Mostrando entradas con la etiqueta Tranxilium. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Tranxilium. Mostrar todas las entradas

miércoles, 29 de agosto de 2007

Suicidio y drogas: derechos elementales del ser humano

Hace tiempo comenté que me sorprendía la cantidad de gente que llegaba a esta página usando los buscadores intentando encontrar información sobre el suicidio con distintas drogas -todas legales- y dije que haría una entrada sobre el tema.

No ha resultado fácil decidir como abordarla, ya que no quiero que sea un manual sobre como acabar con una vida, ni tampoco considero que mi opinión o mis argumentos sobre el tema tengan una relevancia especial como para que simplemente sea una exposición de mis ideas.






La mayor parte de las peticiones de información que recoge esta web al respecto, preguntan sobre como llevar a cabo el acto con diversos fármacos, siempre hasta el momento benzodiacepinas o vulgarmente pastillas para dormir. Supongo que eso responde a varias razones. La primera la disponibilidad de las mismas, que se recetan con facilidad y generosidad para todo tipo de trastornos. La segunda, el deseo de que la muerte sea algo indoloro, algo como simplemente quedarse dormido. Y la tercera razón la confusión que persiste hoy día de que es posible suicidarse con benzodiacepinas, como si estas fueran los mucho más potentes barbitúricos que se recetaban con fines parecidos hasta que se descubrieron estas otras alternativas mucho más seguras para los pacientes.

Las pastillas con las que murieron, voluntariamente o no, personajes míticos como Marilyn Monroe o una buena parte de los "mártires" del rock como Hendrix, Scott o Morrison, no fueron las que hoy día los médicos ponen en manos de la gente.
Y es el increíblemente grande margen de seguridad que tienen las benzos frente a los barbitúricos lo que permite que sean recetados con esa generosidad excesiva. Creo que no me confundo en absoluto si dijera que las dosis para provocar la muerte con las actuales pastillas para dormir, están muy por encima de una caja de cualquiera de las que actualmente recetan, aunque eso también dependa en parte de la reacción individual de cada persona al fármaco.
En el caso de los barbitúricos, esto no es así. En muchos casos valdrían unas pocas pastillas, que en muchos casos se tomaban sin querer, al no recordar la persona si había tomado la dosis, como consecuencia de los efectos secundarios de estas drogas.

Hoy día es muy infrecuente que un médico recete barbitúricos, y sus indicaciones están mucho más reducidas, estando en la mayoría de los casos en manos de los especialistas de la anestesia y dentro del marco hospitalario.

Hasta aquí la parte "técnica", concerniente a las aspiraciones de algunos a encontrar la muerte a manos de las actuales pastillas para dormir. Espero que esta parte satisfaga el deseo de conocer de los interesados, sin cuestionar la legitimidad de su deseo.
Pero vamos con la parte más importante del asunto: nuestro derecho al suicidio, nuestro derecho al uso de drogas, y nuestro derecho a una muerte digna y elegida en tiempo y modo.

El gran psiquiatra Thomas Szasz ha postulado desde siempre, que una de las más poderosas razones por las que el estado, arrogándose funciones que se extralimitan de sus competencias, sitúa fuera de nuestro alcance -mediante la prohibición- aquellas sustancias que no sólo pueden alterar nuestros estados de animo a voluntad propia, sino especialmente aquellas que podrían devolverle al individuo el derecho a suicidarse, de una forma digna, sin la intervención ni el permiso de terceras partes.
Todas o casi todas esas sustancias siguen estando en el arsenal terapéutico, pero bajo la llave de los actuales sumos sacerdotes de nuestra sociedad: médicos y psiquiatras.

Es de sobra conocido y aceptado entre los médicos que a ciertos pacientes que están en fase terminal, se les aplica la eutanasia de forma que acortan sus sufrimientos y aceleran el momento de la muerte, muchas veces en complicidad con el enfermo y su familia. Pero por desgracia, ni siquiera en esos casos la decisión recae totalmente en el sujeto, sino que depende de la suerte de médico que le haya tocado.
Al no ser un procedimiento regulado y totalmente legal, es un acto que puede causarle problemas al profesional que decida llevarlo a cabo, o simplemente por razones éticas o morales un médico se niega a dar esa ayuda al sujeto que lo pide.
Cuando lo quieren hacer, el procedimiento es tremendamente simple.
Una dosis de tranxilium hará que el paciente viva esos últimos momentos sin una ansiedad añadida. Luego otra benzodiacepina, una de alta potencia como hipnótica y rápida velocidad de actuación, que suele ser midazolam, junto con una dosis suficientemente alta de morfina, harán el resto. La sinergia entre los 3 medicamentos, lograrán que el paciente entre en un sueño que se hará más y más profundo hasta que la muerte se produzca sin dolor por parada respiratoria.

Se podría conseguir lo mismo usando únicamente morfina, que en este caso sería preferible a la heroína dada su mayor capacidad de actuar como depresor respiratorio, pero las dosis que se tendrían que usar serían mucho más altas y llamarían la atención, y aunque sea una práctica cada vez más extendida, sigue siendo un tabú sujeto a castigo.

