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domingo, 19 de agosto de 2007

Ignorancia que mata, prejuicios que dañan.

Aunque esta entrada iba a ser simplemente la traducción de un texto del doctor John Marks, que es de especial importancia ya que se trata de un profesional experimentado y cuyo objetivo es únicamente la salud de sus pacientes, voy a incluir dos breves referencias a asuntos que he observado estos días y me han dado para pensar.

La primera pertenece al mundo de la ficción-real. Se trata de la serie "Boston Legal", que es protagonizada por un grupo de abogados, y que no tiene reparos en criticar abiertamente y punto a punto como se ha mentido sobre la guerra de Iraq al pueblo, como los políticos usan cualquier tipo de estrategias que les benefician y atentan contra el poder del pueblo, o como mediante las subvenciones de tipo humanitario se hace una política de control encubierto sobre todos los países posibles.
Es en resumen una serie que muestra sin cortarse cualquier aspecto de la mal llamada democracia usana, y que presenta constantes dilemas éticos al espectador.
Sin embargo, en uno de los capítulos un abogado de bastante edad le pide ayuda a otro para que consiga información sobre su hija, y sobre si sigue tomando drogas. A pesar de la intromisión y la mentira que se usa para recabar esa información, la cosa sigue adelante, y a pesar de ser madre de una niña bien atendida y sin problemas, de tener un trabajo y de ayudar a otros en su tiempo libre, el padre de esta mujer finalmente logra una prueba de que su relación con las drogas no se ha extinguido por completo.

Inmediatamente le da la orden de que se someta a terapia y haciendo uso de dos matones, la secuestra a la fuerza y la interna en una clínica de desintoxicación, amenazándola con que no presente lucha contra esa decisión o le quitarán a su hija pequeña.
La gran acusación, verbalizada por el padre contra su hija es:
"Tú no quieres dejar la droga... tú lo que quieres es controlarla!!!".

Por supuesto que nadie en toda la serie, a pesar de ser conocido el caso, critican lo que se ha hecho. Al contrario, lo entienden y lo aprueban: contra la droga todo vale. Incluso en una serie que se permite reírse públicamente de como los USA utilizan la guerra contra el terrorismo como medio para someter y controlar a su propio pueblo.
Sin embargo, en la guerra contra la droga, todo vale... excepto querer gestionar uno mismo su relación con los psicoactivos.

Culturalmente están situando el tabú de la droga al nivel del tabú del incesto -y digo incesto, no violación- porque realmente no puedo ver ningún otro acto que genere esos niveles de rechazo, especialmente cuando no son actos que dañen a terceros.
Algo que no puede ser siquiera cuestionado, no evita que esos comportamientos ocurran y tan sólo agravan los problemas de quienes opten por ellos, cuando per se no son más que una de miles de opciones que los adultos capaces de decidir pueden tomar.

El segundo asunto que me ha dejado perplejo es ver como algunos médicos del sistema nacional de salud en nuestro país gestionan la deshabituación voluntaria de alguien que ocasionalmente ha consumido benzodiacepinas.
Para quien tenga un mínimo de idea, verá que el caso es para denunciarlo cuando menos.

La situación es la siguiente. Una mujer que durante unos meses por cuestión de ansiedad relacionada con unas oposiciones, había tomado por orden médica, benzodiacepinas. Con el temor a crearse una dependencia, había llegado a tomar solamente 1/4 de una pastilla del ansiolítico, antes de dormir.
Ese había sido su consumo en los dos últimos meses.
Sin embargo, decidió pedir hora para un psiquiatra que le dijera como retirar la medicación.
Cuando estuvo allí, le planteó a la médico que la atendió que quería dejarlo, y que estaba consumiendo 1/4 de una pastilla de Dorken (el mismo compuesto que el tranxilium), y que no recordaba de cuantos miligramos era esa pastilla.
Dorken existe en 3 dosificaciones: 5, 10 y 25 mgs.
Es decir, podía estar tomando 1'25 mgs, 2'50 mgs, o 6'25 mgs. La médico no podía saber cual de los 3 casos sería, y si fuera cualquier de los dos primeros, la dosis estaba por debajo de la cantidad activa mínima, y le habría bastado con dejar de tomarlo.
Realmente estaba tomando 1/4 de una pastilla de 25 mgs: 6'25 mgs que es poco más de la dosis activa mínima de ese fármaco. Pero en lugar de averiguarlo, la médico psiquiatra decidió "hacer las cosas bien".

Y decidió que esa persona que sólo tomaba 6 miligramos a la noche, tenía que cambiar de marca (no de compuesto) y comprar tranxilium. Y en lugar de tomar 6 miligramos al día, como quería dejarlo, le impuso una dosis de.... 20 miligramos: 5 en la mañana, 5 en la tarde, y 10 en la noche.
Le dijo que había que hacerlo correctamente para dejarlo, así que si sólo tomaba 6 miligramos mejor la "enganchaba" con 20 diarios, para luego ir progresivamente retirándolos.

Si esta persona hubiera hecho caso de lo que la médico le dijo, posiblemente dentro de 6 u 8 meses, estaría de nuevo tomando sólo una dosis en la noche: la situación inicial.
O en el peor de los casos, hubiera creado un adicción mucho más reforzada al fármaco, asociándolo con otros momentos a lo largo del día.

Hacer las cosas bien.
A una supuesta especialista en psicofármacos le presentan un caso en el que el mayor problema, dada la bajísima cantidad de sustancia que se tomaba, era el tenerlo asociado al momento de ir a dormir, y que hubiera podido tener como consecuencia un insomnio de rebote.
Alguien que no está físicamente enganchado a algo, le pide ayuda (por miedo a reacciones adversas) al profesional para dejarlo, y este aplica un protocolo propio de alguien que ha estado años tomando de forma indiscriminada benzodiacepinas, o útil también para un alcohólico de largo recorrido. A eso se le llama hacer las cosas bien.

En lugar de en primer lugar averiguar con certeza que cantidad está tomando el paciente, y en función a la dosis y la sustancia, reducir progresivamente, o incluso elegir otra benzodiacepina de vida media mucho más corta y de acción más rápida, para usarla unos días en el momento del sueño, y sustituirlo posteriormente por otros condicionamientos que le puedan ayudar a iniciar el sueño (ya que el tranxilium no lo hace, dado el tiempo de inicio de acción que tiene), hacer las cosas bien para esta "médico" quiere decir que si tomabas 6 mgs, pases a tomar 20 mgs.
¿Tal vez no escuchó a la paciente decir que quería dejarlo? ¿Problemas para comprender lo que es una deshabituación? ¿Aplicamos protocolos aunque vayan radicalmente en contra de la voluntad del paciente, e incluso del fin perseguido?

Las dos cosas que aquí he contado son aberraciones propias de un sistema de prejuicios y de un sistema de salud, que en ambos casos han perdido de vista lo principal: al ser humano.

Aquí incluyo el testimonio y las opiniones del doctor John Marks, protagonista de la entrada anterior y del mejor servicio de atención que ha habido en Europa.
No sólo tienen relevancia por ser acertadas, humanas y el resultado de un buen análisis de la situación.
También tienen una especial relevancia por la NO-implicación de este doctor con el mundo de la droga. Él sólo era un psiquiatra que llevaba años tratando adictos.
No era ningún antiprohibicionista, no era alguien que hubiera descubierto las bondades de la MDMA y quisiera darlo a conocer, no era alguien implicado en el estudio de las posibilidades de estos fármacos.
Con frecuencia se desestiman las opiniones de algunos profesionales por su cercanía ideológica con ciertos modos de consumo de drogas, por su tolerancia y activismo en estos frentes, o su experiencia propia.
En este caso no se da nada de eso: John Marks no es más que alguien que tras años trabajando con otros modelos, acertó en el cambio. Y estas son sus conclusiones:

"LAS LEYES SOBRE DROGAS: UN CASO DE PSICOSIS COLECTIVA
Por John Marks, Psiquiatra.

