A pesar de eso, nosotros lo hacemos y al cabo de una hora, mientras la paciente pasa a ser ingresada en las camas de urgencias, volvemos con la medicación de la mano y la mostramos a los médicos que en ese momento la están tratando.

Los nuevos médicos nos informan de que, hasta que no se le realice una gastroscopia para determinar el alcance de las lesiones, no se le puede administrar por vía oral ni alimentos ni bebidas ni medicación alguna. Nadie ha dicho que tenga que ser por vía oral, y les indicamos que en ese momento ya está claramente entrando en un estado de falta de medicación opioide, por las horas que lleva desde que tomó su última dosis. Nos responden que no nos preocupemos por ello, que ellos saben cómo gestionar esos asuntos y tienen recursos de sobra para no tener que usar la vía oral (lo cual es totalmente cierto).

A primeras horas de la mañana de ese mismo lunes, Mary pasa a ser ingresada en planta, en concreto en la de medicina interna e infecciosos (planta 6ª). Una vez más, volvemos a informar a los médicos (en esta ocasión, a los nuevos médicos de planta) de la situación completa, y de su falta de medicación en el cuerpo. Nos dicen que toman nota y que “a ver si hay suerte y se le puede dar su pastilla tras la gastroscopia”

Nos extraña esa preferencia que manifiestan de que seamos los familiares los que le demos la pastilla y del uso de la vía oral, que ha sido abrasada por amoniaco y que ha vomitado todo el contenido del estómago, bilis y bastante sangre coagulada.



Se llevan a la paciente a hacerle la gastroscopia, que revela lesiones de diversa índole y que sólo permiten -en teoría- administrar agua, en pequeña cantidad, hasta que la paciente vaya mejorando. En este momento es cerca de la 1 de la tarde, y la paciente queda ingresada en la planta 6ª por el momento. Durante esas horas, la paciente entra abiertamente en un SAO (abstinencia a opioides) y se empieza a agitar, a sentir dolor, a no poder dormir, y especialmente a vomitar intensamente el poco agua que consigue beber, mezclada aún con bilis y sangre.

Le comento a la enfermera jefe de planta que la paciente está en pleno síndrome de abstinencia, y que así no es posible que dejé de vomitar ni que se pueda distinguir qué síntomas pertenecen a la intoxicación por amoniaco y cuáles a la abstinencia. Ante eso, la enfermera, nos dice que la mediquemos nosotros mismos, que le demos “su pastilla” ya que la tenemos

Le expresamos nuestra extrañeza con ese proceder, ya que por una parte tienen lesiones en todo el tracto esofágico y por otra que la pastilla es un comprimido “retard” que tarda varias horas en disolverse en el estómago, y que es muy improbable que -ya en síndrome de abstinencia, coloquialmente conocido como “mono”- la paciente consiga retenerla el tiempo suficiente para poder beneficiarse de ella.




La enfermera nos insiste y nos dice que no hay problema, que se la demos. Los familiares administramos a la paciente la pastilla. Al cabo de 20 minutos, y a pesar de los esfuerzos de la paciente, vomita de nuevo todo el contenido del estómago. Informamos a la enfermera de que la vía oral no nos sirve y de que ha vomitado todo de nuevo, a lo que la enfermera nos dice que “entonces no podemos darle nada ya”

Se refiere a los familiares, que no podemos administrarle otra pastilla porque no sabemos qué dosis puede haber sido absorbida, pero en el hospital existen medicaciones equivalentes para otras vías como la rectal, la intramuscular, la subcutánea, la intravenosa o la transdérmica; no entendemos cómo están dejando a una paciente -que proviene de “Unidad del Dolor” con un tratamiento pautado que no se puede suspender- sin medicación que evite el síndrome de abstinencia (en esencia exactamente igual que el de un toxicómano adicto a la heroína, pero con fármacos legales prescritos por un médico especializado).

La paciente se sigue agitando, cada vez más hasta enredarse en la cama con los tubos del oxígeno y las vías puestas para darle medicación intravenosa y administrarle suero. Eso nos hace tener cierta evidencia de que la paciente no llegó a absorber nada del medicamento por la vía oral (como era de esperar) y de que su situación se va a complicar mucho más en las siguientes horas, a medida que avance el desarrollo del síndrome de abstinencia en su cuerpo, y acudimos de nuevo a plantear el asunto a la enfermera, ya que en la tarde no hay más médico que el de guardia. Dicha enfermera nos dice en ese momento, que la van a bajar a la planta de digestivo (5ª planta) y que allí tratarán a la paciente. Son en ese momento cerca de las 7 de la tarde, y la paciente lleva 17 horas en el hospital ya.

Cerca de las 8 de la tarde se procede a trasladar a la paciente a su nueva habitación y planta, con otro nuevo “staff” médico y de enfermeras de planta. Una vez que ha sido trasladada su nueva localización, volvemos a iniciar el proceso de buscar al médico responsable (que no hay en la tarde) o en su defecto a la enfermera que pueda hacer algo como llamar a un médico de urgencias a atender el caso. Cuando lo logramos, nos dicen que ellas se van ya y que se lo digamos a las enfermeras del turno siguiente, mientras la paciente se va poniendo cada vez peor y se queja más insistentemente de dolor (dice que se ve morir de dolor, concretamente) mientras no para de vomitar todo lo que entra en su cuerpo, mezclado con sangre y bilis.



Cerca de las 9 de la noche entra el nuevo turno de enfermería, y volvemos a ir a su cuarto a explicarles el problema que hay y que no está reflejado correctamente en los papeles que tienen, a pesar de haberlo expresado desde el primer momento que se entró en el hospital. Por suerte, una enfermera se da cuenta de la gravedad del asunto, y de que tienen a una paciente -con lesiones en el tracto digestivo- a la que están provocando un “mono” que hace que no pueda dejar de vomitar, lo que evidencia una mala praxis en los cuidados que le están dando. 



