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miércoles, 20 de junio de 2018

Tú compras cannabis al mercado negro: la mentira de los CSC en España.

Este texto sobre cómo el mercado negro se ha convertido en el suministrador y propietario absoluto de los llamados CSC o  falsos Clubs Sociales de Cannabis, fue publicado en el portal Disidencias hace unas semanas.

Hoy me han contado una cosa que, de haberla sabido, no hubiera dudado en incluirla en el texto.
Hasta tal punto llega la desfachatez de este mercado negro escondido como falsas asociaciones, que la última (de 4) que ha abierto en mi ciudad, Salamanca, ahora sólo vende hashís o marihuana a sus clientes (falsos socios) PERO NO DEJA CONSUMIR EN EL INTERIOR DEL RECINTO...

Cualquier punto de venta de drogas tradicional tiene ya más dignidad que este modelo corrupto de los CSC en España, responsables de haber destrozado el tejido asociativo y el autocultivo: ambas cosas les dañan en sus intereses económicos.

:P

Esperamos que os abra los ojos, y que nunca más podáis decir que nadie os explicó cómo estáis pagando al mercado negro disfrazado de falsas asociaciones.

Drogoteca.

- -


¿Qué esconden los CSC o 
Clubs Sociales de Cannabis 
en España?

Este es un texto que, por las acusaciones que en él se vierten -entre otras, ser instrumentos del mercado negro organizado en España- requieren unas ciertas aclaraciones previas por parte del autor, sin esconderse y llamando a las cosas por su nombre. 

He pasado media vida en el mercado negro, comprando y vendiendo, siendo parte activa de él. Y no por ello siento la menor vergüenza por mis actos en ese sentido, ni considero que tenga nada de lo que arrepentirme en relación a esos hechos. Pero comencemos esta historia enseñando totalmente las manos....




Mi relación con el cannabis.

Aunque en el blog “Drogoteca” no solía escribir prácticamente nada sobre cannabis, ni meterme demasiado en esos temas (salvo por encargos expresos -realizados por casi todas las revistas o medios cannábicos- así como otros medios de tipo más generalista), soy un cultivador con más de 25 años de experiencia en el cultivo de marihuana. Incluso en una larga época en que prescindí de consumir droga alguna, seguí cultivando y me pagué la carrera -de Educación- gracias al cultivo y venta de marihuana. 

Antes de iniciar dicha carrera, fui propietario de un bar en el que se vendía hashís y marihuana -de forma muy similar a como se realiza hoy en los CSC- pero sin escudarse en ser una falsa asociación. Todo esto, mucho antes de empezar a escribir sobre drogas; ya trapicheaba con menos de 14 años.

En aquellos años míos en la hostelería, recién estrenada la mayoría de edad, me “bajaba al moro” o me subía a Amsterdam con notable frecuencia. Tenía muy claro lo que yo hacía: era mercado negro de cannabis, puro y duro, sin complejo alguno ni búsqueda de excusas para suavizar nominalmente la realidad. 

Así pues, el cannabis es una droga que me ha acompañado desde muy joven y que conozco profundamente, en casi todos sus aspectos (del cultivo al tráfico) pero no es la sustancia que más me llamaba a la hora de escribir sobre drogas: lo mío eran “las drogas”, pero todas las drogas y no sólo una de ellas.

He escrito y trabajado para diversos grupos del mundo del cannabis en España, pero nunca he tenido interés empresarial y mi relación con ellos siempre ha sido la de un freelance a quien le compraban textos. 

A día de hoy, no mantengo relación laboral o comercial alguna con ninguna empresa, grupo o personas del mundo del cannabis en España; posiblemente porque valoro más mi derecho a decir lo quiera decir, que el pago por callarme o tenerme controlado mediante la amenaza de quitarte el plato de comida de la boca.

Soy también un paciente de dolor crónico de tipo no-oncológico (con morfina y otros opioides pautados médicamente, desde hace lustros), y que uso el cannabis -que yo mismo cultivo- como parte del tratamiento contra el dolor, ya que me permite maximizar los efectos positivos de los mórficos y controlar algunos de los no deseados (como pueden ser las náuseas asociadas a estos fármacos).




He sido cliente de 1 CSC -que vendía cannabis- durante algo más de un año, hasta hace unos meses, en que por propia decisión pedí la baja por motivos ideológicos: no me molesta el mercado negro, pero no soportaba más que se llamase asociación a lo que es un punto de venta de drogas, donde hay un único vendedor y lo demás, son clientes sin voz ni voto de ninguna clase.

Carezco de antecedentes judiciales que tengan que ver con el cannabis o el mercado negro, y nunca se me ha imputado delito alguno que tenga que ver con este mundo. Nunca he sido condenado por ningún delito. 

A día de hoy, tengo mis necesidades económicas cubiertas totalmente, gracias a otras áreas -que nada tienen que ver con el cannabis- como son las criptomonedas. Con ese último detalle -independencia económica total- la vida me ha regalado el derecho a poder escribir lo que quiera sin miedo a no poder comer por hacerlo.

Es decir, esto soy yo.

A estas alturas de mi vida creo que soy libre -de verdad- para decir lo quiera y que ante nadie -salvo ante mi propia persona- respondo. Una vez aclarado esto, vamos con el tema; a fondo.


Antecedentes contemporáneos de los actuales CSC 
o clubs de cannabis.

Hubo un tiempo, no hace muchos años, que en nuestro país existía un movimiento asociativo -real y no FAKE- detrás del cannabis y sus usos. Este movimiento surgía de la necesidad de defenderse legalmente frente a las leyes y acciones que nos afectaban, como usuarios de cannabis y, especialmente, como cultivadores de cannabis (la pieza esencial de toda la cadena). 

Esos grupos y asociaciones, como por ejemplo Pannagh en el País Vasco, fueron esenciales a la hora de sacar el cannabis de las mazmorras comunes de “las drogas” y mostrar una realidad, en torno a esta planta, que nada tenía que ver con historias de vidas destrozadas por las drogas, sino que incluso aportaba historias en el sentido contrario: el testimonio de muchas personas que habían visto cómo el cannabis mejoraba sus vidas aportándoles calidad y salud.

La estructura básica de estos grupos, antaño y no ahora, era realmente una cuestión asociativa. La gente se asociaba para cultivar, compartiendo gastos y enfrentando las represalias legales (si las hubiera) de forma organizada y con las cosas claras: la gran diferencia que hay entre vender cannabis a terceros, con respecto a cultivar y cosechar de forma conjunta -precisamente- para no tener que entrar en contacto con el mercado negro. Y eso era cierto.

De hecho eso era uno de los mejores argumentos para no forzar las leyes y las acciones contra estos grupos, que eran muy locales, altamente especializados y sin ánimo de lucro. Este último punto de forma meridianamente clara, porque era en última instancia lo que les diferenciaba de cualquier forma existente de mercado negro, en el que el ánimo de lucro es esencial para el funcionamiento de todas y cada una de sus piezas.

