martes, 27 de marzo de 2018

Cómo matar al violador de tu pareja.

Este texto fue publicado en la web www.disidencias.net en fomato partido, en dos publicaciones. Queda ya publicado en una sola web, a modo de texto "largo". Es una historia real de la que merece la pena sacar una moraleja...

Esperamos que os guste.

-.-.-


Por aquel entonces, estaba saliendo de una relación que había sido buena, pero que tenía que terminar: ella se iba a otra ciudad y creía que todo seguiría igual. Yo sabía que no podía ser, que ella necesitaría -especialmente en esa ciudad- a alguien que le diera un abrazo, la apoyara cuando no pudiera más o la deseara y la hiciera sentir viva. La que iba a ser mi “ex”, creía que yo quería desembarazarme de ella pero no era cierto. Yo sólo actuaba con cierto criterio de responsabilidad, tras haber hecho cosas por ella que no habría hecho por nadie (era una gran persona y lo merecía). Como era de prever, ella se fue a la gran ciudad y al cabo de 3 meses tenía ya un “amigo especial” (además de mi “amistad especial”): era la hora de irse y le sacaba los años suficientes para saberlo y poder hacerlo sonriendo.
En ese momento, otra de las mujeres que andaban “por ahí” en mis ratos de Internet pululando, de donde salían casi todos mis líos en esos años, cobró cierta importancia. Era el momento, y yo lo sabía. Pero ella insistía en poder seguirme “el juego”. Y a mí -para qué negarlo- me encanta jugar con la misma seriedad con la que juegan los niños: sin medias tintas. Se llamaba Lucía y tenía muchas ganas de sexo, de mucho sexo. Más que yo, desde luego. Era un nivel de sexo -de bastante buena calidad y variedad- que hubiera aguantado mejor con 18 años, pero eso había quedado atrás hacía tiempo.
Aun así, Lucía y yo nos metimos en una relación que se basaba en lo “provocadores” que podíamos llegar a jugar el juego de seducir al otro. Sexualmente no soy capaz de recordar una mujer a su nivel -que tuviera orgasmos con la simple estimulación de los pezones, por ejemplo- y es que como ruta de escape, para dejar una relación, era una gran salida.
Nos embarcamos en meses del sexo más salvaje, pero sólo entre nosotros (nada de terceros/as), y realmente exploramos juntos rincones de la mente y el cuerpo, que pocas veces más he tenido ocasión de disfrutar. No puedo negar que sexualmente fuera alguien capaz de dejar una marca al tío más pintado. A veces tenía la impresión de que la cosa iba de ver quien era capaz de proponer algo a lo que el otro dijera que “NO”, pero nunca conseguíamos pasar del “¡NO! Bueno…. Espera, ¿por qué no?” y lo peor es que nos gustaba.
El tiempo pasó y eso, que era una piedra en un riachuelo a la que saltar antes de ahogarse en otro lado, se convirtió en una relación. Aun así, el fuego sexualmente seguía estando presente. La relación, supongo, era eso: sexo y más sexo, experimentando los límites que nunca habíamos tocado. Ni Lucía ni yo nos propusimos llegar a eso, a la normalidad, pero llegamos. Y podíamos decir otra cosa, pero éramos una pareja y encima monógamos. Increíble pero cierto: monógamos y encima sin vocación de ello.
Yo me sentía muy cómodo en la relación, y de natural soy alguien confiado. Incluso cuando hay “señales” de que tu pareja podría estar poniéndote los cuernos (que a muchos pondrían “en alerta o celosos”) a mí nunca me habían importado: si mi pareja quiere estar conmigo, estará. Si no, se irá. No tengo por qué andar sospechando de nadie, y no tengo ningunas ganas de ello. A día de hoy sigo sin hacerlo. No sufro de celos, nunca los he sufrido.
Tanto, que ella era invitada por su “ex” a comer con cierta frecuencia, y a mí ni me parecía mal: me parecía estupendo. En serio. ¿Por qué me iba a parecer mal, porque él seguía encoñado con ella? Me parecía normal, y no me asustaba tampoco que en un momento pudieran echar un polvo “por los viejos tiempos”. Soy bastante tolerante en ciertas cosas, aunque no lo vaya anunciando, claro. Así que mientras las comidas en los restaurantes no salieran de “nuestra pasta”, a mí me daba igual e incluso me parecía bien que tuviera relación con su pasado. No tengo miedo a esas cosas.
Llevábamos ya más de 2 años de buena relación cuando ocurrió.
Ese día no estábamos juntos, yo estaba en otra ciudad trabajando, y no nos íbamos a ver en un par de días. Y recibí una llamada suya que me heló la sangre: no paraba de llorar, no paraba de sollozar sin ser capaz de respirar, y apenas era capaz de hablar y no gritar. No entendía nada y yo estaba a 800 kms. El corazón se me salía por la boca y debía parecer un toro enjaluado esperando para salir a la carrera.
Tras más de media hora de una situación complicada, sin más adjetivos que cubran todo lo que en ese momento viví al teléfono, y procurando no perder la cabeza -entendía poco, pero estaba viendo a mi pareja atacada y asustada- alcancé a comprender que acababa de llamarla por teléfono su violador.
Lucía, como un indecente número de mujeres en nuestro país, había sido violada años atrás. Podía achacarse a su promiscuidad a primera vista, pero era una apreciación errónea: la violación había creado una mujer que sólo sabía relacionarse sexualmente de una forma muy activa y dura. Yo lo sabía, sabía que había sido violada. Muchas de mis parejas, por desgracia, lo han sido. Hermanos, primos, tíos, padres y novios en adolescencia, son los que encabezan el ranking de las historias que ya he escuchado de boca de muchas mujeres. Demasiadas.
En el caso de Lucía, su violador había sido su propia pareja. Sí, su propio novio en la adolescencia -algo mayor que ella pero nada raro- la había violado. ¿Cómo? La ató a un radiador de la casa, se “divirtió” golpeándola con un cinturón durante un largo rato hasta hacerle sangrar la piel, cosa que le puso muy cachondo al tipo. En ese estado, la violó primero vaginalmente y luego lo intentó analmente pero no pudo, así que -a cambio- le dejó un regalo: hincó sus dientes -mandíbulas superior e inferior- en una de las nalgas de Lucía. Clavó totalmente sus dientes, en las carnes de una menor de edad, dejándola marcada de por vida. 
Luego la soltó, la hizo lavarse a fondo, aprenderse una historia falsa por si alguien preguntaba o veía alguna marca, y la mandó a su casa de vuelta. Su pareja con 17 años. Sí.
Yo conocía la cicatriz -como era lógico- y aunque había tardado un tiempo, conocía la historia. Por supuesto, cuando la escuché por primera vez, sentí la misma indignación que cualquier persona normal y deseé saber algo más del tipo, con la idea de ir a por él en mi cabeza. Pero ella dejó claro que era un capítulo cerrado de su vida, que por nada deseaba abrir, y yo -por supuesto- respeté su voluntad y “olvidé” todo el asunto.
Hasta ese momento.
De buenas a primeras, 11 años después de una brutal violación y agresión física, tu violador te llama por teléfono… “porque le apetece escuchar tu voz”. No alcanzo a imaginar la rabia, el pánico o lo que algo así puede provocar a una víctima de violación, pero sí sé cómo es que te caiga algo así en mitad de tu vida, de pareja, y tengas que actuar.
Tras dos días terribles, en que me volví tan rápido como pude a su lado, creo que hablé con ella al teléfono durante unas 30 horas hasta que estuvimos cara a cara. Manos libres, llamadas constantes, incluso para poder dormir y “notar que estaba al lado”. Y lo entendía, no tenía nada que reprocharle a ella. Pero tenía algo de lo que ocuparme irremediablemente. E iba a hacerlo.
Las llamadas habían continuado, hasta que estrelló el teléfono -por trabajo tenía varios- contra la pared haciéndolo reventar en cachitos y pisoteó hasta gastarse las suelas todo lo que podía ser mayor que una lenteja. Daba igual, en una denuncia de ese tipo un juez solicita pronto la orden para comprobar las comunicaciones y haber roto la tarjeta -o el móvil- no estropeaba nada.
Lo primero que hice al encarar el asunto finalmente, fue preguntarle a ella: "¿qué quieres que haga?"
La pregunta era clara: dime que lo mate. Era lo que le pedían mis ojos…
Pero ella quería que no hiciera nada. ¿Nada? No era posible eso. Si yo no hacía nada entonces que lo hiciera la policía, pero esto no podía quedar en “nada” (el tipo le había dicho que la veía por la calle, y que quería volver a estar con ella entre otras cosas). Hablé con policía -a distintos niveles- y aunque todos coincidían en la necesidad de acabar “de alguna forma” con ese tipo de criminales, me explicaban los problemas a enfrentar en la caza judicial de estos depredadores. Y yo no estaba seguro de que Lucía fuera a aceptar pasar por algo así, o a ser capaz de soportarlo. No tenía nada claro y, mientras, me limitaba a protegerla.
En un principio, yo mismo hablé con varias asociaciones de víctimas que me pudieran -la pudieran- orientar, ayudar, acompañar, algo. Yo era un hombre en una situación complicada, que no me iba a ir de su lado, pero seguramente yo no era suficiente en una crisis así. Era quien la acompañaba a cada paso que daba en la calle, a su lado, y quien la acompañaba hasta la asociación de mujeres que comenzó a tratarla, donde me quedaba delante de la ventana donde ella estaba 45 minutos, paseando en 3 metros sin moverme hasta que saliera por la puerta. Entendía cualquier reacción que ella pudiera tener -y soporté muchas que no soportaría en otro caso- porque la situación era de película de terror. Y yo era un rehén en ella, hasta que decidí actuar.
Cansado de la inacción de unos, de la ineficacia del sistema, de la prescripción de ciertos delitos y de muchas cosas, decidí encargarme yo del asunto. Y tenía claro que esto no iba a ser una simple charla: iba a ejecutar a sangre fría a un “ser humano”. Y a rematarle. Varias veces. 

