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miércoles, 30 de enero de 2019

Tortura y mala praxis en el Hospital Clínico de Salamanca

Con este texto iniciamos el décimo-tercer año de la Drogoteca como blog  de información sobre drogas y otros asuntos. En este caso, el texto que os traemos, es una vivencia de hace menos de un mes, en el que a una paciente que tomar mórficos (pautados por sus médico especialistas en tto. del dolor) se la deja sin medicar adecuadamente o incluso se la medica con fármacos que no deberían usarse. Todo esto en el curso de un ingreso de urgencia en el Hospital Clínico Universitario de Salamanca. Los pacientes que usan opiáceos, aunque sean estos prescritos por un médico, se tienen que asegurar sobremanera de que a otros médicos no les dé por ignorar su medicación, en un acto de negligencia que les puede enviar al infierno del Síndrome de Abstinencia de Opioides o SAO, como ocurrió en este caso a pesar de encontrarse en un hospital que tiene infinidad de recursos para evitar dicho problema,

Sin más preámbulos, aquí os queda el texto con el que iniciamos 2019.
Deseándoos lo mejor en este año, vamos con ello.

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Tortura y mala praxis en el 
Hospital Clínico de Salamanca.


Este texto recoge lo vivido por una paciente -usuaria de opioides por prescripción médica- y sus familiares, hace tan solo unos días, en el Hospital Clínico Universitario de Salamanca. El uso del término “tortura” en el título refiere al uso de la abstinencia de opioides sin motivo médico que lo justifique, como lo recoge el informe del “Relator Especial sobre la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanas o degradantes” del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en donde se recoge que “Una forma particular de malos tratos, y posiblemente de tortura, infligidos a los consumidores de drogas es la denegación del tratamiento de sustitución de opiáceos, provocando los dolorosos síntomas propios del síndrome de abstinencia”.



Eso fue lo sufrido por Mary, quien desde su entrada en las urgencias de dicho hospital hasta que se atendieron correctamente los problemas derivados de la abstinencia a opioides, pasaron 4 días en los que no se trató correctamente el problema, administrando otros medicamentos para enmascarar los síntomas o incluso un medicamento -Buprenorfina- cuyo uso presenta una contraindicación directa en pacientes tratados con analgésicos opiáceos y opioides, ya que provoca directamente un Síndrome de Abstinencia a Opiáceos o SAO

Cabe resaltar que la paciente es una enferma que está en tratamiento en la “Unidad del Dolor”, por lo que sus opioides están pautados y definidos claramente, de manera que cualquier hospital pueda encargarse sin dificultad de ese aspecto, ya que existen infinidad de medicaciones opioides que pueden ser administradas por diversas vías, de la anal a la intravenosa, de la oral a la transdérmica.

Quede claro que la intención de este texto es exponer públicamente la mala praxis, las negligencias médicas y el desinterés por el dolor de la paciente que muchos de los supuestos profesionales sanitarios de dicho hospital, mantuvieron en este caso. 

No es la intención de este texto atacar a todos los profesionales que trataron a Mary, ya que aunque pocos hubo algunos que no sólo hicieron su trabajo correctamente, sino que demostraron un interés y una atención genuinas ante una mujer a la que se le estaba haciendo sufrir una odisea de dolor sin necesidad alguna ni criterio médico que lo pueda justificar; a estos profesionales, a quienes les agradecimos personalmente su atención, volvemos a agradecerles sus actos sin los que Mary hubiera sufrido una agonía mucho más inhumana que la ya vivida.


Primer día:

En las primeras horas de la madrugada del lunes día 14 de enero de 2019, llegamos a las urgencias del Hospital Clínico Universitario de Salamanca con una mujer -de 52 años- que había ingerido amoniaco por equivocación (se encontraba en una botella de agua mineral, sin ninguna indicación sobre su contenido). La acompañamos su hija -que estaba presente en el suceso- y yo, a quien llamaron pidiendo auxilio al producirse el accidente.



Se atiende a la paciente con celeridad, dada la extrema gravedad que puede implicar algo así, e inmediatamente se le piden distintas pruebas (gasometría, analítica, rayos X y una gastroscopia) y se empieza a administrarle medicación intravenosa. Al cabo de una hora aproximadamente, se decide que se va a quedar ingresada en observación en las camas de urgencias.

En ese momento, cuando la paciente va a pasar al cuidado del hospital de forma íntegra, la hija y yo informamos al médico que la estaba tratando de que la paciente está en tratamiento en “Unidad del Dolor” y que tiene pautados opioides para diversas cuestiones. Le informamos de la medicación exacta que tiene prescrita (200 mg de Tapentadol, 1 pastilla de liberación retardada cada 12 horas) y de cuando fue la última vez que la paciente la tomó (unas 10 horas antes), para que puedan controlar la necesidad de opioide en sangre y le administren el fármaco o un equivalente, ya que prácticamente cualquier opioide servirá para controlar ese aspecto.

Es en ese momento cuando recibo la primera indicación de que los profesionales que la están atendiendo, a lo mejor no son tan profesionales. El médico con el que yo hablaba, al comentarle que es una paciente con opioides (sustancias como la morfina) pautados de por vida, me contesta que “pensará en ponerle un poco de naloxona”. ¿¿Qué dice este tipo?? 

Me quedo tremendamente sorprendido de que el médico diga que le va a poner algo que es justo lo contrario que debería hacer, y directamente le informo de que lo que ha dicho no tiene sentido: la naloxona es el antídoto de los mórficos que se pone cuando hay sobredosis, y la paciente se enfrentaba al problema contrario (infradosis).

Le hago ver al joven -e inexperto- médico la incongruencia de lo que ha propuesto, y que administrarle naloxona provocaría -en menos de un par de segundos- un Síndrome de Abstinencia a Opioides (SAO) a la paciente, con síntomas como de dolor intenso en todo el cuerpo, vómitos, diarrea y agitación extrema, que son justo lo contrario de lo que la paciente necesita. Esto es mucho más necesario en su caso, ya que la forma de proceder ante un accidente de este tipo es evitar causar vómitos como primera medida, para que el líquido cáustico ingerido no cause más abrasiones en traquea, esófago y cuerdas vocales.

