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martes, 5 de septiembre de 2017

Profesionales de la salud y drogas.

Este texto sobre profesiones sanitarias y drogas fue publicado en la revista VICE. Esperamos que os guste y que os deje claro que los que más drogas toman son esos profesionales de la salud... "ajena".

Aquí el que no corre vuela, nadie vuela recto, y pájaro que no vuela... a la cazuela!!

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Profesionales de la salud y drogas.

No olvido -ni creo que nunca lo haga- la cara, el cuerpo y la voz del primer “practicante” (como se les llamaba en los 80) que conocí. Se llamaba Carmelo. Su nombre en mi casa era la representación del terror hecho chuta. 

Todavía no se debía estilar mucho lo de las jeringuillas desechables de un solo uso, porque no sólo llegaba a tu casa una especie de ogro enorme y calvo, con una voz gutural como el eco del infierno, sino que tenías que pasar el trance de ver cómo se preparaban los instrumentos para tu tortura. Ahora suena raro eso, pero antes veías como esterilizaban la jeringuilla de cristal y las agujas ya clavadas en otros con alcohol ardiendo en un recipiente....




Ese ritual, el ogro Carmelo, el olor a alcohol caliente, la visión de la aguja, tus padres sujetándote y tú gritando como un poseso para que al final te trincasen bien (era un mierdas de 5 años, uy si no....) y te metiera una banderilla -con mucha malaostia- un tipo que era el que pinchaba a los militares y a los pobres seres humanos que eran forzados a hacer el servicio militar obligatorio o "mili" (a la que yo fui insumiso).

Creo que si no me gusta mucho pincharme drogas, cuando no tengo reparo alguno en tomarlas por otras vías, responde a criterios de “esterilidad y pureza” de las drogas pero también a un cierto miedo incrustado en el desarrollo y la infancia. No me gustan las agujas, me recuerdan a Carmelo, y me asusto. Así de triste infancia, sí. 

Como Carmelo se convirtió en un recurso usado en mi casa de forma rutinaria (desde un aceptable “si no te tomas la medicina, vendrá Carmelo” hasta un chantajista “si no te tomas la sopa te pondrás malo y vendrá Carmelo”) pues es un personaje que en cierta forma seguí. En el barrio no somos muchos y nos conocemos todos, así que años después, en plena “new wave prohibicionista de la heroína como droga lúdica” en la que palmaron tantas personas en España, supe que era un tipo muy cotizado. 

Cuando hablaba con los colegas, consumidores de heroína con 13 años y mencionaba a Carmelo (que era conocedor de casi todos los culos y brazos de mis colegas) había un curioso silencio en el aire y alguna que otra bala perdida en forma de risotada. 

El tipo era un crack en esto de ponerte unas flautas de coca y caballo acojonantes, con la “seguridad añadida” de un profesional de la salud, y asegurándote higiene y nada de marcas jodidas de explicar.

Contactar con él para esos servicios, requería de un nivel que yo por aquel entonces ni tenía ni aspiraba a tener, pero era el enfermero que ayudaba a drogarse, con cuidados propios de un profesional, a muchos yonquis de los que puedes imaginar con esa palabra, y a otros que no imaginas. A la vez que se hacía sus extras con la peña, llevaba el “mantenimiento” de algunos “eliteyonquis”, profesores de la Universidad y médicos del Hospital Clínico. 

Era un tipo discreto, que había visto mucho y conocido mucho. Era esencialmente pragmático: él ganaba un dinero por sus servicios y prestaba una atención de calidad sanitaria. Posiblemente la primera persona de mi vida que estaba implicada en Reducción de Riesgos en drogas, aunque el término no debía ni existir en aquella época.

Si él consumía o no drogas de alguna clase, es algo que creo que nadie sabe a ciencia cierta, pero que las conocía todas mejor que los propios médicos -bastante torpes a la hora de gestionar sus hábitos- era algo aceptado por todos los que le conocían. Pocos doctos doctores contradecían una opinión de este enfermero.

Dentro del área de consumidores de drogas en las profesiones sanitaria, tenemos algunos curiosos grupos, que en cierta forma tienen que ver con el contacto (accesibilidad) a las drogas usadas. Los menos yonquis -por decirlo de alguna forma- son el grupo de podólogos, terapeutas ocupacionales, fisioterapeutas y psicólogos clínicos. 

En principio, ninguno de ellos tiene acceso a las drogas que usen sus pacientes o a un almacén, por la actual ley al respecto. Los terapeutas ocupacionales y los psicólogos pueden tener un mayor contacto con población consumidora de droga, e incluso supervisar sus consumos en un lugar concreto, como una “Sala de Venopunción Asistida” o en una casa de acogida dentro de un modelo de “contexto de baja exigencia” en el que se tolera el uso de drogas dentro de ciertos parámetros, como forma de poder actuar -en otros campos- sobre la persona y su salud biopsicosocial. No son de los más yonquis, pero sí de los más tolerantes.

Ascendiendo un poco, encontramos a los enfermeros. En este grupo se nota mucho la especialidad de cada uno, y es probable que uno de enfermería pediátrica no recuerde ni qué es la codeína ni para qué se usa, mientras que los de oncología e intensivos, saben administrar microdosis de las drogas más pintorescas por las vías más raras, con gran maña para revertir depresiones respiratorias a tiempo. 

El roce hace el cariño, y en este grupo tengo grandes amigos que también prestan servicios (no tan profesionalmente como Carmelo en los 80) con sus artes en poblados y casas, porque además de enfermeros son consumidores. Muchos no consumían en inicio drogas sacadas de su trabajo, sino que el hecho de saber inyectarse y de tomar drogas por otras vías, les llevó a ello. Y son enfermeros en activo, que hacen correctamente su trabajo en el hospital o clínica. Como otros muchos, si les cae algo interesante que tomar en sus manos, se lo cogen para “investigación personal”. 

En este punto quiero citar a un gran amigo que, conocedor del propofol y de su capacidad para inducir sueños de tipo erótico y muy placenteros, estuvo a punto de matarse y hubiera sido el primero en España imitando a Michael Jackson. Le pude detener justo antes de que diera el paso, razonando con él por internet, haciéndole ver que si se clavaba la chuta sin alguien consciente controlando, lo más probable era que muriese. ¡¡Le podían las ganas al muy cabrón!! Ciertamente, yo también tengo ganas de meterme propofol, pero con un anestesista al lado (los mejores gestionando drogas, con la vergonzosa excepción del yonqui Maeso), mucho mejor.


El yonqui Maeso que contagió la hepatitis C 
a cientos de personas, 
por pincharse primero él con los opioides 
y luego a sus pacientes, en un hospital público... 


Luego están los farmacéuticos, que tienes de los dos tipos: los que no se drogan o los que se lo comen todo. Intercambio “regalos” con “farmas” de todo el continente, y son buenos profesionales con formación para elegir con cabeza. No he conocido a ningún farma que acabase por el mal camino y “con la incapacidad” por consumo de drogas o de alcohol (otro clásico de la medicina). Son grandes educadores, al mismo tiempo, que deberían ser más escuchados por la clase médica.

