Esperamos que os guste.
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Fentanilo: más allá de la
heroína.
Era mi primer libro comprado como
adulto: “Para una fenomenología de las drogas” de Antonio
Escohotado. Me lo devoré una y otra vez imaginando cómo sería
probar todas esas sustancias que nunca había probado. A esa edad
había consumido ya todas las drogas que había en el mercado negro
más inmediato (no existía Internet, al menos no como ahora) y de
las legales -incluyendo las de farmacia- conocía un par de docenas
de especialidades psicoactivas.
Algunas como el éter o el cloroformo
me gustaban en su olor de intensa química pero no en sus efectos, la
LSD me maravillaba y la tomaba como quien toma Lacasitos, la cocaína
no me llamaba mucho por aquel entonces, el speed -y la Dexedrina o la
Centramina- me servían para currar jornadas de 12 horas de camarero,
la 5-MeO-DMT me daba “yuyu” pero me gustaba, odiaba el popper y
los inhalantes, y la heroína, codeína, morfina y opio me ayudaban a
relajarme ocasionalmente. Supongo que soy de esas personas extrañas
a las que los opiáceos y opioides en lugar de provocarnos una
relajación “babosa” nos activan y nos permiten enfrentar mejor
los trabajos intelectuales de largo recorrido (no sirven para
estudiar un examen la noche antes).
De todas las drogas sobre las que leía
en aquel libro de Escohotado, hubo una que me llamó mucho la
atención: el fentanilo. Era una sustancia de muy alta potencia que
parece que ya se había usado en alguna ocasión para adulterar
heroína o para fabricar “falsa heroína”. No sólo se mencionaba
el fentanilo, que tiene unas 100 veces la potencia de la morfina.
También había alguna mención a la famosa “China White” que
lejos de ser simple heroína blanca (clorhidrato de heroína) era un
compuesto creado en el mercado negro por un químico clandestino: el
alfa-metil-fentanilo. Un pequeño cambio en la molécula que la hacía
caer fuera de las listas de prohibiciones en ese momento -como ocurre
ahora con los research chemicals legales- pero que rápido
solventaron las autoridades incluyéndolo en la más restrictiva
prohibición.
No era la primera vez que escuchaba
algo sobre una droga de esa familia. De niño recuerdo haber
escuchado en el Telediario de TVE como hablaban de una droga que
ellos bautizaban como “Tango & Cash” -nombre de una película
macarra de la época- y que no era sino una variación del fentanilo. En aquella época -los años en que la
FAD aterraba al país con sus campañas en lugar de educar sobre
drogas- se vendía mucho lo de comparar “el poder de adicción”.
Y habían decidido que esa droga era 600 veces más adictiva que la
propia heroína. No 600 veces más potente, sino más adictiva...
decían.
Yo me preguntaba, si se suponía que la
heroína era el-gran-colocón-superadictivo-que-engancha-a-la-primera,
cómo podía ser una sustancia 600 veces “más adictiva” que el
jaco. Sabía ya a esa edad que no enganchaba a la primera, que exigía
algo más de frecuencia y una predisposición previa al asunto. Pero
el mito de algo mucho más potente y más adictivo, como los
derivados del fentanilo, se quedó en mi cabeza durante años,
pensando que era improbable que tuviera ocasión de cruzarme con esa
droga y saberlo: podía encontrarla como adulterante pero no había
mercado a mi alcance para ella.
La siguiente vez que escuché hablar de
ella fue en uno de los episodios más sucios de la historia de la
medicina en España. Seguro que muchos de los afectados de Hepatitis
C lo recuerdan: Juan Maeso. El yonky Maeso era el anestesista de un
hospital público en Valencia y le gustaban los opiáceos, con
especial atención al fentanilo. Los anestesistas son las personas
que tienen la llave de la vida y la muerte entre los fármacos de
acción inmediata para un ser humano, y unos profesionales con una de
las más fuertes formaciones médicas. A Juan Maeso se le olvidó
durante 10 años, de 1988 a 1998, que cuando te chutas con una
jeringuilla o la metes en un bote con sustancia una vez usada, estás
transmitiendo tus posibles virus a quien la use después, y por eso
deben ser desechadas siempre. No era por ahorrar, era por no llamar
la atención, la razón por la que el yonky Maeso usaba las mismas
chutas para pincharse él primero y luego a sus pacientes en la mesa
de operaciones. Pero no era tonto, no lo hacía al revés: él no se
pinchaba tras usar las chutas en los pacientes o hubiera cogido todos
los virus que pasaran por el quirófano.