El médico ve a las enfermeras allí presentes, asentir con la cabeza a lo que le he explicado sobre la incoherencia de su propuesta, y se la guarda en los calzoncillos ya que la van a ingresar y quedará al cuidado de otros médicos. Nos piden a los familiares que vayamos a casa a buscar dicha medicación analgésica “por si no la tienen en el hospital”, asegura. Esto es muy extraño, ya que lo lógico es que sean ellos quienes controlen la medicación del paciente, y en el hospital existen infinidad de medicaciones que son “equivalentes” a la medicación que Mary, la paciente, tiene prescrita. A pesar de eso, nosotros lo hacemos y al cabo de una hora, mientras la paciente pasa a ser ingresada en las camas de urgencias, volvemos con la medicación de la mano y la mostramos a los médicos que en ese momento la están tratando.

Los nuevos médicos nos informan de que, hasta que no se le realice una gastroscopia para determinar el alcance de las lesiones, no se le puede administrar por vía oral ni alimentos ni bebidas ni medicación alguna. Nadie ha dicho que tenga que ser por vía oral, y les indicamos que en ese momento ya está claramente entrando en un estado de falta de medicación opioide, por las horas que lleva desde que tomó su última dosis. Nos responden que no nos preocupemos por ello, que ellos saben cómo gestionar esos asuntos y tienen recursos de sobra para no tener que usar la vía oral (lo cual es totalmente cierto).

A primeras horas de la mañana de ese mismo lunes, Mary pasa a ser ingresada en planta, en concreto en la de medicina interna e infecciosos (planta 6ª). Una vez más, volvemos a informar a los médicos (en esta ocasión, a los nuevos médicos de planta) de la situación completa, y de su falta de medicación en el cuerpo. Nos dicen que toman nota y que “a ver si hay suerte y se le puede dar su pastilla tras la gastroscopia”

Nos extraña esa preferencia que manifiestan de que seamos los familiares los que le demos la pastilla y del uso de la vía oral, que ha sido abrasada por amoniaco y que ha vomitado todo el contenido del estómago, bilis y bastante sangre coagulada.



Se llevan a la paciente a hacerle la gastroscopia, que revela lesiones de diversa índole y que sólo permiten -en teoría- administrar agua, en pequeña cantidad, hasta que la paciente vaya mejorando. En este momento es cerca de la 1 de la tarde, y la paciente queda ingresada en la planta 6ª por el momento. Durante esas horas, la paciente entra abiertamente en un SAO (abstinencia a opioides) y se empieza a agitar, a sentir dolor, a no poder dormir, y especialmente a vomitar intensamente el poco agua que consigue beber, mezclada aún con bilis y sangre.

Le comento a la enfermera jefe de planta que la paciente está en pleno síndrome de abstinencia, y que así no es posible que dejé de vomitar ni que se pueda distinguir qué síntomas pertenecen a la intoxicación por amoniaco y cuáles a la abstinencia. Ante eso, la enfermera, nos dice que la mediquemos nosotros mismos, que le demos “su pastilla” ya que la tenemos

Le expresamos nuestra extrañeza con ese proceder, ya que por una parte tienen lesiones en todo el tracto esofágico y por otra que la pastilla es un comprimido “retard” que tarda varias horas en disolverse en el estómago, y que es muy improbable que -ya en síndrome de abstinencia, coloquialmente conocido como “mono”- la paciente consiga retenerla el tiempo suficiente para poder beneficiarse de ella.




La enfermera nos insiste y nos dice que no hay problema, que se la demos. Los familiares administramos a la paciente la pastilla. Al cabo de 20 minutos, y a pesar de los esfuerzos de la paciente, vomita de nuevo todo el contenido del estómago. Informamos a la enfermera de que la vía oral no nos sirve y de que ha vomitado todo de nuevo, a lo que la enfermera nos dice que “entonces no podemos darle nada ya”

Se refiere a los familiares, que no podemos administrarle otra pastilla porque no sabemos qué dosis puede haber sido absorbida, pero en el hospital existen medicaciones equivalentes para otras vías como la rectal, la intramuscular, la subcutánea, la intravenosa o la transdérmica; no entendemos cómo están dejando a una paciente -que proviene de “Unidad del Dolor” con un tratamiento pautado que no se puede suspender- sin medicación que evite el síndrome de abstinencia (en esencia exactamente igual que el de un toxicómano adicto a la heroína, pero con fármacos legales prescritos por un médico especializado).

La paciente se sigue agitando, cada vez más hasta enredarse en la cama con los tubos del oxígeno y las vías puestas para darle medicación intravenosa y administrarle suero. Eso nos hace tener cierta evidencia de que la paciente no llegó a absorber nada del medicamento por la vía oral (como era de esperar) y de que su situación se va a complicar mucho más en las siguientes horas, a medida que avance el desarrollo del síndrome de abstinencia en su cuerpo, y acudimos de nuevo a plantear el asunto a la enfermera, ya que en la tarde no hay más médico que el de guardia. Dicha enfermera nos dice en ese momento, que la van a bajar a la planta de digestivo (5ª planta) y que allí tratarán a la paciente. Son en ese momento cerca de las 7 de la tarde, y la paciente lleva 17 horas en el hospital ya.

Cerca de las 8 de la tarde se procede a trasladar a la paciente a su nueva habitación y planta, con otro nuevo “staff” médico y de enfermeras de planta. Una vez que ha sido trasladada su nueva localización, volvemos a iniciar el proceso de buscar al médico responsable (que no hay en la tarde) o en su defecto a la enfermera que pueda hacer algo como llamar a un médico de urgencias a atender el caso. Cuando lo logramos, nos dicen que ellas se van ya y que se lo digamos a las enfermeras del turno siguiente, mientras la paciente se va poniendo cada vez peor y se queja más insistentemente de dolor (dice que se ve morir de dolor, concretamente) mientras no para de vomitar todo lo que entra en su cuerpo, mezclado con sangre y bilis.



