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martes, 27 de marzo de 2018

Cómo matar al violador de tu pareja.

Este texto fue publicado en la web www.disidencias.net en fomato partido, en dos publicaciones. Queda ya publicado en una sola web, a modo de texto "largo". Es una historia real de la que merece la pena sacar una moraleja...

Esperamos que os guste.

-.-.-


Por aquel entonces, estaba saliendo de una relación que había sido buena, pero que tenía que terminar: ella se iba a otra ciudad y creía que todo seguiría igual. Yo sabía que no podía ser, que ella necesitaría -especialmente en esa ciudad- a alguien que le diera un abrazo, la apoyara cuando no pudiera más o la deseara y la hiciera sentir viva. La que iba a ser mi “ex”, creía que yo quería desembarazarme de ella pero no era cierto. Yo sólo actuaba con cierto criterio de responsabilidad, tras haber hecho cosas por ella que no habría hecho por nadie (era una gran persona y lo merecía). Como era de prever, ella se fue a la gran ciudad y al cabo de 3 meses tenía ya un “amigo especial” (además de mi “amistad especial”): era la hora de irse y le sacaba los años suficientes para saberlo y poder hacerlo sonriendo.
En ese momento, otra de las mujeres que andaban “por ahí” en mis ratos de Internet pululando, de donde salían casi todos mis líos en esos años, cobró cierta importancia. Era el momento, y yo lo sabía. Pero ella insistía en poder seguirme “el juego”. Y a mí -para qué negarlo- me encanta jugar con la misma seriedad con la que juegan los niños: sin medias tintas. Se llamaba Lucía y tenía muchas ganas de sexo, de mucho sexo. Más que yo, desde luego. Era un nivel de sexo -de bastante buena calidad y variedad- que hubiera aguantado mejor con 18 años, pero eso había quedado atrás hacía tiempo.
Aun así, Lucía y yo nos metimos en una relación que se basaba en lo “provocadores” que podíamos llegar a jugar el juego de seducir al otro. Sexualmente no soy capaz de recordar una mujer a su nivel -que tuviera orgasmos con la simple estimulación de los pezones, por ejemplo- y es que como ruta de escape, para dejar una relación, era una gran salida.
Nos embarcamos en meses del sexo más salvaje, pero sólo entre nosotros (nada de terceros/as), y realmente exploramos juntos rincones de la mente y el cuerpo, que pocas veces más he tenido ocasión de disfrutar. No puedo negar que sexualmente fuera alguien capaz de dejar una marca al tío más pintado. A veces tenía la impresión de que la cosa iba de ver quien era capaz de proponer algo a lo que el otro dijera que “NO”, pero nunca conseguíamos pasar del “¡NO! Bueno…. Espera, ¿por qué no?” y lo peor es que nos gustaba.
El tiempo pasó y eso, que era una piedra en un riachuelo a la que saltar antes de ahogarse en otro lado, se convirtió en una relación. Aun así, el fuego sexualmente seguía estando presente. La relación, supongo, era eso: sexo y más sexo, experimentando los límites que nunca habíamos tocado. Ni Lucía ni yo nos propusimos llegar a eso, a la normalidad, pero llegamos. Y podíamos decir otra cosa, pero éramos una pareja y encima monógamos. Increíble pero cierto: monógamos y encima sin vocación de ello.
Yo me sentía muy cómodo en la relación, y de natural soy alguien confiado. Incluso cuando hay “señales” de que tu pareja podría estar poniéndote los cuernos (que a muchos pondrían “en alerta o celosos”) a mí nunca me habían importado: si mi pareja quiere estar conmigo, estará. Si no, se irá. No tengo por qué andar sospechando de nadie, y no tengo ningunas ganas de ello. A día de hoy sigo sin hacerlo. No sufro de celos, nunca los he sufrido.
Tanto, que ella era invitada por su “ex” a comer con cierta frecuencia, y a mí ni me parecía mal: me parecía estupendo. En serio. ¿Por qué me iba a parecer mal, porque él seguía encoñado con ella? Me parecía normal, y no me asustaba tampoco que en un momento pudieran echar un polvo “por los viejos tiempos”. Soy bastante tolerante en ciertas cosas, aunque no lo vaya anunciando, claro. Así que mientras las comidas en los restaurantes no salieran de “nuestra pasta”, a mí me daba igual e incluso me parecía bien que tuviera relación con su pasado. No tengo miedo a esas cosas.
Llevábamos ya más de 2 años de buena relación cuando ocurrió.
Ese día no estábamos juntos, yo estaba en otra ciudad trabajando, y no nos íbamos a ver en un par de días. Y recibí una llamada suya que me heló la sangre: no paraba de llorar, no paraba de sollozar sin ser capaz de respirar, y apenas era capaz de hablar y no gritar. No entendía nada y yo estaba a 800 kms. El corazón se me salía por la boca y debía parecer un toro enjaluado esperando para salir a la carrera.
Tras más de media hora de una situación complicada, sin más adjetivos que cubran todo lo que en ese momento viví al teléfono, y procurando no perder la cabeza -entendía poco, pero estaba viendo a mi pareja atacada y asustada- alcancé a comprender que acababa de llamarla por teléfono su violador.
Lucía, como un indecente número de mujeres en nuestro país, había sido violada años atrás. Podía achacarse a su promiscuidad a primera vista, pero era una apreciación errónea: la violación había creado una mujer que sólo sabía relacionarse sexualmente de una forma muy activa y dura. Yo lo sabía, sabía que había sido violada. Muchas de mis parejas, por desgracia, lo han sido. Hermanos, primos, tíos, padres y novios en adolescencia, son los que encabezan el ranking de las historias que ya he escuchado de boca de muchas mujeres. Demasiadas.
En el caso de Lucía, su violador había sido su propia pareja. Sí, su propio novio en la adolescencia -algo mayor que ella pero nada raro- la había violado. ¿Cómo? La ató a un radiador de la casa, se “divirtió” golpeándola con un cinturón durante un largo rato hasta hacerle sangrar la piel, cosa que le puso muy cachondo al tipo. En ese estado, la violó primero vaginalmente y luego lo intentó analmente pero no pudo, así que -a cambio- le dejó un regalo: hincó sus dientes -mandíbulas superior e inferior- en una de las nalgas de Lucía. Clavó totalmente sus dientes, en las carnes de una menor de edad, dejándola marcada de por vida. 
Luego la soltó, la hizo lavarse a fondo, aprenderse una historia falsa por si alguien preguntaba o veía alguna marca, y la mandó a su casa de vuelta. Su pareja con 17 años. Sí.
Yo conocía la cicatriz -como era lógico- y aunque había tardado un tiempo, conocía la historia. Por supuesto, cuando la escuché por primera vez, sentí la misma indignación que cualquier persona normal y deseé saber algo más del tipo, con la idea de ir a por él en mi cabeza. Pero ella dejó claro que era un capítulo cerrado de su vida, que por nada deseaba abrir, y yo -por supuesto- respeté su voluntad y “olvidé” todo el asunto.
Hasta ese momento.
De buenas a primeras, 11 años después de una brutal violación y agresión física, tu violador te llama por teléfono… “porque le apetece escuchar tu voz”. No alcanzo a imaginar la rabia, el pánico o lo que algo así puede provocar a una víctima de violación, pero sí sé cómo es que te caiga algo así en mitad de tu vida, de pareja, y tengas que actuar.
Tras dos días terribles, en que me volví tan rápido como pude a su lado, creo que hablé con ella al teléfono durante unas 30 horas hasta que estuvimos cara a cara. Manos libres, llamadas constantes, incluso para poder dormir y “notar que estaba al lado”. Y lo entendía, no tenía nada que reprocharle a ella. Pero tenía algo de lo que ocuparme irremediablemente. E iba a hacerlo.
Las llamadas habían continuado, hasta que estrelló el teléfono -por trabajo tenía varios- contra la pared haciéndolo reventar en cachitos y pisoteó hasta gastarse las suelas todo lo que podía ser mayor que una lenteja. Daba igual, en una denuncia de ese tipo un juez solicita pronto la orden para comprobar las comunicaciones y haber roto la tarjeta -o el móvil- no estropeaba nada.
Lo primero que hice al encarar el asunto finalmente, fue preguntarle a ella: "¿qué quieres que haga?"
La pregunta era clara: dime que lo mate. Era lo que le pedían mis ojos…
Pero ella quería que no hiciera nada. ¿Nada? No era posible eso. Si yo no hacía nada entonces que lo hiciera la policía, pero esto no podía quedar en “nada” (el tipo le había dicho que la veía por la calle, y que quería volver a estar con ella entre otras cosas). Hablé con policía -a distintos niveles- y aunque todos coincidían en la necesidad de acabar “de alguna forma” con ese tipo de criminales, me explicaban los problemas a enfrentar en la caza judicial de estos depredadores. Y yo no estaba seguro de que Lucía fuera a aceptar pasar por algo así, o a ser capaz de soportarlo. No tenía nada claro y, mientras, me limitaba a protegerla.
En un principio, yo mismo hablé con varias asociaciones de víctimas que me pudieran -la pudieran- orientar, ayudar, acompañar, algo. Yo era un hombre en una situación complicada, que no me iba a ir de su lado, pero seguramente yo no era suficiente en una crisis así. Era quien la acompañaba a cada paso que daba en la calle, a su lado, y quien la acompañaba hasta la asociación de mujeres que comenzó a tratarla, donde me quedaba delante de la ventana donde ella estaba 45 minutos, paseando en 3 metros sin moverme hasta que saliera por la puerta. Entendía cualquier reacción que ella pudiera tener -y soporté muchas que no soportaría en otro caso- porque la situación era de película de terror. Y yo era un rehén en ella, hasta que decidí actuar.
Cansado de la inacción de unos, de la ineficacia del sistema, de la prescripción de ciertos delitos y de muchas cosas, decidí encargarme yo del asunto. Y tenía claro que esto no iba a ser una simple charla: iba a ejecutar a sangre fría a un “ser humano”. Y a rematarle. Varias veces. 