Soy un psiquiatra clínico que trabajo en Widnes, al norte de Inglaterra y prescribo drogas duras como heroína y cocaína. Irónicamente no puedo prescribir hashis, ni opio ni coca.
Esto es equiparable a poder recetar coñac pero no vino.

Sin embargo, esta política de trabajo ha eliminado las muertes por drogas, las infecciones de SIDA por el mismo motivo, y un estudio policial de nuestro programa de trabajo muestra un descenso de 15 veces menos delitos relacionados con la adquisición de drogas.
Y lo más interesante es que la incidencia de las personas que se convierten en adictas, se ha reducido hasta ser 12 veces menor.

MAXIMIZACIÓN DEL DAÑO E INHUMANIDAD

Daniel Roche es un ciudadano de Widnes. En su adolescencia había tomado drogas, y había desarrollado una preferencia por el cannabis.
Para evitar el mercado negro, él cultivaba su propio cannabis en lugares cercanos y abandonados.
De esta forma, pacíficamente, él se suministraba a sí mismo, y así fue durante 18 años.
Él trabajaba para una gran compañía eléctrica como cableador. Pagaba sus impuestos, tenía su propia casa, y estaba casado y con hijos, a los que les iba bien en la escuela.

En 1988 la policia requisó su cannabis, y el fue despedido de su trabajo.
No pudo seguir pagando la hipoteca de su casa, así que el banco se la quitó.
Se había encontrado cannabis que él cultivaba en su jardín, así que fue enviado a la cárcel.
Su núcleo familiar se desintegró.
Él sigue aún en una cárcel de Liverpool hoy día.

Es a esto a lo yo que llamo POLÍTICA DE MAXIMIZACIÓN DEL DAÑO.

John Montgomery, de Oklahoma, es parapléjico. Vive con su madre, la cual compra hashis para él, ya que es la única cosas que le alivia de los espasmos musculares.
Este año fue sentenciado a cadena perpetua cuando se encontraron unos 56 gramos de hashis bajo su almohada.

A esto lo llamo POLÍTICA DE INHUMANIDAD.

Si todo el gasto que hace el gobierno en advertencias contra el tabaco se dividiera en el total de muertes por tabaco, y de forma similar se hiciera con el alcohol, la heroína y el cannabis, obtendríamos que se gastan 30 libras por cada muerte producida por tabaco, 300 libras por cada muerte proveniente del alcohol, y 1'5 millones de libras por cada muerte provocada por la heroína, lo cual ilustra la desproporción que existe en cuanto al tratamiento publicitario contra la heroína.
Pero esas cuentas, si son aplicadas al cannabis, el resultado sería infinito, ya que no existen muertes por cannabis, y habría que dividir por cero.

PELIGROSAS PORQUE ESTÁN PROHIBIDAS

La prohibición tiene sus orígenes en una creencia fundamentalista de tipo religioso, por el cual se cree que las drogas ofrecen consuelo de forma autónoma, y por lo tanto peligrosa.
La peculiar creencia en la prohibición, en que prohibir el uso de drogas evita el daño que se puede derivar de su uso, no solo evita que los ciudadanos puedan aprender a usarlas evitando sus daños, sino que además fomenta la falsa sensación de la que las cosas que no están prohibidas no son dañinas.

Un cuchillo es probablemente más peligroso que una droga, e ilustra bien el ejemplo de que es el uso que del cuchillo o de la droga hacemos lo que determinan cuando pueden ser peligrosas.
De hecho el acto de oponerse a las drogas es una cuestión ideológica, generalmente religiosa.
Las drogas no están prohibidas por ser peligrosas sino que son peligrosas por estar prohibidas.

Sin lugar a dudas la forma en que algunas drogas son consumidas puede resultar peligrosa, pero argumentar que una sustancia química e inerte, más que lo por lo que se haga con ella, es peligrosa, no es solamente una estupidez; es como la decimotercera campanada de un reloj, que expande la duda sobre todo lo que hay realmente detrás, y disminuye los efectos del notable trabajo de reducción de riesgos que llevan a cabo otros propagandistas que luchan por la salud de esa forma.

Está bien que haya organizaciones como la OMS que busca llamar nuestra atención sobre los peligros del consumo de drogas. Lo que no está tan bien, es que los miembros de dichas organizaciones se comporten como si los consumidores de drogas fueran enemigos de la humanidad, o como si las normas y reglas de lo evidente no fueran y no afectasen a aquellos que hacen campañas contra el consumo de drogas.

Algunas maneras de consumir drogas pueden ser peligrosas para la vida, el individuo o la sociedad, pero el consumidor irresponsable de drogas no representa al conjunto de consumidores más que el alcohólico arruinado y tirado en una cuneta representa al conjunto de los consumidores de alcohol.
Se está en general de acuerdo con que hay un nexo entre algunas tipos de consumo de drogas y algunas complicaciones de tipo médico. Obviamente no niego ese hecho, y no recomiendo el consumo de drogas, y si alguien me preguntase mi opinión sobre este asunto -por ejemplo un hijo mio- procuraría ser elocuente y convincente sobre los peligros de tomar drogas, como por ejemplo el convertirse en un adicto a ellas.
Pero hay 3 cosas que se me atraviesan en la garganta cuando observo la propaganda anti-drogas.

FANATISMO INTOLERANTE

La menos importante es el retorcido argumento que usan de entrada los prohibicionistas.
Por ejemplo es frecuente que digan: "si no hubiera tomado drogas, no habría muerto tan joven", a lo que suelo contestar que si no hubiera nacido no habría muerto de nada y que si tuviéramos huevos podríamos tomar huevos con bacon si también tuviéramos bacon, o que incluso que si mi abuela hubiera tenido ruedas podría haber sido una bicicleta.

El segundo peor rasgo del prohibicionista anti-drogas es su fanatismo intolerante. El lenguaje que usa con respecto a los consumidores de drogas es un lenguaje de odio; llamarles totalitarios no sería una exageración e incluso se quedaría corto.
No les vale con pedir -y sería una reclamación bastante razonable- que como una medida aceptable, el consumo de drogas debería estar restringido a la privacidad del hogar o a ciertas premisas en las que fuera autorizado.

No. Ellos insisten en que todo consumo de drogas debe ser sancionado y situado fuera de la ley, que el mundo y cada hogar privado de cada ciudadano ha de ser únicamente para aquellos que no son consumidores de drogas, y que más y más duros castigos deberían imponerse a aquellos que consuman drogas, incluyendo la cadena perpetua para alguien que fumaba cannabis para aliviar sus espasmos, e incluso debería sancionarse a aquellos que no delatasen a otros ciudadanos que consumen, incluidos los miembros de la propia familia.
¿Hemos olvidado como era la Rusia Soviética tan pronto?

BUENOS POR OBLIGACIÓN

Pero el tercer y peor fallo del propagandista anti-drogas es su incapacidad para ver, o si lo ven, para admitir, que lo que ellos están pidiendo es un ataque -un grave ataque- a la libertad individual de guiar la propia vida en la dirección que cada uno quiera, incluidas aquellas que puedan ser peligrosas.
La elección de tomar drogas es parte de un gran derecho -realmente el más grande de todos- y es el derecho a gobernar nuestras vidas y a no tener a otros tomando decisiones por nosotros.

De todas las tiranías, una tiranía sinceramente aplicada por el bien de sus víctimas puede ser la mas opresiva. Ser "curado" contra la propia voluntad, de ciertas opciones que nosotros tal vez no consideramos como enfermedades, es como ser puesto al mismo nivel que aquellos que no han alcanzado la edad del razonamiento y que además nunca lo harán, ser agrupado con los niños, los imbéciles y las mascotas domésticas.

Todas las sociedades que han intentado hacer a sus ciudadanos "buenos" por obligación han acabado en el dolor, y ese dolor ha sido casi invariablemente el de sus ciudadanos, no el de sus líderes."

miércoles, 8 de agosto de 2007

Aportando soluciones. El Dr. John Marks y el modelo inglés.