En estos clubs -que funcionaban de forma poco homogénea y sin demasiada coordinación, dada su naturaleza local- se cultivaba “dando la cara”. Es decir, el cultivo no era “anónimo” sino que pertenecía a un grupo de personas que lo reconocían como propio y se reconocían como consumidores de cannabis que no querían relacionarse (al menos como única opción) con el mercado negro, siendo esta la única forma de lograrlo: cultivándote tu propio cannabis.

La base de de estos clubs era -al menos, en la teoría legal de su estructura asociativa más habitual- el conocimiento y estudio sobre la planta, principalmente porque no puedes declarar -en tus estatutos asociativos que son un documento público- que tu objetivo es cultivar cannabis (ya que, de forma genérica, esto es delito) así que el “estudio de la planta de cannabis” era la excusa, pero también una realidad a su manera. 

Si bien no se realizaba nada que pudiera considerarse “estudio” a nivel serio y totalmente científico, es cierto que en ese entorno asociativo se formaba a personas que necesitaban de ayuda para ser capaces de cultivar por sí mismos (como enfermos aquejados de cáncer, dolor y otras patologías) de tipo humanitario, que eran casos sobrevenidos por enfermedad. Y no hay que olvidar que esos grupos fueron, de facto, los primeros en proporcionar cannabis a enfermos que lo necesitaban y carecían de tiempo, conocimientos o posibilidades de cultivar o incluso de acceder al mercado negro (mujeres con cáncer de mama que nunca habían tocado ese mundo, por ejemplo).

El hecho de que estas asociaciones -germinales en el tema del cannabis en España- enfrentaran su propio abastecimiento mediante sus propios cultivos, les otorgaba el derecho a argumentar que ellos sólo querían salirse del mercado negro mediante el auto-abastecimiento. Se lo otorgaba porque era cierto, ya que eran asociaciones cuya principal actividad era el cultivo de cannabis para sus miembros. Y precisamente quien más dañado salía de su existencia, eran las mafias del mercado negro, que perdían clientes.

Pero al mismo tiempo, su principal virtud les hacía vulnerables, ya que la policía encontraba más fácil probar un cultivo ilícito que una venta de drogas, aunque el resultado penal que se buscase fuera el mismo finalmente: tráfico de drogas. Y paradójicamente este criterio de comodidad policial (siendo generosos al calificarlo, ya que el autocultivo sólo daña al mercado negro, quitándole dinero) fue, en gran medida, el responsable del desastre que vino a continuación.

La solución-trampa que destruyó el pasado:
la “compra mancomunada”.

Ante la presión que la policía ejercía contra las asociaciones, estas -que hasta ese momento se abastecían cultivando- se vieron acosadas en los cultivos y con sus socios desabastecidos como consecuencia directa. De esta forma se planteó, como recurso legitimado por las circunstancias, volver a tratar con el mercado negro, pero ahora como grupo de socios (grandes cantidades ya que los precios bajan) y a eso se le llamó “compra mancomunada”.

¿Qué es este concepto de la “compra mancomunada”? 

Pues era una artimaña ciertamente leguleya, por la que una asociación -que se había quedado sin cannabis por una redada o incautación de cultivos- se organizaba para comprar al mercado negro directamente. ¿Acaso comprar en grupo te protege de algo? No, no cambia en esencia el tipo penal en el que puede incurrir, salvo a la hora de repartir la droga con el resto de compradores (para que no se considere “traficante” a quien reparte la compra común con otros “adictos/socios”).

El origen legal de ese concepto se introdujo en los años 80 como eximente en la legislación, para no condenar por tráfico de drogas a unos yonquis que, simplemente, compartían una papelina de heroína, aunque la compra la efectuase uno solo de ellos. En la construcción del tipo penal del tráfico de drogas, no hace falta que haya un intercambio económico o afán de lucro, así que el simple hecho de comprar a medias y compartir drogas, podía acabar con alguien sentenciado como si fuera un camello siendo sólo un yonqui.

De ahí nació el que “comprar de forma conjunta una droga para su consumo inmediato por un grupo de adictos” no fuera un delito de narcotráfico, para que la cárcel no se llenase de meros yonquis, pudriéndose con condenas pensadas para traficantes de verdad; no para adictos que compartían unas dosis de droga. Este fue el caso de David Reboredo, que se vio con casi 7 años de condena por menos de 30 euros de heroína en total. En su caso, dos condenas por compartir unas papelinas con otro yonqui, no era legalmente válido para optar siquiera al indulto (aunque al final se le hizo “por lo bajinis”).




También en aquella época de la mal contada “epidemia de heroína” en España, y antes de la Ley de Seguridad Ciudadana -o Ley Corcuera- que reguló la tenencia para consumo como mera falta administrativa, se introdujo una excepción a la sancionabilidad de la conducta de compra y posesión de drogas cuando era (cito de memoria) para aliviar la abstinencia de “un familiar en primer grado, padres, hermanos o hijos” que fuera toxicómano sufriendo los dolores del “mono”.

Esas excepciones buscaban alejar del circuito penal a quienes no cometían realmente un delito, bien por adictos o bien por compasión hacia el dolor de un familiar de primer grado. Como puede imaginar el lector, esas excepciones (propias de los años 80) no se hicieron para el marco de asociaciones de cultivadores y consumidores de cannabis, y menos para que pudieran servir de “marco protector” de compra de cannabis -en grandes cantidades y con vocación de continuidad- al mercado negro.

El desembarco del mercado negro organizado
en los clubs de cannabis 
de España.

Una vez que se empezó a usar la compra mancomunada -afinada por interesados abogados como “concepto legal de diseño”- para permitirse ir contra lo que era la idea fundacional de esos clubs (sacar gente del trato con el mercado negro y sus mafias), el diablo había entrado por la puerta de atrás, primero para poner en juego cuantiosas sumas de dinero al efectuar dichas “compras mancomunadas” y que al ser con el mercado negro como vendedor, nunca habría factura de nada.

Los clubs, en su mayoría pero no todos, acabaron viendo que era mucho más sencillo “comprar el cannabis” que intentar cultivarlo tú mismo, y que la policía acabase jodiéndote el cultivo con todo el trabajo y tiempo que había llevado (algo que pasaba con excesiva frecuencia). 

De hecho, vivimos paradojas como que en una isla de nuestro país, la policía intervino una asociación de auto-cultivadores que eran en su mayor parte enfermos y eran sólo 50 miembros, antes que tocar (en la misma pequeña isla) una “asociación-FAKE” que tenía varios miles de socios (nominalmente) pero meros clientes en realidad. La policía iba a lo fácil, a por 4 gatos que cultivaban, y así con ese juego se empujó al tejido cannábico que existía en ese momento, a las manos del mercado negro (que estaba encantado de tenerlos de vuelta de nuevo).