Esta enfermera, a quien agradecemos su comportamiento y profesionalidad, avisa inmediatamente al médico de guardia para que resuelva sin retraso la situación, que es tan simple como administrarle cualquier otro agonista opiáceo (como su medicación) por una vía que no sea la oral, por razones obvias y nos dice que no entiende cómo han dejado pasar en urgencias y en la 6ª planta algo así, sin atenderlo hasta ese momento que ella da la voz de alarma. Le indicamos que nosotros tampoco, y que lo hemos estado reclamando e indicando desde que entramos en el hospital, hace casi 20 horas ya.

La médico de guardia no aparece, la paciente se va poniendo peor, y la enfermera de la 5ª planta viendo el cuadro, vuelve a llamar a la médico por segunda vez cerca de las 10 de la noche, indicándonos a la familia que dichas llamadas quedan registradas a todos los efecto

Finalmente cerca de las 22:20 la médico de guardia aparece y viene a ver a la paciente y a hablar con los familiares (con su hija y conmigo). Le indicamos lo mismo que llevamos indicando a todos los médicos que la han tratado durante toda la estancia de la paciente, y la médico nos da la razón viendo a la paciente en pleno “mono” o abstinencia, retorciéndose inquieta en la cama.

En ese momento, la médico de guardia nos dice que le van a poner un parche transdérmico de fentanilo (un potente agonista opioide) y además una inyección de metadona. Le pregunto que para qué la inyección de metadona si le van a poner un parche de fentanilo (coloquialmente conocidos como “parches de morfina” a pesar de no tener morfina), y nos dice que es para frenar el SAO en el acto, ya que el parche de fentanilo tarda unas horas en hacer efecto completo y la paciente, por la falta de medicación, está bastante afectada con lo que reducir el tiempo que está en abstinencia es esencial. La hija de la paciente y yo quedamos ya tranquilos, porque parece que al fin se toman el tema en serio y le van a administrar fármacos equivalentes a su opioide para que no esté “de mono”.

Son las 23 horas del lunes, llevo casi 22 horas en el hospital intentando que atiendan correctamente a la paciente, y el parking está a punto de cerrar; me voy a mi casa y queda al cuidado de la paciente su propia hija, durmiendo en el hospital. Al poco de llegar a casa me dice que le han puesto una inyección, y que luego le han puesto un parche. Ambos nos quedamos pensando que han hecho lo que la médico de guardia dijo que iban a hacer, darle fentanilo y metadona.

La paciente finalmente se relaja con la inyección de metadona -de efecto inmediato y larga duración- cae dormida y cesan los vómitos. 


Segundo día:

Al día siguiente -martes- Mary pasa el día dormitando, pero en la noche del martes a miércoles, la paciente empieza de nuevo a agitarse y a vomitar, lo cual no tiene ningún sentido para los familiares porque el cuadro es -de nuevo- el de un SAO, lo cual sería imposible si le hubieran puesto la medicación que nos dijeron que le iban a poner. La metadona tiene más de 30 horas de duración, y un parche de fentanilo -el que dijeron que le iban a dar- llega a las 72 horas de efectividad. Nada tenía sentido.... :P




Tercer día:

La hija de Mary me comunica que su madre se vuelve a poner "mala" (con abstinencia), y cuando llego al hospital el miércoles, tras la hora de comer, intento averiguar qué pasa y cómo puede estar poniéndose mala, de nuevo por falta de medicación, cuando cualquiera de las dos que en teoría le habían administrado era suficiente para acabar con el problema.

En ese momento, voy a hablar con enfermería y a indicarles lo que está pasando, y que no entendemos cómo puede ser con la medicación que le pautó la médico: fentanilo y metadona. Además, tenemos claro que le han tenido que administrar la metadona, por la intensidad y la duración del efecto que la dejó prácticamente dormida 1 día entero, estando ya en abstinencia de opioides. Las enfermeras simplemente nos escuchan pero dicen no poder hacer nada, afirmando que ya tiene medicación puesta para ese problema.

En la siguiente hora, mientras estamos la hija de la paciente y yo en la habitación, hago el descubrimiento de lo que está pasando: la hija me muestra dónde tiene el parche colocado. Cuando voy a ver si es que hay algo que esté bloqueando la absorción o que se le haya despegado el parche de fentanilo, con alarma descubro que nos han mentido: no le han puesto un parche de fentanilo (que son transparentes y muy finos) sino que lo que tiene colocado es un parche de Buprenorfina (su exterior es de esparadrapo marrón y son gruesos) que resulta ser el único analgésico que no se le puede administrar a alguien que está tomando opioides.




La buprenorfina, en lugar de ser un agonista puro, es un agonista parcial; administrar buprenorfina a una persona que está bajo medicación opioide, equivale a que ambos fármacos entren en conflicto, y el paciente se vea arrojado a un Síndrome de Abstinencia, pues la buprenorfina se comporta como un antagonista de los opioides en ese caso. 

Es un error tan tremendo como darle penicilina a un alérgico a la misma, pero además es una mentira que han mantenido ante la hija y ante mí, a quienes nos informó la médico de que le iban a poner un parche de fentanilo. Si el problema no había explotado antes, es porque la medicación administrada como parche tarda mucho más en hacer efecto que la inyectada, y hasta el momento la metadona había podido hacer efecto, pero ya no podía cuando la cantidad de buprenorfina en la paciente llegó a cierto nivel.

