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miércoles, 31 de julio de 2024

Cuando la Guardia Civil te devuelve un paquete con 7 porros de yerba!! Historia insólita y real.

 La Guardia Civil nos devolvió 7 porros de yerba... y la denunciamos!! Increíble pero real.


Esta historia es real. Le ocurrió al que aquí escribe, que iba como conductor, y a un amigo que iba de copiloto a un concierto de Jarfaiter y Denom en el pueblo asturiano de Llanes en el año 2016. Tuvimos un incidente en la carretera que apuntaba a ser el fin del viaje, pero.... sucedió algo increíble. No sólo no nos quitaron el coche, ni nos hicieron drogotest, sino que nos devolvieron un paquete con 7 porros de 2 gramos de yerba cada uno (trompetones). Pero ahí no terminó la cosa.


Aquí os dejo el relato el inicio del asunto, y del final: delante de un juez que -milagrosamente- nos dio la razón y se la quitó a la Guardia Civil, con la ayuda de Recurreitor "Carlos Nieto" el abogado. Espero que la disfrutéis y que sirva para que veáis que nunca hay que rendirse con las injusticias.

Así fue publicada en su día.



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El día 16 de septiembre de 2016, dos personas salían de Salamanca para dirigirse a Llanes - un pueblo de Asturias- para ver un concierto que se celebraba en dicho lugar. Hacían el viaje en el coche de uno de ellos, de 42 años de edad, yo, que era el conductor al mismo tiempo. El otro pasajero, Miguel, y protagonista involuntario de esta historia, era un chico -de apenas 20 años- al que el conductor había invitado a acompañarle en el viaje y al concierto, cubriendo todos los gastos de la invitación por su mayor capacidad económica.


Cuando se encontraban ya de camino por la provincia de Zamora, vieron cómo la autovía se estrechaba en lo que inicialmente pensaron que eran obras, pero resultó ser un control de la Guardia Civil. Les pararon, y rápidamente encontraron la marihuana de autocultivo que el conductor (de iniciales A.H.C.) consume como parte de su tratamiento contra el dolor crónico por sufrir “Poliartritis Reumatoide”, y por el que lleva siendo tratado con benzodiacepinas, morfina y fentanilo desde hace ya más de un lustro. De hecho, la prescripción médica de estos fármacos permite a dicho conductor utilizarlos para manejar sus dolores, y no verse sancionado por su uso ni tenencia en lugar público (o vehículo) pero aunque sus doctores son conscientes de que usa cannabis desde hace décadas, no pueden ayudarle prescribiéndoselo, a pesar de que le sirve para no tener que utilizar tantos mórficos o benzodiacepinas. 


En el registro del coche (en el que Miguel simplemente iba de copiloto) se encontraron una bolsa con unos 4 gramos de marihuana y un paquete de tabaco con 7 trompetas de marihuana, ya liadas. Ambas cosas se encontraban en un cajón muy poco visible del coche, que se encuentra bajo el asiento del acompañante. Tras el nerviosismo inicial que esas situaciones provocan, A.H.C. terminó reconociendo que el cannabis era suyo, y que además tenía prescritos morfina y otros fármacos por el dolor. Miguel simplemente dijo que no era suyo nada de lo que allí había. 





Los 2 guardias civiles se retiraron a una furgoneta a terminar de tomar los datos y para extender la correspondiente sanción por posesión de cannabis, en principio y como marca la ley, al responsable del vehículo en que se encuentra la droga. Un par de minutos después, uno de ellos volvió con el paquete de tabaco que contenía 7 trompetas de marihuana que A.H.C. llevaba consigo para su tratamiento del dolor, y se lo devolvió diciendo “Toma, con lo de la bolsa ya tenemos suficiente para la multa”. Todo un detalle inesperado, que la Guardia Civil devolviese un paquete con 7 trompetas de marihuana a alguien que va conduciendo en una autovía, pero dado que se trataba de un enfermo que tenía prescripciones de fármacos mucho más fuertes, se puede entender como un gesto a agradecerles, dadas las especiales circunstancias. 


Miguel simplemente fue cacheado (no llevaba nada), fue identificado y, tras todo el tedioso proceso, se volvió a montar en el asiento del copiloto para seguir viaje hacia ese concierto que iba a ver en un pueblo asturiano, invitado por su amigo. Y el viaje terminó sin más novedad.


Sin embargo, casi un año después, Miguel recibe una carta en la que le imputan una falta por tenencia de cannabis, en ese control policial. ¿Cómo podía ser eso? Consultó a A.H.C. para ver si es que habían multado a los dos ocupantes del vehículo, pero el conductor no recibió multa alguna. En un gesto de buena voluntad, se pusieron en contacto con el abogado Carlos Herrero Nieto, conocido como Recurreitor, y le explicaron que Miguel no tenía nada que ver y que era todo propiedad del conductor.


Ante el conocimiento de estos hechos, y con una declaración jurada por parte de A.H.C. como conductor y responsable del vehículo (Miguel ni siquiera tiene carnet de conducir), recurrieron en vía administrativa contra la sanción -siempre en tiempo y forma- solicitando que la sanción incorrectamente puesta a Miguel, fuera anulada y transferida al conductor del vehículo: único responsable legal de lo que hay en su interior. Pero a pesar de que ambas partes implicadas estaban de acuerdo en la responsabilidad del asunto, la Guardia Civil se negó al cambio.

Pensando que era una contestación poco meditada, por pura inercia administrativa, se les hizo ver -en un segundo recurso- que los hechos que narraban por un lado reconocían que la droga estaba en el vehículo y, por otro se la imputaban al copiloto en lugar de al conductor y dueño de la misma. De nada sirvió, ni ese recurso ni el posterior y final en vía administrativa (donde ningún juez supervisa nada).





Así que a mediados del mes de septiembre de este año, en los Juzgados de lo Contencioso-Administrativo en Salamanca, Miguel lleva ante el juez -de la mano de Recurreitor- la injusta multa por posesión de cannabis (que ni era suyo ni lo portaba encima), acompañado por el conductor del coche y dueño de la marihuana, quien acudirá ante el juez a reclamar lo nunca visto: ¡que la droga era suya! 


Lo lógico sería que, ya que el conductor asume la propiedad y tenencia de dicha sustancia, que la sanción impuesta a Miguel fuera revocada. Pero por extraño que pueda parecer en un caso tan claro como este, una vez que se accede a un tribunal, los resultados son impredecibles. Deseamos la mejor de las suertes al demandante y estaremos pendientes del desarrollo de esta aberrante situación, para haceros saber en qué termina esta broma de mal gusto.  


¿Y qué ocurrió finalmente en el juicio? Entrevista con Recurreitor y Miguel, tras su victoria!!


De forma resumida, os contamos como a un joven que iba en el asiento del copiloto, junto a un conductor que llevaba marihuana (una parte liada en 7 trompetas en un paquete vacío de tabaco, y otra sin liar con unos 5 gramos en una bolsita), había sido sancionado sin llevar drogas encima ni dentro del coche- en lugar de sancionar al conductor, enfermo en tratamiento con morfina, prescrita por severos dolores óseos. 


A pesar de que el conductor había reconocido que el cannabis era suyo y que lo usaba para reducir las dosis de morfina que necesitaba para paliar sus dolores, e incluso a pesar de que le devolvieron el paquete lleno de trompetas mientras le decían “toma, con lo de la bolsita ya tenemos para poner la multa”, la sanción se dirigió contra el copiloto, Miguel, que nada tenía que ver con el cannabis que había en el coche.


Ante esta imbecilidad e injusticia administrativa, pusieron el caso en manos del conocido abogado Carlos Nieto -alias “Recurreitor”- quien ha conseguido, en esta sentencia ganadora, revertir la presunción de veracidad por la que la palabra de un policía vale más que la tuya, cuando se trata de un acto administrativo o incluso penal. 


Hemos querido conocer los detalles de la misma y a sus protagonistas, citándonos con el Carlos y con Miguel para que nos contasen -de primera mano- la odisea y el sendero que les ha tocado andar, hasta ganar en el tribunal a la Guardia Civil en una sentencia excepcional por infrecuente.


Pregunta: Os veo a ambos totalmente sonrientes, a pesar de que ya han pasado un par de semanas desde que conocisteis la sentencia.... ¿tanto dura el efecto de un subidón judicial?


Miguel: A mí, cada vez que sale el tema se me pone automáticamente esta cara. Piensa que de haber perdido me hubiera tocado pagar 720 euros sólo de multa. Aunque la multa eran 600 euros, ya nos habían metido un recargo antes del juicio por no haberla pagado, y además podíamos haber sido condenados a pagar las costas del juicio, con lo que me acercaba a los 1000 euros entre unas cosas y otras. Yo nunca he cobrado tanto dinero por un mes de trabajo, lo que te puede dar un idea de cuánto daño me causaba esa sanción totalmente injusta y basada en premisas inventadas, pero protegidas por esa “presunción de veracidad” de la que goza la policía. Así que creo que tengo motivos -y muchos- para sentirme feliz por como terminó esta rocambolesca historia.


Recurreitor, Carlos Nieto: Ciertamente es un final feliz de los que no se suelen dar en casos similares, ya que en la práctica resulta muy difícil revertir ese privilegio con el que cuenta la policía, por el que su testimonio -en la práctica- tiene veracidad suficiente para anular la presunción de inocencia, no sólo durante el desarrollo administrativo del asunto (en la imposición de la sanción y los recursos subsiguientes contra la misma). Además en este caso, aunque pueda sonar raro a los legos en materia procesal, no contábamos con la posibilidad de apelar la sentencia en caso de que no estuviéramos conforme con ella, ya que al ser la cuantía en disputa de sólo 600 euros, no cabe recurso por ninguna de las dos partes. Eso hace que el cliente, víctima de una injusticia, sienta de forma aún mas desequilibrada el funcionamiento de la administración de justicia y tenga poca confianza en la misma en el futuro. 


