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viernes, 20 de agosto de 2010

PIHKAL EN CASTELLANO (FRAGMENTO)

Como os habíamos dicho, la traducción de PIHKAL está en un proceso de "afinación" e interpretación a la hora de escoger los términos usados para describir ciertas experiencias, emociones, estados y sensaciones. Pues para ir abriendo boca, los traductores amablemente nos han hecho llegar un fragmento del borrador (bueno, lo envían completo pero sólo con permiso para publicar este fragmento de la introducción).

En este fragmento, Sasha -el Dr.Shulgin- da una pormenorizada argumentación de sus ideas y postulados en lo referente a las drogas, las psiquedélicas y las que no lo son, y hace una breve revisión de lo que subyace tras la semilla de la guerra contra las drogas, y lo que al fin y al cabo no es más que una guerra contra la propia libertad del individuo.




Y por lo demás, sólo queda disfrutar de las palabras, esta vez en castellano, de una de las más sobresalientes mentes de la historia contemporánea.

Esperamos que os guste.

PS: Por cierto, que no se nos olvide deciros a todos que el libro "Cocaína", editado por Amargord y coordinado por el Dr.Jose Carlos Bouso ha salido ya a la venta!! Incluye una interesante parte sobre la extracción de cocaína partiendo de hoja de coca fácilmente adquirible a manos de un viejo cocinero conocido de esta web... Lady Lovelace.
Mis felicitaciones a todos aquellos que lo han hecho posible.

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La filosofía tras la escritura de PIHKAL.

Soy farmacólogo y químico. He pasado la mayor parte de mi vida adulta investigando la acción de las drogas; cómo son descubiertas, qué son, qué hacen, de qué forma pueden ser útiles – o dañinas. Pero mis intereses se encuentran algo alejados de lo que es el grupo de conocimientos mas habituales de la farmacología, en un área que he encontrado mucho más fascinante y agradecida, y es el área de las drogas psiquedélicas.
Los psiquedélicos podrían ser bien definidos como compuestos que no son físicamente adictivos y que temporalmente alteran el estado de nuestra propia consciencia.

La opinión prevaleciente en este país (USA) es que hay drogas que tienen un status legal y que además son relativamente seguras o que tienen riesgos que son aceptables, y que hay otras drogas que son ilegales y que no tienen ningún lugar legitimo en absoluto dentro de nuestra sociedad. Aunque esta opinión es ampliamente sostenida y vigorosamente promocionada, yo creo sinceramente que está equivocada. Es un esfuerzo por pintar las cosas de blanco o de negro, cuando, en este área, como en la mayor parte de las de la vida real, la verdad es de color gris.

Dejenme explicar las razones que sustentan mi creencia.

Toda droga, legal o ilegal, nos otorga algún tipo de recompensa. Todas las drogas presentan algún riesgo. Y todas las drogas pueden ser objeto de abuso.
Finalmente, en mi opinión, corresponde a cada uno de nosotros evaluar los beneficios y los riesgos y decidir cuales son los que pesan más en cada caso.
Los beneficios incluyen un amplio espectro. Incluyen cosas como la curación de una enfermedad, suavizar el dolor físico y emocional, provocar embriaguez, y la relajación. Algunas drogas -esas que son conocidas como psiquedélicos- nos permiten una visión interior mejorada y la expansión de los propios horizontes mentales y emocionales.

Los riesgos son igualmente variados, oscilando entre el daño fisiológico y el colapso psicológico, la dependencia, y la violación de la ley. Tal y como existen diferentes tipos de recompensa para los diferentes individuos, existen también diferentes riesgos. Una persona adulta debe tomar su propia decisión sobre hasta que punto decide exponerse o no al efecto de cada droga en concreto, sea una droga adquirible por prescripción medica o sea una que esta prohibida por la ley, sopesando los potenciales beneficios y problemas con relación a su personal escala de valores. Y es en este punto donde estar bien informado juega un rol indispensable. Mi filosofía al respecto puede ser destilada en cuatro palabras: permanece informado, luego decide.

Personalmente he escogido ciertas drogas que son de suficiente valía para compensar los riesgos que conllevan; otras, considero que no resultan de suficiente valía. Por ejemplo, bebo una moderada cantidad de alcohol, generalmente en forma de vino, y -hasta el momento presente- los análisis de mi función hepática son completamente normales. No fumo tabaco. Era un fumador, de los de alto consumo, y luego lo dejé. No fueron los riesgos para la salud los que me hicieron dejarlo, sino el hecho de que me había convertido en un completo dependiente del tabaco. Eso era, según mi punto de vista, el caso de un precio inaceptablemente alto a pagar.

Cada decisión de ese tipo es asunto mio, basándome en lo que sé sobre dicha droga y lo que sé sobre mi mismo.

Entre las drogas que son a día de hoy ilegales, he decido no usar marihuana, ya que la ligera embriaguez mental y esa benigna alteración de la consciencia, no me compensan lo suficiente frente a una sensación incómoda de estar perdiendo el tiempo.

He probado la heroína. Esta droga, por supuesto, es una de las mayores preocupaciones de nuestra sociedad, a día de hoy. A mi me produce una soñadora tranquilidad, sin matices asperos de molestias, estrés o preocupaciones. Pero al mismo tiempo hay perdida de motivación, de capacidad de respuesta, y de las ganas de hacer cosas. No es ningún miedo a la adicción lo que provoca mi desinterés por la heroína; lo provoca el hecho de que bajo su influencia, nada parece ser suficientemente importante para mi.

También he probado la cocaína. Esta droga, especialmente en su famosa presentación como “crack”, es un asunto popular actualmente. A mi, la cocaína me resulta un agresivo activador, un estimulante que me da una sensación de poder y de estar completo con ello, en la cima del mundo. Pero hay al mismo tiempo la inevitable certeza, subyaciendo, de que eso no es poder realmente y de que realmente no estoy en la cima del mundo, y que, cuando los efectos de la droga hayan pasado, no habré ganado nada con ello. Hay una extraña sensación de estar viviendo un estado que es una mentira. No hay reflexión. No hay aprendizaje alguno. A su propia y distintiva manera, . la cocaína me resulta una droga de escape tanto como la heroína. Con cualquiera de ellas, escapas de lo que eres, o -siendo mas preciso- de lo que no eres. En ambos casos, recibes alivio durante un breve periodo de tiempo del tener que estar  enfrentándote a tus carencias. Francamente yo prefiero encarar mis insatisfacciones en lugar de huir de ellas; de esa forma yo encuentro, finalmente, una satisfacción muchísimo más grande.

Con las drogas psiquedélicas, yo creo que, para mi, los pequeños riesgos (alguna experiencia ocasionalmente difícil, o quizás algo de malestar físico) son más que aceptables dado el potencial que ofrecen para el aprendizaje. Y ese es el motivo por el que yo he elegido explorar este área concreta de la farmacología.

¿Qué quiero decir cuando hablo del potencial para el aprendizaje? Es una posibilidad, no una certeza. Puedo aprender, pero no estoy obligado a hacerlo; puedo obtener nuevos enfoques sobre posibles maneras de mejorar mi calidad de vida, pero sólo con mi propio trabajo y esfuerzo conseguiré los cambios deseados.

Dejenme intentar hacer más obvias algunas de las razones por las que encuentro la experiencia psiquedélica como un tesoro personal.

Estoy totalmente convencido de que existe una enorme cantidad de información incrustada dentro de nosotros, con kilómetros de conocimiento intuitivo que se encuentra cuidadosamente colocado en el material genético de cada una de nuestra células. Algo similar a una biblioteca que contiene una incontable cantidad de tomos de referencia, pero para la que no tenemos una ruta clara de entrada. Y, sin algunas formas para acceder a ella, no hay forma de empezar siquiera a indagar sobre hasta que punto llega y de que clase es la información que se encuentra allí dentro. Las drogas psiquedélicas permiten la exploración de ese mundo interior y las intuiciones sobre su naturaleza.


Nuestra generación es la primera en la historia que ha hecho de la búsqueda del autoconocimiento un delito, si esa búsqueda se realiza con la ayuda de plantas o compuestos químicos para abrir las puertas de la psique. Pero la necesidad de alcanzar el conocimiento está siempre presente, y aumenta su intensidad a medida que uno se va haciendo mayor.

Un día, mirando el rostro de una nieta recién nacida, te descubres a ti mismo pensando que su nacimiento ha creado un tapiz sin costuras en el tiempo ya que fluye desde el ayer hasta el mañana. Te das cuenta de que la vida aparece en diferentes formas y con diferentes identidades, pero que sea lo que sea aquello que le da forma a cada nueva manifestación, no cambia en absoluto.

“¿De dónde viene su exclusiva alma?” te preguntas, “Y, ¿a dónde irá mi única alma? ¿Hay realmente algo más ahí fuera, tras la muerte? ¿Hay algún propósito en todo ello? ¿Hay algún tipo de orden y estructura que haga que todo cobre sentido, o que debería hacerlo, si pudiera llegar a verlos?” Sientes la necesidad de preguntar, de investigar, de usar el poco tiempo que te pueda quedar en la vida para encontrar formas de atar todos esos cabos que quedan sueltos, la necesidad de comprender aquello que exige ser comprendido.

