lunes, 23 de abril de 2018

Alba II - Gente tóxica + Historia real no contada antes...


Este texto que hoy traigo, tiene una historia más interesante asociada en la vida real que la que cuenta. En principio, este texto lo escribí yo tras la petición de un director de un conocido medio cannábico gratuito más el permiso de la directora del medio publicante (la web de Cannabis.es), para exponer a un nefasto personaje que hemos sufrido en España (ahora creo que fuera de ella, también) en el ámbito del cannabis.

El tipejo que recrea la historia se llama Paco M. en la vida real, pero en el texto decidimos ponerle de nombre (ligeramente ofuscado) de Jaco Marchante. Como digo, el objetivo del texto iba con esta persona, y con nadie más.

Lógicamente, cuando se escriben relatos de ficción, se nombran personas que no existen aunque el modelo -lógicamente- lo tomemos de la vida real. Y así fue con otros de los personajes, totalmente accesorio y sin interés (lo uso para que me dé la replica en una llamada telefónica y poder contar cómo trataba el tal Paco a las mujeres que -por desgracia- se acercaban a su órbita “pseudoactivista”). El personaje se llamaba “Marta WeedDiva” y no estaba inspirado en nadie en concreto, salvo el nombre que lo había tomado prestado de una cuenta que vi en Instagram y describía perfectamente a ese tipo de carácter: niñas monas sin mucho cerebro, que iban pasando de mano en mano y de asunto en asunto por el mundillo del cannabis, a cambio de salir con poca ropa haciendo de azafatas de “congresos”.

Sin embargo, ese personaje secundario y que no representaba a nadie se convirtió en motivo de disputa. Una tipa llamada Raquel, que fue trabajadora de la empresa que publicaba el texto, dijo que ella se sentía identificada con el personaje inventado y que, además, lo estábamos usando para acusarla a consumir cocaína (ya que el personaje, también de forma accesoria para hablar con la protagonista, se mete una raya de cocaína en un WC con ella).

El razonamiento que usaba esta tipa es perverso: ese personaje me recuerda a mí misma... ¿por qué será? Ah!! Encima se mete cocaína, aunque yo no consumo cocaína... ¿Soy yo entonces? Claro, soy yo y además me llaman cocainómana!! :P

Nivel mental: hueco con eco.

Así de duro. En lugar de pensar “si usa cocaína, está claro que no soy yo” convierte el elemento que la descarta en una acusación contra ella. Demencial, pero nada sorprendente dentro de la pobreza intelectual de esta tipeja. Y con eso inició una batalla.... xD

Primero escribió a la editora que publicaba el texto, que CASUALMENTE ERA SU ANTIGUA JEFA que la tuvo que echar de la empresa porque abusó lo indecible de “supuestos problemas médicos y dolores de espalda” para no trabajar;  a tanto morro llegó, que otro trabajador de la empresa le advirtió, pero ella prefirió ignorarlo y seguir de baja. Es decir,  ella tenía "algo pendiente” con la editora (mi jefa por entonces en ese medio) que no resolvió en su día, aprovechó el texto para intentar vengarse, haciéndole quitar un texto mediante coacciones organizadas y amenazas de publicidad negativa organizada de su mano.

La editora le contestó la verdad: el texto ni tenía que ver con ella, sino con un hombre, y el personaje de ficción no era ella. Y que lejos de acusarla de nada, si el personaje tomaba cocaína y ella no, era un motivo para que se descartase en sus extrañas ideas.

Pero la verdad, cuando hay mala fe, no suele bastar. Como la tal Raquel se dedica a pastorear juláis en Youtube e Instagram con cuentas pseudocannábicas en las que igual enseña muslamen que enseña trompetas, organizó una campaña con 4 mongolos de su clase: resultado cero. No les hicieron ni puto caso y el texto no se retiró, como ellos exigían... xD

Viendo que tenía nulas fuerzas para exigir nada, y menos a su antigua jefa, decidió cambiar el objetivo y vino a por mí con una acusación distinta y que no podía lanzar contra la editora por ser mujer: yo era machista.

Ese episodio, el de la acusación machista organizada por 3 retrasadas para ganar visibilidad y seguir chupando del cuento (ninguna es capaz de tener un trabajo digno), es largo y va a ser contado en otro lugar, así que no entro en ello ahora. Me reservo. :))

Pero sí voy a dejar aclarada cuál fue mi relación con esta tipa, de una vez para siempre.

La conocí en Twitter, parecía que le gustaba hacer cosas y que era joven (no estaba quemada), y empezó a colaborar en aquellos días, en una campaña en Alicante que dirigía precisamente el mismo Paco M. que es el protagonista de la historia. Era la “chica para todo” en la empresa que editaba la Revista Yerba -antes de que volviera a manos de Miguel Pedregal (su dueño original)- y de ahí la tuvieron que echar por su nefasto trabajo... :P

Le ayudé a conseguir algo de trabajo posteriormente, primero escribiendo para la nueva Yerba con Miguel Pedregal unos artículos de ropitas y de cosas así, que corregía yo antes de que los enviase porque su capacidad es realmente limitada. Tan limitada tiene la capacidad de que a pesar de que le conseguí trabajo escribiendo para 2 medios distintos, tuvieron que acabar echándola también por bajo rendimiento y los problemas que creaba... a pesar de que en dos ocasiones el director me llamase antes de echarla y le convenciera para que le diera otra oportunidad (hasta que fue insostenible y ya me llamó para decirme que la había echado, cosa que me pareció lo lógico viendo cómo degeneró -por más oportunidades que le dieron- en vez de intentar progresar dignamente).

No me sorprendió: varias veces me pidió que escribiera yo sus textos, que ella me daba el dinero y los firmaba.... :P

Ese es el nivel de la dignidad profesional de la tal Raquel, la choni del cannabis que salió -sin cobrar un solo euro, que ya cobras con “la fama” que eso te da... xD- en pelotas en Interviú... y se le subió a la cabeza: escribe tú, firmo yo, y cobras tú.

Vamos, que la moza quería ponerme de negro escritor para ella.
No es de extrañar en una niña que -como la mayoría de su edad- es mona y en su caso se acostumbró, demasiado joven, a que hombres -demasiado mayores- fueran sus acompañantes y la exhibieran paseándola en lujosos coches: es la típica mujer que está acostumbrada a conseguir que otros, normalmente hombres a los que encandila o contacta sexualmente, le hagan el trabajo.

Mi relación con ella terminó unos meses antes de este incidente, cuando un par de directores de medios cannábicos, me avisaron de que andaba pidiéndole dinero con todo tipo de excusas a la gente

Hablé con ella y me pidió 200 euros, según ella para ir a trabajar a una feria a Asturias: yo se los dejé, pero me fui a Asturias a esa feria sin que ella lo supiera. ¿Y qué pasó?
Habéis acertado: el dinero lo había recibido peeeeeeeeero no había ido a dicha feria a trabajar.

Era una gran cuentacuentos, pero es una pena que no supiera escribir además para ganarse la vida sin pegar sablazos a la gente del trabajo. Es decir, la pillé mintiéndome por dinero, y en ese instante CORTÉ RADICALMENTE cualquier contacto con esa tipeja.

Cuando ocurrió esto, estaba trabajando para el banco Sweet Seeds, tras haber “engañado” a otro hombre que le había hecho el favor de recomendarla a esa empresa (sin contarles su historial en otras empresas del ramo), jugándose su prestigio y, como es de esperar, habíendose dejado los huevos en ese favor por el movidón que montó nada más entrar en esa empresa y mintiendo a su jefa... 

De hecho esta tipa, inició toda una serie de agresiones y acusaciones contra mí, sin decirle a quienes implicaba en esa batalla que ella había sido -como decía la gente- mi protegida durante muchos años y que yo había cerrado mis puertas, tras pillarla mintiéndome para conseguir dinero....

Así comenzó la historia de Drogoteca el machista, pero no termina ahí.

Es mejor acusarte de machista que decir que fue cazada contando historias falsas para sacarle dinero al personal y que Drogoteca te mando a chuparla en el acto, a pesar de tus amenazas de destrozar todos los asuntos de activismo cannábico en los que, por desgracia, la habíamos metido un director de un medio cannábico y un servidor o el intento de chantaje que ejecutó, cuando le dijo claramente a ese mismo director que "le podía contar a mi pareja a quién me follaba yo". Todo muy limpio, cuando mi único delito era haber cortado TODA RELACIÓN y vías de comunicación con esta trepa.

Un dibujo que hizo la susodicha,
 y me envió como regalo. 
Acompaña -oportunamente- esta ocasión.


