Estructura de la BIA 10-2474,
responsable de la muerte en el ensayo Biotrial.
El resultado ha sido el mismo que con sus "hermanos químicos" del mercado de legal highs que venden como "marihuana sintética": muertes y daños a quienes entraron en contacto con esos compuestos. Y sólo hay una razón -peligro para la salud pública- para usar estas drogas en lugar del cannabis: las leyes derivadas del prohibicionismo.
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Breve historia de los cannabinoides sintéticos.
Los cannabinoides sintéticos son
compuestos químicos, creados en laboratorio, en principio para
experimentación médica e investigación. No están exentos de tener
posibles usos, pero están muy lejos aún de que se les pueda asignar
una presentación farmacológica o una indicación terapéutica.
Estos compuestos, que no han sido estudiados sobre humanos en su
inmensa mayoría, fue lo que alguna despreocupada mente comercial
lanzó a través de un producto “herbal” que originalmente no
contenía drogas añadidas, sino que era una mezcla de plantas
legales. Las plantas legales "colocan poco", pero si a esas plantas se
les añadían esos compuestos que podían ser cientos o miles de
veces más potentes que el THC de la planta de cannabis, se
convertían en auténticos colocones salvajes, y legales. Esas
sustancias no estaban prohibidas en ninguna parte del mundo hace 20
años, porque ni existían la mayoría de ellas.
Cuando los gobiernos se percataron de
que los vendedores estaban burlando la ley, vendiendo una droga legal
-por no estar prohibida simplemente- aplicada a unas hierbas legales,
deciden empezar el juego del gato y el ratón: a prohibir esas drogas
como se ha venido haciendo desde que Nixon se levanto de mala mañana
y declaró la guerra. El resultado no pudo ser más catastrófico.
La química siempre fue por delante de
la ley, porque la ley necesita de la química para entender la
materia que a veces trata. Por lo que la química de productos no
fiscalizados por las leyes se convirtió en un rentable negocio:
hacer variaciones simples de moléculas conocidas como drogas para
burlar la ley. Las primeras que se prohibieron, aparte de las drogas
“clásicas”, resultaron que eran peores que sus “pares
naturales” en efectos y peligros. Pero antes de que la prohibición
entrase en vigor, habían cambiado la formula de la droga que añadían
a la hierba, con una nueva formula menos conocida y probada que la
anterior. Por esa razón, los peligros asociados al consumo de falsa
marihuana o cannabinoides sintéticos han empeorado drásticamente en
los últimos años, porque aunque reciban el mismo nombre, son cada
año drogas nuevas (según se prohíben las anteriores). El primero y
más simbólico de estos compuestos fue el JWH-018, detectado en
2008 en Alemania y Austria, cuyo creador -un científico y no un
camello- dijo que era una locura que ningún humano tomase semejantes
productos.
Pero no era el peor. Los que le siguieron fueron peores
aún, y su nomenclatura química se volvió mucho mas compleja, hasta
ser imposible de manejar incluso para químicos y forenses, sin un
“diccionario” al lado. Además, como muchas de estas sustancias
son tan nuevas que no han sido descritas oficialmente en la
literatura científica, resultan casi imposibles de detectar, si no
es con medios tremendamente caros para buscar una posible aguja en un
pajar. Esta novedad incrementa que los nombres dados a cada sustancia
no estén totalmente unificados, haciendo muchas veces imposible
saber si hablamos o no de la misma droga si no se es capaz de inferir
correctamente la molécula independientemente de la nomenclatura
usada.
En los mecanismos de control europeos
se han detectado cada año nuevas variaciones de estos compuestos
para burlar la prohibición. En 2009 se informó de 9, en 2010 de 11,
en 2011 de 23, en 2012 de 30, 29 en 2013 y 30 en 2014 (una tercera
parte de todas las nuevas drogas). Sólo en compuestos imitadores del
cannabis. El numero crece imparablemente y actualmente son
monitorizados 137 compuestos por los organismos europeos, pero siguen
apareciendo nuevos compuestos que ni se conocen ni han sido
publicados, por lo que el peligro es aún mayor: a veces los forenses
deben certificar la muerte sin poder nombrar la droga que mató a la
persona, y en muchos casos jamás se llegará a saber con exactitud.