Cerca de las 9 de la noche entra el nuevo turno de enfermería, y volvemos a ir a su cuarto a explicarles el problema que hay y que no está reflejado correctamente en los papeles que tienen, a pesar de haberlo expresado desde el primer momento que se entró en el hospital. Por suerte, una enfermera se da cuenta de la gravedad del asunto, y de que tienen a una paciente -con lesiones en el tracto digestivo- a la que están provocando un “mono” que hace que no pueda dejar de vomitar, lo que evidencia una mala praxis en los cuidados que le están dando. 



Esta enfermera, a quien agradecemos su comportamiento y profesionalidad, avisa inmediatamente al médico de guardia para que resuelva sin retraso la situación, que es tan simple como administrarle cualquier otro agonista opiáceo (como su medicación) por una vía que no sea la oral, por razones obvias y nos dice que no entiende cómo han dejado pasar en urgencias y en la 6ª planta algo así, sin atenderlo hasta ese momento que ella da la voz de alarma. Le indicamos que nosotros tampoco, y que lo hemos estado reclamando e indicando desde que entramos en el hospital, hace casi 20 horas ya.

La médico de guardia no aparece, la paciente se va poniendo peor, y la enfermera de la 5ª planta viendo el cuadro, vuelve a llamar a la médico por segunda vez cerca de las 10 de la noche, indicándonos a la familia que dichas llamadas quedan registradas a todos los efecto

Finalmente cerca de las 22:20 la médico de guardia aparece y viene a ver a la paciente y a hablar con los familiares (con su hija y conmigo). Le indicamos lo mismo que llevamos indicando a todos los médicos que la han tratado durante toda la estancia de la paciente, y la médico nos da la razón viendo a la paciente en pleno “mono” o abstinencia, retorciéndose inquieta en la cama.

En ese momento, la médico de guardia nos dice que le van a poner un parche transdérmico de fentanilo (un potente agonista opioide) y además una inyección de metadona. Le pregunto que para qué la inyección de metadona si le van a poner un parche de fentanilo (coloquialmente conocidos como “parches de morfina” a pesar de no tener morfina), y nos dice que es para frenar el SAO en el acto, ya que el parche de fentanilo tarda unas horas en hacer efecto completo y la paciente, por la falta de medicación, está bastante afectada con lo que reducir el tiempo que está en abstinencia es esencial. La hija de la paciente y yo quedamos ya tranquilos, porque parece que al fin se toman el tema en serio y le van a administrar fármacos equivalentes a su opioide para que no esté “de mono”.

Son las 23 horas del lunes, llevo casi 22 horas en el hospital intentando que atiendan correctamente a la paciente, y el parking está a punto de cerrar; me voy a mi casa y queda al cuidado de la paciente su propia hija, durmiendo en el hospital. Al poco de llegar a casa me dice que le han puesto una inyección, y que luego le han puesto un parche. Ambos nos quedamos pensando que han hecho lo que la médico de guardia dijo que iban a hacer, darle fentanilo y metadona.

La paciente finalmente se relaja con la inyección de metadona -de efecto inmediato y larga duración- cae dormida y cesan los vómitos. 


Segundo día:

Al día siguiente -martes- Mary pasa el día dormitando, pero en la noche del martes a miércoles, la paciente empieza de nuevo a agitarse y a vomitar, lo cual no tiene ningún sentido para los familiares porque el cuadro es -de nuevo- el de un SAO, lo cual sería imposible si le hubieran puesto la medicación que nos dijeron que le iban a poner. La metadona tiene más de 30 horas de duración, y un parche de fentanilo -el que dijeron que le iban a dar- llega a las 72 horas de efectividad. Nada tenía sentido.... :P




Tercer día:

La hija de Mary me comunica que su madre se vuelve a poner "mala" (con abstinencia), y cuando llego al hospital el miércoles, tras la hora de comer, intento averiguar qué pasa y cómo puede estar poniéndose mala, de nuevo por falta de medicación, cuando cualquiera de las dos que en teoría le habían administrado era suficiente para acabar con el problema.

En ese momento, voy a hablar con enfermería y a indicarles lo que está pasando, y que no entendemos cómo puede ser con la medicación que le pautó la médico: fentanilo y metadona. Además, tenemos claro que le han tenido que administrar la metadona, por la intensidad y la duración del efecto que la dejó prácticamente dormida 1 día entero, estando ya en abstinencia de opioides. Las enfermeras simplemente nos escuchan pero dicen no poder hacer nada, afirmando que ya tiene medicación puesta para ese problema.

En la siguiente hora, mientras estamos la hija de la paciente y yo en la habitación, hago el descubrimiento de lo que está pasando: la hija me muestra dónde tiene el parche colocado. Cuando voy a ver si es que hay algo que esté bloqueando la absorción o que se le haya despegado el parche de fentanilo, con alarma descubro que nos han mentido: no le han puesto un parche de fentanilo (que son transparentes y muy finos) sino que lo que tiene colocado es un parche de Buprenorfina (su exterior es de esparadrapo marrón y son gruesos) que resulta ser el único analgésico que no se le puede administrar a alguien que está tomando opioides.




La buprenorfina, en lugar de ser un agonista puro, es un agonista parcial; administrar buprenorfina a una persona que está bajo medicación opioide, equivale a que ambos fármacos entren en conflicto, y el paciente se vea arrojado a un Síndrome de Abstinencia, pues la buprenorfina se comporta como un antagonista de los opioides en ese caso. 

Es un error tan tremendo como darle penicilina a un alérgico a la misma, pero además es una mentira que han mantenido ante la hija y ante mí, a quienes nos informó la médico de que le iban a poner un parche de fentanilo. Si el problema no había explotado antes, es porque la medicación administrada como parche tarda mucho más en hacer efecto que la inyectada, y hasta el momento la metadona había podido hacer efecto, pero ya no podía cuando la cantidad de buprenorfina en la paciente llegó a cierto nivel.