Dicho de otra forma, en lugar de una medicación para atajar el problema de la abstinencia de opioide en su cuerpo, habían dispensado otra medicación que generaba precisamente el problema que se pretendía evitar, aunque le hubieran dado al mismo tiempo la medicación correcta

Inmediatamente doy la voz de alarma y hablo con las enfermeras, requiriendo información clara de quién había aplicado dicha medicación, cuando las órdenes de la médico eran otras. ¿¿Quién era el o la inútil que estaba haciendo sufrir a esta mujer con un nuevo “mono” y por tanto con más vómitos, que abrasaban de nuevo las heridas en su tracto digestivo?? Las enfermeras no nos facilitan dicha información, y dicen que ellas no entienden tanto de esos fármacos, que se limitan a ponerlos.

Finalmente consigo que un enfermero preste atención al tema, y cuando se lo explico se da cuenta de la gravedad del asunto, y accede a llamar a la médico de guardia en la tarde-noche del miércoles

El propio enfermero entiende que es una chapuza absoluta, pero no quiere quitarle el parche de buprenorfina que le está provocando que vuelva al síndrome de abstinencia, porque aunque es un error y lo reconoce, puede enfrentarse a represalias por hacerlo sin que un médico lo haya dicho. 

Nosotros, la hija de la paciente y yo, no queremos retirar el parche para que no nos puedan acusar de haber interferido en el tratamiento médico y no puedan expulsarnos del hospital (lo que dejaría a la paciente sin testigos de lo que hacen con ella), pero no paramos de solicitarlo al personal.

Finalmente, tras llamar dos veces a la médico de guardia, se presenta cerca de las 9 de la noche y viene a hablar conmigo y con la hija. 

Es una nueva médico de guardia, no la del primer día, con lo que tengo que ponerla en antecedentes de todo lo ocurrido. Le digo que el lunes en la noche, su colega de guardia en esa planta, había informado a la familia de que le iban a poner fentanilo y metadona. 

Que esa es la información que hemos tenido durante 2 días sin que nadie nos diga que no es la medicación que se ha puesto, y que nos hemos encontrado con que le habían puesto un parche de buprenorfina que al ser un agonista parcial, estaba provocando que la metadona que le dieron para frenar el mono no tuviera efecto y la persona hubiera vuelto a estar con un fuerte síndrome de abstinencia. 

Le pregunté quién era el que había administrado dicho fármaco, y tampoco me contestó, pero no tuvo problema en reconocer que era una chapuza colosal y que era un fármaco que no se podía administrar a pacientes que usaban opioides para el dolor.

En un acto de honestidad, me dijo que iba a llamar al psiquiatra de guardia, porque ella no tenía mucha experiencia con esos fármacos y no tenía ni idea de cómo tenía que proceder ahora. Pero me aseguró que lo iban a resolver y que le retirarían el parche de buprenorfina que estaba causándole un profundo síndrome de abstinencia. Ante estas palabras de la médico yo me quedo algo más tranquilo, le explico lo que hemos hablado a la hija (que no tiene formación para entender el asunto a nivel médico) y procuro tranquilizar a la paciente, diciéndole que ya lo ha visto la médico de guardia y que me había dicho que iban a proceder a quitarle el parche y a darle una medicación adecuada, que iba a venir el psiquiatra de guardia para pautarla ya que la médico no sabía cómo proceder (palabras textuales).

Minutos después, cerca de las 11 de la noche, abandonaba el hospital porque el parking del mismo cierra a esa hora y me iba a mi casa a descansar, pero siguiendo en contacto con la hija que allí se quedaba. Cuando estoy llegando a mi casa, recibo una llamada de la hija para decirme que está allí el psiquiatra de guardia y que ella no es capaz de explicarle lo que ocurre, que si puedo explicárselo yo. ¿De verdad que la comunicación entre médicos en el mismo hospital y sobre la misma paciente no llega como para algo tan simple?

Una vez más, tengo que explicarle a un nuevo galeno el problema, mientras la paciente se está retorciendo de dolor y, de nuevo, vomitando todo lo que se le intenta administrar por vía oral. La conversación con el psiquiatra de guardia fue rápida y eficaz, le expliqué que la paciente tenía opioides pautados desde hacía años, que por el accidente con el amoniaco no podía tomar sus pastillas, que el lunes la médico de guardia dijo que le iban a dar metadona y parches de fentanilo, pero que alguien había cambiado la orden y le habían puesto un parche de buprenorfina. Por suerte, a este profesional no le tuve que explicar las incompatibilidades de la buprenorfina y entendió el problema a la primera.

El psiquiatra nos aseguró -a la hija de forma presencial y a mí por teléfono- que le retirarían el parche inmediatamente (pasaban ya casi 6 horas desde que descubrimos el error, y el parche seguía liberando el fármaco que causaba el problema en la sangre de la enferma) y que le darían un opioide agonista total, que no sabía quien había cometido dicha chapuza con la buprenorfina pero que él sí tenía claro que eso no se podía hacer, que no me preocupase que estaban solucionándolo ya.

Terminamos la conversación, salí del coche y subí a mi casa, dando por resuelto el problema una vez más: no se nos pasó por la cabeza que pudieran volver a mentirnos o a ejecutar una mala praxis que no sólo era una tortura para la paciente, sino que además empeoraba el cuadro por el que estaba ingresada, ya que el vómito le abrasaba las heridas internas.

Al cabo de una hora de haberme ido, la hija me escribe un mensaje indicándome que el parche sigue puesto, que nadie se lo ha quitado. Me pregunta qué puede hacer, le indico que busque a una enfermera y que le diga que 2 médicos (la médico de guardia y el psiquiatra de guardia) ya habían dicho que retiraran ese parche y nadie lo había hecho. Lo hace, pero las enfermeras la ignoran, hasta que una de ellas le dice que se lo quite ella misma si quiere...

La hija me consulta si lo puede hacer, y finalmente decidimos quitárselo a la vista de que nadie lo hacía y de esa contestación de la enfermera. 