Si fuera el individuo quien decidiera qué drogas quiere tomar y como hacerlo, estaríamos capacitando de facto el suicidio, o mejor dicho, la eutanasia en toda su amplitud de significado de "buena muerte", ya que realmente la muerte está al alcance de cualquiera (excepto casos de incapacidad y dependencia total), pero al precio de que esa muerte ha de ser traumática, dolorosa y agresiva. Cualquiera puede beberse un litro de lejía y destrozarse por dentro, arrojarse contra un tren o herirse de forma mortal con distintas herramientas.

Nuestra sociedad ha ido solventando algún que otro problema con las cuestiones más elementales del ciclo humano, pero trasladando otros.
Mientras que actualmente los niños ya no vienen de París ni los trae una cigüeña, el abuelito "se ha ido a un largo viaje". Del sexo a la muerte.La muerte no es tema de conversación, es molesta, huimos de ella hasta en nuestros pensamientos, hasta el punto de no querer nombrarla. Es la gran asignatura pendiente de la conciencia occidental, que algunas religiones trasladan a un "después metafísico".

Históricamente somos involutivos en ese aspecto. Nuestras culturas "madre", griega y romana, aceptaban la muerte y consideraban un derecho del individuo elegir cuando ponía fin a su vida.
Cuando el cristianismo conquistó occidente, la vida pasó a ser un regalo de Dios, una cesión temporal, de la que nosotros no estábamos autorizados a disponer y que de hacerlo, se nos negaba el acceso a esa vida posterior prometida y nos condenaba a una eternidad de sufrimiento.
Paradójicamente, en lugares como los USA actualmente, y en el resto de Europa durante cientos de años, el estado que nos niega el derecho a disponer de nuestra vida, sí puede sin embargo disponer de ella si cree que hemos cometido un delito que merece tal castigo.

Hasta hace unas décadas el suicidio era un delito en nuestro país (y en otros). Y con perversa lógica, el intento de suicidio también lo era.

Sin embargo, consideramos un gesto de "humanidad" cuando matamos a un animal que sufre, pero nuestros derechos, aunque sea como animales humanos, aún están por evolucionar en ese aspecto.

El gobierno Zapatero tenía como una de sus promesas electorales abordar el tema de la eutanasia, pero ya finalizando la legislatura vemos que no va a ser así, incluso el nuevo ministro de sanidad lo confirmó hace poco, diciendo que será algo que "mejor se tratará en legislaturas posteriores", aunque su rama juvenil ha pedido públicamente su despenalización.

Y eso que no creo que fueran a institucionalizar una serie de mecanismos para que cualquiera que quisiera tener acceso a una muerte digna pudiera ser satisfecho, sino que seguramente estaría reservado a los enfermos con sufrimientos físicos y sin posibilidad de curación.
No creo que estas personas tengan más derecho a disponer de su vida que otras para las cuales la cuestión existencial se haya convertido en un sufrimiento con el que quieran terminar.
Evidentemente no abogo porque cualquiera que tenga un mal momento en su vida pueda terminar con ella de forma inmediata, sobre todo porque es una acción sin retorno.
Pero sí creo que cualquiera, independientemente de su estado de salud, tome la decisión de terminar con su vida y esa decisión sea fruto de un convencimiento profundo y prolongado en el tiempo, debería tener acceso a los fármacos que le permitan hacerlo de forma privada, sin dolor y ajena a dramatismos que hagan más difícil un acto de ese calibre.

Hace no mucho, tuve la ocasión de escuchar a una persona de gran corazón y cuyas convicciones religiosas teóricamente le prohíben disponer de la propia vida, contarme como había sido el final de un ser querido. Y lo hizo con una expresión de felicidad que algunos no entenderían.
Esta persona, que sufría de un mal terminal, tuvo la suerte de contar con ayuda de algún médico que le proporcionó lo necesario. Y cuando decidió que había llegado el momento, se reunió con sus seres queridos y se despidió de ellos. Luego con su pareja pasó sus últimos momentos amándose, tras lo cual se administró lo necesario, y encaró su final abrazado a quien amaba. Sin dolor, sin humillación, y envuelto en el amor de los suyos hasta el final.

Como contraste a esa forma de morir, está la muerte de Giovanni Nuvoli, un enfermo de esclerosis lateral amiotrófica. Con 53 años, su enfermedad degenerativa terminal, y conectado a un respirador que le mantenía con vida, había conseguido que un anestesista accediera a darle un sedante y desconectar el respirador. Cuando iba a ocurrir, la policía italiana actuó impidiéndolo.
Giovanni hizo lo único que le quedaba por hacer y fue negarse a comer y a beber.
De nada sirvió.
Murió, pero como consecuencia de la deshidratación y la falta de alimentos. Hablando claramente, su lengua se hinchó y se abrió por la falta de liquido, su orina se hizo tan concentrada que le abrasó la vejiga y la uretra, las paredes de su estomago se secaron y eso originó terribles vómitos de pura bilis, para que finalmente las células de su cerebro se acabasen deshidratando y secando, provocando convulsiones y ataques hasta que su corazón reventó.

Esa es la renovada "humanidad" de nuestras leyes.