Personalmente no tenía el menor interés en ella (de tipo afectivo o sexual) y en unos 4 años de relación diaria basada en el cannabis y el activismo en redes sociales, sólo nos vimos 2 veces: la primera en el montaje del set donde Interviú le hizo las fotos, ya que a mí me entrevistaban ese mismo día y me habían invitado (ella por un lado y al mismo tiempo, otra persona) a ir a ver cómo se hacían las fotos. La segunda vez, fue en el piso alquilado que tenía en Madrid, que pasamos a tomar algo mi pareja y yo

Y nunca más acepte una cita con ella... nunca. Y menos a solas, ya que conocía bien sus maneras cuando intenta conseguir algo de alguien especialmente hombres... De hecho, al poco de escribir yo en la revista Yerba donde ella estaba, la invité a ir a un concierto de Extremoduro en Valencia.... CON SU NOVIO DE ENTONCES (una buena persona)... aunque les pagase yo las entradas. Quería dejar claro que mi trato e interés hacia ella no tenía nada que ver con su vida afectivo-sexual y que no quedase duda por parte de nadie. Era un detalle, que incluía a su pareja, no un regalo de flirteo.

En fin, que no me importa ayudar a nadie a trabajar, pero paso de alimentar o de darle cancha a ladillas...

Pero eso, es material para otro día.
Hoy os dejo con el texto de Paco M. -uy- Jaco Marchante, que es el real protagonista del mismo y no una choni aburrida y sin capacidad para ganarse la vida dignamente.

Esperamos que os guste.
:))

Drogoteca.

.+.+.+.

GENTE TÓXICA.

No me había sentado nada bien aquella violación frustrada, y el hecho de haber terminado implicada en el asesinato y enterramiento ilegal de un Guardia Civil -aunque fuera toda una epifanía la experiencia final- tampoco me ayudaba a pintar mi espacio con un tono de tranquilidad. Viajaba en un bus desvencijado de la empresa “Avanzando” conducido por un cincuentón medio ebrio, a quien si le pusieran una gorra de color metal en la cabeza, ganaría el concurso al "Mejor Disfraz de Botella de Anís".

Graznaba machadas mientras conducía, intentando ganarse la atención de dos opositoras a inspectoras de hacienda -que tenían edad ya como para llevar pañales para pérdidas de orina- sentadas en primera fila y que insistían en comportarse como dos niñatas de 13 años, hablando de tampones y compresas entre risitas y eufemismos vergonzosos. 
Criticaba -el machote conductor- a esos cultivadores de cannabis que se negaban a comprar su droga en “los clubs legales, ya que para eso se los hemos permitido, para que estén controlados todos esos drogadictos”
Lo sostenía entre gruñidos que reafirmaban su escasez de cópulas anuales -o exceso de anales- mientras intentaba enganchar en la conversación a aquellas dos momias con perlitas en las orejas. “¿Nadie se pone a cultivar tomates si los tiene en el supermercado, verdad? Y si lo hace, es que algo sucio está haciendo.” Esa era la piedra central de su agudo razonamiento, pero me daba igual: yo sólo quería morirme en una cama -de un cansancio que no acababa de sanar- aunque lejos de ese tipo, o de cualquiera como él y sus menopáusicas amigas opositoras...
Miraba en Internet dónde quedarme en Madrid para buscar trabajo y sobrevivir. De momento lo haría con lo que me había dado el Padre Heredia -me jode la caridad católica, pero en este caso entiendo que lo que hicimos, no fue nada católico- sabiendo que había quedado en profunda y agradecida deuda con él. No sólo por salvar mi coño y mi vida, sino por los porros que metió en el hatillo que me hizo, junto con unas semillas que me dijo que eran “mano de santo”
Agradecía seguir viva pero tampoco tenía muy claro el porqué, cuando sonó mi móvil: “¿Hola, Alba?” se escuchó cuando solté un escueto “¿Sí?”.
“Soy Marta WeedDiva. Nos conocimos en un sarao privado de una copa cannábica en una feria de Barcelona... ¿me recuerdas?”
Mi cerebro intentaba moverse entre datos y caras de fiestas, pero era como una carrera de 200 metros vallas en arenas movedizas y no salía nada claro de mi coco. 
Ella insistió: “Estabas en el WC metiéndote una raya sobre tu móvil, yo me reí y me invitaste a una: esnifé la mejor cocaína de mi vida sobre un tuit en el que mandabas a tomar por culo a tu pareja, o eso me dijiste entonces...”
Ahí sí que caí. Lo de esnifar es más fácil recordarlo porque no esnifas con todo el mundo, pero a la vez tiene su aquel porque cuando esnifas no sueles fijarte en la cara de nadie, así que la clave para recordarla fue la historia que le conté y que no era más que una excusa para ligar con ella en una fiesta aburridísima llena de puretas fumando y charlando entre ellos, mientras miraban el culo a las chicas que habían puesto de adorno con la excusa de alguna promoción. Marta AKA WeedDiva era una de ellas; chica mona que había salido del 'ghetto' fumando porros como forma de vida -o eso decía ella- y que se sacaba para sobrevivir poniendo su imagen en distintos “cubiletes”, pero siempre cerca del mundillo cannábico. 
Le dije, muy sinceramente debido a mi lamentable estado: “Ah Marta, sí, recuerdo quien eres... ¿Qué querías? Si es muy largo de contar, tal vez no sea el mejor momento...”
Me interrumpió de golpe, con miedo en la voz a que resolviera y cortase la conversación y dijo: “no, no, llamo para pedirte que me cuentes tú algo... es que tengo una oferta de trabajo pero viene de alguien que no me da buena espina para nada: un tal 'Jaco Marchante' y una persona me dijo que tú me podrías dar información, porque le conoces bien. ¿Es de fiar?”
Cuando alguien te pregunta si otra persona es de fiar, te pide una evaluación que tal vez no te apetezca dar, pero la química de mi politoxicómano cerebro se había activado como si me hubiera subido medio gramo de anfeta por la nariz al escuchar hablar del viejo Jaco. ¿Ahora se hacía llamar Jaco Marchante? Me hizo gracia porque ese era el apellido de la segunda mujer que desposó, y que en realidad odiaba porque le recordaba -cada día- lo que en realidad era a pesar de sus anhelos.
“¿Marchante?” pregunte con evidente sorna.
“Sí, ahora firma así en Internet. Dice que es un apellido profesional, para los medios y que respeten su vida privada...”
Eso era mentira, había cambiado de apellido intentando cambiar de víctimas, pero no de vida que seguía agonizando a ráfagas: hace unos años me llamó pidiendo ayuda diciéndome que “le quedaban unos dos meses de vida porque 'el bicho' le había comido por dentro e iba a palmar ya mismo”. 
Como lo que me pidió no era pasta -algo que nunca debías poner cerca de Jaco si querías volver a verla- no me importó echarle una mano en Twitter, donde aterrizó por desgracia, y aprendió a hacer de un grano de arena, una montaña con la que acosar a cualquiera. 
Al principio pensé que era la desesperación del aspirante a patíbulo cercano, pero luego vi que era simplemente la única forma en que sabía existir: acosando a otros, y especialmente a las mujeres a las que gustaba de tratar como si fueran sus empleadas con derecho de humillación. “La becaria” era lo más suave que decía que cualquier trabajadora cerca de él, pero se vendía como un activista por los derechos de todos.
A lo largo de su historial, le habían colgado epítetos como Jaco 3000 en alusión a una de las cantidades robadas en un fraude donde prometía dar defensa legal a usuarios de cannabis que pagasen su “tarjeta de porrero asociado”, Jaquito Chocolatero en alusión a la mierda que fumaba y que trapicheaba en las fiestas “de rojos de izquierdas comunistas de verdad” en las que pululaba buscándose la vida y haciendo favores para pedirlos después, Jaco Más-Cara-Que-Espalda como le llamaban quienes tuvieron la desgracia de trabajar en el mismo lugar que él ya que se ganaba el lugar como los cucos: quitando el trabajo de otros a ojos de jefes atontados y atribuyéndoselo a sus huevos para llevarse la tajada. 
También Jaco el Banquero, por un inefable “Banco de Cannabis” que era gratuito para enfermos, y donde los inocentes cultivadores donaron yerba que se fumó “el banquero” y jamás se pudo ver un sólo enfermo beneficiado que pudiera mostrarse públicamente. 