Bien, la primera parte que era la medicación que le estaba provocando un mono durísimo, solucionada. La segunda parte, que era darle un opioide para que saliera del síndrome de abstinencia que en el propio hospital le habían provocado, se empieza a retrasar. 


Cuarto día: 

A las 2:00 am del jueves, la hija me dice que siguen sin darle nada y que se retuerce en la cama de dolor. Poco después me manda unas fotos de una medicación que le han puesto, que resultaba ser un “Valium” para que estuviera algo más calmada y fármacos contra el vómito, pero seguían sin atender el problema real (falta de opioide en sangre) y que le decían -nuevamente- que el psiquiatra había pautado un parche de fentanilo (como la médico del primer día) pero que no localizaban al médico anestesista, que decían que tenía que firmar un papel.

Mientras, Mary se retorcía en la cama de dolor y malestar, sin que nadie atendiera su
problema. A las 5 de la mañana del jueves, finalmente le dicen las enfermeras a la hija que no le van a poner ninguna medicación opioide, lo cual contradice totalmente lo hablado con el médico psiquiatra que nos aseguró que le podrían rápidamente un opioide agonista total. 

Dicen que si se pone muy mal (¿¿no lo está ya??) que buscarán “alguna cosa para darle”, como si fuera una limosna lo de tratar su estado y su dolor por SAO provocado médicamente sin justificación. Aparece la palabra “olanzapina” en la  conversación, pero la hija no tiene formación para entender que es un antipsicótico, cuando Mary no tiene ningún cuadro de psicosis o de demencia.

Cuando me llega dicha información, me doy cuenta de que muy posiblemente le han dado dicha medicación sin motivo alguno, porque en pacientes “agitados” -por demencia- es una práctica habitual

¿Quién está decidiendo administrar fármacos a la paciente que no han sido pautados por el médico y negarle los que el médico ha pautado? En ese momento, son las 9 de la mañana del jueves, y en una hora me presento en el hospital. 

Subo inmediatamente a ver a la paciente y a comprobar su estado, que había empeorado fuertemente, y me voy inmediatamente a “Atención al Paciente” para plantearles la situación y lo que estaban haciendo con esta persona y advertirles de que el siguiente paso que nos quedaba era presentarnos en el juzgado de guardia y presentar una demanda, por haber mentido -repetidamente y durante días- a los familiares sobre la medicación y el tratamiento que se aplicaría, por mala praxis y por administrar un antipsicótico a quien no tiene un cuadro psiquiátrico.




Que me atendieran allí me costó una hora y media de espera, y una vez que fui escuchado me dijeron que ellos no podían hacer nada, que mejor hablase con los médicos de la planta. Me dieron una hoja de reclamación y me despacharon diciendo que si quería podía poner una queja, pero que eso no iba a ayudar a mi familiar hospitalizado, me insistían.

Con la hoja de reclamaciones en la mano, subí a la planta, me fui directamente a la sala de médicos y pregunté quién llevaba a la paciente hoy, quién había ignorando lo que el psiquiatra había pautado esa noche, y quién había modificado lo que la médico pautó el primer día. Cero respuestas, sólo excusas y balones fuera, hasta que pregunté por el Jefe del Servicio, que es el más alto en esa cadena de mando; resulta que estaba de vacaciones y no podíamos hablar con él. 




Les expuse a las médicos allí presentes (ninguna mayor de 30 años, como todas y todos los médicos que nos atendieron en esos días) el asunto y el punto en el que nos encontrábamos -a punto de ir al juzgado a poner todo en manos de un juez- cuando una de ellas intentó defenderse argumentando que la medicación que se la había puesto era “criterio médico”, a lo que le contesté que no era criterio sino mala praxis y que habiendo usado buprenorfina junto a un opioide en una paciente con opioides pautados, poco íbamos a discutir eso ya que es una contraindicación absoluta de dicha medicación, como darle penicilinas a un alérgico: eso no es criterio médico sino negligencia, mala praxis y negación para encubrir la chapuza absoluta llevada a cabo con la paciente.

Salí de la sala de médicos de la 5ª planta y me dirigí a hablar con la paciente para ir a poner la denuncia en su nombre, cuando en ese preciso momento apareció una médico que, curiosamente, apoyó sin dudar todo lo que le dije y resultaba ser la que -ahora jueves- atendía a la paciente. 

Esta médico me indicó que creía que todo el cuadro que estaban viendo en la paciente, no era debido a la ingestión de amoniaco sino a la abstinencia de opioides, provocada inicialmente por la buprenorfina y continuada por no haberle dado medicación alguna para ese problema. 

La médico se adhería totalmente a mi tesis como explicación de lo que pasaba y, de nuevo, nos indicaron que iban a ponerle un parche de fentanilo. Tardaron poco en ponerlo y finalmente lo hicieron: habían tenido otras 24 horas a una paciente con abrasiones en tracto digestivo, con intensos dolores y vómitos que, obviamente, no ayudaban a curar las heridas que habían provocado su ingreso sino que las empeoraban al abrasarlas de nuevo cada vez que el vómito era expulsado, e impedían ver la evolución real de la paciente. Le pusieron el parche de fentanilo -finalmente- el jueves cerca de la hora de comer. En unas 3 horas, Mary dejó totalmente de vomitar y de referir dolor y malestar, salvo el propio del accidente con amoniaco en su garganta.




Quinto día:


El viernes, antes de las 9 de la mañana, le dijeron a la paciente que le iban a dar el alta, pero que primero tenían que darle comida para ver su estado. ¿Cómo deciden darle el alta antes de conocer si puede siquiera comer?