El Reino Unido, a pesar de ser una parte básica de la Europa de nuestro días, y el más cercano aliado que tienen los USA en este lado del charco, es un pueblo que presume de las características que su insularidad les ha dado.

Y ciertamente en algunos aspectos esto es así, y mantienen en ciertas costumbres del derecho amplias diferencias con el resto de los países más cercanos. Por ejemplo, sus habitantes no están obligados a portar ningún documento que acredite su identidad -y están orgullosos de ello, reaccionando con fuerza cuando ese derecho se pone en duda- y sus jueces no son simples interpretes de la ley que los legisladores hacen y que en ocasiones, aplicada en su forma mas extrema lleva a grandes injusticias -Summum Ius summa iniuria- , sino que tienen un margen de actuación muy superior al de los jueces de cualquier otro lugar europeo.

Esto también se aplica a su sistema de salud pública, en el que las prohibiciones absolutas que pesan sobre algunos fármacos en prácticamente todas las partes del mundo, ellos las han colocado donde han querido, y han podido seguir trabajando con ellos.
Uno de los mejores ejemplos sería el uso de la heroína que hacen los ingleses.
Se receta de la misma forma que se receta la morfina, atendiendo a razones médicas exclusivamente, como por ejemplo que siendo igual o más analgésica que la morfina, es menos depresora del sistema respiratorio y menos molesta en efectos secundarios estomacales.
Pensar que en un país civilizado le dan heroína a los neonatos, ya que facilita el control de su respiración cuando tiene que ser asistida, puede ser algo inconcebible para nosotros que hemos encumbrado a esa sustancia como el cenit del peligro, la adicción y la degradación física y moral, tanto que algunas personas (de los mal llamados intelectuales) se atreven a decir públicamente que la heroína es una sustancia mala "per se".
Tiene una maldad intrínseca que debe residir en la disposición de sus átomos. Claro que a los pacientes de todo tipo que en UK les recetan heroína, la sustancia tiene otro nombre: dia-morfina, de su forma química "diacetil-morfina", y la reciben pura.
El mal en forma de molécula.
Algo tan jodidamente difícil de comprender como cuando en la Edad Media, los compositores debían evitar a toda costa usar el tritono, que es un acorde con la 4ª aumentada o 5ª disminuida, ya que eso era "el diablo en la música" y la iglesia sostenía que Lucifer se colaba en la música a través de esa puerta. Por suerte, los aires de la fusión de estilos y la experimentación armónica llegaron una vez difunta la Santa Inquisición.
Imagínese lo horrible de ser juzgado, torturado, y terminar confesando que el diablo le había comprado con inmensos parabienes con el objetivo de que compusiera una pieza en la que poder colarse... para acabar en la hoguera, purificándose a 700 grados.

Volviendo a lo que planteaba, hoy voy a tratar de echar un vistazo a una de las soluciones, que tal vez sea la más urgente si lo que se pretenden es salvaguardar la salud del consumidor/ciudadano y que es la cara más llamativa y marginal del mundo de la droga, tal vez porque sus efectos (los de la prohibición y el monopolio de ciertas sustancias en manos de las mafias) tocan, a veces de lleno, a personas que no han elegido tener ninguna relación con este mundo.

Es el caso de los adictos, independientemente de la razón que les haya conducido a esa situación. El caso de las personas que necesitan desesperadamente una determinada dosis de una sustancia cuyo precio en el mercado es artificialmente sobrevalorado, y eso les hace delinquir para poder conseguir el dinero necesario para sobrellevar su adicción, junto con problemas legales, sociales y sanitarios de primer orden.

Actualmente en nuestro país y en la mayoría de los occidentales, para estas personas existen programas que en el mejor de los casos les dan un sustituto para mantenerse. Y en otros, lo único que les dan es un "tratamiento" orientado a que dejen de consumir.
En el caso del sustituto, que suele ser la metadona para los adictos a la heroína, no se hace por razones médicas, ni de seguridad, ni de preferencia o éxito en el paciente.
Se elige ese fármaco a pesar de ser más peligroso y dañino que la heroína, básicamente porque no es heroína. ¿Cómo vamos a salvar a un bebedor dándole su bebida? Esa sería la lógica que podrían esgrimir en este caso.
El gran público queda convencido. Desde la administración Nixon y de la mano de Avram Goldstein, la metadona fue promocionada como droga "contra-revolucionaria" y cura para la heroína, casi como cuando se quiso curar el morfinismo con heroína un siglo antes, hasta que vieron que sólo conseguían cambiar una sustancia por otra.
La gente cree que se les está tratando con un medicamento especifico que curará su mal.

Pero la realidad es que la metadona es una sustancia con efectos muy similares a los de la heroína, de mucha mayor duración, mayor potencia y que resulta tóxica a largo plazo. Están cambiando una heroína por otra, mas dañina, y que no consigue que los consumidores acepten el cambio totalmente, sino que lo incorporan a su repertorio como un mal menor.
Y la ausencia de la euforia que la heroína les proporcionaba, la suplen con más heroína o con cocaína. Resultado: apenas funciona en un pequeñísimo porcentaje de personas y de forma cíclica salen y entran de estos tratamientos.

En España se ha llevado a cabo, a nivel de estudio, el probar con un pequeño grupo de heroinómanos que habían fracasado en todo tipo de terapias, a darles heroína para su consumo. Si bien se ha vendido como algo nuevo, y en España lo es, es sólo un pequeño intento de abrir otras vías ya conocidas, ante el perpetuo fracaso de los actuales tratamientos.

En el Reino Unido, hasta 1967, los médicos recetaban heroína sin problema a los pacientes heroinómanos. Un cambio en la política del gobierno, liberal y de izquierdas, de la mano de los USA, les llevó a dejar en desuso este tipo de práctica.
Aún así, y en contra de lo que pasa en los USA donde un médico puede perder su licencia si lo que receta a un paciente no es del gusto de las autoridades federales y en ocasiones son tratados y amenazados como narcotraficantes por la DEA, en UK el estado no tiene derecho a inmiscuirse en la relación entre un médico y sus pacientes y lo que este les recete.

Widnes es un suburbio marginal de Liverpool, en el que los indices de consumo de drogas y de delincuencia relacionada con la misma eran bastante altos.
Un médico, el Dr. John Marks, que era un psiquiatra de la Chapel Street Clinic, en vista de los fracasos continuos de los planes de mantenimiento con metadona o de los planes de abstinencia de drogas, apostó por retirar del mercado negro a todo aquel que quisiera.
¿Cómo? En esa clínica, gratuita, decidió darle lo que la farmacopea inglesa le permitía a sus pacientes, y le dio heroína al heroinómano, cocaína al cocainómano, y anfetaminas al adicto a las mismas. Todo ello puro y sacado de la farmacia, gratis para el consumidor, y no engañándole con sucedáneos que no satisfacían sus ansías de consumo.

Mientras que en el resto del mundo, los programas de mantenimiento con metadona son percibidos como un tratamiento a pesar de ser simplemente una perpetuación del problema con una sustancia más dañina para el individuo, aquí se hacía lo mismo, se les mantenía en el consumo pero con la sustancia deseada, menos dañina que el sucedáneo y además dejaba a los vendedores y traficantes fuera de juego.
¿Por qué iba alguien a arriesgar su vida, salud o estatus legal para conseguir algo que le daban gratis y con total pureza?

Este trabajo del Dr. John Marks comenzó en 1985 y en 5 años, sus resultados ya eran espectaculares. En esos 5 años, el número de robos en la zona se redujo en un 96%, los nuevos casos de adicción se redujeron en un 92% y la incidencia del SIDA como consecuencia pareja al consumo de drogas con jeringuillas compartidas, simplemente desapareció: un 100%.
No sólo eso, sino que la terrible sustancia, la heroína, dejo de matar. No hubo ningún muerto por sobredosis, ni por adulteración.

Alguien debería haber pensado: "¡Bien! Al fin hemos dado con la fórmula para proteger la salud de nuestros ciudadanos". Y a partir de ahí, extender ese modelo a todos los lugares donde fuera necesario.