Esta suma de hechos legales, intereses de nuevos “lobbys de abogados”, y de acciones contra el auto-cultivo en lugar de contra el mercado negro con ánimo de lucro, acabaron por traernos a la situación actual -a día de hoy- en nuestro país: alrededor de 1000 “asociaciones” que venden cannabis a sus “socios”. Y eso, sin que exista un marco legal que lo regule o que -al menos- no lo persiga.

Con el cambio que esto produjo, muchos de esos “gestores” de las asociaciones, se vieron manejando mucha pasta y la estructura de las mismas -derivada de estos nuevos intereses- empezó a mutar. Empezaban los nuevos enfoques, por los que se estaba saliendo claramente de ese torturado concepto de la “compra para el consumo inmediato por un grupo de adictos”, ya que no se compraba para un solo momento, sino para el consumo de varios días o semanas. No todos los que “entraban” en esa “compra mancomunada” querían o necesitaban las mismas cantidades o variedades de productos del cannabis (no es lo mismo lo que uno recibe del hashís que lo que recibe de una marihuana, aunque uno de los principios activos -el THC- sea el mismo). 

Es decir, se empezaba a plantear una compra constante al mercado negro, para “abastecer a tus socios”, pero ya no de forma realmente asociativa sino saltando a un modelo de “empresa que vende a cliente”.



Eso llevó ya en el año 2015 a que el mercado de la venta o traspaso “de asociaciones” (algo nominalmente imposible en el ámbito legal) generase un mercado en el que se hacían ofertas cercanas al medio millón de euros, por una asociación en una buena zona de Barcelona. 

¿De verdad que alguien pagaría 500.000 euros por quedarse una asociación (si esto fuera posible legalmente) que por definición, no puede tener ánimo de lucro? ¿Alguien se cree esto? Obviamente no, y la prensa -ya entonces- lo señalaba de forma abierta.

A día de hoy, de los aproximadamente 1000 clubs de cannabis, se cuentan literalmente con los dedos los que realmente están 100% fuera del mercado negro. La mayoría de los CSC (la nueva denominación) actualmente compran todo lo que venden al mercado negro directamente, algunos a cultivadores locales y otros, a una central organizada que les provee de todos los productos de cannabis que necesitan. 

Es decir, se han convertido en las franquicias del mercado negro, en lugar de combatirlo como era la razón de su origen como asociaciones de auto-cultivo y auto-abastecimiento. Una vez que entraron “los billetes de las compras mancomunadas”, el modelo asociativo y como consecuencia, el activismo cannábico real, despareció prácticamente de la realidad.

El nuevo modelo permitía “una gestión diferente”. Ya no requería cultivar, ni siquiera saber hacerlo. Sólo comprar barato para vender más caro. Primero, esa entrada de capital, la procesaron creando “puestos de trabajo” bajo el paraguas de una asociación de consumidores. Lógicamente, los puestos de trabajo eran para los que manejaban el cotarro, y con ello el beneficio, con lo que los socios, que son una figura totalmente legal y con poder -en teoría- total sobre la asociación (su asamblea general es el máximo órgano decisorio, en el modelo asociativo que firman estos negocios) fueran progresivamente apartados a firmar como socios pero funcionar como clientes.

Hubo incluso algún caso (en la provincia de Madrid) en el que una asamblea general de una asociación, quitó a los que la llevaban -de forma totalmente legal- y puso otros gestores. Al cabo de unos días, comprendieron por qué esto no debían hacerlo aunque la ley les capacitase para ello: aparecía el “músculo armado” que había detrás de estos grupos, escondidos como asociaciones. 

Y es que con el dinero, y menos el del mercado negro organizado, no se juega. Y sucesos como ese, que ponían en solfa “de quién era el negocio” si la estructura es la de una asociación sin ánimo de lucro, así que los “asesores legales” aconsejaron que ni se permitiera ver los estatutos a los socios, ni se celebrasen -en realidad- asambleas generales (con todo el poder), sino que se falsifiquen estas asambleas, exigencia legal que tiene que cumplir cualquier asociación. 

Asociaciones en que firmas como socio, pero no tienes derecho ni a ver los estatutos ni a decidir nada: la ilegalidad más flagrante les sirve para que los nuevos clientes no sepan realmente nada y simplemente sigan comprando.

Tal es el flujo de dinero que generan estas empresas mafiosas que se han apoderado del marco asociativo, que en 2014 ya un juez congeló 60 cuentas bancarias asociadas a uno solo de estos puntos de venta “con pseudo paraguas legal”. En ese año, había “falsas asociaciones” en la ciudad de Barcelona que, en teoría, contaban con decenas de miles de miembros (en realidad, clientes extranjeros captados en entorno turístico). Y había uno de esos puntos de venta de cannabis que tenía -como en la pescadería o la carnicería- una maquina para darte ticket con un turno para que pudieras comprar, debido a la alta demanda que había. Esa maquina que daba tickets para poder comprar, cuentan que había días que daba varias veces “la vuelta” y comenzaba de nuevo. Por aquel entonces, habría unas 500 falsas asociaciones en el país; ahora alcanzamos las 1000 y existen en todas las capitales del país y en muchos otros lugares.

Dinero llama a dinero:
estructuras del actual modelo.

Por supuesto, todo esto no pudo ocurrir sin la complicidad de un gran número de abogados que, conscientes del modelo y buscando justificaciones para el mismo, acabaron anunciándose públicamente para quien quisiera abrir “una asociación cannábica”, en un grado que variaba desde hacerles los estatutos a ponerles en contacto ya con los proveedores del producto clave, el imán para los compradores: derivados del cannabis. 

Asistimos impertérritos a cómo los asesores legales se convertían en impulsores, haciendo de enlace con el mercado negro local o -en otros casos más delictivos- con una “organización” que les vende todo. Y una organización que te vende un producto fiscalizado como droga no legal, a nivel nacional y especializada en abastecer a los puntos de venta, es la definición viva de organización criminal. Aunque lo vistan de “asociación” y repitan, como loros inconscientes, que “las asociaciones son buenas porque nos sacan del mercado negro”. Y no, esto no es así. 

Las asociaciones -actuales- en su inmensa mayoría, no son buenas: son el propio mercado negro y organizado. El flujo de dinero en altas cantidades y la falta de regulación alguna o control, propios del mercado negro, empezaron a atraer inversores a lo que otrora fue un área asociativa contra el mercado negro. 

Los jueces, ante este nivel de especialización, pasaron de pedir penas que solían rondar los 5 años para los cabecillas de los clubs de cannabis, a penas que rondaban los 22 años, ya que se apreciaban delitos de organización criminal y de blanqueo de dinero (obviamente, no se declara: no tienen ánimo de lucro legalmente).

Pero en muchos casos, los abogados ocultaban esta realidad a sus clientes, quienes en muchos casos creían y creen estar haciendo algo que tiene una cobertura legal, cuando en realidad son -a nivel legal- puntos de venta de drogas ya equivalentes a los de cualquier poblado de la droga. Y no tenían demasiado problema en engañar a sus clientes, hasta el punto que -uno de los abogados, de esta clase, más conocidos en España- llegó a decir sobre la posibilidad de que muchos de sus asesorados, ante un proceso judicial, acabasen presos: “el movimiento cannábico necesita mártires”.

