No hemos tocado fondo aún... y siempre se puede cavar.
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Jeffrey Pendleton: Jodido Negro Indigente.
Hola, me llamo Jeffrey y soy un negro
indigente, sin casa ni trabajo, que no tengo derecho a existir. O tal
vez sólo tengo derecho a existir... si existo sin tener derechos.
Eso
ha intentado hacerme creer la policía a lo largo de mi vida, daba
igual dónde porque la historia era siempre igual: ellos mandan y si
no les gusta cómo obedeces -o si no obedeces- se desahogarán contra
ti, con una paliza en el calabozo, o usando el sistema legal de forma
leguleya para causar intencionalmente daño. A veces también aunque obedezcas, te hacen el saco de los golpes con el que se divierten.
En realidad no soy lo que ellos quieren
que sea, y eso no lo han soportado nunca. Pueden hacerme daño físico
o pueden echarme encima al sistema, pero no han conseguido romperme y
hacer de mí un animal asustado que resultase domesticable y
adiestrable para sus fines. De hecho, fui un chico como tú. Tuve una
infancia difícil, porque era uno de los muchos hijos de una madre
negra soltera en la pobreza de “la pesadilla americana”. Pero nos
crió y nos sacó adelante. Terminé el instituto e incluso llegue a
recibir formación universitaria. Y hasta me casé con una compañera,
pero el matrimonio nos superó a ambos y acabamos -como otros tantas
parejas jóvenes- separados al poco tiempo.
La ruptura de la pareja, junto con los
empleos de baja calidad a los que podía tener acceso, con salarios
miserables y abusos constante, fueron la rampa cuesta abajo que se
me presentó como vida y que, a pesar de que no he
dejado nunca de luchar, me llevó a tener que perder hasta mi techo y
convertirme en un “homeless” más.
Al principio viví un año en
una tienda de campaña, pero aunque intentes mantener una vida
normal, vivir en la calle te pasa un factura que no se casa con
comodidades como esa. Después, he tenido que sobrevivir como otros
muchos, luchando cada día y pidiendo ayuda (ya que trabajo no me
dan), pero nunca he cometido un delito porque considero que ser pobre
no me da derecho a ello.
Es feo pedir, pero peor es robar,
dicen...
Lo cierto es que a la policía de la pequeña ciudad donde
“resido” no le parecía bien que pidiéramos, ellos preferían
que nos muriéramos de hambre en la puta calle.
Pero a mí que,
aunque soy un negro lo soy con inteligencia, formación y coraje, no
me parecía bien eso de que unos pistoleros armados a sueldo del
estado fueran a forzarnos a desaparecer para su comodidad. Ellos nos
acosaron, durante meses, por pedir dinero para comer de forma
pacífica en la calle. Mi cartel decía “estoy sin casa y
buscándome la vida”, como forma de indicar al viandante, de forma
pacífica y no invasiva, que era un ser humano -negro, sí, pero
humano a pesar de los maderos y el sistema- solicitando ayuda básica
en una situación de extrema necesidad.
Fui detenido, golpeado, insultado,
amenazado, robado, sufrí cacheos arbitrarios que incluían "registro de orificios” (en el que unos policías te sujetan y otro
con guantes te mete dos dedos dentro de tu culo y busca dentro, por
si escondes una caja fuerte ahí) y todo tipo de humillaciones, que
no sirvieron para doblegarme. De hecho me crecí. Y sin miedo les
denuncié.
Yo, el negro indigente, denunciando a la policía de la
ciudad.
Y lo mejor todo, ganando la batalla y forzando a la policía
a que dejase en paz a aquellos que tenemos la mala suerte de tener
que pedir para sobrevivir. Ellos quisieron llegar a un acuerdo que
incluía una nueva política de trato para estas personas, y yo cedí
porque había conseguido que ganase la comunidad: todos habíamos
ganado con una policía que dejase de perseguir, acosar, robar y
violar mendigos por el simple hecho de ser pobres y sin recursos.
Incluso tuvieron que pagarme unos cuantos miles de dólares que,
obviamente, no disfruté ya que fueron para los abogados que llevaron
el caso.
No era la primera vez que me había
enfrentado a los abusos policiales, porque ya en otra ocasión había
sido denunciado por la policía, encarcelado y encausado, por negarme
a obedecer una orden verbal, por la que una pareja de policías
decidía prohibirme pasar por una zona de acceso público. ¿La
razón? Ja, pues la de siempre, un JNI: jodido negro indigente.