Y el informe de los genetistas era
aplastante: nunca habían encontrado un grupo epidémico donde
brotase el virus de la Hepatitis C y se pudiera trazar con tanta
cercanía el origen vírico: el 80% de los pacientes había sido
infectado por el médico.
Por supuesto fue condenado en un
larguísimo juicio a más de 1000 años de cárcel, de los que no
cumpliría más de 20 por la ley en ese momento, y una multa de medio
millón de euros a cada paciente infectado, que tuvimos que pagar
todos los contribuyentes por ser responsable subsidiario el hospital
público. Uno de los actos médicos más miserables que he conocido con un personaje igual de miserable, nuestro yonky Maeso.
Tras aquello, sólo una vez más volví
a saber del fentanilo y esta vez fue como arma química.
¿Recordáis el asalto y secuestro al
teatro en Moscú? El 23 de octubre del 2002 un grupo de 50 asaltantes
armados y parapetados con explosivos adosados tomaban al asalto un
teatro en mitad de una función. Cogieron 900 rehenes, de los que
unos 90 consiguieron escapar en los primeros momentos. Cuando la cosa
se fue alargando en una situación de “no hay salida” para los
secuestradores y los rehenes, el gobierno de Putin tomó la decisión
de tomar al asalto el lugar con tropas especiales, y con medios
únicos. Hasta el momento jamás, que se sepa, se había usado el
Kolokol-1 en una acción con personal civil. El secreto producto ruso
es una mezcla de halotano o alguna variante de dicho gas anestésico
y un aerosol de alguna variante del fentanilo, de manera que mediante
la simple respiración de un lugar inundado con ese gas (que no huele
ni se ve) uno fuera quedando anestesiado en cuestión de minutos.
En principio la idea no era mala. No
era la peor de todas al menos. Intentaban entrar sin tener que
hacerlo disparando a un lugar abarrotado de rehenes presos durante
días. Pero la política de drogas rusa les jugó una mala pasada.
Putin dio la orden y se usó el Kolokol-1, que cayó como una bomba
en los agotados cuerpos de personas retenidas sin aseo, descanso ni
buena alimentación bajo un secuestro, así como en los de sus
secuestrados. Apenas se pegaron tiros, pero murieron 192 rehenes como
consecuencia del uso de esas drogas. ¿Por qué? Porque Rusia se
opone a todo tipo de aproximación racional a las drogas, de manera
que no existen programas de metadona o de buprenorfina para
desengancharte, y los usuarios de drogas allí no importan nada. Por
esa razón, las reservas que tenían disponibles de naloxona -el
antídoto del fentanilo y los opiáceos- eran las de uso normal en
quirófano, para revertir el efecto de la anestesia. Pero no tuvieron naloxona suficiente para 900 personas, y 192 murieron drogados por su
gobierno. ¿Fue la salida menos mala? No lo sabremos.
Y años después, ya con la llegada de
los mercados de drogas online, como Silk Road, tuve la posibilidad de acceder a la droga:
podía comprar fentanilo.
La primera pega es que -aunque barato
en cuanto a cada dosis- es una sustancia que se mide en microgramos:
millonésimas de gramo. Así que no resulta buena idea comprar
fentanilo en ese estado, puro y en polvo, si no tienes un traje
HAZMAT. Una corriente de aire es suficiente para que respires varias
dosis mortales. Las únicas formas fiables de fentanilo, a mi
entender, son las preparaciones farmacéuticas desviadas del mercado
lícito. Vienen en un vial para inyección o en los parches conocidos
popularmente como “parches de morfina” aunque no tengan morfina
alguna.
Como yo no pensaba inyectarme me
quedaban los parches. Y a por ellos fui, Bitcoin en mano, a comprar a
la darknet de las drogas. Al cabo de unos días recibí un discreto
paquete que contenía el pedido: una caja de 5 parches de 50
microgramos/hora de fentanilo. Caros, porque cada parche contiene en
total unos 8 miligramos de fentanilo -varias dosis mortales para un
novato- que se puede usar en trozos por vía de la mucosa bucal y
también fumado, aparte de su uso correcto sobre la piel, pero cuesta
unos 60 euros el parche de 50 mcgs/h en el mercado negro.
El uso correcto no es que carezca de
riesgos: hace poco moría una niña que había cogido un parche ya
usado de la basura, e imitando a su abuela enferma, se lo había
puesto sobre la piel. Se fue a dormir y no despertó jamás. El
fentanilo es, sobre todo y ante todo, una sustancia muy peligrosa en
su manejo y uso fuera de manos entrenadas.