Al mismo tiempo, la “normalización” en la presencia de esos puntos de venta en nuestra geografía y el cambio en la percepción social que, en estos últimos 10 años, ha tenido la imagen del cannabis como un producto mucho más tolerado, ha llevado a que se cree un “In pass” en el que la realidad es esta, pero legalmente no se actúa contra ella. 

¿Por qué? El cambio en las políticas sobre cannabis en todo el planeta, tiene a los políticos españoles -y por ende, al poco separado “sistema judicial”- sin saber qué hacer ni cómo abordar la regulación de esta planta, esperando un mejor momento para meterle el cuchillo a este asunto, pero al mismo tiempo teniendo ya bien identificados “esos puntos de venta que pasarán de ser mercado negro a la cara blanqueada en un contexto regulado”, y que rendirán cuantiosos impuestos a las arcas estatales (o eso creen que podrán lograr).

De forma paralela, existe toda una industria del cannabis legal (que no venden marihuana o hashís, sino semillas, útiles o derivados legales de la planta) con muchísima fuerza en nuestro país, que son quienes manejan (de forma directa en la mayoría de los casos, y mediante “vinculación económica por publicidad” en los demás) la mayoría de medios cannábicos. No hay ninguno que se pueda intentar llamar “independiente”, sino que el mundo del cannabis en España es extremadamente auto-referencial y vinculado a grupos con potentes intereses económicos: directamente dependientes y coordinados entre todos ellos.

Nadie que no tenga asegurado su futuro económico-en el mundillo del cannabis hispano- debe salirse el relato impuesto -por estos grandes grupos, con piernas en ambos lados de la ley- si no quiere represalias, que comienzan con censura y pueden llegar mucho más lejos, como imputaciones de delitos en falso o campañas de desprestigio intentando forzar a tus relaciones comerciales a abandonarte, mediante amenazas y presiones. 

Yo mismo, cuando trabajaba escribiendo para estos medios, recibí campañas de difamación en que se me acusaba de machista y que llegaron a que un responsable de prensa en el Senado de un joven partido político, llamase a mi editora para pedirle “revisar previamente” lo que yo iba a publicar en unos días (a lo que obviamente me negué), tras una entrevista con 2 senadores de su partido en el Congreso de los Diputados, y le preguntara “sobre las denuncias que yo tenía por violencia de genero y acoso”, que son en total.... cero. 

El choque entre la política -y sus turbios intereses y mecanismos- con el mundo del cannabis, dirigido por las caras pseudolegales de un reforzado mercado negro, ya con estructuras supra-nacionales, hace saltar chispas que uno no imaginaría y el juego sucio -a dichos niveles- es la base del juego.

¿Queda algo de lucha 
contra el mercado negro
o está todo entregado?

Como indicaba el jurista Javier González Granados, el modelo de los CSC, hoy día y más tras el “supremazo 484” contra los clubs de cannabis, es un “traje al que se le revientan las costuras”. Pero al mismo tiempo, esa sentencia reconoce la ineficiencia del sistema político, incapaz de regular correctamente algo que, al menos actualmente, la sociedad parece aceptar sin mayor problema pero las leyes siguen penalizando porque esa etérea figura de “el legislador” no ha “movido ficha” -desde hace décadas- en este aspecto. Y les emplaza a hacerlo de una vez y dotar de un marco regulado al asunto.

Si el actual modelo “cristaliza”, bien por el paso del tiempo que -de facto- les permite seguir con su actividad o bien porque estos grupos del mercado negro (que han destrozado la realidad del poco tejido asociativo que les hacía frente en sus intereses) consiguen encontrar la forma de pactar un “armisticio” con los demás actores, pues lo que habrá ocurrido es que habremos legalizado el mercado negro, o al menos una “cara amable” de las mismas mafias de amplio tamaño y capacidad.

El desarrollo de estos puntos de venta de cannabis en nuestro país, ha llevado en algunas zonas -como Granada- a que el robo de fluido eléctrico para cultivo en interior con lámparas de alto consumo sea un grave problema que afecta a todos los demás ciudadanos. 




De hecho, existe un mercado (prácticamente en todo el país) de pisos donde se cultiva con luz robada, en el que se te alquila el lugar con todo el montaje ya realizado. Y a tal punto llega el asunto, que los trabajadores de las empresas eléctricas que sufren el robo de fluido, tienen que ir escoltados por la policía y con la cara tapada para ir a cortar los robos, en barriadas donde este problema resulta masivo.

Pero como suele ocurrir siempre, el mercado negro crea eficaces repuestas a los problemas que les dan y, desde hace tiempo ya, estos “pisos para cultivar cannabis” con la luz robada están transformándose y abandonando el negocio del cannabis por otro mucho más seguro y lucrativo: el de las criptomonedas. 

El minado de criptomonedas (como Bitcoin, Ethereum o Monero) es una actividad que requiere de grandes cantidades de energía gastada en procesos de cálculo matemático, y que tiene un alto coste si se realiza pagando el fluido eléctrico usado. Así que muchos de estos pisos, han saltado a un negocio que además les causa muchos menos problemas legales y en el que, aunque les pillen con las manos en la masa y una granja entera de ordenadores minando criptomonedas, no les pueden tocar ni un euro de las ganancias.

Por el lado legal, la acusación por robo de fluido, es menos que la de robo de fluido y cultivo de cannabis (tráfico de drogas), a lo que se suma la estructura organizativa que es otro carga que pueden probar en su contra. 

Por el lado técnico, una vez que recibes el pago en criptomonedas de lo que has “minado” con tus equipos y energía, su diseño permite que nadie pueda incautar ese dinero o conocer siquiera en qué criptomoneda está. 

Esto ha llevado a que algunos grupos estén ofreciendo a antiguos cultivadores en pisos con luz pinchada, que se pasen al negocio de la minería de criptomonedas, en una inversión en que el grupo pone los equipos y el “know-how” y las ganancias generadas por la luz pinchada se reparten al 50%, quedando totalmente seguras e “invisibles” para las autoridades, dada su naturaleza.

Así que, el asunto del fluido eléctrico, ha sufrido de la unión de dos vectores en el mismo sentido que agrava el problema y su perspectiva futura. Por un lado se ha creado un nuevo modelo de negocio en torno al robo de electricidad, que es el de minar criptomonedas, y al mismo tiempo, se ha restado abastecimiento a los puntos de venta de cannabis del país, con lo que se han buscado nuevos lugares en los que efectuar estos cultivos con luz robada. 

De otra forma, el riesgo y los costes harían el negociazo de los CSC o clubs de cannabis, totalmente inviable al nivel en que se produce actualmente, basado en el cultivo con luz robada para que los precios puedan ser competitivos con un mercado negro más clásico- que nunca ha dejado de estar presente.