Si no era capaz de asumir esto con total calma, mejor que no hiciera nada. Pero podía, y lo hice: seguí adelante. Lo primero fue conseguir un arma. La verdad es que no esperaba que el mercado estuviera tan bien surtido cuando buscas ayuda para algo así. Caro, muy caro, pero muy efectivo. Casi trabajar como de catálogo. Elegí una Beretta 92. Los dos tipos que me la vendieron vieron que era algo puntual, que no era un “profesional” y la broma me costó unos 4000 euros, sin contar munición. Pero la trajeron limpia, sin usar, y en su caja nueva: lo acordado. Si iba a pringarme en algo así, al menos que si me trincaban no me fueran a cargar los asesinatos de “El Lute” también. Así que bien valía lo pagado. Otros 800 euros casi en munición y un cargador extra para el arma, también nuevo, que había pedido para asegurarme varias pruebas y soltura con el asunto, completaron la venta.
El arma era preciosa. Odio a la gente con armas encima y la caza, aunque el tiro olímpico me gusta mucho desde joven (de tirar con la escopeta de perdigones en el pueblo) y algo sé del asunto. Era una pistola segura, fiable, de calibre grande, estable y muy usada a nivel planetario: un clásico. La primera parte había sido “relativamente fácil”. Ahora quedaba la segunda: usarla contra la cabeza del violador.
Debo decir -aunque no me deje en un buen lugar- que llegué a soñar con el momento de matarle y, que lejos de despertarme asustado, me levantaba con una extrema sensación de paz y con los ojos húmedos. Y que aprovechaba cuando eso pasaba para irme en coche, de madrugada, a una zona segura donde podía disparar unas cuantas veces, y hacerme con el arma en corto y en largo (nunca sabes lo que otro puede hacer).
Así que puse una fecha en mi mente, y empecé a prepararlo todo para que nada quedase al azar. Del tipo tenía hasta fotos, nombre y direcciones pasadas. Conocía su historia y la zona de su ciudad donde vivía (no era la mía). Era cuestión de no cagarla. Y llegado el día, me mudé a esa ciudad, a un hostal de mala muerte, pagado por una puta que puso su DNI. Esa misma noche estaba dando una vuelta y cenando por varios de los bares de la zona donde vivía, observando el lugar.
Eso y mi contacto en una conocida marca de telefonía móvil, hicieron que en menos de 36 horas estuviéramos sentados al lado en el mismo garito. Ahí estaba. Al lado. Y yo rígido como un palo, sin saber muy bien qué hacer en ese momento. Sólo pensaba en ir a por el arma (no la llevaba, por supuesto) y acabar cuanto antes: matarle esa misma noche si era posible, mejor que la siguiente. No era mi ciudad, pero cuanto menos me vieran, más sencillo todo.
Decidí volver al hostal y pensar tranquilo. Estaba a punto de salir del bar, cuando detrás de mí una voz me dijo: “Oye perdona, se te ha caído el tabaco”. 
Me di la vuelta y era él. Mirándome a los ojos con el paquete de “Lucky” en la mano, ofreciéndomelo para que lo tomará, y yo me quedé clavado sin reaccionar. El tipo se extrañó y me lo pasó por delante de la cara mientras me decía: “eh, ¿te encuentras bien?”. Tenía repentinamente ganas de vomitar, de pegarle y de correr al mismo tiempo. Tenía ganas de que todo fuera una pesadilla y yo despertase en mi cama. Pero no. Era real.