Desde luego las personas que soportan un mayor sufrimiento tendrían que tener unos mecanismos preferentes para poder acceder a un final digno, aunque paradójicamente y en contra de las creencia popular, los enfermos de cáncer -ejemplo de sufrimiento físico y psíquico- no tienen una tasa de suicidios más alta que el resto de la población.

Otro dato a tener en cuenta, que se vio en un estudio conjunto entre las autoridades médicas y policiales, es que cuanto más aumenta el consumo de morfina en un país para paliar dolores, menor es el número de muertos provocado por consumo de drogas ilegales.

Y eso lo debemos encuadrar en un contexto en el que la propia OMS reconoce que el uso de opiáceos para manejar el dolor está hasta 8 veces por debajo de lo que sería recomendable, y en eso influyen desde las trabas que algunos países ponen a sus médicos para acceder a esos fármacos, a la imagen de droga terrorífica que tiene la morfina incluso entre los supuestos profesionales que presentan reparos totalmente irracionales e injustificables para prescribirla adecuadamente, como por ejemplo que el enfermo si recibe morfina pronto luego no será efectiva -cuando carece de "techo terapéutico"-, que la morfina provoca euforia (que terrible efecto secundario...) o la más aberrante preocupación de que el paciente se hará adicto, siendo alguien terminal.

Un indicador de la calidad de vida de un país, es la cantidad de morfina prescrita a sus enfermos. Datos de hace unos años sitúan a Dinamarca a la cabeza, con 37'5 kilos de morfina por cada millón de habitantes, Gran Bretaña con 21'6 kilos (pero no se contabilizó la heroína usada de la misma forma), y España con un ridículo 2'4 kilos por millón de habitantes, sólo por delante de Italia con un 1'4 kilos y Grecia con 0'7 kilos.

Actualmente Las Palmas es la provincia española con mayor consumo de morfina, y aún así, en 1986, en la mitad norte de la isla (distrito sanitario norte), su consumo total fue de... 37 gramos de morfina!!!
Tan sólo 5 años después su consumo había pasado a ser de 4 kilos en total.

No sólo no hay una institución de la eutanasia que permita a las personas disponer de su vida según sus deseos, sino que además el tratamiento que se le da a aquellos que son obligados a vivir a pesar de sus dolores o sufrimiento, dista enormemente de ser el adecuado, y no por falta de recursos sino por una injustificable ignorancia y unos vergonzosos prejuicios.

Dado este panorama para aquellas personas, que por razones médicas o de otra índole, quieren poner fin a su vida, los defensores de esta postura ética han tenido que agruparse y comenzar a autogestionar sus necesidades.
La asociación "Derecho a Morir Dignamente", presidida por el escritor y filósofo Salvador Pániker, es la que esta prestando ayuda a todos los niveles a estas personas. Además facilita a sus socios, tras un tiempo como asociados (para evitar decisiones precipitadas), un manual llamado "Guía de Autoliberación", en el que se da cuenta de diversos fármacos que se pueden conseguir y como usarlos para que la persona tenga acceso a la posibilidad de ejercer su derecho, de la forma menos traumática para sí mismo y los suyos.
Y siguen luchando para que se reconozca ese derecho perdido, inherente a la vida humana.

Creo que mi opinión está clara al respecto, y que al escribir esta entrada se ve claramente que estoy a favor de la libertad de elección sobre cuando y como dejar este mundo.
Sólo hay un aspecto que me preocupa de una posible institucionalización de la eutanasia: los ancianos.
En un país en el que hasta hace poco teníamos que ver en las noticias como había gentuza que abandonaba a sus ancianos en una gasolinera para irse tranquilamente de vacaciones, y en el que todavía no hemos aprendido a darles el valor y el reconocimiento que merecen, a integrarles como parte útil de esta sociedad, creo que sería preocupante que de existir la institución del suicidio asistido muchos de ellos recurrieran a esta opción "para no ser un carga familiar" o por presión del propio núcleo familiar o social. Cuando las pensiones que mantienen a muchos de estos ancianos son claramente insuficientes para vivir, y no existen apenas plazas públicas en residencias asistidas para ellos, temo que muchos se vieran "obligados" a tomar esa opción como la única valida para dejar de ser una carga, o que el hecho de no hacerlo les supusiera una sensación de egoísmo para con las personas que les ayudan a seguir viviendo.
¿Egoísmo por querer vivir? Es un riesgo gravísimo ante el que no veo una solución sencilla.

Ciertamente la decisión sobre la propia muerte es un derecho que se le ha arrebatado al individuo, y creo que en ningún caso el estado debería decidir quien puede o no acceder a ese derecho.
Pero tal vez, al igual que en otras áreas, se deba ir reconquistando el terreno en pequeñas porciones, a medida que conseguimos tener una sociedad que haya asumido valores, y que reaccione de frente y sin miedo contra el maltrato a los ancianos.

El derecho a la propia muerte en ningún caso puede convertirse en una obligación para comodidad de otros.

domingo, 19 de agosto de 2007

Ignorancia que mata, prejuicios que dañan.

Aunque esta entrada iba a ser simplemente la traducción de un texto del doctor John Marks, que es de especial importancia ya que se trata de un profesional experimentado y cuyo objetivo es únicamente la salud de sus pacientes, voy a incluir dos breves referencias a asuntos que he observado estos días y me han dado para pensar.