Dicho de otra forma, en lugar de una medicación para atajar el problema de la abstinencia de opioide en su cuerpo, habían dispensado otra medicación que generaba precisamente el problema que se pretendía evitar, aunque le hubieran dado al mismo tiempo la medicación correcta

Inmediatamente doy la voz de alarma y hablo con las enfermeras, requiriendo información clara de quién había aplicado dicha medicación, cuando las órdenes de la médico eran otras. ¿¿Quién era el o la inútil que estaba haciendo sufrir a esta mujer con un nuevo “mono” y por tanto con más vómitos, que abrasaban de nuevo las heridas en su tracto digestivo?? Las enfermeras no nos facilitan dicha información, y dicen que ellas no entienden tanto de esos fármacos, que se limitan a ponerlos.

Finalmente consigo que un enfermero preste atención al tema, y cuando se lo explico se da cuenta de la gravedad del asunto, y accede a llamar a la médico de guardia en la tarde-noche del miércoles

El propio enfermero entiende que es una chapuza absoluta, pero no quiere quitarle el parche de buprenorfina que le está provocando que vuelva al síndrome de abstinencia, porque aunque es un error y lo reconoce, puede enfrentarse a represalias por hacerlo sin que un médico lo haya dicho. 

Nosotros, la hija de la paciente y yo, no queremos retirar el parche para que no nos puedan acusar de haber interferido en el tratamiento médico y no puedan expulsarnos del hospital (lo que dejaría a la paciente sin testigos de lo que hacen con ella), pero no paramos de solicitarlo al personal.

Finalmente, tras llamar dos veces a la médico de guardia, se presenta cerca de las 9 de la noche y viene a hablar conmigo y con la hija. 

Es una nueva médico de guardia, no la del primer día, con lo que tengo que ponerla en antecedentes de todo lo ocurrido. Le digo que el lunes en la noche, su colega de guardia en esa planta, había informado a la familia de que le iban a poner fentanilo y metadona. 

Que esa es la información que hemos tenido durante 2 días sin que nadie nos diga que no es la medicación que se ha puesto, y que nos hemos encontrado con que le habían puesto un parche de buprenorfina que al ser un agonista parcial, estaba provocando que la metadona que le dieron para frenar el mono no tuviera efecto y la persona hubiera vuelto a estar con un fuerte síndrome de abstinencia. 

Le pregunté quién era el que había administrado dicho fármaco, y tampoco me contestó, pero no tuvo problema en reconocer que era una chapuza colosal y que era un fármaco que no se podía administrar a pacientes que usaban opioides para el dolor.

En un acto de honestidad, me dijo que iba a llamar al psiquiatra de guardia, porque ella no tenía mucha experiencia con esos fármacos y no tenía ni idea de cómo tenía que proceder ahora. Pero me aseguró que lo iban a resolver y que le retirarían el parche de buprenorfina que estaba causándole un profundo síndrome de abstinencia. Ante estas palabras de la médico yo me quedo algo más tranquilo, le explico lo que hemos hablado a la hija (que no tiene formación para entender el asunto a nivel médico) y procuro tranquilizar a la paciente, diciéndole que ya lo ha visto la médico de guardia y que me había dicho que iban a proceder a quitarle el parche y a darle una medicación adecuada, que iba a venir el psiquiatra de guardia para pautarla ya que la médico no sabía cómo proceder (palabras textuales).

Minutos después, cerca de las 11 de la noche, abandonaba el hospital porque el parking del mismo cierra a esa hora y me iba a mi casa a descansar, pero siguiendo en contacto con la hija que allí se quedaba. Cuando estoy llegando a mi casa, recibo una llamada de la hija para decirme que está allí el psiquiatra de guardia y que ella no es capaz de explicarle lo que ocurre, que si puedo explicárselo yo. ¿De verdad que la comunicación entre médicos en el mismo hospital y sobre la misma paciente no llega como para algo tan simple?

Una vez más, tengo que explicarle a un nuevo galeno el problema, mientras la paciente se está retorciendo de dolor y, de nuevo, vomitando todo lo que se le intenta administrar por vía oral. La conversación con el psiquiatra de guardia fue rápida y eficaz, le expliqué que la paciente tenía opioides pautados desde hacía años, que por el accidente con el amoniaco no podía tomar sus pastillas, que el lunes la médico de guardia dijo que le iban a dar metadona y parches de fentanilo, pero que alguien había cambiado la orden y le habían puesto un parche de buprenorfina. Por suerte, a este profesional no le tuve que explicar las incompatibilidades de la buprenorfina y entendió el problema a la primera.

El psiquiatra nos aseguró -a la hija de forma presencial y a mí por teléfono- que le retirarían el parche inmediatamente (pasaban ya casi 6 horas desde que descubrimos el error, y el parche seguía liberando el fármaco que causaba el problema en la sangre de la enferma) y que le darían un opioide agonista total, que no sabía quien había cometido dicha chapuza con la buprenorfina pero que él sí tenía claro que eso no se podía hacer, que no me preocupase que estaban solucionándolo ya.

Terminamos la conversación, salí del coche y subí a mi casa, dando por resuelto el problema una vez más: no se nos pasó por la cabeza que pudieran volver a mentirnos o a ejecutar una mala praxis que no sólo era una tortura para la paciente, sino que además empeoraba el cuadro por el que estaba ingresada, ya que el vómito le abrasaba las heridas internas.

Al cabo de una hora de haberme ido, la hija me escribe un mensaje indicándome que el parche sigue puesto, que nadie se lo ha quitado. Me pregunta qué puede hacer, le indico que busque a una enfermera y que le diga que 2 médicos (la médico de guardia y el psiquiatra de guardia) ya habían dicho que retiraran ese parche y nadie lo había hecho. Lo hace, pero las enfermeras la ignoran, hasta que una de ellas le dice que se lo quite ella misma si quiere...

La hija me consulta si lo puede hacer, y finalmente decidimos quitárselo a la vista de que nadie lo hacía y de esa contestación de la enfermera. 