Estaba delante del hombre al que había ido a matar. ¿Cómo iba a estar bien?
Mi corazón pegó una patada en forma de extrasístole que me hizo doblarme hacia adelante, echándome la mano hacia el pecho. Ya por entonces me había empezado a medicar con Sumial (Propanolol) para esas molestas manifestaciones pero aunque había llevado unas benzodiacepinas para mantener la calma en los momentos más complejos, no había pensado que fuera mi corazón quien decidiera ponerme en un aprieto.
¿Y si me llegaba a ocurrir con la pistola en la mano? Una extrasístole fuerte se siente como la coz de un caballo en el pecho, y te hace doblarte de la sensación. En una ejecución a pistola, un momento así puede costar tu vida, ya que cualquier animal entre la espada y la pared se convierte en un mal bicho…
El violador me cogió por un brazo mientras yo me vi totalmente sobrepasado por la situación y mi respuesta orgánica. Creo que me habló al tiempo que me agarraba pero yo sólo escuchaba en mi cabeza un trozo del “Bohemian Rhapsody” de Queen:
“Mama, I’ve just killed the man…

Put a gun against his head, pulled my trigger: now he’s dead.”



Lógicamente el contacto físico con el tipo me provocó una reacción peor en mi sistema adrenérgico, haciendo que el corazón se acelerase bruscamente, mientras mi cabeza buscaba “soluciones a esa situación” a toda velocidad. En un momento estaba sentado en una silla, mientras no me atrevía a emprender ninguna acción, y era atendido por el violador y el resto de gente en el bar: estaba jodido, ya no podía encargarme del asunto como pretendía hacerlo.

Al pensar que estaba sufriendo un ataque al corazón, quisieron llamar a una ambulancia. Les dije que no, que ya me encontraba bien y que no era nada. El tipo era de los que no soltaban con facilidad, y se empeñó en acompañarme a casa. Le dije que no era necesario, que tenía el coche fuera, pero él contestó que no se quedaba tranquilo con lo que había visto y que no le costaba nada asegurarse de que llegaba a mi destino. Así que 5 minutos después estaba conduciendo hacía mi hostal, escoltado por el tipo al que había ido a matar.

Aunque había pasado ya el peor momento, no se me iba de la cabeza la letra de la canción de Queen y, en cierta forma, deseaba ser yo quien la pudiera entonar: ya le maté. Pero la realidad es que era él quien estaba detrás mío. Pensar eso me puso nervioso y cogí el arma. Hice una señal con las luces de emergencia y paramos el coche en un arcén. Bajé del coche con el arma amartillada, pensando en dispararle y largarme cuanto antes: cada minuto que pasaba allí estaba aumentando las probabilidades de enfrentar una condena legal. Cuando llegaba a la altura de su ventanilla, con un dedo en el gatillo y la mano en el bolso de mi abrigo, el corazón estaba cabalgándome como si me hubiera caído en una marmita llena de anfetaminas.

Para rizar el rizo, un coche de la Guardia Civil apareció por detrás. Preguntaban si necesitábamos ayuda, ya que estábamos parados en el arcén con las luces de emergencia y sin señalizar con triángulos aún. Les dije amablemente que no, que me había encontrado indispuesto y que se habían ofrecido a acompañarme, pero que como me encontraba ya bien había parado para decírselo al buen samaritano. Diciéndole eso a la Guardia Civil mientras no era capaz de sacar el dedo del gatillo -ni la mano del bolsillo- por miedo a que se notase que llevaba un arma.