Y llegamos al top de los grandes: los que tienen el poder:  los médicos. También se podrían repartir en especialidades, pero sin embargo en estos el vicio es bastante transversal. El hecho de poder disponer de recetas que no levantan sospecha alguna para los fármacos no estupefacientes (de receta normal) y de poder usar también, como médicos, los estupefacientes disponibles, les da acceso a morfina y opioides a tutiplén, a estimulantes como el metilfenidato o la dextroanfetamina con lisina que ahora han introducido de nuevo en el mercado (Elvanse) y a todo lo que puedan coger de la farmacopea legal. No me extraña mucho que tengan tanto vicio los cabrones, tras haber leído a Escohotado contar como la mayoría de grandes médicos anteriores a la prohibición de las drogas, eran generosos consumidores de las mismas (de los de 5 gramos de morfina por vena al día) sin que esto les supusiera ningún problema para el ejercicio ni un estigma que les apartase de su trabajo.


Aquí un honrado anestesista, 
no un yonqui de esos que pueden hacerte algo 
y pegarte el SIDA si te escupen... :P


Un conocido psiquiatra de mi ciudad consume una caja diaria de metilfenidato, que compra en mi misma farmacia. ¿Consume? 

Teniendo en cuenta que se cotizan bien esas pastillas por los estudiantes de la ciudad, no creo que se coma 30 pastillas cada día, pero compra una caja diaria. 

Lo que no es sencillo es ver psiquiatras en ambientes más marginales como las casas o los poblados. Tampoco médicos en activo, que suelen ser atendidos en los puntos de venta de droga más selectos de la ciudad (especialmente cocaína pero también heroína) de la misma forma que cuando “algunos del ayuntamiento” se quedan sin farlopa: la casa se cierra poco antes de su llegada y se le atiende sin que nadie le vea. Normalmente de madrugada. Si alguien viera o dijera algo, por ver entrar a un médico de noche en una casa, siempre puede quedar cubierto como una urgencia que tuvo que atender. Pero la realidad es que finalmente se sabe quienes son, porque cuando la urgencia te empuja a tener que pillar a las 4 de la mañana y no esperar que algún “tele-droga” te lleve el tema a tu casita para no dar el cante, es que empiezas a estar algo pilladete... amigo médico.

Son estos últimos los más reticentes a aceptar su contacto con drogas, legales o no. El estatus social se lo pone más difícil. Recuerdo a mi psiquiatra, fundador de Alcohólicos Anónimos en mi zona, al que le gustaba el whisky cosa mala y me quería enseñar a beberlo, para que no tomase opiáceos. Cada maestrillo con su librillo, ¿no?

Además pude conocer por él -sin nombres- el historial de muchos profesores y médicos que él supervisaba por razones legales

No olvidaré el día que me dijo, charlando de cultivo de cannabis, que cierto médico tenía una habitación de casa llena de focos y marihuana. Le contesté que no era un mal hobby. Me dijo que en la habitación de al lado, coleccionaba bragas usadas, juguetes sexuales usados por prostitutas y armas blancas usadas en crímenes

Le pregunté cuál era su especialidad: 
bioética, contestó con una sonrisa giocondesca...



sábado, 17 de junio de 2017

Es la hora: tenemos que matarte.

Este texto fue publicado en el portal Cannabis.es, unos días después del Día Internacional de los Derechos Humanos. Es un relato "novelado" pero basado en hechos, por desgracia, absolutamente reales. El problema moral que se plantea aquí, ya no es siquiera si matar a otro ser humano es correcto o no (fuera de la autodefensa), sino lo atroz de la forma en que aplicamos esas sentencias de muerte y las razones -paradójicas- que han llevado a ello.

Sigo pensando que, en general y como especie, aún no hemos tocado fondo: siempre se puede cavar más bajo.


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Es la hora. No podemos retrasarlo más: hay que hacerlo ya”- se escuchó claramente colarse, como un reptil, dentro del silencio estruendoso que era la naturaleza del medio, alli dentro en la “Cámara de espera”. Al menos, así era la mayor parte del tiempo. 

Cámara de espera” era el nombre del receptáculo, frío y aséptico cual cuarto de baño, únicamente creado para que nadie -salvo el vigilante de guardia- tenga que soportar la desesperación absoluta de un ser, atado de pies y manos por correas de cuero, que va a morir -si tiene suerte- breves instantes después.
La llamábamos la “Cámara de la locura”, porque allí los funcionarios éramos forzados a observarles siempre sin intervenir salvo que el reo encontrase la forma de liberarse, o de intentar quitarse la vida antes del momento legalmente establecido para ello; nadie se puede hacer una idea completa de las cosas que presenciábamos, cuando delante tienes a un ser que espera a que le maten en cuanto le saquen de esa sala. 


Sólo se conocía un caso en que un reo hubiera salido con vida -y siguiera con vida a día de hoy- tras entrar en una de esas salas: el complejo caso de Romell Broom, que aguantó -durante 2 horas- las drogas que le dieron, sin morir. Y fue precisamente su caso el que disparó la revisión de los fármacos usados para matar, sin atender a que el fallo fue una mala colocación de la vía intravenosa -acabó siendo intramuscular- lo que causó que no surtieran efecto las drogas administradas.
Un dolor en mi espalda, tensa como reaccionando a esa frase que ofendía aquel primigenio silencio, me trajo de vuelta a la realidad. Me llegaba -de nuevo- el momento de conducir a un hombre a su muerte: nunca podré explicarme, con suficiente claridad, cómo llegué a ocupar este puesto de trabajo. Y era tarde -de nuevo- para situarme ante tamaños dilemas morales: tenía que llevarle a la sala blindada para que, los testigos por parte de familiares y otros representantes del estado (ya que la prensa no solía ser bien recibida), pudieran observar su muerte como parte de la justicia dictada.
Este reo – condenado por asesinar a una dependienta durante un atraco- estaba relativamente tranquilo. No rezaba ni maldecía, no murmuraba nada, y apenas le escuchaba la respiración: agitada por momentos y calmada a otros. Pensé que era mi día de suerte por no enfrentarme a un mal trago -de nuevo- llevándole a una muerte no deseada, y pensé que tal vez anhelaba este instante.
Entonces una pregunta desbarató el momento: “Oye... ¿con qué me van a matar finalmente?”
Mediante sus abogados, provenientes de grupos de derechos humanos y civiles, había presentado todo tipo de apelaciones y la última versaba sobre las drogas con las que le ejecutarían. En realidad, él había sido una marioneta que firmaba papeles presentados por terceros, sin tener esperanza -ni tal vez deseo- de que le evitasen la pena capital.
Todos los funcionarios en la prisión estábamos al tanto de esa apelación, que cuestionaba la constitucionalidad de matar a una persona con unas determinadas drogas, en lugar de con otras distintas. Y en su esencia nos parecía estúpida, pero la inmensa mayoría deseábamos que prosperase para no tener que participar en más ejecuciones. 
Mi voz se quebró al tener que contestarle -me sentí incapaz de negarle, por derecho, dicha información- aunque podía haber llamado al médico para que se la facilitase. “Midazolam y un mórfico; no es una mala forma de dormir...” - dije, intentando sonar balsámico en mis palabras y evitar toda alusión trágica que empeorase sus reacciones emocionales y, por ende, fisiológicas.
“No funcionará bien. Que te den un 'valium', antes de chutarte una sobredosis de heroína, no basta para que...” -hizo una leve pausa mientras espiraba- “...duermas rápida y tranquilamente.” - sentenció sin alterarse en ningún fonema de la frase.
Agradecí que utilizara el verbo dormir en su contestación y -con un nudo en la garganta- aguanté el tipo sabiendo que su respuesta era cierta: el nuevo método usado, en lugar del tradicional 'Protocolo Chapman' con barbitúricos, no estaba pensado para matar rápida y efectivamente, sino para ayudar a morir -en la cama, con calma- a un paciente en fase terminal. De haber sido yo o cualquier ser querido el condenado, hubiera preferido el pelotón de ejecución.
La agonía, que comenzó instantes después, duró 13 eternos minutos en los que su cuerpo -a pesar del estado de aceptación con que llegó- se defendió de la muerte como pudo, revolviéndose y moviendo los brazos, apretando los puños, tosiendo e intentando aspirar una brizna extra de aire que le mantuviera con vida unos segundos más: algo así nunca habría sucedido con el original “Protocolo Chapman”.
Así ha sido la muerte -en vísperas de la celebración del Día Internacional de los Derechos Humanos- de Ronald Bert Smith: un alcohólico de 45 años con un cargo de asesinato, sobre el que 7 miembros del jurado decidieron que “debía pudrirse en la cárcel” y 5 decidieron que “debía morir”. 