Esta es la búsqueda que ha sido parte del ser humano desde la misma aparición de la conciencia. El conocimiento de su propia mortalidad -conocimiento que le sitúa en un lugar distinto al resto de sus colegas animales- es lo que dota al Ser Humano del derecho, el permiso para explorar su propia alma y espíritu, para descubrir lo que pueda encontrar sobre los componentes de la psique humana.

Cada uno de nosotros, en algún momento de su vida, se sentirá como un desconocido en la tierra extraña de su propia existencia, necesitando respuestas a preguntas que han surgido de la profundidad de su alma y que no se desvanecerán una vez aparecidas.

Tanto las preguntas como las respuesta proceden de la misma fuente: uno mismo.

Esta fuente, parte de nosotros mismos, ha sido llamada de diversas formas a lo largo de la historia, y su nombre más reciente es “lo inconsciente”.
Los Freudianos desconfían de él, mientras que los Jungianos están maravillados con él. Es la parte que hay dentro de ti y que mantiene el control cuando tu mente consciente navega a la deriva, que te da el sentido de lo que debes hacer en una situación de crisis, cuando no hay tiempo disponible para el razonamiento lógico y la toma de decisiones conscientes. Es el lugar donde se encuentran nuestros ángeles y demonios, y todo lo que entre esos dos extremos puede existir.

Esta es una de las razones por las que sostengo que las drogas psiquedélicas son tesoros. Ellas nos pueden facilitar el acceso a las partes de nosotros mismos que contienen respuestas.
Pueden hacerlo, pero como dije antes, no tienen porque hacerlo y no lo harán, a no ser que esa sea la razón por la que estén siendo usadas.

Depende de ti el usar estas herramientas bien y de la forma correcta. Una droga psiquedélica puede ser comparada con la televisión. Puede ser muy reveladora, muy instructiva, y -con una cuidadosa selección de los canales- el medio por el que extraordinarias intuiciones pueden alcanzarse. Pero para mucha gente, las drogas psiquedélicas son una manera más de entretenimiento; nada profundo se esta buscando, por lo que -normalmente- nada profunda será la experiencia obtenida.

El potencial de las drogas psiquedélicas para facilitarnos acceso al universo interior, es, según yo creo, su más valiosa virtud.

Desde los primeros días de su tiempo en la Tierra, el ser humano ha buscado y usado ciertas plantas que han tenido el efecto de alterar la forma en que se interactúa con su mundo y se comunica con sus dioses y consigo mismo. Durante varios miles de años, en toda cultura conocida, ha existido un cierto porcentaje de la población -normalmente un chamán, un curandero o un hombre medicina- que ha usado esta o aquella planta para alcanzar una transformación de su estado de consciencia. Estas personas han usado dicho estado alterado de consciencia para ampliar sus habilidades diagnósticas y para hacer uso de las energías curativas que se encuentran en el mundo de los espíritus. Los lideres tribales (en civilizaciones posteriores, las familias reales) presumiblemente usaron las plantas psicoactivas para aumentar sus intuiciones y sabiduría como gobernantes, o tal vez simplemente para invocar las fuerzas de poderes destructivos y tenerlas como aliados en batallas venideras.

Muchas plantas han sido descubiertas para encajar en ciertas necesidades humanas. El dolor indeseado ha estado con la humanidad desde siempre. Tal y como nosotros hoy tenemos nuestros usuarios de Heroína (o de Fentanilo o de Demerol), durante los siglos pasados el rol de la analgesia ha estado en la planta del opio en el Viejo Mundo y de la datura en el Nuevo Mundo, solanáceas en Europa y el norte de África, como el beleño negro, la belladona, o la mandrágora, por nombrar unas cuantas. Incontables personas han usado esta forma de amortiguar el dolor (tanto físico como psíquico), lo cual implica deslizarse dentro de un mundo de ensueños. Y, aunque estas herramientas han tenido muchísimos usuarios, son una minoría los que aparentemente han abusado de ellas. Históricamente todas las culturas han incorporado estas plantas a su vida diaria, y han obtenido más beneficios que daños provenientes de ellas. Nosotros, en nuestra propia sociedad, hemos aprendido a amortiguar el dolor físico y a rebajar nuestro nivel de ansiedad con el uso médico de drogas que han sido desarrolladas imitando los alcaloides presentes en estas plantas.

La necesidad de encontrar fuentes de energía adicional ha estado con nosotros desde siempre. Y, al igual que nosotros tenemos nuestros usuarios de cafeína y de cocaína, durante siglos las fuentes naturales han sido el mate, el té, y la planta de coca del Nuevo Mundo, la planta de khat de Asia Menor, la nuez del árbol de cola en el norte de África, el kava kava y la nuez de betel del este de Asia, y la efedra en todas las partes del mundo. De nuevo, muchos tipos de personas -el campesino, encorvado bajo un montón de leña, cargando con ella durante horas a través de un sendero montañoso; el médico en tareas de emergencia que lleva dos días sin poder dormir; el soldado bajo fuego enemigo, incapaz de descansar- han buscado el empuje y acicate de la estimulación. Y, como siempre, ha habido unos pocos usuarios que han elegido abusar de este proceso.

Entonces, existe la necesidad de explorar el mundo que se encuentra más allá de los inmediatos límites de nuestros sentidos y nuestra comprensión; esto, también, ha acompañado a la humanidad desde su inicio. Pero en este caso, nuestra sociedad norteamericana no-nativa, no ha aceptado el uso de dichas plantas o compuestos químicos, que abren camino en nuestra capacidad para ver y sentir. Otras civilizaciones, durante cientos de años, han usado el peyote, los hongos que contienen psilocibina, la ayahuasca, cohoba y yagé del Nuevo Mundo, la alharma, el cannabis y el Soma del Viejo Mundo, y la iboga de África, para esta exploración dentro del inconsciente humano. Pero nuestra moderna clase médica, en conjunto, nunca ha aceptado estas herramientas para la auto-observación o para ser usadas en terapia, y por lo general permanecen como inaceptables. A la hora de establecer un equilibrio de poder entre aquellos que nos curan y aquellos que nos gobiernan, se ha llegado al acuerdo de que la posesión y el uso de estas extraordinarias plantas ha de ser un delito. Y que el uso de cualquier compuesto desarrollado en imitación a los que estas plantas poseen, aunque hayan mostrado mayor seguridad y eficacia en su acción, han de ser también constitutivos de delito.

Somos una gran nación con uno de los estándares de vida más alto jamás conocido. Estamos orgullosos de contar con una extraordinaria Constitución que nos protege contra la tiranía que ha hecho trizas a otras naciones más pequeñas. Somos ricos con la herencia de la Ley Inglesa que nos presupone inocentes y nos asegura nuestra intimidad personal. Una de las mayores virtudes de nuestro país ha sido el tradicional respeto al individuo. Todos y cada uno de nosotros somos libres -o al menos así lo habíamos creído desde siempre- de seguir cualquier camino religioso o espiritual que hayamos elegido; libres para investigar, explorar, buscar información y perseguir la verdad donde quiera y como quiera que se haya elegido, siempre que se acepte plena responsabilidad por nuestros actos y sus efectos sobre otros.

¿Cómo es que, entonces, los líderes de nuestra sociedad han tenido a bien intentar eliminar estos más que importantes medios de aprendizaje y de auto-descubrimiento, estos medios que han sido usados, respetados y honrados durante miles de años, en todas y cada una de las culturas de las que tenemos conocimiento? ¿Por qué el peyote, por ejemplo, que ha servido durante siglos como un medio para que una persona pueda abrir su alma a la experiencia de Dios, ha sido clasificado por nuestro gobierno como una sustancia de la Lista I, junto con la cocaína, la heroína y el PCP? ¿Es esta clase de condena legal el resultado de la ignorancia, de la presión ejercida por religiones organizadas, o  del interés creciente de que se fuerce la conformidad en toda la población? Parte de la respuesta puede residir en la creciente tendencia en nuestra cultura  hacia tanto el paternalismo como el provincialismo.

Paternalismo es el nombre que recibe un sistema por el que las autoridades proveen nuestras necesidades, y -a cambio- tienen permitido dictar nuestra conducta, tanto la pública como la privada. El provincialismo es la estrechez de miras, la unificación social mediante un único código ético, la limitación de los intereses y las formas de experiencia a aquellos que se encuentran establecidos como tradicionales.

En cualquier caso, los prejuicios contra el uso de plantas y drogas que producen una apertura en nuestra consciencia tienen su origen en la intolerancia racial y la acumulación de poder político. En el final del siglo XIX, una vez que el ferrocarril intercontinental había sido construido y los trabajadores chinos no eran ya necesarios, fueron progresivamente tratados como infrahumanos e incivilizados; eran amarillos de ojos rasgados, peligrosos alienígenas que frecuentaban fumaderos de opio.