Le llevaron comida triturada un par de horas después, que la paciente no pudo ingerir, consiguiendo sólo tomar algunos líquidos. No tuvieron el menor problema en sacársela de encima y darle el alta el viernes, cuando llevaba 5 días sin meter nada sólido en el estómago y seguía sin poder hacerlo.

Por supuesto, el informe de alta ocultaba todo lo sucedido en cuanto a lo que habían hecho y dejado de hacer con Mary, salvo el único paso correctamente dado: ponerle un simple parche de fentanilo para que dejase de estar en un insufrible Síndrome de Abstinencia.



El resto de lo que ocurrió, si no es por la presencia de testigos, no hubiera llegado a saberse nunca, y la familia hubiera creído lo que los médicos le decían que iban a hacer con la paciente y que resultó ser falso en varias ocasiones: en todas menos en la última y con amenaza de denuncia por medio.

¿Es necesario que se llegue a este punto para que le den la medicación pautada a una enferma que procede de "Unidad del dolor"? 



Parece ser que, en Hospital Clínico Universitario de Salamanca, sí es necesario para no caer en las mentiras que los médicos nos contaban y poder defender los derechos de una mujer que se retorcía de dolor sin motivo alguno, por la negligencia médica que se cometió con ella.





PS: Refrán ad hoc.


"Los arquitectos tapan sus errores con jardines.

Los cocineros cubren sus errores con salsas.

Los médicos esconden sus errores con tierra..."


lunes, 3 de septiembre de 2018

No sufras más: yo te receto heroína.



No sufras más: 
yo te receto heroína.



Tenía algo más de 22 años cuando tuve mi primera -y única- sobredosis "potencialmente letal" con opioides. En aquella época tenía un bar; un reducto antiprohibicionista (donde se consumían todo tipo de drogas sin restricción) y con la única norma de no molestar a otros clientes, consumieran drogas o no.

Uno de mis clientes -el dueño de otro bar, preso ahora por tráfico de drogas- un viernes se presentó y me dijo: “toma, este bote de metadona es para ti, que sé que te gustan mucho estas cosas de las drogas”. Yo le pregunté por qué me lo daba, y cómo es que no lo necesitaba él si estaba en un tratamiento de mantenimiento con metadona, y me dijo que ese finde iba “a ponerse” y pasaba de la metadona teniendo heroína a mano.

Aunque alocado por la edad, yo era bastante responsable en mis tomas de drogas sobre todo cuando eran “nuevas”, le interrogué sobre la dosis de metadona que había en dicho bote con un líquido transparente, y él no me supo contestar salvo con un dato: “es para una persona que tome mil duros (5.000 pesetas, 30 euros) de caballo [heroína] al día”


¿Qué sabía de la metadona yo? Pues mucho, había leído de ella, conocía la opinión de gente como Escohotado y en esencia, entendía su mecanismo de actuación (el mismo que el de heroína, morfina o codeína). Aún así cometí la terrible imprudencia de tomarme el botecito de un trago -con una persona haciendo de “niñera”, siempre parte de mi protocolo de seguridad a la hora de experimentar- pensando que, con mi experiencia en opiáceos (conocía opio, morfina, codeína y heroína) no me metería en una situación peligrosa; me equivoqué.

En menos de 30 minutos estaba vomitando hasta el alma -cosa que probablemente me salvó- y entrando en un estado de sobredosis de opioides intenso, en el que me costaba mantenerme despierto y en condiciones adecuadas. Avisé a mi cuidadora y le pedí salir a la calle (no existían los teléfonos móviles como ahora) para acercarnos a una cabina a llamar por teléfono a Cruz Roja y dar el aviso. 

Así lo hicimos y al cabo de 10 minutos, una ambulancia -sin médico- operada por voluntarios me estaba atendiendo. Yo, que era consciente de que lo que tenía era una sobredosis, estaba obsesionado por saber qué dosis era la que había en el bote, pero esas personas no podían acceder a dicha información tampoco y resolvieron con lo que su formación -o la falta de ella- les dictaba: “no creemos que estés en peligro porque la metadona la dan para curar heroinómanos, lo único que puedes tener un síndrome de abstinencia dentro de 3 días”.

Cuando escuché eso, de boca de alguien que venía en una ambulancia de Cruz Roja, me di cuenta de que carecían de formación para comprender que la metadona era un opioide mucho más potente y por ende más peligroso que la heroína, y que ni siquiera entendían el funcionamiento de los programas de mantenimiento con metadona ni la farmacología de esta sustancia. Viendo esto en quienes tenían que atender una urgencia por sobredosis de opioides, es fácil comprender esa sensación de “cura para la heroinomanía” con la que se percibía a la metadona, sin entender el mecanismo de esa “supuesta cura”


Posteriormente pasé de los “voluntarios de la Cruz Roja” y me fui en un taxi al hospital, en el que un médico me estuvo viendo y aunque determinó lo obvio (una intoxicación por opioides, metadona en ese caso) estimó, que gracias al vómito, no había absorbido una cantidad mortal de necesidad, y si bien no parecía tener necesidad de ser tratado con un antagonista (sobre todo por lo poco útil del corto efecto de la naloxona, el antídoto, que no llega a la media hora de duración en su efecto frente a las 72 horas de efectos de la metadona) necesitaba vigilancia por si evolucionase de forma imprevista. 

Me tiré 3 días -vigilado casi las 24 horas- que cada vez que me fumaba un porro (por sinergia entre los cannabinoides y los opioides), caía dormido encima de la cama sin poder hacer nada para evitarlo. Fue el colocón más largo de mi vida y el que más cerca estuvo de matarme: metadona, la “cura” para la heroína.

¿Que busco señalar al contar esto? El común error de pensamiento de que dicha “cura” es inocua o algo distinto a lo que “pretende curar”. La metadona y la heroína son -en esencia- la misma cosa y producen -en esencia- los mismos efectos, pero mientras que los de la heroína duran unas horas, los de la metadona duran varios días.