Insistentemente rechacé toda ayuda y me fui sólo a mi hura. Había estado a punto de matar al tipo para ser cazado por la Guardia Civil en el mismo instante: era el momento de parar. Al menos ya tenía una idea clara de a qué me enfrentaba, pero había perdido todo “factor sorpresa”. Encima había sido atendido por el tipo y más gente en el bar; hacerlo hubiera sido suicida, pero no se llega a pensar con claridad en un momento así. Mi sistema cardíaco estaba a punto de pedir la baja temporal -bajo riesgo de petar en cualquier instante- porque había subestimado mi respuesta orgánica ante algo así.
Tener claro que vas a matar a alguien es un requisito para hacer las cosas bien, si es lo que vas a hacer, pero si bien eso ayuda a matizar las intenciones no reduce la respuesta fisiológica. Supongo que ante algo así, sólo quien mate con cierta frecuencia -o el psicópata disociado de las emociones puede verse inmunizado.
Decidí, tras dormir malamente, que tenía que buscar ayuda. En todo el proceso no lo había hecho antes porque siempre tuve claro que si levantaba la liebre, quedaba marcado para encargarme yo del asunto. Pero yo solo no podía ya o se complicaba mucho la cosa. ¿A quién podía recurrir? Pensé en las personas que me dirían que sí a echarme una mano, pero no quise implicar a nadie: era mayorcito para encargarme de lo mío. Pensé en el hermano de Lucía, sin saber si conocía la historia de su violación, y deseché la idea porque siempre me había parecido un flojo de pantalón.
Finalmente llegué a él: su exnovio. Habiendo sido pareja suya, habiendo mantenido relaciones con ella, debía conocer las marcas y debía conocer la historia. Haber tenido que relacionarte cada noche con el recuerdo de una violación y una violencia atroz contra una cría, no es un plato de buen gusto ni sencillo de tragar. Estar manteniendo relaciones y notar como tu polla pega en la cicatriz donde casi puedes notar los dientes con el glande, duele. Acariciar su culo y no saber si acercar la mano o alejarla de la zona, duele. Besar su cuerpo y “saltar” esa zona porque no quieres mezclar el odio que puedes sentir con un momento de intimidad con tu pareja, duele. Tener presente a un miserable violador cada vez que tocas a tu pareja, duele, cansa y marca en tu psique como marcó la nalga de su víctima con su mandíbula…
Vivíamos por entonces por la época del Messenger, y no recuerdo bien cómo es que yo tenía la dirección del chico, pero la tenía. No tuve que entrar en el correo de Lucía para tomarla, y no recuerdo ahora si habíamos cruzado palabra antes pero tiendo a pensar que sí, por la calma con la que discurrió aquella conversación clave. Le abordé -digitalmente- y le pedí que me dedicase unos minutos de tiempo, cuando pudiera dedicármelos. Al cabo de una hora estaba hablando con él. Le conté por encima el asunto, tras comprobar que él era conocedor de la violación y sus actores, y tras unas cuantas comprobaciones -por parte de ambos- él se puso a mi disposición. Tenía alguien delante que no parecía echarse atrás, ni sabiendo que esto terminaría con un cadáver en nuestras manos: eso me sorprendió gratamente. 
Entendía al igual que yo, que había quedado marcado por mi reacción cardíaca y, después, con la Guardia Civil parándose al ver los coches en el arcén. Y que -de seguir adelante- necesitaría apoyo. Esa clase de apoyo que no puedes contar a nadie y que te implica en un asunto muy grave. El tipo los tenía puestos en su sitio, desde luego. Y en un contexto así, de cierta confianza entre dos varones que como único nexo tenían su relación con la misma mujer en tiempos distintos, fue como solté la frase que partió el huevo.
En un momento en que el tema de la conversación era Lucía, le dije:
“Anda, que ya te vale a ti -después de tanto tiempo- seguir encoñado con ella…”
“¿A qué viene eso?” me replicó.
“Me ha contado lo que le dijiste tras la comida que tuvisteis el otro día, en Toledo.” le espeté, confiado.
Y así llegó la bomba: “¿De qué comida hablas? Yo hace más de 2 años que no veo a Lucía…”
¿Cómo? ¿Perdón? ¿Quién me estaba mintiendo? No tenía sentido que él me mintiera en algo así, pero la otra opción era que mi pareja me había estado engañando durante un largo tiempo, haciéndome creer que tenía una relación que no tenía, y que mantenía encuentros que eran inexistentes.
Al leerle no tuve duda de que me estaba diciendo la verdad, pero que tenía que dejar de fiarme de mis impresiones y verificar cada dato y paso; era algo que no había hecho -en varios aspectos- debido al vértigo de la situación y a la fuente de la que provenía la información, que era mi propia pareja. Le pregunté si estaba dispuesto a confrontar a Lucía con eso que me estaba diciendo, y aceptó.
Dos horas después, con toda la calma del mundo para no alertarla previamente, Lucía se conectaba en la noche para hablar por el Messenger. Tras un par de frases vacías como saludo y lubricante, no me pude contener más. Le pregunté algo -no recuerdo qué- sobre lo que me había contado de esa última vez que – según ella- se había visto para comer con su exnovio, y ella me contestó con toda normalidad. Al momento entró él en la conversación y repetí la pregunta, añadiendo al final la coletilla (innecesaria) que decía: “…porque tú el otro día has ido a comer con tu exnovio a Toledo, verdad?”
Ella al verse descubierta en esa mentira, se vino abajo. Empezó a llorar y a llamarme compulsivamente por teléfono para intentar frenar lo que pudiera ser mi reacción. Pero yo estaba golpeado por la contundencia de la información a procesar, y sólo quería saber una cosa: ¿era cierto lo del violador?
Yo no había puesto en tela de juicio la historia de Lucía -y era normal cuando había tenido que convivir con las cicatrices de su violación- y lo que viví esas semanas fue totalmente de psicosis. Supongo que al descartarse la opción de la policía para enfrentar el asunto, di por buena la información de partida sin entrar a cerciorarme por mí mismo de lo que estaba pasando. 
Sólo había creído a mi pareja, que ya era una víctima de violación…
Finalmente confesó: lo del violador era mentira. Si bien la historia de su violación a los 17 años permanecía como cierta -y en eso todos los relatos eran comunes- el hecho de que hubiera aparecido de nuevo en su vida y con la pretensión de causarle daño o abusar de ella, era falso. Simplemente, había hecho toda esa interpretación teatral -que incluyó días y días en una asociación de mujeres acompañada hasta la puerta por mí- para crearme un falso miedo que lograse volverme hiperprotector y obsesivamente dependiente de su situación. Había intentado darme celos hablándome de su exnovio y contándome que iba a cenar o a comer con él, pero al no causar efecto alguno había decidido ir más lejos: crear una amenaza jodidamente real sin que existiera.
Esa era la razón de que lo que ella quería que yo hiciera era “nada”. No quería cargar con un muerto en su conciencia y quería poder seguir exprimiendo lo que aquella situación le daba.Yo había contemplado horas y horas de charla con una psicóloga a través de los cristales de una asociación en una gran ciudad.
¿Qué había estado sucediendo allí, si el asunto del violador no era real? Pues que me puso de maltratador ante la psicóloga que creía estar tratándola. Al parecer -tampoco quise profundizar mucho en esta información, ya que era redundantemente doloroso- explicó que yo la acompañase a tratamiento, cada día y la esperase sin moverme de la puerta, diciendo que era un controlador obsesivo y celoso que no la dejaba sola ni a tiros. ¡Toma! Viviendo una mentira por dos lados para conseguir la atención -que ya tenía, pero no en modo suficiente parece ser- de un hombre, que ya era su pareja y no estaba viéndose con ninguna otra. ¿Tenía sentido aquello? 
Mentir en algo como que volvías a ser la víctima de un depredador humano para provocar un miedo lógico en tu pareja y así poderle tenerle en un estado de tensión constante y siempre dispuesto a atenderte. Era suficientemente duro como para minar la confianza del tío más pintado y, en mi caso, para plantearme si Lucía no necesitaba tratamiento psiquiátrico por lo que me había hecho.
No volví a verla. Aun así, antes de irme totalmente de su lado, conseguí hablar con su madre y exponerle todo lo que había pasado, ya que entendía que era algo patológico y muy grave lo que a Lucía le podía estar ocurriendo pero que yo había quedado totalmente fuera de juego: había quedado inhabilitado para estar a su lado, con un mínimo grado de confianza. Lo que no le dije a su madre es que podía haber matado a un hombre, que a día de hoy no puedo saber si realmente era el violador original y que – realmente- fue mi culpa haber llegado a ese extremo por no haber comprobado cada uno de los puntos de la historia: me hubiera bastado con comprobar que esa llamada no se había producido y que era inexistente el rastro telefónico de aquella supuesta nueva agresión.

¿Pero dudarías de tu pareja si te hubieras visto en mis zapatos?

sábado, 17 de febrero de 2018

Serie DROGOTEST IV: RECURREITOR, la mejor respuesta contra el drogotest

Este texto fue editado en la revista publicitaria gratuita Soft Secrets.