Pero
no quise rendirme y aceptar el castigo, así que planté cara y el
asunto sentó un precedente legal sobre la capacidad de la policía a
dictaminar, a su antojo, sobre el acceso a lugares públicos. Y
también acabaron pactando y entregando otra suma de dinero que, de
nuevo, se quedaron los abogados por su trabajo. Y es que ser pobre en
USA es muy caro. Me encanta ver -cuando tengo acceso- el programa de
John Oliver por sus mordaces y honestos enfoques, y no consigo
olvidar el día que contaba nuestra realidad y la de la justicia
americana: cómo
éramos encarcelados -con el coste que eso supone para el estado y
los contribuyentes- por el simple hecho de no tener dinero para
pagar los costes legales de la defensa legal que, en teoría es un
derecho constitucional, tienen que facilitarte si has de enfrentar un
juicio. Todo eso es mentira y sólo sirve para que los ricos que
están en sus casas de barrios protegidos, crean que la justicia es
igual para todos. Es parte de nuestra pesadilla, porque vivimos en un
sistema que mientras considera que eres suficientemente pobre para
recibir “bonos para comida”, no eres suficientemente pobre para
acceder a la justicia con abogado de oficio. Y a veces creo que es
mejor, porque ahora mismo hay 43 estados de USA en los que se te
cobran los gastos legales de tu defensa y si no tienes dinero para
pagarlos, vas a la cárcel aunque no seas declarado culpable por el
juez.
A un amigo que estaba con una
enfermedad terminal del pulmón, le detuvieron por no poder pagar los
gastos de un juicio anterior y le metieron en la cárcel, pero estaba
tan mal que fue llevado al hospital.
Detenido por no tener dinero,
además de la cárcel, le metieron una multa mayor, que si no pudo
pagar -ni a plazos- su defensa legal anterior ahora lo haría ya
imposible. ¿Cuántas veces consecutivas te pueden detener por no
tener dinero para pagarles por la detención anterior, y además
volver a facturarte por ello? Sé que al que no sea de aquí y
conozca la realidad, esto le sonará a chiste, pero de broma no tiene
nada y ésta es la realidad con la que nos hacen vivir.
La última de mis aventuras no elegidas
con la policía, ésta desde la que todavía os hablo, se debió a
unos gramos de marihuana. Ya sé que es legal en medio país, y que
se vende en lujosas tiendas a precios espectaculares, pero la ley
nunca fue igual para todos y esto es sólo otra excepción más. Me
cogieron con unos porros en una bolsa y, además de quitármelos, mis
queridos 'hamigos' de la policía me esposaron, me metieron a golpes
-como siempre que pueden- en el coche patrulla y sin dejar de meterme
codazos durante el camino, me llevaron al calabozo para presentar
cargos contra mí. Fui puesto ante el juez, quien decretó mi
libertad bajo fianza de 100 dólares. ¿Bien, no? NO.
Para ti puede que 100 pavos sea algo
asequible -y que si no los tienes puedas pedirlos- para evitar entrar
en la cárcel. Pero no para mí, no ahora. Al ganar aquel proceso
contra la policía, gané el derecho a pedir en la calle pero eso no
te pone en un nivel en el que puedas tener 100 dólares para pagar
una fianza. Y como dije antes, los pobres vamos a la cárcel por el
simple hecho de no tener dinero, aunque eso sea totalmente
inconstitucional, ya que de algo hay que mantener el sistema de
prisiones privadas y todo el entramado de parásitos que viven de él.
Y aunque nosotros no podamos pagar, somos la excusa para que el
contribuyente pague: ni siquiera les interesamos para explotarnos,
sólo somos cebo en su pesca deportiva de dinero público para fines
privados.
La cosa es que aquí estoy, preso, sin
nada que hacer y sometido físicamente a los antojos del grupo de
carceleros que, se supone, están pagados para cuidarme entre otras
cosas. Aunque algo ha debido de pasar en algún momento, porque me
siento extrañamente ligero, y con un gran sentimiento de paz.
Y eso
no tiene sentido, porque lo último que recuerdo ahora mismo es que
entraron en la celda los carceleros y recuerdo que me dijeron entre
risas: “ahora te vas a enterar de lo que es denunciar a la policía,
negro de mierda”.
Recuerdo un golpe cerca de mi cabeza y un sonido
agudo que precedió a mi pérdida de conciencia, y a esta sensación
de felicidad que me embriaga ahora en este estado en el que ya no
siento dolor, ni odio o rabia, ni miedo, ni nada negativo. Aquella
luz -que veo sin abrir mis ojos- es el lugar al que ahora ya me
dirijo...