Si no era capaz de asumir esto con total calma, mejor que no hiciera nada. Pero podía, y lo hice: seguí adelante. Lo primero fue conseguir un arma. La verdad es que no esperaba que el mercado estuviera tan bien surtido cuando buscas ayuda para algo así. Caro, muy caro, pero muy efectivo. Casi trabajar como de catálogo. Elegí una Beretta 92. Los dos tipos que me la vendieron vieron que era algo puntual, que no era un “profesional” y la broma me costó unos 4000 euros, sin contar munición. Pero la trajeron limpia, sin usar, y en su caja nueva: lo acordado. Si iba a pringarme en algo así, al menos que si me trincaban no me fueran a cargar los asesinatos de “El Lute” también. Así que bien valía lo pagado. Otros 800 euros casi en munición y un cargador extra para el arma, también nuevo, que había pedido para asegurarme varias pruebas y soltura con el asunto, completaron la venta.
El arma era preciosa. Odio a la gente con armas encima y la caza, aunque el tiro olímpico me gusta mucho desde joven (de tirar con la escopeta de perdigones en el pueblo) y algo sé del asunto. Era una pistola segura, fiable, de calibre grande, estable y muy usada a nivel planetario: un clásico. La primera parte había sido “relativamente fácil”. Ahora quedaba la segunda: usarla contra la cabeza del violador.
Debo decir -aunque no me deje en un buen lugar- que llegué a soñar con el momento de matarle y, que lejos de despertarme asustado, me levantaba con una extrema sensación de paz y con los ojos húmedos. Y que aprovechaba cuando eso pasaba para irme en coche, de madrugada, a una zona segura donde podía disparar unas cuantas veces, y hacerme con el arma en corto y en largo (nunca sabes lo que otro puede hacer).
Así que puse una fecha en mi mente, y empecé a prepararlo todo para que nada quedase al azar. Del tipo tenía hasta fotos, nombre y direcciones pasadas. Conocía su historia y la zona de su ciudad donde vivía (no era la mía). Era cuestión de no cagarla. Y llegado el día, me mudé a esa ciudad, a un hostal de mala muerte, pagado por una puta que puso su DNI. Esa misma noche estaba dando una vuelta y cenando por varios de los bares de la zona donde vivía, observando el lugar.
Eso y mi contacto en una conocida marca de telefonía móvil, hicieron que en menos de 36 horas estuviéramos sentados al lado en el mismo garito. Ahí estaba. Al lado. Y yo rígido como un palo, sin saber muy bien qué hacer en ese momento. Sólo pensaba en ir a por el arma (no la llevaba, por supuesto) y acabar cuanto antes: matarle esa misma noche si era posible, mejor que la siguiente. No era mi ciudad, pero cuanto menos me vieran, más sencillo todo.
Decidí volver al hostal y pensar tranquilo. Estaba a punto de salir del bar, cuando detrás de mí una voz me dijo: “Oye perdona, se te ha caído el tabaco”. 
Me di la vuelta y era él. Mirándome a los ojos con el paquete de “Lucky” en la mano, ofreciéndomelo para que lo tomará, y yo me quedé clavado sin reaccionar. El tipo se extrañó y me lo pasó por delante de la cara mientras me decía: “eh, ¿te encuentras bien?”. Tenía repentinamente ganas de vomitar, de pegarle y de correr al mismo tiempo. Tenía ganas de que todo fuera una pesadilla y yo despertase en mi cama. Pero no. Era real.

Estaba delante del hombre al que había ido a matar. ¿Cómo iba a estar bien?
Mi corazón pegó una patada en forma de extrasístole que me hizo doblarme hacia adelante, echándome la mano hacia el pecho. Ya por entonces me había empezado a medicar con Sumial (Propanolol) para esas molestas manifestaciones pero aunque había llevado unas benzodiacepinas para mantener la calma en los momentos más complejos, no había pensado que fuera mi corazón quien decidiera ponerme en un aprieto.
¿Y si me llegaba a ocurrir con la pistola en la mano? Una extrasístole fuerte se siente como la coz de un caballo en el pecho, y te hace doblarte de la sensación. En una ejecución a pistola, un momento así puede costar tu vida, ya que cualquier animal entre la espada y la pared se convierte en un mal bicho…
El violador me cogió por un brazo mientras yo me vi totalmente sobrepasado por la situación y mi respuesta orgánica. Creo que me habló al tiempo que me agarraba pero yo sólo escuchaba en mi cabeza un trozo del “Bohemian Rhapsody” de Queen:
“Mama, I’ve just killed the man…

Put a gun against his head, pulled my trigger: now he’s dead.”



Lógicamente el contacto físico con el tipo me provocó una reacción peor en mi sistema adrenérgico, haciendo que el corazón se acelerase bruscamente, mientras mi cabeza buscaba “soluciones a esa situación” a toda velocidad. En un momento estaba sentado en una silla, mientras no me atrevía a emprender ninguna acción, y era atendido por el violador y el resto de gente en el bar: estaba jodido, ya no podía encargarme del asunto como pretendía hacerlo.

Al pensar que estaba sufriendo un ataque al corazón, quisieron llamar a una ambulancia. Les dije que no, que ya me encontraba bien y que no era nada. El tipo era de los que no soltaban con facilidad, y se empeñó en acompañarme a casa. Le dije que no era necesario, que tenía el coche fuera, pero él contestó que no se quedaba tranquilo con lo que había visto y que no le costaba nada asegurarse de que llegaba a mi destino. Así que 5 minutos después estaba conduciendo hacía mi hostal, escoltado por el tipo al que había ido a matar.