El peyote fue descrito, en varias publicaciones de final del siglo XIX, como causa de asesinato, mutilaciones y locura entre los desfavorecidos Indios Americanos. La Brigada de Asuntos Indianos decidió sancionar el uso del peyote, (la cual confundía, repetidamente dicha planta con el mezcal -Nota del traductor: Género Agave-, o con la judía de mescal -Nota del traductor: Mescal Bean, Género Sophora-, en sus publicaciones), y una de las mayores presiones tras los esfuerzos por sancionar su uso se ve de forma más clara en esta cita parcial de una carta escrita por el Reverendo B.V. Gassaway en 1903 a la Brigada de Asuntos Indianos, “...el Sabbath es el principal día de nuestros servicios religiosos, y si los indios ya vienen borrachos de mescal (peyote) no pueden recibir los beneficios del Evangelio.”

Sólo tras un tremendo esfuerzo y con la valentía por parte de muchas personas se llegó a la decisión de que el uso del peyote como sacramento en la Iglesia Nativa Americana debía continuar siendo permitido. Hay ahora de forma encubierta, como ustedes sabrán, un renovado esfuerzo por parte de nuestro gobierno para conseguir eliminar el uso religioso del peyote de nuestros Nativos Americanos.

En la década de 1930, hubo un esfuerzo por deportar a los obreros mexicanos de los estados sureños con una economía basada en la agricultura, y los prejuicios raciales fueron otra vez deliberadamente promovidos, describiendo a los mexicanos como vagos, sucios, y usuarios de esa cosa peligrosa llamada marihuana. La intolerancia contra las personas afroamericanas en los Estados Unidos fue promovida e instigada mediante cuentos de uso de marihuana y heroína entre los músicos de color. Debería hacerse notar en este punto que dicho uso de drogas nunca fue motivo de atención pública hasta que su nueva música, que llamaban Jazz, comenzó a atraer la atención de los blancos -al principio solamente de los encargados blancos de los clubes nocturnos- y allí comenzó el despertar de la conciencia a la discriminación e injusticias que estaban sufriendo los afroamericanos.

Nosotros, en este país, somos todos dolorosamente conscientes de nuestros pecados pasados en lo concerniente a los derechos de varias minorías, pero somos mucho menos conscientes de la forma en que la opinión pública ha sido manipulada en lo referente a su actitud ante ciertas drogas. Nuevas posiciones de poder político y, eventualmente, miles de nuevos puestos de trabajo, fueron creados partiendo de la base del peligro que suponían para la salud pública y la seguridad ciertas plantas y drogas cuya única función era alterar la percepción, para así abrir el camino de la exploración del inconsciente, y -para muchos- permitir la experiencia directa de lo numinoso.

Los años 60, por supuesto, dieron un poderoso empujón a los psiquedélicos. Estas drogas estaban siendo usadas como parte de una masiva rebelión contra la autoridad del gobierno y lo que se creía que era una guerra inmoral e innecesaria en Vietnam. Al mismo tiempo había demasiadas voces que contaban con autoridad y que clamaban alto y claro sobre la necesidad de una nueva clase de espiritualidad, y que apoyaban el uso de los psiquedélicos para establecer contacto directo con el Dios de cada uno, sin la intervención de un sacerdote, cura o rabino.

Las voces de los psiquiatras, escritores y filósofos, y de muchos pensativos miembros del clero, pidieron que se estudiasen e investigasen los efectos de los psiquedélicos y de todo aquello que pudieran revelar sobre la naturaleza y función de la mente y psique humana. Sus peticiones fueron ignoradas en mitad del clamor contra el flagrante abuso y mal uso de dichas drogas, de lo cual existía en ese momento una más que amplia evidencia. El gobierno y la Iglesia decidieron que los psiquedélicos eran drogas peligrosas para la sociedad, y con la ayuda de la prensa, se dejó claro que ese era el camino para el caos social y el desastre espiritual.

Lo que no se mencionó entonces, por supuesto, era la mas antigua de las normas: “El individuo no se opondrá ni molestará a aquellos que ostentan el poder sin ser castigado por ello.”

He explicado algunas de mis razones para sostener el punto de vista de que las drogas psiquedélicas son tesoros. Hay otras, y muchas de ellas están hiladas dentro de la textura de este cuento. Está, por ejemplo, el efecto que tienen sobre mi percepción de los colores, que es completamente maravilloso. También está la profundización en mi compenetración emocional con otra persona, la cual se puede convertir en una exquisitamente bella experiencia, con un erotismo de intensidad sublime. Disfruto el realce de los sentidos del tacto, olfato y gusto, y los fascinantes cambios en mi percepción del fluir del tiempo.

Considero que he sido bendecido, ya que he experimentado, en cualquier caso de forma breve, la existencia de Dios. He sentido una sagrada unidad con la creación y con el Creador, y -lo que mas valoro de todo ello- he tocado el núcleo de mi propia alma.

Es por estas razones que he dedicado mi vida a este área de investigación. Algún día tal vez pueda comprender como estos simples catalizadores hacen lo que hacen. Mientras tanto, me siento en eterna deuda con ellos.
Y seré para siempre su adalid.
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FIN PRIMER FRAGMENTO

domingo, 30 de diciembre de 2007

"Heroína", la otra historia. Entrevista a Eduardo Hidalgo Downing.

Acabo de terminar de ver la última gran película del año, "American Gangster". Con un par de buenos actores como Denzel Washington y Russell Crowe, Ridley Scott nos cuenta un trozo de historia real, de como eran los años 70 en el Harlem neoyorquino de las bandas, mafias, y sobre todo de como se repartió el pastel de la heroína en ese lugar, que durante un tiempo dominó un hombre con buenas ideas llamado Frank Lucas.

Digo buenas ideas, porque mientras la mafia de los USA conseguía la heroína de la CIA que se financiaba así aprovechando la guerra de Vietnam y sus contactos posteriores, este hombre se fue directamente a comprarla a sus productores al sudeste asiático. Eliminó la cadena de intermediarios que encarecía y degradaba el producto que les era vendido prácticamente por la misma policía que luego les detenía.

El resultado fue que eliminó la competencia, vendiendo una heroína con "marca registrada", llamada Blue Magic, que tenía el doble de pureza y la mitad de precio. Es decir, cuatro veces mejor.
Un policía de esos que hace mucho que no se ven, se empeñó en no dejarse comprar, y acabó dándole caza. Se llamaba Richie Roberts, y cuando atrapó a Lucas, y dejándole sin negocio le forzó a cooperar con él, resultó que tuvieron que procesar y condenar al 75% de los policías de (anti-)narcóticos de la ciudad de Nueva York (la actual D.E.A.).

Ya entonces era algo evidente que todo aquello que era prohibido y al mismo tiempo apetito humano, estaba destinado a ser la fuente de ingresos de los que se atrevieran a cruzar la barrera de la ley.
Y que su dinero, era infinitamente más poderoso que los recursos de los organismos estatales.
De hecho, la heroína de Lucas se la traía el ejército de los USA en los ataúdes de los soldados muertos. ¿Alguien está pensando en Iraq o Afganistán? No, eso sería imposible hoy día... ¿verdad?

Todo país occidental ha tenido una época de relación con esta sustancia, más o menos en esos años o posteriores, y el tratamiento que se le dio a esta situación, sirvió para grabar en el imaginario colectivo una imagen de la droga, siempre como ente inespecífico, que aún hoy perdura y se ha transmitido incluso a personas que han nacido años después de esa supuesta epidemia.
Fue la época de la desinformación absoluta y el miedo, del que se aprovecharon tanto los yonkis que explotaron como nadie el papel de víctima, como los estados para implantar políticas restrictivas de ciertas libertades, que dejaron de pertenecer al individuo para ser sacrificadas en nombre de un bien común:
¿Quién no recuerda a Maradona jugando los partidos CONTRA LA DROGA?

Todos conocemos más o menos una parte de la historia. O tal vez ni eso.
Muchos sólo conocen lo que les quisieron contar, y siguen aceptándolo y aplicándolo sin que medie la razón a todas las sustancias psicoactivas cuyo estatus sea ilegal.

Hasta ahora no había ningún libro que tocase el tema de la heroína y su historia, fuera y aquí, de forma completa, abordando sin ningún complejo los temas y las preguntas que casi nadie se atreve a formular, y mucho menos a mostrar con la claridad que llega a plasmar, los riesgos y los placeres, los pros y los contras, la verdad enseñando las dos caras de la moneda, el libro "Heroína" del autor que se ha prestado a contestar todas mis impertinentes preguntas.
Ahora ya lo hay, de mano de Eduardo Hidalgo Downing, el coordinador de Energy Control en Madrid y psicólogo experto en drogodependencias.