Pero no fue así.

Un sensacionalista programa de una televisión inglesa hizo un reportaje sobre la clínica y lo presentó como una forma de pasarse por el arco del triunfo la política de tolerancia cero frente a las drogas que la ministra Thatcher había impuesto.
Como no tenían potestad para intervenir en la clínica y sus métodos, atacaron a su sustento, de manera que cortaron sus fondos. Alegaron que el mantenimiento de un año con heroína para la clínica y todos sus pacientes, costaba 10.000 libras anuales (unos 12.000 euros, más o menos lo que un coche barato) y que con metadona costaba sólo 600 euros.

Nadie dijo entonces que esto era así, porque sólo había una empresa legalmente autorizada a fabricar heroína en el Reino Unido, y que con ese monopolio fijaba los precios que le venían en gana, cuando realmente el coste de producción de la heroína viene a ser el mismo que el de la codeína de los jarabes o las pastillas para la tos: un precio ridículamente bajo.

La clínica se vio forzada a ir cerrando su programa a partir de 1990, aunque lo alargó como pudo hasta 1995, cuando finalmente terminó.
Hubo otro documental, con un enfoque mucho menos sensacionalista y que se dedicaba a estudiar los datos y las conclusiones de ese método, y causó tanto malestar en las autoridades de los USA que llegaron a ejercer presión por la vía diplomática para que los hallazgos del doctor Marks no salieran a la luz.

Como dice un observador inglés con cierta vergüenza, el Reino Unido hizo una vez más lo que los USA y la DEA le ordenaron que hiciera, dándole la puntilla al programa del doctor Marks, y a unos 450 pacientes que habían normalizado su vida, se habían reincorporado al mercado laboral, volvían a disfrutar de sus familias, y su necesidad por un fármaco en concreto ya no suponía más una condena de destierro de lo socialmente admitido, haciendo de ellos ciudadanos de primera clase en lugar de enfermos sujetos a los peligros de un mercado en manos de la mafias.

Paradójicamente, se llevaba pidiendo durante bastante tiempo un estudio que evaluase los resultados de los diferentes centros de tratamiento de adicciones, y en especial los de metadona. Ese estudio fue aprobado, con la irónica fecha de inicio del 1 de abril de 1990, que era el día en que inicialmente la clínica del doctor Marks dejaría de funcionar.
De esa forma, los resultados, espectaculares y abrumadores de este lugar, no dejarían en ridículo los pobres resultados del mantenimiento con metadona, las recaídas y la perpetuación del rol de enfermo que son los menos dañinos efectos de estos programas.

He planteado esto como una, sólo una, de las muchas soluciones que habría con los años (cuanto antes mejor, si se trata de la vida de personas) que ir adoptando en todos los lugares que sufran de este mal. Si tratar a casi 500 adictos a la heroína, pagada a una empresa que ejerce un monopolio y fija los precios a su gusto, cuesta menos que el coche que tendría un trabajador de esa clínica, no existen razones económicas para no hacerlo, y sí cientos de razones humanas y médicas para hacerlo. Cualquier enfermo de diálisis le cuesta al estado más dinero que toda la heroína para un año de esas 500 personas.

Evidentemente, este planteamiento está pensado nada más para los que ya son adictos, pero fueron claras las repercusiones en cuanto a la aparición de nuevos adictos: un 92% menos.
Siempre habrá alguien que pueda conseguir un poco de cocaína, heroína o anfetamina, pero si en algún momento el consumo de alguna persona pasase a ser de esporádico a crónico, esta persona pasaría a las manos de un programa semejante, dejando de ser una fuente de ingresos para las mafias y alejándose de todo entorno criminalizante.

Casi se podría pensar que ante esta situación, se daría la paradoja de que fueran las propias mafias las que tendrían que hacer campañas en favor de un consumo esporádico, moderado y ocasional, de forma que esos clientes que por falta de uso no accediesen a estos planes, pudieran seguir siendo una fuente de ingresos... ¿o alguien pagaría por algo que puede tener gratis y mejor?

Por supuesto, en los años que duró el tratamiento del doctor Marks, los camellos de esas drogas, buscaron otros lugares donde poder hacer negocio, y en el momento en que terminó, volvieron a satisfacer la demanda de esas 500 personas que durante 5 años habían atisbado lo que era una vida normal gracias a un programa médico hecho con la cabeza.

¿Hasta donde nos dicen la verdad cuando hablan de preservar la salud pública?

El próximo día traduciré un texto del propio Dr. John Marks que plantea los graves obstáculos que se anteponen a esta idea, y a la libertad del individuo.

martes, 24 de julio de 2007

Desquiciadas por la droga. Carry Nation y su espíritu.

Dentro del "ejercito salvador" de esta perdida guerra contra las drogas hay un tipo de soldadesca voluntaria con la que resulta frecuente encontrarse en foros, páginas de internet, programas de media tarde de televisión y otros lugares del día a día donde se plantea este debate.
Cuesta un poco ponerle nombre, más allá del de personas desquiciadas por "la droga", si bien es probable que nunca hayan tenido contacto directo con ninguna de esas terribles sustancias que consideran portadoras de graves males y aberrantes adicciones.
Como el nombre no sirve para dejar claro, al menos al gran público, de qué clase de personas estamos hablando, resultará mejor hacer un breve retrato de ellas y de su espíritu antecesor. El espíritu de Carry Nation.

Son estas personas desquiciadas, en su mayoría mujeres, por desgracia. Sé que esta es una observación arriesgada en tiempos de corrección política, ya que atañe al mal llamado sexo débil, y me sitúa en posición de ser acusado de machista. Como digo, son mayoría pero no únicas, y es posible que sea debido al rol que han desempeñado dentro de sus respectivas instituciones familiares, como madres o esposas, o a esa diferencia por la que el varón parece funcionar más basado en actos racionales (aún con una lógica confundida o perversa) y la mujer se basa más en resortes afectivos. En cualquier caso, no me corresponde analizar las causas de que esto sea así, y de entrada advierto que sólo me respalda la observación y la estadística.

Cuando uno tropieza con esta clase de seres en un debate, suelen ser personas que huyen de toda argumentación de tipo científico y carecen de formación alguna sobre los temas que implica un fenómeno multidisciplinar como es el de las sustancias psicoactivas.
Desconocen por completo el tema sobre el que pretenden emitir sentencias, pero en la mayoría de las ocasiones se justifican mediante la experiencia de algún conocido o familiar.
Son las generadoras de tópicos absurdos -y alimentadoras de los mismos- del estilo de "en mi barrio un tío se quedó loco por chutarse jachís" o "yo tengo una amiga que su hijo se murió por esnifar LSD".
Sus comentarios suelen ir acompañados de la expresión "yo sé de lo que estoy hablando", e incluso advertir más o menos veladamente de que "con la droga nadie controla y lo acabarán pagando".
En el peor de los casos, suelen ser madres de personas que han muerto por SIDA u otras infecciones por el indebido uso de agujas compartidas, o de la mal llamada "sobredosis" cuando deberían decir adulteración. O mujeres de hombres alcohólicos que presuponen que si el mal uso del alcohol ha dañado a sus familiares, "la droga" (siempre como ente inespecífico) debe ser mil veces peor y incuestionablemente más dañina e ingobernable.

Incapaces de separar entre la flaqueza humana y la debilidad, y los efectos de ninguna sustancia, renuevan la ignorancia con esa nueva modalidad de chivo expiatorio, y toman de forma enfermiza la bandera de la lucha contra "la droga", como si de esa forma fueran a dar un sentido a la muerte de alguien, o en otros casos peores, un camino para aliviar sus propios desequilibrios mentales sublimándolos a través de ese nuevo mecanismo de "pensamiento mágico".

Puede parecer cruel hablar así de quien ha sufrido la desgracia de vivir con alguien que no supo gestionar adecuadamente su relación con los psicoactivos y acabó muriendo. Ese hecho puede otorgarles derecho para hablar del sufrimiento humano, pero no de las sustancias.
¿Qué tendría que aportar la esposa de alguien muerto en una competición automovilística en cuanto al diseño de los coches de carreras?
¿Se aceptaría en un debate sobre meteorología a la madre de un joven muerto por la sacudida de un rayo en una tormenta?