Sobre el drogotest... ES LA TERCERA VEZ QUE, A PESAR DE CONSUMIR MORFINA CON PRESCRIPCIÓN EN DOSIS MUY GENEROSAS, DICHA DROGA NO APARECE EN EL DROGOTEST QUE SIEMPRE DETECTA CANNABIS.... WTF??? Será que me engañan en la farmacia y me dan gominolas de fresa (aclaración para lelos y maderos: el drogotest es un absoluto fraude químico).


Y aquí va -oportunamente- el texto número 4 que escribí para ese fanzine publicitario cannábico sobre la trampa de la recaudación que está llevando a cabo el estado y todas sus policías, y cómo enfrentarla correctamente: siempre defiéndete de la mano de un buen abogado especializado en el derecho relacionado con el área, como en este caso es RECURREITOR AKA Carlos Nieto Herrero.



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Aquí el texto anterior de la serie drogotest:
http://drogoteca.blogspot.com.es/2018/01/serie-drogotest-iii-quien-es-el.html 


DROGOTEST Y AUSENCIA DE CONTROL METROLÓGICO.


Como hemos podido ir viendo en los artículos anteriores, el “sistema de recaudación en carretera” mediante toma de muestra de fluidos corporales (saliva) a los conductores -conocido como drogotest- es un sistema injusto desde su concepción, ya que sanciona de forma especialmente injusta a los usuarios de cannabis frente a los de otras drogas, hasta el punto en que puedes ser sancionado sin haber consumido droga alguna, tras 24 o 48 horas (o más) de la última calada a un porro. 
Todo depende de la bioquímica de tu cuerpo y de otros factores que nada tienen que ver con la seguridad vial, ya que por mucho que un aparato de medición biológica diga que hay “restos” de tal o cual sustancia en tu cuerpo, eso no implica que exista afectación alguna que impida un estado apropiado y seguro -para la conducción de un vehículo- por parte del sujeto.
Sólo en el caso del alcohol, se puede establecer un criterio de relación entre cierta dosis y ciertos efectos, ya que, aunque exista cierta tolerancia o costumbre al etanol, su familiaridad no hace a uno más resistente e incluso, en algunos casos, provoca lo contrario: bebedores que, tras décadas de duro consumo, una copita mínima de vino vale para emborracharles totalmente. 

Por ejemplo, en el desgraciado suceso de hace unas semanas, en que un Guardia Civil provocó muertos en la carretera y se intentó fugar, cuando fue detenido dio positivo en alcohol -lo que implica que existe un grado inevitable de afectación- y dio positivo para “drogas” (aún no se ha especificado cuáles), pero esto no implica que estuviera bajo los efectos de ellas, a diferencia del caso del alcohol en el que no existe duda posible.
Hemos visto también como todos los sistemas de análisis presentan distintos porcentajes de fallo, cómo, sin haber tomado una de las sustancias que están prohibidas, el test inicial da un falso positivo y sufres todo el proceso de retirada del vehículo, con todos los perjuicios que eso pueda causarte, en espera de que la segunda prueba (realizada días después en un laboratorio) diga que se han equivocado, por una interacción cruzada entre algún compuesto legal y su aparatito ladrón y tramposo.



A día de hoy, y teniendo en cuenta la similitud estructural entre el CBD, que es un compuesto 100% legal y sin fiscalizar dado que carece -en la práctica- de efectos psicoactivos, sería factible pensar en falsos positivos que se pueden generar en personas que consuman CBD u otros cannabinoides no prohibidos, y que den positivo en THC, ya que la molécula y su disposición espacial -lo que hace que encajen en los receptores del drogotest- son tremendamente similares.
Esto de los falsos positivos no ocurre sólo en el “drogotest”, sino que es algo que ocurre, en mayor o menor porcentaje, en la inmensa mayoría de pruebas reactivas ya que, en muchos casos, resulta imposible -o económicamente inviable- hacer un detector tan preciso que puedan distinguir con esos grados de precisión. Así pues, en cualquier tipo de prueba de esta clase, se contrapone la funcionalidad -facilidad y velocidad de uso, para sancionar- con la certeza de que se está sancionado a alguien que esté realmente bajo los efectos de alguna sustancia, o siquiera que tengas restos en el cuerpo de alguna de las sustancias prohibidas: primero te quitamos el coche y luego, si no era ilegal (lo que dio positivo), no te sancionamos, pero te quedas con lo vivido y los perjuicios que una actuación sin garantías ha provocado, causando un perjuicio innecesario a un ciudadano que no ha cometido ninguna falta.
A todo esto, debemos añadir un asunto más: la ausencia de “Control Metrológico”. ¿Qué es esto del control metrológico? Pues algo muy serio, que en el caso de los drogotest -y de otras sanciones- no se está cumpliendo, convirtiendo esas sanciones en recurribles y vencibles por la falta de garantías sobre lo que se está haciendo.
El control metrológico no es algo nuevo. Existe desde hace mucho tiempo en la ley y se aplica a todos los instrumentos que efectúan medidas o pruebas y cuyo resultado puede tener relevancia jurídica de distinto nivel, administrativa o incluso penal. La última ley sobre este asunto derogó la anterior y está publicada en el “Real Decreto 244/2016, de 3 de junio, por el que se desarrolla la Ley 32/2014, de 22 de diciembre, de Metrología”. No es un desarrollo normativo que deje muchos huecos a la imaginación, ya que detalla claramente cómo todo material usado -por parte de la autoridad del estado- debe estar sometido a procesos de evaluación, calibrado y pruebas, que demuestren fehacientemente que los resultados que ofrece, son correctos y sólo pueden presentar un margen mínimo (aceptado por ley, en función de la capacidad científica del momento) de error.
Un ejemplo derivado -que muchos podemos conocer- de esta ley, es ese cartel que hay en gasolineras, donde se lee que “se ofrece un juego de medidas” para que el cliente pueda ver lo que se le está sirviendo. Si bien una gasolinera no tiene obligación de ofrecer dicho servicio, más le vale que sus instrumentos de medida (los que le dicen cuánto combustible deben facturarte) estén bien calibrados, porque si sobrepasan cierto límite de “error” se consideraría ya para sanción administrativa y, si el grado fuera exagerado o deliberadamente provocado, daría pie a otro tipo de sanciones.
En el caso del estado en sus distintas formas (Guardia Civil, Policía Local, Policía Nacional y otros agentes de “la autoridad”) también se ve obligado -por ley- a que sus mediciones sean correctas y reflejen la realidad. Y eso ocurre en una báscula que pesa camiones para comprobar que no exceden la carga, en un sonómetro que mide el ruido de un bar, y en un radar que capta a qué velocidad va un automóvil. Todos ellos están sometidos por ley al control metrológico y si -por un casual- no lo ha pasado, pues las sanciones impuestas con dicho instrumento carecen de validez.