El abogado Recurreitor, Carlos Nieto Herrero, feliz tras la sentencia que ganó.



Pregunta: Contadme cómo se ha desarrollado esta parte de la historia, desde que recibe Miguel la sanción en su casa, hasta la sentencia que os da la razón y se la quita a la policía.


Miguel: En mi caso la cosa fue bastante simple. Cuando recibí la notificación de la multa contra mi persona, fui a ver al piloto del coche y dueño de la marihuana que me imputaban. El conductor -al que en la sentencia sólo se nombra como “Don Alfonso”, protegiendo su intimidad- vio el tema y dijo que eso tenía que recurrirse, y él fue quien me puso en contacto con Carlos “Recurreitor”. A partir de ahí, yo lo único que he hecho ha sido firmar los recursos y asistir al juicio, donde -también por razones procesales- no pude ni abrir la boca, aumentando aún más la sensación de que es un procedimiento injusto, donde ni siquiera te dejan contarle al juez lo que ocurrió.


Recurreitor, Carlos Nieto: Cuando “Don Alfonso” y Miguel se ponen en contacto conmigo, pensé que resultaría todo más sencillo y que, dado lo claro que estaba el asunto, podríamos encargarnos del asunto en vía administrativa. Pensé eso porque no hay muchas ocasiones en que se cometa un error de filiación (apuntar equivocadamente los datos de uno como los de otro, por ejemplo) y que tengamos de nuestro lado a una persona, como en este caso era el piloto del coche, que no tuvo el menor reparo en hacerse cargo de la propiedad de las drogas incautadas, y nos entregó una declaración jurada en la que explicaba cómo la marihuana era suya, que así se lo hizo saber a los agentes y que consumía desde hace décadas por motivos de salud y dolor severo.


Pregunta: ¿Sirvió de algo?


Recurreitor, Carlos Nieto: De nada. En el primer recurso les indicábamos que, probablemente, habrían cometido un error, y el piloto -también dueño del coche donde estaba la droga incautada- se hacía oficialmente responsable de ella. A pesar de las molestias causadas, el conductor estaba agradecido a los agentes que les habían tratado, ya que (como ambos ocupantes del vehículo me contaron) en lugar de quitarle todo el cannabis, habían cogido la bolsa que tenía menos y estaba sin liar, y le habían devuelto el resto (en plena autovía en la provincia de Zamora): un paquete con 7 trompetas de marihuana ya liadas, que él estimaba en cantidad como “al menos el doble de lo que había en la bolsita que se quedaron para la multa”.


Pregunta: He visto los recursos que presentasteis y en ninguno se menciona que la Guardia Civil os devolviera esos porros. ¿Por qué? 


Recurreitor, Carlos Nieto: Primero porque “Don Alfonso” les estaba agradecido por dicha acción, ya que haberle quitado todo el cannabis le hubiera supuesto tener que ir al mercado negro a por ello o enfrentarse a una situación con dolores que tendría que que manejar sólo con morfina, y no quiso “meter en líos” a los agentes. Y en segundo lugar porque nuestro objetivo era enmendar una injusticia sobre Miguel, que nada tenía que ver en toda esta historia, salvo que iba en el mismo coche. Así que en pro de una mayor claridad, se decidió no incluir esa parte en los recursos administrativos.


Pregunta: ¿Quién resolvió dichos recursos de forma administrativa? ¿Cómo lo hizo?


Recurreitor, Carlos Nieto: La subdelegación del gobierno de Zamora era quien incoaba el expediente sancionador y, a la vez, quien resuelve los recursos presentados. En este caso, a pesar de la buena voluntad (“Don Alfonso” pedía que le multasen a él y no a un inocente, como era Miguel) y de haber presentado la declaración jurada, y también documentación médica que daba fe de que lo que afirmaba -como enfermo de dolor crónico óseo de tipo no oncológico- era totalmente real, desde Zamora pasaron mucho del tema. Contestaron el primer recurso negativamente, y el segundo lo escribieron prácticamente copiando el primero, cosa que hicimos notar en el tercer recurso que contestaron reafirmándose en su atestado, a pesar de que les indicábamos que seguramente habían confundido los DNI a la hora de emitir la sanción (lo que era una “salida digna” para ellos).


Pregunta: ¿Qué pasó después?


Recurreitor, Carlos Nieto: Llegamos a un punto, previo al contencioso-administrativo por vía judicial, en el que nosotros podíamos acudir al juez sin correr riesgo de que se nos castigase a pagar las costas del juicio y al mismo tiempo una situación en que, si la administración no se empeña en seguir con la multa, todo hubiera quedado terminado en ese momento. Pero la administración se empeñó en seguir a por Miguel, siendo claramente inocente, y la única vía que nos dejaron era acudir ante el juez, con todo lo que implicaba.


Miguel: Cuando vimos que nos tocaba ir ante un juez, nosotros decidimos que contaríamos toda la verdad, toda. Ya que eran esos mismos agentes que le devolvieron 7 porros, los que se empeñaban en sancionarme a mí. Bastante generosos habíamos sido ya, no queriendo revelar esa acción en los recursos en deferencia por su gesto, pero teniendo que estar ante un tribunal no queríamos problemas y tanto “Don Alfonso” como yo decidimos que, si podíamos, diríamos toda la verdad.


Pregunta: ¿Por qué dices “si podíamos”? ¿Acaso puedes poner una demanda en la que se te impida hablar ante el tribunal?


Recurreitor, Carlos Nieto: En este caso, la aportación del demandante se encauza a través de su abogado, y sólo puede salir a declarar si la parte contraria le llama, normalmente para cuestionar su testimonio. Obviamente, en esta ocasión, la parte contraria tenía claros motivos para que Miguel no subiera a declarar, ya que ellos sabían que podía contar todo lo que en ese control ocurrió realmente. De los dos agentes implicados, desde el juzgado se solicitó la presencia de ambos agentes, aunque sólo declaró uno mediante videoconferencia, a pesar de que cada agente trató sólo con uno de los ocupantes del vehículo. Eso nos impedía realizar un interrogatorio adecuado, ya que no podíamos buscar las inconsistencias entre las declaraciones de ambos.


Pregunta: ¿Entonces el tribunal no llegó a saber que les habían devuelto parte de la marihuana incautada en dicho control en la autovía?


Recurreitor, Carlos Nieto: Sí, llegó a saberlo pero fue por boca de “Don Alfonso”, que cuando llegó su turno como testigo (porque aunque reclamaba la posesión y tenencia de dicha droga, no estaba imputado) le explicó al tribunal cómo fue el proceso, qué agente se puso con él y qué agente se puso con Miguel, cómo había reconocido que el cannabis era suyo y cómo le habían devuelto un paquete con 7 porros en dicho control, y que él hasta el momento había pensado que era un gesto humanitario por ser un enfermo de dolor pero que no justificaba que la multa se la hubieran puesto a alguien sólo por ir en el mismo coche en lugar de a él, que era propietario y piloto.


Una de las 7 trompetas que nos devolvieron. Tuvimos que parar unos kms después porque seguíamos sin creernos las suerte que habíamos tenido....



Pregunta: ¿Y qué ocurrió entonces?


Recurreitor, Carlos Nieto: Nada. El juez continuó con el procedimiento como si esa frase no se hubiera dicho (porque de lo contrario hubiera tenido que deducir testimonio y abrir una causa penal por ese hecho de devolver drogas a una persona) y dio por terminada la vista instantes después.


Pregunta: ¿Nada? ¿Puede un juez escuchar un testimonio así, tener a dos testigos de lo que se afirma en la sala, y no hacer nada ni interrogarles para ver si están presentando una argumentación falsa que imputa un delito a los agentes?


Recurreitor, Carlos Nieto: Sí, sí puede. El juez puede conceder credibilidad a un testimonio o no. De haberlo hecho, tendría que haber abierto una pieza para dicho asunto, y nada de eso se hizo.


Pregunta: ¿No concedió credibilidad al testigo acaso, fallando a favor de la pretensión del demandante cuando afirmaba lo mismo que él?


Recurreitor, Carlos Nieto: No. La sentencia, si bien estima nuestro recurso, lo hace con la argumentación de que en un procedimiento sancionador en que se contrapone la presunción de veracidad de un agente de policía (que admite prueba en contra) con las manifestaciones de los demandantes, y que se reitera con la solidez que lo hicimos nosotros -nos mantuvimos firmes en la misma historia desde los recursos al juicio- no se puede emitir una sanción si existe una duda razonable, ya que iría contra uno de los principios rectores del derecho: “In dubio pro reo” o “en caso de duda, siempre a favor del acusado”. 





Pregunta: Bueno, bien está lo que bien acaba... ¿no?


Recurreitor, Carlos Nieto: Como abogado, cuyo objetivo era anular una injusticia sobre Miguel, doy por bueno este final ya que no buscábamos que encausasen a ningún Guardia Civil, pero no entiendo cómo dejaron que este asunto llegase a ese punto, pudiendo evitarlo antes. En cualquier caso, una enorme satisfacción.


Pregunta: ¿Algo más que añadir?


Miguel: Yo sí quiero añadir algo; quiero animar a la gente a que no se quede callada ante las injusticias de este tipo, a que busquen un buen abogado especializado como Recurreitor y se enfrenten a las sanciones injustas. Nosotros hemos ganado un juicio que dábamos por perdido antes de empezar, y estoy seguro de que tanto esos policías se lo pensarán dos veces antes de intentar abusar de la presunción de veracidad, de la misma forma que ese juez atenderá más al demandante en una futura situación similar. La ley y su aplicación la modificamos también nosotros con nuestros actos, pero no con nuestro silencio.



viernes, 24 de marzo de 2023

Matar con una libélula.