Aunque había pasado ya el peor momento, no se me iba de la cabeza la letra de la canción de Queen y, en cierta forma, deseaba ser yo quien la pudiera entonar: ya le maté. Pero la realidad es que era él quien estaba detrás mío. Pensar eso me puso nervioso y cogí el arma. Hice una señal con las luces de emergencia y paramos el coche en un arcén. Bajé del coche con el arma amartillada, pensando en dispararle y largarme cuanto antes: cada minuto que pasaba allí estaba aumentando las probabilidades de enfrentar una condena legal. Cuando llegaba a la altura de su ventanilla, con un dedo en el gatillo y la mano en el bolso de mi abrigo, el corazón estaba cabalgándome como si me hubiera caído en una marmita llena de anfetaminas.

Para rizar el rizo, un coche de la Guardia Civil apareció por detrás. Preguntaban si necesitábamos ayuda, ya que estábamos parados en el arcén con las luces de emergencia y sin señalizar con triángulos aún. Les dije amablemente que no, que me había encontrado indispuesto y que se habían ofrecido a acompañarme, pero que como me encontraba ya bien había parado para decírselo al buen samaritano. Diciéndole eso a la Guardia Civil mientras no era capaz de sacar el dedo del gatillo -ni la mano del bolsillo- por miedo a que se notase que llevaba un arma.

Insistentemente rechacé toda ayuda y me fui sólo a mi hura. Había estado a punto de matar al tipo para ser cazado por la Guardia Civil en el mismo instante: era el momento de parar. Al menos ya tenía una idea clara de a qué me enfrentaba, pero había perdido todo “factor sorpresa”. Encima había sido atendido por el tipo y más gente en el bar; hacerlo hubiera sido suicida, pero no se llega a pensar con claridad en un momento así. Mi sistema cardíaco estaba a punto de pedir la baja temporal -bajo riesgo de petar en cualquier instante- porque había subestimado mi respuesta orgánica ante algo así.
Tener claro que vas a matar a alguien es un requisito para hacer las cosas bien, si es lo que vas a hacer, pero si bien eso ayuda a matizar las intenciones no reduce la respuesta fisiológica. Supongo que ante algo así, sólo quien mate con cierta frecuencia -o el psicópata disociado de las emociones puede verse inmunizado.
Decidí, tras dormir malamente, que tenía que buscar ayuda. En todo el proceso no lo había hecho antes porque siempre tuve claro que si levantaba la liebre, quedaba marcado para encargarme yo del asunto. Pero yo solo no podía ya o se complicaba mucho la cosa. ¿A quién podía recurrir? Pensé en las personas que me dirían que sí a echarme una mano, pero no quise implicar a nadie: era mayorcito para encargarme de lo mío. Pensé en el hermano de Lucía, sin saber si conocía la historia de su violación, y deseché la idea porque siempre me había parecido un flojo de pantalón.
Finalmente llegué a él: su exnovio. Habiendo sido pareja suya, habiendo mantenido relaciones con ella, debía conocer las marcas y debía conocer la historia. Haber tenido que relacionarte cada noche con el recuerdo de una violación y una violencia atroz contra una cría, no es un plato de buen gusto ni sencillo de tragar. Estar manteniendo relaciones y notar como tu polla pega en la cicatriz donde casi puedes notar los dientes con el glande, duele. Acariciar su culo y no saber si acercar la mano o alejarla de la zona, duele. Besar su cuerpo y “saltar” esa zona porque no quieres mezclar el odio que puedes sentir con un momento de intimidad con tu pareja, duele. Tener presente a un miserable violador cada vez que tocas a tu pareja, duele, cansa y marca en tu psique como marcó la nalga de su víctima con su mandíbula…
Vivíamos por entonces por la época del Messenger, y no recuerdo bien cómo es que yo tenía la dirección del chico, pero la tenía. No tuve que entrar en el correo de Lucía para tomarla, y no recuerdo ahora si habíamos cruzado palabra antes pero tiendo a pensar que sí, por la calma con la que discurrió aquella conversación clave. Le abordé -digitalmente- y le pedí que me dedicase unos minutos de tiempo, cuando pudiera dedicármelos. Al cabo de una hora estaba hablando con él. Le conté por encima el asunto, tras comprobar que él era conocedor de la violación y sus actores, y tras unas cuantas comprobaciones -por parte de ambos- él se puso a mi disposición. Tenía alguien delante que no parecía echarse atrás, ni sabiendo que esto terminaría con un cadáver en nuestras manos: eso me sorprendió gratamente. 
Entendía al igual que yo, que había quedado marcado por mi reacción cardíaca y, después, con la Guardia Civil parándose al ver los coches en el arcén. Y que -de seguir adelante- necesitaría apoyo. Esa clase de apoyo que no puedes contar a nadie y que te implica en un asunto muy grave. El tipo los tenía puestos en su sitio, desde luego. Y en un contexto así, de cierta confianza entre dos varones que como único nexo tenían su relación con la misma mujer en tiempos distintos, fue como solté la frase que partió el huevo.
En un momento en que el tema de la conversación era Lucía, le dije:
“Anda, que ya te vale a ti -después de tanto tiempo- seguir encoñado con ella…”
“¿A qué viene eso?” me replicó.
“Me ha contado lo que le dijiste tras la comida que tuvisteis el otro día, en Toledo.” le espeté, confiado.
Y así llegó la bomba: “¿De qué comida hablas? Yo hace más de 2 años que no veo a Lucía…”
¿Cómo? ¿Perdón? ¿Quién me estaba mintiendo? No tenía sentido que él me mintiera en algo así, pero la otra opción era que mi pareja me había estado engañando durante un largo tiempo, haciéndome creer que tenía una relación que no tenía, y que mantenía encuentros que eran inexistentes.
Al leerle no tuve duda de que me estaba diciendo la verdad, pero que tenía que dejar de fiarme de mis impresiones y verificar cada dato y paso; era algo que no había hecho -en varios aspectos- debido al vértigo de la situación y a la fuente de la que provenía la información, que era mi propia pareja. Le pregunté si estaba dispuesto a confrontar a Lucía con eso que me estaba diciendo, y aceptó.
Dos horas después, con toda la calma del mundo para no alertarla previamente, Lucía se conectaba en la noche para hablar por el Messenger. Tras un par de frases vacías como saludo y lubricante, no me pude contener más. Le pregunté algo -no recuerdo qué- sobre lo que me había contado de esa última vez que – según ella- se había visto para comer con su exnovio, y ella me contestó con toda normalidad. Al momento entró él en la conversación y repetí la pregunta, añadiendo al final la coletilla (innecesaria) que decía: “…porque tú el otro día has ido a comer con tu exnovio a Toledo, verdad?”
Ella al verse descubierta en esa mentira, se vino abajo. Empezó a llorar y a llamarme compulsivamente por teléfono para intentar frenar lo que pudiera ser mi reacción. Pero yo estaba golpeado por la contundencia de la información a procesar, y sólo quería saber una cosa: ¿era cierto lo del violador?
Yo no había puesto en tela de juicio la historia de Lucía -y era normal cuando había tenido que convivir con las cicatrices de su violación- y lo que viví esas semanas fue totalmente de psicosis. Supongo que al descartarse la opción de la policía para enfrentar el asunto, di por buena la información de partida sin entrar a cerciorarme por mí mismo de lo que estaba pasando. 
Sólo había creído a mi pareja, que ya era una víctima de violación…
Finalmente confesó: lo del violador era mentira. Si bien la historia de su violación a los 17 años permanecía como cierta -y en eso todos los relatos eran comunes- el hecho de que hubiera aparecido de nuevo en su vida y con la pretensión de causarle daño o abusar de ella, era falso. Simplemente, había hecho toda esa interpretación teatral -que incluyó días y días en una asociación de mujeres acompañada hasta la puerta por mí- para crearme un falso miedo que lograse volverme hiperprotector y obsesivamente dependiente de su situación. Había intentado darme celos hablándome de su exnovio y contándome que iba a cenar o a comer con él, pero al no causar efecto alguno había decidido ir más lejos: crear una amenaza jodidamente real sin que existiera.
Esa era la razón de que lo que ella quería que yo hiciera era “nada”. No quería cargar con un muerto en su conciencia y quería poder seguir exprimiendo lo que aquella situación le daba.Yo había contemplado horas y horas de charla con una psicóloga a través de los cristales de una asociación en una gran ciudad.
¿Qué había estado sucediendo allí, si el asunto del violador no era real? Pues que me puso de maltratador ante la psicóloga que creía estar tratándola. Al parecer -tampoco quise profundizar mucho en esta información, ya que era redundantemente doloroso- explicó que yo la acompañase a tratamiento, cada día y la esperase sin moverme de la puerta, diciendo que era un controlador obsesivo y celoso que no la dejaba sola ni a tiros. ¡Toma! Viviendo una mentira por dos lados para conseguir la atención -que ya tenía, pero no en modo suficiente parece ser- de un hombre, que ya era su pareja y no estaba viéndose con ninguna otra. ¿Tenía sentido aquello? 
Mentir en algo como que volvías a ser la víctima de un depredador humano para provocar un miedo lógico en tu pareja y así poderle tenerle en un estado de tensión constante y siempre dispuesto a atenderte. Era suficientemente duro como para minar la confianza del tío más pintado y, en mi caso, para plantearme si Lucía no necesitaba tratamiento psiquiátrico por lo que me había hecho.
No volví a verla. Aun así, antes de irme totalmente de su lado, conseguí hablar con su madre y exponerle todo lo que había pasado, ya que entendía que era algo patológico y muy grave lo que a Lucía le podía estar ocurriendo pero que yo había quedado totalmente fuera de juego: había quedado inhabilitado para estar a su lado, con un mínimo grado de confianza. Lo que no le dije a su madre es que podía haber matado a un hombre, que a día de hoy no puedo saber si realmente era el violador original y que – realmente- fue mi culpa haber llegado a ese extremo por no haber comprobado cada uno de los puntos de la historia: me hubiera bastado con comprobar que esa llamada no se había producido y que era inexistente el rastro telefónico de aquella supuesta nueva agresión.