Recurreitor, o la respuesta inteligente a la ausencia del control metrológico.


Seguramente, el ciudadano biempensante, crea que, si existe un aparato para medir la presencia de drogas en el organismo, ese aparato ha de ser fiable y estará controlado en sus resultados por el estado: no es así. Eso es falso, y nadie ha establecido dicho control. En el texto anterior vimos cómo había sido el proceso de “compadreo” y selección de estos “drogotest”, para un mercado tan interesante y grande como es el europeo.
De hecho, hemos podido ver cómo, sin que el usuario de cannabis represente importancia estadística en accidentes, (cuando no hay presencia simultánea de alcohol u otras drogas), es el usuario de dicha planta la “presa estrella” en el proceso de selección de dichos aparatos, llegando las empresas a ofrecer incluso “datos secretos sobre detección mejorada de THC”

¿Secretos? Sí, secretos… porque son cuestiones de empresa que equivalen a mucho dinero en la salvaje competencia de hacerse con el pastel del mercado del drogotest en Europa. Las empresas -en la fase de desarrollo de esos aparatos y competencia entre ellas- hicieron todo aquello que la policía quería que hicieran.



La policía lo que buscaba en las pruebas realizadas, era cazar el mayor número de positivos y así poder imponer el mayor número de sanciones (recaudación), pero les importaba poco que estuvieran primando la “caza” de un conductor que no causa daños, frente otros que si los causan. Ese era el caso del cannabis, ya que THC tiene un metabolismo muy largo y perdura días tras su consumo.

La policía sólo quería víctimas, y a la opinión pública se le vende que “tener restos de drogas en el organismo” equivale a “estar bajo el efecto de drogas”, como si se pudiera establecer la misma relación que con el alcohol etílico.
Ante esta situación, en el año 2014, un joven licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca -de nombre Carlos Nieto Herrero- dando vueltas a la injusticia que era sancionar a alguien por tener presencia -pero no efectos- de una droga ilegal en el organismo, se puso manos a la obra y le plantó cara al asunto por la vía judicial. Hasta ese momento, año 2014, la ley requería que, para poder multarte, se justificase no sólo la presencia de drogas en el organismo, sino que dicha presencia implicaba una afectación, y que dicha afectación además tenía que ser negativa para la conducción.
El cambio legal realizado en el 2014 hizo que se pasase de sancionar la conducción “bajo los efectos las drogas” a sancionar la conducción “con presencia de drogas en el organismo”, sin importar la cantidad, excepto en el caso del alcohol para el que existen unos límites de uso aceptado en conducción. Es decir, la ley te permite conducir bajo cierto grado de influencia del alcohol, pero te sanciona si conduces con restos de drogas ilegales en tu cuerpo, aunque no puedan causar el menor efecto. 

Era un truco legal para poder sancionar sin tener que demostrar una afectación negativa del conductor, de manera que la aplicación de la ley de forma administrativa quedaba hecha un rodillo contra el que no se podía hacer nada. Estaba, además, llena de trampas y engaños para el ciudadano de a pie, que no entiende el lenguaje legal y sus distintos niveles de recurso.
Carlos Nieto se puso manos a la obra para buscar la forma de meterle mano, y aplicó algo que ya se venía aplicando en otro tipo de multas (las de radares). Si los radares que “sacaban” la foto en la que se basaba la multa, no habían cumplido con lo exigido legalmente por parte del control metrológico, la multa era recurrible con éxito y no se pagaba.

Así que -sin que nadie lo hubiera hecho antes, tras el cambio a la nueva ley- Carlos “Recurreitor” probó con esa vía y empezó a recurrir multas en base a que el drogotest carece de control metrológico por parte del estado. 

Eso es tanto como decir que los drogotest son el resultado práctico de un chanchullo entre los fabricantes -deseosos de vender su producto a un gran mercado- y las policías implicadas en su desarrollo, sin que exista un control del asunto por parte de una tercera parte que supervise. La policía quería más positivos, y ellos se los dieron, bajando el nivel de detección de cannabis en sus productos hasta el extremo 2’1 ng/, que consigue el Drugwipe Test, frente a un nivel de corte de 100 ng/ml que tenían otros dispositivos usados por otros cuerpos de las FFCCSE.
La diferencia es de casi 50 veces más sensibilidad entre un dispositivo y otro, y todo en la caza del usuario de cannabis mientras sus test desatienden, por completo, otras drogas como la LSD -que no detectan- para poder mejorar sus resultados contra el cannabis. ¿La razón? es la droga ilegal más consumida y, por ende, la más rentable para la recaudación. Que sea la que menos accidentes reales causa -ampliamente superada en siniestralidad por alcohol y cocaína- parece dar igual.
Así que Carlos “Recurreitor” empezó a utilizar en sus recursos contra las sanciones por drogotest que dichos aparatos no pasan control metrológico alguno. Y funcionó. Ganó, primero en Madrid y luego en Zaragoza. Después, ha seguido por toda España con desigual suerte (aproximadamente 1/4 de los jueces estiman que el drogotest -sin control metrológico- es una prueba no válida).
Los jueces entendieron -dentro de lo poco que se conoce y comprende este tema- que no podía ser que esos aparatos estuvieran ajustados “entre la policía y los fabricantes” sin que tuvieran control metrológico, y empezaron, en muchos casos, a darle la razón en sus recursos. ¿Por qué en muchos casos y no en todos? La justicia en España tiene una forma de funcionamiento en que la apreciación de ciertos criterios -como el presentado por Carlos “Recurreitor” Nieto contra el drogotest- queda a criterio del tribunal. Así que pueden darte la razón con ese argumento, o, por el contrario, pueden no querer entenderla y excusarse en cualquier cosa, como -por ejemplo- que se realiza un segundo control (días después en otro lugar) que demostraría si la lectura del primero era correcta o no, pero admitiendo ya que ese primer elemento de discriminación, no esté sometido a control alguno. 

La respuesta de un juez ante un argumento es algo que -por desgracia- no puede predecirse con exactitud, a menos que exista una clara jurisprudencia y que esta impida que el juez tome decisiones basadas en criterios equivocados (algo que ocurre, con demasiada frecuencia, en estos campos).

Dosis sancionable indeterminada...