Pues contra toda evidencia de que la relación con esas personas muertas por una u otra causa, no confiere a sus allegados conocimientos o legitimación alguna para hablar sobre sustancias, lo hacen con la baza de lo emocional y con la protección que les supone ser ya objeto de una desgracia familiar. Y eso en el peor de los casos, ya que mientras que de fármacos retrovirales nadie que estuviera fuera de ese campo de estudio se le ocurriría emitir una opinión, en el caso de los psicoactivos, casi todo el mundo cree estar capacitado para ello, y muy pocos los que tienen el sentido común de decir la sana verdad: "No sé de ese tema".

Y en el más trágico de los casos, de lo único que tendrían legitimidad para hablar largamente, es de como muchas de esas personas son las causantes en buena parte de que otras busquen evasión en el alcohol o en la heroína, rescatando la idea que Escohotado comentó en una ocasión y que salía de un estudio realizado por un organismo oficial sobre que empujaba a los jóvenes a consumir ciertas sustancias, siendo madres castrantes y me atrevería a ampliarlo a esposas con similares trastornos, que hacen la convivencia a su lado algo insoportable sin ayuda de evasión externa, sea esta cual sea.

Estas desquiciadas por "la droga", son las renovadas herederas de todo un personaje de fin del siglo XIX y principios del XX: Carry Nation.

Carry Amelia Moore nació en 1846 en un pueblecito de Kentucky (USA). Fue una niña enfermiza que tuvo que cuidar durante mucho tiempo de su madre, una mujer que sufría alucinaciones y creía ser la Reina Victoria, aunque no era la única de sus familiares que sufría desordenes mentales.

Cuando tenía casi 23 años, se casó con un médico, el doctor Charles Gloyd, que era un fuerte bebedor y que tras dejarla embarazada, murió un par de años después por complicaciones derivadas de su alcoholismo.
Se volvió a casar, esta vez con un abogado 20 años mayor que ella, pastor y editor de un periódico, de nombre David A. Nation.

Se mudaron a un pueblo de Kansas, en el que su marido encontró trabajo como pastor de una iglesia y ella en un hotel. Fue allí donde comenzó sus relaciones con los grupos por la templanza que proliferaban en aquella época. Carry abrió una sucursal de la Unión por la Templanza de Mujeres Cristianas, pero en poco tiempo, su métodos inicialmente pacíficos, cambiaron e hicieron que la WCTU, el grupo en el que militaba se le quedase pequeño.

Eso de llamar a los propietarios de las licorerías "destructores de almas de los hombres" y lo de ir a cantar himnos religiosos dentro de los bares hasta que los clientes se marchaban hartos de aguantarla, no le pareció suficiente. Así que pidió ayuda a Dios: ¿qué hacer?

La respuesta, según ella no tardó en llegar. Le vino en 1900 en forma de alucinación en la que una voz le susurraba que fuera a Kiowa y le decía con fuerza que contaba con ella, junto con un fondo musical.
La interpretación que ella le dio al mensaje, según su propia biografía fue que debía tomar algo en sus manos y hacer pedazos estos lugares de perdición en Kiowa.

Y así lo hizo obedeciendo al señor. Se hizo con un buen saco de piedras, entró en el Dobson's Salon y dijo: "Hombres, he venido a salvaros de un destino de alcoholismo". Y sin perder el tiempo empezó a destrozar aquel lugar a pedradas.
El dueño del bar se quedo boquiabierto y no supo reaccionar, aunque no era tampoco fácil lidiar con semejante mula. Carry Nation media 180 cms y pesaba 80 kilos, y se describía a sí misma como "el bulldog de Jesús, que corretea entre sus pies y ladra a aquello que al Señor no le gusta".

Esto le costó la cárcel, pero la ley de aquel entonces no era muy severa en ese aspecto, y salió de ella todavía más animada. Cada vez que entraba en la cárcel de nuevo, su popularidad se acrecentaba y su megalomanía y trastorno mental crecían a la par.

Tras destrozar otros dos bares más, perfeccionando su técnica e incorporando a su armamento un hacha con martillo en el contrapeso del filo, un tornado azotó Kiowa, lo cual ella interpretó como la aprobación divina de sus actos.

De este nuevo utensilio hizo su seña de identidad, y fue su posterior forma de financiación la venta de pequeñas hachas grabadas con el nuevo nombre que había adoptado, al incluir los dos apellidos de su marido de manera que su nombre quedaba así: Carry A. Nation que significa literalmente "llevar una nación", en el sentido de lucha y guía de la misma. Ese nombre le venía que ni pintado para su cruzada divina contra el alcohol.
Tambíen vendía postales con autografos y hacía tours donde leía discursos contra el alcohol, poesías y su ideario.

De esta forma comenzó su gira por los USA. Missouri, Ohio, Filadelfia y Nueva York fueron sus siguientes y progresivos destinos, en los que realizó más de 30 destrucciones de establecimientos públicos, y su fama llegó a tal punto que llego a editar un panfleto llamado "The Smasher's Mail" (El correo del destructor, más o menos).

Cuando ya tenía suficiente fama, se buscó un representante, que aunque era un generoso bebedor no le importó lo más mínimo. Le servía para sus fines.
Y este le organizó representaciones teatrales en las que en un escenario, recitaba apopléjicos poemas y versos contra la falta de templanza y el consumo de alcohol.

El declive de su carrera comenzó al pretender dar el salto a Europa. Su representante le buscó actuaciones en Londres, pero allí resultó que no tenía ningún interés, y menos en una sociedad que, como la británica o la española, no conciben la vida sin sus pubs o los bares.
En vista de que no tenía ningún éxito, intentó hacerse publicidad destrozando una taberna, pero inmediatamente se presentó allí la policía, y tras detenerla, la encarceló por una buena temporada.

Ya por aquel entonces estaba totalmente desequilibrada, pero para el americano de aquella época, sus actuaciones resultaban de lo mas divertido, evidentemente riéndose de ella.

Al final, repudiada por las asociaciones pro-templanza, totalmente desquiciada y sola, terminó sus días en un psiquiátrico, muriendo en 1911. No llegó a ver en vida una de las cosas que persiguió con más ahínco: la prohibición del alcohol en USA o Volstead Act, promulgada en 1920.
Sin embargo fue parte del germen que hizo cometer a esa sociedad un error de gravísimas consecuencias como la Ley Seca, que fue el inicio del gran poder que aún hoy día ostentan las mafias que se dedican a ofrecer a los hombres aquello que sus apetitos piden, pero el estado pretende controlar.

Aunque sin su hacha y su biblia, el espíritu de Carry Nation aún sigue entre nosotros, incluso a través del nuevo mundo de internet.
Personalmente puedo asegurar que conozco a algunas mujeres parecidas, sin hacha eso sí, pero no por eso menos desequilibradas.

A Carry, finalmente la WCTU, le dedicó una placa cerca del cementerio donde fue enterrada, en la que se puede leer:
"Fiel a la causa de la prohibición, ella hizo lo que pudo".

jueves, 5 de julio de 2007

El termómetro moral de Rush. De aquellos polvos, estos lodos.

Posiblemente uno de los más grandes errores que la sociedad actual ha asumido como cierto, y que hace muy difícil que se pueda razonar de forma conjunta sobre las drogas, y alcanzar consensos basados en la lógica, es la idea de que las sustancias -o al menos algunas de ellas- poseen propiedades morales. Y más allá, son capaces de secuestrar la voluntad de quién las tome.

Ninguna de nuestras culturas "madre" como pueden ser griegos o romanos, jamás inculcó nada en sus enseñanzas en este sentido. Al contrario, si algo hicieron fue dejar claro que un fármaco era una sustancia que podía "curar o matar" -que sería la carga semántica del termino "pharmakon"- y que como en otras tantas cosas, todo dependía del uso que se hiciera de la misma.