Jaco “la chota” era como le conocían en su barrio, donde desde crío era objetivo de la policía porque cantaba nada más verles. La lista de motes del tipo en cuestión era tan larga como los fraudes cometidos, los robos acometidos y vendidos en el mercado “oculto”, los trapis por los que le tenían “una cuneta metida en barbecho esperándole” en varios lados, por si los pisaba de nuevo, etc. 
Así que llegado el momento, saltó al mundo digital y se proclamo “experto en comunicación y redes sociales”: los tipos que sabían por experiencia qué clase de sabandija era Jaco, no habían llegado aún a “lo masivo” de la comunicación en redes sociales y él supo aprovechar esa ausencia de actores que le señalasen y recordasen su pasado. En este nuevo mundo digital podía engañar a muchos más pardillos, aunque alguno se enterase de quién era en realidad...
Se autodenominó experto en comunicación, pero le tenían que escribir las preguntas y las respuestas de las “entrevistas que daba” porque no era capaz de expresarse con corrección y lo que decía haber escrito no eran sino textos robados a otros y abandonados en oscuras webs. Era todo un animal carroñero buscando desechos, basura y huecos por donde colarse. Pero si se iba a morir en dos meses... ¿qué había de malo en ayudarle? 
Años después, recordé eso mismo cuando alguien me contó que estaba en un hospital “reventado por el cáncer”, y sonreí asegurándole que le vería superarlo, aunque enviase fotos de sí mismo intubado. 
Jaco era “el pequeño Nicolas” del mundo del cannabis: la gente creía que era alguien porque les mostraba fotos con otra gente conocida, y porque otros pardillos y gente sin vergüenza -cantamañanas que seguían vendiendo “la movida madrileña” en pleno año 2017 y doctorcetes buscando fama patológicamente, gente que también vivían del cuento- se dejaban fotografiar con él, cosa que este aprovechaba para presentarse ante desconocidos como un personaje “relevante”
Lo hacía incluso espiando las redes sociales y asaltando a los fumetas en los clubs de la ciudad de Alicante para conseguir que le dieran “Like" en Facebook o que le hicieran "Follow" en Twitter: una auténtica cucaracha digital de las redes sociales e Internet.


Tras haber perpetrado un último fraude -en el que la policía nacional tuvo que ir a buscarle y a intervenir el falso “club activista” que decía haber fundado (pero que nunca tuvo socios reales) y donde decía “haber invertido” el dinero que le había tangado a una chica de Barcelona, como unos 12.000 euros) fue la última vez que supe de él, por medio de un abogado que “le asistió en declaración” (sólo puede estar presente sin hablar, pero eso calma a los cobardes) por 180 euros, que pagó sin dudarlo -asustado y acorralado- con tal de no ir sólo a declarar sobre el timo con el que sacó el dinero para montar el falso club activista: sabía que si entraba en el calabozo no le dejarían salir ya si aparecían todos sus fraudes. 
Creí que le daría igual porque entre cánceres y sidas, algo le mataría al final y no tendría tiempo de pagar por sus delitos. De hecho, de esta misma forma quemó sus cartuchos al trabajar para un pobre despistado que tenía una gacetilla cannábica que otros rechazaban ya ni tocar, y a que en su desconocimiento del mundo del cannabis en España se presentó como el especialista en redes sociales que le haría volar su negocio: y voló, porque la revista “Yerbajos” ya ni existe.
“¿Alba? ¿Me oyes? ¿Alba? ¿Sigues ahí?” fue lo que movió los huesecillos de mi oído e hicieron reaccionar a mi cerebro, palabras de la personas que esperaba una respuesta: “Sí, perdona, te comentaba que estaba muy cansada para una larga charla, aunque el asunto lo merece. ¿Estás segura de que es el mismo Jaco Marchante que decía estar muriéndose ya terminal hace unos años, el que ahora medra por Alicante?” le contesté para resituarme mientras me respondía.
“Sí sí, totalmente segura, me ha mandado una foto que no sé cuando pudo hacérsela o cuánto photoshop tiene, porque es como si no fuera él mismo pintas con cara de yonki destrozado que es en realidad, y me ha mostrado una web llamada 'Yo te cuento la película' donde firma él y otra gente de esa que sale hablando del cannabis, y que dice que tiene la información de verdad importante. 
Quiere que escriba para él, y que me paga cada artículo antes de que escriba el siguiente...”
La corté en seco: “Uy Martita... ¿ya empezamos con las movidas raras de pagos en diferido con Jaco Marchante cerca? ¿Es Jaco Cospedal o está postulándose para el Partido Popular? Habría que cambiar el nombre y llamarle Jaco “el PoPular”y que sea el jefe de prensa de los de Bárcenas...
¡¡Alerta, estafa al trabajador a la vista!! ¡¡Mec, mec!!
Normal que os diga que paga antes del siguiente trabajo, pero porque nadie cobra el primero así que nadie escribe el segundo artículo: ese es el modelo de estafa con el que se intenta presentar ahora como si pudiera borrar su pasado. Fíjate si ha colado entre desinformados y periodistas de titulito pero sin madera, que los paletos de “ElMundoReal” le citaban como presidente de los activistas en el país y tuvimos que avisarles de que estaban dando publicidad a “L.I.N.C.E”, la asociación tapadera que montó, involucrada en un fraude económico de profundidad aún desconocida y con víctimas estafadas que habían perdido su dinero, entre otras cosas.
Nos comentaron que es que como les había enviado un vídeo en el que Alberto Galán -el “dipucuqui” de Izquierda Fundida- le atendía en una noticia sobre cannabis, pues pensaron que era realmente un activista importante y que era verdad todo su currículum. Les tuvimos que hacerles notar que -a pesar de que en su currículum ponía muchas cosas y todas falsas o falseadas- algunas de las afirmaciones que allí se podían leer, como 'HABER ESTUDIADO BITCOIN EN ALEMANIA EN LOS AÑOS 90' no eran posibles. Cuando vieron eso se dieron cuenta de que estaban ante un fraude clásico, y se les cayó la cara de vergüenza por haber sido los que mejor picaron: periolistos deseosos de dar como primicia cualquier basurilla”
“Ah... vaya, entonces... ¿no es de fiar el tal Jaco, no?
Jolín, con la ilu que me hacía a mí que alguien leyera lo que escribo, porque yo sé que tengo una vida interior que si la viera algún guionista de TV, fijo que me hacía una serie tipo Ally McBeal sólo para mí!! Y es que escribir me motiva tanto...”
Tuve que interrumpirla cuando su voz sonaba como Judy Garland en “El Mago de Oz” y amenazaba con ponerse a cantar. “¿Oye Marta, cuando nos conocimos tú me dijiste que habías dejado el instituto hacía años... 
¿Por qué te llama a ti para escribir, acaso te has formado como periodista o escribes de forma profesional? ¿Eso no te lo has preguntado? ¿Por qué tú?”

Un silencio se hizo al otro lado. “¿Marta? Eh! ¿Estás ahí?”
“Sí, estoy aquí.” me espetó fríamente. “Pues supongo que si Jaco piensa en mí para escribir y no en otra será porque valora mi trabajo y sabe que mi historia es pura y real... ¿tan raro te parece que además de estar buena sepa escribir y que a otros les guste? Es un hombre con mucha experiencia y sabe reconocer lo bueno. Ya me advirtió contra gente como tú, que vuestra envidia sería la primera piedra contra la que tendría que luchar...”
Oye mona, que yo no te he llamado para pedirte nada ni para darte mi opinión: has llamado tú para preguntarme si Jaco Marchante, el tipo más dañino para el mundo del cannabis en España y farsante profesional, era de fiar. 
Y si te he seguido la charla, es porque me sorprendía que siguiera vivo: ya sabes lo que dicen de las cucarachas y el invierno nuclear... ellas serán las últimas en desaparecer, porque siempre habrá cadáveres de los que alimentarse” le contesté sin levantar demasiado la voz, porque la jaqueca que producía recordar la cara de Jaco, o visualizar mentalmente la repugnante imagen de sus testículos -con los que adornó vía tuit su cuenta como maestro de la comunicación- me empezaba a saturar, más aún que cavar una tumba para enterrar un guardia civil.
“Envidia” replicó ella. “Tú también me tienes envidia.”
“Es cierto, te envidio porque seguramente tienes una cama cerca en la que tumbarte a descansar. ¿Has mirado si ya está Jaco dentro de tu pijama o debajo de tu almohada? 
A una feria cannábica en Andalucía, tras trabajar para ellos como supuesto “Comunity Manager Cannábico” les pirateó las cuentas y les robaba la información, y el encargado prefirió callar y no decírselo al jefe: tenías que haber visto su cara cuando se lo soltaron otras personas en una reunión de negocios. 
A otro antiguo jefe, le hacía lo mismo -espiando todas sus comunicaciones- y le ofrecía mejores tratos a sus clientes para quitárselos. Cuando le pillaron con las manos en la masa y le confrontaron, culpó a su propio hijo del fraude. A ti, que le interesas porque ha visto tu talento como escritora, no te hará algo así... ¿verdad?”
Mi silencio se tornaba en risilla, audible por momentos, cuando llegó su descarga final.
“Todo lo que dices es mentira y está envenenado. Es normal que nadie quiera saber nada de ti porque -como dice Jaco- eres una politoxicómana con problemas mentales. Busca ayuda que te hace falta mucha, querida Alba la culta...”
Ya con una carcajada que no pude contener le dije: “Tienes razón. Te cuelgo cariño, que tengo que buscar loquero, ya mismo...” 
Y sin esperar, pulsé la tecla de colgar. Bastante tenía con tirar de mis huesos en ese instante, como para tener que preocuparme del ego malherido de una víctima con vocación de tontita explotada. Pensé antes de abandonar la consciencia, que era injusto reírse de una víctima pero también lo era considerar víctima a quien vivía para serlo
Un sentimiento de paz -en forma de cálido alivio- me envolvió depositándome, con cuidado, en un profundo sueño.