La primera pertenece al mundo de la ficción-real. Se trata de la serie "Boston Legal", que es protagonizada por un grupo de abogados, y que no tiene reparos en criticar abiertamente y punto a punto como se ha mentido sobre la guerra de Iraq al pueblo, como los políticos usan cualquier tipo de estrategias que les benefician y atentan contra el poder del pueblo, o como mediante las subvenciones de tipo humanitario se hace una política de control encubierto sobre todos los países posibles.
Es en resumen una serie que muestra sin cortarse cualquier aspecto de la mal llamada democracia usana, y que presenta constantes dilemas éticos al espectador.
Sin embargo, en uno de los capítulos un abogado de bastante edad le pide ayuda a otro para que consiga información sobre su hija, y sobre si sigue tomando drogas. A pesar de la intromisión y la mentira que se usa para recabar esa información, la cosa sigue adelante, y a pesar de ser madre de una niña bien atendida y sin problemas, de tener un trabajo y de ayudar a otros en su tiempo libre, el padre de esta mujer finalmente logra una prueba de que su relación con las drogas no se ha extinguido por completo.

Inmediatamente le da la orden de que se someta a terapia y haciendo uso de dos matones, la secuestra a la fuerza y la interna en una clínica de desintoxicación, amenazándola con que no presente lucha contra esa decisión o le quitarán a su hija pequeña.
La gran acusación, verbalizada por el padre contra su hija es:
"Tú no quieres dejar la droga... tú lo que quieres es controlarla!!!".

Por supuesto que nadie en toda la serie, a pesar de ser conocido el caso, critican lo que se ha hecho. Al contrario, lo entienden y lo aprueban: contra la droga todo vale. Incluso en una serie que se permite reírse públicamente de como los USA utilizan la guerra contra el terrorismo como medio para someter y controlar a su propio pueblo.
Sin embargo, en la guerra contra la droga, todo vale... excepto querer gestionar uno mismo su relación con los psicoactivos.

Culturalmente están situando el tabú de la droga al nivel del tabú del incesto -y digo incesto, no violación- porque realmente no puedo ver ningún otro acto que genere esos niveles de rechazo, especialmente cuando no son actos que dañen a terceros.
Algo que no puede ser siquiera cuestionado, no evita que esos comportamientos ocurran y tan sólo agravan los problemas de quienes opten por ellos, cuando per se no son más que una de miles de opciones que los adultos capaces de decidir pueden tomar.

El segundo asunto que me ha dejado perplejo es ver como algunos médicos del sistema nacional de salud en nuestro país gestionan la deshabituación voluntaria de alguien que ocasionalmente ha consumido benzodiacepinas.
Para quien tenga un mínimo de idea, verá que el caso es para denunciarlo cuando menos.

La situación es la siguiente. Una mujer que durante unos meses por cuestión de ansiedad relacionada con unas oposiciones, había tomado por orden médica, benzodiacepinas. Con el temor a crearse una dependencia, había llegado a tomar solamente 1/4 de una pastilla del ansiolítico, antes de dormir.
Ese había sido su consumo en los dos últimos meses.
Sin embargo, decidió pedir hora para un psiquiatra que le dijera como retirar la medicación.
Cuando estuvo allí, le planteó a la médico que la atendió que quería dejarlo, y que estaba consumiendo 1/4 de una pastilla de Dorken (el mismo compuesto que el tranxilium), y que no recordaba de cuantos miligramos era esa pastilla.
Dorken existe en 3 dosificaciones: 5, 10 y 25 mgs.
Es decir, podía estar tomando 1'25 mgs, 2'50 mgs, o 6'25 mgs. La médico no podía saber cual de los 3 casos sería, y si fuera cualquier de los dos primeros, la dosis estaba por debajo de la cantidad activa mínima, y le habría bastado con dejar de tomarlo.
Realmente estaba tomando 1/4 de una pastilla de 25 mgs: 6'25 mgs que es poco más de la dosis activa mínima de ese fármaco. Pero en lugar de averiguarlo, la médico psiquiatra decidió "hacer las cosas bien".

Y decidió que esa persona que sólo tomaba 6 miligramos a la noche, tenía que cambiar de marca (no de compuesto) y comprar tranxilium. Y en lugar de tomar 6 miligramos al día, como quería dejarlo, le impuso una dosis de.... 20 miligramos: 5 en la mañana, 5 en la tarde, y 10 en la noche.
Le dijo que había que hacerlo correctamente para dejarlo, así que si sólo tomaba 6 miligramos mejor la "enganchaba" con 20 diarios, para luego ir progresivamente retirándolos.

Si esta persona hubiera hecho caso de lo que la médico le dijo, posiblemente dentro de 6 u 8 meses, estaría de nuevo tomando sólo una dosis en la noche: la situación inicial.
O en el peor de los casos, hubiera creado un adicción mucho más reforzada al fármaco, asociándolo con otros momentos a lo largo del día.