Como nos explicaba Carlos -en la entrevista que mantuvimos- aunque quisiéramos dar por válido todo lo que nos cuentan sobre los drogotest -que son muchos, muy distintos y de empresas diferentes- y no supiéramos ya las “sospechosas prácticas” que hubo durante el desarrollo de dichos dispositivos… ¿cuál es la dosis a la que habría que sancionar por cannabis?
El cannabis -y su principio activo, el THC- es una sustancia que farmacológicamente no permite vincular (de forma funcional) dosis en organismo con unos efectos en el sujeto. Pero no es ese el principal problema. El primer problema a solucionar es que no existen ningún tipo de criterio, ley, norma o regulación que defina la dosis que esos aparatos deben utilizar como punto de corte. No está definido cuál es el nivel que sería permisible, dado que el THC puede permanecer semanas en el organismo y cuál sería sancionable. Dicha escala de valores, un criterio de “puntos de corte” en detección con drogotest, simplemente no existe.
Como suena: el estado nunca ha determinado un nivel de droga, en ninguna ley o norma para ninguna sustancia -salvo en el caso del alcohol- que deba ser el punto de corte o el punto sancionable. Nadie, con autoridad legal para establecerlo, lo ha hecho. Y de momento, siguen sin pasar un control metrológico esos aparatos. 

Es el más salvaje oeste de la sanción al ciudadano sin control ninguno y sin base científica sólida, y eso es algo que se ha de combatir. Carlos siempre pensó que esa era una situación injusta y que se debía ganar en los tribunales, aunque no a costa del trabajo ajeno, ya que recurrir (en un Contencioso-Administrativo) siempre nos sitúa en el riesgo de que no estimen nuestra alegación -ni siquiera de forma parcial- y seamos condenados en costas. Una condena en costas no puede superar un tercio de la cantidad que hay en juego, y eso lo debe saber el cliente para bien y para mal.

Consejos de Recurreitor.


Carlos aconseja a cualquier persona que sea sancionada que, lo primero, mire en los foros de Internet relativos al tema para buscar la situación actual. Que busque un abogado que le asesore y que establezca con él, de forma clara, los costes de recurrir y los riesgos de hacerlo, antes de decidirse a iniciar el procedimiento: el tiempo y el trabajo de un abogado, gane o pierda, vale un dinero que si pierdes tendrás que pagar tú (o perderlo él, si decide trabaja a riesgo propio).
También anima a que la gente no tienda a pensar que es peor el remedio (recurrir) que la enfermedad (la sanción), o no se conseguirá revertir la situación y empeorará. 

Y que distingan claramente lo que es un “recurso” (alegaciones) ante quien nos sanciona, que no se necesita abogado, pero donde no existe un juez sino un funcionario cualquiera, y lo que es un recurso Contencioso-Administrativo, que equivale a ponerse de pie ante la administración, reclamar la intervención de un juez y plantear tu caso ante él. 

Son dos actos distintos en niveles diferentes, y aunque hayas pagado la multa -para aprovecharte del descuento- y aunque te digan que el hecho de pagar hace que pierdas el derecho a recurrir, eso es sólo parcialmente verdadero, ya que siempre tienes el derecho a recurrir (dentro de los plazos legales) ante un juez de verdad y plantear un Contencioso-Administrativo, por ausencia de control metrológico, como hace “Recurreitor”.



Finalmente, preguntado sobre cómo habría que proceder para desmontar esa ley injusta, Carlos nos insistió en la “ausencia absoluta de discriminación del peligro real con el sistema actual” como motivo principal a esgrimir, y nos explicó las distintas vías. 

Por un lado, existiría una vía política en la que el Parlamento o un partido político -mediante el “proyecto de cambio de ley”- podría hacerlo, y Carlos opina que esa vía debería trabajarse: para algo les pagamos un sueldo a los políticos. 

Por otro lado, lo podría hacer el Tribunal Constitucional de oficio (autónomamente). Y también podría instarlo un juez que plantease una cuestión de constitucionalidad (y sí, también existen jueces que usan cannabis) sobre el asunto. La vía que le queda al ciudadano común, no por eso es menos importante, es el recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional -una vez agotados otros estamentos previos- cuyo mayor problema es el coste que supone, que lo hace carente de rentabilidad (económica) para cualquier sancionado, pero no lo hace imposible lo que nos deja ante una vía más.
Agradecemos a Carlos Nieto Herrero, “Recurreitor” (www.Recurreit.org) su atención y explicaciones, y le deseamos que continúe con la mejor de las suertes en todos sus recursos frente a la injusta sanción del drogotest.
PS: El último texto de esta serie sobre el fraude que es el drogotest, podéis leerlo aquí http://drogoteca.blogspot.com/2018/06/serie-drogotest-violando-ciencia-y.html 

domingo, 11 de febrero de 2018

Bitcoin y el 2018: sopesando el cripto-panorama.

Este texto fue publicado hace un par de semanas en la página líder de información sobre Bitcoin en castellano, ElBitcoin.Org, y es un buen momento para colgarlo aquí, ahora que muchos están mirando (entre asustados y emocionados) lo que está pasando en el criptomundo.

Esperamos que os sea provechoso... ;)