Por último, el lector hará bien en tener totalmente claro en que las únicas iniciativas en relación con el cannabis que tienen -sin lugar a dudas- un carácter de choque frontal con el mercado negro, son todas las propuestas que intenten avanzan en el terreno del auto-cultivo para el propio abastecimiento de cannabis en el consumidor, ya que son las únicas acciones que le quitan clientes (y por ende, poder) a esas mafias organizadas y de cara amable, que el mercado negro -triunfalmente y de facto- conseguido poner a gestionar la relación de los ciudadanos con el cannabis en España; esos clubs de cannabis, donde al cliente se le rebautiza como socio, y se le priva de sus derechos como consumidor (no puedes acudir a las autoridades de consumo con una queja sobre drogas que te han vendido, a día de hoy) y también como supuesto miembro de una asociación que sólo lo es para beneficio, económico y con enorme ánimo de lucro, de quienes la controlan.

Quien dude, algo muy necesario siempre que nos cuentan algo, que pruebe a poner en Google “Vendo ClubCannabis”, que quedará sorprendido de la oferta -pública y visible con esa mera acción- en la que se venden estructuras criminales “en bloque y con los clientes dentro” que responden a dicho nombre, asociaciones, sin serlo.




Nuestra realidad hoy es esa: somos el sueño húmedo del mercado negro, basado en la venta de cannabis, gracias a la inacción y cobardía de todo nuestro sistema legislativo. España, como siempre, en la buena dirección.

Drogoteca.


domingo, 14 de mayo de 2017

¿Por qué me llaman SOCIO cuando quieren decir CLIENTE? La mentira de los CSC.

No pensaba yo a estas alturas -en lo personal y profesional- que fuera a tener tiempo para dedicarle al blog, al menos de forma exclusiva (con textos no publicados ya). Pero a la fuerza ahorcan, y aunque no tengo tiempo, he ido aprendiendo que por mucho que te digan que puedes escribir con libertad de cualquier tema, eso -simplemente- no es cierto.

Bueno, puedes escribir con la libertad que te salga de los cojones.
Y luego está "su libertad" de publicarlo o no.
Pero no se trata del estilo, del buen gusto a la hora de escribir, de que se aporten datos y no especulaciones, ni nada de eso. Se trata de algo que nada tiene que ver con todo eso y resulta una norma "no-escrita", pero muy real:

"No debes escribir cosas que molesten -aunque digas la verdad- a mis amigos y socios comerciales, no porque me importe mucho lo que piensan o hacen -de hecho creo que tienes toda la razón en lo que dices- sino porque hacen que suene el teléfono de mi casa, o si no consiguen nada conmigo, el del jefe/a y, recursivamente, el mío de nuevo."

Y hoy, voy a escribir una de esas cosas que -parece ser- no le gustan demasiado a algunos trepas y lobbistas emparejados, y suelen hacer sonar teléfonos de directores, editores, políticos y jefes de prensa de partidos políticos -si hace falta- para comentarles lo malo y peligroso que yo -DROGOTECA- puedo ser, en prevención de que haya contado algo que no debía contar a alguien a quien le estén ya contando sus mentiras.

Así que ahí vamos, y a ver a quién llamáis ahora.
:))





¿Por qué me llaman SOCIO,

cuando quieren decir CLIENTE,

en los puntos de venta de cannabis

conocidos como CSC?



Para empezar, un "disclaimer": yo no tengo más interés que el AUTOCULTIVO, no pertenezco a empresa alguna, no rindo pleitesía ni a dios ni al estado ni a nadie, y me la pela mucho todo lo que puedan decir de mí.  Nadie me paga por escribir esto, y lo hago de forma libre y voluntaria.

Pertenezco a varios CSC o Clubs Sociales de Cannabis (en mi ciudad y en otras de toda la península), que en su mayoría, no son sino tapaderas para la venta de cannabis y variedades escondidas bajo la Ley de Asociaciones. Son la nueva cara (amable) del mercado negro, pero con muchas más ganancias: la yerba en la calle no pasa de 6 euros y en los CSC puedes pagarla a 10 euros por gramo. El hashís en la calle lo puedes encontrar desde 4 euros, y en los CSC puedes pagar hasta 13 euros por gramo (**actualización 26 mayo 2017).

Al mismo tiempo, soy autocultivador desde hace unos 25 años, y aunque ocasionalmente compro (porque la compro, aunque te hagan decir que "la retiras") alguna variedad para probar novedades, y en el caso del hashís (algunos de ellos con un nivel de refinamiento exquisito, como el precio) por ver qué cosas nuevas hay en el mercado.

Hay dos grandes tipos de CSC en España. El tipo "social" que digo yo, que compran el cannabis y los derivados (extracciones como el BHO, DHO, Shatter, Budder y ROSIN que llegan a valer 120 euros por gramo) a la gente de la zona y a ocasionales traficantes, de manera que "al menos" su beneficio redunda en el medio en el que se mueven.

Al menos, esos CSC "sociales" dan trabajo a los cultivadores de cannabis locales, permitiéndoles un cauce de venta en el que ganan menos (el precio de compra suele ser el 50% del precio que vayan a marcar para su venta en el CSC) pero se evitan tener que andar tratando con mil personas distintas, con los problemas de seguridad que eso conlleva.

El otro modelo, es el CSC "con central". Es decir, es un CSC montado por gente profesional, que les dan el know-how y todo el material -cannabis, marihuana y derivados- que van a vender en ese lugar. Y el trato es así de simple: "tú me compras sólo a mí".

Eso, en empresa, se llama FRANQUICIA. Esos CSC no son sino franquicias de una organización que gestiona -obviamente- grandes cantidades de cannabis, hashís y derivados y que venden a toda España en sus puntos de venta franquiciados: los CSC "con central".

En ambos casos, estos lugares están montados bajo la ley de asociaciones 1/2002 que es una Ley Orgánica reguladora de este derecho esencial. Es decir, están montados como si aquello fuera una club de amigos, o de personas con un interés común y que aportan todos en parte proporcional para sostener la asociación y su función declarada (todas tienen una).

Por supuesto esta ley, regula las asociaciones sin ánimo de lucro, cosa que -de entrada- ya provoca una carcajada cuando hablamos de CSC que, en sus mejores momentos en la zona catalana, tenían decenas de miles de socios (clientes: 18.000 una de ellas), y decenas de cuentas bancarias con decenas de miles y miles de euros. SIN ÁNIMO DE LUCRO.... xD

Está claro que NADIE curra gratis.
Está claro que NADIE se juega una petición de 22 años de cárcel, por amor a una asociación.
Está claro que NADIE de los que allí vamos A PILLAR, cree estar en una asociación, salvo en el nombre.

Cuando vamos A PILLAR, porque a los CSC se va a pillar (aunque usen el eufemismo que se quiera), no tenemos ningún tipo de derecho de decisión sobre el lugar, quién lo dirige y gestiona, los precios, las compras, cómo se lleva, las cuentas de cada año, etc....