Agradezco el tiempo que me ha prestado para esta entrevista, y la sinceridad con la que ha hablado. Me parece un estupendo cierre de la temporada 2007 (y primera) de este blog, y un regalo a sus lectores que pueden conocer algunas de las peculiaridades que nos definen como personas, en este caso a alguien muy presente y activo en el panorama farmacófilo español.

Con mis mejores deseos para todos en este año que empieza, os dejo ya con la entrevista.



Ahora sí. En esta última entrada del año, tengo la oportunidad de cerrarla con el escritor del último libro (uno de ellos) que me estoy zampando. Siempre es un lujo poder preguntar a un creador por sus intenciones o motivaciones, pero en este caso, además es un drogófilo, activista, un chico malo reconvertido a adulto travieso, y el encargado de que Energy Control "Sección Madrid" siga operativa.

Aprovecho y pido disculpas a su Coordinadora General, Nuria Calzada, por haberle "quitado" el puesto en otra entrada y habérselo dado a Eduardo... cosas de mi ignorancia.


Aparte del libro de "Ketamina", y otro recién editado sobre datos de análisis y pureza de drogas en España, se ha echado pa'lante y como si le sobrase el tiempo, ha escrito una biblia sobre la "Heroína" en la que te muestra sin pudor alguno todo lo que debes saber sobre ella, todo lo que debes temer, y todo lo que buenamente puedes hacer para gestionar su uso con un máximo de placeres y un mínimo de riesgos: desde cómo desengancharse con un poco de voluntad y alguna ayuda a cómo preparar una inyección intravenosa en las mejores condiciones posibles, aparte de su historia, curiosidades, y otras mil pequeñas cosas. Como no, todos ellos editados por la Editorial Amargord.

Y esto es lo que nos ha salido:


Drogoteca (Pregunta): Dígame usted su nombre completo, para ir haciéndole la ficha.

Eduardo (Respuesta): Eduardo Hidalgo Downing.


P: ¿Qué edad tiene?

R: 37 años.


P: ¿Seguro que no me engaña? Parece mayor...

R: Es curioso que me diga eso. En mis años más duros desde el punto de vista psicoactivo la gente acostumbraba a echarme unos cuantos años de menos. En cuanto me bajé del burro me empezaron a clavar la edad o echarme unos añitos de más. Burroughs tenía una teoría un tanto peregrina sobre esto, pero al final va a resultar que el viejo loco tenía razón.


P: ¿Y cuál es su estado civil?

R: Soy soltero arrejuntao, con mi pareja y tengo un hijo.


P: ¿Y qué hay de su ocupación?

R: Trabajo como coordinador de la sede de Madrid de Energy Control.


P: Con esta foto-rápida ya nos hacemos una idea. Nada de familia tradicional, y seguramente viva en pecado y rodeado de gente que anda con drogas. ¿Cómo ha llegado a esto? ¿Cómo fue su infancia?

R: Mi infancia, como está "mandao", fue un gustazo. Era el menor de cinco hermanos (tres niñas y dos niños), con la peculiaridad de que compartía rango con mi mellizo, de modo que nunca me faltó compañía de la buena para ir explorando y conociendo el mundo. En cuanto a si era conflictivo o buenin, baste decir que nos llamaban "los monstruitos".

El primer día que fuimos a la guardería los dos organizamos una fuga masiva, sacando a todos los niños por la ventana del baño. El segundo día, según nuestro padre nos entregaba a las manos de la profesora, cada uno de nosotros se encargó de morderle oportunamente los dedos y de salir corriendo como almas que lleva el diablo. No hubo tercer día. De modo que esos primeros años los disfrutamos jugando completamente a nuestra bola, entre nosotros y con nuestro perro Timoteo (luego vendría Mocsha, la tortuga Panoramix y tantos otros...).

Más tarde llegaría el colegio, en el que seguiríamos conservando el puesto en el Top-Ten de "lo mejor de lo peor", en este caso cada cual ya con su propia identidad. La mía en concreto era la de "El Hombre Lapo", por mis buenas artes en esta ancestral técnica de defensa y ataque. En este punto he de decir que, de haber sabido dibujar, con el tiempo me hubiese encantado sacar un comic con las aventuras y desventuras de un antihéroe punk dotado con el superpoder de unos corrosivos e hiperdestructivos lapos destinados a combatir a las verdaderas fuerzas del mal y esparramar todo lo habido y por haber. Pero no sé dibujar...



P: ¡La vida nos ha librado! Menuda generación. Lo de "los monstruitos" era un apelativo muy cariñoso, ¿verdad? Y a pesar de todo le dejaron seguir estudiando...

R: Bueno, más que dejarme, llegó un punto en el que ya no tuve escapatoria. El primer día de colegio, lo recuerdo perfectamente, mi padre nos llevó a cada uno de una mano. Los dos íbamos gritando por el pasillo como energúmenos y revolviéndonos como posesos. Llegábamos tarde a clase (lo cual pasaría a convertirse en toda una costumbre). Al abrir la puerta, con todos los alumnos ya sentaditos y la profesora soltando su rollo, entramos los tres con nuestro numerito. Mi padre nos dio un buen cachete en el culo (no recuerdo ninguno más en toda mi vida), la profesora grito "¡Bravo, Bravo!" e instantáneamente se acabó la función.


P: ¿Para siempre?

R: Tampoco es eso, pero si es cierto que en el colegio cambiaron mucho las cosas. Hubo mil peleas, travesuras y notas diarias de mala conducta dirigidas a los padres, pero, en última instancia, ahí es donde mi infancia quedó estrangulada definitivamente y con ella el pequeño e inocente salvaje que llevaba dentro. De hecho, podría decirse que recuerdo a la perfección el día en que ocurrió: Fue en tercero de EGB. Estábamos todos con el uniforme, dispuestos para entrar en clase después del recreo. Yo era el último de la fila y empecé a mirar a unos niños de parvulitos que seguían jugando y jugando. Me quedé completamente absorto pensando que jamás volvería a gozar de esa libertad, que ya no había mordiscos que pegar ni ventanas por las que saltar, que me habían jodido pero bien y que ya no había vuelta atrás. De repente noté que me acariciaban el pelo. Alcé la vista y ahí estaba mi profesora, mirándome con una cara de pena y ternura que no olvidaré jamás. El resto de la clase hacía tiempo que había entrado en el aula mientras yo me había quedado en medio del patio, solo, firme, con la cabeza volteada hacia los del babi y la mirada perdida en tales oscuros pensamientos. A partir de ese día ya nada volvería a ser lo mismo…


P: Es decir, que una vez abortado todo posible plan de fuga con mordiscos y ventanas traseras, no tuvo más remedio que seguir estudiando. ¿Cómo le fue la cosa?

R: Pues como la vida misma, dando tumbos y bandazos. Terminé el graduado escolar recibiendo un premio al mejor alumno del colegio (galardón que, según tengo entendido, no se había concedido antes o al menos en muchos años, que yo sepa, vamos). En el bachillerato me fui aburriendo soberanamente, hasta llegar a sentir el desinterés más absoluto por todo lo que se cocía en el colegio. En COU seguramente fueron más los días de pellas que de asistencia a clase. Los exámenes los dejaba en blanco aunque los colegas que pilotaban me los pasaban enteritos para copiarlos.

Al final del curso la plana mayor del colegio se reunió con mis padres para comunicarles que su hijo consumía drogas. Mi progenitor me llevó a cenar por ahí, le conté que fumaba algún porrillo y bebía y todos tan tranquilos. Poco después me pegué un buen batacazo con las sustancias psicoactivas y mis consumos terminaron por ser de dominio público en la familia.



P: Entiendo, ¿y de ahí, del batacazo, el interés por la psicología?

R: Efectivamente. La verdad es que desde que iba al colegio mis planes consistían en estudiar historia y luego dedicarme a la antropología, pero el varapalo que acabo de contar me despertó el interés por la psicología y eso es lo que acabé haciendo. Al terminar me dije que no volvería a estudiar en mi vida, pero poco después cursé un master en drogodependencias. En este caso el interés venía de lejos, ya que, cuando comencé la carrera llevaba ya seis o siete años consumiendo todo lo psicoactivo que caía en mis manos. Pensé que un poco de teoría tampoco me vendría mal.


P: Y con ese curriculum de niño bueno, fue a para a Energy Control. ¿Cómo fue eso?

R: Si, allí fui a dar. Me gano la vida como coordinador de la sede de Madrid de este colectivo creado en 1997 en Barcelona por Josep Rovira y unos pacientes que acudían al centro de atención a drogodependientes de la asociación a la que pertenece EC (Asociación Bienestar y Desarrollo).