 

Matar con una libélula.


Hace unos días, en una charla de un grupo de amigos, no recuerdo cómo salió el tema de qué forma elegiríamos su tuviéramos que matar a alguien. 

Era una pregunta sin propósito específico, en la que los presentes ponían pegas a las respuestas que los demás daban. Llegado mi turno, yo dije que si tuviera que matar, mataría con alguna sustancia en una dosis suficientemente letal. Y los demás inmediatamente me pusieron como pega que si le hacían la autopsia al cadáver, inmediatamente saldría la sustancia responsable y eso podría llevar a la policía hasta mí. 

Yo repliqué que en parte era cierto, pero que había cientos de sustancias que se podían usar con el fin de matar a alguien, y que no aparecerían en la autopsia ni en los análisis de un forense, ya que sólo se encuentra lo que se busca, y muchas de las sustancias a las que yo (y cualquiera que se lo curre un poco en Internet) tienen acceso -de forma legal- son indetectables porque son tan nuevas que ni sospechando el uso de una sustancia, era nada fácil que dieran con ellas.

Esto les sorprendió. Todos asumían que con un simple análisis de sangre de una autopsia, aparecían las sustancias que había en el cuerpo y que podían hacer causado algún efecto, que no existían sustancias que no se pudieran encontrar (como si algo así fuera sólo propio de algún veneno secreto ruso) y que, si era como yo decía, todo el mundo mataría con alguna de esas sustancias que se podían comprar legalmente por Internet.

Y les conté a los que no tenían conocimiento del tema, lo que eran los research chemicals y cómo funcionaba el asunto: cómo primero aparecían en el mercado, y en muchos casos, eran sustancias derivadas de otras conocidas pero no “existían” en las bases de datos que detectaban las sustancias que había en una muestra de sangre, porque eran demasiado nuevas y desconocidas. De hecho, por eso hablamos de research chemicals: sustancia químicas de (o en) investigación. De hecho todo lo que tomamos ha sido un research chemical hasta que ha dejado de serlo, pero hace décadas ya que se convirtió en un eufemismo al mismo tiempo para referirse a drogas psicoactivas legales, porque no habían sido todavía prohibidas (en la mayoría de los casos).


A algunos de los presentes les sonaba demasiado a película todo eso, incluso el que existieran drogas que eran legales y que se podían comprar por Internet, así que les mostré algunas webs y sus catálogos. Y en ello andaba cuando recordé una excepcional charla que tuve con una persona hace casi una década: una persona que había usado una de esas sustancias para matar (más bien diría para ejecutar), y cómo me lo contó cuando nos conocimos. Y les conté la historia.




El sujeto, un joven de unos 30 años que pululaba por los foros de drogas más avanzados y que usaba como nick “Libélula”

En esos foros, sus integrantes nos conocemos perfectamente, porque somos pocos y especialmente los que tenemos un conocimiento exhaustivo de esos asuntos (normalmente porque además, somos los que asumimos los riesgos de probar esas drogas “sin apenas historial de uso humano” y compartimos la información, ya que es nuestra mayor protección al exponernos a un comportamiento de riesgo semejante). Y resultó que el sujeto, era de una ciudad cercana a la mía, otra capital de provincia de tamaño pequeño, donde no existen círculos sociales de personas que anden metidas en estos temas. 

Así que eso hizo que hiciéramos algo de trato, compartiéramos alguna cosa y mantuviéramos comunicación vía email. Pero además, por motivos personales, ese chico -Libélula, le llamaremos, aunque también nos presentamos, llegado el momento, por nuestros nombres reales- tenía que pasar por mi ciudad y me ofreció quedar para tomar un café y charlar un rato cara a cara. Algo que siendo “Drogoteca” me ha pasado muchas veces, pero normalmente he rechazado el asunto porque valoro mi privacidad y porque los proponentes no resultaban suficientemente interesantes, sino que simplemente les apetecía conocerme (y no me mola nada ser “la mujer barbuda” en el circo de la vida y las drogas).


Pero en su caso, y dado el nivel de conocimiento que tenía en diversos campos, de la farmacología, la fisiología, la química y otros relacionados con las drogas y los asuntos que nos habían “unido”, acepté quedar en un bar cerca de mi casa para conocernos y charlar. Sabía que si el personaje no me gustaba o que si era alguien con intereses raros, me valía con poner una excusa y desaparecer. Pero no fue así. 

Quedamos y, a la tarde, tras comer, nos conocimos en una cafetería y nos sentamos a charlar. No recuerdo la charla en sí, entiendo que iría en general sobre drogas y todo su complejo mundo. No la recuerdo, porque llegó un momento en que la charla entró en un tema que superaba con creces todo lo que podía esperar.


Entró en el bar el típico tío mayor de 65 años, físicamente mal cuidado, bravucón y faltón, chillón... Vamos, uno de esos que si lo tienes al lado, te vas. Y yo le vi el gesto de desprecio que se le puso en la cara al ver al tipo. Por un lado no me sorprendió, porque era despreciable, pero por otro me extrañó, ya que él no vivía en esta ciudad y no era posible que le volviera a ver (y por supuesto, ni se le ocurrió venir a molestarnos a nosotros).


Le pregunté qué pasaba, y ahí comenzó la conversación que no olvidaré.

La voy a relatar de la forma más fiel que recuerdo, aunque como digo, hacen unos 10 años de ella.


-Yo: ¿Qué te pasa?


-Libélula: Nada. Que ese payaso me ha recordado a alguien de quien prefiero no acordarme.


Al decir eso, no pudo evitar mirar para abajo y disimular una breve sonrisa con cierto punto de satisfacción.


-Y:¿Por qué sonríes? ¿Qué te ha hecho gracia de eso que te ha recordado?


-L:Es una historia un poco fuerte. No sé si me apetece hablar de ella realmente...


-Y:No creo que me vaya a asustar a estas alturas de mi vida. Pero no quiero forzarte a entrar en temas que te puedan hacer sentir incómodo. Hemos venido a disfrutar de un café, así que olvida la pregunta.


-L:No, no es que me haga sentir incómodo. Simplemente, no es algo que haya compartido con nadie, salvo con mi pareja, porque aparte de que me podría ir la vida en ello, creo que muy poca gente entendería lo que hice, y me considerarían algo que no soy. No tengo claro si tú podrías entenderme -aunque no busco aprobación- pero de nada vale hablar de un tema así con ciertas mentes que, de entrada, están cerradas a entender que alguien dé ciertos pasos que entran muy dentro de lo ilegal, y no hablo de crímenes sin víctimas como serían las cuestiones de drogas.


-Y:¿Me hablas de un crimen con víctima? No será para tanto, hombre...


Dije yo intentando quitar hierro al asunto.


-L:Te hablo de verte moralmente obligado a matar a una persona, y actuar en consecuencia....


Se hizo un silencio extraño, no incómodo, curioso en cuanto a que era eso de “verse obligado moralmente a matar a una persona”. Y me pudo absolutamente la curiosidad. Debo decir que de entrada no me podía esperar algo así del tipo que tenía delante: para nada era alguien con matices violentos o agresivos, ni en el lenguaje ni en sus maneras. Era alguien educado y agradable, considerado, que sabía manejar las formas y los tiempos. ¿Matar? No pude evitarlo....


-Y: Cuéntamelo. Te doy mi palabra de que no saldrá de este lugar y de que no te voy a juzgar ni a emitir opiniones sobre lo que me digas si no las pides. Pero ahora, no me puedes dejar así....


Libélula juntó las manos, ligeramente escondió su cabeza tras ellas, y desde esa posición me miró a los ojos. Se quedó callado mirándome fijamente durante unos largos segundos, que podría ser medio minuto tal vez, y entonces dijo:


-L:Muy bien. Voy a hacer una excepción y espero no arrepentirme de ello. Aunque por lo que ahora mismo conozco de ti, creo que si ni hubieras actuado como yo, no hubiera sido por falta de ganas sino por las limitaciones morales y éticas que cada persona tiene con respecto a quitar una vida. Creo que eres de las pocas personas que lo puede entender, además de por su lado técnico, por su lado ético.


Y esta fue la narración de aquel acto, complejo de evaluar, al que una persona que no era un “justiciero” que fuera buscando “malos a los que castigar”, se vio compelido a ejecutar.


Al parecer, en su ciudad, frecuentaba un bar hacía la hora de comer ya que su pareja trabajaba a turno completo y no podían comer juntos, así que comía con una cerveza y unas tapas en un bar de barrio de su ciudad, también cerca de su casa. Un día, estando en el borde de la puerta fumando un cigarro, tras haber comido y con un café en el mano, se le acercó uno de esos clientes que conoces de vista del bar pero con quien no tienes el menor interés en relacionarte. Un cliente que, por lo que me describió, era muy similar al gorila descerebrado que había entrado momentos antes en donde nos encontrábamos. Es la socialización que provoca el tabaco, que al estar prohibido dentro de los bares, todos los fumadores salen a consumirlo a la misma puerta, y eso genera relaciones casuales, normalmente intrascendentes, pero en esta ocasión no fue así.


El tipo en cuestión, un gordo jubilado que había sido camionero toda su vida según contaba, empezó a desbarrar sobre cualquier cosa: era un borrachuzo que iba buscando atención de bar en bar y cuya opinión valía mucho menos que el silencio. La cosa no iba más allá de ser otro cafre que se metía con los inmigrantes, con los jóvenes, con los nuevos tiempos en general. Hasta que presenció una situación que le hizo saltar: una mujer conduciendo, había pitado a un coche que se le había cruzado de golpe y casi le hace chocar con él. 