¿Pero dudarías de tu pareja si te hubieras visto en mis zapatos?

sábado, 17 de febrero de 2018

Serie DROGOTEST IV: RECURREITOR, la mejor respuesta contra el drogotest

Este texto fue editado en la revista publicitaria gratuita Soft Secrets.



Sobre el drogotest... ES LA TERCERA VEZ QUE, A PESAR DE CONSUMIR MORFINA CON PRESCRIPCIÓN EN DOSIS MUY GENEROSAS, DICHA DROGA NO APARECE EN EL DROGOTEST QUE SIEMPRE DETECTA CANNABIS.... WTF??? Será que me engañan en la farmacia y me dan gominolas de fresa (aclaración para lelos y maderos: el drogotest es un absoluto fraude químico).


Y aquí va -oportunamente- el texto número 4 que escribí para ese fanzine publicitario cannábico sobre la trampa de la recaudación que está llevando a cabo el estado y todas sus policías, y cómo enfrentarla correctamente: siempre defiéndete de la mano de un buen abogado especializado en el derecho relacionado con el área, como en este caso es RECURREITOR AKA Carlos Nieto Herrero.



*.*.*


Aquí el texto anterior de la serie drogotest:
http://drogoteca.blogspot.com.es/2018/01/serie-drogotest-iii-quien-es-el.html 


DROGOTEST Y AUSENCIA DE CONTROL METROLÓGICO.


Como hemos podido ir viendo en los artículos anteriores, el “sistema de recaudación en carretera” mediante toma de muestra de fluidos corporales (saliva) a los conductores -conocido como drogotest- es un sistema injusto desde su concepción, ya que sanciona de forma especialmente injusta a los usuarios de cannabis frente a los de otras drogas, hasta el punto en que puedes ser sancionado sin haber consumido droga alguna, tras 24 o 48 horas (o más) de la última calada a un porro. 
Todo depende de la bioquímica de tu cuerpo y de otros factores que nada tienen que ver con la seguridad vial, ya que por mucho que un aparato de medición biológica diga que hay “restos” de tal o cual sustancia en tu cuerpo, eso no implica que exista afectación alguna que impida un estado apropiado y seguro -para la conducción de un vehículo- por parte del sujeto.
Sólo en el caso del alcohol, se puede establecer un criterio de relación entre cierta dosis y ciertos efectos, ya que, aunque exista cierta tolerancia o costumbre al etanol, su familiaridad no hace a uno más resistente e incluso, en algunos casos, provoca lo contrario: bebedores que, tras décadas de duro consumo, una copita mínima de vino vale para emborracharles totalmente. 

Por ejemplo, en el desgraciado suceso de hace unas semanas, en que un Guardia Civil provocó muertos en la carretera y se intentó fugar, cuando fue detenido dio positivo en alcohol -lo que implica que existe un grado inevitable de afectación- y dio positivo para “drogas” (aún no se ha especificado cuáles), pero esto no implica que estuviera bajo los efectos de ellas, a diferencia del caso del alcohol en el que no existe duda posible.
Hemos visto también como todos los sistemas de análisis presentan distintos porcentajes de fallo, cómo, sin haber tomado una de las sustancias que están prohibidas, el test inicial da un falso positivo y sufres todo el proceso de retirada del vehículo, con todos los perjuicios que eso pueda causarte, en espera de que la segunda prueba (realizada días después en un laboratorio) diga que se han equivocado, por una interacción cruzada entre algún compuesto legal y su aparatito ladrón y tramposo.



A día de hoy, y teniendo en cuenta la similitud estructural entre el CBD, que es un compuesto 100% legal y sin fiscalizar dado que carece -en la práctica- de efectos psicoactivos, sería factible pensar en falsos positivos que se pueden generar en personas que consuman CBD u otros cannabinoides no prohibidos, y que den positivo en THC, ya que la molécula y su disposición espacial -lo que hace que encajen en los receptores del drogotest- son tremendamente similares.
Esto de los falsos positivos no ocurre sólo en el “drogotest”, sino que es algo que ocurre, en mayor o menor porcentaje, en la inmensa mayoría de pruebas reactivas ya que, en muchos casos, resulta imposible -o económicamente inviable- hacer un detector tan preciso que puedan distinguir con esos grados de precisión. Así pues, en cualquier tipo de prueba de esta clase, se contrapone la funcionalidad -facilidad y velocidad de uso, para sancionar- con la certeza de que se está sancionado a alguien que esté realmente bajo los efectos de alguna sustancia, o siquiera que tengas restos en el cuerpo de alguna de las sustancias prohibidas: primero te quitamos el coche y luego, si no era ilegal (lo que dio positivo), no te sancionamos, pero te quedas con lo vivido y los perjuicios que una actuación sin garantías ha provocado, causando un perjuicio innecesario a un ciudadano que no ha cometido ninguna falta.
A todo esto, debemos añadir un asunto más: la ausencia de “Control Metrológico”. ¿Qué es esto del control metrológico? Pues algo muy serio, que en el caso de los drogotest -y de otras sanciones- no se está cumpliendo, convirtiendo esas sanciones en recurribles y vencibles por la falta de garantías sobre lo que se está haciendo.
El control metrológico no es algo nuevo. Existe desde hace mucho tiempo en la ley y se aplica a todos los instrumentos que efectúan medidas o pruebas y cuyo resultado puede tener relevancia jurídica de distinto nivel, administrativa o incluso penal. La última ley sobre este asunto derogó la anterior y está publicada en el “Real Decreto 244/2016, de 3 de junio, por el que se desarrolla la Ley 32/2014, de 22 de diciembre, de Metrología”. No es un desarrollo normativo que deje muchos huecos a la imaginación, ya que detalla claramente cómo todo material usado -por parte de la autoridad del estado- debe estar sometido a procesos de evaluación, calibrado y pruebas, que demuestren fehacientemente que los resultados que ofrece, son correctos y sólo pueden presentar un margen mínimo (aceptado por ley, en función de la capacidad científica del momento) de error.
Un ejemplo derivado -que muchos podemos conocer- de esta ley, es ese cartel que hay en gasolineras, donde se lee que “se ofrece un juego de medidas” para que el cliente pueda ver lo que se le está sirviendo. Si bien una gasolinera no tiene obligación de ofrecer dicho servicio, más le vale que sus instrumentos de medida (los que le dicen cuánto combustible deben facturarte) estén bien calibrados, porque si sobrepasan cierto límite de “error” se consideraría ya para sanción administrativa y, si el grado fuera exagerado o deliberadamente provocado, daría pie a otro tipo de sanciones.
En el caso del estado en sus distintas formas (Guardia Civil, Policía Local, Policía Nacional y otros agentes de “la autoridad”) también se ve obligado -por ley- a que sus mediciones sean correctas y reflejen la realidad. Y eso ocurre en una báscula que pesa camiones para comprobar que no exceden la carga, en un sonómetro que mide el ruido de un bar, y en un radar que capta a qué velocidad va un automóvil. Todos ellos están sometidos por ley al control metrológico y si -por un casual- no lo ha pasado, pues las sanciones impuestas con dicho instrumento carecen de validez.