En 1999 lo fundamos en Madrid. Ese año terminé el primer curso del master en drogodependencias de la Complutense y con una compañera (Elena) decidimos poner en marcha un proyecto de reducción de riesgos en entornos festivos (con información y asesoramiento para consumidores, análisis de drogas, etc.). Fuimos por las distintas administraciones (Plan Nacional Sobre Drogas, Plan Municipal Sobre Drogas...) consultando sobre el tema de las subvenciones, hasta que entramos en contacto con la ya extinta Coordinadora de ONG's que intervienen en Drogodependencias. En esta asociación nos atendió Virginia, una chica que cuando le explicamos lo que queríamos hacer nos comentó que eso ya lo estaban haciendo en Barcelona y que ella conocía personalmente a quien lo estaba llevando a cabo y que, de hecho, esa persona (Josep Rovira) le había comentado en algún momento que estaban interesados en crear una delegación en Madrid. Así es que Virginia llamó a Josep, éste vino a vernos y, en el verano del 99, el grupo, (compuesto por Elena, su novio, Virginia, mi novia y yo), estaba ya perfectamente operativo.


P: Todo entre amigos. No suena mal. Pero, ¿Por qué dedicarle la vida laboral a un proyecto relacionado con las drogas y reducción de riesgos?

R: Quedaría muy bien si hablara de motivaciones altruistas, de la voluntad de dar respuesta a un grave problema social, de compromiso, de activismo, de salvar al mundo en general y a la juventud en particular de las garras inmisericordes de la droga… pero no soy Nacho Cano ni sigo los pasos de la Madre Teresa de Calcuta, de tal manera que, aun cuando pueda haber un poco de todo lo anterior, la razón principal de esta dedicación se remite a una cuestión tan sencilla como que no tengo más narices que currar en algo y esto es lo que más me gusta.

Estaría muy bien viajando por ahí, disfrutando eternamente de la dolce vita y haciendo obra social al estilo de cómo lo hacen los famosos, es decir, donando periódicamente diez millones de dólares a colectivos como Yonkis Sin Papelas y similares, pero no es el caso. Tengo que ganarme el pan de algún modo y el tema de las drogas me interesa en muchas de sus vertientes, por lo que, llegado el momento de tener que trabajar, pensé que al menos debería hacer un intento en esto de las "drogodependencias", y tuve suerte. De todos modos, puestos a darnos algo de autobombo por qué no afirmar que, además de suerte, también tuve la coherencia y la integridad de hacerlo según los planteamientos que a día de hoy considero más adecuados y oportunos, que no son otros que los de la reducción de riesgos. Sé de algunos que le echan bastante más morro e hipocresía a la vida.


P: Esto de la reducción de riesgos suena bien, suena como ponerse en cinturón antes de salir con el coche, o el condón antes de meterla en algún sitio, pero en su caso... ¿No cree que la reducción de riesgos es una opción minoritaria, con respecto al grupo y cantidad de consumidores de drogas "desconocidas" en su composición, dosis y adulterantes?

R: Creo que la reducción de riesgos o más exactamente la gestión de placeres y riesgos es algo que todo consumidor de drogas practica en una u otra medida. Hasta el usuario más "destroy" tiene en cuenta determinadas cosas, por mínimas que sean, para no hipotecar su integridad más de la cuenta. De igual manera que el consumidor más prudente tendrá, por necesidad si quiere ser consumidor, que asumir un cierto riesgo por mínimo que sea, si pretende disfrutar de las sustancias psicoactivas. A fin de cuentas, los usuarios de drogas no son, por término general, ni kamikaces suicidas y descerebrados ni timoratas monjitas Adoratrices del Sagrado Templo del Cuerpo Libre de Toxinas y Alcaloides.

Como digo, considero que la gestión de placeres y riesgos, la búsqueda de un equilibrio personal entre el factor seguridad y el factor gratificación que acompaña a todo consumo de drogas, es la norma, es universal entre los usuarios. De hecho, la inmensa mayoría no tiene problemas significativos con el consumo ni realiza usos marcadamente abusivos o compulsivos. Otra cuestión es que dicha gestión de placeres y riesgos podría ser más eficaz si en lugar de depender del mero sentido común y de la espontaneidad de los consumidores, fuese potenciada, favorecida, facilitada y apoyada por unas políticas sobre drogas que les aportasen la información y los medios necesarios y oportunos para ello.


P: ¿Cómo ve al grupo de consumidores de drogas actual? ¿No cree que es casi imposible explicarle a alguien que analice una sustancia, para evitar intoxicaciones, o que use material estéril, si desconocen en la práctica cosas como lo que es medir una dosis de forma segura, o las consecuencias que puede tener compartir un billete para esnifar?

R: Creo que la gente es bastante receptiva a la información que aporta respuestas a sus preguntas y que no viene acompañada del lastre de los juicios de valor -negativos, por lo general-. Opino, además, que la mayor parte de las sustancias psicoactivas son de un uso relativamente sencillo. Es decir, no creo necesaria una licenciatura específica en la Sorbona para poder manipularlas y consumirlas. Me parece que unos pocos conocimientos básicos (acompañados de una pizca de sentido común y un mínimo apego a la vida) son más que suficientes para que la inmensa mayoría de las personas puedan manejarse con ellas de manera competente. Aun así, me parece evidente que, a día de hoy, la figura del consumidor ilustrado es mucho más frecuente que antaño, y probablemente siga creciendo y expandiéndose, lo cual me parece muy positivo.

Sin embargo, ya digo que no creo necesario que todo el que tenga intención de consumir drogas deba convertirse (antes, durante o después) en un especialista en el asunto. Repito: con cuatro cosillas basta para manejarse con cierta desenvoltura y seguridad, y estas cuatro cosillas las entiende cualquiera, sólo es necesaria la voluntad de explicarlas, y mas aún si tenemos en cuenta que hasta hace tres días nadie tenía dicha voluntad, pues en estos temas no había quien quisiera ir más allá del "Simplemente Di No". Esa era toda la información sobre drogas que hace años un joven podía recibir.


P: ¿Qué porcentaje de consumidores cree que acuden a servicios de reducción riesgos y al servicio de análisis de sustancias?

R: Según mi experiencia, los consumidores que acuden a servicios de reducción de riesgos y análisis de sustancias son muchos. Evidentemente, en un estand en una fiesta no acudirá a informarse y a analizar el 100% de los asistentes, ya que es material y humanamente imposible (a no ser que sea un evento muy pequeño). Acudirá quien se tope con el estand, quien sienta la necesidad, quien tenga una demanda concreta, etc. En unos sitios será el 50%, en otros el 20% y en muchos el 2%, pero gotita a gotita, con el paso de los años, terminan acudiendo cientos de miles de usuarios. Ahora bien, en este punto he de decir que lo que no se puede esperar del consumidor de drogas es que sea un héroe del consumo responsable. Es decir, lo que no se puede hacer es concienciar a las personas sobre la necesidad de hacer determinadas cosas pero olvidarse de ofrecerles las más mínimas facilidades para que las hagan.

Esto sucedió, por ejemplo, con el tema del reciclaje, en el que una parte importante de la ciudadanía al mismo tiempo que comprendió lo oportuno del reciclado de papel se veía obligada a recorrerse medio barrio o media ciudad para encontrar un triste contenedor. Con los servicios de análisis y los estands de información y asesoramiento estamos ahora en esas condiciones: se conciencia a los usuarios sobre la responsabilidad en el consumo y sobre la importancia de analizar, pero al mismo tiempo, un fin de semana cualquiera no encontrarás más de diez estands o puestos de análisis en todo el territorio español.


P: Le ha dedicado un libro a la Ketamina, y su último monográfico sobre una sustancia, es sobre la Heroína: el santo grial de los horrores y los placeres, la droga que nos han enseñado como el paradigma de la adicción, degradación, marginalidad... todo eso a cambio de un supuesto placer indescriptible. ¿Por qué hacer una Biblia sobre esta sustancia?

R: Básicamente porque se me brindó la oportunidad de escribirla, es decir, más que nada para darme el gustazo de contar mi propia versión de los hechos. Todo un lujo, a mi modo de ver.


P: ¿Crees que los usuarios de la misma se pararían a leerla, o era por cubrir un relleno que faltaba en el panorama de publicaciones con información veraz sobre sustancias psicoactivas de consumo?

R: Dudo mucho que se convierta en el libro de mesa del consumidor de heroína. Seamos realistas: entre meterse un chute y leerse un tocho de quinientas páginas hay que ser muy freaky para decantarse por la segunda opción. No obstante es bien cierto que hay algunos capaces de compatibilizar ambas dedicaciones. En España deben ser poco menos de mil, pues las editoriales dedicadas a sacar libros sobre estos temas coinciden en afirmar que, salvo honrosas excepciones, es casi imposible vender más del millar de ejemplares de un libro sobre drogas dirigido al público usuario de las mismas.

Este escaso número de lectores podrá achacarse a mil y una cuestiones, pero personalmente considero que una de las principales guarda una relación directa con el tipo y la calidad de los libros que se les ha venido ofreciendo hasta ahora. No nos engañemos: si la gente no lee lo que se escribe en gran parte es debido a que lo que se escribe no responde a sus intereses, inquietudes y necesidades. En este sentido he de decir que tengo bien claro que mi libro sobre la heroína no es en modo alguno una excepción. A alguno le interesará y a muchísimos otros no. En última instancia, que los usuarios se paren o no a leerlo dependerá, fundamentalmente, de si consideran que su lectura les aporta o no algo de interés y utilidad, y no me cabe la menor duda de que a la mayoría les resultará un coñazo insufrible. Lo importante, en cualquier caso, es que todos habrán tenido la opción de leerlo. De nuevo, todo un lujo del que una generación entera no pudimos disfrutar, pues lo más extenso y elaborado que tuvimos ocasión de leer sobre esta sustancia fue aquel célebre "Engánchate a la Vida".