Hacer las cosas bien.
A una supuesta especialista en psicofármacos le presentan un caso en el que el mayor problema, dada la bajísima cantidad de sustancia que se tomaba, era el tenerlo asociado al momento de ir a dormir, y que hubiera podido tener como consecuencia un insomnio de rebote.
Alguien que no está físicamente enganchado a algo, le pide ayuda (por miedo a reacciones adversas) al profesional para dejarlo, y este aplica un protocolo propio de alguien que ha estado años tomando de forma indiscriminada benzodiacepinas, o útil también para un alcohólico de largo recorrido. A eso se le llama hacer las cosas bien.

En lugar de en primer lugar averiguar con certeza que cantidad está tomando el paciente, y en función a la dosis y la sustancia, reducir progresivamente, o incluso elegir otra benzodiacepina de vida media mucho más corta y de acción más rápida, para usarla unos días en el momento del sueño, y sustituirlo posteriormente por otros condicionamientos que le puedan ayudar a iniciar el sueño (ya que el tranxilium no lo hace, dado el tiempo de inicio de acción que tiene), hacer las cosas bien para esta "médico" quiere decir que si tomabas 6 mgs, pases a tomar 20 mgs.
¿Tal vez no escuchó a la paciente decir que quería dejarlo? ¿Problemas para comprender lo que es una deshabituación? ¿Aplicamos protocolos aunque vayan radicalmente en contra de la voluntad del paciente, e incluso del fin perseguido?

Las dos cosas que aquí he contado son aberraciones propias de un sistema de prejuicios y de un sistema de salud, que en ambos casos han perdido de vista lo principal: al ser humano.

Aquí incluyo el testimonio y las opiniones del doctor John Marks, protagonista de la entrada anterior y del mejor servicio de atención que ha habido en Europa.
No sólo tienen relevancia por ser acertadas, humanas y el resultado de un buen análisis de la situación.
También tienen una especial relevancia por la NO-implicación de este doctor con el mundo de la droga. Él sólo era un psiquiatra que llevaba años tratando adictos.
No era ningún antiprohibicionista, no era alguien que hubiera descubierto las bondades de la MDMA y quisiera darlo a conocer, no era alguien implicado en el estudio de las posibilidades de estos fármacos.
Con frecuencia se desestiman las opiniones de algunos profesionales por su cercanía ideológica con ciertos modos de consumo de drogas, por su tolerancia y activismo en estos frentes, o su experiencia propia.
En este caso no se da nada de eso: John Marks no es más que alguien que tras años trabajando con otros modelos, acertó en el cambio. Y estas son sus conclusiones:

"LAS LEYES SOBRE DROGAS: UN CASO DE PSICOSIS COLECTIVA
Por John Marks, Psiquiatra.

Soy un psiquiatra clínico que trabajo en Widnes, al norte de Inglaterra y prescribo drogas duras como heroína y cocaína. Irónicamente no puedo prescribir hashis, ni opio ni coca.
Esto es equiparable a poder recetar coñac pero no vino.

Sin embargo, esta política de trabajo ha eliminado las muertes por drogas, las infecciones de SIDA por el mismo motivo, y un estudio policial de nuestro programa de trabajo muestra un descenso de 15 veces menos delitos relacionados con la adquisición de drogas.
Y lo más interesante es que la incidencia de las personas que se convierten en adictas, se ha reducido hasta ser 12 veces menor.

MAXIMIZACIÓN DEL DAÑO E INHUMANIDAD

Daniel Roche es un ciudadano de Widnes. En su adolescencia había tomado drogas, y había desarrollado una preferencia por el cannabis.
Para evitar el mercado negro, él cultivaba su propio cannabis en lugares cercanos y abandonados.
De esta forma, pacíficamente, él se suministraba a sí mismo, y así fue durante 18 años.
Él trabajaba para una gran compañía eléctrica como cableador. Pagaba sus impuestos, tenía su propia casa, y estaba casado y con hijos, a los que les iba bien en la escuela.

En 1988 la policia requisó su cannabis, y el fue despedido de su trabajo.
No pudo seguir pagando la hipoteca de su casa, así que el banco se la quitó.
Se había encontrado cannabis que él cultivaba en su jardín, así que fue enviado a la cárcel.
Su núcleo familiar se desintegró.
Él sigue aún en una cárcel de Liverpool hoy día.

Es a esto a lo yo que llamo POLÍTICA DE MAXIMIZACIÓN DEL DAÑO.

John Montgomery, de Oklahoma, es parapléjico. Vive con su madre, la cual compra hashis para él, ya que es la única cosas que le alivia de los espasmos musculares.
Este año fue sentenciado a cadena perpetua cuando se encontraron unos 56 gramos de hashis bajo su almohada.

A esto lo llamo POLÍTICA DE INHUMANIDAD.

Si todo el gasto que hace el gobierno en advertencias contra el tabaco se dividiera en el total de muertes por tabaco, y de forma similar se hiciera con el alcohol, la heroína y el cannabis, obtendríamos que se gastan 30 libras por cada muerte producida por tabaco, 300 libras por cada muerte proveniente del alcohol, y 1'5 millones de libras por cada muerte provocada por la heroína, lo cual ilustra la desproporción que existe en cuanto al tratamiento publicitario contra la heroína.
Pero esas cuentas, si son aplicadas al cannabis, el resultado sería infinito, ya que no existen muertes por cannabis, y habría que dividir por cero.