Recurreitor, o la respuesta inteligente a la ausencia del control metrológico.


Seguramente, el ciudadano biempensante, crea que, si existe un aparato para medir la presencia de drogas en el organismo, ese aparato ha de ser fiable y estará controlado en sus resultados por el estado: no es así. Eso es falso, y nadie ha establecido dicho control. En el texto anterior vimos cómo había sido el proceso de “compadreo” y selección de estos “drogotest”, para un mercado tan interesante y grande como es el europeo.
De hecho, hemos podido ver cómo, sin que el usuario de cannabis represente importancia estadística en accidentes, (cuando no hay presencia simultánea de alcohol u otras drogas), es el usuario de dicha planta la “presa estrella” en el proceso de selección de dichos aparatos, llegando las empresas a ofrecer incluso “datos secretos sobre detección mejorada de THC”

¿Secretos? Sí, secretos… porque son cuestiones de empresa que equivalen a mucho dinero en la salvaje competencia de hacerse con el pastel del mercado del drogotest en Europa. Las empresas -en la fase de desarrollo de esos aparatos y competencia entre ellas- hicieron todo aquello que la policía quería que hicieran.



La policía lo que buscaba en las pruebas realizadas, era cazar el mayor número de positivos y así poder imponer el mayor número de sanciones (recaudación), pero les importaba poco que estuvieran primando la “caza” de un conductor que no causa daños, frente otros que si los causan. Ese era el caso del cannabis, ya que THC tiene un metabolismo muy largo y perdura días tras su consumo.

La policía sólo quería víctimas, y a la opinión pública se le vende que “tener restos de drogas en el organismo” equivale a “estar bajo el efecto de drogas”, como si se pudiera establecer la misma relación que con el alcohol etílico.
Ante esta situación, en el año 2014, un joven licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca -de nombre Carlos Nieto Herrero- dando vueltas a la injusticia que era sancionar a alguien por tener presencia -pero no efectos- de una droga ilegal en el organismo, se puso manos a la obra y le plantó cara al asunto por la vía judicial. Hasta ese momento, año 2014, la ley requería que, para poder multarte, se justificase no sólo la presencia de drogas en el organismo, sino que dicha presencia implicaba una afectación, y que dicha afectación además tenía que ser negativa para la conducción.
El cambio legal realizado en el 2014 hizo que se pasase de sancionar la conducción “bajo los efectos las drogas” a sancionar la conducción “con presencia de drogas en el organismo”, sin importar la cantidad, excepto en el caso del alcohol para el que existen unos límites de uso aceptado en conducción. Es decir, la ley te permite conducir bajo cierto grado de influencia del alcohol, pero te sanciona si conduces con restos de drogas ilegales en tu cuerpo, aunque no puedan causar el menor efecto. 

Era un truco legal para poder sancionar sin tener que demostrar una afectación negativa del conductor, de manera que la aplicación de la ley de forma administrativa quedaba hecha un rodillo contra el que no se podía hacer nada. Estaba, además, llena de trampas y engaños para el ciudadano de a pie, que no entiende el lenguaje legal y sus distintos niveles de recurso.
Carlos Nieto se puso manos a la obra para buscar la forma de meterle mano, y aplicó algo que ya se venía aplicando en otro tipo de multas (las de radares). Si los radares que “sacaban” la foto en la que se basaba la multa, no habían cumplido con lo exigido legalmente por parte del control metrológico, la multa era recurrible con éxito y no se pagaba.

Así que -sin que nadie lo hubiera hecho antes, tras el cambio a la nueva ley- Carlos “Recurreitor” probó con esa vía y empezó a recurrir multas en base a que el drogotest carece de control metrológico por parte del estado. 

Eso es tanto como decir que los drogotest son el resultado práctico de un chanchullo entre los fabricantes -deseosos de vender su producto a un gran mercado- y las policías implicadas en su desarrollo, sin que exista un control del asunto por parte de una tercera parte que supervise. La policía quería más positivos, y ellos se los dieron, bajando el nivel de detección de cannabis en sus productos hasta el extremo 2’1 ng/, que consigue el Drugwipe Test, frente a un nivel de corte de 100 ng/ml que tenían otros dispositivos usados por otros cuerpos de las FFCCSE.
La diferencia es de casi 50 veces más sensibilidad entre un dispositivo y otro, y todo en la caza del usuario de cannabis mientras sus test desatienden, por completo, otras drogas como la LSD -que no detectan- para poder mejorar sus resultados contra el cannabis. ¿La razón? es la droga ilegal más consumida y, por ende, la más rentable para la recaudación. Que sea la que menos accidentes reales causa -ampliamente superada en siniestralidad por alcohol y cocaína- parece dar igual.
Así que Carlos “Recurreitor” empezó a utilizar en sus recursos contra las sanciones por drogotest que dichos aparatos no pasan control metrológico alguno. Y funcionó. Ganó, primero en Madrid y luego en Zaragoza. Después, ha seguido por toda España con desigual suerte (aproximadamente 1/4 de los jueces estiman que el drogotest -sin control metrológico- es una prueba no válida).
Los jueces entendieron -dentro de lo poco que se conoce y comprende este tema- que no podía ser que esos aparatos estuvieran ajustados “entre la policía y los fabricantes” sin que tuvieran control metrológico, y empezaron, en muchos casos, a darle la razón en sus recursos. ¿Por qué en muchos casos y no en todos? La justicia en España tiene una forma de funcionamiento en que la apreciación de ciertos criterios -como el presentado por Carlos “Recurreitor” Nieto contra el drogotest- queda a criterio del tribunal. Así que pueden darte la razón con ese argumento, o, por el contrario, pueden no querer entenderla y excusarse en cualquier cosa, como -por ejemplo- que se realiza un segundo control (días después en otro lugar) que demostraría si la lectura del primero era correcta o no, pero admitiendo ya que ese primer elemento de discriminación, no esté sometido a control alguno. 