Pero, en un acto sólo permitido por la inexplicable legislación penal de Alabama, el juez del caso decidió pasarse el veredicto del jurado (cadena perpetua) por el arco del triunfo, y le prescribió al reo unas inyecciones para terminar con su vida: pena de muerte como sentencia, que se aplicó hace días, 22 años después de los hechos.
Lejos de entrar en el debate sobre la conveniencia, utilidad, moralidad o cualquier otra consideración sobre la pena de muerte, este texto busca concienciar sobre otro hecho más básico: no estamos matando bien a los condenados. La propia prensa usana, acostumbrada a este tipo de eventos, califica varias ejecuciones ocurridas en los últimos tiempos como “chapuzas y carnicerias”. Y no es para menos, en vista de algunos de los últimos casos.
¿Qué es lo que está fallando? Pues que andan cortos del fármaco más utilizado -y con el que más experiencia se tiene- para matar: el omnipresente pentotal sódico que cualquier veterinario lo tiene a mano y en grandes dosis, al ser el usado en la eutanasia animal. Y también en los hospitales, ya que es el fármaco de preferencia para la inducción del coma -necesario como tratamiento- y el único barbitúrico que se sigue usando en anestesia. O en su defecto, otro barbitúrico: el pentobarbital, al que se le puede dar el mismo uso. 

Los distintos estados en USA, en concreto el sistema penitenciario, se ven cortos de un fármaco del que -en realidad- tienen cantidades ingentes. Están tan cortos de estos fármacos, que las organizaciones que luchan contra la pena de muerte, tienen contabilizadas hasta las dosis restantes.
¿Qué sentido tiene semejante paradoja? Ninguno. Es tan sólo una consecuencia de la suma de dos vectores actuando: la kafkiana guerra contra las drogas y sus obtusas regulaciones más el activismo contra la pena de muerte al fijar como objetivo a las empresas farmacéuticas, que vendían dichos productos al departamento de prisiones. Esto ha llevado a que algunos estados “blinden en contratos secretos” a los proveedores, o que tengan que recurrir a la “síntesis a medida” solicitada a fabricantes conocidos como “compounding pharmacies”, cuyos estándares están por debajo de lo habitual -causa esta de ulteriores recursos a su vez- y se usan sólo en casos muy concretos.
Desde el año 2006, la ley en USA permite a los condenados a pena de muerte cuestionar la constitucionalidad de dicha pena, cosa que hasta entonces no se permitía. Este cambio llevó a establecer todo tipo de recursos legales, para detener o retrasar lo más posible las ejecuciones de los condenados. 

Por un lado, el activismo contra la pena de muerte, aprovechó los errores sucedidos en las ejecuciones para luchar -estilo “todo vale”- contra las mismas. En ese proceder, apuntó contra los fármacos usados, cuestionando el “protocolo Chapman”. Este protocolo -creado por un médico y un cura buscando la forma más efectiva de matar sin causar sufrimiento- fue la aplicación médica y compasiva de los conocimientos disponibles, alcanzando con notable éxito su propósito. El hecho de que fuera cuestionado legalmente, no respondía tanto al protocolo en sí, como a recovecos legales usados y explotados para evitar ejecuciones.
Por otro lado, las empresas que vendían los fármacos usados (curiosamente, sólo las que vendían el barbitúrico) se vieron en el punto de mira del movimiento activista, relacionándoles públicamente con los aspectos más desagradables de una ejecución, a lo que respondieron de la forma más lógica: negándose a vender más drogas para utilizar en ejecuciones. 

Como esas sustancias son vendidas al departamento de prisiones en lugar de a instalaciones veterinarias o médicas, resulta sencillo negarles el acceso -al menos de forma oficial- a la droga. Y como el sistema legal, para adquirir cualquier sustancia que esté fiscalizada por las regulaciones sobre fármacos en USA, tiene una serie de exigencias que cumplir -como que los fármacos sean fabricados con estándares de seguridad para su uso en humanos, aunque estén destinados a matarles- a las prisiones se les hizo cuesta arriba obtener suficientes drogas para matar a sus condenados. 

El caos que todo esto llegó a causar -en el estricto protocolo seguido para matar por orden judicial- hizo que en una ejecución el condenado estuviera más de media hora vivo -tras la final inyección que debía detener su corazón en el acto- porque en realidad fue ejecutado con un compuesto equivocado, que le mató mediante un doloroso envenenamiento en lugar de instantáneamente.
Una de las reacciones, que estos nuevos problemas provocaron, fue que los estados recurrieran a disposiciones legales que abrían nuevas vías para matar o que volvían a instaurar algunas ya en desuso durante décadas. 

Entre las viejas glorias redescubiertas, estaban el pelotón de fusilamiento o la silla eléctrica, autorizados para prever situaciones en que las prisiones no puedan acceder a los fármacos necesarios. 
¿De veras se puede considerar eso un avance, en lo que les espera a los presos, frente al uso de un protocolo que bien aplicado no tiene apenas fallos? ¿La silla eléctrica de nuevo? ¿En serio?
Entre los nuevos protocolos, para matar por parte de los estados, se empezaron a explorar otros compuestos -con una, dos o tres drogas, en un sinfín de variaciones- y se dio permiso para emplear a falta de otras opciones, “la asfixia con nitrógeno”

Se desarrollaron planes para usar propofol -suspendidos a última hora por las presiones del laboratorio europeo que lo fabrica- o fentanilo en dosis masivas, como droga única o combinado, para provocar la muerte combinado de forma rápida e indolora. 