P: Como psicólogo seguramente opine y coincida conmigo, que la información no se ha de restringir, pero sí de dosificar en función de lo que cada persona puede asimilar e integrar. ¿No le asustaría que, por ejemplo siendo padre, su hijo cuando tuviera 14 años leyera esos libros, pero sólo tomase de ellos la parte que le interesase para justificar un comportamiento?

R: Los padres nos asustamos por todo, queremos mucho a nuestros hijos y quisiéramos evitarles cualquier tipo de problema y sufrimiento, de tal manera que, si la vida en general, con todas sus diversas y variadas relaciones sociales, se desarrollase en los mismos términos en que se desarrollan las relaciones padres-hijos, esto sería insufrible. Seguramente habría listas de libros prohibidos, personas prohibidas, horas prohibidas... (como de hecho los ha habido y los hay en tantos y tantos regímenes dictatoriales y autoritarios). Afortunadamente, para bien y para mal, progenitores sólo tenemos dos, los nuestros, y son más que suficientes como para, además, admitir intrusismos desleales por parte del Estado, del vecino, del amigo, del editor, del escritor o de quien sea. Es comprensible que en casa siempre vayamos a ser los hijos, los niños de nuestras mamis, aunque tengamos cincuenta tacos, pero fuera de casa lo que hemos de ser es ciudadanos, personas, unas menores de edad y otras mayores, cada cual con sus respectivos derechos y obligaciones, que no serán otros sino aquellos que dicten las leyes que todos habremos decidido que regulen nuestras vidas.

Gracias al cielo, en España no hay ley que prohíba publicar un libro sobre la heroína en la línea de la reducción de riesgos. Así que todos podemos estar tranquilos. Por otra parte, se trata de una obra para adultos, dirigida a consumidores y potenciales consumidores de jako. No tiene sentido que un niño la lea y, de hecho, si aún está por ver que se la lea algún adulto, no creo que un crío lo llegue a hacer jamás (a fin de cuentas, tienen bastante más sentido común del que creemos, de modo que, pudiendo disfrutar de Harry Potter dudo mucho que a ninguno se le ocurriese enfrascarse en la lectura de quinientas páginas sobre el jamaro, menos aún si quien las ha escrito es su propio padre).

Por último, en cuanto a la posibilidad de que el libro fuese mal interpretado en el sentido de convertirse en una carta blanca para hacer lo que a cada cual le venga en gana, he de decir que no tengo miedo ninguno. Entiendo que los lectores están en su completo derecho de obtener de él lo que les interese y de actuar en consecuencia. Que consuman o que no, que lo hagan así o asá, es su decisión. Yo he tratado de exponer los modos más seguros y menos problemáticos de consumir, pero no soy quien para pontificar sobre como cada cual ha de gestionar su vida o sobre como ha de tomar esta o aquella sustancia. Es su vida, que hagan con ella lo que quieran, que, siempre y cuando no comprometan la integridad y el bienestar de los demás, no creo que tengan que justificarse ante nadie por sus comportamientos, y menos aún ante mí, pues, a fin de cuentas, para bien y para mal, no son mis hijos.


P: Bien, pero ¿qué hay del riesgo de despertar curiosidades y apetitos en quien antes no los tenía? Además, en cierto sentido estos libros pueden ser peligrosos dependiendo de en qué manos caigan y de cómo interpreten las cosas, sobre todo si se tiene 14 años, aunque según la persona también siendo más mayorcito.

R: De entrada, considero que las curiosidades suelen despertarse de formas más sutiles y livianas, por ejemplo, mediante alusiones en películas, en los medios de comunicación, en libros en los que determinado tema es tratado de forma tangencial, en la calle, en conversaciones con amigos y conocidos... No creo que sean muchos los que así, a bocajarro, se leen un mamotreto sobre una cuestión respecto a la cual jamás habían tenido interés alguno. Es decir, me parece que, para leer un libro como el de Heroína de la Colección Psiconáutica, ha de existir un interés previo por la sustancia en concreto o por las drogas en general. Es cierto, no obstante, que podría tratarse de un interés meramente intelectual, y que la lectura llegase a despertar el apetito de pasar de la teoría a la práctica. ¿Y qué? No veo el problema. Personalmente no tengo intención alguna de hacer proselitismo del consumo de drogas y creo que nunca lo he hecho, pero tampoco veo nada negativo en que a alguien se le despierte la curiosidad de tomarlas. Me parece que este es un miedo exagerado y del que todos deberíamos liberarnos de una vez por todas. Quienes practican, hablan y escriben sobre otras actividades tan placenteras y peligrosas como el consumo de muchas drogas (escalada, parapente, esquí...), no tienen reparo alguno en despertar curiosidades, apetitos y aficiones. No veo porqué en este caso tuviese que ser distinto.

Por otra parte, resulta evidente que el uso de sustancias psicoactivas puede resultar muy peligroso, una vez más, como hacer parapente o escalar. Es por ello, de hecho, que los libros de la Colección Psiconáutica dedican buena parte de su contenido a exponer las claves del consumo de menor riesgo (y mayor placer). Es decir, la intención, precisamente, es la de evitar problemas a los usuarios y a los potenciales usuarios, lo cual no excluye la posibilidad de que algunos de ellos acaben pasando serias dificultades, como también las pasarán algunos de los que practiquen escalada y se hayan ocupado de informarse a fondo en los manuales oportunos. Así es la vida.

Por último, en cuanto a los infantes, coincido plenamente en que la información ha de suministrarse de modo acorde a la edad de la persona. Igual que no tiene sentido explicar a un niño de 12 años los secretos del fist-fucking o las muchas posibilidades del gang-bang, tampoco lo tiene explicarle al detalle como ha de prepararse un chute de heroína. Es por ello que estos libros están dirigidos a un público adulto. Si viese a mi hijo leerlo con 14 años, no me haría mucha gracia, opinaría que le viene grande y así se lo haría saber, de modo que le diría que si le interesan las drogas, sería más adecuado que fuese leyendo otras cosas y éste lo dejara para más tarde. Si aún así quisiera leerlo, me encargaría de comentárselo y explicárselo pasito a pasito. En última instancia, si mi hijo, con la edad que fuera, estuviese interesado en documentarse extensamente sobre la heroína, preferiría que lo hiciera con mi libro en lugar de con cualquier otro.

De todos modos, considero que el miedo a que los niños y adolescentes lean y escuchen estas cosas es otro de los muchos miedos de los que deberíamos desprendernos inmediatamente. Dejemos ya de engañarnos: los niños de 14 años ni consumen jako ni leen libros de 500 páginas sobre el jako. Estas son cosas de adultos, y como tal permitámonos, de una vez, hablar de ellas entre nosotros, con naturalidad, con sinceridad, con tranquilidad y sin miedos ni complejos.


P: Si piensa que le voy a preguntar cuándo va a sacar un libro sobre el fist-fucking, va usted apañado. Ahora que le hemos dado un repaso a la obra, vamos a ver que nos cuenta del autor. ¿Que personaje histórico le gustaría conocer? ¿Y cuál es la razón?

R: Pues me encantaría compartir un ratillo, en su medio y su momento, con Lucy, la australopithecus, o acompañar durante un trecho de su marcha a los tres de Laetoli. En ambos casos por aquello del apego a la familia, por conocer a los recontratatarabuelos.

Desde niño me interesó la paleontología y, aunque es una afición que actualmente cultivo poco (aún cuando es posible que en cualquier momento la retome en plan dominguero) es algo que sigue despertando mi curiosidad. Creo que aprendería y disfrutaría mucho más compartiendo unas horas con estos homínidos que con cualquier otro personaje histórico. Me desvelarían muchos más interrogantes, aunque sólo fuera por la sencilla razón de que las obras, circunstancias y modos de vida de la prehistoria están bastante menos documentados que los de la historia.


P: ¿Y personaje vivo?

R: Pues, sinceramente, no me muero por conocer a nadie en concreto. De una parte soy muy poco mitómano y, de otra, creo que lo mejor de los grandes mitos ya lo conocemos por sus obras. Lo que hay detrás de ellas son personas, más o menos majas y agradables. Me encantaría seguir conociendo a muchas, sobre todo de éste último tipo, pero en principio, me es indiferente el relieve histórico que tengan.


P: ¿Que libro cree que le ha influido más en su vida? ¿Por qué?