En ese momento, el borrachuzo dijo en voz clara y alta: “...otra puta a que habría que matar!!”, refiriéndose a la conductora que, justamente, era la víctima de la mala conducción del otro coche y tenía toda la razón del mundo para pitarle por su acción.


Libélula no se inmutó ante el comentario, y siguió allí mientras el tipo iba a por otro botellín de cerveza. Y al volver a la puerta con el nuevo botellín, fue cuando le hizo la confesión que nunca debió haber hecho: “A las putas como esa había que prohibirles conducir, o sacarlas de la carretera a la primera oportunidad. Cuando aún conducía el camión, hubo una zorra que llegando a la altura de **ponga el lector aquí el nombre de un pueblo pequeño cercano a su capital de la provincia** se puso a pitarme porque no conseguía adelantarme con el camión. ¡¡Una polla le iba a dar paso a una guarra así!! 

Hasta que llegamos a una recta donde se puso a acelerar y a adelantarme. No me lo pensé dos veces: empecé a echar el camión contra el otro carril, viendo que no venía nadie ni había nadie detrás, y la saqué de la carretera. El coche dio más vueltas de campana que un bombo de lotería, y a tomar por culo la hija de puta. Una zorra menos.”


En ese momento Libélula se quedó helado. En primer lugar porque alguien fuera capaz de hacer algo así a otra persona, simplemente porque te están adelantando con el coche, En segundo lugar, porque la ruta que había mencionado el camionero, era la que su mujer tomaba cada día para ir y venir del trabajo. Libélula me dijo que en ese momento sintió algo que nunca había sentido jamás: como si un espíritu no deseado se hubiera metido en su cuerpo, y le estuviera generando emociones de odio e ira que nunca antes -ni después- había experimentado.


Libélula le preguntó al camionero qué le pasó a esa mujer. Y este le contestó con toda la calma: “Allí murió la marrana. Y me alegro. Además, el delito ya prescribió, así que no me pueden hacer nada.”


Libélula se metió para dentro del bar, terminó de un sorbo el café, pagó y se fue rápidamente. Caminó en cierto estado de shock intentando asumir lo que acababa de escuchar: el asesinato de una persona por pura diversión, y el asesino jactándose de ello y de su impunidad legal por los años transcurridos.


Cuando llegó a casa intentó tranquilizarse y pensó que posiblemente la historia era mentira, que era una fantasmada de un tarado que pretendía hacerse el gorila ante un desconocido en el bar. Pero la historia escuchada siguió atormentándole, sobre todo en su cabeza resonaban las palabras del tipo cuando disfrutando decía “Además, el delito ya prescribió y no me pueden hacer nada.”.


Intentó borrar todo aquello de su cabeza y olvidarlo como si fuera todo mentira. Pero como decía, escuchar aquello, tal y como lo dijo aquel tipo, hizo que un espíritu se le metiera dentro y no le dejase descansar, haciendo que la escena se repitiera una y otra vez en su cabeza. Además, empezó a pensar en su pareja, que precisamente a esas horas debía estar volviendo a casa, por esa misma carretera. Y el mero hecho de imaginar que alguien podía hacerle algo así a su chica, le hacía levantarse nervioso y empezar a moverse de un lado a otro como si quisiera hacer algo.... sin saber qué hacer.


Así pasaron unos días, y no había podido quitárselo de la cabeza. De hecho, había empezado a hacer una búsqueda en Internet y en periódicos locales sobre los accidentes acaecidos en ese tramo de carretera, que hubiera ocurrido hace más de 20 años (que sería el periodo necesario para que un delito de asesinato prescribiera, tal y como se jactaba el camionero). 

La carretera ya no era la misma que hace 20 años, porque en este tiempo se había desdoblado en una autovía. Pero esto era así desde hacía poco más de una década. Anteriormente era una carretera con dos carriles, como la mayoría de carreteras de la red general en el país. Y era cierto que era una tramo de carretera que contaba con un alto número de accidentes, por las curvas que tenía y porque era una ruta usada por conductores portugueses, que tenían fama merecida de conducir temerariamente y provocando todo tipo de siniestros.


Y tras mucho buscar, repasando años de periódicos locales, encontró 2 accidentes en un periodo de 5 años, que podían encajar con lo que contó el camionero. ¿Todo aquello sería cierto o no era más que una paranoia que él se había montado a raíz de un comentario de un borrachuzo? Tenía que saberlo, habiendo dedicado el tiempo que había dedicado a aquello, no podía quedarse ahí. 

Y la única forma de poder salir de dudas, por desgracia, era volver a tratar con ese tipo y tirarle de la lengua. La idea le repugnaba, pero mucho más le alteraba la idea de dejar el asunto en ese punto y tratar de olvidarlo, sabiendo que no lo conseguiría. Así que, haciendo de tripas corazón, empezó a coincidir más con el camionero en el bar, a salir a fumar cuando el otro salía, y a ir labrando cierta “amistad” en la que se presentaba como un tipo totalmente diferente a sí mismo: alguien que era afín a la forma de pensar del borrachuzo. Y poco a poco, en unas semanas y pagando unos cuantos botellines y alguna tapa, el camionero según le veía en el bar iba disparado a su lado como su se encontrase con su mejor amigo. Y de esa forma, dejándole hablar y sacándole ciertos temas casualmente, varias veces le volvió a contar el asunto (parecía que era de lo que más orgulloso se sentía en su trayecto vital), y eso le dio pie a Libélula para meter alguna pregunta que le ayudara a discernir si la historia era cierta, y de serlo, cuál era el accidente mortal que había provocado él. 

Hasta que en esas conversaciones que parecían casuales, dio algunos datos que sirvieron para determinar cuál era el que decía haber causado, como el tramo horario en el que ocurrió, el modelo de coche y el color, y la edad aproximada de la conductora que tan grave pecado cometió como para merecer la muerte.


¿Y ahora qué? Era cierto, y lo había comprobado consultando a la policía y a un par de abogados amigos, que el delito ya no era procesable aunque se pudiera demostrar, ni siquiera aunque lo declarase bajo juramento el propio asesino. Así son las cosas. Prescripción y se acabó. ¿Dónde quedaba la justicia en algo así? ¿Puede una persona matar a otra de esa forma e ir contándolo como hecho divertido a los conocidos del barrio con lo que coincidía en un bar? ¿Nadie podía hacer nada? ¿Era justo?


Libélula pasó días dando vueltas a esas preguntas en su cabeza, incluso llegó a soñar con el accidente en sí, y me contó que siempre despertaba cuando el coche paraba de dar vueltas de campana y los ojos de la conductora -ya muerta- quedaban mirándole como si él estuviera presente en aquel lugar. Según me dijo era torturante, e incluso, aunque la carretera ya era una autovía, el tiempo en el que su pareja estaba en camino hacia o desde el trabajo, sufría una ansiedad creciente que sólo controlaba a base de ansiolíticos, alcohol u otras drogas. Aquello, le estaba pasando una factura que no sabía cómo manejar.


Hasta que le planteó la historia a algunos conocidos por Internet, en forma de dilema moral, para ver qué harían ellos si se vieran en dicha situación: saber a ciencia cierta que una persona era un asesino y que la ley no podía hacer nada ya. Me dijo que todos contestaron como si fueran a hacer algo, desde pegarle una paliza a empapelar las calles del barrio con carteles con la historia y su foto, hasta que alguien dijo que la cuestión era simple para él: “Se merece la muerte.” Y esa persona añadió: “Es más, si no tuvo problema en matar a una mujer sin motivo alguno... ¿qué impide que haga daño de otras formas a otras personas que tampoco puedan defenderse?”


Libélula estaba de acuerdo con que había que hacer algo, que uno no podía vivir tranquilo tras haber recibido una información semejante sin hacer nada. Y aunque lo de darle una paliza o empapelar las calles con la denuncia pública de lo acontecido, eran ideas que no le desagradaban...¿era buena idea generarle más odio interno a un desgraciado de ese tipo? ¿No podría ser el desencadenante de otra acción de consecuencias imprevistas para una tercera persona?


Quedaba una opción. Matarle.


En este punto del relato, Libélula paró. Se quedó callado mirando hacia abajo, y cuando levantó la mirada, clavó sus ojos en los míos y me preguntó:


-L:¿Alguna vez te has planteado, hasta las últimas consecuencias, matar a alguien?


Me quedé en silencio. En mi mente busqué ocasiones en que hubiera deseado matar a alguien, y mentiría si dijera que no las encontré, pero eran todas personales. Todas respondían a una venganza propia, y no eran equiparables al supuesto que se me planteaba. Le contesté:


-Y:No de esa forma. Me lo he planteado pero era satisfacer el deseo de venganza personal, y no el dilema ante el que me has llevado. Pero ahora te pregunto yo a ti... ¿cuál era tu ganancia en llevar a cabo algo así? ¿Qué sacabas tú de todo ello?


No dudo ni un segundo en contestarme.


-L:Paz. Que aquello que se me había metido dentro cuando, sin yo elegirlo, me hicieron poseedor de dicho conocimiento, quedase en paz. No tengo vocación de justiciero, nunca he empleado la violencia física salvo para defenderme si me atacaban, y posiblemente eso haya ocurrido 3 o 4 veces en toda mi vida. Es más, si hubiera podido pagar todo lo que tenía porque nunca me hubieran revelado esa información y hubiera podido seguir con mi vida normal y mis preocupaciones habituales, lo hubiera pagado de buen grado. Pero no podía ser ya. Me sentía una víctima más al conocer esa historia por el estado en el que me había hecho entrar, pero no hacer nada en absoluto, me hacía sentirme como cómplice. Y no acepto ser una víctima de los actos de un miserable que no merece el aire que respira, pero menos aún acepto sentirme cómplice con mi silencio o mi inacción. Aunque la ley diga que semejante acto ha prescrito... ¿Qué quiere decir eso exactamente? ¿Qué sólo Dios puede juzgarlo? No creo en Dios ni en la justicia divina, no creo en el karma. Pero sí creo en tener pesadillas con un asesinato, ver al asesino reírse de ello, y en tener que tupirme a ansiolíticos para que mi cerebro no explote sabiendo que ese tipo se pasea jactándose mientras una persona ha muerto y sus familiares experimentan durante décadas un dolor que no puedo ni imaginar, y son aseteados por preguntas sin respuesta que nadie va a poder contestarles.