Si buscamos el origen de ese error de base, que parece tatuado en la tabla de axiomas que maneja la mayoría de la gente, nos tendríamos que remontar a la época del siglo XVIII, donde se gestaron las peligrosas Movimientos para la Templanza y que son el origen de los actuales prohibicionistas.

En aquella época, y en asociación con las diferentes iglesias, se inició el desarrollo de dos ideas. La primera que el alcohol era desagradable ante los ojos de Dios, cuando no estaba transmutado en la sangre de Cristo, y por lo tanto, le daba a los ministros de estas confesiones una vía para prohibir el único embriagante totalmente lícito que había sobrevivido al cristianismo, y a los estados para gravarlo con suculentos impuestos.

La segunda, y de consecuencias mucho más graves que llegan hasta nuestros días, es que el ser humano perdía la voluntad al exponerse al alcohol. Sobre esta segunda idea, que aún la podemos ver de forma aberrante como cuando en un juicio se le rebaja la pena a un asesino por hallarse bajo los efectos del alcohol (u otras drogas), se ha basado el grueso de la argumentación prohibicionista, que de una forma u otra ha ido dibujando a lo largo del tiempo a honrados padres de familia o futuras amas de casa, convertidos en esclavos de una sustancia, bien por una supuesta adicción o bien por sus supuestos devastadores efectos sobre la psique de la persona.

Benjamin Rush nació en el año 1745, en los USA. Se le considera una de las grandes figuras históricas del país, uno de los llamados "Padres Fundadores" y además es uno de los firmantes de la Declaración de Independencia. Su rostro se puede ver en la insignia de la Asociación Psiquiátrica Americana, ya que se le considera el padre de la psiquiatría en ese país, y es además el responsable de acuñar el término "adicción" como hoy lo conocemos, y cuya única cura, era por supuesto la total abstinencia.

También acuñó dos nuevos términos médicos relativos a la moral: micronomia y anomia. Uno implicaba una moral reducida y el otro la ausencia total de moral.
Actualmente "anomia" tiene otro significado completamente distinto.

Cuando se busca información sobre él, parece que estuviéramos ante un genio bondadoso y adelantado a su tiempo. Todo lo que le rodea parecen ser parabienes. Aunque en su historia encontremos cosas como que era alguien contrario a la esclavitud de los negros, y que no los consideraba una raza inferior. Para él simplemente eran personas enfermas, afectadas de una enfermedad llamada "negrismo", cuya cura se conseguía al volver su piel blanca.
Pero mientras no estuvieran "curados", no se debía de tener contacto con ellos ni descendencia conjunta para no propagar la "enfermedad".

Fue uno de las personas que más hizo por darle poder a la clase psiquiátrica, siendo un completo entusiasta y defensor de los internamientos forzosos de personas en centros para su tratamiento mental. Lo fue tanto, que internó contra su voluntad a uno de sus hijos durante 27 años, y no se sabe si habría sido más gracias a su muerte y puesta en libertad de su hijo.
¡¡27 años en una institución para desórdenes mentales!! Poco eficiente era el tratamiento en vista de los resultados, o tal vez sea uno de los primeros casos en la historia en la que un médico se vale de su poder para deshacerse de alguien molesto.

También fue un apasionado defensor y practicante de la llamada "medicina heróica". Este nombre lo recibe no por su praxis médica, sino por el valor que suponía para el paciente someterse a ella. Se piensa que ese termino se uso por primera vez a principios del siglo XX para referirse a las salvajadas que durante los años de 1780 a 1850, la llamada "Era de la Medicina Heroica", algunos practicaban de forma agresiva con sangrías (extracciones enormes o continuas de sangre), estimulación del vomito mediante tóxicos, provocar mediante calor sudores masivos, purgas intestinales, etc.
Uno de esos pacientes heroicos fue George Washington, que murió tras caer en shock provocado por una sangría, junto con un cuadro de deshidratación.

Sus ideas le llevaron a casarse cuando tenía 29 años, con una niña de 16, de nombre Julia. Pero aunque pregonaba la abstinencia como virtud en varios aspectos, su mujer tuvo 13 hijos, más algunos que fallaron por el camino.

Era desde luego, una persona altamente reconocida (consejero del gobierno en materia de salud) y no un vendedor ambulante de remedios caseros. Y, por desgracia, muchas de sus aportaciones siguen estando vigentes a día de hoy en la mentalidad de muchos profesionales de la salud y responsables políticos en materia de drogas. Especialmente la idea de que el alcohol era el responsable de los actos de quienes lo bebían, carentes de voluntad y juicio, habiéndose convertido en una de las fuentes de donde beben prohibicionistas de todo el mundo.

Y de acuerdo con estas ideas, en una de sus obras más relevantes - "An inquiry into the effects of spirituous liquors on the human body"- incluyó lo que llamó "Termómetro Físico y Moral" para que todo el mundo conociera las consecuencias de beber alcohol, según cada tipo de bebida.

El termómetro de Rush oscila desde +70 hasta -70, y advierte sin ambages de qué es lo que ocurre con cada pócima que bebemos.

Con +70 se encuentra el agua, cuyo consumo aporta "riqueza y salud".
En +60 está la leche aguada, vaya usted a saber porque hay que aguarla para que sea saludable.
En el +50 aparece la "cerveza clara", que no supera los 2'5º de alcohol, y que según los médicos usanos de la época era una bebida con la que uno no se podía emborrachar.
Moralmente en esta zona de bebidas podemos esperar: "serenidad de espíritu, buena reputación, larga vida y felicidad".

Sería curioso que el prohibicionista de Rush, encontrase que las leyes de nuestro país hoy día no le permitirían decir esas cosas de una bebida alcohólica. ¡¡Lo que ha avanzado el prohibicionismo!!

Con +40 tenemos a la sidra, con +30 el vino (en el que no establece diferencias), con +20 la cerveza negra típicamente irlandesa y con +10 las cervezas fuertes (en teoría más fuertes que el vino).
De este grupo se nos advierte que su consumo ha de ser en pequeñas cantidades y con las comidas, y si nos mantenemos en ese margen, moralmente obtendremos "alegría, fuerza y energía".

Y llegamos a la barrera de los puntos positivos, de lo saludable y moralmente correcto.
A partir de aquí Rush deja claro lo que no hay que tocar.

El primer negativo es un -10 para los ponches, esa bebida que al parecer en los USA cada cual hacía de una manera y era una especie de sangría con frutas y licores. El peligro que acecha a los bebedores de ponche es "la holgazanería, la enfermedad y las deudas". Ya me imagino en el año 1790 a un depravado bebedor de ponche que tiene que vender sus tierras para poder seguir pagándose el vicio.

En el -20, el termómetro sitúa a un par de bebidas llamadas "Toddy y Egg Rum", hechas con whisky o ron, azúcar, huevo, etc., y que solían beberse calientes. Esto llevaba a que el consumidor le diera por "el juego, la irritación, y ser pendenciero", y en exceso produce a la mañana siguiente "temblor de manos, vómitos y abotargamiento". Y todo esto tiene un probable desenlace: la cárcel.
¡Ni más ni menos! Da miedo, ¿eh?

Hay una bebida llamada "Grog", que es un brandy aguado, que tiene -30 puntos.
Consumirlo nos lleva directamente a "pelear", los síntomas del que lo bebe son "ojos hinchados y nariz y cara enrojecidas", pero el castigo en este caso es menor que en el anterior, se limita a tener los ojos morados y ojeras.
No se como veían la cárcel en aquella época, pero a la vista de estas advertencias, yo me pasaría de la droga del -20 a la del -30 sin dudarlo.