Resulta especialmente paradójico al mencionar el fentanilo, darse cuenta de los problemas que está encontrando el estado para matar a sus condenados, mientras que la misma sociedad es golpeada por una cifra récord de muertes debidas a drogas, tanto legales como ilegales.

Ha quedado suficientemente claro -a estas alturas- que los estado no cederán en desmontar la pena de muerte, allí donde esté implantada, por unas meras complicaciones a la hora de elegir la forma de matar.  Lo seguirán haciendo recurriendo a viejos o nuevos métodos si los activistas, con sus recursos legales y/o sociales, les impiden el uso de uno de ellos. 

Y esos métodos no parecen ser menos traumáticos para los condenados que el antiguo protocolo: un barbitúrico que deje al sujeto inconsciente y anestesiado -en la dosis que sea necesaria por la variabilidad de cada sujeto- seguido de una dosis de un paralizante muscular -que detiene los pulmones y la respiración- rematado con una dosis de cloruro potásico, que paraliza el corazón, produciendo la muerte de forma efectiva y rápida: el 'Protocolo Chapman'.

Si el resultado del activismo contra la pena de muerte en USA es causar un mayor sufrimiento a los que enfrentan su ejecución, tal vez es el momento de replantear la forma en la que se pretende alcanzar el objetivo. 

El fin no justifica los medios y no podemos asumir causar muertes traumáticas, a unos cuantos sentenciados cuales víctimas colaterales, en un proceso “en esencia positivo” como es luchar por acabar con la pena de muerte. 

En ocasiones lo ideal es enemigo de lo bueno; es probable que este sea uno de esos casos.

lunes, 14 de abril de 2014

Fumando parches de fentanilo... reduce riesgos!! Guía con fotos


Esta es la segunda parte del anterior post, que por razones de tamaño no entraba bien si no se dividía.
Espero que sea un manual de reducción de riesgos que resulte útil, en el manejo del fentanilo o de otras sustancias similares.

Espero que os guste.




GUÍA DE REDUCCIÓN DE RIESGOS
EN EL CONSUMO RECREATIVO
DE PARCHES DE FENTANILO


1- Lee y busca información sobre la sustancia, el producto concreto que tienes y certifícala mediante análisis si te es posible: busca todo lo existente al respecto, dosis, interacciones, efectos secundarios y las experiencias de otros que hayan descrito los efectos de la sustancia. Lee en muchas y distintas fuentes hasta poder hacerte con una idea que no esté influida sólo por una persona o grupo. Sé crítico en esa selección de información y conservador a la hora de aplicarla: siempre es preferible pecar de menos que de más cuando se trata de opioides.



Parche de 25 microgramos/hora que 
contiene unos 4'1 miligramos de fentanilo.


Y si no tienes la certeza de que el compuesto es aquel que tú crees y en las dosis que tú crees, tomar un compuesto sin analizar es un acto con cierto grado de suicidio implícito o de desprecio a la vida por parte de quien lo realiza. Seguir vivo depende de que no tomes la cantidad equivocada de la droga que no debías, y eso sólo lo puedes hacer mediante los análisis que ofrecen grupos de reducción de riesgos en drogas como AiLaket! en muchas ocasiones (no hay muchos grupos así en el estado).



Diviendo el parche una vez, trozos de 2 aprox. miligramos cada uno.


En este caso con el fentanilo -no con otra molécula de la familia por muy parecida que sea- debes saber que la dosis mínima habitual es de unos 50 microgramos por vía IV o IM (inyección, para dolor agudo o inducción de sedación/analgesia) para un adulto aunque se usa también en pediatría a dosis mucho más bajas, por la proporción del peso y con la necesaria individualización de cada paciente a ese fármaco. Pero dosis más bajas son activas también. 

Los parches actuales de matriz plástica y adhesivo de fentanilo (la presentación que hemos comprado en Silk Road) vienen en dosificaciones de 12, 25, 50, 75 y 100 microgramos de liberación a la hora (entendidos como cantidad expresada en base libre, que con moléculas así de potentes tienen importancia esos detalles) cuando el parche se pone sobre la piel. La vida media del compuesto oscila entre 3 y más de 8 horas dependiendo de la bioquímica de cada uno, pero por norma general su efecto es más corto que el de otros opiáceos como la morfina o la semi-sintética heroína.



Un trozo de parche con 2 miligramos, 
una mitad con 1 miligramo 
y 3 trozos con 1/3 de miligramo 
o 333 microgramos aprox. de fentanilo


La liberación expresada en el parche es una medida sólo útil para quienes lo van a usar en su forma transdérmico, ya que quien vaya a usarlo de otra forma, ha de contar con cantidades distintas.

El parche es una superficie plástica impregnada que libera en proporción a la superficie del mismo y de piel que toca, pero en el parche no hay la cantidad exacta que debe liberar en 2 o 3 días de uso transdérmico sino mucha más, para que la liberación esos días sea un asunto constante y que no se vaya reduciendo a medida que pasan el tiempo que ha de funcionar.



Otro parche de 25 mcgs/h.


Lo cierto es que cada fabricante de parches de fentanilo hace sus parches con una cantidad distinta (no suelen variar demasiado pero es importante saberlo) en el total que pone en el producto.

En este caso, buscamos el prospecto del esta presentación y vemos que cada parche de 25 microgramos a la hora trae 4'12 miligramos en total y el de 50 microgramos a la hora trae el doble, un total de 8'25 miligramos.


Divisiones de 1/2 parche, 
1/4 de parche y 
3 trozos de 1/12 de 
parche de 25 mcgs/h.


El antídoto, es como en los demás opioides, la naloxona IV, IM o nebulizada ya que no es activa por vía oral. Y al tratar con una sustancia como esta es muy recomendable que esté a nuestro alcance en manos de una persona que tiene el material y la pericia técnica como para utilizarla en una emergencia mientras llama a una ambulancia (siempre se avisa a personal médico tras la administración de naloxona ya que su efecto se va en pocos minutos).


Un trozo de 1/4 de parche de 25 microgramos/h y otro de 1/12.




2- Busca el lugar, el momento y las personas adecuadas: algo imprescindible con todas las nuevas drogas que vayamos a probar. En función del tipo de droga, el efecto esperado, los riesgos asociados y un grado extra sobre incertidumbres que siempre pueden ocurrir, debemos buscar el grupo o la persona con quien la tomaremos. 

Nunca es bueno probar una droga por primera vez sin supervisión de otras personas con cierta experiencia o, al menos, con ciertos conocimientos para saber cómo reaccionar si hubiera un problema. 