Se relajó, se reclinó en la silla, me miró y me preguntó:


-L: ¿Si un día tu pareja, tu hermana o tu madre, mientras conducen tocan el claxon a un coche, y el conductor se baja y le mete una paliza a tu familiar... qué harías?


-Y: Lo buscaría sin cesar hasta encontrarlo y posiblemente lo mataría sin pensarlo demasiado. Y sin importarme las consecuencias.


-L: ¿Y si en vez de una paliza, lo que hiciera fuera matarlas.... entonces qué harías?


Me quedé callado. Como si me hubieran atrapado con un razonamiento cuya conclusión es inevitable por mucho que no te acabe de gustar. La respuesta hubiera sido la misma que a la pregunta anterior, lo cual adolecía de cierta lógica por ser distinto el daño y por ende, la proporción en el castigo. Pero sabía que era así. Por primera vez en toda la tarde, sentí un odio intenso, seguramente similar al que atormentó durante un tiempo a Libélula. Por primera vez, no pude pensar, sino sólo sentir... y desear la muerte a aquel desconocido camionero del que me habían contado la historia. Es más, la muerte no me parecía ya un castigo suficiente. La muerte se me hacía pequeña comparado con el dolor que su acción debió causar a toda su familia, su gente, sus amigos.... todo por tocar el claxon a un psicópata mientras conducía. No contesté a su pregunta. Ya sólo quería saber qué había pasado. Realmente, lo que quería saber era que lo había matado.


-Y:¿Qué hiciste? ¿Lo hiciste? ¿Y si lo hiciste, cómo lo hiciste para evitarte las consecuencias?


Su rostro ya había perdido toda la tensión que había ido acumulando mientras me contaba la historia. Tenía la expresión plácida, contenida y elegantemente alegre de un jugador de ajedrez que ha conseguido darle la vuelta a una partida que iba perdiendo y que había terminado por encontrarle la forma de ganarla.


-L: ¿Qué iba a hacer? No tenía otra opción. Había llegado a un punto en que todas las opciones eran complicadas y podían tener consecuencias, algunas terribles. Pero la peor de todas, era no hacer nada. Yo no sé si hubiera podido vivir con eso el resto de mi vida. Verle pasear por mi barrio de bar en bar y por la noche despertarme empapado, temblando viendo los ojos muertos de alguien que, aunque no fuera de mi familia, podía haberlo sido. Podía haber sido cualquiera. Ese era el problema. Ese tipo no era un loco vengativo, no era alguien peligroso con quien más vale no meterse. Ese tipo era un cobarde que nunca se hubiera atrevido a plantar cara a nadie, pero que seguía experimentando placer sabiendo que había asesinado a alguien que ni conocía, por puro placer... o si lo quieres ver de otra forma, por el “terrible pecado” de que le hubieran tocado el claxon mientras conducía. Yo no quería saber nada de aquello, me lo volcó encima sin preguntar: me introdujo en esa historia sin permiso, y también sin saber las consecuencias que eso iba a generarle. No me gusta la violencia, me repele. Pero menos aún me gusta la injusticia. Y lo siento mucho, señor juez, pero si para la ley ha prescrito, que sea la ley la que lidie con todo lo que me provocó. Nadie podía hacer nada, nadie podía ayudarme. Nadie, excepto yo mismo. No tuve elección si quería recuperar mi vida, que aunque suene poético, es totalmente prosaico. Tuve que tomar la medicina que contrarrestase el virus infernal que había entrado aquel día por mis oídos. Y por supuesto que lo hice. No siento orgullo por ello, ni placer por haber quitado del mundo a una escoria semejante. No siento nada con respecto a ello. Como mucho, siento que hice lo único que podía hacer. Y no me arrepiento de haberlo hecho. Pero me estaría arrepintiendo para siempre de haber sido un cómplice en el silencio.


-Y:¿Cómo lo hiciste? Si es que puedes contestarme, porque entiendo que no lo hagas: asumiste la posibilidad de unas consecuencias brutales para tu vida si te hubieran cogido, y aún estás en riesgo legal. Tu acto no ha prescrito para la ley...


-L:Te lo voy a decir. Primero porque me ha quedado claro que has entendido todos los matices de la historia, y segundo porque tengo la sensación de que si hubieras sido tú el que hubiera recibido ese veneno, seguramente también hubieras acabado tomando una opción radical.


Se tomó unos segundos, inspiró, expiró. Miró hacia los lados y se acercó hacía mí con los codos sobre la mesa, y con un volumen de voz más bajo me preguntó:


-L:¿Cuál es mi nick en el foro donde nos conocimos?


-Y: Libélula... ¿no?


-L:No siempre fue ese. Antes usaba otro. Pero lo había “quemado” buscando información sobre research chemicals que fueran potencialmente mortales a dosis muy bajas, de menos de 25 mgs. Y tú sí sabes lo que significa “Libélula”, aparte de un insecto... ¿verdad?


Me dijo con cierto aire malicioso, como si su mayor secreto fuera algo que siempre había estado a la vista.


-Y: Creo que sí sé a qué te refieres. Es el sobrenombre traducido al castellano del compuesto Bromo-Dragonfly... ¿te lo cargaste con una sobredosis de Bromo-Dragonfly?


-L: Con el tiempo que me tocó pasar con él hasta que tuve claro qué accidente era el que cometió, sabía todo lo que bebía y lo que comía en el bar. Echarlo en una bebida, aunque fuera disuelto, me parecía una mala idea, porque me parecía que era más sencillo para que no se notase demasiado su sabor que fuera disuelto en una salsa. El día anterior, me llevé a casa una ración de las albóndigas con salsa que el tipo devoraba cada vez que iba a ese bar. Retiré una pequeña cantidad de la salsa, la calenté y disolví el producto. Lo guardé en una jeringuilla que congelé hasta el día siguiente a la hora de ir al bar. El resto fue sentarme en el lugar apropiado antes de que él llegase, y tener la suerte de que todo fuera como un día normal. Y lo fue. Se sentó a mi lado derecho, pidió bebida y su tapa de albóndigas, y cuando se giró a mirar la televisión, apreté la jeringuilla que llevaba en la mano en la salsa de su tapa. Pensé que notaría el sabor metálico que dicen que tiene, pero no pareció darse cuenta. Lo tragó como cualquier otro día, e incluso rebañó bien con pan. Luego el camarero, metió el plato con el resto de vajilla y vasos en el lavavajillas y todo resto desapareció.


-Y: ¿Y después qué pasó? Ese compuesto tarda más de una hora en hacer efecto...¿no?


-L: Después había que tragar saliva, y comportarse como cualquier otro día. No sabía si funcionaría, aunque tenía la esperanza de que al ser un tipo viejo con un montón de patologías pre-existentes, aquello fuera más que suficiente. Pedí un café, salí a tomarlo fumando mi cigarro a la puerta. Él salió como los demás días a que le hicieran caso, y yo estaba tan nervioso que no recuerdo ni de qué hablamos. Sólo recuerdo que me costaba no sonreír con alegría. Entré, pagué y como otros días, me fui. Sólo pensaba en ir hasta un callejón que hay a unos 50 metros del bar, que discurre entre una tapia de una escuela y las ventanas traseras de un viejo edificio, y en el que hay una alcantarilla donde podía deshacerme de la jeringuilla. Y así lo hice. Luego seguí hasta mi casa y me lavé bien las manos por si algo me había salpicado. Me cambié de camisa, la metí a lavar con el resto de la ropa. Habían pasado unos 45 minutos, y la tensión del momento no me dejaba estar quieto. Así que me bajé a la calle a dar un paseo, por la zona de los siguientes bares que visitaba, ya que este tipo hacía la misma ruta cada día, esperando ver o escuchar algo, un ambulancia, gritos, alboroto.... algo!!


-Y: ¿Y qué pasó?


-L: Pues lo que tenía que pasar. En el siguiente bar al que el tipo solía ir, tras pedir un botellín y sentarse, en un momento dado parece ser que cayó a plomo. No estaba muerto, pero al caer se había golpeado brutalmente en la cabeza, dado su peso y que parece ser que ni reaccionó intentando parar el golpe con las manos. Al parecer instantes antes había hecho algunos comentarios sin sentido para los presentes, y tras la caída y el golpe, empezó a echar espuma por la boca. Pensaron inicialmente que era un ictus o un derrame cerebral. La ambulancia se escuchaba llegar casi al mismo tiempo que yo me acercaba al bar. Cuando entraron estaba en parada, y le intentaron hacer la RCP para resucitarlo. La calle se llenó de gente que miraba desde la otra acera. Al cabo de menos de media hora, detuvieron las maniobras de resucitación y le taparon con una manta térmica de esas. Game over. Ahora sí había prescrito.


-Y: ¿Y le hicieron autopsia?


-L: Lo dudo mucho. Al día siguiente, los bares de la zona y el portal de la casa donde vivían tenían su esquela puesta. Dada la edad y su estado, más la ostia en la cabeza, lo darían por muerte natural. La historia había terminado, nunca más volví a saber nada del tipo.