La respuesta de un juez ante un argumento es algo que -por desgracia- no puede predecirse con exactitud, a menos que exista una clara jurisprudencia y que esta impida que el juez tome decisiones basadas en criterios equivocados (algo que ocurre, con demasiada frecuencia, en estos campos).

Dosis sancionable indeterminada...


Como nos explicaba Carlos -en la entrevista que mantuvimos- aunque quisiéramos dar por válido todo lo que nos cuentan sobre los drogotest -que son muchos, muy distintos y de empresas diferentes- y no supiéramos ya las “sospechosas prácticas” que hubo durante el desarrollo de dichos dispositivos… ¿cuál es la dosis a la que habría que sancionar por cannabis?
El cannabis -y su principio activo, el THC- es una sustancia que farmacológicamente no permite vincular (de forma funcional) dosis en organismo con unos efectos en el sujeto. Pero no es ese el principal problema. El primer problema a solucionar es que no existen ningún tipo de criterio, ley, norma o regulación que defina la dosis que esos aparatos deben utilizar como punto de corte. No está definido cuál es el nivel que sería permisible, dado que el THC puede permanecer semanas en el organismo y cuál sería sancionable. Dicha escala de valores, un criterio de “puntos de corte” en detección con drogotest, simplemente no existe.
Como suena: el estado nunca ha determinado un nivel de droga, en ninguna ley o norma para ninguna sustancia -salvo en el caso del alcohol- que deba ser el punto de corte o el punto sancionable. Nadie, con autoridad legal para establecerlo, lo ha hecho. Y de momento, siguen sin pasar un control metrológico esos aparatos. 

Es el más salvaje oeste de la sanción al ciudadano sin control ninguno y sin base científica sólida, y eso es algo que se ha de combatir. Carlos siempre pensó que esa era una situación injusta y que se debía ganar en los tribunales, aunque no a costa del trabajo ajeno, ya que recurrir (en un Contencioso-Administrativo) siempre nos sitúa en el riesgo de que no estimen nuestra alegación -ni siquiera de forma parcial- y seamos condenados en costas. Una condena en costas no puede superar un tercio de la cantidad que hay en juego, y eso lo debe saber el cliente para bien y para mal.

Consejos de Recurreitor.


Carlos aconseja a cualquier persona que sea sancionada que, lo primero, mire en los foros de Internet relativos al tema para buscar la situación actual. Que busque un abogado que le asesore y que establezca con él, de forma clara, los costes de recurrir y los riesgos de hacerlo, antes de decidirse a iniciar el procedimiento: el tiempo y el trabajo de un abogado, gane o pierda, vale un dinero que si pierdes tendrás que pagar tú (o perderlo él, si decide trabaja a riesgo propio).
También anima a que la gente no tienda a pensar que es peor el remedio (recurrir) que la enfermedad (la sanción), o no se conseguirá revertir la situación y empeorará. 

Y que distingan claramente lo que es un “recurso” (alegaciones) ante quien nos sanciona, que no se necesita abogado, pero donde no existe un juez sino un funcionario cualquiera, y lo que es un recurso Contencioso-Administrativo, que equivale a ponerse de pie ante la administración, reclamar la intervención de un juez y plantear tu caso ante él. 

Son dos actos distintos en niveles diferentes, y aunque hayas pagado la multa -para aprovecharte del descuento- y aunque te digan que el hecho de pagar hace que pierdas el derecho a recurrir, eso es sólo parcialmente verdadero, ya que siempre tienes el derecho a recurrir (dentro de los plazos legales) ante un juez de verdad y plantear un Contencioso-Administrativo, por ausencia de control metrológico, como hace “Recurreitor”.



Finalmente, preguntado sobre cómo habría que proceder para desmontar esa ley injusta, Carlos nos insistió en la “ausencia absoluta de discriminación del peligro real con el sistema actual” como motivo principal a esgrimir, y nos explicó las distintas vías. 

Por un lado, existiría una vía política en la que el Parlamento o un partido político -mediante el “proyecto de cambio de ley”- podría hacerlo, y Carlos opina que esa vía debería trabajarse: para algo les pagamos un sueldo a los políticos. 

Por otro lado, lo podría hacer el Tribunal Constitucional de oficio (autónomamente). Y también podría instarlo un juez que plantease una cuestión de constitucionalidad (y sí, también existen jueces que usan cannabis) sobre el asunto. La vía que le queda al ciudadano común, no por eso es menos importante, es el recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional -una vez agotados otros estamentos previos- cuyo mayor problema es el coste que supone, que lo hace carente de rentabilidad (económica) para cualquier sancionado, pero no lo hace imposible lo que nos deja ante una vía más.
Agradecemos a Carlos Nieto Herrero, “Recurreitor” (www.Recurreit.org) su atención y explicaciones, y le deseamos que continúe con la mejor de las suertes en todos sus recursos frente a la injusta sanción del drogotest.
PS: El último texto de esta serie sobre el fraude que es el drogotest, podéis leerlo aquí http://drogoteca.blogspot.com/2018/06/serie-drogotest-violando-ciencia-y.html 

martes, 16 de enero de 2018

SERIE DROGOTEST III: ¿Quién es el responsable de esta chapuza?

Este texto fue publicado en la revista publicitaria gratuita Soft Secrets, y escondido el nombre de su autor dejando un tal Kevin como si lo fuera. Luego -tras una queja- añadieron lo de que el texto era mío. Es el miedo de haber contratado a Drogoteca y de tener que rendir cuentas -por ser calzonazos- a una chiflada que se dedica a llamar a las redacciones a exigirle a los directores que expliquen sus relaciones con un menda.

Da un poco de pena ver a gente que creía digna, doblarse tan rápidamente, cuando les dicen que un autor es "machista" mientras tienes las páginas de tu revista llenas de tías en bolas a cambio de un paquete de 3 semillas...

Le señalan su falta, pero la ponen en la cabeza de otro para que pueda hacer un acto de contricción público. Y el editorcete, asustado y culpable de promocionar su revista con chonis cannábicas en pelotas de bajo coste, olvida todo eso de la verdad y del periodismo para obedecer mansamente a sus amos: y se sigue calificando de periodista.

Chistes del mundillo del cannabis que habrá que ir contando: hay mucho que ajustar este año, porque el dolor no puede esperar... xD

Esperamos que os resulte interesante.
Drogoteca.

PS: El texto anterior, la segunda parte, lo podéis leer aquí: http://drogoteca.blogspot.com.es/2018/01/serie-drogotest-ii-la-quimica-del.html

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El responsable 
de la chapuza 
del drogogotest.

En la pasada edición quedábamos pendientes de revelaros una serie de datos interesantes -algunos realmente llamativos y otros realmente preocupantes- relativos a los estudios que, en teoría, sustentan la validez de los dispositivos usados en los test de control de drogas y conocidos popularmente como “drogotest”. Por lo que hemos podido conocer hace unos días, gracias a la información que las propias autoridades han facilitado, el año pasado se realizaron 75.000 drogotest en nuestras carreteras. El progresivo abaratamiento de los costes de producción de estos dispositivos ha hecho que -para el próximo año- las autoridades se planteen hacer 10 veces más pruebas hasta alcanzar los 750.000 drogotest realizados por ciclo, como han manifestado recientemente.




Junto con este brutal aumento numérico de los drogotest se anuncian mejoras en los dispositivos, que por mucho que hemos buscado, no hemos podido encontrar por ningún lado. En algunos lugares, hablan de que el “nuevo drogotest” permite detectar más sustancias y lo jalean por ser un “desarrollo español”, pero la realidad es que el proceso científico subyacente sigue siendo el mismo de siempre y que la única sustancia “nueva” que detecta es el llamado “Polvo de Ángel” o PCP, que curiosamente nunca ha sido una droga que haya mostrado su presencia en nuestro país y que se lanzó al mercado en 1950 y se retiró del mismo en 1965. Dicho de otra forma: pagamos el coste extra del análisis en busca de una sustancia que ni siquiera existe en el mercado actualmente y que, muy posiblemente, nunca llegó a estar en España en toda la historia de las drogas y su mercado negro.