Trozo de 333 microgramos totales 
de fentanilo en parche 
sobre papel de plata 
listo para ser fumado

Hay que encontrar al canguro o canguros que nos den confianza para hacerlo y que al mismo tiempo puedan tomar el control y actuar si lo vieran necesario, y eso lo podemos encontrar en nuestro grupo de confianza. La persona o personas que escojamos tienen que saber qué droga y en qué dosis la vamos a tomar y la mayor cantidad de información útil que pueda servirles para reaccionar ante un problema.



El mismo trozo que había pegado 
en la foto anterior, ya fumado.


Es normal que muchas personas no quieran decir a nadie que toman drogas, o ciertas drogas, pero el riesgo que se asume quien se ponga a experimentar con fentanilo sin una cierta supervisión hasta que pueda decir que conoce a fondo es muy alto. En el mejor de los casos no necesitaremos a nadie, es cierto. Pero en otros podremos necesitar una ambulancia. 

¿Cuánto valoras tu vida? Cuenta siempre con una persona que esté ejerciendo la función de control, por tu propio interés, hasta que sepas con qué te estás metiendo exactamente.



Parche de 50 microgramos/hora 
que es el doble de grande 
en superficie que el 
de 25 microgramos/hora


El lugar también tiene su importancia. Encuentra un sitio donde no puedas ser molestado, donde no estés accesible para otros que no saben -ni tienen por qué saber- si estás colocado o no, y donde no haya materiales con los que te puedas hacer daño cuando estés bajo el efecto de un droga psicoactiva. 

Es bueno que el sitio nos haga sentir cómodos porque eso influirá en la experiencia y cosas como poder contar con nuestra música o nuestro cómodo WC pueden tener una importancia especial en esos estados.



Trozos con distintas dosificaciones de parches de fentanilo.


El momento acaba siendo un acuerdo entre las opciones y las posibilidades. Pero de todas formas recuerda que aunque un momento parezca el perfecto para experimentar con una droga, hasta el último instante eres un adulto capaz de decidir no tomarla, sin que eso represente ningún problema. Si por la razón que sea no quieres hacerlo, sea el momento que sea, siempre puedes (y debes) parar.



Manejando un parche de 50 microgramos/hora de fentanilo


Elige en función de la hora, de las llamadas habituales al móvil (un problema que antes no existía) y de todas esas mismas variables que tendrías que mirar para elegir qué 4 o 5 horas puedes tomarte para desaparecer para el mundo. Haz que todo lo que no es la sustancia en sí misma, sea algo pensado para darte tranquilidad y hacerte sentir cómodo durante la experiencia.


3- Prepara el material y retira el que no deba estar cerca de ti: llegado el momento prepara el material que vayas a necesitar, como en este caso se va a fumar el fentanilo sobre plata necesitaremos pues papel de plata, mecheros, unas tijeras para cortar las dosis y poco más. En este punto cabe mencionar lo especialmente interesante que resulta tener unas tijeras de punta sin pico, que no puedan clavarse.



Cortando el de 50 microgramos a la mitad.


Al estar consumiendo opioides es normal quedarse cabeceando o dormitando bajo sus efectos, y si eso ocurre mientras tienes unas tijeras en las manos (porque estabas cortando algo, como un parche) y caes inconsciente sobre ellas, puedes desde que no pase nada a sacarte un ojo, metértelas por el cuello o seccionarte un vaso sanguíneo y morir en pocos instantes. 

Esto que parece un consejo menor no debe ser tomado a la ligera usando un anestésico: son frecuentes los accidentes debidos a que la persona que estaba bajo los efectos y consumiendo se queda dormida de pie y en mitad de una frase, con todo lo que ello puede implicar de catástrofe.



Medio parche de 50 microgramos/h que equivale a uno de 25 microgramos/h.


Consideraciones similares se podrían hacer a todo uso de elementos peligrosos, punzantes o cortantes, grandes bultos, explosivos, combustibles, cocinas y laboratorios, otras drogas y alcohol, benzos y agonistas GABA especialmente -drogas depresoras del SNC- ya que no van nada bien con los opioides, vehículos, etc. Bajo el efecto de drogas así, debemos tener lejos todo material peligroso, porque nada bueno puede salir de mezclar ambas cosas.




Sujetando un trozo de parche para extraer el fentanilo.


Es un buen consejo tratándose de tijeras y consumo de fentanilo tener ambas cosas en sitios separados. Las dosis se pueden preparar en un lugar previamente y consumirse en otro.

Fíjate unos límites previamente (una vez que empiezas es más difícil) y dáselos a conocer a quien está a tu cuidado, incluso pactándolos previamente, para que no te deje consumir más allá de lo planeado en un primer momento.




Raspando ligeramente 
la superficie pegajosa del parche 
se despega la mezcla que 
contiene el fentanilo.


4-Entrando en contacto con la sustancia: siempre que probemos una sustancia nueva, y con más motivo cuanto más nueva sea en su estructura química y menos características podamos inferir previamente de otras sustancias análogas, debemos hacer una prueba de alergia

Nadie sabe si es alérgico a una sustancia, el veneno de un animal o una comida hasta que no entra en contacto con el producto.


Esa linea más oscura 
que cruza el parche 
es el pegamento de fentanilo 
que vamos retirando


La alergia es una reacción por la que el producto que consumimos provoca en el cuerpo la liberación de una serie de mecanismos inmunitarios que, lejos de ayudarnos, pueden poner en peligro nuestra vida y, dependiendo de la severidad de la alergia y la cantidad de alérgeno, matarnos en pocos minutos si no contamos con remedios y material para actuar. Las alergias matan (independientemente de cuál sea el alérgeno) por un choque anafiláctico y colapso orgánico, si no se tratan adecuadamente y rápido por personal entrenado.




El pegamento de fentanilo extraído 
ya fuera del parche, 
con un color oscuro.


Para evitar tomar una dosis activa de una droga que no sabemos si puede resultar un alérgeno para nosotros, tomamos como prueba una dosis NO ACTIVA para ver cualquier tipo de reacción que indique una reacción alérgica. En este caso, como la presentación es la de un parche, cortaremos una dosis ínfima, algo así como un trozo de 1 milímetro por 1 milímetro de parche (milímetro, no centímetro) y lo pondremos adherido sobre nuestra piel. 



Esa bolita oscura contiene unos 2 miligramos de fentanilo.


La cantidad de sustancia que el parche de ese tamaño liberará en nuestro cuerpo es insuficiente para provocar un efecto debido a la droga en sí misma, por lo que un fuerte enrojecimiento e hinchazón de la zona donde pusiéramos el parche al cabo de un hora o así sería la mejor señal de que ese parche contiene un alérgeno para nosotros (que puede ser el principio activo o no serlo y ser un excipiente, pero el riesgo es el mismo para nuestra salud). 

Si tienes una respuesta positiva en una prueba de alergia a una droga o a una mezcla preparada, nunca puedes tomarla, porque supondrá tu muerte, con casi toda seguridad, ya que ingerirás una cantidad masiva de alérgeno al consumirla.



Fumando un trozo de pegamento de fentanilo sobre plata.


En caso de que la prueba de alergia no presente ninguna reacción, entenderemos que en principio no estamos ante un alérgeno peligroso para nosotros y podremos seguir adelante con nuestro experimento.