Cuando vamos a PILLAR a un CSC, vamos exactamente igual que a pillar a un camello: aquí tú solo pagas y punto, y si no te gusta, te piras.

¿Somos socios?
Claaaaaaro, yo tengo varios carnet de CSC en los que pone que soy socio, pone mi número de socio, pone mi cara y mis datos. ¿Eso no es ser socio o qué?

No, no eres socio de nada.
Simplemente te llaman socio porque es una tapadera legal.



Los socios en cualquier asociación, AL MENOS UNA VEZ AL AÑO, pasan una cosa que se llama "Asamblea General" y que es el órgano asociativo de mayor poder: si en la "Asamblea General" de tu CSC, la gente vota que a partir de ese día lo van a llevar otras personas, legalmente pueden hacerlo y la ley les ampara y defiende.

Esa es la Ley de Asociaciones bajo la que están metidos estos camellos, camuflados como clubs. Los órganos directivos se han de votar cada año, se han de ratificar las cuentas (qué se ha gastado, y qué se ha ingresado, y cómo.....) y se ha de votar TODO AQUELLO QUE CUALQUIERA PROPONGA, les guste a los "dueños del chiringuito camello" o no.

Pero, como la mayoría podréis comprobar, aunque seáis socios de un CSC, no os respetan derecho alguno como socios: de hecho, usan ese falso nombre para proteger su negocio, que es venderte cannabis.

¿Has asistido a alguna asamblea general en un CSC?
Yo conozco un grupo de gente que sí:
una vez vieron una "Asamblea General" en un CSC.

La cosa fue así: llegó uno de los que allí trabajan y dijo que "iba a venir un abogado a dar una charla". Acto seguido repartió porros a todos los presentes -totalmente gratis- y el mencionado "abogado" dio una charla. Cuando pregunté a los presentes si alguno de ellos, era capaz de decirme una sola cosa que se hubiera dicho en esa charla, la respuesta fue unánime: "Ni de coña!! Estábamos todo ciegos y ellos sólo querían que firmáramos no sé dónde. A nosotros mientras nos regalen los porros....nos da todo igual!!"

Claro, a esos CSC también acuden personas con formación como para darse cuenta de lo que está pasando, como otros abogados o personas realmente implicadas en asociaciones de verdad, donde las cosas se votan y no son tapaderas para vender cannabis de forma pseudo-legal. Y casualmente, ayer, hablando con uno que acude a uno de los CSC donde yo acudo, me dijo:

"Cuando me hice socio, pedí ver los estatutos:
me dijeron que no se podía, que no estaba permitido."

¡¡¡Con dos cojones!!!
Te haces socio de una asociación que... NO TE DEJA VER SUS NORMAS!!

Claro, como me dijo él: "De haber querido tocar los cojones, me hubiera ido al registro autonómico y hubiera pedido los estatutos y todos los datos, junto con una denuncia de que se niegan cumplir la Ley de Asociaciones pero yo sólo quería UN SITIO FIJO DONDE PILLAR, SIN TENER QUE ANDAR LOCALIZANDO OTRO CAMELLO, porque estos están siempre y siempre tienen material."

Es decir, la gente vende sus derechos con tal de poder tener un camello con tienda y horario fijo.

Alguien se preguntará...
¿si la "Asamblea General" es el máximo órgano de cualquier CSC, por qué no sabemos nada de él?


Simple.

Los responsables de la arquitectura legal de estos puntos de venta CSC no quieren que lo sepas (eso llamado abogados) porque se dieron cuenta de que si alguien aplicaba la ley de asociaciones, los socios (en teoría, y CLIENTES en realidad) podían dar un "golpe de estado legal" y quedarse con él y su control, así como con todo su dinero y con todo lo que contuviera, así que la orden que se dio fue la de "no hacer asambleas generales" y falsificar dichos registros con firmas de personas de confianza. Esto es el método más usado a día de hoy.


Otros CSC, los de tipo "social", y que NO están organizados en torno a una CENTRAL DE ARQUITECTURA LEGAL Y ABASTECIMIENTO DE CANNABIS, han procurado tener en cuenta este punto, ya que es la pieza clave que les puede tirar cualquier CSC abajo, y lo que hacen es obligarte a firmar una "cesión de voto para la Asamblea General".

¿QUÉ? ¿Una cesión de voto OBLIGADA para poder hacerte socio/a? Pues sí, y de esto doy fe personalmente ya que he podido ver el documento que les hacen firmar (conmigo prefirieron no intentar que lo firmase). Con eso, y con no avisar de forma "adecuada" a todos los socios (en caso de que se intente "simular" una asamblea general), mas echar media horita y esperar a que en 2ª convocatoria (normalmente unos 30 minutos después de la 1ª) haya "quorum" legal para poder tomar las decisiones que quieran, está todo hecho. Si a una asamblea general mal convocada, se presentan (en el mejor de los casos y supuestos) 10 personas, no tienen nada que hacer contra 50 cesiones de voto en la mano del "dueño del CSC". Nada....

Así que dichos CSC no son sino "la cara amable del mercado negro del cannabis", en unos casos organizada con una central que les abastece y da cobertura y en otros casos de forma más casera.

Pero son empresas realmente. Son empresas en las que hay trabajando (con contrato legal en muchos casos) mucha gente, y que han llegado para quedarse: la inversión que hay en algunos CSC, sin contar el cannabis que venden, es realmente tan grande y seria como la que se hace para montar y hacer funcionar un negocio de hostelería.

Y no va desencaminada la comparación; hace pocos días, hablando con el dueño real (el que pone la pasta y no aparece en ningún papel) de un CSC (al que un amigo mío le estaba vendiendo -en ese momento- un kilo de marihuana) cuando le comenté lo "durilla" que se estaba poniendo la cosa en los últimos meses, me contestó sin el menor atisbo de preocupación: "no me preocupa la policía y lo tontos que se pongan. Si caen estos [los currantes en el CSC] pondré a otros y listo, porque el objetivo ahora no es ganar dinero siquiera, sino mantener el CSC abierto hasta que llegue la regulación. Entonces sí que vamos a ganar dinero..."


Es decir, que existe un enorme negocio montado sobre el cannabis y su venta es algo innegable. Pero que esos CSC que son la cara oculta del mercado negro, quieren hacernos creer que ellos no son mercado negro ni camellos, es un juego de palabras que esconde aviesas intenciones.

Al menos, los camellos que he conocido toda mi vida, tienen un orgullo por su trabajo (e incluso por hacerlo bien). No pretenden escudarse detrás de asociaciones, minando el sentido real del asociacionismo. Asumen lo que son con orgullo -camellos- y con el orgullo de que a pesar de la proliferación de CSC y Clubs de venta de cannabis, todavía ellos tienen mejor material y mejores precios.