Bien, la primera parte que era la medicación que le estaba provocando un mono durísimo, solucionada. La segunda parte, que era darle un opioide para que saliera del síndrome de abstinencia que en el propio hospital le habían provocado, se empieza a retrasar. 


Cuarto día: 

A las 2:00 am del jueves, la hija me dice que siguen sin darle nada y que se retuerce en la cama de dolor. Poco después me manda unas fotos de una medicación que le han puesto, que resultaba ser un “Valium” para que estuviera algo más calmada y fármacos contra el vómito, pero seguían sin atender el problema real (falta de opioide en sangre) y que le decían -nuevamente- que el psiquiatra había pautado un parche de fentanilo (como la médico del primer día) pero que no localizaban al médico anestesista, que decían que tenía que firmar un papel.

Mientras, Mary se retorcía en la cama de dolor y malestar, sin que nadie atendiera su
problema. A las 5 de la mañana del jueves, finalmente le dicen las enfermeras a la hija que no le van a poner ninguna medicación opioide, lo cual contradice totalmente lo hablado con el médico psiquiatra que nos aseguró que le podrían rápidamente un opioide agonista total. 

Dicen que si se pone muy mal (¿¿no lo está ya??) que buscarán “alguna cosa para darle”, como si fuera una limosna lo de tratar su estado y su dolor por SAO provocado médicamente sin justificación. Aparece la palabra “olanzapina” en la  conversación, pero la hija no tiene formación para entender que es un antipsicótico, cuando Mary no tiene ningún cuadro de psicosis o de demencia.

Cuando me llega dicha información, me doy cuenta de que muy posiblemente le han dado dicha medicación sin motivo alguno, porque en pacientes “agitados” -por demencia- es una práctica habitual

¿Quién está decidiendo administrar fármacos a la paciente que no han sido pautados por el médico y negarle los que el médico ha pautado? En ese momento, son las 9 de la mañana del jueves, y en una hora me presento en el hospital. 

Subo inmediatamente a ver a la paciente y a comprobar su estado, que había empeorado fuertemente, y me voy inmediatamente a “Atención al Paciente” para plantearles la situación y lo que estaban haciendo con esta persona y advertirles de que el siguiente paso que nos quedaba era presentarnos en el juzgado de guardia y presentar una demanda, por haber mentido -repetidamente y durante días- a los familiares sobre la medicación y el tratamiento que se aplicaría, por mala praxis y por administrar un antipsicótico a quien no tiene un cuadro psiquiátrico.




Que me atendieran allí me costó una hora y media de espera, y una vez que fui escuchado me dijeron que ellos no podían hacer nada, que mejor hablase con los médicos de la planta. Me dieron una hoja de reclamación y me despacharon diciendo que si quería podía poner una queja, pero que eso no iba a ayudar a mi familiar hospitalizado, me insistían.

Con la hoja de reclamaciones en la mano, subí a la planta, me fui directamente a la sala de médicos y pregunté quién llevaba a la paciente hoy, quién había ignorando lo que el psiquiatra había pautado esa noche, y quién había modificado lo que la médico pautó el primer día. Cero respuestas, sólo excusas y balones fuera, hasta que pregunté por el Jefe del Servicio, que es el más alto en esa cadena de mando; resulta que estaba de vacaciones y no podíamos hablar con él. 




Les expuse a las médicos allí presentes (ninguna mayor de 30 años, como todas y todos los médicos que nos atendieron en esos días) el asunto y el punto en el que nos encontrábamos -a punto de ir al juzgado a poner todo en manos de un juez- cuando una de ellas intentó defenderse argumentando que la medicación que se la había puesto era “criterio médico”, a lo que le contesté que no era criterio sino mala praxis y que habiendo usado buprenorfina junto a un opioide en una paciente con opioides pautados, poco íbamos a discutir eso ya que es una contraindicación absoluta de dicha medicación, como darle penicilinas a un alérgico: eso no es criterio médico sino negligencia, mala praxis y negación para encubrir la chapuza absoluta llevada a cabo con la paciente.

Salí de la sala de médicos de la 5ª planta y me dirigí a hablar con la paciente para ir a poner la denuncia en su nombre, cuando en ese preciso momento apareció una médico que, curiosamente, apoyó sin dudar todo lo que le dije y resultaba ser la que -ahora jueves- atendía a la paciente. 

Esta médico me indicó que creía que todo el cuadro que estaban viendo en la paciente, no era debido a la ingestión de amoniaco sino a la abstinencia de opioides, provocada inicialmente por la buprenorfina y continuada por no haberle dado medicación alguna para ese problema. 

La médico se adhería totalmente a mi tesis como explicación de lo que pasaba y, de nuevo, nos indicaron que iban a ponerle un parche de fentanilo. Tardaron poco en ponerlo y finalmente lo hicieron: habían tenido otras 24 horas a una paciente con abrasiones en tracto digestivo, con intensos dolores y vómitos que, obviamente, no ayudaban a curar las heridas que habían provocado su ingreso sino que las empeoraban al abrasarlas de nuevo cada vez que el vómito era expulsado, e impedían ver la evolución real de la paciente. Le pusieron el parche de fentanilo -finalmente- el jueves cerca de la hora de comer. En unas 3 horas, Mary dejó totalmente de vomitar y de referir dolor y malestar, salvo el propio del accidente con amoniaco en su garganta.




Quinto día:


El viernes, antes de las 9 de la mañana, le dijeron a la paciente que le iban a dar el alta, pero que primero tenían que darle comida para ver su estado. ¿Cómo deciden darle el alta antes de conocer si puede siquiera comer?

Le llevaron comida triturada un par de horas después, que la paciente no pudo ingerir, consiguiendo sólo tomar algunos líquidos. No tuvieron el menor problema en sacársela de encima y darle el alta el viernes, cuando llevaba 5 días sin meter nada sólido en el estómago y seguía sin poder hacerlo.