El trozo de pegamento de fentanilo, 
ya fumado sobre plata.


5- Rutas y formas de administración: para empezar dejar claro que, aunque es posible extraer el fentanilo y usarlo inyectado, no aconsejamos que nadie bajo ningún concepto pruebe a inyectarse a sí mismo, o a otros, fuera de unas instalaciones hospitalarias con el material y personal adecuado. 



Estirando un trozo de 
pegamento de fentanilo...
tiene consistencia, eh?


El fentanilo es un opioide tan potente que no se administra a quien no tiene una larga experiencia con otros opioides, y sus riesgos fuera de un hospital son más parecidos a los de un anestésico general que a los de un simple agonista opioide.



Otro foto de consumo de fentanilo fumado.


De la misma forma que no recomendamos que nadie use derivados del fentanilo inyectados, lo mismo aconsejaríamos de otras sustancias, como puede ser el propofol, que nada tienen que ver con esa familia química, cuyos riesgos en la administración fuera de hospital lo hacen inadmisible (para el público en general) como droga recreativa.



Un trozo de parche de fentanilo 
sujeto sobre esparadrapo 
para que sea más fácil 
retirarle el principio activo 
mediante el raspado suave.


Pregúntenle a Michael Jackson –y eso que contaba con material de emergencia y un médico para él solito- que ni sus precauciones y su riqueza fueron suficientes para salvarle de que se quedase dormido para siempre, entre los 'sueños eróticos del propofol'.





Extrayendo hasta el borde 
el pegamento de fentanilo 
de ese trozo de parche.


Descartada toda vía con jeringuillas, nos quedan dos posibles vías: la oral/bucal y la pulmonar/inhalada.

Como estamos hablando de parches farmacéuticos de fentanilo, es posible recortar un trozo de parche con una cantidad conocida de principio activo. 

La operación es una simple regla de tres con el total contenido en el parche, la superficie total y la cantidad que deseamos tomar que nos darán como resultado los milímetros cuadrados (si operamos en esa unidad de medida) que necesitamos tomar. 

Si no sabes lo que es una regla de tres, deja de leer esto, no te acerques a las droga y busca alguien que te enseñe aritmética básica.



En la punta de la navaja, 
el resultado con un euro al lado 
para ver su tamaño.


Si recortamos un trozo del parche para usarlo por la boca debemos recordar que el 85% del fentanilo se destruye al pasar por el hígado si lo tragamos, así que el objetivo es que la dosis que hayamos decidido tomar pase por nuestra mucosa bucal, sin ser tragada. 

Masticando el parche y dadas las condiciones del medio (la boca) el principio activo se liberará mucho más rápido que cuando está sobre la piel (por la saliva y el calor) y parte irá a nuestro estómago con la saliva y otra parte será absorbido por la mucosa.



Intentando cortar en trozos 
el pegamento de fentanilo extraído.


El principio es el mismo que el de un secante de fentanilo o de otro compuesto análogo, pero teniendo en cuenta que del parche, por cómo está hecho, tardará más en liberarse (como ocurre con las piruletas faramacéuticas de fentanilo). Sirva como referente que cuando se venden secantes en Silk Road, dicen contener 200 microgramos (sin análisis que lo certifique no se puede aseverar).
Puede servir como dosis inicial, pero seguramente la mitad también serviría.



El resultado, 3 trozos desiguales.


Los efectos por vía oral, cuando se alcanza una dosis suficiente, son similares a los de otros muchos opioides, que anulan del dolor, disipan preocupaciones, relajan, producen una depresión general en el cuerpo en la que todo se ralentiza, y no sus efectos difieren apenas de otros compuestos como la morfina o la oxicodona. 

La mayor diferencia frente a otros opioides es que el fentanilo no suele producir estreñimiento sino que en ocasiones provoca diarrea. Lo opuesto a sus compañeros mórficos. Esto se debe a que el fentanilo apenas tiene acción sobre la motilidad intestinal, y al no reducirla el bolo alimenticio no llega a perder tanta agua como para producirse el estreñimiento.



Partir una sustancia que 
es pegajosa y pequeña, como un moco, 
no da para precisiones.


La otra vía es la pulmonar, vía que no se debe despreciar por su potencia y velocidad de efecto, y que tampoco presenta excesiva complejidad para usarse de forma casera. 

La forma más común de fumar los parches de fentanilo es recortar previamente el trozo o trozos que queramos en las dosis adecuadas, y posteriormente pegarlos (retirándoles el trozo de plástico protector) en un trozo de papel de plata, al estilo de los 'chinos' de heroína. Se les aplica calor con un mechero por debajo del papel de plata provocando la evaporación de los compuestos existentes.



Fijaos lo finos que son los parches de fentanilo.


Hay algunos textos que dicen que no es posible fumar fentanilo porque se destruye con el calor. Desconozco los porcentajes que se pueden destruir o no por calor, según si está en forma de base, de clorhidrato, de citrato, etc. Pero no tengo duda alguna de que el fentanilo que hay en los parches, fumado aplicándole calor sobre una superficie (la que sea) o en una pipa adecuada, es plena e intensamente activo: tanto como para poder dejarte inconsciente con una sola calada. Y mi impresión es que aunque la absorción pulmonar nunca es del 100%, no es mucho el producto que se puede destruir al aplicarle el calor y ser evaporado, por los efectos percibidos.



A veces las provisiones 
vienen de donde uno menos se lo espera, eh? ;)


6- Reducción de daños dentro del consumo pulmonar de fentanilo: al aplicar un trozo de parche sobre el papel de plata, aplicamos el pegamento que tiene el principio activo y también la matriz de polímero plástico. No he buscado estudios sobre la salud en cuanto a las ventajas o desventajas de fumar polímeros plásticos (como una bolsa de la basura) pero tengo claro que sus efectos sobre las vías respiratorias no pueden ser de ninguna forma buenos, ni para garganta ni para pulmones, ni para el resto del organismo al estar fumando lo que sale de la descomposición por combustión de un polímero plástico. Y mientras que en una dosis de parche puede haber -por ejemplo- 200 microgramos de fentanilo, a lo mejor hay 30 veces más de plástico, pero al fumarlo de esa forma, fumas todo lo que allí se produce. Un daño claro y algo que se puede evitar con poco trabajo y sin material especial.



Pegamento de fentanilo 
extraído de un trozo 
de parche con unos
2 miligramos de compuesto.



Con cuidado y buenas manos, podemos separar la capa adhesiva que contiene el fentanilo del parche de su matriz de plástico. De esta forma nos ahorramos fumar un montón de compuestos nada sanos y seguramente cancerígenos, o al menos reducimos su número de una forma apabullante.

Basta con poner el parche o una sección previamente cortada de él en función de la dosis final sobre una superficie dura e ir suavemente raspando su cara interna (la que tiene el pegamento) de forma repetida y en la misma dirección.



Debemos extremar el cuidado 
al tratar drogas así, 
porque en un trozo de ese tamaño 
hay suficiente fentanilo para matar 
a un humano o a tu mascota si lo ingiere.