En los -40 negativos tenemos dos bebidas llamadas "Flip y Shrub".
El Flip es una mezcla de whisky, brandy y oporto o jerez con azúcar y huevo batido.
Y el Shrub es el nombre que le daban a lo que aquí se conoce como Limoncello, típico de Italia, que es un aguardiente con sabor a limón y dulce.
El efecto de estas dos bebidas es de lo más sorprendente, sobre todo pensando que esto sale de boca de un científico de máximo prestigio en su época. Si las bebes, "te crearán afición a las carreras de caballos", las consecuencias serán "piernas doloridas e hinchadas" y lo más probable es que el castigo sea "acabar en algún hospital o asilo".
Teniendo en cuenta el gusto de este hombre por meter gente en hospitales contra su voluntad -¿Qué haría su hijo para que le internase 27 años?- y las cosas que allí hacía, prefiero la cárcel.

Llegando a los -50 tenemos las "bebidas amargas mezcladas con licores o tónicos". Los vicios que crean las de esta categoría son "la mentira y la blasfemia" y provocaran en el consumidor "ictericia".
No hay quién le comprenda, no le gustan las bebidas dulces, tampoco las amargas, y ahora incluye a los tónicos.

Y ya en los -60 y -70 están los que toman "copitas de brandy, ginebra y ron por la mañana y por la tarde, o peor aun, día y noche".
Beber estos licores te mete de lleno en la delincuencia ya que provocan "robo, estafa, perjurio, allanamiento de morada, y asesinato".
¡Asesinato! Lo demás son menudencias... ¿cómo iban a permitir la venta de este tipo de drogas, que incitan a matar entre otras cosas?
Ademas, al consumidor le provocan "dolores y picor en las manos y en los pies, hidropesía, epilepsia, melancolía, parálisis, apoplejía, locura y desesperación".
¿Hay algo que no esté en la lista? ¿Que clase de masoquista bebería algo así?
Evidentemente, para esta categoría solo hay un par de castigos a su altura: "cadena perpetua y pena de muerte en la horca".

Eso sí, aunque se le hacía caso en todo esto, esas bebidas que provocaban asesinatos y locura, no fueron prohibidas. Sólo pasaron a ser una jugosa forma de recaudar dinero al gravarlas con impuestos, en teoría para evitar su consumo.

Esto es básicamente el termómetro moral y físico de Rush, que fue el ingeniero prohibicionista más eficaz que parece haber tenido la historia con nombre propio y apellidos.
Pero hay en su curriculum una curiosidad a pesar de todo esto que ahora nos suena tan surrealista como triste.
Recomendaba y recetaba opio turco contra el nerviosismo. Y eso no le planteaba ningún problema, tanto que iba incluido en el equipaje y botiquín de los soldados de los Cuerpos de Descubridores que tenían que llegar a la costa del Pacífico norteamericano. Opio turco, y vino...medicinal.

Para terminar con esta entrada, copio unas palabras de Stuart Walton sobre este asunto, de su libro "Colocados", y que ilustran bien las consecuencias de este tipo de pensamiento hasta hoy día.

"De este modelo de comportamiento alcohólico -el paradigma de la pendiente resbaladiza- se han servido los prohibicionistas durante los dos siglos transcurridos desde que se publicó el tratado de Rush.

Aunque el modelo ha fracasado ampliamente en el terreno del alcohol desde la perdida de credibilidad del proyecto de la templanza, sí ha sido aparatosamente aireado cada vez que se han defendido las leyes antidroga en los últimos cien años.

Empieza con el cannabis y pronto pasarás a los estimulantes y a los opiáceos adictivos, deslizándote por una cuesta que lleva de fumar a picarse en lavabos públicos pasando por esnifar, todo ello acompañado de aterradoras historias sobre amigos enloquecidos, familias rotas, delincuencia callejera y dudosa higiene personal."

Se puede decir más alto, pero no más claro.
¿Qué te ha parecido el "termómetro de Rush"? ¿Grotesco, surrealista, demencial?

Cuando se leen estas cosas que grandes eminencias decían y hacían hace más de 200 años puede dar la risa, pero no creo que la reacción sea muy diferente a la que tendrán nuestros tataranietos cuando lean lo que durante este siglo pasado y este presente se está haciendo desde los gobiernos en materia de drogas.

Porque ya veis: de aquellos polvos... estos lodos.

sábado, 10 de marzo de 2007

Una vocación gracias al azúcar

Para contar esta historia nos remontamos al año 1944.
Ese año aun daba sus últimos coletazos la segunda guerra mundial, y los USA habían entrado en la contienda contra alemanes, italianos y japoneses, en ayuda de una Europa ocupada inicialmente y más duramente tras la agresión japonesa sobre Pearl Harbour.




Un chico de 19 años, nacido en Berkeley (California), se encontraba sirviendo en el ejército usano, concretamente en las fuerzas navales. Se encontraba en una fragata que servía de protección para los barcos mercantes que atravesaban el Atlántico, cerca de la Azores que era el lugar donde reponían combustible los barcos y submarinos de ambos bandos, turnándose por días.

Sin un motivo aparente, este chico de nombre Alexander, comenzó a sufrir una infección en el dedo gordo de su mano izquierda. Como cuestión médica no era algo de especial importancia, pero una fragata no era el lugar adecuado para tratarlo, más allá de con antibióticos y algunos analgésicos. Con el paso del tiempo, la infección no remitía y se hizo patente que era necesaria una cirugía en su dedo, ya que la infección había afectado al hueso.

Cuando fue posible, Alexander fue trasladado a zona aliada en tierra firme, concretamente a Liverpool para que pudiera ser tratado. Pero por razones logísticas el hospital que podría tratarle se encontraba ya localizado en otra parte, más lejos de la costa. En poco tiempo fue llevado en ambulancia de Liverpool a Watertown, a un hospital del ejército.

Al llegar allí, una enfermera le dio un zumo de naranja para aliviar su sed. Pero Alexander detectó que había una fina capa de un solido cristalino sin disolver en el fondo del vaso.
Inmediatamente pensó, tal vez porque California es productora de buenas y dulces naranjas, que aquella sustancia en su vaso era algún tipo de medicación pre-anestésica o sedante, ya que iba a ser intervenido quirúrgicamente. Una maniobra propia del ejército, se le ocurrió, eso de dar un fármaco escondido en un inofensivo zumo para preparar al paciente ante la intervención.

Decidió probar su masculinidad y ejercer control sobre la situación y sobre la sustancia que le estaban administrando, luchando con su mente contra el efecto de la misma, y no dejándose afectar por ella. Quería ver si era más fuerte que ese fármaco, que evidentemente estaba ahí para dejarle inconsciente y facilitar la labor de los médicos que tendrían que intervenirle.
Él no se dormiría, aguantaría despierto pese a la droga que le habían echado en su zumo.

Y no fue capaz. Aquella sustancia fue claramente mas poderosa que su decidido control sobre la situación. Cayó en un profundo sueño, en un letargo semi-comatoso en el que cualquiera podría haber hecho lo que quisiera con él.
De hecho cuando despertó, ya había sido operado de su dedo infectado, y no recordaba ni las inyecciones anestésicas que le pusieron antes de iniciar la operación.

Después de aquello, hizo dos descubrimientos. El primero es que había poca comunicación entre la logística de los ejércitos aliados, y que eso le supondría tener que estar una temporada esperando su regreso a casa, mientras los habitantes de aquel lugar, al verle en el bar con su brazo vendado, le invitaban a unas rondas. ¿Qué menos podían hacer por alguien que había ido a luchar por ellos y había sido herido en su brazo?

El segundo descubrimiento marcó su vida.
Aquel fármaco anestésico que le habían dado camuflado en el zumo de naranja, era sólo azúcar.
¡Azúcar! Había sido enviado sin ser capaz de evitarlo al mundo de los sueños por un poco menos de un gramo de azúcar sin disolver.

El hecho de creer que un placebo como el azúcar era una potente droga narcótica, había sido suficiente para dejar fuera de combate a todo un chavalote que se había propuesto conseguir vencer el efecto anestésico del... azúcar.