PELIGROSAS PORQUE ESTÁN PROHIBIDAS

La prohibición tiene sus orígenes en una creencia fundamentalista de tipo religioso, por el cual se cree que las drogas ofrecen consuelo de forma autónoma, y por lo tanto peligrosa.
La peculiar creencia en la prohibición, en que prohibir el uso de drogas evita el daño que se puede derivar de su uso, no solo evita que los ciudadanos puedan aprender a usarlas evitando sus daños, sino que además fomenta la falsa sensación de la que las cosas que no están prohibidas no son dañinas.

Un cuchillo es probablemente más peligroso que una droga, e ilustra bien el ejemplo de que es el uso que del cuchillo o de la droga hacemos lo que determinan cuando pueden ser peligrosas.
De hecho el acto de oponerse a las drogas es una cuestión ideológica, generalmente religiosa.
Las drogas no están prohibidas por ser peligrosas sino que son peligrosas por estar prohibidas.

Sin lugar a dudas la forma en que algunas drogas son consumidas puede resultar peligrosa, pero argumentar que una sustancia química e inerte, más que lo por lo que se haga con ella, es peligrosa, no es solamente una estupidez; es como la decimotercera campanada de un reloj, que expande la duda sobre todo lo que hay realmente detrás, y disminuye los efectos del notable trabajo de reducción de riesgos que llevan a cabo otros propagandistas que luchan por la salud de esa forma.

Está bien que haya organizaciones como la OMS que busca llamar nuestra atención sobre los peligros del consumo de drogas. Lo que no está tan bien, es que los miembros de dichas organizaciones se comporten como si los consumidores de drogas fueran enemigos de la humanidad, o como si las normas y reglas de lo evidente no fueran y no afectasen a aquellos que hacen campañas contra el consumo de drogas.

Algunas maneras de consumir drogas pueden ser peligrosas para la vida, el individuo o la sociedad, pero el consumidor irresponsable de drogas no representa al conjunto de consumidores más que el alcohólico arruinado y tirado en una cuneta representa al conjunto de los consumidores de alcohol.
Se está en general de acuerdo con que hay un nexo entre algunas tipos de consumo de drogas y algunas complicaciones de tipo médico. Obviamente no niego ese hecho, y no recomiendo el consumo de drogas, y si alguien me preguntase mi opinión sobre este asunto -por ejemplo un hijo mio- procuraría ser elocuente y convincente sobre los peligros de tomar drogas, como por ejemplo el convertirse en un adicto a ellas.
Pero hay 3 cosas que se me atraviesan en la garganta cuando observo la propaganda anti-drogas.

FANATISMO INTOLERANTE

La menos importante es el retorcido argumento que usan de entrada los prohibicionistas.
Por ejemplo es frecuente que digan: "si no hubiera tomado drogas, no habría muerto tan joven", a lo que suelo contestar que si no hubiera nacido no habría muerto de nada y que si tuviéramos huevos podríamos tomar huevos con bacon si también tuviéramos bacon, o que incluso que si mi abuela hubiera tenido ruedas podría haber sido una bicicleta.

El segundo peor rasgo del prohibicionista anti-drogas es su fanatismo intolerante. El lenguaje que usa con respecto a los consumidores de drogas es un lenguaje de odio; llamarles totalitarios no sería una exageración e incluso se quedaría corto.
No les vale con pedir -y sería una reclamación bastante razonable- que como una medida aceptable, el consumo de drogas debería estar restringido a la privacidad del hogar o a ciertas premisas en las que fuera autorizado.

No. Ellos insisten en que todo consumo de drogas debe ser sancionado y situado fuera de la ley, que el mundo y cada hogar privado de cada ciudadano ha de ser únicamente para aquellos que no son consumidores de drogas, y que más y más duros castigos deberían imponerse a aquellos que consuman drogas, incluyendo la cadena perpetua para alguien que fumaba cannabis para aliviar sus espasmos, e incluso debería sancionarse a aquellos que no delatasen a otros ciudadanos que consumen, incluidos los miembros de la propia familia.
¿Hemos olvidado como era la Rusia Soviética tan pronto?

BUENOS POR OBLIGACIÓN

Pero el tercer y peor fallo del propagandista anti-drogas es su incapacidad para ver, o si lo ven, para admitir, que lo que ellos están pidiendo es un ataque -un grave ataque- a la libertad individual de guiar la propia vida en la dirección que cada uno quiera, incluidas aquellas que puedan ser peligrosas.
La elección de tomar drogas es parte de un gran derecho -realmente el más grande de todos- y es el derecho a gobernar nuestras vidas y a no tener a otros tomando decisiones por nosotros.

De todas las tiranías, una tiranía sinceramente aplicada por el bien de sus víctimas puede ser la mas opresiva. Ser "curado" contra la propia voluntad, de ciertas opciones que nosotros tal vez no consideramos como enfermedades, es como ser puesto al mismo nivel que aquellos que no han alcanzado la edad del razonamiento y que además nunca lo harán, ser agrupado con los niños, los imbéciles y las mascotas domésticas.