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El primer texto de esta serie lo puedes encontrar aquí: http://drogoteca.blogspot.com.es/2017/08/alba-bautismo.html 

martes, 27 de marzo de 2018

Cómo matar al violador de tu pareja.

Este texto fue publicado en la web www.disidencias.net en fomato partido, en dos publicaciones. Queda ya publicado en una sola web, a modo de texto "largo". Es una historia real de la que merece la pena sacar una moraleja...

Esperamos que os guste.

-.-.-


Por aquel entonces, estaba saliendo de una relación que había sido buena, pero que tenía que terminar: ella se iba a otra ciudad y creía que todo seguiría igual. Yo sabía que no podía ser, que ella necesitaría -especialmente en esa ciudad- a alguien que le diera un abrazo, la apoyara cuando no pudiera más o la deseara y la hiciera sentir viva. La que iba a ser mi “ex”, creía que yo quería desembarazarme de ella pero no era cierto. Yo sólo actuaba con cierto criterio de responsabilidad, tras haber hecho cosas por ella que no habría hecho por nadie (era una gran persona y lo merecía). Como era de prever, ella se fue a la gran ciudad y al cabo de 3 meses tenía ya un “amigo especial” (además de mi “amistad especial”): era la hora de irse y le sacaba los años suficientes para saberlo y poder hacerlo sonriendo.
En ese momento, otra de las mujeres que andaban “por ahí” en mis ratos de Internet pululando, de donde salían casi todos mis líos en esos años, cobró cierta importancia. Era el momento, y yo lo sabía. Pero ella insistía en poder seguirme “el juego”. Y a mí -para qué negarlo- me encanta jugar con la misma seriedad con la que juegan los niños: sin medias tintas. Se llamaba Lucía y tenía muchas ganas de sexo, de mucho sexo. Más que yo, desde luego. Era un nivel de sexo -de bastante buena calidad y variedad- que hubiera aguantado mejor con 18 años, pero eso había quedado atrás hacía tiempo.
Aun así, Lucía y yo nos metimos en una relación que se basaba en lo “provocadores” que podíamos llegar a jugar el juego de seducir al otro. Sexualmente no soy capaz de recordar una mujer a su nivel -que tuviera orgasmos con la simple estimulación de los pezones, por ejemplo- y es que como ruta de escape, para dejar una relación, era una gran salida.
Nos embarcamos en meses del sexo más salvaje, pero sólo entre nosotros (nada de terceros/as), y realmente exploramos juntos rincones de la mente y el cuerpo, que pocas veces más he tenido ocasión de disfrutar. No puedo negar que sexualmente fuera alguien capaz de dejar una marca al tío más pintado. A veces tenía la impresión de que la cosa iba de ver quien era capaz de proponer algo a lo que el otro dijera que “NO”, pero nunca conseguíamos pasar del “¡NO! Bueno…. Espera, ¿por qué no?” y lo peor es que nos gustaba.
El tiempo pasó y eso, que era una piedra en un riachuelo a la que saltar antes de ahogarse en otro lado, se convirtió en una relación. Aun así, el fuego sexualmente seguía estando presente. La relación, supongo, era eso: sexo y más sexo, experimentando los límites que nunca habíamos tocado. Ni Lucía ni yo nos propusimos llegar a eso, a la normalidad, pero llegamos. Y podíamos decir otra cosa, pero éramos una pareja y encima monógamos. Increíble pero cierto: monógamos y encima sin vocación de ello.
Yo me sentía muy cómodo en la relación, y de natural soy alguien confiado. Incluso cuando hay “señales” de que tu pareja podría estar poniéndote los cuernos (que a muchos pondrían “en alerta o celosos”) a mí nunca me habían importado: si mi pareja quiere estar conmigo, estará. Si no, se irá. No tengo por qué andar sospechando de nadie, y no tengo ningunas ganas de ello. A día de hoy sigo sin hacerlo. No sufro de celos, nunca los he sufrido.
Tanto, que ella era invitada por su “ex” a comer con cierta frecuencia, y a mí ni me parecía mal: me parecía estupendo. En serio. ¿Por qué me iba a parecer mal, porque él seguía encoñado con ella? Me parecía normal, y no me asustaba tampoco que en un momento pudieran echar un polvo “por los viejos tiempos”. Soy bastante tolerante en ciertas cosas, aunque no lo vaya anunciando, claro. Así que mientras las comidas en los restaurantes no salieran de “nuestra pasta”, a mí me daba igual e incluso me parecía bien que tuviera relación con su pasado. No tengo miedo a esas cosas.
Llevábamos ya más de 2 años de buena relación cuando ocurrió.
Ese día no estábamos juntos, yo estaba en otra ciudad trabajando, y no nos íbamos a ver en un par de días. Y recibí una llamada suya que me heló la sangre: no paraba de llorar, no paraba de sollozar sin ser capaz de respirar, y apenas era capaz de hablar y no gritar. No entendía nada y yo estaba a 800 kms. El corazón se me salía por la boca y debía parecer un toro enjaluado esperando para salir a la carrera.
Tras más de media hora de una situación complicada, sin más adjetivos que cubran todo lo que en ese momento viví al teléfono, y procurando no perder la cabeza -entendía poco, pero estaba viendo a mi pareja atacada y asustada- alcancé a comprender que acababa de llamarla por teléfono su violador.
Lucía, como un indecente número de mujeres en nuestro país, había sido violada años atrás. Podía achacarse a su promiscuidad a primera vista, pero era una apreciación errónea: la violación había creado una mujer que sólo sabía relacionarse sexualmente de una forma muy activa y dura. Yo lo sabía, sabía que había sido violada. Muchas de mis parejas, por desgracia, lo han sido. Hermanos, primos, tíos, padres y novios en adolescencia, son los que encabezan el ranking de las historias que ya he escuchado de boca de muchas mujeres. Demasiadas.
En el caso de Lucía, su violador había sido su propia pareja. Sí, su propio novio en la adolescencia -algo mayor que ella pero nada raro- la había violado. ¿Cómo? La ató a un radiador de la casa, se “divirtió” golpeándola con un cinturón durante un largo rato hasta hacerle sangrar la piel, cosa que le puso muy cachondo al tipo. En ese estado, la violó primero vaginalmente y luego lo intentó analmente pero no pudo, así que -a cambio- le dejó un regalo: hincó sus dientes -mandíbulas superior e inferior- en una de las nalgas de Lucía. Clavó totalmente sus dientes, en las carnes de una menor de edad, dejándola marcada de por vida. 
Luego la soltó, la hizo lavarse a fondo, aprenderse una historia falsa por si alguien preguntaba o veía alguna marca, y la mandó a su casa de vuelta. Su pareja con 17 años. Sí.
Yo conocía la cicatriz -como era lógico- y aunque había tardado un tiempo, conocía la historia. Por supuesto, cuando la escuché por primera vez, sentí la misma indignación que cualquier persona normal y deseé saber algo más del tipo, con la idea de ir a por él en mi cabeza. Pero ella dejó claro que era un capítulo cerrado de su vida, que por nada deseaba abrir, y yo -por supuesto- respeté su voluntad y “olvidé” todo el asunto.
Hasta ese momento.
De buenas a primeras, 11 años después de una brutal violación y agresión física, tu violador te llama por teléfono… “porque le apetece escuchar tu voz”. No alcanzo a imaginar la rabia, el pánico o lo que algo así puede provocar a una víctima de violación, pero sí sé cómo es que te caiga algo así en mitad de tu vida, de pareja, y tengas que actuar.
Tras dos días terribles, en que me volví tan rápido como pude a su lado, creo que hablé con ella al teléfono durante unas 30 horas hasta que estuvimos cara a cara. Manos libres, llamadas constantes, incluso para poder dormir y “notar que estaba al lado”. Y lo entendía, no tenía nada que reprocharle a ella. Pero tenía algo de lo que ocuparme irremediablemente. E iba a hacerlo.
Las llamadas habían continuado, hasta que estrelló el teléfono -por trabajo tenía varios- contra la pared haciéndolo reventar en cachitos y pisoteó hasta gastarse las suelas todo lo que podía ser mayor que una lenteja. Daba igual, en una denuncia de ese tipo un juez solicita pronto la orden para comprobar las comunicaciones y haber roto la tarjeta -o el móvil- no estropeaba nada.
Lo primero que hice al encarar el asunto finalmente, fue preguntarle a ella: "¿qué quieres que haga?"
La pregunta era clara: dime que lo mate. Era lo que le pedían mis ojos…
Pero ella quería que no hiciera nada. ¿Nada? No era posible eso. Si yo no hacía nada entonces que lo hiciera la policía, pero esto no podía quedar en “nada” (el tipo le había dicho que la veía por la calle, y que quería volver a estar con ella entre otras cosas). Hablé con policía -a distintos niveles- y aunque todos coincidían en la necesidad de acabar “de alguna forma” con ese tipo de criminales, me explicaban los problemas a enfrentar en la caza judicial de estos depredadores. Y yo no estaba seguro de que Lucía fuera a aceptar pasar por algo así, o a ser capaz de soportarlo. No tenía nada claro y, mientras, me limitaba a protegerla.
En un principio, yo mismo hablé con varias asociaciones de víctimas que me pudieran -la pudieran- orientar, ayudar, acompañar, algo. Yo era un hombre en una situación complicada, que no me iba a ir de su lado, pero seguramente yo no era suficiente en una crisis así. Era quien la acompañaba a cada paso que daba en la calle, a su lado, y quien la acompañaba hasta la asociación de mujeres que comenzó a tratarla, donde me quedaba delante de la ventana donde ella estaba 45 minutos, paseando en 3 metros sin moverme hasta que saliera por la puerta. Entendía cualquier reacción que ella pudiera tener -y soporté muchas que no soportaría en otro caso- porque la situación era de película de terror. Y yo era un rehén en ella, hasta que decidí actuar.
Cansado de la inacción de unos, de la ineficacia del sistema, de la prescripción de ciertos delitos y de muchas cosas, decidí encargarme yo del asunto. Y tenía claro que esto no iba a ser una simple charla: iba a ejecutar a sangre fría a un “ser humano”. Y a rematarle. Varias veces. 