Eso le hizo darse cuenta de que el principal factor en el efecto de una droga psicoactiva es la propia mente del sujeto que la recibe. Y lo que derivó de este suceso terminó por decidir cual sería su rumbo en la vida. En los años anteriores a su entrada en el ejército, en sus estudios pre-universitarios ya había elegido materias como química, matemáticas, física y psicología, con la secreta intención de poder hacer algún día sus estudios de química orgánica. También es probable que eligiera estas asignaturas porque eran las que se le daban bien: todas aquellas que seguían procesos lógicos y no se guiaban por normas arbitrarias, eran las que le hacían brillante.

Ese chico, que ahora tiene un pulgar izquierdo media pulgada más pequeño que el derecho, se llama Alexander Shulgin, y es el psicofarmacólogo y químico más influyente de los últimos 50 años en la escena de las drogas y del estudio de los estados alterados de conciencia.
Aquel shock del descubrimiento de que no había sino azúcar en aquello que le había provocado semejante reacción mediante la sugestión auto-inducida de que era una potente droga, le hizo decidir en aquel mismo momento y con total convicción, que las drogas serían las herramientas más interesantes para poder estudiar esos fenómenos en la mente, y que ya que esos procesos dependían de lo que ocurría en el cerebro, lo ideal sería convertirse en una mezcla de farmacólogo y psicólogo. Y así lo hizo.

Al volver del ejército, entró en la universidad y en 1954, con 29 años, se había doctorado en bioquímica, y completo sus estudios con post-doctorados en farmacología y psiquiatría.
Años después, a finales de los 50, tuvo su primera experiencia con un enteógeno: 400 miligramos de sulfato de mescalina.
Ese fue el gran último golpe de timón para un barco que ha marcado, a su manera, la vida y la conciencia de muchas personas con sus aportaciones y sus creaciones, algunas únicas y inexistentes en el universo hasta que sus manos y su mente las hicieron realidad.

Próximamente seguiré contando como este padrino de la MDMA y creador de la 2C-B ha vivido creando y luchando desde su lugar contra la ignorancia y el daño que crean al tejido social la perdida guerra contra las drogas, exportada desde su país el resto del mundo.

domingo, 4 de marzo de 2007

Cuerdos entre locos

Ese es el título de un libro apasionante que estoy leyendo, escrito por Lauren Slater, una doctora en psicología que a su vez, en la infancia, fue una enferma mental. La traducción la ha hecho Concha Cardeñoso y la supervisión técnica, el psicólogo e investigador José Carlos Bouso, que ha sido de momento el único que ha podido trabajar con MDMA en psicoterapia de forma legal en nuestro país.

Es un libro que está resultando apasionante, y que narra los experimentos psicológicos del S.XX que más repercusión tuvieron. Desde los famosos experimentos de Stanley Milgram en que personas normales "electrocutaban" a otras por petición de un supuesto investigador, y de los que muchos habrán oído hablar, a otros menos conocidos para el gran público.

Quiero comentar el capítulo que da título al libro, y que narra la prueba a la que sometió David Rosenhan a la psiquiatría institucional a principios de los años 70. Eran los años en que en la psiquiatría reinaba el psicoanálisis como instrumento para etiquetar todo tipo de trastornos, y al mismo tiempo cuando algunas importantes voces, como el gran Thomas Szasz se levantaban con la bandera de la anti-psiquiatría, con un clásico ya como es "El mito de la enfermedad mental", en el que se cuestionaba toda esa corriente de enfermedades de nuevo cuño, de las que no tenían (ni tenemos aún hoy) una base fisiológica que permitiera calificarlas como enfermedad. Al igual que el bacilo de Koch produce la tuberculosis, no tenemos aún más que leves indicios, que son desechados una y otra vez, para justificar la esquizofrenia o el trastorno bipolar.

Pero hay una gran diferencia hoy en día: tenemos fármacos que actúan sobre los síntomas. Y eso será el final de este comentario.

Voy a resumir rápidamente lo que hizo David Rosenhan.
Convenció a 8 amigos suyos, sanos física y mentalmente, para que perdieran un mes de sus vidas intentando ver que pasaba si acudían a una institución psiquiátrica y decían que desde hacía unas semanas, escuchaban una voz que decía "zas".
Nada más. No tenían que fingir ningún otro síntoma, y tenían que indicar al cabo de unos días, que el problema había desaparecido.
Rosenhan eligió esa palabra, "zas", porque no había ninguna referencia a ella en la literatura médica.

El resultado da miedo.
Todos sus amigos, y él mismo, que también participó, fueron internados.
A todos ellos se les diagnóstico como esquizofrénicos, excepto a uno, que le diagnosticaron un trastorno maníaco-depresivo.
La estancia media en las instituciones fue de 19 días. La más corta de 7 días y la más larga de 52.

El alta médica se les dio a todos por remisión temporal de los síntomas.
Actualmente y en parte gracias al revuelo que provocaron los estudios de Rosenhan, en USA no se puede internar a nadie contra su voluntad, si no tiene tendencias suicidas u homicidas.

El estudio publicado en Science, provocó mucho malestar en los ámbitos psiquiátricos. Hubo feroces respuestas contra él.
Y un famoso hospital psiquiátrico se ofreció para que durante unos meses, Rosenhan enviara tantos pacientes "falsos" como quisiera, convencidos de que ellos sí podrían detectarlos. Ese fue el acuerdo.
Al cabo de 3 meses, el hospital escribió a Rosenhan contándole que había detectado a 41 pacientes "falsos" con un alto grado de probabilidad.
Rosenhan acababa de ganar en su hipótesis por goleada: en los 3 meses de prueba, no había enviado a ningún paciente.

Pero hay una segunda parte en este capítulo. La autora del libro, pone a prueba el sistema, ya que Robert Spitzer, que es un psiquiatra formado en el psicoanálisis y que fue quien se enfrentó con más dureza contra el estudio de Rosenhan, le aseguraba que eso hoy día no ocurriría.

Y la autora repite la prueba, pero en lugar de ser internada, consigue que en 8 ocasiones que realiza el proceso, con el mismo e único síntoma que los del experimento original - escuchar la palabra "zas"- le recetan 25 fármacos antipsicóticos y 60 antidepresivos.

El enfoque de la psiquiatría institucional hace 40 años era el del etiquetamiento de la enfermedad (supuesta) e ingreso.
El cambio de paradigma y los nuevos fármacos, que permiten que pacientes que antes tenían que estar atados, puedan llevar una vida aceptablemente mejorada, parece que es lo que cambia el resultado del experimento.

Ahora los psiquiatras recetan para controlar, síntomas y estados, pero si atendemos a lo que le recetaron a la escritora (y psicóloga), era un diagnostico implícito de "psicosis depresiva", un cuadro que es realmente grave y peligroso para quien lo sufre.

La trampa volvió a funcionar.

¿Hasta dónde el enfoque (o moda) dentro de la medicina determina la enfermedad del paciente?
¿Cuál es la actual vigencia de la enfermedad mental, cuando sólo tenemos síntomas pero seguimos sin conocer su base fisiológica?

Esa apertura de puertas de las instituciones que "contenían" a los locos, a los diferentes, a los enfermos, vino dada por un cambio de paradigma, por un mayor interés por la calidad de vida de los pacientes y un humanismo aplicado, pero sobre todo por la aparición de drogas como los neurolépticos que permitieron cambiar la camisa de fuerza física por un corsé mental.
Mejor alguien adormilado o incapaz de pensar con fluidez que, esa persona, con cadenas y atado a una pared en una sala llena de pacientes como él en un entorno insano y desnaturalizado de por sí. Lo admito como cierto y mal menor.

Pero seguimos sin tener un tratamiento curativo para algo que llamamos enfermedad, y de la que sólo tenemos síntomas... indicios.


P.S: Aunque mi intención era originalmente actualizar el blog cada pocos días, veo que es más difícil de lo inicialmente previsto. Pero seguiré de momento intentando que haya como poco una entrada nueva cada semana, y si las musas y las circunstancias lo permiten, que sean dos o tres, tal vez más cortas a cambio.
La proxima entrada hablará de como alguien recibe una vocación, una curiosidad que guiará su vida, a través un poco de azucar en un zumo.