R: Supongo que el que más me ha influido, como a medio mundo, ha sido la Biblia, aun cuando, yo mismo, como medio mundo, no la haya leído, pero es indudable que los pocos que se le la leyeron se encargaron pero que muy bien de que nos influyera a todos. Curiosamente, además y a pesar de mi enciclopédica incultura religiosa, es, de lejos, el libro que más cito. Me encanta soltar esas frases demoledoras y trasnochadas ("parirás con dolor y servirás a tu marido"), esa lírica punk al estilo de La Banda Trapera del Río ("fornicarán los gatos y los perros"), y ese manejo del lenguaje gracias al cual hasta lo más nimio adquiere una resonancia especial ("Pedid y os será dado"). Aparte de esta obra magna no consigo identificar un libro que me haya marcado especialmente (seguramente sea debido a que no he leído lo suficiente), aun cuando son muchos los que me han gustado. En su momento libros de aventuras amazónicas, como "I Fiumi Scendevano a Oriente" (no sé el título en español), de Leonard Clark, o las expediciones por Papúa del controvertido Heinrich Harrer (Vengo de la Edad de Piedra). Más tarde obras como "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero" (Oliver Sacks) o "Leopardo al sol" (Laura Restrepo), por citar algunos…


P: ¿Cuál lee ahora o el cual es el último leído?

R: Estoy terminando "Blanca Doble: Los cuentos de la cocaína", de un amigo, José María de la Quintana, y el último que he leído es "El Derecho a la Ebriedad" (Manifiesto libertario contra la prohibición), de un simpático y reciente conocido, Javier Esteban.


P: Si se tuviera que definir, presentar o explicar quién o cómo es, ¿qué pieza musical o que canción usaría?

R: Me parece una labor complicadísima, no obstante estoy de suerte: hace poco me enviaron un mail en el que tenía que ir apuntando canciones, animales, personas, etc. Luego, al final del mensaje, cada respuesta quedaba asociada con un aspecto de la vida: tu relación con los demás, con tu pareja... y una de ellas era, precisamente, la definición de lo que era uno mismo y su vida. En mi caso, al parecer, todo quedaba resumido en la canción "Necesito Droga y Amor" (Extremoduro). En cierto modo podríamos darla por buena, a fin de cuentas el título no deja de reflejar dos motivaciones vitales que en mi caso han tenido y tienen una relevancia primordial.


P: ¿Cuál cree que será el status de las hoy ilegales drogas en 50 años?

R: Difícil respuesta. Ni siquiera Nostradamus quiso mojarse en este tema. De todos modos, echándole un poco de cuento e imaginación cabría considerar que, de una parte, cincuenta son muchos años, y de otra, que la situación actual está llegando a rozar lo insostenible, de modo que no me extrañaría lo más mínimo que para entonces, e incluso para mucho antes, la producción, distribución y venta de las sustancias psicoactivas hoy prohibidas y más habitualmente consumidas pasase de estar en manos de redes mafiosas y criminales a estar regulada por el Estado en cualquiera de las muchas fórmulas posibles.


P: ¿Cuál es su droga de consumo favorita? ¿Por qué?

R: Mi droga favorita es el alcohol. Me parece muy versátil. A lo largo de mi vida he tenido otras drogas favoritas (los porros, la LSD, la heroína...), pero algunas ya no las tomo o las tomo muy poco, unas me sientan mal, otras me han cansado, otras las sigo tomando, pero el alcohol siempre está ahí. Es cierto que para grandes ocasiones prefiero acompañarla de otros aditivos, pero como digo, debido a su versatilidad, si me dijeran que mañana desaparecerían todas las drogas del mundo a excepción de una que yo escogiera, elegiría, sin dudarlo, el alcohol (y si puede ser whisky, mejor).


P: Por último, ¿si le pidiera un consejo genérico una persona que empieza a interesarse por la alteración de la conciencia mediante psicoactivos (cualesquiera), qué le diría que más le pudiera ayudar en ese camino? ¿Cuál sería su consejo?

R: Aparte de lo obvio: informarse, manejar bien las dosis y el espaciamiento de las tomas, cuidar los contextos de consumo, estar atento a las señales de alarma, observar la evolución del consumo, estar presto a corregir posibles desvaríos...

Le diría que se guiase por sus propios gustos e intereses y, sobre todo, que escuchase a su propio cuerpo y a sus reacciones, fundamentalmente cuando las cosas se tuercen de una u otra forma, ya que, independientemente de lo que digan los expertos y los eruditos, sean de la tendencia que sean, si por ejemplo, uno mismo siente que los porros le rallan o que la MDMA le deja empanao, creo que es a su propio cuerpo a quien debería hacer caso, por mucho que toda una pila de estudios a doble ciego hayan sido incapaces de relacionar lo que a él le pasa con la sustancia que consume.

Eso sí, mucho cuidado también con tragarse a pies juntillas la galería de horrores que a diario se nos vende desde los medios de comunicación y las instituciones preventivas al uso como si fueran el pan nuestro de cada día en lo que a la toma de drogas de refiere.


P: Llegó el final. ¿Le apetece saludar o enviarle un mensaje a alguien por si le está leyendo?

R: Pues ya que me da lo oportunidad no la dejaré pasar. Si hay alguien que, sin falta, leerá esta entrevista, no podrá ser otro que el ubicuo y omnipresente cibervigilante DDAA, de modo que aprovecho para felicitarle las navidades y para volverle a preguntar lo que en privado no ha querido contestarme (va sin acritudes, que ya sé que es norma de la casa): Querido, ¿Te ha llegado el libro que te comenté o te lo hago llegar para Reyes?

Por lo demás, mil gracias a usted, Symposion, por concederme esta entrevista, por sus amables atenciones, por su paciencia, su buen rollito y por sus interesantes conversaciones privadas. Enhorabuena por su estupendo blog. Le deseo lo mejor.

Fin.


Sangre y sudor nos costó sacar tiempo y terminarla, pero ha sido muy interesante (al menos para mi, y espero que para los demás también). Y ya veo que no tengo que preocuparme cuando DDAA tarda 15 días en contestar un email.
Muchas gracias Eduardo por tus palabras y tus buenos deseos.
Suerte con todo, y con el libro también. Y ya que son Reyes en breve, gastaos los dineros en algo interesante, y que cuando menos, os aportará una visión totalmente distinta de ese "fantasma de la droga" que algunos, como el señor Megías desde la FAD, apuesta por resucitar.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Asegúrame el éxito: prohíbeme.

Esta va a ser una entrada cortita (o eso creo, luego veremos como acaba).
Sólo tengo ganas de comentar una breve idea e ilustrarla con una divertida anécdota que una amiga me ha contado, y luego he corroborado.

La reflexión que la empuja, en relación con la farmacofilia, y en especial con la ilegal, es ese tantas veces aludido gusto por lo prohibido.
A estas alturas deberíamos saber ya (y hablo como humanidad), que excepto lo que se prohíbe para defender a otros, como puede ser la trata de blancas, la agresión o el abuso sexual, lo demás y que no causa daño a nadie -o como mucho a quien lo consume o realiza- tiene garantizado un importante marketing continuo sobre un amplio margen de población que parece estar esperando que les señales cual es el último pecado de moda, o la transgresión más chachi.

En ese grupo se encuentra una amplia parte de la juventud y de la adolescencia, que aunque muchos de ellos no sean, caracteriológicamente, buscadores de nuevas sensaciones y exploradores de lo desconocido, de alguna manera se prueban a sí mismos que son capaces de la autodeterminación y la autogestión, a modo de ritos de paso de una etapa infantil a otras superiores.
Pero hay una cierta trampa en eso, y es que ese acto, que no es otro que el de hacer aquello que nos dicen que no hagamos, en ocasiones es de lo menos distintivo (a pesar del afán del adolescente por distinguirse y saberse diferente) ya que es casi algo común estadísticamente a un gran número de ellos.

Y es cierto, que en este caso las drogas, cualquiera que tenga el estigma de la prohibición, cuentan con futuros rebeldes que responderán con su consumo a cualquier advertencia por parte de "los adultos" de que no lo hagan so pena de graves males y aflicciones.

Pero lo gracioso, introduciendo la anécdota, es que no es este comportamiento patrimonio único de los "no-adultos". Parece que esa reafirmación de autogobierno es necesaria en más ocasiones y en las menos esperadas situaciones.

Y he aquí la anécdota:
El escritor y político español José María Pemán, al que muchos sólo conocerán por la estupenda canción "Adivina adivinanza" de Joaquín Sabina que está incluida en "La Mandrágora" (la que cuenta la muerte del último dictador español, y las reacciones que se produjeron), fue en una ocasión a dar una conferencia a Calatayud.
Una vez allí, alguno de sus anfitriones le pidió que no hiciera uso del chascarrillo de la popular letra del pasodoble que menciona a Calatayud y a una vecina de ligeras costumbres, "la Dolores", ya que el pueblo estaba muy sensibilizado con el tema y les tocaba bastante las narices.