Nos quedamos en silencio los dos, mirándonos y con una sonrisa que se dibujaba en la cara. No puedo saber qué sentía él, pero yo tenía la extraña sensación de que con un envenenamiento intencional se había hecho justicia a un crimen que la ley ya no podía ni juzgar. No me atrevería a decir que estaba bien, pero tenía la profunda impresión de que no estaba mal. Por último le pregunté:


-Y:¿Cómo te sentiste? ¿Conseguiste la paz que buscabas?


-L: Si te soy sincero, primero me sentí aliviado. Durante todo el asunto me había centrado en el proceso en sí mismo y había obviado las posibles consecuencias para mí. Pero una vez hecho, esa fue mi mayor tensión durante los momentos siguientes. Y una vez que fui consciente de que todo había pasado y que nadie iba a mover ni un dedo en dicho asunto, porque no había motivos para ello, me invadió una extrema sensación de paz y cierta felicidad, similar a la que tienes cuando terminas un trabajo que te ha implicado mucho tiempo y por fin se ha terminado satisfactoriamente. En cuanto a mis pesadillas, desaparecieron desde el primer día. Dormí como un niño, y en poco tiempo dejé de usar ansiolíticos. Aunque de todo esto sí me ha quedado algo de miedo a la carretera, da igual en ciudad que fuera: hay mucho psicópata que sólo necesitan del volante para dar salida al monstruo que llevan dentro. ¿No has visto el otro día lo de un guardia civil que por un accidente de tráfico ha ejecutado con 5 balazos en la cabeza al otro conductor, un marroquí que intentó huir corriendo cuando le vio con el arma? Un primer balazo en la cabeza y otros 4 estando ya en el suelo.... ¿Cuántos psicópatas hay que van con un volante en las manos en las carreteras?




La conversación se desvió ya por otros derroteros a partir de ese punto, y poco después habíamos llegado al límite de tiempo que teníamos para ese café. Nos despedimos amistosamente, y reconozco que disfruté conociendo al tipo y esa historia. Nunca más volvimos a vernos aunque alguna vez más cruzamos algún email, pero hace ya años que no tengo noticias de él. Espero que esté bien, y sobre todo, que siga en paz.


Y que esa paz nunca prescriba.


PS: Esto es una historia de ficción, y cualquier parecido con la realidad en las situaciones o los personajes, es fruto de la mera casualidad. No hay que buscarle más pies al gato, la moraleja es la que es en cada historia, sea fábula o hecho histórico.





lunes, 23 de abril de 2018

Alba II - Gente tóxica + Historia real no contada antes...


Este texto que hoy traigo, tiene una historia más interesante asociada en la vida real que la que cuenta. En principio, este texto lo escribí yo tras la petición de un director de un conocido medio cannábico gratuito más el permiso de la directora del medio publicante (la web de Cannabis.es), para exponer a un nefasto personaje que hemos sufrido en España (ahora creo que fuera de ella, también) en el ámbito del cannabis.

El tipejo que recrea la historia se llama Paco M. en la vida real, pero en el texto decidimos ponerle de nombre (ligeramente ofuscado) de Jaco Marchante. Como digo, el objetivo del texto iba con esta persona, y con nadie más.

Lógicamente, cuando se escriben relatos de ficción, se nombran personas que no existen aunque el modelo -lógicamente- lo tomemos de la vida real. Y así fue con otros de los personajes, totalmente accesorio y sin interés (lo uso para que me dé la replica en una llamada telefónica y poder contar cómo trataba el tal Paco a las mujeres que -por desgracia- se acercaban a su órbita “pseudoactivista”). El personaje se llamaba “Marta WeedDiva” y no estaba inspirado en nadie en concreto, salvo el nombre que lo había tomado prestado de una cuenta que vi en Instagram y describía perfectamente a ese tipo de carácter: niñas monas sin mucho cerebro, que iban pasando de mano en mano y de asunto en asunto por el mundillo del cannabis, a cambio de salir con poca ropa haciendo de azafatas de “congresos”.

Sin embargo, ese personaje secundario y que no representaba a nadie se convirtió en motivo de disputa. Una tipa llamada Raquel, que fue trabajadora de la empresa que publicaba el texto, dijo que ella se sentía identificada con el personaje inventado y que, además, lo estábamos usando para acusarla a consumir cocaína (ya que el personaje, también de forma accesoria para hablar con la protagonista, se mete una raya de cocaína en un WC con ella).

El razonamiento que usaba esta tipa es perverso: ese personaje me recuerda a mí misma... ¿por qué será? Ah!! Encima se mete cocaína, aunque yo no consumo cocaína... ¿Soy yo entonces? Claro, soy yo y además me llaman cocainómana!! :P

Nivel mental: hueco con eco.

Así de duro. En lugar de pensar “si usa cocaína, está claro que no soy yo” convierte el elemento que la descarta en una acusación contra ella. Demencial, pero nada sorprendente dentro de la pobreza intelectual de esta tipeja. Y con eso inició una batalla.... xD

Primero escribió a la editora que publicaba el texto, que CASUALMENTE ERA SU ANTIGUA JEFA que la tuvo que echar de la empresa porque abusó lo indecible de “supuestos problemas médicos y dolores de espalda” para no trabajar;  a tanto morro llegó, que otro trabajador de la empresa le advirtió, pero ella prefirió ignorarlo y seguir de baja. Es decir,  ella tenía "algo pendiente” con la editora (mi jefa por entonces en ese medio) que no resolvió en su día, aprovechó el texto para intentar vengarse, haciéndole quitar un texto mediante coacciones organizadas y amenazas de publicidad negativa organizada de su mano.

La editora le contestó la verdad: el texto ni tenía que ver con ella, sino con un hombre, y el personaje de ficción no era ella. Y que lejos de acusarla de nada, si el personaje tomaba cocaína y ella no, era un motivo para que se descartase en sus extrañas ideas.

Pero la verdad, cuando hay mala fe, no suele bastar. Como la tal Raquel se dedica a pastorear juláis en Youtube e Instagram con cuentas pseudocannábicas en las que igual enseña muslamen que enseña trompetas, organizó una campaña con 4 mongolos de su clase: resultado cero. No les hicieron ni puto caso y el texto no se retiró, como ellos exigían... xD

Viendo que tenía nulas fuerzas para exigir nada, y menos a su antigua jefa, decidió cambiar el objetivo y vino a por mí con una acusación distinta y que no podía lanzar contra la editora por ser mujer: yo era machista.

Ese episodio, el de la acusación machista organizada por 3 retrasadas para ganar visibilidad y seguir chupando del cuento (ninguna es capaz de tener un trabajo digno), es largo y va a ser contado en otro lugar, así que no entro en ello ahora. Me reservo. :))

Pero sí voy a dejar aclarada cuál fue mi relación con esta tipa, de una vez para siempre.

La conocí en Twitter, parecía que le gustaba hacer cosas y que era joven (no estaba quemada), y empezó a colaborar en aquellos días, en una campaña en Alicante que dirigía precisamente el mismo Paco M. que es el protagonista de la historia. Era la “chica para todo” en la empresa que editaba la Revista Yerba -antes de que volviera a manos de Miguel Pedregal (su dueño original)- y de ahí la tuvieron que echar por su nefasto trabajo... :P

Le ayudé a conseguir algo de trabajo posteriormente, primero escribiendo para la nueva Yerba con Miguel Pedregal unos artículos de ropitas y de cosas así, que corregía yo antes de que los enviase porque su capacidad es realmente limitada. Tan limitada tiene la capacidad de que a pesar de que le conseguí trabajo escribiendo para 2 medios distintos, tuvieron que acabar echándola también por bajo rendimiento y los problemas que creaba... a pesar de que en dos ocasiones el director me llamase antes de echarla y le convenciera para que le diera otra oportunidad (hasta que fue insostenible y ya me llamó para decirme que la había echado, cosa que me pareció lo lógico viendo cómo degeneró -por más oportunidades que le dieron- en vez de intentar progresar dignamente).

No me sorprendió: varias veces me pidió que escribiera yo sus textos, que ella me daba el dinero y los firmaba.... :P

Ese es el nivel de la dignidad profesional de la tal Raquel, la choni del cannabis que salió -sin cobrar un solo euro, que ya cobras con “la fama” que eso te da... xD- en pelotas en Interviú... y se le subió a la cabeza: escribe tú, firmo yo, y cobras tú.

Vamos, que la moza quería ponerme de negro escritor para ella.
No es de extrañar en una niña que -como la mayoría de su edad- es mona y en su caso se acostumbró, demasiado joven, a que hombres -demasiado mayores- fueran sus acompañantes y la exhibieran paseándola en lujosos coches: es la típica mujer que está acostumbrada a conseguir que otros, normalmente hombres a los que encandila o contacta sexualmente, le hagan el trabajo.

Mi relación con ella terminó unos meses antes de este incidente, cuando un par de directores de medios cannábicos, me avisaron de que andaba pidiéndole dinero con todo tipo de excusas a la gente

Hablé con ella y me pidió 200 euros, según ella para ir a trabajar a una feria a Asturias: yo se los dejé, pero me fui a Asturias a esa feria sin que ella lo supiera. ¿Y qué pasó?
Habéis acertado: el dinero lo había recibido peeeeeeeeero no había ido a dicha feria a trabajar.

Era una gran cuentacuentos, pero es una pena que no supiera escribir además para ganarse la vida sin pegar sablazos a la gente del trabajo. Es decir, la pillé mintiéndome por dinero, y en ese instante CORTÉ RADICALMENTE cualquier contacto con esa tipeja.

Cuando ocurrió esto, estaba trabajando para el banco Sweet Seeds, tras haber “engañado” a otro hombre que le había hecho el favor de recomendarla a esa empresa (sin contarles su historial en otras empresas del ramo), jugándose su prestigio y, como es de esperar, habíendose dejado los huevos en ese favor por el movidón que montó nada más entrar en esa empresa y mintiendo a su jefa... 