Según vamos destapando más aspectos de todo lo que rodea a los drogotest, vamos viendo que en contra de lo que la opinión pública o las personas ajenas a este mundo pueden creer confiadamente, no existe una correlación científica que dé validez formal a lo que se está haciendo, en nombre de la seguridad vial y la seguridad de todos

¿Acaso alguien quiere que las carreteras se llenen de inconscientes drogadictos que causen miles de muertes de inocentes? No, por supuesto que nadie responderá que quiere algo así, pero es que dicha presentación del asunto es falaz y tendenciosa además de estar apoyada -cuando aportan algún dato suelto para dar apariencia de estudio- por la manipulación torticera de las cifras estadísticamente obtenidos y de los conceptos en la información ofrecida. Nosotros queremos ofrecer algo de luz sobre las elaboración de los “estudios” con los que se han “validado” las pruebas a las que, ahora ya de forma masiva, se nos está sometiendo y se nos piensa someter en el futuro.






¿Qué se ha estudiado en esos “estudios”?

Pues uno podría suponer -haciendo uso de lo que sería lógico y de la buena fe- que lo primero que se ha estudiado es una correlación que permita vincular la existencia de una determinada cantidad de sustancia (sea THC o sea morfina, da igual) en los fluidos de una persona con encontrarse afectada negativamente para el uso de un vehículo a motor. Pero no es así: no existe una correlación científica que permita inferir la afectación de un sujeto a una droga basándonos en un dato sobre concentración en un fluido.

Alguien puede inteligentemente señalar que eso sí es posible hacerlo en el caso del alcohol, ya que en su caso y debido a su farmacología sí existe una correlación que permite inferir afectación severa. 

Por eso en el caso del alcohol, existe un sistema graduado que permite su uso hasta cierto nivel y lo prohíbe y sanciona más allá del mismo. Con el etanol existe una correlación conocida y no discutida sobre la concentración de alcohol en sangre y su nivel en otros fluidos o incluso en el aire espirado, por la que entre hasta 1 gramo por litro de sangre existe una afectación que puede ser leve (también influida por cuestiones de sexo y tolerancias individuales) que es admitida y no sancionada en la conducción de vehículos, pero que pasando de dicha cantidad uno está borracho y por tanto incapacitado para una conducción segura, y si se va más allá de dicho nivel se pierde la capacidad de estar de pie, consciente, o incluso se produce la muerte por intoxicación etílica.

Eso mismo, con el cannabis y su farmacología, resulta imposible ya que la existencia de una determinada cantidad en sangre no implica afectación negativa. Una persona sin tolerancia al cannabis podría verse fuertemente afectada, para una actividad como es la conducción, simplemente con un par de caladas. Otro individuo que tenga tolerancia al uso del cannabis -por ser un consumidor habitual lúdico o terapéutico- puede tener en su sangre y fluidos concentraciones muy altas en comparación al caso anterior, pero verse en perfectas condiciones y sin afectación alguna.

Lo que en realidad se ha estudiado en los papeles que sirven de justificación legal del proceso, no es si el drogotest sirve para cazar conductores afectados realmente, sino la tasa de capturas de positivos con esos test, la facilidad de uso para el policía, el tiempo que tardan en pasar el test a un sujeto y otras cuestiones que no van al fondo del asunto sino a la comodidad de las fuerzas de policía y su éxito recaudatorio.





Dichos estudios, llamados E.S.T.H.E.R. como acrónimo en inglés de “Evaluación de Dispositivos de Análisis de Fluidos Orales por parte de TISPOL para Armonizar los Requerimientos y Especificaciones en Europa”, se enmarcaron dentro de un programa más amplio conocido como “Proyecto DRUIDA” (acrónimo en inglés de "Conducción Bajo Influencia de Drogas, Alcohol y Medicamentos”) que nace en el seno de la Unión Europea para estudiar textualmente “el uso de drogas o medicaciones que afectan a la capacidad de la gente para conducir de forma segura”. 

Como su nombre ya indica, los realiza TISPOL, que es una organización formada por la policía de tráfico de 20 países miembros europeos, pero curiosamente E.S.T.H.E.R. fue sólo llevado a cabo por 6 de ellos, entre los que se encontraba nuestro país.

En concreto se estudiaron los siguientes dispositivos: Mavand RapidSTAT, Envitec SmartClip, Avitar Drugometer, Innovacon OrAlert, Sun Oraline, Varian Oralab 6, Surescreen Oral Drug Test, Branan Oratec III, Ultimed Salivascreen VI, y el Securetec DrugWipe 5+, en una primera fase. 

En una segunda fase que concluía todo el proceso se estudiaron 3 dispositivos, que conllevan la necesidad de un maquina para leer los resultados: Cozart DDS, Biosensor BIOSENS y Dräger Drug Test 5000. Salvo dos dispositivos que venían de UK y Suiza, todos los demás eran de fabricación estadounidense o alemana.


¿Dónde y cuándo se llevaron a cabo?

Pues la primera fase comenzó en el año 2006 y la segunda concluyó a finales del 2008. Los países que participaron en dicha evaluación de campo (llamarlo estudio es engañoso realmente) fueron Alemania, Bélgica, Irlanda, Finlandia, Países Bajos y España. Los estudios fueron realizados con la tecnología disponible hace una década, partiendo de nociones genéricas sobre relación entre sustancias y afectación, y en zonas con muy distinta normativa vial como es el caso de Irlanda que, hasta hace relativamente poco ni siquiera tenía una normativa sobre alcohol y tráfico, o que cuando se realizó esta prueba no era punible ir bajo el efecto de drogas conduciendo un vehículo. 

Tampoco entre dichos países miembros del grupo que realizaba el estudio, la cosa se repartió de igual forma: mientras que Países Bajos, Alemania y Bélgica incluían 3 equipos por país, Finlandia, Irlanda y España incluían sólo uno.

El dato más llamativo en lo referente a los lugares donde se realizaron las pruebas de campo de los distintos dispositivos, es que algunos de los dispositivos fueron “probados” ni más ni menos que a la salida de un Coffee-Shop (lugar de consumo y venta legal de cannabis) en los equipos de este país. El hecho no fue conocido inicialmente a pesar de tener una clara relevancia sobre los datos obtenidos, ya que si la prueba de campo que debe evaluar la conveniencia de los drogotest para toda una población se realiza a la salida de un lugar en el que específicamente se va a consumir una de las sustancias perseguidas -en este caso el THC del cannabis y/o sus metabolitos- es lógico concluir que los datos no representan a la realidad sino que buscaban satisfacer intereses de tipo comercial.

Los datos del programa E.S.T.H.E.R que se hicieron de esa forma chapucera, consiguiendo mayores tasas de resultados positivos en cannabis, si bien no fueron inicialmente difundidos se acabaron conociendo (algo que era de esperar por otra parte) en el contexto de la competición comercial -reñida y acalorada- por parte una de la empresas que competían por hacerse con las adjudicaciones (hablamos de pruebas para toda la población europea, lo cual es un pastel enorme del que todas quieren coger algo) que lo reveló en un documento público. 

La empresa que lo reveló es la que presentaba uno de los dispositivos que resultó ganador -el DrugWipe de Securetec- y ella hizo notar lo alto de su rendimiento en lo que llamó “la vida real” frente a los competidores que habían obtenidos datos “en el coffee-shop holandés”, lo cual parece un comportamiento más que razonable de cara a lo justo de los datos que otros habían falseado de esa forma.