Todas las sociedades que han intentado hacer a sus ciudadanos "buenos" por obligación han acabado en el dolor, y ese dolor ha sido casi invariablemente el de sus ciudadanos, no el de sus líderes."

miércoles, 11 de abril de 2007

Valium y otras benzos: muletas sociales

Seguro que ninguno de los lectores que por aquí pasan habrá oído hablar jamás de un tal Leo Sternbach. No es un nombre conocido, no está asociado a nada e incluso se podría pensar que suena a nombre de músico.
Pero seguro que todos han oído hablar de una de las mayores contribuciones que la sociedad le debe a este químico: el Valium.
Esa otra palabra ya pertenece a nuestra iconografía cultural y escucharla a todos nos evoca algo, posiblemente diferente y parecido al mismo tiempo, según sea la relación que hemos tenido con esa sustancia. Tal vez la hayamos tomado por orden del médico, o simplemente conozcamos de su existencia a través de la literatura, el cine, la música o el hablar popular.

Leo Sternbach, su creador y creador de otras muchas benzodiacepinas (su familia química) así como de otros cientos de compuestos -su historia cuenta con 241 patentes químicas- era un químico de los de la vieja escuela. Nacido en Opatija, que hoy pertenece a Croacia, pero pertenecía al imperio Austro-Húngaro en el momento de su nacimiento en 1908. Era hijo de un judío polaco que regentaba una farmacia en esa localidad, y fue a estudiar farmacia a Cracovia donde tenía parientes. Con 21 años ya tenía una licenciatura en farmacia, y dos años después obtenía el doctorado en la especialidad de química orgánica, la cual era su pasión.
Tras pasar unos años como ayudante de investigación en la universidad, se mudó a la ciudad de Basilea -en Suiza y en la misma ciudad que trabajaba Albert Hofmann, padre de la LSD- para seguir en la universidad pero poco después fue contratado por una de las empresas farmacéuticas de aquel lugar, la Hoffmann-La Roche como químico e investigador superior.
En 1941, con 33 años, fue trasladado a los USA en una operación de su empresa para poner a salvo a todos sus investigadores de origen judío ante el peligro frente a una Alemania dirigida por Hitler en plena guerra.

Su empresa jamás pudo imaginar que esa sería la mejor inversión de toda su historia.

Sternbach continuó con sus investigaciones en Upper Montclair, New Jersey, donde vivió con su esposa Herta hasta un par de años antes de su muerte en el 2005.
Una muerte que paso desapercibida, pero que se llevaba al hombre que había hecho uno de los mayores aportes a la psicofarmacología de la historia. Y es una historia que también tiene sus entresijos casuales.

La dirección de la empresa, ordenó a Sternbach abandonar el estudio y desarrollo químico de las benzodiacepinas por considerarlo falto de interés. Pero Leo, como buen químico que se había apasionado con una familia de compuestos, siguió con las investigaciones por su cuenta, hasta dar con la primera benzodiacepina que se comercializó en un tiempo record: el clordiacepoxido, o Librium.
Había abierto todo un campo para la medicina.
Hasta el momento los únicos tranquilizantes de los que se disponía eran o bien opiáceos o lo que en aquel momento estaba en su punto álgido de uso: los barbitúricos.
A diferencia de estos, el descubrimiento de Leo, tenía unos margenes de seguridad en su uso increíblemente mayores, y además no provocaba los groseros efectos de desinhibición y conductas temerarias que producían los barbitúricos en cuanto la dosis se excedía ligeramente.
Y tras el clordiacepoxido vino el diacepam, el Valium que convirtió a su empresa en un gigante farmacéutico.

Justo aquello que le ordenaron dejar de investigar, hizo que los laboratorios Roche tuvieran en su poder el medicamento más vendido durante 13 años en los USA, y que aún a día de hoy significa el 28% de la ganancias de esta multinacional de la farmacia. Todo por el placer de investigar de una persona que dedicó su tiempo libre a ello.

Las benzodiacepinas, entre las que se encuentran el diacepam o Valium, el Tranxilium o clorazepato, el Orfidal o lorazepam, y otros 20 ó 30 compuestos, pertenecen al grupo de los tranquilizantes menores. Actúan sobre unas receptores cerebrales llamados receptores GABA, que son los encargados de modular el nivel de alerta y ansiedad de una persona. También los barbitúricos lo hacen, pero a diferencia de las benzodiacepinas que actúan preferentemente en las zonas subcorticales del cerebro, los barbitúricos actúan sobre los receptores en la zona del tallo cerebral, que controla funciones mucho más primarias y por eso su peligrosidad es mucho mayor.

Los médicos las recetan hoy día con total soltura, en parte por el margen de seguridad que ofrecen ya que es muy difícil poder suicidarse usando benzodiacepinas, y en parte por la demanda que tienen frente al estrés por parte de los pacientes.

Junto con el café, el alcohol -que también actúa sobre los receptores GABA- y el tabaco, son una de las muletas de nuestra sociedad. Escohotado las ha llamado drogas-bastón, ya que nos sirven para completar nuestra rutina diaria de forma más cómoda.
Son la pastilla para dormir al insomne, la píldora que tranquiliza al nervioso, la que relaja los músculos de alguien que la tensión acumulada le provoca trastornos, la que hace desaparecer una dermatitis nerviosa o una calva en el pelo provocada por cualquier forma de ansiedad.
Y realmente nuestra sociedad sabe bastante de ansiedad.