Esto tiene que hacerse con el cuidado necesario para no atravesar el plástico, por eso no es buena idea usar elementos con punta, sino elementos lisos y no demasiado afilados. Nos puede valer una pequeña navajita o un cuchillo que no sea de sierra, para raspar hasta acumular todo el pegamento en una pequeña bolita, cuyo mayor parecido es con un moco de la nariz.


Recomiendo cortar previamente el parche en dosis intermedias, porque no es igual de preciso tener que hacer varios trozos de un parche plástico que tener que hacerlos de un moco pegajoso, con lo que a la hora de dosificarlo agradeceremos que se haya hecho sabiendo cuánto es el tope máximo de principio activo por cada trozo cortado y “pelado”. Dicho de otra forma: cuanta droga hay en ese moco.

Una vez realizado este procedimiento, obtendremos lo que llaman 'fenta-glue' o pegamento de fentanilo y que se puede usar para fumarlo sin tener que fumar la matriz de polímero plástico.



Fumando unos trozos de pegamento de fentanilo.


Llegados a este punto hay que incluir una reflexión para todos los que entren en contacto con estas drogas. Si en un “moco” del tamaño de una lenteja pequeña puedo juntar suficiente cantidad de algo como para matar a una persona, niño o adulto, a una mascota o a mí mismo, deberemos comportarnos con la responsabilidad que se deriva de estar manejando algo así de peligroso: máxima seguridad y nunca niños o animales cerca cuando manipulemos estas sustancias. 

Como adultos que somos, con nuestros actos tenemos derecho a poner en peligro nuestras vidas pero sólo si no ponemos en peligro la de terceross ajenos a nuestra actividad.


7- Efectos, efectos secundarios, primeras veces, tolerancia-adicción, experiencias de usuarios, combos con otras drogas y miscelánea diversa.

Si a pesar de haber leído todo lo anterior sobre estas drogas como el fentanilo, piensas usarlas y asumes el riesgo que supone usarlas, este relato te puede ser útil.

Los efectos del fentanilo, en una descripción rápida, son aquellos mismos de la heroína o de otros opioides similares, de forma mucho más potente que estos. Cabe destacar que el fentanilo es el opioide capaz de crear tolerancia a sus efectos más rápido: la dosis que hoy te puede tener horas cabeceando, en pocos días no te hará casi nada. Aunque como cada sustancia tiene sus propias peculiaridades.

Las primeras veces que se consume fentanilo fumado tiene una cualidad especial la experiencia. Tal vez sea parte de la expectativa pero hay facetas de su efecto que no se vuelven a repetir cuando el uso se hace crónico. 

Una de esas facetas que me sorprendió fue su capacidad para inducir estados entre la anestesia opioide y un mundo de visiones geométricas, de colores azules y amarillos predominantemente en mi caso, con relativamente poca cantidad del producto. 

En aquellos momentos, el término opioide psiquedélico me parecía divertidamente acertado. Ahora no creo que se le pueda poner dicho nombre, aunque reconozco que tiene algunas capacidades que no he visto en ningún otro opiáceo u opioide y sí las había encontrado en las mezclas orales de opio y hashís.

Como se ve en las fotografías, normalmente las dosis usadas para ser fumadas sobre plata rondaban los 350 microgramos en su peso bruto en el parche. Eran aproximadamente 1/12 (una doceava) parte de un parche que contiene 4 miligramos. El fentanilo tiene una dosis letal media (LD50) para humanos de 0'03 mg/kg. 

Eso quiere decir que para un humano de 70 kilos, una dosis de 2 miligramos, le da un 50% de probabilidades de salir vivo.
¿Cuánto son 2 miligramos en un parche? Pues en este tipo de parches, el principio activo que hay en medio parche de 25 mcgs/h o uno de 12 mcgs/h.

Por supuesto hablamos de dosis activas, contables, en sangre. Dos miligramos de fentanilo, que serían mortales para cualquier niño y para algunos adultos, si se ingieren y van al estómago, quedarán reducidos (por suerte) a unos 300 microgramos en su metabolismo hepático, y eso provocará un gran colocón pero no le matará.

En cuanto a la vía pulmonar, es difícil cuantificar la cantidad que estás absorbiendo del fármaco y cuánta se puede estar destruyendo o perdiendo al espirar el aire inhalado. Aunque existen inhaladores de fentanilo, no se pueden extrapolar sus datos a esta situación porque la forma de administración aunque es pulmonar también no es comparable. Pero tened en cuenta siempre que sus efectos duran como poco unas 2 horas (puede que hasta 3 ó 4) aunque el efecto máximo se nota sobre unos pocos minutos tras haber fumado un trozo. El efecto en general llega tan pronto como exhalas los vapores inhalados (igual que en el caso de heroína o cocaína). Este pico temprano de los efectos hace que la persona tienda a redosificar repetidas veces, sin ser muy consciente (o nada consciente) de que va acumulando fentanilo en su sangre.

A diferencia que con la heroína, que vas fumándola pero puedes ir viendo como progresivamente vas metiéndote más en un estado de semisueño y cabeceo, con el fentanilo esa progresión no queda tan fácilmente a la vista. Más bien tiende a ocurrir que en un inadvertido momento, en que tu cuerpo ha alcanzado una cantidad determinada de fentanilo en su sistema, se comporta como el anestésico que es, dejándote fuera de combate... por unos minutos, unas horas, o para siempre (eso dependerá de la dosis, entre otras cosas).

Por decirlo de otra forma, hay dos maneras de consumir el fentanilo: una sería buscando un cierto estado opioide en el que estar activo y disfrutando del mismo, y la otra es la que te lleva directamente a la inconsciencia fisiológica.

Lo lógico es utilizar la cantidad dispuesta previamente y no hacer excepciones posteriores cuando se está bajo el efecto de la droga, pero por experiencia he visto que la tendencia a redosificar con una nueva calada de la droga es muy alta y es bastante sencillo llegar a quedar inconsciente, con un cigarro metido en una oreja o en el pelo, o con las tijeras sosteniendo tu cuello... hablamos de situaciones que son tanto o más peligrosas que las del efecto fisiológico de la droga y que no se deben despreciar, situaciones en que podemos matarnos o provocar un incendio. 

La necesidad de una persona que esté al cuidado y control de nosotros es máxima cuando nos acercamos a drogas de esta potencia las primeras veces, y puede salvarnos la vida su presencia.

Otra cosa que refieren los fumadores de fentanilo son los fuertes vómitos y náuseas que provoca, que muchos asocian y atesoran como las primeras veces que les ocurrió cuando consumieron heroína. Es cierto que el fentanilo, en cuanto sobrepasas una cierta cantidad, estimula el vómito hasta vaciar tu estómago, tu vesícula biliar y cualquier otro órgano vaciable de tu interior. Y es cierto. Este es uno de sus mayores peligros.