Si no era capaz de asumir esto con total calma, mejor que no hiciera nada. Pero podía, y lo hice: seguí adelante. Lo primero fue conseguir un arma. La verdad es que no esperaba que el mercado estuviera tan bien surtido cuando buscas ayuda para algo así. Caro, muy caro, pero muy efectivo. Casi trabajar como de catálogo. Elegí una Beretta 92. Los dos tipos que me la vendieron vieron que era algo puntual, que no era un “profesional” y la broma me costó unos 4000 euros, sin contar munición. Pero la trajeron limpia, sin usar, y en su caja nueva: lo acordado. Si iba a pringarme en algo así, al menos que si me trincaban no me fueran a cargar los asesinatos de “El Lute” también. Así que bien valía lo pagado. Otros 800 euros casi en munición y un cargador extra para el arma, también nuevo, que había pedido para asegurarme varias pruebas y soltura con el asunto, completaron la venta.
El arma era preciosa. Odio a la gente con armas encima y la caza, aunque el tiro olímpico me gusta mucho desde joven (de tirar con la escopeta de perdigones en el pueblo) y algo sé del asunto. Era una pistola segura, fiable, de calibre grande, estable y muy usada a nivel planetario: un clásico. La primera parte había sido “relativamente fácil”. Ahora quedaba la segunda: usarla contra la cabeza del violador.
Debo decir -aunque no me deje en un buen lugar- que llegué a soñar con el momento de matarle y, que lejos de despertarme asustado, me levantaba con una extrema sensación de paz y con los ojos húmedos. Y que aprovechaba cuando eso pasaba para irme en coche, de madrugada, a una zona segura donde podía disparar unas cuantas veces, y hacerme con el arma en corto y en largo (nunca sabes lo que otro puede hacer).
Así que puse una fecha en mi mente, y empecé a prepararlo todo para que nada quedase al azar. Del tipo tenía hasta fotos, nombre y direcciones pasadas. Conocía su historia y la zona de su ciudad donde vivía (no era la mía). Era cuestión de no cagarla. Y llegado el día, me mudé a esa ciudad, a un hostal de mala muerte, pagado por una puta que puso su DNI. Esa misma noche estaba dando una vuelta y cenando por varios de los bares de la zona donde vivía, observando el lugar.
Eso y mi contacto en una conocida marca de telefonía móvil, hicieron que en menos de 36 horas estuviéramos sentados al lado en el mismo garito. Ahí estaba. Al lado. Y yo rígido como un palo, sin saber muy bien qué hacer en ese momento. Sólo pensaba en ir a por el arma (no la llevaba, por supuesto) y acabar cuanto antes: matarle esa misma noche si era posible, mejor que la siguiente. No era mi ciudad, pero cuanto menos me vieran, más sencillo todo.
Decidí volver al hostal y pensar tranquilo. Estaba a punto de salir del bar, cuando detrás de mí una voz me dijo: “Oye perdona, se te ha caído el tabaco”. 
Me di la vuelta y era él. Mirándome a los ojos con el paquete de “Lucky” en la mano, ofreciéndomelo para que lo tomará, y yo me quedé clavado sin reaccionar. El tipo se extrañó y me lo pasó por delante de la cara mientras me decía: “eh, ¿te encuentras bien?”. Tenía repentinamente ganas de vomitar, de pegarle y de correr al mismo tiempo. Tenía ganas de que todo fuera una pesadilla y yo despertase en mi cama. Pero no. Era real.

Estaba delante del hombre al que había ido a matar. ¿Cómo iba a estar bien?
Mi corazón pegó una patada en forma de extrasístole que me hizo doblarme hacia adelante, echándome la mano hacia el pecho. Ya por entonces me había empezado a medicar con Sumial (Propanolol) para esas molestas manifestaciones pero aunque había llevado unas benzodiacepinas para mantener la calma en los momentos más complejos, no había pensado que fuera mi corazón quien decidiera ponerme en un aprieto.
¿Y si me llegaba a ocurrir con la pistola en la mano? Una extrasístole fuerte se siente como la coz de un caballo en el pecho, y te hace doblarte de la sensación. En una ejecución a pistola, un momento así puede costar tu vida, ya que cualquier animal entre la espada y la pared se convierte en un mal bicho…
El violador me cogió por un brazo mientras yo me vi totalmente sobrepasado por la situación y mi respuesta orgánica. Creo que me habló al tiempo que me agarraba pero yo sólo escuchaba en mi cabeza un trozo del “Bohemian Rhapsody” de Queen:
“Mama, I’ve just killed the man…

Put a gun against his head, pulled my trigger: now he’s dead.”



Lógicamente el contacto físico con el tipo me provocó una reacción peor en mi sistema adrenérgico, haciendo que el corazón se acelerase bruscamente, mientras mi cabeza buscaba “soluciones a esa situación” a toda velocidad. En un momento estaba sentado en una silla, mientras no me atrevía a emprender ninguna acción, y era atendido por el violador y el resto de gente en el bar: estaba jodido, ya no podía encargarme del asunto como pretendía hacerlo.

Al pensar que estaba sufriendo un ataque al corazón, quisieron llamar a una ambulancia. Les dije que no, que ya me encontraba bien y que no era nada. El tipo era de los que no soltaban con facilidad, y se empeñó en acompañarme a casa. Le dije que no era necesario, que tenía el coche fuera, pero él contestó que no se quedaba tranquilo con lo que había visto y que no le costaba nada asegurarse de que llegaba a mi destino. Así que 5 minutos después estaba conduciendo hacía mi hostal, escoltado por el tipo al que había ido a matar.

Aunque había pasado ya el peor momento, no se me iba de la cabeza la letra de la canción de Queen y, en cierta forma, deseaba ser yo quien la pudiera entonar: ya le maté. Pero la realidad es que era él quien estaba detrás mío. Pensar eso me puso nervioso y cogí el arma. Hice una señal con las luces de emergencia y paramos el coche en un arcén. Bajé del coche con el arma amartillada, pensando en dispararle y largarme cuanto antes: cada minuto que pasaba allí estaba aumentando las probabilidades de enfrentar una condena legal. Cuando llegaba a la altura de su ventanilla, con un dedo en el gatillo y la mano en el bolso de mi abrigo, el corazón estaba cabalgándome como si me hubiera caído en una marmita llena de anfetaminas.

Para rizar el rizo, un coche de la Guardia Civil apareció por detrás. Preguntaban si necesitábamos ayuda, ya que estábamos parados en el arcén con las luces de emergencia y sin señalizar con triángulos aún. Les dije amablemente que no, que me había encontrado indispuesto y que se habían ofrecido a acompañarme, pero que como me encontraba ya bien había parado para decírselo al buen samaritano. Diciéndole eso a la Guardia Civil mientras no era capaz de sacar el dedo del gatillo -ni la mano del bolsillo- por miedo a que se notase que llevaba un arma.