Lo cierto es que esa empresa ganó un parte del pastel: doy fe porque he tenido la “fortuna” de pasar uno de sus test, en el que curiosamente acertó en la presencia de cannabis/THC pero falló estrepitosamente en el de morfina/opiáceos a pesar de la alta dosis que consumo a diario, por prescripción médica como paciente con dolor crónico.

Como persona que consume legalmente desde hace años varias de las sustancias (opiáceos y benzodiacepinas, por ejemplo) que dan positivo en dichos drogotest, nunca he obtenido una explicación satisfactoria de por qué cuando me han sometido a dichas pruebas la única droga que en mi organismo aparecía era el THC del cannabis.

¿Milagros de la química? Milagros de la “química comercial a medida del cliente”, tengo que suponer por el momento: en el mismo informe se señala que se ha mejorado el producto y que se dispone de datos secretos sobre la detección de THC que están disponibles bajo petición privada. Todo muy transparente.





¿Quién fue el responsable 
en España
 de esa evaluación 
de drogotest?

Seguramente el bienintencionado lector querrá pensar que a la cabeza de dicha evaluación se encontraba una persona con la formación adecuada, y en teoría así fue si por formación adecuada se requiere un policía con rango de comisario, pero con nula formación en el campo de las ciencias de la salud, sanitarias o biológicas. Al acudir a los datos que facilita el programa E.S.T.H.E.R. encontramos que el representante de nuestro país en todo este asunto, fue el máximo responsable de la sección de tráfico para los Mossos d'Escuadra, pero que provenía de la Policía Nacional. Su nombre, el cual puede sonar al lector es Sergi Pla I Simon.





Sergi Pla comenzó su carrera en los Mossos d'Escuadra en 1996, al pasar a dicho cuerpo tras haber servido en el CNP desde el año 1980. En los Mossos fue jefe de la División Central de Seguridad Ciudadana y posteriormente de la División de Recursos Operativos. A partir del año 2004 se encarga del despliegue de dicho cuerpo en el área del Besòs en Badalona. En el año 2007, Joan Saura le designa como jefe de la División de Tráfico y en el año 2009 le nombra comisario. Es un amplio currículum en “lo policial” pero sin sostén en otras áreas, como pueden ser las científicas, que hubieran mejorado ostensiblemente los resultados aportados por el equipo que nos representaba.

Sin embargo, lo que hace que el lector haya podido caer en la cuenta de quién es esta persona, es el hecho de que saltó desgraciadamente “a la fama de la opinión pública” por ser el responsable del brutal desalojo que se llevó a cabo por parte de las fuerzas de policía en Plaza Cataluña, el 27 de mayo de 2011, en lo que fue uno de los hechos más notorios del Movimiento 15M y que provocó que una organización como Amnistía Internacional incluyera el suceso, de forma detallada, en su resumen anual y recomendara acciones legales contra lo que allí se pudo ver por parte del comportamiento salvaje de unas desatadas fuerzas de policía -bajo el mando de este agente- que reprimieron una reunión pacífica con violencia innecesaria.




Las terribles imágenes que pudimos presenciar en todos los medios del país, mostraron a una policía sin contención alguna, golpeando manifestantes que ejercían sus derechos de forma pacífica sentados en el suelo y también a personas cuyo único “delito” era ser un transeúnte más en la calle, sin número identificativo visible y que cuando se les exigía daban contestaciones como que “lo llevaban en el culo”. Aquella vergonzosa actuación policial (vale con acudir a Youtube para verlo) fue uno de los detonantes más claros en la expansión viral y reactiva del 15M, y provocó la solidaridad de cientos de miles de personas en el país, que respondieron tomando las calles de sus ciudades. El responsable policial de aquella actuación era Sergi Pla. La actuación policial se justificó inicialmente como algo necesario “por labores de limpieza e higiene”.

Se leyeron titulares en la prensa de todo el país con frases tan contundentes como “los Mossos desalojan 'a palos' Plaza Cataluña” (Diario Público), “el brutal desalojo de los indignados lleva a sus responsables ante el juez” (El País), “Así 'limpiaron' los Mossos” (con toda la ironía en el 'limpiaron', del Diario 20 Minutos) y que otros medios nada sospechosos de afinidad con movimientos de ese estilo, como son el ABC o El Mundo, contaban como aquella “operación de higiene y limpieza” había causado más de 100 heridos (herido es todo aquel que requiere asistencia médica, pero seguramente hubo muchos más que no la pidieron).

La imagen que la mayoría de las personas retienen de este policía, es la que nos proporcionó el programa “Salvados: Poli bueno, poli malo.”, de La Sexta, en el que el periodista Jordi Évole le tuvo enfrente y le cuestionó -con su certero ojo- sobre la falta de transparencia que se podía palpar cuando era imposible saber qué policía había hecho qué en una mala actuación, por la falta de un identificativo que permita señalarle claramente en caso de necesidad judicial. La respuesta del agente fue sencilla, y es que si el juez quería saber algo que se lo preguntase a él (cómo jefe en ese hipotético caso) y que él se lo diría. El argumento lo apoyó diciendo que si los ciudadanos no llevábamos el número de DNI “tatuado en la frente”, la policía no tenía por qué llevar un número identificativo visible.

La mención que hacemos a la respuesta que dio este policía, sobre que ya le daría él la información al juez si se la pedía, no es casual. Meses después, en la huelga general del 14M, una mujer que era profesora de informática y gestora de actividades culturales, sufrió la mutilación de un ojo por el impacto de “pelota de goma” lanzada por integrantes de los cuerpos de policía bajo el mando de este agente. La mujer se llamaba Esther Quintana. La reacción de la policía fue negarlo todo, y decir que no era posible porque allí nunca se había disparado. Posteriormente y gracias a un vídeo que grabó un ciudadano, se demostró que sí se habían efectuado disparos en esa zona. La policía defendió entonces que no era posible reventarle un ojo a una persona con dicho armamento, pero ninguno se presentó voluntario para que pudiéramos hacer la prueba, y a Esther Quintana le habían mutilado un ojo por estar ejerciendo su derecho a la huelga o paseando por la calle sin más.

Esther tuvo que desarrollar una lucha leonina en los tribunales para poder sentar a los responsables, y como quienes lanzan esos proyectiles contra las personas eran policías, el juez tuvo que pedir la información referente al cuerpo correspondiente. Precisamente, fue este policía quien “frenó los informes de los disparos efectuados el 14M” cuando el juez los pidió. ¿El motivo? No los consideró relevantes. El escándalo -haber “frenado” información para un caso judicial siendo quien tenía que entregarla- se solventó haciéndole dimitir, mientras quedaba el eco de su respuesta en el programa de Évole: “que me pregunte el juez a mí y ya contestaré yo”. En el mes diciembre de ese mismo año, Sergi Pla dimitía del cargo de jefe policial que ostentaba.




¿Quién nos dice que los informes que España envió en la evaluación de los drogotest no habían sido “peinados” con su particular criterio de lo que es o no relevante? ¿Resulta este perfil el adecuado para un jefe de equipo evaluador de una cuestión tan técnica como los drogotest? Parece razonable pensar que hubiera sido preferible, a todas luces, un profesional con otra clase de perfil (médico, sanitario, social) o que, al menos, sus informes hubieran sido enviados tras una revisión (que incluyera nombre y firma) de algún especialista menos violento. Las perlas que dejó, haciendo uso del titular del ElPeriodico.Com, incluían cosas como que “Ghandi habría pillado” porque considera no pacífico estar sentado si la policía le da la orden de que se vaya, o que la violencia ejercida por la policía era legal y que la policía siempre ganaba.

El error fue pedirle peras al olmo, y la seguridad vial de todos es la que se comerá los frutos equivocados: 750.000 drogotest para este nuevo año.



SIGUIENTE TEXTO DE LA SERIE:
http://drogoteca.blogspot.com.es/2018/02/recurreitor-la-mejor-respuesta-contra.html