Por supuesto, el informe de alta ocultaba todo lo sucedido en cuanto a lo que habían hecho y dejado de hacer con Mary, salvo el único paso correctamente dado: ponerle un simple parche de fentanilo para que dejase de estar en un insufrible Síndrome de Abstinencia.



El resto de lo que ocurrió, si no es por la presencia de testigos, no hubiera llegado a saberse nunca, y la familia hubiera creído lo que los médicos le decían que iban a hacer con la paciente y que resultó ser falso en varias ocasiones: en todas menos en la última y con amenaza de denuncia por medio.

¿Es necesario que se llegue a este punto para que le den la medicación pautada a una enferma que procede de "Unidad del dolor"? 



Parece ser que, en Hospital Clínico Universitario de Salamanca, sí es necesario para no caer en las mentiras que los médicos nos contaban y poder defender los derechos de una mujer que se retorcía de dolor sin motivo alguno, por la negligencia médica que se cometió con ella.





PS: Refrán ad hoc.


"Los arquitectos tapan sus errores con jardines.

Los cocineros cubren sus errores con salsas.

Los médicos esconden sus errores con tierra..."


miércoles, 22 de noviembre de 2017

¿Exceso de prescripción de morfina en España? El falso mito y un caso real.




Dolor y morfina: 
¿están los mórficos sobreprescritos en España?

Quiero contar una experiencia real que he vivido este fin de semana. El viernes, cuando iba a pillar algo a una conocida “casa” de mi ciudad, Salamanca, encontré allí a una buena amiga. Es una mujer mayor, enferma de muchas cosas y con una vida realmente mala, que sin embargo es de estas personas que te gusta tener a tu lado, porque a pesar de todo son de fiar y además buena gente.

Cuando me vio, me vino rápido a decir que ya tenía la cita para la “Unidad del Dolor” y que, cuando fuera la cita, yo tenía que ir con ella, me pedía por favor. Le dije que por supuesto que iría con ella; si al otro médico le había tenido que amenazar con una secuencia que pasaba por un tribunal médico y un juzgado para que (como forma de quitarse el problema y pasarlo a otros) le diera a esta enferma el acceso a la unidad que prescribe la morfina y otras drogas similares.





¿Por qué había tenido que “amenazar” al médico de cabecera? Si tiene razones para darle morfina, se la dará. Y si no, no se la dará... ¿verdad? Pues no. Esto no es así. 




Los médicos de cabecera, aunque pueden legalmente prescribir mórficos como el resto de médicos, es algo que nunca quieren hacer. El papeleo y las molestias asociadas a la excesiva burocracia para la gestión de estos fármacos suele ser suficientemente disuasorio por un lado, y el mito negativo y falso alrededor de estas sustancias, completa el círculo para no mancharse las manos.

Y ahora, vamos a ver si hay motivos para mandarle un mórfico (morfina o equivalentes) a esta persona. 

Mariana (nombre ficticio), es una mujer en la cincuentena y que pesa 43 kilos a día de hoy (pesaba 39) con 1.60 de estatura aproximadamente. Está en una delgadez extrema, provocada por diversos factores que ahora veremos, y de que recupere peso -entre otras cosas- depende su supervivencia inmediata: seguir viva en 12 meses.

Entre lo que su último historial (el de la urgencia de este fin de semana) cita, tenemos ADENOPATÍAS, que son inflamaciones de los ganglios que puede causar todo tipo de efectos, incluyendo por supuesto dolor, en diversas partes del cuerpo. A continuación, nos indican una COXALGIA, que en medicina es una “artritis tuberculosa coxofemoral” o un simple dolor en la cadera (un dolor serio). En este caso, pueden ser ambas cosas, porque aunque la ficha no lo pone, la paciente ha tenido tuberculosis en algún momento de su vida y, además, una operación en la que le implantaron una prótesis de cadera, que le provoca intensos dolores y hace que quede coja al andar.


Este hecho, para la mayoría de personas con atención médica de calidad, suele ser suficiente para que si el dolor lo requiere, el traumatólogo use morfina u otros compuestos similares de forma rutinaria. Y es esa forma, tras la vía del cáncer, la más común por la que se recetan estos fármacos. 

Lo siguiente es que ha dado POSITIVO EN CRIBADO DE CÁNCER COLORECTAL, lo cual ya trae un cáncer al cuadro (al menos la previsión de uno, y nada bonito). Luego tenemos DOLOR COSTAL DERECHO, TOS Y DISNEA.

Que tenga dolor costal derecho es normal, porque tiene el 6º ARCO COSTAL ROTO. Sí, como suena, con lo que respirar es doloroso, y toser un infierno (quien haya tenido una simple costilla rota sabe de qué hablo). La TOS en este caso, viene de que la paciente es además paciente con EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) que no tiene marcha atrás y te va dejando -literalmente- sin capacidad respiratoria. Lo de la DISNEA, o mala respiración se entiende con el conjunto del cuadro. 

Pero por si no era suficiente, marcan otra: INFECCIÓN RESPIRATORIA AGUDA. Es decir, que como apenas tiene capacidad para respirar en sí misma, pues añadimos una infección sería -de las que te pueden matar- al cuadro de la paciente.

Y llega el plato fuerte, a la hora de revisar si hay causa para darle mórficos a esta mujer: LINFOMA B DIFUSO DE CÉLULA GRANDE. 

¡Anda! Pero si no sólo tiene un principio de cáncer por un lado, sino que tiene YA un cáncer en su cuerpo. Y algunos quistes más por varios lados, además de las adenopatías mencionadas, y otras como son los QUISTES DE OVARIO que también sufre la paciente y le generan intensos dolores en la zona pélvica, que se suman a los generados por el problema de su prótesis de cadera y al daño neuropático que está recibiendo debido a la quimioterapia.

Curiosamente, lo siguiente que marcan es -de nuevo- TOS. ¿Por qué? Es casi imposible estar al lado de la paciente sin que pasen 5 minutos sin que tosa hasta parecer que se muere, y tenga que escupir una enorme cantidad de flema.