Las muertes por falsa marihuana y la
caza del asesino.
Los "legales camellos" que venden estas
drogas, mezcladas con hierbas para que sean manipulables, similares
al cannabis “grindeado” en apariencia -aprovechándose de su aire
de planta sana e inocua- han tenido suerte con los muertos que han
ido dejando. Los primeros certificados como causados por estas nuevas
drogas en Europa datan del 2008 pero, aunque la expansión ha
continuado imparable, a diferencia de otras drogas letales o muy
tóxicas como la PMA/PMMA -un falso éxtasis- que son detectadas con
rapidez, los cannabinoides sintéticos han sabido ir mutando a
tiempo. Más que a tiempo, al ritmo de los muertos y la ley.
No tengo nada contra esas sustancias si fueran vendidas como productos químicos determinados, con pureza y dosis
conocida. Creo que no las tomaría jamás, pero eso es subjetivo. El
problema es que no se venden en los grows (los pocos miserables o
desinformados que los tienen) como un polvo blanco venenoso, sino
como una hierba seca, aumentando la sensación de “poca
peligrosidad”. Sumen a eso que, en lugar de tener identificada la
sustancia que le han echado a la hierba, no dicen nada. Imaginen un
paquete que pone “Mr.Marley” con la cara del cantante fumándose
un porro y nada más. Cuando empezaron a llover muertos por algo tan
poco dañino como era “fumar porros” y se dieron cuenta de que
eran estos productos, se prohibieron, pero después ya eran los
propios vendedores los que si había muertos, pues probaban con otro
nuevo.
De esta forma, los estados podían
perseguir a un producto que se llamaba “Bonzai” o “Spice” o
“K2” pero hasta que no había unos muertos, no tenían ni idea de
que droga era la que tenían delante. ¿Cómo se prohíbe algo que no
puedes no nombrar? Cuando, al fin, el estado averiguaba lo que tenía
que poner en sus leyes para frenar dicho producto, el mismo ya había
cambiado de fórmula varias veces, dejando más muertos apuntando a
otra nueva droga.
Y así hemos seguido hasta nuestros días, en el
que el problema de los “legal highs” y de los falsa marihuana ha
llegado a ocupar un trozo del discurso de la Reina en la apertura del
año parlamentario en UK. Las palabras “nuevas sustancias
psicoactivas” (NPS) se hizo carne en la boca de la señora,
obligada a amenazar con un “blanket ban” o prohibición masiva de
toda sustancia no permitida expresamente como única forma de atajar
este asunto.
Los efectos aparentes y el peligro de
los “hot spots”.
Cuando a una persona le ofrecen una
“hierba” que es legal, y se la venden como un sustituto no
problemático del cannabis, tiende a pensar erróneamente que es
“similar al cannabis”. Lógicamente sus efectos, tienen que tener
parecido. Como son agonistas de los receptores cannabinoides, la
sensación ha de ser similar. Pero mientras el cannabis es un
agonista parcial, estos productos son agonistas totales, con efectos
mucho más profundos y graves sobre el sistema nervioso, llegando a
producir isquemias, infartos, parálisis, daños neurológicos,
ataques epilépticos y además, muerte.
La apariencia de yerba inofensiva no es
lo peor. El método usado para aplicar las drogas sintéticas a estas
plantas no es una ciencia exacta, o no lo ven así los responsables.
Estás hierbas se sumergen en baños de disolvente que contiene el
cannabinoide que se quiere añadir. Teóricamente si la transmisión
es por el fluido y todo está bien disuelto, no hay problema. Pero
si el producto no está bien disuelto, se forman los llamados “hot
spots” que explican los casos de muerte con dosis que a otras
personas no les mataron.
Son puntos en los que una cantidad muy
grande de la droga, normalmente por mal trabajo de laboratorio, queda sobre un trozo
de yerba. Ese trozo -que puedes fumar en una sola calada- puede contener
miles de veces más cantidad de producto del que, en teoría, debería tener. No sólo son drogas peligrosas, sino que están
peligrosamente manipuladas, con un nivel de negligencia que provoca -de forma directa- muertos.
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