La metadona es mucho más potente, peligrosa y de difícil manejo que la heroína como fármaco (en Reino Unido, la heroína se emplea como la morfina, pero la llaman diamorfina) por su alta impregnación y duración en el cuerpo humano. Su ventaja es precisamente esa misma: la larga duración, de días, que evita que la persona tenga que “drogarse” cada pocas horas, dándole una droga que dura muchas más horas y hace esencialmente lo mismo en tu cuerpo. 

Pero recuerde esto el lector: aparte de su duración -y de que se administra en un centro y tratamiento (es pura)- no tiene ventajas frente a la heroína -mucho más segura a nivel orgánico como fármaco- sino desventajas (empezando por su duración).

Dicho de otra forma, cuando damos metadona a un adicto a la heroína, es equivalente a suministrar vodka a un adicto a beber vino, o de mantener lejos de la cerveza a una persona a base de tenerla saturada de ginebra. ¿Tiene ventajas? Sí, para algunas personas muchas porque cada caso es único y, en algunos casos, un tratamiento de mantenimiento con metadona puede ser la clave para encauzar la vida de una persona (permitirle tener horarios y vida normales, sin tener que buscarse la vida para pagarse la droga y no entrar en un doloroso "mono"), pero en otros casos no es así y no basta con ese opioide y esa pauta de administración.





Para esos casos que parecían no tener salida con los tratamientos más habituales (metadona y buprenorfina mayormente) se crearon los programas de mantenimiento con heroína, en los que la sustancia usada como fármaco es la propia heroína de manera que ir a comprar la sustancia al mercado negro, carece de sentido. De esa forma, el paciente recibe una serie de dosis controladas de diacetilmorfina (nombre farmacéutico de la heroína actualmente) de la misma forma que a otros les dan su metadona o su buprenorfina

Esos programas han sido llevados a cabo en diversos puntos del planeta, España incluida como una de las pioneras gracias al trabajo de Joan Carles March en Granada. Los resultados de los ensayos clínicos llevados a cabo con heroína como fármaco, han sido muy positivos en todos los casos donde se han permitido, y eso llevó a algunos médicos que trabajaban con adictos a opioides/opiáceos en Canadá que, igual que su vecino USA está sufriendo tasas altísimas de sobredosis y problemas con este tipo de drogas, a pedir heroína para un grupo determinado de pacientes.

Esto no pasó de la noche a la mañana. Se pidió el acceso a la heroína para 21 participantes que resultaban “adecuados” de un estudio de 202 adictos (de nombre SALOME) a los que se había estado manteniendo -en condiciones de doble ciego- bien con heroína o bien con hidromorfona inyectable, cuyo efecto es muy similar al de la heroína, que se les administraba 3 veces al día bajo estricto control médico

Aún así, desde el estudio ya concluido se pedía que se abriera el abanico de opciones terapéuticas para que los médicos tuvieran herramientas útiles, como la hidromorfona inyectable, para quienes no resultaban beneficiados por otros tratamientos. Como prueba del buen funcionamiento del tratamiento, el equipo activó una línea de rápida de teléfono para cualquier tipo de problema (médico, criminal, legal) relacionado con el estudio SALOME o cualquiera de sus participantes: nunca recibieron ni una sola llamada.

Tras el estudio, se cursaron una serie de peticiones bajo la cláusula SAP o Programa de Acceso Especial por el que los médicos de Canadá, cursando unas solicitudes que deben ser aprobadas con mucho trámite pueden solicitar fármacos que no tienen en su farmacia, cuando una condición o enfermedad ponga en peligro la vida del paciente

Los expertos médicos consideraron que el riesgo de recaída en el uso de heroína callejera, especialmente en estos momentos que la heroína les llega adulterada con fentanilo, era una condición que ponía en peligro la vida del paciente, y dieron el paso de cursar esas 21 peticiones para que sus pacientes fueran tratados con heroína farmacéutica o diacetilmorfina.

Y aquí llegó el problema. Esas peticiones, de largo trámite, repentinamente fueron aprobadas por la maquinaria burocrática de Canadá: se iba a dar heroína -como tratamiento de mantenimiento no experimental (eso es importante)- a 21 pacientes

Los departamentos del ministerio sanitario del país dieron curso a la petición, tras comprobar los requisitos, y entonces ocurrió lo que no es sencillo de entender sin una aproximación “moralista e ignorante” por parte de sus principales actores: la entonces ministra y actual jefa de la oposición -Rona Ambrose- bloqueó el acceso a la heroína farmacéutica como tratamiento, haciendo una modificación en la ley de manera que esa sustancia no pudiera utilizarse.

¿Quién es una político para tomar una decisión médica, contra sus propios expertos? La dama en cuestión es la bulldog del partido conservador por aquellos lares -ahora en la oposición- que antes de irse del convento, como dice el dicho, se cagó dentro. Le quedaban unas semanas para tener que dejar paso al nuevo gobierno de Justin Trudeau, y con un par de ovarios emitió una declaración que textualmente decía: “El primer ministro [Harper] y yo no creemos que sea actuar en beneficio de quienes sufren adicción a las drogas, darles las propias drogas a las que son adictos.”





¿Y qué culpa tienen los adictos, los participantes en los ensayos médicos, los doctores y los expertos en este área de que tú -y el primer ministro conservador de turno- creáis algo que sólo demuestra que sois completos ignorantes? Ninguna, pero aquí es donde colisiona la política con la ciencia: aceptar que dar heroína a una persona es un tratamiento adecuado para salvarle la vida, contradice todos los postulados conservadores contra las drogas, a través de la sustancia más mitificada y demonizada de todas: la heroína. 