De hecho esta tipa, inició toda una serie de agresiones y acusaciones contra mí, sin decirle a quienes implicaba en esa batalla que ella había sido -como decía la gente- mi protegida durante muchos años y que yo había cerrado mis puertas, tras pillarla mintiéndome para conseguir dinero....

Así comenzó la historia de Drogoteca el machista, pero no termina ahí.

Es mejor acusarte de machista que decir que fue cazada contando historias falsas para sacarle dinero al personal y que Drogoteca te mando a chuparla en el acto, a pesar de tus amenazas de destrozar todos los asuntos de activismo cannábico en los que, por desgracia, la habíamos metido un director de un medio cannábico y un servidor o el intento de chantaje que ejecutó, cuando le dijo claramente a ese mismo director que "le podía contar a mi pareja a quién me follaba yo". Todo muy limpio, cuando mi único delito era haber cortado TODA RELACIÓN y vías de comunicación con esta trepa.

Un dibujo que hizo la susodicha,
 y me envió como regalo. 
Acompaña -oportunamente- esta ocasión.


Personalmente no tenía el menor interés en ella (de tipo afectivo o sexual) y en unos 4 años de relación diaria basada en el cannabis y el activismo en redes sociales, sólo nos vimos 2 veces: la primera en el montaje del set donde Interviú le hizo las fotos, ya que a mí me entrevistaban ese mismo día y me habían invitado (ella por un lado y al mismo tiempo, otra persona) a ir a ver cómo se hacían las fotos. La segunda vez, fue en el piso alquilado que tenía en Madrid, que pasamos a tomar algo mi pareja y yo

Y nunca más acepte una cita con ella... nunca. Y menos a solas, ya que conocía bien sus maneras cuando intenta conseguir algo de alguien especialmente hombres... De hecho, al poco de escribir yo en la revista Yerba donde ella estaba, la invité a ir a un concierto de Extremoduro en Valencia.... CON SU NOVIO DE ENTONCES (una buena persona)... aunque les pagase yo las entradas. Quería dejar claro que mi trato e interés hacia ella no tenía nada que ver con su vida afectivo-sexual y que no quedase duda por parte de nadie. Era un detalle, que incluía a su pareja, no un regalo de flirteo.

En fin, que no me importa ayudar a nadie a trabajar, pero paso de alimentar o de darle cancha a ladillas...

Pero eso, es material para otro día.
Hoy os dejo con el texto de Paco M. -uy- Jaco Marchante, que es el real protagonista del mismo y no una choni aburrida y sin capacidad para ganarse la vida dignamente.

Esperamos que os guste.
:))

Drogoteca.

.+.+.+.

GENTE TÓXICA.

No me había sentado nada bien aquella violación frustrada, y el hecho de haber terminado implicada en el asesinato y enterramiento ilegal de un Guardia Civil -aunque fuera toda una epifanía la experiencia final- tampoco me ayudaba a pintar mi espacio con un tono de tranquilidad. Viajaba en un bus desvencijado de la empresa “Avanzando” conducido por un cincuentón medio ebrio, a quien si le pusieran una gorra de color metal en la cabeza, ganaría el concurso al "Mejor Disfraz de Botella de Anís".

Graznaba machadas mientras conducía, intentando ganarse la atención de dos opositoras a inspectoras de hacienda -que tenían edad ya como para llevar pañales para pérdidas de orina- sentadas en primera fila y que insistían en comportarse como dos niñatas de 13 años, hablando de tampones y compresas entre risitas y eufemismos vergonzosos. 
Criticaba -el machote conductor- a esos cultivadores de cannabis que se negaban a comprar su droga en “los clubs legales, ya que para eso se los hemos permitido, para que estén controlados todos esos drogadictos”
Lo sostenía entre gruñidos que reafirmaban su escasez de cópulas anuales -o exceso de anales- mientras intentaba enganchar en la conversación a aquellas dos momias con perlitas en las orejas. “¿Nadie se pone a cultivar tomates si los tiene en el supermercado, verdad? Y si lo hace, es que algo sucio está haciendo.” Esa era la piedra central de su agudo razonamiento, pero me daba igual: yo sólo quería morirme en una cama -de un cansancio que no acababa de sanar- aunque lejos de ese tipo, o de cualquiera como él y sus menopáusicas amigas opositoras...
Miraba en Internet dónde quedarme en Madrid para buscar trabajo y sobrevivir. De momento lo haría con lo que me había dado el Padre Heredia -me jode la caridad católica, pero en este caso entiendo que lo que hicimos, no fue nada católico- sabiendo que había quedado en profunda y agradecida deuda con él. No sólo por salvar mi coño y mi vida, sino por los porros que metió en el hatillo que me hizo, junto con unas semillas que me dijo que eran “mano de santo”
Agradecía seguir viva pero tampoco tenía muy claro el porqué, cuando sonó mi móvil: “¿Hola, Alba?” se escuchó cuando solté un escueto “¿Sí?”.
“Soy Marta WeedDiva. Nos conocimos en un sarao privado de una copa cannábica en una feria de Barcelona... ¿me recuerdas?”
Mi cerebro intentaba moverse entre datos y caras de fiestas, pero era como una carrera de 200 metros vallas en arenas movedizas y no salía nada claro de mi coco. 
Ella insistió: “Estabas en el WC metiéndote una raya sobre tu móvil, yo me reí y me invitaste a una: esnifé la mejor cocaína de mi vida sobre un tuit en el que mandabas a tomar por culo a tu pareja, o eso me dijiste entonces...”
Ahí sí que caí. Lo de esnifar es más fácil recordarlo porque no esnifas con todo el mundo, pero a la vez tiene su aquel porque cuando esnifas no sueles fijarte en la cara de nadie, así que la clave para recordarla fue la historia que le conté y que no era más que una excusa para ligar con ella en una fiesta aburridísima llena de puretas fumando y charlando entre ellos, mientras miraban el culo a las chicas que habían puesto de adorno con la excusa de alguna promoción. Marta AKA WeedDiva era una de ellas; chica mona que había salido del 'ghetto' fumando porros como forma de vida -o eso decía ella- y que se sacaba para sobrevivir poniendo su imagen en distintos “cubiletes”, pero siempre cerca del mundillo cannábico. 
Le dije, muy sinceramente debido a mi lamentable estado: “Ah Marta, sí, recuerdo quien eres... ¿Qué querías? Si es muy largo de contar, tal vez no sea el mejor momento...”
Me interrumpió de golpe, con miedo en la voz a que resolviera y cortase la conversación y dijo: “no, no, llamo para pedirte que me cuentes tú algo... es que tengo una oferta de trabajo pero viene de alguien que no me da buena espina para nada: un tal 'Jaco Marchante' y una persona me dijo que tú me podrías dar información, porque le conoces bien. ¿Es de fiar?”
Cuando alguien te pregunta si otra persona es de fiar, te pide una evaluación que tal vez no te apetezca dar, pero la química de mi politoxicómano cerebro se había activado como si me hubiera subido medio gramo de anfeta por la nariz al escuchar hablar del viejo Jaco. ¿Ahora se hacía llamar Jaco Marchante? Me hizo gracia porque ese era el apellido de la segunda mujer que desposó, y que en realidad odiaba porque le recordaba -cada día- lo que en realidad era a pesar de sus anhelos.
“¿Marchante?” pregunte con evidente sorna.
“Sí, ahora firma así en Internet. Dice que es un apellido profesional, para los medios y que respeten su vida privada...”
Eso era mentira, había cambiado de apellido intentando cambiar de víctimas, pero no de vida que seguía agonizando a ráfagas: hace unos años me llamó pidiendo ayuda diciéndome que “le quedaban unos dos meses de vida porque 'el bicho' le había comido por dentro e iba a palmar ya mismo”. 
Como lo que me pidió no era pasta -algo que nunca debías poner cerca de Jaco si querías volver a verla- no me importó echarle una mano en Twitter, donde aterrizó por desgracia, y aprendió a hacer de un grano de arena, una montaña con la que acosar a cualquiera. 
Al principio pensé que era la desesperación del aspirante a patíbulo cercano, pero luego vi que era simplemente la única forma en que sabía existir: acosando a otros, y especialmente a las mujeres a las que gustaba de tratar como si fueran sus empleadas con derecho de humillación. “La becaria” era lo más suave que decía que cualquier trabajadora cerca de él, pero se vendía como un activista por los derechos de todos.
A lo largo de su historial, le habían colgado epítetos como Jaco 3000 en alusión a una de las cantidades robadas en un fraude donde prometía dar defensa legal a usuarios de cannabis que pagasen su “tarjeta de porrero asociado”, Jaquito Chocolatero en alusión a la mierda que fumaba y que trapicheaba en las fiestas “de rojos de izquierdas comunistas de verdad” en las que pululaba buscándose la vida y haciendo favores para pedirlos después, Jaco Más-Cara-Que-Espalda como le llamaban quienes tuvieron la desgracia de trabajar en el mismo lugar que él ya que se ganaba el lugar como los cucos: quitando el trabajo de otros a ojos de jefes atontados y atribuyéndoselo a sus huevos para llevarse la tajada. 
También Jaco el Banquero, por un inefable “Banco de Cannabis” que era gratuito para enfermos, y donde los inocentes cultivadores donaron yerba que se fumó “el banquero” y jamás se pudo ver un sólo enfermo beneficiado que pudiera mostrarse públicamente. 