¿Y con qué se trata la tos? Tachán....
¿Y especialmente una tos tan tan grave en una cuadro tan tan serio, que puede matar a la persona?
Pues con mórficos (da igual cual, salvo el fentanilo que es opioide pero no mórfico en estructura química y no quita tanto la tos) como el lector ya habrá averiguado.

Y además de no hacer constar la EPOC, tampoco han hecho constar que es DIABÉTICA,  y que aunque la HEPATITIS C que tuvo durante décadas, ya está revertida gracias a los nuevos fármacos, los daños de por vida en su hígado quedarán.

Y lo más gordo: que actualmente está pasando VARIOS CICLOS DE QUIMOTERAPIA MUY AGRESIVA, que además le están provocando daños neuropáticos que de momento se manifiestan sólo como adormecimiento y entumecimiento de extremidades inferiores, pero que ya empieza a ser doloroso por “razones propias” y sin necesitar del dolor iniciado en otra parte del cuerpo, como suele ocurrir con el dolor neuropático cuando se da conjuntamente con dolores de tipo traumatológicos.




¿Que tenemos pues? Una mujer en la cincuentena que apenas puede sostener su cuerpo, apenas puede respirar y apenas consigue alimentarse. Desde que recibe la quimio (aunque ha tenido cannabis a su alcance) la comida le sabe mal y no come casi nada, y hablamos de alguien con la piel pegada a los huesos: comer es algo directamente relacionado con su supervivencia.

Pero llega la palabra clave: TOXICOMANÍA!!

Tachán!! La enferma es una yonqui -oh Dios mío- y lleva más de 3 décadas de consumo de drogas (entre ellas opiáceos y mórficos) y en estos momentos es -físicamente- adicta a los opiáceos, que toma para calmar sus MÚLTIPLES DOLORES Y SÍNTOMAS BRUTALES COMO LA TOS CONSTANTE (teniendo una costilla rota y una EPOC en sus pulmones).




¿Y qué pasa cuando un usuario de opiáceos, da igual que sea yonqui que se los dé su médico, deja de tener opiáceos en su cuerpo? Pues que sobreviene un SAO o Síndrome de Abstinencia a Opiáceos, en el que los primeros síntomas son dolores articulares, moqueo, diarrea, vómitos, dolores óseos y el cuadro luego empeora bastante: dependiendo de a qué sea la adicción, la simple abstinencia puede matar. Es así, letal, por ejemplo en el caso del alcohol o la metadona, y no lo es en el caso de la heroína o la morfina.

¿Imagináis cómo debe sentar un SAO, un mono, a una persona que pesa 43 kilos y no es capaz de comer por la QUIMIOTERAPIA que le están dando? 

¿Y a sus pulmones, que multiplicarán la tos por 100? 

Cuando esta mujer recibe la quimioterapia contra su linfoma, al volver a casa lo hace vomitando y sin poder comer, sin tenerse apenas en pie (hay que trasladarla en coche en ocasiones) y queda en la cama, tosiendo y vomitando, sin poder salir a comprar (ni a conseguir dinero trabajando, porque lo consigue currando y limpiando casas) un opiáceo, heroína en este caso porque es lo que el mercado negro tiene, para no entrar en un terrible mono o SAO.

Queda reventada de una brutal quimioterapia en la cama y, además, en horas el mono que sufrirá hará que todo junto haga IMPOSIBLE que esa persona se pueda recuperar de semejante cuadro.





¿Por qué no recetan morfina a esta mujer? ¿De qué tienen miedo, de que se enganche? Pero si ha sido usuaria de ese tipo de drogas 30 años... ¿Acaso alguien -y menos con formación médica- puede imaginar que sufrir un mono puede ser algo consentible para una mujer entre la vida y la muerte en quimioterapia por un cáncer?

Esa es la realidad en España sobre los mórficos. 

Todo eso que algunos detestables personajes del mundo del cannabis van soltando por ahí, televisiones y medios, de que tenemos un grave problema con los mórficos.... ES CIERTO!! Pero no como ellos dicen: los mórficos están INFRAPRESCRITOS en nuestro país. 

Estos lobbistas del cannabis van vendiendo que en España tenemos el mismo problema que USA con estos fármacos, cuando tenemos precisamente el contrario.

Y nos lo recuerdan cada poco, especialmente los enfermos de dolor (del tipo que sea) y la propia OMS. Pero nos dicen algo que ya sabemos por los estudios que hace nuestro propio gobierno, y no sólo eso sino cosas peores.

Resulta que en España, los pocos pacientes que son recetados con mórficos, tienen una tasa de desapego al tratamiento muy alta que se junta con una prescripción insuficiente de morfina. ¿Por qué? Cito textualmente: “la morfina sale asociada a que a la gente se le pongan los pelos de punta” hasta rechazar el analgésico (que es totalmente seguro bien usado y, además, causa menos daño orgánico que ningún otro, incluso tomado desde que se nace hasta que se muere).

Esa asociación, que se traduce en que pacientes con dolor rechacen por miedo el mejor fármaco, o que los médicos se vean también introducidos en esa mentalidad acientífica (y realmente nueva, porque apenas tiene 1 siglo de vida), la están generando -hoy día- estos personajes para su propio beneficio económico.

Ir por las televisiones hablando de lo mala que es la morfina, mientras quien lo dice se pone ciega a TRAMADOL (posiblemente -podéis preguntar a un especialista- el peor y más peligroso opioide sintético, que además de funcionar mal como analgésico, afecta a la salud mental seriamente) y mantiene una pseudoclínica con su grupo de acólitos, que obedecen lo que allí les dice gente que no son profesionales médicos (a cambio de dinero $$$, lógicamente) y un “observatorio” (suena a nombre oficial pero es una fundación privada, cuidadín...) que recibe jugosas donaciones, es algo que debería hacer que todo el mundo revisara el discurso impartido por esta gente y se dieran cuenta de que -básicamente- están saturando los canales de información falsa para conseguir mejores beneficios económicos.

Están librando una batalla de intereses en la que los enfermos somos lo que menos interesa, y se nos vende al peso por parte de esos que salen en los medios “vendiendo salud natural”.