Pues Pemán dio su conferencia, pero al terminar, se dirigió al público y les comentó que conocía su molestia por dicha tonadilla, y que él se había permitido arreglarla de manera que no les fuera tan molesta, y se la recitó de esta forma:
"Si vas a Calatayud,
pregunta por la Manuela,
que es nieta de la Dolores,
y tan puta como su abuela."


Tuvo que salir del recinto y del pueblo, escoltado hasta el tren por la guardia civil, por la reacción de los habitantes.

Es gracioso, sí. ¿Pero qué necesidad tenía una persona de renombre en el régimen en hacer semejante cosa? Posiblemente el puro placer de la transgresión a una norma... y nada más.

He encontrado la versión atribuida a Valle Inclán (que murió en el 36) en lugar de a Pemán, en un solo sitio, los demás me han confirmado que fue Pemán.
Aunque no hay que dejar de tener en cuenta, que quien lo hizo era un protegido del dictador y que ocupó varios cargos, entre ellos fue nombrado presidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza de la Junta Técnica del Estado, encargada de la implacable y atroz depuración del personal docente de la república, que se saldó con un mas de un 70% de "depurados" y dedicados a otras tareas, que tuvieron que dejar de ser maestros o profesores universitarios, o los más afortunados exiliarse en Canarias, en la Universidad tinerfeña de La Laguna, donde parece que se les dejaba pensar y vivir en un poco más de paz, aunque desplazados de su hogar por no coincidir con las ideas de gente que mataba según semejantes criterios.

Hubiera sido de más valor desde luego, que el que se daba el gusto de romper la norma, arriesgase algo en su acto, cosa que Pemán no hacía y lo sabía.

Aun así la anécdota tiene su gracia, y acompaña la reflexión sobre la motivación añadida que supone el prohibir, como vemos con resultados bastante pobres.


P.S: He incluido una posible corrección sobre la copla exacta que recitó Pemán en su intervención estrella (o una de ellas).
Véase la otra opción, aquí la otra versión, más plausible en base a la métrica de la "poesía", y con más grado de puterio en la familia de la "Dolores".

sábado, 16 de junio de 2007

El vino de los griegos. Anécdota y reflexión.

Nuestra cultura sienta sus bases en la historia y pensamiento griego y romano. La influencia de estas dos grandes civilizaciones es tal que casi se podría decir que somos una continuación de las mismas, llenas del mestizaje que nos ha dado el haber sido tierra bajo dominio árabe y de otras muchos a lo largo del tiempo.

De los griegos hemos tomado buena parte de nuestro pensamiento y de nuestras coordenadas a la hora de concebir y explicar el mundo. Las relaciones entre casi todas nuestras ciencias actuales y los primeros griegos que dieron explicaciones al mundo que vivimos son imborrables.

Es una pena, que no hayamos podido preservar la idea de la embriaguez como vehículo de expansión mental y reflexión, que para ellos fue durante mucho tiempo la forma en que gestaban, discutían y expandían sus ideas.

La forma mas común de reunión entre los pensadores, la forma de dar alas al intelecto, era mediante el "symposion". Esta palabra esta formada de la raíz "sym", que significa "juntos" y el verbo "posion" que significa "beber".
Estos symposion en los que grupos de pensadores y amigos se reunían para beber juntos y hablar durante horas en casa de un anfitrión son el germen de buena parte de la filosofía que hemos heredado de aquella época.

En un lugar elegido previamente, se preparaba una habitación donde pudieran sentarse o tumbarse los invitados, y con ayuda de los vinos, siempre disueltos en agua, se expusieran ideas y se rebatieran sobre las cuestiones más relevantes de la vida del ser humano.

¿Por qué vinos disueltos en agua?
Como cuenta Escohotado, la destilación es un proceso que no se descubre y aplica al vino y la uva hasta el siglo XI. Por lo tanto, los vinos que se podían producir, no podían superar los 13 grados en cantidad de alcohol, ya que en esa cantidad, el alcohol mata a la levadura responsable de transformar los azucares en etanol.

Casi todas las referencias que tenemos de esas épocas, hablan de la dilución del vino en agua, por ser una bebida que no se podía beber directamente debido a sus efectos y riesgos.
Evidentemente el vino tenía alcohol, pero nadie corre riesgo por tomar una copa de vino de máxima graduación alcohólica.
Esos vinos griegos, que daban alas a sus musas y les inspiraban ideas sobre las que trabajar, eran disoluciones de plantas en vinos de uva. Esas plantas pudieron ser de todo tipo, pero hablando de sus riesgos, en los que se menciona la locura o la muerte, posiblemente incluyeran solanáceas en su composición. Plantas como el beleño, la datura, o la belladona, son buenos candidatos a ser algunas de las responsables de los efectos de esas bebidas que llamamos vinos, aunque nada tengan que ver con lo que hoy día es esa bebida.

Siendo así, esos vinos, que bebían diluyéndolos en agua, eran potentísimos vehículos de embriaguez que no podemos conceptualizar como simple ebriedad alcohólica, sino como fuertes expansores de la conciencia habitual. Nada que ver con nuestra idea actual de una progresiva borrachera a base de nuestros estupendos y saludables vinos.

Antes de iniciar el symposion, se decidía previamente cual era el número de "krateras" o vasijas que iban a ser consumidas. Este acto previo, refuerza la idea de que era una acertada medida de prevención ante la certeza de que se llegaría a estados de conciencia donde actos como medir o controlar la embriaguez resultante no iba a ser fácil, sin duda debido a los compuestos que acompañaban a estos vinos.
Es bastante probable que no siempre se respetasen esas prevenciones iniciales, tal vez en búsqueda de una mayor alteración o por puro descontrol.

Hay una interesante anécdota narrada por Timeo de Taormina sobre unos jóvenes soldados que da una buena idea del poder de esos vinos:

"En Agrigento hay una casa que llaman 'la trirreme' (nombre de una embarcación de la época) por la siguiente razón. Unos jóvenes estaban emborrachándose en ella, y llegaron a un punto de intoxicación tan febril que pensaron que se encontraban en una trirreme, navegando en medio de una peligrosa tempestad; estaban tan beodos que arrojaron todos los muebles y objetos de la casa por la ventana, como si estuvieran en el mar y el piloto les hubiera mandado aligerar el barco a causa de la tormenta.
Entretanto acudió una gran cantidad de gente y empezó a llevarse los bienes que tiraban, pero, aun así, los jóvenes no dejaron de hacer locuras.
Al día siguiente, los generales se presentaron en la casa y los acusaron de varios delitos.
Ellos, todavía mareados, contaron a los oficiales que por miedo a la tormenta se habían visto obligados a echar por la borda el cargamento superfluo."

Esta historia, actualmente no tendría credibilidad alguna, ya que todos conocemos el alcance de una borrachera por vino. Se puede ser temerario, estúpido, insolente, agresivo, e incluso ver doble, pero no lo que aquí se cuenta.

¿Es creíble que bebiendo solo vino, si fuera como el que actualmente bebemos ocurriera esto?
Es harto improbable que varias personas que se hayan excedido con una bebida que solamente contenga alcohol como principio activo, lleguen a perder la noción del lugar en que se encuentran, para reemplazarlo por un barco que está azotado por una tormenta.
¡¡Y mas aún que eso ocurra durante horas!!

No sólo que lo crean o lo imaginen, sino que deliren hasta el punto de comportarse como si en esa situación se encontrasen, sino que al día siguiente en lugar de una resaca colosal, aun afectados den por explicación de sus actos aquello que había sido delirio compartido y posiblemente provocado por un exceso de esas bebidas portadoras de plantas alucinógenas.

Si esos soldados lo hubieran hecho con cualquiera de nuestros vinos actuales, habrían llegado a un estado de sopor, que difícilmente les hubiera permitido arrojar nada por ninguna ventana de la casa, y menos aun, creer que se encontraban en una barco en mitad de una gran tormenta.

Los griegos aceptaban esas situaciones como un mal menor consecuencia de un consumo poco cuidadoso de un poderoso embriagante -propio de la falta de experiencia o de la temeridad juvenil- pero no por ello fue jamas objeto de censura.

Pero si bien ese es un extremo en el uso de esos vinos superpotentes, otro podría ser el conocido Banquete de Platón, que aún se estudia hoy día y es modelo de reflexión, diálogo y brillantez oratoria.

Dejo aquí esta entrada con la pregunta abierta de cuantos de nuestros mejores antepasados como pensadores, de los que nuestra sociedad a lo largo de los siglos se ha nutrido, desarrollaron y maduraron sus ideas en estos estados de embriaguez compartida, de mayor o menor grado, llamados symposion.

Y también quiero hacer pensar sobre como hemos admitido muchas de sus brillantes ideas, y hemos edificado sobre ellas, pero hemos olvidado sus métodos.

¿No resulta más provechosa una embriaguez generadora de nuevas ideas y vehículo de unión entre amigos, estimulante de debates inteligentes y fuente de tejido social, que la actual marca de negatividad, delito e incorrección que acompaña en nuestros días al uso de embriagantes?