Jaco “la chota” era como le conocían en su barrio, donde desde crío era objetivo de la policía porque cantaba nada más verles. La lista de motes del tipo en cuestión era tan larga como los fraudes cometidos, los robos acometidos y vendidos en el mercado “oculto”, los trapis por los que le tenían “una cuneta metida en barbecho esperándole” en varios lados, por si los pisaba de nuevo, etc. 
Así que llegado el momento, saltó al mundo digital y se proclamo “experto en comunicación y redes sociales”: los tipos que sabían por experiencia qué clase de sabandija era Jaco, no habían llegado aún a “lo masivo” de la comunicación en redes sociales y él supo aprovechar esa ausencia de actores que le señalasen y recordasen su pasado. En este nuevo mundo digital podía engañar a muchos más pardillos, aunque alguno se enterase de quién era en realidad...
Se autodenominó experto en comunicación, pero le tenían que escribir las preguntas y las respuestas de las “entrevistas que daba” porque no era capaz de expresarse con corrección y lo que decía haber escrito no eran sino textos robados a otros y abandonados en oscuras webs. Era todo un animal carroñero buscando desechos, basura y huecos por donde colarse. Pero si se iba a morir en dos meses... ¿qué había de malo en ayudarle? 
Años después, recordé eso mismo cuando alguien me contó que estaba en un hospital “reventado por el cáncer”, y sonreí asegurándole que le vería superarlo, aunque enviase fotos de sí mismo intubado. 
Jaco era “el pequeño Nicolas” del mundo del cannabis: la gente creía que era alguien porque les mostraba fotos con otra gente conocida, y porque otros pardillos y gente sin vergüenza -cantamañanas que seguían vendiendo “la movida madrileña” en pleno año 2017 y doctorcetes buscando fama patológicamente, gente que también vivían del cuento- se dejaban fotografiar con él, cosa que este aprovechaba para presentarse ante desconocidos como un personaje “relevante”
Lo hacía incluso espiando las redes sociales y asaltando a los fumetas en los clubs de la ciudad de Alicante para conseguir que le dieran “Like" en Facebook o que le hicieran "Follow" en Twitter: una auténtica cucaracha digital de las redes sociales e Internet.


Tras haber perpetrado un último fraude -en el que la policía nacional tuvo que ir a buscarle y a intervenir el falso “club activista” que decía haber fundado (pero que nunca tuvo socios reales) y donde decía “haber invertido” el dinero que le había tangado a una chica de Barcelona, como unos 12.000 euros) fue la última vez que supe de él, por medio de un abogado que “le asistió en declaración” (sólo puede estar presente sin hablar, pero eso calma a los cobardes) por 180 euros, que pagó sin dudarlo -asustado y acorralado- con tal de no ir sólo a declarar sobre el timo con el que sacó el dinero para montar el falso club activista: sabía que si entraba en el calabozo no le dejarían salir ya si aparecían todos sus fraudes. 
Creí que le daría igual porque entre cánceres y sidas, algo le mataría al final y no tendría tiempo de pagar por sus delitos. De hecho, de esta misma forma quemó sus cartuchos al trabajar para un pobre despistado que tenía una gacetilla cannábica que otros rechazaban ya ni tocar, y a que en su desconocimiento del mundo del cannabis en España se presentó como el especialista en redes sociales que le haría volar su negocio: y voló, porque la revista “Yerbajos” ya ni existe.
“¿Alba? ¿Me oyes? ¿Alba? ¿Sigues ahí?” fue lo que movió los huesecillos de mi oído e hicieron reaccionar a mi cerebro, palabras de la personas que esperaba una respuesta: “Sí, perdona, te comentaba que estaba muy cansada para una larga charla, aunque el asunto lo merece. ¿Estás segura de que es el mismo Jaco Marchante que decía estar muriéndose ya terminal hace unos años, el que ahora medra por Alicante?” le contesté para resituarme mientras me respondía.
“Sí sí, totalmente segura, me ha mandado una foto que no sé cuando pudo hacérsela o cuánto photoshop tiene, porque es como si no fuera él mismo pintas con cara de yonki destrozado que es en realidad, y me ha mostrado una web llamada 'Yo te cuento la película' donde firma él y otra gente de esa que sale hablando del cannabis, y que dice que tiene la información de verdad importante. 
Quiere que escriba para él, y que me paga cada artículo antes de que escriba el siguiente...”
La corté en seco: “Uy Martita... ¿ya empezamos con las movidas raras de pagos en diferido con Jaco Marchante cerca? ¿Es Jaco Cospedal o está postulándose para el Partido Popular? Habría que cambiar el nombre y llamarle Jaco “el PoPular”y que sea el jefe de prensa de los de Bárcenas...
¡¡Alerta, estafa al trabajador a la vista!! ¡¡Mec, mec!!
Normal que os diga que paga antes del siguiente trabajo, pero porque nadie cobra el primero así que nadie escribe el segundo artículo: ese es el modelo de estafa con el que se intenta presentar ahora como si pudiera borrar su pasado. Fíjate si ha colado entre desinformados y periodistas de titulito pero sin madera, que los paletos de “ElMundoReal” le citaban como presidente de los activistas en el país y tuvimos que avisarles de que estaban dando publicidad a “L.I.N.C.E”, la asociación tapadera que montó, involucrada en un fraude económico de profundidad aún desconocida y con víctimas estafadas que habían perdido su dinero, entre otras cosas.
Nos comentaron que es que como les había enviado un vídeo en el que Alberto Galán -el “dipucuqui” de Izquierda Fundida- le atendía en una noticia sobre cannabis, pues pensaron que era realmente un activista importante y que era verdad todo su currículum. Les tuvimos que hacerles notar que -a pesar de que en su currículum ponía muchas cosas y todas falsas o falseadas- algunas de las afirmaciones que allí se podían leer, como 'HABER ESTUDIADO BITCOIN EN ALEMANIA EN LOS AÑOS 90' no eran posibles. Cuando vieron eso se dieron cuenta de que estaban ante un fraude clásico, y se les cayó la cara de vergüenza por haber sido los que mejor picaron: periolistos deseosos de dar como primicia cualquier basurilla”
“Ah... vaya, entonces... ¿no es de fiar el tal Jaco, no?
Jolín, con la ilu que me hacía a mí que alguien leyera lo que escribo, porque yo sé que tengo una vida interior que si la viera algún guionista de TV, fijo que me hacía una serie tipo Ally McBeal sólo para mí!! Y es que escribir me motiva tanto...”
Tuve que interrumpirla cuando su voz sonaba como Judy Garland en “El Mago de Oz” y amenazaba con ponerse a cantar. “¿Oye Marta, cuando nos conocimos tú me dijiste que habías dejado el instituto hacía años... 
¿Por qué te llama a ti para escribir, acaso te has formado como periodista o escribes de forma profesional? ¿Eso no te lo has preguntado? ¿Por qué tú?”

Un silencio se hizo al otro lado. “¿Marta? Eh! ¿Estás ahí?”
“Sí, estoy aquí.” me espetó fríamente. “Pues supongo que si Jaco piensa en mí para escribir y no en otra será porque valora mi trabajo y sabe que mi historia es pura y real... ¿tan raro te parece que además de estar buena sepa escribir y que a otros les guste? Es un hombre con mucha experiencia y sabe reconocer lo bueno. Ya me advirtió contra gente como tú, que vuestra envidia sería la primera piedra contra la que tendría que luchar...”
Oye mona, que yo no te he llamado para pedirte nada ni para darte mi opinión: has llamado tú para preguntarme si Jaco Marchante, el tipo más dañino para el mundo del cannabis en España y farsante profesional, era de fiar. 
Y si te he seguido la charla, es porque me sorprendía que siguiera vivo: ya sabes lo que dicen de las cucarachas y el invierno nuclear... ellas serán las últimas en desaparecer, porque siempre habrá cadáveres de los que alimentarse” le contesté sin levantar demasiado la voz, porque la jaqueca que producía recordar la cara de Jaco, o visualizar mentalmente la repugnante imagen de sus testículos -con los que adornó vía tuit su cuenta como maestro de la comunicación- me empezaba a saturar, más aún que cavar una tumba para enterrar un guardia civil.
“Envidia” replicó ella. “Tú también me tienes envidia.”
“Es cierto, te envidio porque seguramente tienes una cama cerca en la que tumbarte a descansar. ¿Has mirado si ya está Jaco dentro de tu pijama o debajo de tu almohada? 
A una feria cannábica en Andalucía, tras trabajar para ellos como supuesto “Comunity Manager Cannábico” les pirateó las cuentas y les robaba la información, y el encargado prefirió callar y no decírselo al jefe: tenías que haber visto su cara cuando se lo soltaron otras personas en una reunión de negocios. 
A otro antiguo jefe, le hacía lo mismo -espiando todas sus comunicaciones- y le ofrecía mejores tratos a sus clientes para quitárselos. Cuando le pillaron con las manos en la masa y le confrontaron, culpó a su propio hijo del fraude. A ti, que le interesas porque ha visto tu talento como escritora, no te hará algo así... ¿verdad?”
Mi silencio se tornaba en risilla, audible por momentos, cuando llegó su descarga final.
“Todo lo que dices es mentira y está envenenado. Es normal que nadie quiera saber nada de ti porque -como dice Jaco- eres una politoxicómana con problemas mentales. Busca ayuda que te hace falta mucha, querida Alba la culta...”
Ya con una carcajada que no pude contener le dije: “Tienes razón. Te cuelgo cariño, que tengo que buscar loquero, ya mismo...” 
Y sin esperar, pulsé la tecla de colgar. Bastante tenía con tirar de mis huesos en ese instante, como para tener que preocuparme del ego malherido de una víctima con vocación de tontita explotada. Pensé antes de abandonar la consciencia, que era injusto reírse de una víctima pero también lo era considerar víctima a quien vivía para serlo
Un sentimiento de paz -en forma de cálido alivio- me envolvió depositándome, con cuidado, en un profundo sueño.

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El primer texto de esta serie lo puedes encontrar aquí: http://drogoteca.blogspot.com.es/2017/08/alba-bautismo.html