Insistentemente rechacé toda ayuda y me fui sólo a mi hura. Había estado a punto de matar al tipo para ser cazado por la Guardia Civil en el mismo instante: era el momento de parar. Al menos ya tenía una idea clara de a qué me enfrentaba, pero había perdido todo “factor sorpresa”. Encima había sido atendido por el tipo y más gente en el bar; hacerlo hubiera sido suicida, pero no se llega a pensar con claridad en un momento así. Mi sistema cardíaco estaba a punto de pedir la baja temporal -bajo riesgo de petar en cualquier instante- porque había subestimado mi respuesta orgánica ante algo así.
Tener claro que vas a matar a alguien es un requisito para hacer las cosas bien, si es lo que vas a hacer, pero si bien eso ayuda a matizar las intenciones no reduce la respuesta fisiológica. Supongo que ante algo así, sólo quien mate con cierta frecuencia -o el psicópata disociado de las emociones puede verse inmunizado.
Decidí, tras dormir malamente, que tenía que buscar ayuda. En todo el proceso no lo había hecho antes porque siempre tuve claro que si levantaba la liebre, quedaba marcado para encargarme yo del asunto. Pero yo solo no podía ya o se complicaba mucho la cosa. ¿A quién podía recurrir? Pensé en las personas que me dirían que sí a echarme una mano, pero no quise implicar a nadie: era mayorcito para encargarme de lo mío. Pensé en el hermano de Lucía, sin saber si conocía la historia de su violación, y deseché la idea porque siempre me había parecido un flojo de pantalón.
Finalmente llegué a él: su exnovio. Habiendo sido pareja suya, habiendo mantenido relaciones con ella, debía conocer las marcas y debía conocer la historia. Haber tenido que relacionarte cada noche con el recuerdo de una violación y una violencia atroz contra una cría, no es un plato de buen gusto ni sencillo de tragar. Estar manteniendo relaciones y notar como tu polla pega en la cicatriz donde casi puedes notar los dientes con el glande, duele. Acariciar su culo y no saber si acercar la mano o alejarla de la zona, duele. Besar su cuerpo y “saltar” esa zona porque no quieres mezclar el odio que puedes sentir con un momento de intimidad con tu pareja, duele. Tener presente a un miserable violador cada vez que tocas a tu pareja, duele, cansa y marca en tu psique como marcó la nalga de su víctima con su mandíbula…
Vivíamos por entonces por la época del Messenger, y no recuerdo bien cómo es que yo tenía la dirección del chico, pero la tenía. No tuve que entrar en el correo de Lucía para tomarla, y no recuerdo ahora si habíamos cruzado palabra antes pero tiendo a pensar que sí, por la calma con la que discurrió aquella conversación clave. Le abordé -digitalmente- y le pedí que me dedicase unos minutos de tiempo, cuando pudiera dedicármelos. Al cabo de una hora estaba hablando con él. Le conté por encima el asunto, tras comprobar que él era conocedor de la violación y sus actores, y tras unas cuantas comprobaciones -por parte de ambos- él se puso a mi disposición. Tenía alguien delante que no parecía echarse atrás, ni sabiendo que esto terminaría con un cadáver en nuestras manos: eso me sorprendió gratamente. 
Entendía al igual que yo, que había quedado marcado por mi reacción cardíaca y, después, con la Guardia Civil parándose al ver los coches en el arcén. Y que -de seguir adelante- necesitaría apoyo. Esa clase de apoyo que no puedes contar a nadie y que te implica en un asunto muy grave. El tipo los tenía puestos en su sitio, desde luego. Y en un contexto así, de cierta confianza entre dos varones que como único nexo tenían su relación con la misma mujer en tiempos distintos, fue como solté la frase que partió el huevo.
En un momento en que el tema de la conversación era Lucía, le dije:
“Anda, que ya te vale a ti -después de tanto tiempo- seguir encoñado con ella…”
“¿A qué viene eso?” me replicó.
“Me ha contado lo que le dijiste tras la comida que tuvisteis el otro día, en Toledo.” le espeté, confiado.
Y así llegó la bomba: “¿De qué comida hablas? Yo hace más de 2 años que no veo a Lucía…”
¿Cómo? ¿Perdón? ¿Quién me estaba mintiendo? No tenía sentido que él me mintiera en algo así, pero la otra opción era que mi pareja me había estado engañando durante un largo tiempo, haciéndome creer que tenía una relación que no tenía, y que mantenía encuentros que eran inexistentes.
Al leerle no tuve duda de que me estaba diciendo la verdad, pero que tenía que dejar de fiarme de mis impresiones y verificar cada dato y paso; era algo que no había hecho -en varios aspectos- debido al vértigo de la situación y a la fuente de la que provenía la información, que era mi propia pareja. Le pregunté si estaba dispuesto a confrontar a Lucía con eso que me estaba diciendo, y aceptó.
Dos horas después, con toda la calma del mundo para no alertarla previamente, Lucía se conectaba en la noche para hablar por el Messenger. Tras un par de frases vacías como saludo y lubricante, no me pude contener más. Le pregunté algo -no recuerdo qué- sobre lo que me había contado de esa última vez que – según ella- se había visto para comer con su exnovio, y ella me contestó con toda normalidad. Al momento entró él en la conversación y repetí la pregunta, añadiendo al final la coletilla (innecesaria) que decía: “…porque tú el otro día has ido a comer con tu exnovio a Toledo, verdad?”
Ella al verse descubierta en esa mentira, se vino abajo. Empezó a llorar y a llamarme compulsivamente por teléfono para intentar frenar lo que pudiera ser mi reacción. Pero yo estaba golpeado por la contundencia de la información a procesar, y sólo quería saber una cosa: ¿era cierto lo del violador?
Yo no había puesto en tela de juicio la historia de Lucía -y era normal cuando había tenido que convivir con las cicatrices de su violación- y lo que viví esas semanas fue totalmente de psicosis. Supongo que al descartarse la opción de la policía para enfrentar el asunto, di por buena la información de partida sin entrar a cerciorarme por mí mismo de lo que estaba pasando. 
Sólo había creído a mi pareja, que ya era una víctima de violación…
Finalmente confesó: lo del violador era mentira. Si bien la historia de su violación a los 17 años permanecía como cierta -y en eso todos los relatos eran comunes- el hecho de que hubiera aparecido de nuevo en su vida y con la pretensión de causarle daño o abusar de ella, era falso. Simplemente, había hecho toda esa interpretación teatral -que incluyó días y días en una asociación de mujeres acompañada hasta la puerta por mí- para crearme un falso miedo que lograse volverme hiperprotector y obsesivamente dependiente de su situación. Había intentado darme celos hablándome de su exnovio y contándome que iba a cenar o a comer con él, pero al no causar efecto alguno había decidido ir más lejos: crear una amenaza jodidamente real sin que existiera.
Esa era la razón de que lo que ella quería que yo hiciera era “nada”. No quería cargar con un muerto en su conciencia y quería poder seguir exprimiendo lo que aquella situación le daba.Yo había contemplado horas y horas de charla con una psicóloga a través de los cristales de una asociación en una gran ciudad.
¿Qué había estado sucediendo allí, si el asunto del violador no era real? Pues que me puso de maltratador ante la psicóloga que creía estar tratándola. Al parecer -tampoco quise profundizar mucho en esta información, ya que era redundantemente doloroso- explicó que yo la acompañase a tratamiento, cada día y la esperase sin moverme de la puerta, diciendo que era un controlador obsesivo y celoso que no la dejaba sola ni a tiros. ¡Toma! Viviendo una mentira por dos lados para conseguir la atención -que ya tenía, pero no en modo suficiente parece ser- de un hombre, que ya era su pareja y no estaba viéndose con ninguna otra. ¿Tenía sentido aquello? 
Mentir en algo como que volvías a ser la víctima de un depredador humano para provocar un miedo lógico en tu pareja y así poderle tenerle en un estado de tensión constante y siempre dispuesto a atenderte. Era suficientemente duro como para minar la confianza del tío más pintado y, en mi caso, para plantearme si Lucía no necesitaba tratamiento psiquiátrico por lo que me había hecho.
No volví a verla. Aun así, antes de irme totalmente de su lado, conseguí hablar con su madre y exponerle todo lo que había pasado, ya que entendía que era algo patológico y muy grave lo que a Lucía le podía estar ocurriendo pero que yo había quedado totalmente fuera de juego: había quedado inhabilitado para estar a su lado, con un mínimo grado de confianza. Lo que no le dije a su madre es que podía haber matado a un hombre, que a día de hoy no puedo saber si realmente era el violador original y que – realmente- fue mi culpa haber llegado a ese extremo por no haber comprobado cada uno de los puntos de la historia: me hubiera bastado con comprobar que esa llamada no se había producido y que era inexistente el rastro telefónico de aquella supuesta nueva agresión.

¿Pero dudarías de tu pareja si te hubieras visto en mis zapatos?

sábado, 17 de febrero de 2018

Serie DROGOTEST IV: RECURREITOR, la mejor respuesta contra el drogotest

Este texto fue editado en la revista publicitaria gratuita Soft Secrets.