Lo que antes se trataba con alcohol de forma casera -tomándose un par de copas- o con barbitúricos, ahora se trata con Valium o sus parientes.
Los barbitúricos nacieron en una sociedad que pretendía demonizar a los opiáceos, y que los pusieron en circulación argumentando que al contrario que estos, no producían adicción.
No sólo la producían, sino que esta era peor y mas difícil de tratar. De hecho, los dos descubridores de los barbitúricos murieron por sobredosis tras años de consumo.

Con las benzodiacepinas pasó algo similar. Se lanzó la idea de que no eran adictivas.
El propio Leo Sternbach comentó una vez que le parecía ridícula la idea de que se hablase de adictividad en las benzodiacepinas, ya que para que algo fuera adictivo tendría que tener un efecto placentero.
Seguramente Leo nunca sufrió de ansiedad, e hizo ese comentario en una época en que la idea de adicción se basaba en la falta de fuerza de voluntad de la persona y de propensión al vicio y al placer.
Pero hoy en día sabemos que hay una sorprendente similitud entre el comportamiento de una madre que al llegar la noche busca mitigar su ansiedad y poder dormir con una de esas pastillas, y el comportamiento de un heroinómano intentando paliar dolor, ansiedad o sufrimiento. Ambos buscan un alivio para un trastorno.

Se ha considerado a las benzos como pastillas que no tienen potencial lúdico, y realmente no son drogas que aporten un placer activo. Aunque a personas que sufren de ansiedad generalizada y no lo saben, o que nunca han podido sentirse en paz y no saben porqué, esos fármacos les proporcionen el placer de una paz que de otra forma no pueden alcanzar.
Yo he visto a algunas personas expresar tras su primera toma de una benzodiacepina, concretamente Tranxilium, que se sentían felices y en paz por primera vez en sus vidas, con una expresión de felicidad en el rostro que les resultaría difícil de creer a muchos farmacólogos.

Años después de que Leo dijera que era ridículo hablar de efectos placenteros y adicción en las benzodiacepinas, él mismo comentó que el Valium era un medicamento con unos efectos secundarios muy agradables y un somnífero bastante bueno, y que por esa razón se tendía a abusar de él... y que por ello su mujer no le dejaba tomarlo!!

Hoy día sabemos que sí son drogas adictivas, pero que usadas correctamente en manos de un buen profesional, presentan pocos riesgos y un manejo sencillo.
No hay casi un mercado negro de benzodiacepinas, y el que hay suele ir dirigido a los consumidores de heroína cuando no tienen otra cosa para consumir, ya que algunas de las benzos más fuertes, como el flunitracepam o Rohipnol, pueden lograr darles algo de alivio frente a un momento de abstinencia o pueden ser usadas para potenciar lo que como heroína les venden en el mercado negro.

No tiene sentido buscar diversión en las benzos, ni mezclándolas con alcohol (que además supone un riesgo importante) ya que sólo puede ocurrir que la persona acabe dormida, o que por el contrario entre en un estado de desinhibición temeraria acompañada de amnesia, y es por lo que hace tiempo algunos delincuentes las usaban para robar, ya que no sentían miedo ni tenían una conciencia clara de la gravedad de sus actos.

También se han usado por las mismas razones para facilitar violaciones, en las que un individuo droga a una víctima para que caiga en un estado de sopor y amnesia, y le permita forzarla sin que la víctima a veces ni recuerde que ha ocurrido.

Por último cabe mencionar un nuevo uso que han encontrado estas sustancias en el uso legítimo de algunas personas. Cada vez más jóvenes (o no tan jóvenes) que pasan el fin de semana tomando estimulantes de todo tipo, como cafeína, anfetamina, MDMA o cocaína, toman después benzodiacepinas para poder "bajarse el pedo" y la sobre-estimulación de su sistema nervioso a la hora de ir a dormir. Antes era una práctica frecuente en los consumidores de cocaína por vía intravenosa, fumada en base libre o como crack, pero ahora y por esa misma razón de frenar la ansiedad y calmar al cuerpo su uso está más extendido.

En cualquier caso, me resulta imposible imaginar hoy día una sociedad sin esos fármacos.
Si ahora las personas que mitigan la ansiedad mediante ellos se vieran privados de los mismos, aparte del síndrome abstinencial que tendrían, se tirarían a conseguir el mismo efecto por otras vías. El ama de casa o el padre de familia mediante el alcohol, y los consumidores de drogas ilegales, mediante el alcohol y los opiáceos, especialmente el más accesible de todos que sigue siendo la heroína.

Así que mientras sigamos viviendo una sociedad ansiógena para muchos, bienvenido sea el Valium para aquellos que buscan la paz.


P.S: Dedico esta entrada a mi amiga Rocio, porque me la pidió ella y por el estupendo libro que me ha regalado: "Colocados. Una historia cultural de la intoxicación." de Stuart Walton.