Y no es de extrañar: la regulación multiplicará los precios por dos, como mínimo, y si se realiza sin que el autocultivo sea la base del proyecto, conseguirán asegurarle el negocio al narco, que ahora se llama CSC y va de empresario-asociacionista.


Las cosas por su nombre.

Y no, no eres socio de nada: 
eres un puto cliente, 
así que pon la pasta y lárgate.


PS: Aparte de este tema, quiero señalar que me preocupa la cantidad de "autocensura" que estoy viendo en el mundo del cannabis, especialmente en las Redes Sociales como Twitter. Hay mucha gente que no está de acuerdo con la PNL traidora que abandonó al autocultivo y nos intentó vender, del grupito de Ciudadanos con el cuento de la "Juana de Arco cannábica". Otros muchos que no lo está con la ILP vergonzosa y traidora, que pretende -también para favorecer el mercado de los CSC- que no podamos cultivar en nuestra casa -un derecho ya establecido incluso por el Supremo- sin estár registrado por la policía.

La cosa es que a aquellos que opinaban contra la PNL fraude de "los falangitos y la pareja lobbista", fueron represaliadados en las redes. A algunos se les difamó, a otros se les bloqueó, a otros se les increpó y se pretendió hacerles quedar como si fueran enemigos del cannabis.

Incluso se han elaborado listas de "personajes non-gratos" conteniendo a los que no apoyamos opciones que no nos convencen (ellos las apoyan porque les va la $$$ en ello, para algo son lobbistas) a los que se acosa en el momento que expresan una opinión que no le gusta a la abeja reina o a algún otro zángano cercano.

Es una pena ver una red como es Twitter, que está para expresarse y que se nos escuche, llena de candados (cuentas privadas) que se han tenido que poner para que estas personas -que piensan diferente a lo que estos grupos organizados con dinero del extranjero quieren- puedan seguir usando las redes sin sufrir el acoso de cuentas falsas, haters y otros entes (¿también pagados con el dinero que os dan de fuera?).

Yo jamás me pondré un candado en mi cuenta, aunque entiendo que la presión, insultos, difamación, imputación de falsos delitos y todo tipo de despropósitos, no son fáciles de aguantar...

Vosotros haced lo que queráis, pero a mí no me callan ni muerto.


A por ellos, que son pocos y cobardes.
Drogoteca.


** He actualizado el precio que ponía (12 euros gramo de tope visto), ya que he comprado un hash -delicioso- a 13 euros el gramo. Delicioso, pero a 13 euros el gramo............. :P




La segunda parte, final, de este texto la podéis encontrar aquí:
http://drogoteca.blogspot.com/2018/06/tu-compras-cannabis-al-mercado-negro-la.html 

domingo, 8 de noviembre de 2015

El Supremazo contra los clubs de cannabis

Este texto fue publicado en VICE y escrito el fin de semana que se conoció la sentencia del Tribunal Supremo. Esperamos que os guste.

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El Supremazo contra los CSC.

¡¡¡Mecágondios!!!

¿Que el Tribunal Supremo, sala máxima -y muy señera- del derecho español, se ha cargado con una sentencia a todos los Clubs Sociales de Cannabis (CSC's) del país?” resonó en mi cabeza como si me hubieran sacudido una buena hostia con el badajo. Era mi pensamiento que se encargaba de darme los buenos días, al leer las noticias adelantadas sobre la sentencia 484 del 2015, que acababa de hacerse pública.

Lo primero que pensé, sin haber podido leer la sentencia en ese momento, es que estaban exagerando. ¡Estos periodistas... cómo se ponen con las drogas! Pero no. Aunque sonaba marciano que -un buen día por la mañana- el tribunal más politizadamente macarra del país se levantase y jodiera de un plumazo la única opción de acceso al cannabis en España para enfermos, o para viciosos fumetas adictos como yo, que no es el mercado negro puro y duro... era real. ¡Está pasando! 

El Tribunal Supremo ha sentado doctrina, como quien planta un pino, y nos ha jodido bien: si quieres porros, llama a tu puto camello o plántate tú la yerba sin que te pillemos, pero eso de que puedas ir a comprarla o a adquirirla a un lugar conocido como un CSC -gestionado dentro del ámbito asociativo, con personas formadas en el uso y consumo de la droga que vas a pillar, que te pueden informar adecuadamente de lo que necesites- sin tener que sentir la emoción de estar violando la ley, se acabó.




Veeeenga, ya estás desempolvando ese viejo móvil -que guardas en el cajón al lado de esos condones que ibas a gastar en el 2008- y buscando el teléfono del camello que te hacía el favor de atenderte, y contra el que posiblemente has estado despotricando desde que conseguiste acceder a un CSC y pillar tu yerba, tu hash o tus extracciones de cannabis para dabear, en un sitio que no parecían los escenarios de “El Pico”. Y sobre todo, reza mucho (a San Canuto) para que siga conservando el mismo número, y se acuerde de ese capullo que dejó de llamarle hace años pero no se acuerde con memoria suficiente como para tenerte “trizado” por algo que no le gustase de tu comportamiento como cliente, que los camellos son “muy especialitos”.

¡¡Llegó el “Supremazo 484” contra el cannabis!! Unos gobiernan con decretazos y otros legislan con supremazos, no vamos a sorprendernos ahora por eso ¿no? Cómo decía la dulce Cospedal -para mí tan dulce como “la dulce Neus”- hace poco : “¡¡¡LA DROGA ES MALA!!!”.
De los jueces que esos políticos nombraron, no vamos -pues- a esperar “física cuántica”: de esos polvos, estos lodos.

He aquí los hechos, resumidos para tu selectiva mente: el tribunal supremo recibe un recurso -de un fiscal muy fiscal que obedece por ley las órdenes del fiscal general del estado- diciendo que “no le parece nada bien que la audiencia de Vizcaya haya fallado lo que ha fallado contra una asociación llamada EBERS” en la que salían absueltos de lo que ese fiscal les acusaba: tráfico de drogas hablando en plata. La cosa es que se pone a mirar el tema y ve que lo que realmente son, es una asociación de esas que reúnen a activistas luchando por la salida del mercado negro del cannabis, a enfermos buscando ayuda real, personas en tratamiento por cáncer a quienes el estado falla, y a todo el espectro social de aquellos que usan marihuana lúdica o terapéuticamente. Todos con el factor común de intentar abastecerse fuera del mercado negro.

La sala que juzga se da cuenta de que tiene un “papelón” entre manos, y es que el discurso oficial del estado español es totalmente contrario a cualquier tipo de medida que suavice la presión contra el cannabis y/o las drogas. De hecho, como recuerda la sentencia, resulta que nuestros representantes políticos van por el mundo diciéndoles a los demás países que ni se le les ocurra pensar en “decriminalizar” el cannabis ni otras drogas, lo que es igual a pedirles que el consumo de cannabis siga siendo un delito -aunque en España no lo es, aún- y que no aflojen las fuerzas en la guerra contra las drogas. Es como decirle a un pobre que se muere de hambre, que no cambie de dieta porque le va a ir bien así. La política internacional Marca España es lo que tiene, los principales representantes de los asuntos sobre drogas en la ONU y otros países, no cambiaron tras la salida del gobierno de Zapatero: no hace falta porque -al final- tienen la misma política de drogas las dos caras de la moneda PPSOE.