Sobre el drogotest... ES LA TERCERA VEZ QUE, A PESAR DE CONSUMIR MORFINA CON PRESCRIPCIÓN EN DOSIS MUY GENEROSAS, DICHA DROGA NO APARECE EN EL DROGOTEST QUE SIEMPRE DETECTA CANNABIS.... WTF??? Será que me engañan en la farmacia y me dan gominolas de fresa (aclaración para lelos y maderos: el drogotest es un absoluto fraude químico).


Y aquí va -oportunamente- el texto número 4 que escribí para ese fanzine publicitario cannábico sobre la trampa de la recaudación que está llevando a cabo el estado y todas sus policías, y cómo enfrentarla correctamente: siempre defiéndete de la mano de un buen abogado especializado en el derecho relacionado con el área, como en este caso es RECURREITOR AKA Carlos Nieto Herrero.



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Aquí el texto anterior de la serie drogotest:
http://drogoteca.blogspot.com.es/2018/01/serie-drogotest-iii-quien-es-el.html 


DROGOTEST Y AUSENCIA DE CONTROL METROLÓGICO.


Como hemos podido ir viendo en los artículos anteriores, el “sistema de recaudación en carretera” mediante toma de muestra de fluidos corporales (saliva) a los conductores -conocido como drogotest- es un sistema injusto desde su concepción, ya que sanciona de forma especialmente injusta a los usuarios de cannabis frente a los de otras drogas, hasta el punto en que puedes ser sancionado sin haber consumido droga alguna, tras 24 o 48 horas (o más) de la última calada a un porro. 
Todo depende de la bioquímica de tu cuerpo y de otros factores que nada tienen que ver con la seguridad vial, ya que por mucho que un aparato de medición biológica diga que hay “restos” de tal o cual sustancia en tu cuerpo, eso no implica que exista afectación alguna que impida un estado apropiado y seguro -para la conducción de un vehículo- por parte del sujeto.
Sólo en el caso del alcohol, se puede establecer un criterio de relación entre cierta dosis y ciertos efectos, ya que, aunque exista cierta tolerancia o costumbre al etanol, su familiaridad no hace a uno más resistente e incluso, en algunos casos, provoca lo contrario: bebedores que, tras décadas de duro consumo, una copita mínima de vino vale para emborracharles totalmente. 

Por ejemplo, en el desgraciado suceso de hace unas semanas, en que un Guardia Civil provocó muertos en la carretera y se intentó fugar, cuando fue detenido dio positivo en alcohol -lo que implica que existe un grado inevitable de afectación- y dio positivo para “drogas” (aún no se ha especificado cuáles), pero esto no implica que estuviera bajo los efectos de ellas, a diferencia del caso del alcohol en el que no existe duda posible.
Hemos visto también como todos los sistemas de análisis presentan distintos porcentajes de fallo, cómo, sin haber tomado una de las sustancias que están prohibidas, el test inicial da un falso positivo y sufres todo el proceso de retirada del vehículo, con todos los perjuicios que eso pueda causarte, en espera de que la segunda prueba (realizada días después en un laboratorio) diga que se han equivocado, por una interacción cruzada entre algún compuesto legal y su aparatito ladrón y tramposo.



A día de hoy, y teniendo en cuenta la similitud estructural entre el CBD, que es un compuesto 100% legal y sin fiscalizar dado que carece -en la práctica- de efectos psicoactivos, sería factible pensar en falsos positivos que se pueden generar en personas que consuman CBD u otros cannabinoides no prohibidos, y que den positivo en THC, ya que la molécula y su disposición espacial -lo que hace que encajen en los receptores del drogotest- son tremendamente similares.
Esto de los falsos positivos no ocurre sólo en el “drogotest”, sino que es algo que ocurre, en mayor o menor porcentaje, en la inmensa mayoría de pruebas reactivas ya que, en muchos casos, resulta imposible -o económicamente inviable- hacer un detector tan preciso que puedan distinguir con esos grados de precisión. Así pues, en cualquier tipo de prueba de esta clase, se contrapone la funcionalidad -facilidad y velocidad de uso, para sancionar- con la certeza de que se está sancionado a alguien que esté realmente bajo los efectos de alguna sustancia, o siquiera que tengas restos en el cuerpo de alguna de las sustancias prohibidas: primero te quitamos el coche y luego, si no era ilegal (lo que dio positivo), no te sancionamos, pero te quedas con lo vivido y los perjuicios que una actuación sin garantías ha provocado, causando un perjuicio innecesario a un ciudadano que no ha cometido ninguna falta.
A todo esto, debemos añadir un asunto más: la ausencia de “Control Metrológico”. ¿Qué es esto del control metrológico? Pues algo muy serio, que en el caso de los drogotest -y de otras sanciones- no se está cumpliendo, convirtiendo esas sanciones en recurribles y vencibles por la falta de garantías sobre lo que se está haciendo.
El control metrológico no es algo nuevo. Existe desde hace mucho tiempo en la ley y se aplica a todos los instrumentos que efectúan medidas o pruebas y cuyo resultado puede tener relevancia jurídica de distinto nivel, administrativa o incluso penal. La última ley sobre este asunto derogó la anterior y está publicada en el “Real Decreto 244/2016, de 3 de junio, por el que se desarrolla la Ley 32/2014, de 22 de diciembre, de Metrología”. No es un desarrollo normativo que deje muchos huecos a la imaginación, ya que detalla claramente cómo todo material usado -por parte de la autoridad del estado- debe estar sometido a procesos de evaluación, calibrado y pruebas, que demuestren fehacientemente que los resultados que ofrece, son correctos y sólo pueden presentar un margen mínimo (aceptado por ley, en función de la capacidad científica del momento) de error.
Un ejemplo derivado -que muchos podemos conocer- de esta ley, es ese cartel que hay en gasolineras, donde se lee que “se ofrece un juego de medidas” para que el cliente pueda ver lo que se le está sirviendo. Si bien una gasolinera no tiene obligación de ofrecer dicho servicio, más le vale que sus instrumentos de medida (los que le dicen cuánto combustible deben facturarte) estén bien calibrados, porque si sobrepasan cierto límite de “error” se consideraría ya para sanción administrativa y, si el grado fuera exagerado o deliberadamente provocado, daría pie a otro tipo de sanciones.
En el caso del estado en sus distintas formas (Guardia Civil, Policía Local, Policía Nacional y otros agentes de “la autoridad”) también se ve obligado -por ley- a que sus mediciones sean correctas y reflejen la realidad. Y eso ocurre en una báscula que pesa camiones para comprobar que no exceden la carga, en un sonómetro que mide el ruido de un bar, y en un radar que capta a qué velocidad va un automóvil. Todos ellos están sometidos por ley al control metrológico y si -por un casual- no lo ha pasado, pues las sanciones impuestas con dicho instrumento carecen de validez.

Recurreitor, o la respuesta inteligente a la ausencia del control metrológico.


Seguramente, el ciudadano biempensante, crea que, si existe un aparato para medir la presencia de drogas en el organismo, ese aparato ha de ser fiable y estará controlado en sus resultados por el estado: no es así. Eso es falso, y nadie ha establecido dicho control. En el texto anterior vimos cómo había sido el proceso de “compadreo” y selección de estos “drogotest”, para un mercado tan interesante y grande como es el europeo.
De hecho, hemos podido ver cómo, sin que el usuario de cannabis represente importancia estadística en accidentes, (cuando no hay presencia simultánea de alcohol u otras drogas), es el usuario de dicha planta la “presa estrella” en el proceso de selección de dichos aparatos, llegando las empresas a ofrecer incluso “datos secretos sobre detección mejorada de THC”

¿Secretos? Sí, secretos… porque son cuestiones de empresa que equivalen a mucho dinero en la salvaje competencia de hacerse con el pastel del mercado del drogotest en Europa. Las empresas -en la fase de desarrollo de esos aparatos y competencia entre ellas- hicieron todo aquello que la policía quería que hicieran.



La policía lo que buscaba en las pruebas realizadas, era cazar el mayor número de positivos y así poder imponer el mayor número de sanciones (recaudación), pero les importaba poco que estuvieran primando la “caza” de un conductor que no causa daños, frente otros que si los causan. Ese era el caso del cannabis, ya que THC tiene un metabolismo muy largo y perdura días tras su consumo.