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Estas Navidades de 2017 hemos vivido uno de los mayores picos informativos sobre Bitcoin en España, y parece que ha sido su desembarco –de forma sólida– en los medios. Ahora, en “Los Desayunos de TVE” en la 1ª cadena, te cuentan cómo es la Blockchain, para todo lo que sirve y lo mal que le va al Bitcoin que ha perdido la mitad de su valor, e incluyen de forma repetida las criptomonedas en su parrilla informativa.
Hablan del riesgo de colapso de las criptomonedas, pero no dicen nada del silenciado riesgo de colapso de todo un sistema financiero basado en una mentira sostenida. Dicen que existe mucho riesgo en las criptomonedas pero que, por suerte, ese riesgo no sería sistémico. Lo de sistémico –en España– nos suena a “factura común”, como ocurrió con los banqueros rescatados y cuyos dirigentes ahora llenan nuestro juzgados, cárceles y tumbas (recuerdos para ese día de tortilla en el campo que se pegó Blesa). Al menos, si el chiringuito de las criptomonedas se cayera por cualquier razón, no tendríais que pagar todos las decisiones de unos pocos: cada palo aguanta su vela.
Los niveles de adopción como instrumento financiero (mayormente inversión y especulación) de Bitcoin y otras criptomonedas están más fuertes que nunca, y nos espera un 2018 movidito y divertido. Si esta Navidad de 2017 ha sido así, no quiero imaginar cómo será la de 2018.
¿Qué espero para este año? Pues cosas buenas, para todos menos para BitCOREcoin. Por supuesto, este año se verán destapados muchos fraudes –como el esquema Ponzi de Bitconnect que ha caído ya– y otros nuevos serán creados para la masa que se dispone a entrar en el mundo cripto. Son muchos y vienen en manada.
En estos días, he tenido propuestas para minar en Venezuela y en Marruecos, y también para participar en una venta de una cantidad superior a los 25 millones de euros en criptomonedas (con su correspondiente comisión, claro). Mi madre –que es matemática de hobby y química de formación– ya me dio dinero para invertirle en septiembre, y mi padre hizo lo mismo en diciembre.
En diciembre estuve también con “El Coleta” de Moratalaz, conocido rapero padre del Rap Quinqui o Rap Kinki, fumando unos canutos en un parque –como solemos hacer siempre que quedamos– y a pesar de ser un personaje (porque es un personaje y eso no se puede discutir) que no tiene un teléfono con Internet (ni Whatsapp ni nada, por voluntad propia), cuando le dije que quería unas camisetas me contestó: “Vale, pero me las pagas con Bitcoin CASH”.
¡Coño! Cómo ha cambiado el panorama…
La primera vez que contacté, en el año 2015, le ofrecí pagarle unas cosas con Bitcoin. Me dijo que no lo aceptaba, porque los porros los pagaba con euros. Le contesté que yo pillaba mi wax y shatter de cannabis con Bitcoin, pero no le convencí. Tiempo después nos vimos en un concierto –le vi tras el concierto, porque echaron a un tipo que iba conmigo por ponerse a fumar porros en la sala– y ese día me reconoció que ojalá hubiera aceptado mi oferta en su día, porque el precio del bitcoin se había multiplicado (hace más de un año ya). Esta vez, lo de que le pagase con Bitcoin CASH no era una opción sino un requerimiento: me pagas con. Asertivo y claro.
Curiosamente “El Coleta”, a pesar de ser ese personaje macarra y kinki que se ve en los vídeos, es también un padre de familia más que se tiene que buscar los garbanzos, y fue de los primeros que escuchó hablar de Bitcoin: seguramente antes que yo. Me contó que él había conocido Bitcoin en el año 2010 en un foro de Internet sobre inversiones, llamado Burbuja.info, pero que no lo había visto claro (no se puede tener tiempo para todo y querer hacer todo) y no se había metido a fondo en ello.
Yo me alegro de que esto fuera así, porque sé que el dinero tiende a quitarle el colmillo al lobo, y gracias a que este joven músico es como es, yo puedo disfrutar de sus creaciones. Y es más, me ha picado —por su culpa, claro— el gusanillo y me voy a comprar un BMW, que viajo mucho oye…
La cosa es que se nota y se siente que Bitcoin ya no es aceptado por la gente como algo raro, extraño, difícil de comprender. Creo que a día de hoy he enseñado a más de 100 personas (de jóvenes a ancianos) a manejar sus criptomonedas, y ahora existe una demanda intensa y activa de formación en la materia como no ha existido antes. He recibido ya varias ofertas –y sigo recibiendo– para educar a jóvenes sobre el Bitcoin y las criptomonedas y ofertas también para clases particulares a adultos que quieren tener una buena comprensión del asunto.
También he podido comprobar cómo los CEO de un montón de negocios relacionados con las criptomonedas, no tienen ni puta idea del asunto. En mi ciudad hay ya joyerías que compran y venden criptomonedas, pero no les pidas ninguna comprensión seria de lo que manejan ni que procesen correctamente lo que está pasando: se escandalizan por las tarifas que la chapuza de CORE está infligiéndole al falso Bitcoin pero no conocen aún a BitcoinCASH.

Con este panorama, es difícil no soñar con un nivel de adopción varias veces superior para este 2018. Eso nos sitúa ante un panorama cómodo pero complejo en un punto: si bien Bitcoin CASH está recibiendo todo el apoyo que BitCOREcoin está perdiendo por su nefasta política (el secuestro del repositorio y la perversión de la idea original), a ojos de los inversores menos entendidos estamos disparando contra el valor de la unidad de referencia, que a día de hoy para el “n00b” en criptomonedas, es BitCOREcoin.
Aunque la realidad posterior al fork pueda resultar confusa para el novato, los incentivos económicos en juego seguirán actuando implacablemente. El futuro de Bitcoin CASH se ve claro y meridiano, con tarifas bajas y confirmaciones rápidas, y el de BitCOREcoin bastante negro, con tarifas cercanas a 50 pavos por una transferencia. Parece que a Adam Back y sus “habitantes de Hamelin” no les cabe entender que el valor se deriva del uso y la adopción de la moneda, sea la que sea, y que una moneda que no es posible usar (sin unos costos desmesurados y una penalización seria a la fluidez del capital) no puede retener el valor que se le atribuye, y menos aún en un mundo que huye del concepto de “fiat”, sea quien sea el emisor, porque nadie parece de fiar en el manejo de estos intrumentos.
Pero –como dice Rajoy– la realidad es terca y la económica se impone a base de lecciones duras y molestas para quienes se empeñan en obstaculizar el natural camino del mercado libre. Este 2018, veremos como la distancia entre CORE y CASH se va cerrando como un nudo de horca alrededor del cuello del ocupante del patíbulo. No es que me alegre de la desgracia ajena, es que no me puedo lamentar por un secuestrador y menos si lo que ha robado es la libertad asociada a la mejor idea relativa a la soberanía financiera de los individuos.

Sé que no veremos a BitCOREcoin caer de manera repentina, como lo ha hecho Bitconnect, aunque reconozco que me gustaría. Bitcoin sigue siendo el sonido que hace que los oídos se destapen cuando la gente juega con la idea de acercarse al mundo de las criptomonedas, pero es Bitcoin CASH el que buscan en cuanto se dan cuenta de lo que está ocurriendo y las restricciones al libre movimiento de su dinero. Todos hemos pasado por Bitcoin, pero todos estamos acabando en Bitcoin CASH: no nos gusta que nos tomen por gilipollas ni nos metan la mano en el bolsillo.
Y como el tiempo da y quita razones, nos vemos aquí a final de este año para comentarlo.

Hoy el mercado paga 6,5 bitcoins CASH por cada BitCOREcoin. 
¿Cómo acabaremos 2018? 

PS: No os perdáis la canción que los Nasty Bits le han dedicado
a la gentuza de Blockstream y Adam Back....
BACK OFF BLOCKSTREAM!!