Los parches son una matriz de un
polímero en el que se ha “untado” una mezcla de adhesivo y
fentanilo de manera que, por su buena absorción transdérmica y la
poca cantidad que hace falta que llegue a la sangre para hacer
efecto, son una buena forma de administrar una cantidad constante de
la droga. La cantidad de droga en el parche depende de la superficie
del mismo, ya que los de diferentes dosis tienen diferentes tamaños
en proporción. De esa forma si un parche de 50 mcgs/h tiene unos 8
miligramos en total, una décima de ese parche contendrá una dosis
de 800 mcgs: no llega a una dosis letal pero para alguien sin
costumbre sería una mala experiencia de sobredosis. Fumar 1/10 de un
parche te administra por vía pulmonar -la más rápida de todas-
casi la misma cantidad que todo el parche pegado a tu cuerpo durante
un día entero, de una sola calada: si no estás muy hecho a grandes
dosis de opiáceos es posible que empieces a vomitar en el acto y
caigas inconsciente poco después. Para fumarlo, se pega el trozo a
usar sobre papel de plata y se aplica calor con un mechero, aspirando
el humo con un tubito de papel de plata, al modo de otras drogas como
la heroína o la cocaína en base.
Personalmente me resultó un fármaco
que al principio califiqué como “opioide psiquedélico” porque
cuando lo fumaba, a veces en mitad de una frase o caminando a algún
lugar de la casa, me quedaba dormido -pero de pie y sin caer- y con
visiones geométricas muy intensas en bellos colores azules y
amarillos. Duraban algo menos de un minuto y me despertaba en el
mismo sitio, con memoria de lo visto en esos pliegues oníricos. Las
primeras veces tienen un color y una intensidad tan vívidas como las
primeras veces con heroína u opio en grandes dosis, y no son iguales
cuando adquieres tolerancia.
El fentanilo aunque es un opioide
produce liberación de dopamina, lo cual hace que
quieras redosificarte -como si fuera cocaína- cada poco tiempo, pero
sin embargo los efectos opioides no se van tan rápido. Si tuviera
que darle un consejo rápido a algún suicida de las drogas que
piense probarlo, es lo primero que no lo haga nunca estando solo y
que limite antes de empezar a consumir la cantidad que va a usar,
encargando a la persona que hace de cuidador que retire el resto para
no saltarse el límite en mitad de un estado ya alterado. No es bueno
redosificar, pero si alguien quiere entregarse al impulso de hacer,
que use porciones mucho más pequeñas que las mencionadas, o se
enfrentará al fentanilo como anestésico: es un puto animal como
fármaco.
Por supuesto, que a los añadidos de
los riesgos de usar opioides se le tiene que sumar el riesgo de caer
inconsciente durante breves lapsos, pero no en la forma que la
heroína sino mucho más brusca, en los que si te pilla con una
tijera (cortando un trozo de parche, por ejemplo) puedes caer sobre
ella y metértelas por el cuello sin enterarte. Y así todas las
cosas malas que pueden pasar si de repente quedas inconsciente, y
anestesiado al dolor. Por eso el lugar más seguro es un asiento o
sillón amplio, donde si caes lo hagas en blando, lejos del fuego de
los cigarros o velas, sin instrumentos cortantes cerca y vigilado por
alguien para que no te hagas daño, o por si hay que llamar a una
ambulancia.
Hay quién cree que fumar algo
desconocido tiene menos riesgo que esnifar o ingerir algo
desconocido: bienvenidos al mundo de las drogas de altísima potencia
en las que una calada de humo puede ser suficiente para matar a una
persona. Si alguna vez pensaste que la heroína era un fármaco
peligroso, no quieras conocer a su “hermano mayor” el fentanilo.
Drogoteca.
Advertencia.
El autor no pretende
incitar a nadie al consumo de fentanilo. De hecho, lo desaconseja
-como opinión personal- por ser una droga demasiado peligrosa en su
manejo y efectos. Su capacidad adictiva no es menor que la de la
heroína y ya puede suponer el lector lo que le acarrearía
engancharse a algo similar. El fentanilo dentro de una terapia con un
médico no conlleva los riesgos mencionados, sino que es similar a la
morfina en su gestión como analgésico. Para una descripción mucho
más detallada de los riesgos, efectos y peligros, léase este manual
con más imágenes y algunos consejos:
http://drogoteca.blogspot.com.es/2014/04/fumando-parches-de-fentanilo-reduce.html
Hello. And Bye.
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