La policía sólo quería víctimas, y a la opinión pública se le vende que “tener restos de drogas en el organismo” equivale a “estar bajo el efecto de drogas”, como si se pudiera establecer la misma relación que con el alcohol etílico.
Ante esta situación, en el año 2014, un joven licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca -de nombre Carlos Nieto Herrero- dando vueltas a la injusticia que era sancionar a alguien por tener presencia -pero no efectos- de una droga ilegal en el organismo, se puso manos a la obra y le plantó cara al asunto por la vía judicial. Hasta ese momento, año 2014, la ley requería que, para poder multarte, se justificase no sólo la presencia de drogas en el organismo, sino que dicha presencia implicaba una afectación, y que dicha afectación además tenía que ser negativa para la conducción.
El cambio legal realizado en el 2014 hizo que se pasase de sancionar la conducción “bajo los efectos las drogas” a sancionar la conducción “con presencia de drogas en el organismo”, sin importar la cantidad, excepto en el caso del alcohol para el que existen unos límites de uso aceptado en conducción. Es decir, la ley te permite conducir bajo cierto grado de influencia del alcohol, pero te sanciona si conduces con restos de drogas ilegales en tu cuerpo, aunque no puedan causar el menor efecto. 

Era un truco legal para poder sancionar sin tener que demostrar una afectación negativa del conductor, de manera que la aplicación de la ley de forma administrativa quedaba hecha un rodillo contra el que no se podía hacer nada. Estaba, además, llena de trampas y engaños para el ciudadano de a pie, que no entiende el lenguaje legal y sus distintos niveles de recurso.
Carlos Nieto se puso manos a la obra para buscar la forma de meterle mano, y aplicó algo que ya se venía aplicando en otro tipo de multas (las de radares). Si los radares que “sacaban” la foto en la que se basaba la multa, no habían cumplido con lo exigido legalmente por parte del control metrológico, la multa era recurrible con éxito y no se pagaba.

Así que -sin que nadie lo hubiera hecho antes, tras el cambio a la nueva ley- Carlos “Recurreitor” probó con esa vía y empezó a recurrir multas en base a que el drogotest carece de control metrológico por parte del estado. 

Eso es tanto como decir que los drogotest son el resultado práctico de un chanchullo entre los fabricantes -deseosos de vender su producto a un gran mercado- y las policías implicadas en su desarrollo, sin que exista un control del asunto por parte de una tercera parte que supervise. La policía quería más positivos, y ellos se los dieron, bajando el nivel de detección de cannabis en sus productos hasta el extremo 2’1 ng/, que consigue el Drugwipe Test, frente a un nivel de corte de 100 ng/ml que tenían otros dispositivos usados por otros cuerpos de las FFCCSE.
La diferencia es de casi 50 veces más sensibilidad entre un dispositivo y otro, y todo en la caza del usuario de cannabis mientras sus test desatienden, por completo, otras drogas como la LSD -que no detectan- para poder mejorar sus resultados contra el cannabis. ¿La razón? es la droga ilegal más consumida y, por ende, la más rentable para la recaudación. Que sea la que menos accidentes reales causa -ampliamente superada en siniestralidad por alcohol y cocaína- parece dar igual.
Así que Carlos “Recurreitor” empezó a utilizar en sus recursos contra las sanciones por drogotest que dichos aparatos no pasan control metrológico alguno. Y funcionó. Ganó, primero en Madrid y luego en Zaragoza. Después, ha seguido por toda España con desigual suerte (aproximadamente 1/4 de los jueces estiman que el drogotest -sin control metrológico- es una prueba no válida).
Los jueces entendieron -dentro de lo poco que se conoce y comprende este tema- que no podía ser que esos aparatos estuvieran ajustados “entre la policía y los fabricantes” sin que tuvieran control metrológico, y empezaron, en muchos casos, a darle la razón en sus recursos. ¿Por qué en muchos casos y no en todos? La justicia en España tiene una forma de funcionamiento en que la apreciación de ciertos criterios -como el presentado por Carlos “Recurreitor” Nieto contra el drogotest- queda a criterio del tribunal. Así que pueden darte la razón con ese argumento, o, por el contrario, pueden no querer entenderla y excusarse en cualquier cosa, como -por ejemplo- que se realiza un segundo control (días después en otro lugar) que demostraría si la lectura del primero era correcta o no, pero admitiendo ya que ese primer elemento de discriminación, no esté sometido a control alguno. 

La respuesta de un juez ante un argumento es algo que -por desgracia- no puede predecirse con exactitud, a menos que exista una clara jurisprudencia y que esta impida que el juez tome decisiones basadas en criterios equivocados (algo que ocurre, con demasiada frecuencia, en estos campos).

Dosis sancionable indeterminada...


Como nos explicaba Carlos -en la entrevista que mantuvimos- aunque quisiéramos dar por válido todo lo que nos cuentan sobre los drogotest -que son muchos, muy distintos y de empresas diferentes- y no supiéramos ya las “sospechosas prácticas” que hubo durante el desarrollo de dichos dispositivos… ¿cuál es la dosis a la que habría que sancionar por cannabis?
El cannabis -y su principio activo, el THC- es una sustancia que farmacológicamente no permite vincular (de forma funcional) dosis en organismo con unos efectos en el sujeto. Pero no es ese el principal problema. El primer problema a solucionar es que no existen ningún tipo de criterio, ley, norma o regulación que defina la dosis que esos aparatos deben utilizar como punto de corte. No está definido cuál es el nivel que sería permisible, dado que el THC puede permanecer semanas en el organismo y cuál sería sancionable. Dicha escala de valores, un criterio de “puntos de corte” en detección con drogotest, simplemente no existe.
Como suena: el estado nunca ha determinado un nivel de droga, en ninguna ley o norma para ninguna sustancia -salvo en el caso del alcohol- que deba ser el punto de corte o el punto sancionable. Nadie, con autoridad legal para establecerlo, lo ha hecho. Y de momento, siguen sin pasar un control metrológico esos aparatos. 

Es el más salvaje oeste de la sanción al ciudadano sin control ninguno y sin base científica sólida, y eso es algo que se ha de combatir. Carlos siempre pensó que esa era una situación injusta y que se debía ganar en los tribunales, aunque no a costa del trabajo ajeno, ya que recurrir (en un Contencioso-Administrativo) siempre nos sitúa en el riesgo de que no estimen nuestra alegación -ni siquiera de forma parcial- y seamos condenados en costas. Una condena en costas no puede superar un tercio de la cantidad que hay en juego, y eso lo debe saber el cliente para bien y para mal.

Consejos de Recurreitor.


Carlos aconseja a cualquier persona que sea sancionada que, lo primero, mire en los foros de Internet relativos al tema para buscar la situación actual. Que busque un abogado que le asesore y que establezca con él, de forma clara, los costes de recurrir y los riesgos de hacerlo, antes de decidirse a iniciar el procedimiento: el tiempo y el trabajo de un abogado, gane o pierda, vale un dinero que si pierdes tendrás que pagar tú (o perderlo él, si decide trabaja a riesgo propio).
También anima a que la gente no tienda a pensar que es peor el remedio (recurrir) que la enfermedad (la sanción), o no se conseguirá revertir la situación y empeorará. 

Y que distingan claramente lo que es un “recurso” (alegaciones) ante quien nos sanciona, que no se necesita abogado, pero donde no existe un juez sino un funcionario cualquiera, y lo que es un recurso Contencioso-Administrativo, que equivale a ponerse de pie ante la administración, reclamar la intervención de un juez y plantear tu caso ante él. 

Son dos actos distintos en niveles diferentes, y aunque hayas pagado la multa -para aprovecharte del descuento- y aunque te digan que el hecho de pagar hace que pierdas el derecho a recurrir, eso es sólo parcialmente verdadero, ya que siempre tienes el derecho a recurrir (dentro de los plazos legales) ante un juez de verdad y plantear un Contencioso-Administrativo, por ausencia de control metrológico, como hace “Recurreitor”.



Finalmente, preguntado sobre cómo habría que proceder para desmontar esa ley injusta, Carlos nos insistió en la “ausencia absoluta de discriminación del peligro real con el sistema actual” como motivo principal a esgrimir, y nos explicó las distintas vías. 

Por un lado, existiría una vía política en la que el Parlamento o un partido político -mediante el “proyecto de cambio de ley”- podría hacerlo, y Carlos opina que esa vía debería trabajarse: para algo les pagamos un sueldo a los políticos. 

Por otro lado, lo podría hacer el Tribunal Constitucional de oficio (autónomamente). Y también podría instarlo un juez que plantease una cuestión de constitucionalidad (y sí, también existen jueces que usan cannabis) sobre el asunto. La vía que le queda al ciudadano común, no por eso es menos importante, es el recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional -una vez agotados otros estamentos previos- cuyo mayor problema es el coste que supone, que lo hace carente de rentabilidad (económica) para cualquier sancionado, pero no lo hace imposible lo que nos deja ante una vía más.
Agradecemos a Carlos Nieto Herrero, “Recurreitor” (www.Recurreit.org) su atención y explicaciones, y le deseamos que continúe con la mejor de las suertes en todos sus recursos frente a la injusta sanción del drogotest.
PS: El último texto de esta serie sobre el fraude que es el drogotest, podéis leerlo aquí http://drogoteca.blogspot.com/2018/06/serie-drogotest-violando-ciencia-y.html