Y al final, pues se bajan los pantalones y dicen que... hacen lo que hacen con su sentencia -cortar el cuello a todo el asociacionismo cultiveta cannábico- porque les obligan de fuera: acuden a justificarse a los tratados internacionales sobre drogas, incluso a su interpretación semántica si es necesario. La verdad es que la sentencia es un puto novelón increíble, un viaje a través de la realidad actual de la justicia en España y de las mentes pensantes que al final acaban escribiendo sentencias que dañan el consenso social, siempre por delante de lo que la norma dice. Literariamente es todo un ejercicio de derecho-ficción y neorrealismo hispano. A mí, como sentencia, me gusta porque no paro de reírme cuando la leo: ¿nunca habéis hecho eso de imaginar las caras de vuestros compañeros de trabajo, justo cuando se van a correr o cuando tienen que apretar cagando? Pues yo lo hago con los magistrados del Tribunal Supremo cuando tienen que firmar esas sentencias. Me va mejor.

Lo triste es que podían haber hecho algo más -ellos mismos citan el Art.3 del Código Civil que alude a la “realidad social”- e incluso algo útil para todos, ya que se ponen a pontificar ahora. La sentencia nos dice que 290 socios, excede lo que se puede entender como una extensión de nuestro derecho a consumir drogas bajo el supuesto del “consumo compartido” y del “cultivo compartido” como extensión a su vez del anterior. Pero a la vez, se lavan las manos y dicen que no es competencia de los tribunales decir cuántas personas son el límite para un CSC o club de ese tipo. Y es cierto, no es su competencia pero unas pequeñas indicaciones hubieran ayudado -doctrinalmente- a que su sentencia no se convierta en una caza de brujas contra los CSC.

El sábado, un día después de que fuera pública, la sentencia había rulado como la pólvora en ciertos ámbitos y no precisamente en los fumetas: al parecer las comisarias de policía la habían tomado por el best-seller del momento, y se la estaban pasando unas a otras como si fuera un regalito por Navidad. Por un lado, me parece estupendo que los uniformados conozcan bien la ley -empezando por las relativas a Derechos Humanos- y tanto interés en estar al día con la ultimísima sentencia del Tribunal Supremo es loable. 

Por otro lado, me cuesta (llamadme malpensado) imaginar que en realidad, la sentencia volando de una comisaria a otra, fuera el resultado de un intenso debate intrapolicial sobre los límites del derecho desde el positivismo jurídico. Más bien me comentan que fue algo más parecido a un “mira mira, que ya dicen los del supremo que podemos ir a por los fumetas esos de los clubs... que se vayan preparando JOJOJOJOJO!!” y lo cierto es que me lo creo, la navaja de Ockham me obliga.

¿Qué va a pasar ahora realmente?
Pues sin ser adivino, el futuro más probable es el de un cierre masivo de clubs de cannabis, en el estado español. Voluntario: no quiero/queremos ir al talego. O forzoso: te cierra la policía acusándote de tráfico de drogas. Por las buenas o por las malas.
¿Has encontrado ya el teléfono de tu camello? Si no puedes plantar tú mismo, sigue buscando.

¿Y eso por qué, si a los de EBERS no los enchironan al final? ¿A ellos no y a mí sí?
Los de EBERS han tenido la suerte de usar una carta muy especial de la baraja, la del “error vencible”. Por esa rareza del derecho que quiere decir -más o menos- que creías firmemente que no estabas cometiendo ningún delito, y además tus actos (en este caso, la limpieza con la que EBERS llevaba sus cosas) cuadran con ello: si en el desarrollo de la actividad que hacían, hubiera habido la menor prueba de que pretendían esconder algo porque sabían que era ilegal, el comodín del “error vencible” no se hubiera podido usar. Y además, una vez usado en este caso, el tribunal se encarga de aclarar que hay varios puntos del asunto que no se ajustan a lo que la ley permite en el modelo de los CSC en España, como pueden ser el número de socios (290 son demasiados, y ahí te quedas preguntando) o la intención de “permanencia” en el consumo compartido -porque de otra forma no puedes explicar que un cultivo sea compartido como escudo legal- hace que se contradiga con la jurisprudencia que sostenía el delicado entramado de los CSC, que se basaba en el consumo compartido, y por definición legal ha de ser de una cantidad mínima -aunque se aceptan acopios extra para ocasiones y fiestas de guardar- y para consumir en el momento. También que no hace falta que se dé “ánimo de lucro” para que sea delito de tráfico de drogas: si tu cultivas “legalmente” para ti en tu finca del pueblo, y te ha salido medio kilo de buena yerba más del que puedes usar en un año, si se te ocurre dárselo a un enfermo que no pueda cultivar y te pida ayuda, como te trinquen vas pa'lante por tráfico de drogas, aunque no fueras a ganar nada con tu acción y seas un bonito candidato a recibir un indulto por buena persona. Preso y luego solicitas el perdón.

Existe otro punto curioso, y es que el tribunal da como hechos probados que ese grupo de 290 personas usaban 10'4 TONELADAS de cannabis cada 6 meses para abastecer sus necesidades. ¿Cómo es esto? Coge la calculadora, venga: 10.400 kilos de cogollos de yerba, cada 6 meses, para 290 socios... tocan a casi 6 kilos de cogollos de marihuana por mes. O lo que es igual a 200 gramos de yerba por día. ¡¡JODER CÓMO FUMAN ALLÍ!! Esto que lo resuelvan los de Expediente X o Cuarto Milenio.

Al mismo tiempo, el mismo tribunal dice que no hay que olvidar que se ha detenido a gente con cantidades notorias de cannabis en la zona, y de los que citan el que más llevaba eran 5'1 gramos de cannabis. ¿Explicación que cuadre ambas cosas? No lo intentes; mejor hazte un “PASOPALABRA” como Pedro Sánchez cuando le preguntan por el cannabis, en una vergonzosa demostración de su incapacidad para tratar este asunto, con la normalidad de un adulto en una sociedad adulta.

No todos los políticos que aspiran a que les des tu voto el 20 de diciembre están sin saber qué decir al respecto de la política de drogas y el cannabis: Albert Rivera, al ser preguntado por la cuestión del cannabis ha dejado claro que está a favor de la legalización, y que él ha fumado cannabis en varias ocasiones, que no lo oculta. Estas declaraciones del líder de C's se publican en la prensa al día siguiente del “Supremazo 484”.

El cannabis ha entrado en campaña desde el pasado viernes, de la mano de nuestro inefable Tribunal Supremo. 

Y quien no lo vea, que se fume un porro.