El fentanilo provoca vómitos intensos y repetidos que no permiten tener nada en el estómago. Si esto nos ocurre cuando estamos inconscientes debido al efecto del fentanilo, podemos morir por asfixia al aspirar nuestro vómito

Es recomendable tener el estómago totalmente vacío antes de fumar fentanilo para evitar situaciones de peligro de muerte. Esto es una de las principales cuestiones a vigilar por quien esté cuidando a la persona, que no quede dormido boca arriba y que pueda asfixiarse con el vómito.

¿A qué grado de inconsciencia se llega fumando fentanilo? A uno muy alto. Es un anestésico, y mata con relativa facilidad. Nunca lo olvides.
Por mi experiencia si alguien te toca o te llama (y no estás en sobredosis) te despiertas aunque te puedes volver a dormir en unos segundos, pero seguramente con mayores dosis esto no sea así.
¿Cómo saber si una persona está dormida o está a punto de morir por una sobredosis de fentanilo?


Trozo de pegamento de fentanilo 
dispuesto al lado de un tubo
 sobre plata para ser fumado.


Es una notable pregunta ya que es frecuente que los usuarios de fentanilo fumado caigan en esos estados de inconsciencia, normalmente en la cama, y que con la frecuencia uno aprende a ver venir y adquiere cierto manejo sobre ellos (siempre limitado). 

Pero para el cuidador puede ser un problema decidir si ha de llamar a una ambulancia tras administrarte la naloxona si es que la tiene disponible, o si por el contrario estás en uno de los lugares oníricos que recorres bajo los efectos del fentanilo.

Como consumidores siempre hay tener que tener en cuenta que la persona a nuestro cuidado debe tener la última palabra si es de nuestra confianza y tiene las instrucciones oportunas (si no es así, no merece la pena como cuidador). 

Y siempre que una persona está en un estado de inconsciencia en que no responde a estímulos (que te agarren, que te griten, que te den un par de tortas como último recurso de prueba) se debe avisar a una ambulancia y procurar mantener al paciente en una posición tumbado sobre su costado y de lado, para que en caso de vómito las vías aéreas estén despejadas y no se provoque las asfixia. 

El control y la vigilancia ha de ser constante. En caso de que esta situación se haya provocado por el abuso de un opioide (el que sea) y si disponemos de el antídoto naloxona, bien en forma inyectable o en forma de nebulizador y sabemos cómo usarlo, es el momento de hacerlo para salvarle la vida a la persona sin olvidar de llamar al 112 inmediatamente después y mantenerse al lado de la persona procurando mantenerla lo más despierta posible, con todo tipo de estímulos molestos que sirvan para aumentar su nivel de activación y ayuden a evitar morir dormido.

En caso de duda siempre es preferible pecar de excesiva protección que de lo contrario: si no estás seguro, llama a los servicios de emergencia. Nada te pasará a ti o a la persona por nada de lo que estáis haciendo. Esto no es como los USA donde en muchos lugares la gente no llama a las ambulancias para no ser detenidos y encarcelados después, por ser consumidores de drogas. Esto todavía no es USA y la vida de una persona no está por encima de sus conductas con las drogas.


En cuanto a combinaciones de fentanilo con otras drogas, está totalmente desaconsejado mezclar fentanilo con otros opioides, benzodiacepinas, barbitúricos, agonistas GABA, alcohol y otros depresores. El efecto sinérgico potenciará los efectos de ambas drogas, moviendo lo que sería una intoxicación de nivel X a ser una intoxicación de nivel 10 veces mayor.

La mayoría de las muertes en las que hay opioides implicados, cuentan también con benzodiacepinas y alcohol en la mayor parte de los casos. El uso de benzodiacepinas es especialmente peligroso y desaconsejado (incluso para los que tienen tolerancia a las mismas) en la mezcla con fentanilo. Mezclarlas conduce a la muerte con facilidad.

La mezcla de fentanilo con estimulantes presenta características similares a otros ejemplos de 'speedball' bien sean con cocaína o con anfetamina u otro estimulante, en los que los límites habituales de ambas drogas se exceden con el apoyo y efectos de la mezcla de estimulante y depresor. 

Es una práctica peligrosa sobre todo cuando los efectos del estimulante son de duración más breve que los del depresor, porque cuando el efecto del estimulante desaparezca nos veremos sobrepasados por el efecto del opioide que aún tenemos activo en nuestro cuerpo y en ese momento podemos encontrar una sobredosis que antes no hubiéramos visto venir.

No puedo hablar de la combinación de fentanilo con disociativos, psiquedélicos y entactógenos porque la desconozco. Lo más psiquedélico que he tomado junto con el fentanilo es cannabis.

El cannabis se merece un apartado en este punto. Si bien es una droga que comparte acciones depresoras sobre el SNC y es evidente que potencia los efectos del fentanilo -se tome por la vía que se tome- como ocurre con otros opioides, tiene la ventaja que ser un estupendo antiemético (evita los vómitos).

A la hora de probar por primera vez algo no recomiendo nunca que se mezclen dos sustancias, pero posteriormente y si la persona tiene experiencia con el cannabis, podrá aprovechar sus características para evitar convertir la experiencia en un cuadro de vómitos que no lo hacen nada agradable. La mejor forma, según mi experiencia, de usar el cannabis para evitar los vómitos no es fumar a la vez que se fuma la otra sustancia, sino haber fumado previamente y haber dejado que los efectos psicoactivos se desvanecieran en su mayor parte o totalmente antes de fumar. 

De esta forma los vómitos pueden ser evitados y además, es necesaria menor cantidad del opioide para conseguir los mismos efectos.



Si ya estamos vomitando tras haber fumado fentanilo, lo mejor es dejar de consumir durante al menos un par de horas y no intentar fumar nada más en ese estado porque en un primer momento el efecto del cannabis al aumentar sinérgicamente la potencia del fentanilo, aumentará los vómitos. En cuanto al tabaco/nicotina, no he notado interacción alguna ni tampoco un cambio en el apetito a la hora de consumir nicotina.

El fentanilo fumado de esta forma, a pesar de su potencia, es una sustancia que pide redosificar varias veces, y cada vez de forma menos consciente de su acumulación en nuestro cuerpo. Bajo los efectos del fentanilo es muy común saltarse las normas establecidas por nosotros mismos en cuanto a los límites marcados previamente a su consumo. 

La figura de un cuidador al que respetemos (y se pueda hacer respetar si nos ponemos tontos) es esencial para no caer en una espiral de redosificaciones de dosis sucesivas que han llevado a muchos usuarios de esta droga a morir. Y no eran "novatos que no sabían lo que hacían". De hecho el fentanilo sólo debe ser consumido por aquellos que tienen una amplia y fuerte tolerancia previa al uso de narcóticos agonistas opioides. 

Si crees que no puedes morir porque una sustancia determinada la consumes fumada, te equivocas: matarse usando fentanilo de forma recreativa, fuera del control y las pautas de un especialista, es bastante sencillo. 

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Symp.
Cuidaos. Sos queremos.

PS: Muchas gracias a David Nutt y al Comité independiente de científicos que están en @Drug_Science por la difusión del anterior artículo. Thanks a lot!! :)