Con intención de sacar rédito político, esa meapilas ignorante y su jefe, quisieron dejar una piedra prohibicionista que alargase la interminable agonía de la guerra contra las drogas, incluidas para su uso médico; les dio igual que por medio se llevasen las esperanzas de 21 enfermos de recibir un tratamiento correcto y que les evitase entrar en situaciones que pusieran en peligro sus vidas.

De esas 21 personas privadas de lo que sus médicos creen que es su mejor opción, 5 de ellos se decidieron a demandar al estado por bloquearles el acceso a la heroína farmacéutica como medicación necesaria en un trastorno que les pone en peligro real de muerte. Y este es el punto en que se encuentra el intento canadiense de iniciar el tratamiento de mantenimiento con diacetilmorfina, a pesar de que es un fármaco sobradamente conocido y con menores riesgos a nivel farmacológico y claras ventajas en el proceso de adicción a opiáceos frente a la metadona. 

Son cinco adictos crónicos, refractarios a otros tratamientos, que no quieren morir un día de un mal chute. Y esto es lo que les exige el sistema, tener que demandar al estado para que -un día, que deseamos cercano- su médico les pueda decir: 


"No sufra más,
yo te receto heroína."


Este texto fue publicado en Cannabis.es originalmente.


lunes, 21 de mayo de 2018

USA: del dolor crónico al suicidio por dolor.

Este texto fue publicado en Cannabis.es a raíz de la declaración de Trump de una emergencia nacional de salud pública, a la que no dota de fondos. Sin embargo, la idea de la epidemia de opioides está calando entre cómodos legisladores que, cuando enfrentan un comité para exponer sus ideas, dicen que el paracetamol es un buen remedio para sustituir a los opioides u opiáceos...

Con este panorama, los pacientes de dolor crónico a quienes están forzando a dejar su medicación sin usar un sustituto apropiado, están empezando a suicidarse empujados por sus médicos, que les dejan totalmente abandonados

Las directrices que se están dando son atroces y totalmente fuera del marco científico. Han forzado a toda la población con dolor crónico de tipo no-oncológico a reducir sus dosis de opioides, para pasar a cero miligramos semanas después.

¿Acaso el dolor provocado por un cáncer vale más que el dolor de origen distinto?


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La semana pasada el presidente de USA, Donald Trump, declaró una emergencia de salud pública de alcance nacional, debido -oficialmente- al problema de las muertes por sobredosis de opioides y/o adulteración de heroína con fármacos como el fentanilo (fenómeno -curiosamente- concomitante en lugar y tiempo al primer problema). ¿Qué quiere decir eso y por qué lo hace?



Pues a pesar de lo bien que suena -al oído desentrenado del lenguaje político- quiere decir muy poco, en realidad y mucho, sin dar la cara. Los números a los que este acto de Trump dan paso, nos dan una clara idea a la primera: el fondo de emergencia pública sanitaria, en estos momentos, cuenta con un montante de... algo menos de 49.000 euros (57.000 dólares)
Sí, has leído bien: 49.000 euros, que es lo que vale una furgoneta o un coche de gama media. No son 49 millones, ni 49.000 millones. No; eso es lo que hay en la caja del dinero que la acción de Trump abre, para hacer frente a una emergencia de salud pública que está matando decenas de miles de personas, en un país que tiene 325 millones de ciudadanos censados.

Para entender la razón de este movimiento, habría que repasar cuándo fue la primera vez que Trump usó la posibilidad de lanzar la “Emergencia Nacional” (no la de salud pública como la lanzada, sino una “sin apellidos” que en realidad sí que daría acceso a fondos serios como para poder enfrentar cualquier cuestión) en el asunto de las muertes por sobredosis de opioides. Fue en agosto de este año, momento en el que recibió el informe de la “Comisión de Combate a la Drogadicción” (sic) -organismo creado por él mismo semanas antes- y que le indicaba, como dictamen final, que debía declarar la “Emergencia Nacional” (sin más apellidos).
Nadie cuestiona que las cifras de muertes por sobredosis en USA son las más altas de la historia, matando varias decenas de miles de personas cada año, y que la situación requiere tomar medidas. Pero este gesto resulta ser totalmente cosmético, y dirigido a la gran masa del “público usano” que se ve constantemente bombardeado por noticias y datos sobre muertes relacionadas con drogas. Y aquí ya he dicho drogas en lugar de opioides, porque una importante parte de la nueva posición del gobierno de Trump es hablar de sobredosis de heroína y/o drogas, e ir olvidando que esto viene de los opioides de farmacia recetados legalmente. La posición es tan brutal que han iniciado una nueva vía con el fiscal general -el miserable Jeff Sessions, quien afirma que “el que fuma cannabis no puede ser buena gente”- por la que inculpan legalmente por homicidio a los camellos cuyo material haya producido alguna muerte, por una razón u otra (dando igual que sea por adulteración a que sea por una sobredosis real, ya que se vende una sustancia de la “maldita” Lista I y, por ende, totalmente prohibida).
Eso, que puede sonar bien si creemos que se usa contra “camellos sin escrúpulos que cortan la heroína con fentanilo para ganar más dinero”, en realidad contra quien se emplea (dado el modelo de distribución de drogas en el mercado negro de USA) es contra “el colega, probablemente también consumidor de esa misma heroína, que compra cantidades algo mayores y menudea para sostener económicamente su consumo”. El fentanilo, mortalmente introducido en la cadena de opioides/opiáceos del mercado negro de toda Norteamérica -desde México, principalmente- no está en las manos del camello que trapichea con papelinas, sino en manos del narco que produce cada lote de droga en el que, como de costumbre, los usuarios del mercado negro son los conejillos de indias. Así que -además de ser éticamente una salvajada-culpar a los camellos de más bajo nivel de homicidio por vender drogas es una medida -también- totalmente cosmética y orientada a manipular a un público poco informado e intencionalmente asustado, para poder ser manipulado mejor.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? En febrero del año pasado, desde esta web, dábamos ya una buena serie de explicaciones para legos, explicando el asunto de los opioides en USA. Y las explicaciones, lógicamente, han cambiado poco: la población en general fue sobremedicada con opioides, recetados legalmente por médicos empujados económicamente (a base de untarles de dinero) a convertir a sus pacientes en yonquis. Todo eso con la bendición y cooperación del gobierno de USA y sus legisladores, también generosamente “engrasados con ceros en su cuenta” por los lobbistas de la BIG PHARMA de la zona, porque el problema es bastante similar en Canadá ya que copia -prácticamente- las líneas generales de actuación de su vecino en materia de salud.
Una vez que la población estaba totalmente enganchada, con cifras récord en su historia, empezaron a llover las muertes por sobredosis. Pero esta vez el sector de la población más afectado por la crisis de los opioides en USA, es la mujer de mediana edad y de raza blanca: no son yonquis callejeros, ni negros a los que poder disparar a placer. 
Abuelas, por así decirlo, que sin saber dónde se metían con los opioides (a diferencia de quienes los buscan activamente) se tragaron aquello que su médico les dio -y en muchos casos, les vendía él mismo- y acabaron en un punto que no podían imaginar. 
Luego, y como remate, tras haber sobreprescrito opioides con extrema generosidad, cortaron las recetas de los mismos a quienes ya eran “médicamente adictos”, haciendo que estas personas fueran a buscar “algo equivalente” al mercado negro, donde les estaban esperando la heroína (siempre más barata que los opioides de farmacia) y, para más INRI, con niveles récord también de adulteración con fentanilo. Es decir, tras tenerles enganchados y vendiéndoles legalmente sus drogas, les lanzaron al más peligroso mercado negro de opiáceos y opioides jamás visto en la historia de la humanidad.