Pero volvamos al caso de Mariana, que por más que intenta que le den algo que le quite el dolor, tiene que acabar yendo a comprarlo al Barrio Chino porque los médicos, cuando ella les plantea su caso, le dicen que “tendrá que buscar ayuda para eso”

¿Perdón? Sí, sus médicos al ver la palabra -TOXICOMANÍAS- se quitan el problema del paciente de encima como si esa situación la tuviera que tratar otro, y que esa situación no tuviera que ver nada con su desempeño profesional como galenos.

Ahora, imaginad el cuadro de esa mujer, que apenas se tiene en pie y como no ha podido trabajar por estar con cáncer, no tiene dinero (no todo el mundo tiene baja ni contrato, algunos nunca en su vida) y va a buscarse la vida como puede y a conseguir algo.... QUE LE QUITE EL DOLOR!!

Pues así la encontré este viernes. Tras esas palabras que cruzamos en que me pedía que la acompañase a la “Unidad del Dolor” cuando al fin la llamasen, al cabo de unos minutos vi que algo le ocurría...

Había estado hablando conmigo bien, había estado delante mío (no estaba consumiendo nada) y empezó a quedarse de pie dormida, a perder el control motor, a perder el control de esfínteres (se meó encima). Como también resulta tener una forma de diabetes, lleva azúcar consigo y yo lo sé, así que como sabía que no tenía dinero (no era una sobredosis, y fumando plata no son así) le pregunté si había tomado algo o le habían dado algo y me dijo que no. Empecé a administrarle azúcar y vi que la situación no mejoraba sino que empeoraba.





La saqué de la casa donde nos encontrábamos -no puedes pedir una ambulancia a ciertos lugares- y la llevé a la calle. Abrí mi coche, la coloqué dentro y llamé a una ambulancia. Tuve que llamar 2 veces y cagarme en las muelas del que tenía el teléfono porque no llegaba, y temía que pudiera entrar en coma o en una crisis seria en cuestión de minutos.

Finalmente las ambulancias llegaron y actuaron con total profesionalidad. Les facilité toda la información que podían necesitar (y más) y les acompañé al hospital en mi coche para encargarme de Mariana, que estaba en un estado previo al coma llamado “estupor”, en el que los estímulos han de ser fuertes o dolorosos incluso para que reacciones y abras los ojos.

Estuve con ella hasta que quedó ingresada en el hospital. Los médicos flipaban un poco, porque delante de ellos tenían una mujer con la cabeza con un pañuelo (tipo cáncer) que estaba tan flaca como un etíope con hambruna, con un historial médico (sólo el que yo les indicaba de enfermedades que conocía) que era de traca y que, aunque estaban en el mismo hospital que ella recibe tratamiento por su cáncer, no lograban encontrar sus datos (teniendo tarjeta sanitaria en vigor y DNI en la mano).

Les indiqué toda la situación, lo que había hecho y lo que ella había dicho (seguía en estupor en una camilla sin dar señales de vida) y que si bien era una usuaria de opiáceos y tenía las pupilas contraídas, no era una sobredosis... en mi opinión y por lo que había observado previamente.




Estaba viendo que le iban a meter un chute de naloxona gordo y les pedí que reconsideraran el cuadro que tenían delante. No me contestaron siquiera, pero por lo que hicieron sé que tuvieron muy en cuenta lo que les dije: probaron con una dosis mínima de naloxona (0'1 mg), y la reacción fue muy fuerte con lo que quedaba claro no era una sobredosis (al menos de opiáceos/opioides) sino que a la paciente le estaban provocando un SAO, al retirar el poco opiáceo que tuviera en su cuerpo con el efecto de la naloxona.

Quedó ingresada y fui a buscar a su familia, y cuando ya no pintaba nada, me fuí. Cuando ella salió del hospital y pudimos hablar, me dijo que le había dado una pastilla, un amigo (que estaba presente con las ambulancias, pero no dijo nada de nada) y que se la había dado “para que se relajara por sus dolores”, y que él sabía mucho de eso....

Y ella, como una imbécil, se la tomó sin saber qué, cuánto ni cómo le iba a sentar.
Eso es casi un comportamiento suicida, sí. Y de hecho en el hospital le preguntaron hasta descartar que hubiera sido un intento de suicido. No tenía nada que ver en este caso.

La explicación es mucho más simple: cuando estás sufriendo, da igual de forma psíquica que física, haces lo que sea para dejar de sufrir. Y si tus recursos económicos, no llegan a más que a poder aceptar lo que te dan “colegas” en puntos de venta, pues tomarás esa pastilla y otras 5 que te den si crees que eso te puede hacer dejar de sufrir.

Tan grave fue la situación que ella no recuerda haberme visto siquiera, pero no buscaba matarse, sólo dejar de sufrir. Aunque pasó por el hospital, y en el hospital les hice ver a los médico que la trataban que si no le prescribían un mórfico, Mariana tendría que ir a buscar algo para frenar el SAO (mono) que sufriría en unas horas, ellos también se lavaron las manos en ese aspecto: que lo hagan sus médicos (sus otros médicos que no lo han hecho hasta ahora, quieren decir).

Han pasado 5 días ya desde que -por buscar eliminar sus dolores- Mariana pudo haber muerto, dejando de respirar en cualquier calle tirada, mientras las bajísimas temperaturas de la noche remataban lo que quedase de ella.

Todo lo que habéis leído ocurre en Salamanca (España) en este mes de noviembre de 2017.

Ni es ficción ni algo lejano en el tiempo o el espacio. Esto es una enferma de cáncer (y otras 50 cosas) en quimioterapia actualmente que, por ser usuaria de drogas, no recibe lo que cualquier otro recibiría y es abocada a arriesgar su vida (en semejante estado) para no sufrir más. Y todo en manos de la Seguridad Social (Sacyl) mientras le dan quimioterapia para que no se muera y pueda seguir -sufriendo- unos años más...

¡¡Qué bello es vivir, me cago en Dios!!