Carta que están enviando -en USA- médicos
 que tratan pacientes con dolor crónico de origen no-oncológico, 
desentendiéndose totalmente de los mismos.

De esta forma, acabamos con imágenes como las de aquel policía que sostenía -agarrándola del pelo y sin prestarle ayuda alguna- a una mujer blanca en un coche, con un niño pequeño detrás consciente y observando todo, para fotografiarla y subir dicha imagen a las redes sociales a modo de escarmiento a la “desviada madre yonqui”. Pero ni siquiera era su madre sino su abuela, aunque por inmoral que parezca la ira mediática fue contra la mujer con sobredosis y contra la familia del niño (su madre, por dejar a su hijo al cuidado de su abuela) en lugar de contra la pareja de policías que se dedicaron a jugar con dos víctimas -en peligro de muerte- y delante de un niño que veía todo.
¿Y finalmente, qué implica este nuevo momento político?
Decía ayer Bill Clinton, en el marco del #OpioidSummit celebrado estos días para abordar soluciones a la crisis, que “era la primera vez que un problema de drogas era enfrentado con medidas de salud pública y no con un enfoque penal y sancionador”. Diane Goldstein, ex-policía anti-narcóticos que entrevistamos en esta web, opinaba que “por desgracia eso no era cierto, ya que la guerra contra las drogas [en su plano más clásico y moralista] seguía salvaje por todos los lados” desde su su cuenta de Twitter.
La realidad del conjunto de hechos -datos no cuestionables- y las medidas que se piensan adoptar y ya se están adoptandobajo la excusa de la emergencia “de salud pública” nacional, daría para decenas de páginas de análisis, pero mucho más de tipo político que técnico sobre el problema. Y es cierto que, sobre el papel, el enfoque es de salud pública pero al estilo usano: tratamientos forzosos junto con equiparación entre consumidor de drogas y enfermo mental. Eso, en lugar de la cárcel por tener un porro en el bolsillo, puede sonar bien ya que lo de la cárcel suena peor, pero es una pesadilla compitiendo contra otra pesadilla: ambos enfoques son degradantes para cualquier ser humano.


Véase la delicadeza que muestran los medios
 para referirse a dos personas en sobredosis; 
similar a la de los policías que, en lugar de atenderles, 
se dedicaron a subir sus fotos a Internet.

Pero esta última imagen que os dejo, servirá para entender porqué esta emergencia es más naZional que nacional, sin dejar de ser real el problema que se supone que va a atender. Al loro, que ahí va.
El mencionado ya fiscal general de los USA, Jeff Sessions, ha hecho unas declaraciones que sitúan de forma inequívoca, el enfoque con el que se enfrenta este asunto. Según Jeff, el asunto de las muertes por opioides a nivel epidémico en USA, tiene que ver con la marihuana y el cannabis. ¿Por qué? Pues porque muchos jefes de policía le han contado que “la adicción empieza con el cannabis” y que “es una droga que sirve de puerta de entrada a las demás drogas”.
Como podéis ver, un enfoque totalmente novedoso -lo es, tratándose de opioides recetados por médicos legalmente- y que nunca antes habíamos escuchado: la marihuana como puerta de entrada.
¿Y qué hacer ante ese panorama tan aterrador y desalentador?
Pues está claro. Jeff, lo tiene claro. Según Jeff, ya se ha luchado antes la guerra contra las drogas y se ha ganado(cuándo, no lo sabemos). Y para ello, la receta mágica es muy simple. Casi tanto como la “Emergencia NaZional”, y es otro gran enfoque que nunca habíamos escuchado.
Los ciudadanos deberían, simplemente, decirle que NO a los opioides." (sic)

De Nancy Reagan a Jeff Sessions, cómo pasa el tiempo...